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90 || las apuestas conllevan riesgos

Helena Rivas Silva

La tarde se pasó volando. Estaba anocheciendo cuando regresamos a la casa para ducharnos y prepararnos de cara a cenar fuera. Sobre las diez, marchamos hacia un restaurante del que Charles había oído muy buenos comentarios y no nos defraudó para nada. Ninguno se fue de aquel local sin el estómago lleno y un muy grato recuerdo del trato que nos dieron. Un par de horas después, alrededor de medianoche, todos estábamos tan cansados del viaje que, en vez de quedarnos un rato más en la terraza, optamos por retirarnos a nuestras habitaciones con la intención de levantarnos temprano y aprovechar el segundo día desde primera hora de la mañana.

Igualmente, cuando entramos en nuestro cuarto y cerré la puerta, el cansancio se desvaneció de mi cuerpo y mente. Quise preguntarle a Charles, que había entrado primero y se había encargado de abrir la única venta de la habitación. Era grande y, al llegar casi a esa del suelo, dejaba ver un pedazo ancho del pueblo, que iba descendiendo en adorables escalones hacia la playa.

—La cena ha estado muy bien, ¿verdad? —habló él y yo aparté la mirada del ventanal para observarle pasear por la estancia mientras se quitaba el reloj que sustituía por el momento al Richard Mille—. Me habían recomendado ese restaurante, pero ha sido mejor de lo que esperaba —Apuntó, satisfecho con el servicio y la comida.

Solté mi bolso sobre la maleta abierta.

—Sí. Todo estaba delicioso —Secundé su opinión.

Hacía calor, aunque corría una fina brisa que aliviaba pobremente el sofoco de aquella noche de agosto. Por lo tanto, tras sentir sudor en mi nuca, cogí el coletero que traía en la muñeca y me recogí parcialmente el cabello.

Charles caminó hacia mí, pero en el trayecto se sacó la camisa color caqui de un simple movimiento y la echó a los pies de la cama. También tenía calor.

—Especialmente la merluza —dijo con más detalle y, a pesar de la triste iluminación que había en el cuarto por entonces, la tibia luz de la lamparilla de noche bastó para que distinguiera algo En su espalda—. En Mónaco hacen una que ... —Toqué en el lugar y la suave presión de mis dedos cortó el flujo de su voz—. ¿Qué pasa?

—Te has quemado —Indiqué, apenada—. Mañana te echaré más veces crema —le aseguré.

Su risita rebotó por las cuatro paredes.

—Eres peor que mi madre.

Alejé la mano de aquella mancha rojiza en su piel y, enfurruñada, volví a centrarme en mi maleta, en busca de una blusa que juraría haber traído y que no había encontrado antes de irnos a cenar.

—Te dolerá y entonces te quejarás —le advertí. Era muy quejica cuando quería y yo solo pretendía que no sufriera innecesariamente con cosas que podrían prevenirse—. Mejor prevenir que curar.

Se sentó en la cama, atento a cómo revolvía mi ropa sin descolocarla demasiado.

—¿Y tú? —me interpeló.

—Yo nunca me quemo —declaré, dando por fin con el paradero de la camisa violeta.

—Desnúdate y así lo compruebo —demandó de repente.

Y ahí estaba el motivo por el cual no nos iríamos a dormir tan temprano como prometimos al resto.

Su descaro me resultó divertido, así que le seguí el ritmo y me incorporé otra vez. Por la sonrisa que gobernaba su rostro, no tuve ninguna duda de que había ansiado que nos quedásemos a solas.

—Buena idea —Acepté y, sin más dilación, me deshice de la camiseta negra. No obstante, una vez la lancé a la cama, junto a la suya, puse los brazos en forma de jarra y escruté su semblante, ya bañado de una lujuria reseñable—. ¿Me puedo dejar el bikini? ¿O no te gusta?

Podría haber escogido un conjunto de lencería, pero la pereza me ganó antes de salir a cenar y terminó poniéndome el mismo bikini que llevaría al día siguiente. Cumplía la misma función que un sujetador. Además, me dan un poco de curiosidad saber lo que Charles pensaba de las piezas de baño. Ya me había visto desnuda, pero he de admitir que tener sus pupilas analizando mi torso sin ningún escrúpulo era de lo más estimulante.

Il te va comme un gant, amour —alegó con convencimiento.

—Entonces no tengo por qué quitármelo —comenté y procedí a desabrocharme los shorts vaqueros. También me libré de las sandalias y, descalza y semidesnuda, aguardé a su veredicto—. ¿Ves? Puedo ponerme morena sin quemarme —Presumí del cuidado que ponía al exponerme a los rayos del sol.

Ladeó la cabeza mientras evaluaba mi aspecto.

—No veo bien —Expresó.

—¿Enciendo la luz? —dije con sorna.

—Creo que es cuestión de distancia —Concretó Charles.

—Ah, claro ... —Me acerqué y, quedando a dos palmos de distancia, él se echó ligeramente hacia atrás y me inspeccionó sobre todo la zona del pecho. Sus ojos parecían adictos a ella—. ¿Mejor? ¿Algo destacable?

Llevó su mano derecha a mi estómago y, a pesar de que la tenía caliente, sentí un agradable frescor reptar por mi tronco. Me acarició con sus yemas hasta alcanzar mis costillas, apenas perceptibles, y entonces ascendió hasta quedarse en el estrecho espacio existía entre mis senos, separados únicamente por el broche plateado de la parte superior del bikini.

—¿No tienes una marca aquí? —cuestionó, analizando seriamente un lugar en específico.

—Esta mañana llevaba bañador, Charles —le susurré.

Él lo recordaba a las mil maravillas, pero le resultaba más gracioso hacerse el olvidadizo.

—¿A sí?

Después, plantó su boca justo ahí, en medio de mi tórax, y el reguero de besos mojados me enturbió la mente a paso ligero. También noté que desplazaba los dedos a la tela y los metía bajo la misma, abarcando en su propia palma el generoso tamaño de mi pecho izquierdo. Aquello me arrancó un suspiro que acabó liderando mis manos en una aventura paralela al hundirse en su cabello.

La argenta lunar que entraba en la habitación a través del marco abierto pintó su pelo de un color blanquecino que me hechizó casi al segundo. Peiné sus mechones. Él besó mi dermis con un amor y una ternura desbordantes.

—No podemos hacer ruido —le dije entretanto.

Entretenido en capturar mi pezón bajo el bikini, se interesó por mi aviso.

—¿Por qué no? —Dudó.

—Si Julia nos escucha, me lo recordará toda la vida —le informé del inconveniente que suponía tener a mi querida amiga a escasos metros de distancia en plena noche.

Tiró de mí, encerrándome entre sus piernas.

—Va a ser un problema ... —lamentó.

Mi rodilla rozó su entrepierna. Si bien no había cobrado mucha vida, podía ver que el bulto era notable. Así pues, ejercí una pequeña presión en su nuca, obligándole a renunciar a la idea de retirar mi bikini y abrazar mi seno con sus labios. El destello de sus pupilas claras me atrajo como si fuera la última fuente de luz en el universo. Me incliné y lo besé más de una decena de veces.

—Lo hemos hecho en peores condiciones —mascullé, aprisionada en aquellos besos— Creo ... —Sonreí brevemente.

—Estás siendo muy optimista, chérie ... —Alabó mi fe ciega.

—Va en serio ... —respondí—. Gruñes mucho cuando tenemos sexo.

—¿Y tú qué? —Su mano en mi trasero era un peligro y lo confirmó al mover el elástico de la braga y comenzar a bajarla por mi muslo—. ¿Es que te pasas el rato callada? —Me retó a contestar.

Rompí el desfile de besos y disfruté de la fricción de la tela contra mi piel.

—¿Quieres apostar? —Le propuse.

—¿Ahora te va la ludopatía? —Se rio en silencio.

Yo sostuve con decisión su barbilla y él me contempló en un estado de sumisión demoledor para mis agitadas hormonas.

—El primero que emita algo más fuerte que un suspiro —Me robó un beso liviano—, tendrá que hacer lo que el otro quiera. ¿Trato?

—Trato ... —Accedió. En ese halo de deseo, me habría dicho que sí a cualquier cosa—. Pero hablar no cuenta —Determinó, conocedor de que no seríamos capaces de tratarnos una palabras que saldrían de nosotros, quisiésemos o no.

Se las arregló para que la parte inferior de mi bikini cayera al suelo y yo me encontrara en una desventaja momentánea.

—Cierra la boca, Leclerc ... —dije, convencida de que yo no sería la perdedora—. Veamos si eres capaz de aguantar.

En primer lugar, me arrodillé. Él echó al aire una carcajada hueca y no perdió detalle de lo que hacían mis manos, que desabrochaban sus bermudas meticulosamente mientras elegía la táctica que llevaría a cabo para ganarle aquel pulso.

—No es justo que vayas ... —Estaba segura de que se refería a lo injusto que era que yo moviera ficha primero, pero no lo dejé terminar porque, con sus bermudas fuera de la fórmula, saqué su miembro de los bóxers negros y, rompiendo todos sus esquemas, me pegué a él para que entrara en contacto directo con mis pechos—. Me fais pas chier, Helena ... —murmuró con la voz medio rota de la excitación.

Solo hice que rozara la curva de mis senos. Ese era el aperitivo y a Charles no pareció desagradarle ni una pizca, por lo que me prometí volver a ello después de masturbarlo con las manos. Naturalmente, no había lubricante por ninguna parte, pero mi boca pudo suplirlo bastante bien. La saliva que resbalaba por su falo me facilitaba la tarea de bombearlo. También hice un breve uso de mi boca. Habría dedicado más tiempo a ello si Charles no se tensara con cada movimiento de mi lengua. Mi plan no se basaba en repetir lo de Austria sin más. Por lo tanto, solo calenté los motores.

Me daba bastante curiosidad hacerlo con mis senos. Charles ya albergaba toda una colección de obsesiones con ciertas partes de mi cuerpo, aunque ninguna se asemejaba a lo que sentía por mi pecho. Siempre había sido débil a él y averiguar si podía resistirse a una masturbación de ese tipo era mi maliciosa prioridad.

Todavía no se había erguido en exceso. Eso sí, su endurecimiento se había producido en tiempo récord. Considerando que ya estaba húmedo, lo guié para que la fibra de mi bikini descentrara a su dueño. Tan pronto como sintió la suavidad de mi piel en su virilidad, emitió el primer suspiro de muchos.

—Siempre me ha resultado curioso que en cada país se le diga de una manera ... —Introduje su falo entre mis senos, asfixiándolo y ayudándome del bikini como límite para que no se escapara del reducido espacio. La presión debió matarlo de mil formas distintas—. En España es una cubana —Busqué sus ojos y él boqueó ante la imagen que tenía a sus pies—. ¿Cómo se le llama en Francia?

A punto de atragantarse con exhalaciones intermitentes, se reclinó y buscó un pilar al aferrarse con ambas manos a las sábanas de la cama.

Branlette espangole ...

Mi sonrisa se duplicó al saber la denominación que le habían dado los franceses.

—¿No te estás quedando conmigo? —Contuve la risa.

—Ojalá pudiera ... —resopló antes de evitar mi pícara mirada y alzar la suya al techo de la habitación que nos vigilaba en la penumbra.

—Entonces tendré que hacer honor a ese nombre —alegué con una buena dosis de burla.

Vi cómo su nuez bajaba y subía. Trataba y tragaba, agobiado por las olas de placer que se juntaban en su sexo continuamente. Con cada apretón de mis pechos, de arriba hacia abajo y bien posicionados contra su miembro, percibía algunas palpitaciones que atestiguaban la delicada posición en la que Charles estaba.

Maudit le moment où j'ai accepté de jouer à ceci ... —maldijo con la quijada apuntando al techo.

Tu abandonnes? —Le piqué.

—No, joder ... —Jadeó después de que mis senos lo estrujaran de nuevo—. Claro que no.

No me habría extrañado que se corriera, pero se estaba resistiendo a ello para disfrutarlo y no adelantarse a todo lo que le ofrecía aquella práctica. Al final, lo que más nos gustaba a los dos del sexo eran los preliminares y esa masturbación tan concreta era igual a traer un pedacito de cielo a su alcance, así que me esforcé por llevar una velocidad y una fuerza apropiadas a sus preferencias. No era una experta en esos temas, ya se lo comenté en Austria, aunque no me importaba hacerlo si conseguía tenerle así de desquiciado y saturado. Era increíble, incluso si se negaba a mirarme porque mi viciosa imagen le daba más motivos para estallar.

—No hagas trampa y mírame —demandé, más cruel que de costumbre.

—No puedo ... —me respondió, tembloroso.

Entonces, dejé de oprimir su longitud, más erecta y prominente, y me declaré en huelga.

—Pues gano yo —Establecí y al medio segundo ya había recuperado su mirada—. Ha sido más fácil de lo que pensaba.

—Sigue.

Su orden humedeció más lugares de mí de los que reconocería. Sin añadir nada más, recogí mis tetas y con ellas abracé otra vez su virilidad. En aquella ocasión, Charles se armó de valor y no rechazó sus oscuros anhelos por observarme, dedicada a él por completo.

Tu peux jouir si tu veux —hablé mientras cruzaba las piernas, en cierto modo ansiosa.

—¿De dónde sacas ese ...? —Sus venas palpitaron con una intensidad que le arrebató el habla de golpe. Necesitó unos instantes para inhalar y amansar al monstruo que se alimentaba de mis vehementes bombeos—. ¿Ese vocabulario? ¿Eh?

Le regalé una sonrisa de orgullo.

—Lo primero que se aprende de otro idioma son los insultos y las groserías —Me defendí, obteniendo una mueca suya, seguida de un dulce amago de gemir.

Unos minutos después, blasfemar se había vuelto su actividad favorita. Lo hacía en todos los idiomas que conocía, angustiado y fascinado por la facilidad con la que mis senos podían cumplir una función tan lasciva y complaciente. Mi objetivo pasaba por hacer que se viniera. No había nada que ansiara más que eso y Charles, a pesar de oponer resistencia, sabía que se sentiría mejor que nunca cuando atrapara el clímax.

—Helena ... —reclamó mi atención, suspirando—. Te voy a manchar ...

Me sujeté los pechos, expectante.

—Está bien —No me puse ningún problema.

Apenas tenía ropa encima y no me importaba que se corriera sobre mí.

—No, es que ... —Tragó saliva. Estaba inquieto, lo que me decía que no había hecho algo así con otra mujer—. Va a ser mucho y ...

Me llevé la mano derecha a la espalda y solté el nudo del bikini. Este se me resbaló del pecho y solamente necesité quitar las cuerdas para que desapareciera de mi torso.

—¿Así te quedas más tranquilo? —inquirí antes de chupar su punta.

Merde ... —balbuceó Charles.

El calor de su semen me abrasó la piel en cuestión de segundos. Llegó hasta el nacimiento de mi cuello. Cuando miré el desastre, solo veía y sentía las gotas caer por mi pecho. Charles había ahogado todos los gemidos y me costaba creer que lo hubiera logrado porque la descarga que había realizado era impresionante. El pobre estaba sudando y agitado, como si hubiera corrido una maratón.

Lentamente, fui dejando su miembro y me incorporé para pedirle un beso. No fueron necesarias las palabras; él, sin aire, se aproximó y me lo dio mientras yo trataba de no tocarle demasiado. Incluso mis dedos habían acabado manchados.

—Hay toallitas en el baño —le dije.

Él prolongó aquellos besos un poco más de tiempo, recargando fuerzas, y asintió. Se puso en pie y, de camino al cuarto de baño, intentó retirarse las bermudas. Sus dedos debían estar hechos de gelatina, pues regresó y todavía no se las había quitado.

El rubor en su rostro era indicio de que había sido muy extenuante, pero Charles no se amedrentaba por esas cosas y, en cuanto me dio las toallitas, fui consciente de que aquello solo era el comienzo.

Esperó con paciencia a que me limpiara los senos y, tan rápido como dejé los pañuelos húmedos en la papelera del cuarto, me agarró del brazo y yo no tuve más remedio que regresar a la cama.

Allonge-toi ... —decretó y yo me recosté sobre el colchón en el mismo lugar que él había ocupado, aunque descansando la cabeza en uno de los almohadones. Respiré hondo, con la vista fija en sus pantalones, esos que Charles se bajaba a un ritmo pausado—. Si vamos a jugar con las debilidades del otro, prepárate para perder —Amenazó con vencerme—. Tes faiblesses sont pires que les miennes, belle —Evidenció, dejando caer las bermudas al suelo a la par que sus bóxers para encaramarse a la cama e hincar las rodillas entre mis piernas. Estaba desnuda de pies a cabeza, pero no pudo diferenciar lo que sucedía en mi sexo, así que me preguntó directamente—. ¿Has lubricado?

Su pregunta me mojó más que haberle hecho una cubana. Charles nunca llegaría a entender cuánto me excitaba que fuera responsable y cuidadoso mientras teníamos relaciones sexuales o simplemente nos tocábamos. A lo mejor, la ausencia de esa clase de actitud en mis relaciones previas me había generado un retorcido deleite al respecto.

—Poco —le contesté, algo tímida.

Creí diferenciar algo entre sus manos. Posiblemente fuera el preservativo, pero solo podía observar el dorso de su mano derecha, plagado de venas y senderos que habría dado la vida por recorrer una y otra vez.

—Entonces —Se acercó, apartando mis piernas para tener toda la anchura que anhelaba—, es mi turno, cariño.

Y descendió hasta que sentí sus dedos y su boca en mi feminidad, preparados para devorarme y drenarme las fuerzas que tanto había protegido durante esa primera ronda.

La combinación de su lengua y de sus dedos era mortal para mí, como siempre. Aun así, fu capaz de tolerarlo a base de medir mi respiración y morderme los labios cada vez que un gemido intentaba escapar de mi garganta. Tocando su cabello, reprimí las ganas de aterrizar en un orgasmo y Charles, alertado de mis admirables esfuerzos por aguantar, acarició mis muslos para luego mirarme.

—¿Es difícil? —me preguntó.

La sonrisa burlona que desfilaba por sus labios húmedos era mortífera.

—No ... —negué, mintiendo pésimamente mal.

Charles besó una última vez mi clítoris y un espasmo de placer me llevó a coger las sábanas con una desesperación más que palpable.

Fui recuperando el sentido de la orientación y, de repente, él había subido a mi pecho, besándome allí donde le apetecía y donde se le antojaba que más daño haría a mis frágiles murallas. Mordió uno de mis pezones y yo me clavé los dientes en la lengua.

Vraiment?

Atrapé su nuca en la palma de mi mano y sus besos dejaron de vertirse en mis senos para desembocar en mi famélica boca. Entre esas caricias, que más parecían mordidas, acomodé las piernas a ambos lados de su cintura y el ligero roce de su pene en mi entrada me hizo ver más estrellas de las que había esa noche en el cielo.

—Charles ... —Gimoteé su nombre—. Deja de ...

Él se echó contra mis belfos, deseoso de alimentarse de ellos como ya había hecho en cientos de ocasiones.

Pourquoi? Tu ne voulais pas parier? —Acertó a decir en aquel baile poco sincronizado entre nuestras bocas.

—Ni siquiera sé qué estás diciendo ... —Admití que mi traductor se había atrofiado por el desbordamiento de emociones.

—¿Algo te está bloqueando? —Insistió, empujando a la vez la cabeza de su sexo, que resbalaba gracias a todos los fluidos, míos y suyos—. Bon Dieu ...  —Impaciente, por un instante rechazó mis comisuras y miró de refilón lo que sucedía abajo, pues su miembro trataba de internarse en mí sin mucho éxito—. Comment peux-tu être si serrée? —exclamó.

—¿Qué? —murmuré con una neblina densa a mi alrededor.

—Da igual cuántas veces lo haga ... —Volvió a mí, a colmarme de atenciones y de besos descontrolados—. Siempre es mejor que la anterior ... —Jadeó.

—¿Quieres dejar de hablar y ...? —dije, exaltada.

Me penetró con un cuidado que no quería pero que necesitaba para que todo encajase. Llevábamos más de una semana sin mantener relaciones. Mi feminidad podía estar exultante y atormentada por su falta, lo que no implicaba que la brusquedad fuera una buena aliada. Charles fue entrando y, mientras medía su avance al milímetro, yo arrugué su camisa entre mis furiosos dedos. Acostumbrarme a su opresión no era un problema, así que descargué toda mi adrenalina en sacarle la prenda, desnudándolo por fin, y palpé su espalda hasta que mi esencia estuvo por toda ella.

—Dime si te duele ... —susurró y ahondó en mi cavidad lentamente.

—No duele ... —Zarandeé la cabeza, tan absorbida por el acto que ni siquiera recordaba cuál era mi derecha o mi izquierda.

—Genial ... —Suspiró, echándome de nuevo sobre mi rostro para besarme y así suprimir nuestros lamentos, que debían morir antes de nacer.

Durante esa batalla de quejas mínimas, él permaneció todo el tiempo encima de mí y conservamos prácticamente la misma posición, aunque mis piernas fueron cambiando a petición de Charles, que parecía perseguido por una angustia estratosférica por no poder estar más cerca. Me tocaba como si quisiera fundirse con mi piel. Ser parte de mí y que yo entrase también en su sistema.

Mi cómplice en aquella locura de estímulos y sofocos fue el cabecero de la cama. El mobiliario sufría conmigo las estocadas de Charles. Llegué a creer que lo dañaría seriamente, pero lo prefería a clavarle las uñas a él sin darme cuenta.

La efervescente sensación del orgasmo se hizo más palpable después de que Charles se entretuviera con mi clítoris, dueño absoluto de mi punto más álgido en cualquier acto sexual. Automáticamente, gemí más alto de lo acordado. No pude reprimirlo. Si lo hubiera guardado en mi interior, habría perdido la cabeza.

Charles besó mi mandíbula, atento a mi boca abierta y a lo que sus oídos habían captado en el silencio de nuestra habitación.

—¿Y ese grito? —Remarcó—. ¿Te sientes bien?

Madre mía ... —clamé en un castellano que se deshacía.

Iba a llegar antes que él. Lo supe con la siguiente contracción de mi vagina.

Su victoriosa sonrisa me alumbró. Charles se levantó levemente, tomando en su mano parte de mi vientre para tener un pilar al que aferrarse en los próximos segundos, ya que se avecinaban unas turbulencias catastróficas en mi sexo y él no quería perdérselas.

—Vas a romper el cabecero ... —Me alertó mientras sonreía. Después, acarició mi cadera y se ensartó en mí una vez más. Yo me cogí a uno de los barrotes de madera del cabecero, experimentando el clímax a través de espasmos musculares—. Ciérrate un poco más ... —El cuerpo no me respondía. Él lo sabía, como sabía que mis padres se echarían sobre su miembro aunque no se lo pidiera. Así fue; me estreché alrededor de su falo y Charles apretó los dientes en un momento que le supo  a gloria—. Voilà ... Cuando te corres es una ...

—Yo ... Charles ... —Pestañeé, sobrepasada por el placer y los distintos temblores, hasta que un plástico brilló entre las sábanas y el manto de nubes que espesaba mi mente se disipó de golpe—. Espera ... Charles ... —Le transmití mi duda al apoyar un par de dedos temblorosos en su estómago bajo. Charles posó sus ojos en mi rostro—. ¿Y el condón?

No recordaba haber visto cómo se lo ponía y eso que andaba perdido por la cama, cuadrado y pequeño, indicaba que mi temor era real. Tampoco notaba una diferencia especial en su penetración, así que no podía guiarme por cómo me sentía mientras lo tuviera dentro. El orgasmo lo distorsionaba todo y no tenía manera de comprobar si solo estaba delirando.

—¿Eh? —Gimió él, consumido por el éxtasis de su segundo orgasmo.

—El condón —repetí, a lo que él se irguió, arrodillado y exhausto pero más despierto—, ¿te lo has ...?

Su semblante cambió, bañado de algo similar al pánico. Solo necesitó un segundo antes de empujarse fuera de mi feminidad y de asustarme de verdad.

—Mierda, mierda ... —masculló.

Ya separados el uno del otro, lidié con los estremecimientos en mis muslos y bloqueé mi entrepierna por instinto. Junté ambas piernas y traté de incorporarme, observando a Charles.

—¿Te has corrido dentro?

Las manos me dolían y las sienes me palpitaban como tambores. Una parte de mí era ajena a lo que estaba sucediendo y la otra estaba demasiado aterrada como para hacer algo, así que esperé. No había más alternativa que esa.

Él agarró su miembro y lo bombeó ágilmente.

—No ... —Negó. Mi suspiro resonó en el cuarto igual que una piedra en una cueva: afilada y hueca. Anestesiada, me dejé caer en el colchón y mi mano derecha se estampó contra mi frente sudada. Mi voz interna dijo que todo estaba bien, que solo había sido una falsa alarma, pero el pulso se me había desatado—. Putain, putain ... —Le escuché maldecir. Al instante, un líquido caliente roció mi pecho. Se corrió, repartiendo el semen entre mis senos desnudos. Con sus gruñidos y mis jadeos a modo de banda sonora, Charles recuperó el habla—. Ha faltado poco ... —Enterré los dedos en mi pelo y desvié la mirada hacia él, que fruncía el ceño de la preocupación—. Lo siento ... Te he puesto perdida ... —Estimó, contemplando seriamente los ríos blanquecinos que recorrían mi pecho—. Otra vez —Precisó.

Moví la cabeza y exhalé, intentando eliminar el miedo de mis venas.

—Da igual ... —dije en inglés, aunque la ansiedad hizo que hablara en mi lengua natal—. Ah ... Joder. Casi se me para el corazón ... —Aseguré y miré al techo, pensando en lo que habría significado que Charles hubiera terminado dentro.

—No me di cuenta ... —murmuró en referencia al preservativo que no se colocó—. Lo siento.

—No ... —renegué de sus disculpas y mi mano izquierda atrapó su brazo. Aquella caricia fue como un bálsamo para los dos—. Yo tampoco lo pensé ... Tranquilo.

Nunca nos había pasado. Siempre teníamos cuidado con ese tema y un desliz podía ocurrirle a cualquiera. Incluso había cogido el condón para ponérselo, pero la excitación consiguió que se le olvidara y yo ni siquiera lo valoré. Asumí que se había encargado de ello aunque fuera también mi responsabilidad y me sentía fatal por haberme desentendido.

Él recogió mi mano entre sus dedos, rescatándome de esos pensamientos poco amigables.

—Dejando a un lado el susto ... —Se forzó a sonreír mínimamente—. Ha sido una maravilla, ¿no crees?

—Una maravilla a costa de quedarme embarazada ... —contesté, aunque modifiqué mi respuesta, pues no podía cargarle la culpa a nadie más que a nuestro exaltado afán por colmar unos deseos carnales que no debían anteponerse a lo realmente importante—. Pero sí. Ha sido increíble ... —Afirmé, agotada de aquella montaña rusa de emociones.

Aún de rodillas, se inclinó y abarcó mi mejilla con su mano.

—¿Estás bien?

Asentí a pesar de no estarlo.

—No puede volver a pasar. Todavía no ... —No llegué a cerrar la oración.

—No volverá a ocurrir ... —prometió Charles, visiblemente intranquilo—. ¿Me perdonas?

Me sonsacó una sonrisita.

—Como si tuvieras la culpa ... —musité en castellano.

Charles entendió mis palabras y no faltó un beso final para poner el broche a un suceso que nos había dejado pálidos a ambos. Ni siquiera los restos del orgasmo pudieron contra esas hipótesis que se nos pasaban por la cabeza, demasiado complicadas para nosotros y para nuestra complicada situación.

—¿Voy a por toallitas? —Se ofreció, inquieto.

—Por favor ... —Le pedí, esforzándome por no parecer muy perturbada. Diligente, Charles fue al baño y trajo consigo el paquete. Yo me incorporé en la cama, pero él tomó las riendas del asunto y sacó la primera toallita para limpiarme por sí mismo—. Gracias —Le agradecí.

No quería darle vueltas a lo que podría haber pasado ni a la posibilidad de empezar a tomar otro tipo de anticonceptivos porque sabía que me arruinaría el buen humor y debía mantenerlo vivo durante esas vacaciones. Necesitaba estar bien, libre de problemas que me rompieran los sesos. Sin contar con que Charles también se moría por vivir una semana con la paz que sentía cuando estábamos juntos.

Tanto por él como por mí, apoyé mi espalda en el colchón y observé cómo las arrugas de su frente iban desapareciendo.

—Por cierto, has perdido —Subrayó acerca de la apuesta.

—Por cierto, has perdido —Lo imité de pena y mi pésima actuación le arrancó una tierna carcajada mientras retiraba los últimos trazos de semen de mis pechos—. Muy gracioso ...

—Búrlate todo lo que quieras, pero ha sido tu gemido y no el mío —Aclaró, orgulloso de su férrea resistencia.

Recogió el paquete y las toallitas usadas para tirarlas. Se paseó por la habitación, guardándolo todo y, más cómoda, inhalé, siguiendo su rastro por el cuarto. La oscuridad no le permitió hacer mucho, pero sí acertó a ponerse un bañador de parte inferior y cederme una de las camisetas anchas que había en mi maleta.

Era la una de la madrugada, según me dijo cuando revisó su móvil. Andrea le había hablado y no quería dejarlo desatendido hasta la mañana siguiente. Sentada en la cama y de piernas cruzadas, disfruté de la brisa cálida que venía de la calle y contemplé el duelo que mantenía entre sus labios y dientes mientras respondía a su entrenador personal. Siempre que se concentraba, acababa mordiéndose las comisuras, especialmente si tenía que elegir algo.

—¿Y qué tengo que hacer por usted, señor? —le pregunté, embelesada con sus afiladas facciones.

Estar concentrado en la conversación por mensajes no le impidió sonreír.

—Tengo que pensármelo —Se explicó.

—¿Pensártelo?

—¿Acaso dijiste que tenía que decidirlo ya? —replicó ante mi incertidumbre.

—¿Se puede saber por qué te fijas en los vacíos legales? —Contraataqué, de forma que su sonrisa creció, pellizcándome el pecho.

Charles apagó el teléfono y lo depositó en la mesilla, al lado del mío.

—Deja que lo piense tranquilamente. Ahora solo quiero tumbarme y abrazar a mi chica —dijo, subiendo a la cama y tumbándome sobre ella a la fuerza.

Después de las risas iniciales y de las carantoñas pertinentes, encontramos una posición relativamente desahogada, con él extendiendo su brazo por mi espalda y yo hecho un ovillo contra su costado. Mis piernas desnudas se entrecruzaban con las suyas en una maraña que me habría encantado apreciar toda la noche. Charles no quitaba la vista del ventanal, que, cerrado, reflejaba la claridad de los faroles de la calle colindante. Ya llevábamos varios minutos así, sin hablar, solo tocándonos, como si fuera una fuente curativa a cualquier mal que nos atormentara. Mis dedos recorrían de arriba a abajo su brazo derecho, diferenciando más venas con cada repaso.

Estaba esperando a que me contara lo que le tenía tan absorto y aturdido. Charles no era capaz de irse a dormir si tenía en mente un asunto que le pudiera arrebatar el sueño. Era una de sus reglas inquebrantables, por lo que guardé estricto silencio y me distraje dibujando senderos aleatorios e inconexos en la piel de su antebrazo.

—Helena —se pronunció, pasados casi diez minutos de introspección y religioso mutismo—, sobre lo de antes ... Lo siento —Su perdón me hizo comprender que se creía más responsable que yo, equivocadamente—. Sé que te has llevado un buen susto.

—Solo ha sido un susto —Sentencié.

—Sí, pero ...

—No pasa nada. De verdad —repetí a conciencia—. Ya está olvidado.

—No puedo olvidarlo —protestó él—. Tenemos que cuidarnos. Somos muy jóvenes y ... Si ocurre, tendrá que ser cuando queramos —argumentó y suspiró, taciturno—. Ahora sería un desastre ...

Y lo sería. Si cometíamos ese error y ocurría lo que estábamos pensando, muchos aspectos de nuestras vidas, de nuestro futuro, se pondrían patas arriba. Además de que no me sentía preparada en absoluto para traer al mundo a un bebé y dedicarme a él en cuerpo y alma cuando mis objetivos estaban puestos en otros campos vitales. La estabilidad laboral no estaba de mi parte en aquellos momentos. Todo apuntaba a un mal desenlace respecto a mi permanencia en Ferrari. Un embarazo haría que me replanteara cientos de cosas. No lo quería, aún no, y que él me comprendiera y sintiera lo mismo era el mayor consuelo porque no estaba sola.

—Tampoco podemos saber si me quedaría embarazada —alegué, meditándolo seriamente—. A veces no es tan fácil.

Había parejas que pasaban años intentándolo por diversas razones. Valorando eso, ¿yo me quedaría en cinta tras una sola vez? Era difícil de saber y tampoco quería confiarle algo tan importante a la suerte. Así pues, abarqué el ancho de su brazo con mi mano y me aferré a una realidad en la que eso no había sucedido.

—Supongo ... —Exhaló con pesadez.

Noté perfectamente que había un resquicio del que no se libraba.

—Pero hay algo más, ¿no?

Su respiración reverberó en mí como una piedra que cae a un estanque.

—Me da miedo que nunca llegue el momento adecuado para formar una familia —me confesó con un pesar que caló en mis tripas.

Que me lo dijera, sin tapujos ni reservas, fue un descanso indescriptible, pero entender la enjundia del asunto que le abrumaba me dejó traspuesta. Le asustaba algo natural y delicado, y estaba en su completo derecho de preocuparse. Sin embargo, quise saber más y aclararle mi criterio al respecto de la maternidad.

—¿Y por qué no llegaría? —inquirí—. Ya te dije que no lo descarto. Es más, cada vez me gusta más la idea —declaré, asegurándome de que supiera que no me negaba a ello.

—Porque soy piloto y me paso más de la mitad del año fuera de casa. Y tú te quedarías sola mucho tiempo —Me puso al tanto de sus pensamientos, que habían dado en el clavo, pues él no podría abandonar su trabajo, mientras que yo me vería forzada a hacerlo temporalmente—. En algún momento tendrías que pedir la baja en el trabajo y ... No me gustaría irme cuando tú ...

Charles intentaba encontrar la forma correcta de explicarse porque sabía que, fuera cual fuera mi decisión al respecto, tendría que dejar mi puesto por salud. Incluso con aquel escenario siendo inevitable, lo peor sería que él no podría estar a mi lado. Si su trabajo hubiera sido más ordinario y no se rigiera por un centenar de viajes a lo largo y ancho del globo terráqueo, no estaría lamentando algo que no había sucedido. Su malestar estaba bien fundamentado. Me di cuenta de que no había reparado ni en la mitad de los detalles que Charles resaltaba.

Lo más curioso fue que, aun con todos los inconvenientes que se nos presentarían si decidíamos crear nuestra propia familia, no deseché la posibilidad. La idea echó raíces en mi pecho, contra viento y marea.

—Lo manejaremos —hablé, tomando el relevo al ser más positiva que él—. Cuando pase, nos organizaremos como mejor podamos. Tenemos tiempo para pensar y para prepararlo.

Era pronto para esos proyectos de futuro, pero el desliz que tuvimos había conseguido que se le removieran muchas ideas. Charles era demasiado previsor a veces, aunque el tema lo ameritaba. No era algo que pudiéramos dejar a la suerte o al tiempo y me juré que pensaría en la mejor manera de llevarlo a cabo. No era una prioridad ni por asomo, pero a él le causaba recelo y saberlo era más que suficiente para que yo también buscara soluciones.

Sentí que se movía, apoyando su cabeza en la mía, y respiraba con fuerza.

—Sí ... —Su mano caliente en mi espalda fue determinante para que creyera en su predisposición a resolver aquellas especulaciones—. No puede ser tan complicado.

Apoyé la mejilla en su pectoral, buscando una cercanía casi extrema, y empecé a discutir internamente con mi propio ensimismamiento hasta que la voz me nació del fondo de la garganta y viajó fuera de mí en piloto automático.

—Las apuestas conllevan riesgos —mascullé.

Temí que no me hubiera escuchado porque el sopor del cansancio le estuviera absorbiendo, pero me contestó pronto y con la percepción exacta.

—No lo dices solo por lo que ha pasado —Asumió correctamente.

—No.

Charles lo sopesó, divagando a pesar de saber a ciencia cierta qué surcaba mi mente entonces.

—¿Cuántos equipos van? —preguntó al cabo de unos instantes.

—Cinco —dije en un suspiro.

—La mitad de la parrilla, ¿eh? —Acarició mi hombro como felicitación—. Enhorabuena.

—No siento que sea una victoria, Charles —le respondí, mohína—. Ya lo sabes.

—A veces uno tiene que desviarse un poco para conseguir lo que quiere. Sé que no es lo mismo y que yo lo tuve mucho más fácil que otros, pero tuve que pasar por Alfa Romeo antes de llegar a Ferrari. ¿Me sigues? —Intentó darle un enfoque diferente a mi peliaguda posición.

—Sí. Te sigo —Confirmé mientras me encogía más contra él.

El ambiente se espesó por momentos, como si la gravedad del tema también le hubiese golpeado a él.

—¿Tanto quieres quedarte?

Entrecerré los ojos y observé su abdomen descubierto.

—Mucho —Reconocí mi afán por permanecer en el equipo italiano—. Al principio creí que era por orgullo, para demostrarle a Mattia que merecía la pena tenerme entre sus filas —le expliqué acerca de mis sospechas—. Y ya he comprobado que no es eso —Acabé admitiendo.

—Pero Ferrari no apuesta por ti y tú tienes que elegir —Resumió, con bastante acierto, mi principal problema.

—Sí ... Y no sé qué hacer —No quise sonar desolada, pero tuvo ese efecto, precisamente porque lo estaba.

Mattia no había abierto la boca. No había comentado nada acerca de renovar mi contrato, al menos los meses que restaban de temporada, tal y como recogía la beca a la que accedieron los equipos. Y, si no decía nada, tendría que dar la cara por mi futuro laboral, aunque eso significara morir de vergüenza cuando él me negara aquella prolongación hasta final de año. Era su obligación llamarme a su despacho y tratar el asunto con la mayor profesionalidad. No estaba cumpliendo con su rol como jefe, más bien, parecía estar jugando a algo que no me gustaba. Me sentía un títere en sus manos, ninguneada, como si no me mereciera ni una maldita explicación.

—Este equipo es muy desagradecido cuando quiere —alegó Charles. El nombre de nuestro jefe de equipo aguardaba en la punta de su lengua, pero no lo mencionó—. Es ... Es como una moneda en un estanque —Eligió una comparación singular—. Quieres cogerla, cueste lo que cueste, porque parece algo mágico e inalcanzable. Entonces la agarras y la aprecias desde cerca, y ya no brilla tanto como antes ni parece tan grande ni tan valiosa. De repente está astillada, es imperfecta y tiene más defectos que virtudes —relató—. Es como si te hubieras enamorado de un espejismo.

La curiosidad me llevó a preguntarle de dónde venía esa concepción de Ferrari.

—¿Te sientes así? —le interrogué, en parte sorprendida

Él resopló, adentrándose en terreno pantanoso.

—De vez en cuando —Asintió—. No es un camino de rosas. En Ferrari, lo primero es Ferrari. Después viene todo lo demás, ya sea tu felicidad, tu ambición o tu comodidad —dijo con el corazón en la mano. No recordaba que hubiese hablado de su equipo soñado con tanta dureza nunca. Al oír su crítica, no me sentí sola y perdida en mitad de la nada, sino desorientada porque me entendía—. Supongo que eso ha hecho que el equipo se mantenga a flote durante tanto tiempo, pero es sacrificado y no me gustaría que te sacrificaras a ti misma por una marca que ni siquiera te lo agradece como es debido. Si el equipo no va a velar por ti ni por tu tranquilidad, vete —Resolvió tajantemente—. Sé que no estás a gusto con tu relación con Mattia. Sé que hay gente que te mira mal, que te envidia y que te juzga por haber llamado la atención del público. No es justo y no deberías aguantar ciertas cosas —comentó algunos de los puntos más incómodos de mi estancia en Ferrari—. Solo es mi opinión, pero quería decirlo —musitó para terminar, temeroso de haberse pasado de la raya.

La reflexión de Charles hurgó en mis recuerdos. El rumor de las calles de Mónaco recobró fuerza en mi memoria, ligado además a un individuo del que obtuve unas palabras muy sabias que debería valorar más en su justa medida.

—Hablé con Fernando en Mónaco y me dijo algo parecido —le comuniqué.

—¿Te dio algún consejo?

—Dijo que debería escucharme a mí misma y quedarme donde me sintiera querida de verdad —Rememoré lo que Fernando me recomendó antes de decidir dónde depositar mi confianza.

Esa guerra entre mi cabeza y mi corazón podía fulminarme despiadadamente. Aun sabiendo que el piloto español dio en el clavo al decir aquello meses atrás, había rescoldos que no me sentía capaz de apagar por completo. Rescoldos rojos con la estampa de un caballo a dos patas.

—A lo mejor este no es tu lugar. A lo mejor, por el momento, Ferrari no es el sitio donde puedas sentirte de ese modo —Trató de consolarme—. Que conste que yo te quiero muchísimo, pero no es el tipo de amor que necesitas sentir —Bromeó un poco.

—Pero, Charles ...

—Lo que quiero decir es que firmaste un contrato y el contrato se acaba. No hay compromiso más allá de ese papel —dictaminó y la contundencia que usó limó asperezas dentro mí—. Habrá otros. Más experiencias, más posibilidades de crecer y de sentirte querida —Su mano escaló a mi cabello suelto, peinándolo con sumo cuidado—. Yo puedo quererte con todo mi corazón, pero solo colmaré una parte, la que me corresponde. La otra parte, la que hace que te sientas realizada en tu trabajo como ingeniera, lamentablemente, no entra en mi jurisdicción. ¿O me equivoco? —me interpeló y yo no supe qué contestar ante una verdad que aplastaba cualquier duda—. ¿Lo ves? No debes sentirte culpable por marcharte, chérie ...

—No soy una persona que huya de los problemas –Después de escucharme hablar, quise rectificar—. Al menos, no en mi trabajo —susurré, pensando en mi padre, principalmente.

—No estás huyendo —declaró Charles—. Solo estás buscando un equipo que te acoja como un miembro más y no como un escaparate o una intrusa.

En Ferrari había hecho cosas que no me correspondían. Había respaldado a personas que, posiblemente, ni siquiera lo merecieran. Y no me arrepentía de haber sido buena porque hice lo que creí mejor para el equipo, para todos, incluso si mi voz se perdía en la multitud. No obstante, caer en las mismas trampas no era algo que tuviera entre mis objetivos. Aprendía de mis errores y no ofrecería de nuevo mi cuello para cubrir a otros.

—Supongo que tienes razón —Acepté que no estaba siendo egoísta ni cobarde.

—La tengo —Insistió él—. ¿Cuál es la oferta que más te gusta? —Se interesó por el anzuelo que me habían lanzado.

Acomodé mejor la mejilla contra su hombro y me recreé en el juego de sus dedos, todavía perdidos en mi melena oscura.

—La de McLaren es tentadora.

Charles intuyó lo que suponía que hablase del equipo naranja antes que del liderado por Christian Horner: instintivamente, intenté poner el foco de atención lejos de la mayor carnaza.

—Pero no termina de convencerte —Dedujo, resuelto.

Me mojé las comisuras.

La confrontación que se daba en mi interior cada vez que barajaba las cartas de las que disponía no era amable con mi dignidad ni con mi opinión acerca del piloto estrella de la parrilla.

—Es que ... Red Bull ... —balbuceé, abochornada por sentirme tan tentada—. Me ofrece ser la ingeniera de pista oficial de Checo, además de cursos de formación extra que parecen casi un sueño —le conté—. Podría mejorar tanto que ...

Le dije todo lo que me ofrecía Red Bull y él atendió a todas y cada una de mis palabras, sin prejuicios ni comentarios fuera de lugar. Que le hablara de otro equipo no fue determinante para que no tuviera en cuenta el peso de la proposición. Seguía albergando el título de novata, sin importar los éxitos que cosechase en Ferrari, así que nunca habría podido soñar con unas condiciones tan buenas como esas en mi primer año en Fórmula 1 como ingeniera en activo.

Después de mi extensa enumeración de beneficios, Charles inhaló profundamente. Todo su pecho se removió, aunque en su cabeza debió producirse un fuerte seísmo porque la ilusión en mi voz denotaba por quién me inclinaba realmente.

—Está claro que saben lo que hacen —dijo, asimilando que, por el momento, eran los ganadores de esa carrera—. Además, es un buen equipo. Sólido y experimentado. Estoy seguro de que Horner cuidaría bien de ti. Le conviene tratarte como una reina —aseveró, dándoles un voto de confianza—. Aunque es perro viejo —Puntualizó la contraparte de Horner—. Ándate con cuidado, por favor —me suplicó, obviamente preocupado.

—Sé que no te gusta la idea de que me vaya a Red Bull.

Y no era algo seguro. Todavía no había decidido nada, pero era muy consciente de que Charles sufriría de distintas formas si me unía a los actuales campeones del mundo y no pretendía tenerle en vilo mientras ese trabajo durara.

—Aquí no importa lo que yo prefiera, sino lo que tú pienses —Estableció una barrera con la que yo no estaba de acuerdo—. Aunque el capullo de Max no me inspira ninguna confianza, claro —Soltó un suspiro de inquietud—. Es cierto que Horner ha debido ponerlo en su sitio después de lo que dijo sobre ti, así que ...

—Tú me importas, Charles —le reclamé. Mi mano se desplazó de su brazo al centro de su pecho. No lo hice adrede. Se trató, más bien, de una necesidad personal de hacer que mi mensaje llegara a él, y el contacto directo, de piel con piel, fue la reacción involuntaria más humana—. Me importa que estés bien y tranquilo.

—Estaré tranquilo siempre y cuando te vea feliz. Y si esos toros te hacen feliz, benditos sean —Mis labios tiritaron, a punto de sonreír gracias a la bondad que me entregaba, pero la situación no era la adecuada y me reprimí. Charles, por su lado, se inclinó y encontró más proximidad al hundir su boca en mi pelo—. Solo quiero que estés bien y ahora no lo estás, mi vida ... —Señaló con gran acierto—. Puede que Ferrari fuera un desvío. ¿No lo has pensado? —Sí que se me había pasado la idea por la cabeza, por mucho que me hiriera—. Puede que solo fuera una parada antes de tu destino final. El que siempre debió ser tu primera opción.

Ambos conocíamos los motivos por los que me decanté por la Scuderia: básicamente, él. Él y el impertinente terremoto que provocó en mi vida. Sembró la semilla de la duda en mí cuando parecía imposible que alguien lo hiciera. Dudar me llevó de vuelta a Charles y siempre estaría en deuda con esa parte de mí que no se contentó con lo que ya tenía asegurado y apostó por algo más. Ese algo me había salvado en más sentidos de los que podía diferenciar.

—Si es así, me alegro de haber tomado ese desvío —dije.

—Como en Cars.

En esa ocasión, sí que exprimió una sonrisa de mis labios.

—En Cars, ese desvío se volvió su hogar —recordé, más relajada.

C'est vrai ... —Rio, suave.

A pesar de que sentía el pecho más ligero, no pude sino pensar en que marchar de Ferrari me desgarraría el alma.

—De alguna forma ... Ferrari siempre será mi casa —confesé—. ¿Tiene sentido?

—Tiene mucho sentido —Afirmó Charles al tiempo que besaba mi cabello.

El cosquilleo en las esquinas de mis ojos fue el aviso que necesitaba. Rápidamente, le pedí que cambiáramos el asunto.

—Hablemos de algo que no me dé ganas de llorar, por favor —gimoteé.

—Está bien, tesoro ... —Él acomodó la cabeza en la almohada y yo me adormecí durante los siguientes segundos. El silencio en la habitación me invitaba a caer rendida. Sin embargo, Charles tenía la intención de hablar sobre un tema muy concreto. Ese que parecía estar robándole el sueño—. Ahora que lo pienso, tu abuela me dijo que en Portugal hay una tradición por la que las madres nombran a sus hijas.

Mis sentidos despertaron al instante y una serie de carcajadas repercutieron en nuestro cuarto. Incluso arriesgándome a molestar a Julia, con quien compartíamos pared. Charles sonrió a lo grande, orgulloso de haberme subido el ánimo con un comentario tan simple e inocente.

—Genial —Reí y, antes de aplacar esas risotadas, me aparté de su cuerpo y observé de primera mano que sus hoyuelos estaban a la vista—. ¿Hablar de niños es tu mejor estrategia, campeón?

Charles estiró los brazos, desperezándose, y todos sus músculos se contrajeron bajo mi mirada.

—Bueno ... —Bostezó.

En vez de echarme contra él nuevamente, me tumbé a su lado. Charles debió sentirlo extraño porque siempre que dormíamos juntos me pegaba a él como una lapa, así que analizó mis gestos mientras me colocaba boca arriba en la cama.

—Sí. Son las madres quienes se encargan de eso —Giré el rostro, entablando una conversación con sus pupilas verdes—. Los padres de los niños y las madres de las niñas —Reiteré y eché mi brazo derecho en su dirección—. Vieni?

No titubeó a la hora de rodar por las sábanas y aterrizar en mi pecho para abrazarse a mí como un koala.

Sempre ... Mmm ... —Se colocó de forma que fuera imposible aplastarme por su peso. En realidad, aunque lo hubiera hecho, era un precio que estaba dispuesta a pagar. Tener su pelo rozando mi mejilla y su moderada respiración en mi cuello era una de mis cosas favoritas—. ¿Qué nombre le pondrías? —me preguntó.

Ojeé el ventilador del techo, que apenas nos daba un poco de alivio ante el calor de agosto.

Si la temperatura fuese un problema real para nosotros, no querría que me abrazara de este modo, pensé.

—¿Y si fuera un niño? —Propuse.

—Será niña —dijo, muy convencido de que su sexto sentido funcionaba perfectamente. Aquello me provocó una tonta sonrisa—. La primera será una niña. Estoy seguro.

Pasé una mano por su ancha espalda y la otra descansó en su cabello entre distintas caricias.

—Aurora —murmuré, sin meditarlo mucho—. La llamaría Aurora.

—¿Aurora? ¿Como la princesa? —habló, divertido.

—Sí ... Aunque no me gusta por eso —clarifiqué—. Significa "amanecer". Todo tiene un significado y un porqué —Esa era otra de mis verdades universales—. He estado dándole vueltas y creo que ser madre debe de ser algo así. Traer al mundo una nueva vida no es fácil, pero es un comienzo —Le expuse mi opinión.

Su nariz cosquilleó mi piel. Plantó un beso allí, en el lateral de mi cuello, y emitió su juicio.

—Me gusta —Ronroneó—. Es precioso.

—Lo es.

No sabía muy bien por qué me fijé en ese nombre. De pequeña se lo ponía a mis muñecas miles de veces, pero no hasta que tuve más edad que busqué su significado y me enamoré todavía más de él. También me gustaban otros tantos, por supuesto, y, si a Charles no le hubiera parecido una buena opción, habría buscado uno que tuviera la misma carga de significado. Afortunadamente, le pareció perfecto.

—¿Es normal que piense en estas cosas? —inquirió—. ¿No te incomoda?

—No, porque significa que te preocupa nuestro futuro. Y yo también quiero un futuro contigo —Por lo que me decía su corazón y las densas pausas entre una exhalación y otra, imaginé que estaba agotado—. ¿Tienes sueño?

—No ... —Pero tardó tanto en responder que ni siquiera su piadosa mentira pudo ocultarlo—. Es solo que ... Siento que ahora puedo descansar después de mucho tiempo sin hacerlo ...

—Eso es que estás cansado, Charles ... —Constaté.

—Puede ... —Un bostezo le robó el habla por unos segundos—. Helena ...

Sus mechones resbalaban entre mis dedos y el coro de sus respiros y los míos armonizaban el momento. ¿Había una sensación mejor que aquella? Parecía que nada podía alterar mi paz entonces e imploré al futuro que me permitiera disfrutar de él y de esa vida en conjunto.

—¿Sí?

Amodorrado por el sueño, se entretuvo antes de focalizar y dar forma a su discurso final.

—Quiero estar en todos tus comienzos y formar parte de ellos ... —Soplé al aire, sensible—. Que estés en otro equipo no va a impedir que me sienta orgulloso de ti, de lo que conseguirás y de la profesional en la que te convertirás ...

Presioné mis comisuras y abracé la picazón en mis lagrimales como buenamente pude.

—Recuerdo ... Recuerdo lo que dije aquella noche en Baréin —Esa noche, esos minutos que estuve con él, parecían tan lejanos como mágicos—. La chica de Red Bull y el chico de Ferrari ... Parecía algo destinado al fracaso —Recordé con los ojos demasiado húmedos.

—A mí nunca me lo pareció —me respondió Charles.

—Porque tú eres un romántico empedernido ... —Intenté que el chiste aliviase las lágrimas, pero fue un caso perdido porque mi vista, ya borrosa por la falta de mis gafas, se opacó más—. Y yo no podía estar más equivocada —reconocí mi craso error y la primera gota empezó a derrarmarse—. Funciona. Dios mío, funciona tan bien que mi yo de esa noche no se lo creería ...

Él sintió que perdía el control y se incorporó para atraparme en su pecho antes de que el llanto empeorara.

—Shh ... —Y me encerró en su abrazo protector.

—Te quiero, Charles ... —Lloré esa declaración con gotas saladas y libres de unas cadenas que no quería volver a soportar nunca más—. Y quiero esos comienzos más que nada en el mundo ... —Expresé mientras mis palabras se entrecortaban igual que una radio rota.

Las posiciones habían cambiado. Él me sostuvo el resto de la noche, aunque no sin antes consolarme entre pequeños susurros que, paulatinamente, se desvanecieron en la espesura de aquella madrugada.

—Los tendremos, ma belle ... —dijo varias veces en mi oído—. Los tendremos ...







🏎️🏎️🏎️

La primera victoria de Lando Norris en Fórmula y el cumpleaños de Helena (hoy, 7 de mayo) tenían que celebrarse debidamente 😎🎉🎈, así que aquí os traigo un buen capítulo de Fortuna ❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹

Y no nos olvidemos de ese tercer puesto de Charles 🤧❤️

Btw, subiré algunas cosillas al Instagram de Helena por su cumple. Estad pendientes mañana 👀

Y muchísimas gracias por el apoyo porque Fortuna ha llegado a los 400k y no sé en qué momento ha pasado ༼༎ຶ༎ຶ༽
Mil gracias a tod@s los que le dais una oportunidad a esta historia 🥹
No sabéis cuánto agradezco vuestras buenas palabras en comentarios 😭💜

Dicho lo cual, nos vemos pronto con el siguiente capítulo ♡♡♡

Os quiere, GotMe ❤️💜

7/5/2024

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