89 || santorini, grecia 📍
Helena Rivas Silva
Un taxi nos llevó hasta una de las esquinas del pueblo. Tuvimos que caminar un trecho, pero no se me antojaron más de dos minutos porque las vistas me entretuvieron de lo lindo. Boquiabierta, escuché más de una vez las risitas de Charles. Él estaba encantado de ver mis reacciones y de grabarlas a fuego en su memoria y yo no podía estar me ilusionado con la realidad que me esperaba durante más de una semana, visitando esas calles estrechas, sus playas y los lugares más recónditos de aquel poblado de adorables casas con cascos azulados.
La casa en la que nos quedaríamos tenía una entrada amplia y despejada. A la derecha, la cocina y el comedor, y a la izquierda una escalera de caracol que debía llevar a las habitaciones. Había un aire clásico y acogedor en la residencia. Joris y Carlos estuvieron de acuerdo conmigo en que no parecía un lugar extraño, sino todo lo contrario. Daba la sensación de que esa casa nos acogía con los brazos abiertos.
Ellos comenzaron a subir el equipaje a la segunda planta, pero yo permanecí abajo. Una ventana azul, colocada sabiamente a un lado del cuarto más pequeño, supuse que el baño, me pidió a gritos que la abriera. Las bisagras chirriaron con dulzura ante mi tacto y esa ventana me reveló la imagen digna de un pintoresco cuadro: el mar Egeo ondeaba plácidamente mientras pequeñas cabezas picoteaban la playa más cercana.
Inevitablemente, hice una foto al paisaje y, a punto de perderme otra vez en la magia de esa escena, un chillido de lo más familiar me atrapó desprevenida.
—¡Lena!
Cassandra dejó su maleta en la puerta y echó a correr hacia mí. La recibí con un abrazo y con alguna que otra carcajada. Ella siempre era muy enérgica y expresiva.
—Hola, Cassie —la saludé.
—Cuánto me alegro de verte ... —dijo, abrazándome como si no nos hubiéramos visto en años.
—Solo ha pasado un mes desde Silverstone —alegué, risueña.
—Una eternidad, vamos —Intervino Julia. Su cabello rubio estaba trenzado en forma de espiga y su sonrisa alumbraba más que el mismísimo sol. Al separarme de Cassie, también la abracé a ella—. ¿Qué te ha parecido? Grecia, ni más ni menos —Señaló, bastante alegre.
Di un corto paso hacia mi amiga, sujeta a su brazo.
—Julia, ¿se lo has dicho tú? —le pregunté.
—¿El qué? —habló con un desconcierto de caballo.
—Pues que mi abuelo era de aquí —Templé el tono de mi voz, sospechando que podría haberle contado sobre mi ascendencia griega—. Qué va a ser —bromeé.
—No —Negó, despistada—. Nunca me ha preguntado.
—¿En serio? —Dudé.
Si no se había enterado de esos detalles de mi árbol genealógico por Julia, no se me ocurría de quién podría haberlo sacado.
—¿Y la casa? —se pronunció Cassandra, que miraba escaleras arriba, enamorada de la disposición de aquella vivienda—. Es preciosa ... ¿Ya la has inspeccionado? —Me interpeló.
—Qué va —contesté—. Estaba esperando a que llegaseis para hacerlo.
—Pues vamos a ello, y así elegimos habitaciones —Volvió hasta nosotras y nos cogió de los brazos para luego arrastrarnos a los primeros escalones—. Tú dormirás con Charles, ¿no? —me interrogó.
—Supongo que sí.
—Entonces yo escogeré la más alejada —Decidió Julia con contundencia—. No quiero despertarme de madrugada porque alguien se dedique a hacer según qué cosas ...
Cassie se rio y yo miré desafiante a la rubia y pizpireta de mi amiga.
—Te crees muy graciosa, ¿verdad? —La imputé.
Lily y Albon llegaron veinte minutos más tarde y, entonces, nos distribuimos los cuartos. Al final Julia y Cassie se quedaron con el contiguo al nuestro. Charles no puso ninguna pega, así que me dije a mí misma que tendría que ponerle sobre aviso porque, al más mínimo ruido, se metería conmigo y con la suposición de que Charles y yo no habíamos dormido mucho.
No obstante, aplacé esa conversación tan nimia para otro momento porque decidimos ir a la playa y pasar allí el resto del día. Había un restaurante al filo de la arena y comimos muy bien. El resto de la tarde, los chicos regresaron al agua y, aunque Cassie me hizo compañía un rato bajo las sombrillas, se les unió y yo continué leyendo en soledad. No avancé en mi lectura más que unos cuantos capítulos. Había echado en falta disponer de algo de tiempo sin miles de números y cálculos en la cabeza ni problemas en los datos extraídos ni en los resultados de las carreras ... Descansé, aunque también pude detenerme en asuntos a los que no le había dedicado apenas atención en esos meses.
Perdí la noción del tiempo. Solo salí de aquella cavilación al recibir una visita inesperada.
—¿Qué haces?
Charles me tocó la espalda, pues me encontraba boca abajo, y su mano estaba tan fría que di un respingo, clara muestra del sobresalto que experimenté de pronto.
—¡Joder! —grité en español, provocándole una sucesión de melódicas carcajadas—. ¡Estás helado, Charles!
—Perdón, perdón ... —Se disculpó varias veces—. ¿Me haces hueco? —La tumbona no tenía más espacio que para una persona, pero, recuperándome del susto, me aparté hacia el lado derecho, a punto de caer a la arena, y él se echó en la misma posición. Con nuestros hombros chocando, tuve que acostumbrarme a las gotas de agua que resbalaban por todo su cuerpo—. ¿Qué estás leyendo? —Se interesó por mi pasatiempo.
—La sombra del viento —le respondí y cerré el libro—. Es de un escritor español.
—Ya veo ...
Más relajada, quise saber el motivo de que hubiera venido a verme, si es que había alguno.
—¿Y tú? ¿Por qué has salido del agua? —cuestioné—. Se os escucha desde aquí y lo estabais pasando muy bien.
—He venido para llevarte al agua y que te lo pases igual de bien que los demás —me explicó. Frente a mi silencio, debió creer que darme un refrescante baño no estaba en mis planes—. ¿No te apetece?
No era eso. Claro que quería pasarlo en grande con ellos. Simplemente se había hecho algo tarde mientras hacía que mi cabeza girara y girara como una peonza a la deriva.
—Estas semanas han sido muy agobiantes. Necesitaba ... Necesitaba estar un rato sola —Hice una pausa—, con mis pensamientos.
Charles asintió. Conocía esa parte de mí, la que exigía estar conmigo misma, sin distracciones, ya fuera para descansar interiormente o para poner ciertas ideas en su lugar.
—¿Y qué has pensado? —Continuó con el interrogatorio.
—Varias cosas —dije, bastante escueta.
—¿Cómo cuáles? —Insistió.
Una de las cosas que más me gustaban de los ratos que compartía con Charles era que, incluso antes de ser mi pareja, siempre hubo unos niveles de confianza tan altos entre nosotros que partió siendo mi amigo. Mi mejor amigo. Había temas que solo había hablado con él. Ni siquiera con Julia.
—Pues ... —Repasé el lomo del libro con los dedos—. En mi padre.
—¿Ha pasado algo con él? —inquirió, alarmándose.
—No, nada —clarifiqué—. Lo que pasa es que es muy probable que alguien nos fotografíe aquí.
—Es un viaje entre amigos, ¿recuerdas? —Apuntó, sosegado.
—Ya, pero ... —Leí por trigésima vez el título de aquella novela—. Creo que debería haberle dicho que estamos juntos. Sé que se imagina que hay algo. No es estúpido, pero tampoco es condescendiente. Si se entera por terceros de que vamos en serio, sería capaz de hacer cualquier cosa.
El temor a las represalias vivía en mí. Mi padre no perdonaba. Era rencoroso, aspecto que yo había copiado de su actitud, pero además era vengativo. No dejaba puntada sin hilo nunca. Si estaba en su poder, y siempre lo estaba, hacía lo que fuera necesario para declarar públicamente que quien mandaba en sus relaciones, tanto personales como de negocios, era él y únicamente él.
La pregunta que no lograba contestar era si tendría la poca decencia como padre de intervenir en mi vida amorosa. Aunque, claro, si había sido perfectamente capaz de meterse en mi vida laboral y personal, nada me aseguraba que se abstuviera de hacer y destacaron cuando se enterara de que Charles y yo éramos novios.
—¿Cualquier cosa? —repitió mis palabras—. ¿No estás exagerando?
—Tú has hablado con mi padre —Giré el rostro hacia él. Nuestras bocas podrían haberse tocado si no estuviera en un momento de la conversación delicado—. ¿Te parece un hombre sobre el que se pueda exagerar?
Charles tragó saliva, intimidado por el recuerdo de mi progenitor.
—No. No lo parece —Me dio la razón—. ¿Entonces? ¿Vas a decírselo? —titubeó.
—Debería, sí —Volví la mirada hacia adelante y solté un suspiro—. Lo que no sé es cómo hacerlo.
—¿No vas a ir a Jaén ahora que no hay trabajo?
—No sé si tengo ganas ... —mascullé.
No me atraía eso de viajar a España y pasar más de veinticuatro horas bajo el mismo techo que él. Sabía que era muy capaz de hacerlo y de enfrentarme a sus reproches y quejas, pero quería terminar el verano de buena manera y con mi padre no parecía viable un acuerdo, por tácito que este fuera.
—David te lo agradecería —Al nombrar a mi hermano, dio de lleno en la única tecla que podía doblegarme realmente—. Podría intentar gestionar mi agenda y ...
—Charles —Lo escruté de nuevo y calló—, sé que tienes programado un viaje con tus amigos, los de Mónaco, y después con tus hermanos y tu madre. No vas a poder sacar ni un día para ir a España —dije la pura verdad.
—¿Me estás retando? —exclamó, burlón.
—No. No estoy de broma —Mi seriedad le quitó la mueca de la cara—. Si vinieras conmigo, en lugar de descansar, andarías de los nervios y preocupado por lo que mi padre pudiera hacer o decir.
No pudo rebatir aquello porque ambos sabíamos que esa realidad era aplastante.
—Ojalá no me conocieras tan bien ... —protestó entre dientes—. Ese hombre me pone los pelos de punta —Admitió su miedo hacia mi padre.
—Pues eso, que no vas a venir conmigo al matadero —Arbitré, inflexible al respecto.
Decidiera lo que decidiera, tendría que contárselo, y cuanto antes mejor, así que debía recopilar fuerzas y energías para que no me derribara fácilmente. Al menos se lo pondría difícil.
—Eh —reclamó todos mis sentidos para sí y yo lo observé. Vi cómo besaba mi hombro, a un lado de la tira de mi bañador azul cielo—. Si saliera cualquier noticia, iría a donde hiciera falta y me presentaría como es debido frente a tu padre —Estableció con seguridad.
Su adorable comentario creó una tímida sonrisa en mis labios.
—Esa es una práctica del siglo pasado, Charles.
—Pedro Rivas es un poco chapado a la antigua para lo que quiere —argumentó, rememorando la forma de ser que demostró en su tensa charla durante el Gran Premio de Barcelona—. O esa es la impresión que me dio.
—Puede que lo sea, sí —Afirmé—. Aunque, si él es terco, yo lo soy el triple. Si se atreve a poner alguna pega, tendremos problemas de verdad —dije, dispuesta pelearme con él hasta que respetara mis sentimientos.
La sonrisa de Charles fue igual a una tirita en mi pecho, evitando que me desangrara por disputas familiares que aún no habían sucedido.
—Lo sé —Me dio un beso rápido. Lamentablemente, mis comisuras apenas lo notaron—. Ya tendremos tiempo para hablar con tu padre, así que no le des demasiadas vueltas y disfruta de estas vacaciones. No quiero verte con el ceño fruncido mientras estemos aquí —Me invitó a desconectar en cuerpo y alma, tal como merecía después de tanto estrés.
Al mirarle, distinguí una ligera rojez en su nariz.
—¿Te has echado crema? —Levanté las cejas.
—Antes de comer.
—¿Y qué quieres? ¿Ponerte como una gamba? —Me escandalicé.
Yo odiaba con todas mis fuerzas las quemaduras por exponerle demasiado tiempo al sol. Igual que lo necesitaba para vivir, nunca había sido una fanática de broncearme en verano porque estar demasiadas horas sin ningún tipo de protección contra los rayos podía ser contraproducente, incluso cancerígeno.
—Termino así todos los veranos —Se resignó él.
—No mientras yo esté para recordártelo —Me posicioné. Si él no se cuidaba, se lo recordaría. Muchas personas no le daban importancia a los efectos negativos del Sol en la piel, pero era un asunto serio. De ese talante, me senté con una pierna cruzada y le pedí que cogiera el bote de crema que había en mi bolso, al otro lado de la hamaca—. Déjame el protector solar, vamos.
Charles rodó los ojos como un niño pequeño al que su madre acababa de reñir y se inclinó para buscar el frasco.
—Sì, signora ... —Resopló.
A pesar de su aparente hastío, Charles sabía que lo hacía por su bien. Además, él se pasaba mucho tiempo en el agua y eso le quitaba gran parte de la protección, por lo que debería echarse más capas para no acabar como un tomate andante después de aquellas vacaciones.
Finalmente, me tendió el bote y yo lo agarré, no sin antes recibir un segundo beso suyo y un tierno "gracias". Se tumbó, flexionando todos y cada unos de los músculos de su espalda y brazos. Era todo un espectáculo para mis ojos, pues parecía que lo habían esculpido milimétricamente, pero no me abandoné a deseos carnales y abrí el cierre para echarle crema por la espalda. Empecé por los hombros, asegurándome de que la capa fuera generosa. Mientras me dedicaba a ello, pensé en la incógnita que había surgido desde que llegamos a aquella isla. Curiosa, no me aguanté y se lo pregunté.
—¿Por qué me has traído a Santorini?
Mi mano resbaló por su omóplato.
—¿Por qué? Mmm ... —vaciló adrede—. Porque es un lugar muy bonito, ¿no?
—Dime la verdad ... —Me reí y estruje envase—. ¿Quién te lo dijo?
—Tu abuela me lo contó cuando la visitamos en mayo —me lo confesó.
—¿De verdad? —dije, bastante sorprendida por la noticia.
—Le resultó curioso que te llamara por tu nombre completo y me explicó la razón por la que tu madre lo eligió —Restregué la crema por sus lumbares con cuidado y paciencia. Charles pasó unos segundos en silencio, observando a la gente que llegaba a la playa, preparándose para ver la puesta de sol en menos de un par de horas—. Entiendo que tu abuelo se pasara toda la vida queriendo volver a este sitio. Es maravilloso —Coincidió con la opinión de mi sabio familiar.
El entrañable recuerdo de mi abuelo Cosmo solía emocionarme hasta el punto de saltarme las lágrimas. Sin embargo, no fue así entonces. Siempre lo había asociado a una extraña mezcla de tristeza y de felicidad y durante años había Estado convencida de que una parte de mí murió con él, del mismo modo que me quedé incompleta tras el fallecimiento de mi madre. La diferencia que había era que, de algún modo, estaba aprendiendo a sentirme llena gracias a otros factores, como el trabajo, los amigos o el amor, propio y hacia los demás.
Si mi abuelo pudiera verme en aquellos momentos, se sentiría orgulloso de mí, y eso era más de lo que podía pedirle a la vida.
—Date la vuelta —La dejé espacio para que lo hiciera y, así, pudo mirarme a la cara mientras le hablaba de la figura de mi abuelo—. De pequeña, mi abuelo me contaba sobre sus veranos aquí, cuando era un crío. Eran historias muy graciosas y las narraba de una manera en la que me hacía imaginar que era yo quien vivía esa vida —Extendí la crema blanca por sus clavículas y él también se entretuvo repartiéndola por su torso—. Siempre le pedía que me trajera. Era complicado porque tenía problemas en las articulaciones y sus médicos no le recomendaban hacer viajes largos a esa edad. Mi padre nunca quiso que viniéramos —musité, afligida por la poca predisposición de mi querido progenitor—. Parecía que le daba urticaria pensar en lugares que me vincularan todavía más con la familia de mi madre.
Sujetó mi muñeca y esos malos pensamientos fueron relegados al fondo de los estantes que construían mis memorias.
—Seguro que contarte todo eso le hacía feliz, Helena —Confirmó algo que yo sabía de buena tinta, pero que le honraba—. Eras su otro hogar, ¿no? —Me sonrió, rescatando las palabras de mi abuela.
—Puede que sí, pero Grecia siempre fue su gran hogar. Imposible, pero su hogar —Expuse—. Es un alivio que pudiera venir una última vez antes de morir.
Charles dejó que le pintara las facciones con algo se protector. Sin embargo, no se limitó en su reacción y se mostró impresionado.
—¿Vino? —preguntó, incrédulo.
—¿No te lo dijo mi abuela? —Él agitó la cabeza como negación—. Fue gracias a mi tío Leandro. Compró una casa en Acrotiri el verano anterior a que mi abuelo falleciera —La imagen de mi tío provocó que sonriera con naturalidad—. Se las arregló para que los médicos le dieran el visto bueno y que hiciera ese viaje. Me habría encantado ver su cara cuando volvió —Añadí mientras la morriña se apoderaba de mí.
No lo veía desde que hice aquella visita a Jaén en mayo y, mientras que con el resto de personas que tenía allí, a excepción de mi hermano, por supuesto, era uno de los pocos seres humanos a los que me gustaría ver cada semana. Él era veterinario, aunque solamente durante medio año. El resto de meses los pasaba viajando a distintos países y se los distribuía de miles de formas, por lo que no guardaba mucha esperanza de encontrarlo en Santorini.
—¿Tu tío vive aquí? —inquirió Charles, que estaba descubriendo demasiados aspectos de mi vida y de mi pasado de golpe—. Bueno, en Acrotiri —Se corrigió.
Le unté la punta de la nariz de crema y él se encargó de repartirla a ciegas.
—Sí. No reside todo el año aquí, pero pasa mucho tiempo en la isla —le conté.
—¿Y no sabes si está aquí ahora? —Indagó en esa mina de oro.
—Ni idea —Suspiré y cerré la tapa del protector—. Va y viene.
Se apoyó en sus codos, incorporándose.
—Podríamos visitarlo. Me apetece conocerlo —Se declaró fan de conocer hasta el último de mis familiares.
Con una sonrisa moderada, asentí.
—Podría preguntarle.
—Hazlo —exhortó, emocionado—. Tenemos una semana entera para organizar una escapada a Acrotiri. No está lejos —Sumó a su argumentación.
—Vale —Accedí, deseosa de reencontrarme con un hombre que hacía más de padre que aquel al que se le había adjudicado el título por línea de sangre.
Charles lucía satisfecho con mis palabras. Se levantó con nuevas energías, casi contagiosas, y rodeó la tumbona para llegar frente a mí y proceder a llevar a cabo el que había sido su objetivo primigenio.
—Y ahora ...
Antes de poder pestañear, se echó sobre mí y deslizó sus brazos de tal manera que me agarró en peso sin yo poder hacer nada más que emitir un chillido agudo por el repentino giro que había tomado la situación.
—¡No! —grité, agarrándome a su cuello por miedo a perder el equilibrio y caer.
—Te vienes al agua —me comunicó y empezó a caminar hacia la orilla.
Me alegré de haberme quitado las gafas de sol, pero entrar en contacto con el agua fría tan forzosamente no era algo que me atrajera, a decir verdad. Por eso mismo, hice lo imposible y le supliqué, le imploré, que me dejara en tierra. Le prometería lo que quisiera, incluso me metería al mar por mí misma antes de sentir ese brusco cambio de temperatura.
Para mi muy mala suerte, él se lo estaba pasando en bomba y sus risas llamaban a un gran número de los turistas.
—¡Está bien, pero bájame primero! —apelé a su bondad y compasión.
Las primeras olas rompieron en sus rodillas y yo me encogí todavía más en su regazo. Las gotas que me salpicaron apenas eran un aperitivo de lo que obtendría si Charles avanzaba.
En realidad, si Charles hubiera percibido que aquella experiencia me daba pavor, no me habría hecho pasar por ese mal trago. Estábamos jugando, disfrutando de la complicidad y del descanso que nos brindaba aquel viaje, y si lanzarme al mar era parte de ello, no me quejaría en serio, sino entre algunas de mis escandalosas risotadas.
—Non parlare —Me regañó, achicando los ojos a causa de la gran sonrisa que se dibujaba en su boca—. ¡Chicos, mirad a quién traigo!
Nuestros amigos movieron sus brazos y estallaron en vítores al vernos llegar. Por si no estuviéramos dando todo un espectáculo, Julia decidió destacar aún más en aquel océano de turistas chismosos.
—¡Tírala, Charles! —chilló, gozándolo como una cría.
Que mi rapto le hiciera gracia no era ninguna novedad, pero yo le repliqué con la combatividad usual.
—¿¡Quieres que me parta la crisma, Julia!? —exclamé, pues la profundidad en aquella zona no me ofrecía mucha calma.
El nivel del agua ya alcanzaba la cintura de Charles y, con ello, también mis pies. No estaba helada, aunque la impresión que me dio fue igual de grande. Charles, ligeramente benévolo, me aupó mejor para que el agua no me engullera de un segundo a otro.
—¿¡Yo!? —gritó mi mejor amiga, al tiempo que Cassie y Lily se desternillaban de la risa—. ¡Qué va!—Intentó exculparse.
Recorrió un par de metros en dirección a los chicos, regalándome unos tristes segundos para acostumbrarme a los grados del resplandeciente mar Egeo. Entonces, se detuvo y yo supe que estaba localizando una zona hacia la que tirarme.
—Tendrás que perdonarme, tesoro —Se lamentó falsamente.
Sirviéndose de un solo brazo para levantarme en peso, se ayudó del otro para arrancar los míos de su cuello.
—¡Ni se te ...!
Me zambullí y la presión del agua hizo que mis oídos zumbaran por un corto lapso de tiempo. Para cuando salí a la superficie y me retiré el pelo del rostro, mis queridos amigos continuaban carcajeándose.
—¿No tienes aprecio por tu vida, Charles? —Rio Albon.
—Es solo una bromita —alegó el susodicho.
Su mayor error fue darme la espalda y no vigilar mis siguientes movimientos.
—Está claro que no sabes lo vengativa que es Lena —comentó Cassandra, muy acertada.
—Venga ya, Cassie ... —Charles debió sentir un escalofrío, pero fingió bastante bien—. No es para tan ...
No le di la oportunidad de concluir la oración y me tiré contra él. Al impulsarme, hundí sus hombros en el agua y Charles, que tampoco puso resistencia a mi venganza, se sumergió a raíz de mi cuestionable fuerza física. En secreto, le agradecí que participara en mi humilde vendetta.
—¿Cuántos segundos tienen que pasar para que una persona se quede sin oxígeno debajo del agua? —Charles comenzó a chapotear, fingiendo que se ahogaba y haciendo que todos volvieran a reír sonoramente—. ¿Alguien lo sabe? —Me uní a ellos, más contenta que nunca.
🏎🏎🏎
Poco que decir, solo que disfruten los próximos capítulos porque serán de chill, sobre ellos y su relación ♡
P.D.: no va a pasarle nada a Fortuna porque en la historia está todo en regla, pero me he creado una cuenta en Inkitt y en Inspired por si las moscas (por si me borran alguna novela, básicamente xD), así que, si utilizáis esas aplicaciones/plataformas normalmente, seguidme por ahí también 🫶🏻
Os quiere, GotMe 💜❤️🩹
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