87 || affrontements
Helena Rivas Silva
Después del desastre de Francia, nos dedicamos en cuerpo y alma a trabajar en la carrera de Hungría, la última de la primera mitad de la temporada. Yo me emparejé con Ricciardo, enfocada en las estrategias de Carlos, mientras que Xavi se encargaba de las de Charles en un intento desesperado por solventar el mal rendimiento del coche con buenas ideas. Me habría encantado poder ayudarle porque estaba solo y la carga era muy pesada, pero las órdenes de Mattia eran claras y no fui capaz de contradecirlas.
Mi contrato para la segunda parte de la temporada no parecía preocuparle. Ya me habían llamado otros equipos y estaba valorando sus propuestas. Las que más me llamaban la atención venían de Alpine y McLaren. Red Bull también me había enviado su proposición y era de lo más suculenta. Ellos me ofrecían un sueldo muy generoso y unas condiciones de trabajo más que decentes, además de un puesto exclusivo en el muro. Al parecer, había movimientos entre sus ingenieros de pista, que estaban barajando la posibilidad de rescindir sus contratos, y, al menos el de Checo, ya había dicho que se marcharía a Aston Martin para la siguiente temporada. Así pues, podría disponer de una posición inmejorable en primera línea del equipo.
Sin embargo, mi paz mental era mucho más importante que todo aquello y por eso mismo estaba centrándome en analizar las propuestas de los demás.
A pesar de que esas lecturas se llevaban gran parte de mi tiempo de descanso, casi todos mis esfuerzos estaban puestos en Maranello, codo con codo con Ricky, que no podía ser mejor compañero y maestro. Sin duda, uno de los aspectos que más extrañaría si mi camino y el de Ferrari se separaban sería su consejo.
El Gran Premio de Hungría no mejoró demasiado nuestra situación. Al contrario, consolidó lo que todo el mundo veía desde fuera; que estábamos en un callejón sin salida.
Carlos quedó en cuarta posición y Charles fue sexto. Esos puntos conjuntos fueron bien recibidos, pero no los saboreamos debidamente porque en la fábrica no había sonrisas en exceso.
Por la noche, Julia y yo nos reunimos en su habitación. Mercedes había conseguido su segundo doblete en apenas dos semanas y quería compartir su felicidad mientras nuestros aviones no partieran a países distintos. Charlamos de varios asuntos, de los planes que nos esperaban al acabar la temporada y de otros tantos temas hasta que una llamada entrante en mi móvil cortó la fluidez de la conversación. Cuando leí el nombre de Lily, la novia de Albon, me fue inevitable sonreír ampliamente. Al descolgar, pensé en que no la veía desde el Gran Premio de Canadá.
—Hola, Lily —la saludé.
—¡Lena! —exclamó, sobreponiéndose al ruido que la rodeaba—. ¿Dónde estás?
Era una pregunta un poco rara. A esas horas, solo podía estar descansando. Ya habían dado más de las once de la noche.
—Estoy en mi hotel, con Julia al lado —le expliqué y pulsé el botón del altavoz para que mi amiga también participara—. Salúdala, Julia.
—¡Lily! ¿Cómo estás? —dijo, estirándose en la cama—. No te he visto este fin de semana —Señaló, haciendo memoria.
—¡Hola, Julia! —dijo ella con alegría—. Estuve casi todo el tiempo en el box de Williams y al final no pude pasarme a saludaros —Nos informó acerca de su paradero—. Por cierto, ¡felicidades por ese doble pódium de George y Lewis! ¡Ya van dos Grandes Premios!
—Sí. Parece que la suerte nos sonríe por fin —comentó Julia, bastante feliz.
—Y el trabajo duro —recalqué yo, consciente de que había echado muchas horas para que George lo tuviera más fácil al subirse a su bólido—. Se ha esforzado muchísimo. Tanto que es la primera vez que la veo desde que llegamos a Hungría —bromeé sobre su reclusión en el box inglés.
Con la mirada asesina de Julia en mi rostro, oí la voz emocionada de Lily.
—¡Pues yo también quiero veros! ¡Algunos amigos y yo estamos en una casa rural que ha reservado el representante de George para celebrar el doblete de Mercedes! ¡Medio equipo está aquí! —Aseguró, eufórica.
—Algo me comentaron, pero ... —Empezó a decir Julia.
—¿Cuándo salen vuestros aviones? —La interrumpió Lily.
—Mañana a primera hora —recordé, aunque tenía que revisar la hora exacta.
—¡Entonces tenéis que venir! —Hizo una pequeña pausa, temerosa de haberse precipitado—. ¿O ya tenéis planes?
No teníamos nada previsto. En realidad, nuestro objetivo aquella noche era hablar y reposar después de unas semanas tan ajetreadas. Recargar las baterías debía ser la prioridad durante el parón de verano y había días suficientes para estar tranquilas. Por tanto, Julia se animó enseguida y, sentándose en la cama, aceptó la idea de Lily.
—No, en absoluto —negó, llena de unas energías repentinas—. Mándanos la ubicación y nos pasaremos un rato, Lily.
No pude oponerme porque ya me habían incluido en el plan. Simplemente suspiré y me mentalicé para una noche de fiesta a la que no sabía si sobreviviría.
—¡Genial! —respondió, vivaracha—. ¡Por cierto, ¿has hablado con Charles, Lena? —inquirió de pronto.
Yo, confusa por su interrogación, fruncí el entrecejo y revelé mi sorpresa.
—¿Con Charles? —Miré a Julia, pero ella salió de la cama para evitarme—. Esta tarde hemos charlado un poco. ¿Por qué? —Me incorporé en el colchón y perseguí con la mirada la estela de mi mejor amiga, que dio tumbos por la habitación sin ningún propósito fijo—. ¿Tendría que decirme algo? —dudé, escéptica.
—¡No estoy segura! —profirió—. ¡Venid cuando queráis! —gritó con una habilidosa capacidad para cambiar el rumbo del diálogo—. ¡Ah, y no hace falta que os arregléis mucho! ¡Estamos entre amigos! —Aclaró—. ¡Nos vemos después, chicas!
Y colgó de golpe y porrazo.
—Pero ... —me trabé, desconcertada. Julia estaba delante de su maleta, buscando alguna prenda con tal de no hacerme frente—. ¿A qué se refería? —cuestioné.
Ella agitó suavemente su mano derecha y agarró una falda negra.
—Ni idea —mintió horriblemente mal—. ¿Qué quieres ponerte? Hace un calor horrible ... —balbuceó.
No alcanzaba a comprender qué clase de complot estaban llevando a cabo y de qué forma habían metido a Charles en todo eso. Me parecía curioso y singular que estuvieran conchabados porque no era habitual que urdieran un plan juntos. Imaginé que habría más gente implicada, pero opté por ser buena y no acribillar a Julia a preguntas. La pobre se estaba esmerando por mantener la boca cerrada y no quería fastidiarla.
Me levanté de la cama y, descalza, fui hasta mis deportivas.
—Voy a fingir que no te conozco desde que éramos unas enanas y que no soy consciente de que sabes perfectamente de lo que hablaba Lily por deferencia a lo que sea que estáis tramando todos —hablé mientras me ponía los zapatos.
En mi habitación debía tener algún conjunto que pudiera salvarme de aquella salida inesperada.
—Yo no he tramado nada —se defendió al instante.
Cogí la tarjeta de mi cuarto de uno de mis bolsillos y sonreí.
—Seguro que no —Marché hacia la puerta—. Vuelvo en diez minutos.
Tras revolver toda mi maleta, rescaté una camiseta de manga corta negra ajustada y unos shorts que se hacían pasar por falda a primera vista. También elegí mis zapatillas blancas, escogiendo la comodidad por encima de un dolor de pies con el que no podía lidiar después de estar de un lado para otro todo el día.
Al volver a la habitación de Julia con el corrector de ojeras en una mano y mi móvil en la otra, abrí la aplicación de mensajes y le mandé uno a Charles para saber dónde se encontraba. No me dijo que tuviera compromisos que atender esa noche, por lo que no creí que invitarlo a aquella reunión fuera una idea espantosa. Podía andar por ahí con Joris o con algún conocido. Tampoco tenía muchas esperanzas de verlo en esa casa, pero quise probar suerte y le reenvié la ubicación.
Julia y yo nos preparamos y salimos del hotel. Fuera, pillamos un taxi vacío y le dimos la dirección, aunque fue un poco difícil porque el caballero no se defendía muy bien en inglés.
Aún sin noticias de Charles, llegamos al lugar acordado, a las afueras de la ciudad, y le pagamos al taxista por su servicio. Asimilé que estaría ocupado y me guardé el teléfono en el bolso que había traído conmigo.
Cuando entramos a la casa de planta baja, comprobamos por nosotras mismas que era amplia. Todas sus ventanas y puertas estaban abiertas de par en par, permitiendo que los invitados entrasen y saliesen continuamente. Nos tropezamos con varias personas mientras caminábamos hacia el interior de la vivienda y, en menos de un minuto, el grito de una chica nos sobrecogió.
—¡Chicas! —Julia y yo recorrimos el salón en busca de la voz de Lily y ella apareció desde el jardín con un vestido azulado y corto perfectamente entallado a su figura—. ¡Cómo me alegro de veros! —alegó, sonriendo.
Nos besamos las mejillas y recibimos los abrazos de Lily contentas de pasar algo de tiempo con la wag más dicharachera de todo el paddock. Aunque ella y yo éramos bastante diferentes, establecimos una conexión especial en cuanto nos conocimos, de esas que surgen de la nada pero que te colman los sentidos. La comodidad que sentía cuando estábamos juntas era tan preciada que no me importaba asistir a todas las fiestas de la ciudad si ella estaba presente.
—También nos alegramos mucho de verte, Lily —dijo Julia con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Cómo te ha ido en el campeonato de golf? —le pregunté, esperando que nos contara sus aventuras de profesión.
—Pues ... —Y nos relató cómo había sido ese último mes para ella.
Hablamos durante un buen rato, poniéndonos al tanto de muchas cosas que habían pasado. Por uno de sus comentarios, entendí que ya sabía lo que había entre Charles y yo, pero aquel no era el lugar idóneo para hablar sobre el tema y lo dejé correr.
—¡Es verdad! —Saltó, recordando algo—. Tengo que presentaros a unos chicos que me preguntaron por vosotras —dijo, cogiéndonos de las manos y sacándonos fuera de la casa.
—¿Por nosotras? —pregunté yo—. Ni que fuéramos celebridades —me reí.
—Lo sois —replicó ella—. Estáis haciendo historia, así que no os quitéis el mérito.
—¿Y quiénes son? —Me interesé por esos individuos.
—Unos conocidos de Alex que han venido de visita.
—Espero que sean guapos —apostilló Julia.
—Julia ... —le reclamé, ganándome sus carcajadas como respuesta.
—Quién sabe —Lily se encogió de hombros y ojeó a Julia con picardía—. A lo mejor te vas acompañada esta noche, Julia —insinuó, bromista.
Los chicos en cuestión eran amigos de Alex y Lily y se ilusionaron al conocernos como si, después de todo, fuésemos eminencias del deporte. Lily les había hablado tanto de nosotras que no podían irse de Hungría sin vernos en persona, o eso nos contaron. Eran simpáticos y muy graciosos. Enseguida supe que nos quedaríamos charlando con ellos; Julia estaba complacida con toda esa atención, algo extraño en mi amiga, pero no quise chafar el momento y continué conversando con los jóvenes, llamados Lucas y Robert, incluso cuando Lily se retiró a atender una llamada importante.
Yo no estaba incómoda ni mucho menos, pero eran tan extrovertidos que no me salía ser natural. No obstante, me integré como buenamente pude y participé de manera activa en la charla que capitaneaba mi mejor amiga.
Julia sentía un claro interés por el tal Robert, de raíces asiáticos y estadounidenses, y él también la piropeaba si tenía oportunidad, sin olvidarse de mí en ningún momento. Era bastante entretenido ver cómo se dirigían la palabra y todas esas sonrisas ladinas. Por desgracia, mi análisis de sus interacciones se vio truncado por una pregunta que no vi venir.
—¿Tenéis pareja? —formuló Robert, observándome también a mí. No había bebido nada desde que llegamos y mi boca se quejó de la falta de líquido tanto que tuve que tragar varias veces—. Porque no me creo que dos mujeres tan hermosas y exitosas estén solteras —comentó él con un gran desparpajo.
—Lo dices como si necesitásemos pareja para sentirnos realizadas —Aprecié, a la defensiva, aunque siempre en tono desenfadado.
—Qué va, Lena ... —Rio Julia a mi derecha—. La verdad es que no —le contestó—. No tengo mucha suerte con los hombres.
No me gustaba hablar de cosas tan privadas con gente a la que acababa de conocer. Guardé silencio, poco interesada en responder, y escruté el semblante risueño y atractivo de Robert. Lucas hizo un aspaviento con su mano, dando por perdido al entrometido de su amigo.
—Seguro que eso cambia pronto —sugirió antes de que alguien más atrapara su interés y clamara el nombre de la persona en cuestión—. ¡Max —Yo me tensé rápidamente—, no sabía que estabas por aquí!
Que sea otro Max, por favor.
Ah, pero mi suerte se quedó en Austria, con la última victoria de Charles.
—Hola, Robert —Temí que se plantara detrás de mí. Para mi tranquilidad, Verstappen accedió al corrillo que habíamos creado por el lado derecho de Julia, justo para saludar correctamente a Robert—. Cuánto tiempo.
Se dieron un abrazo, como si mantuvieran una relación cordial genuina.
—Una eternidad —especificó Robert—. Felicidades por tu victoria.
—Gracias —Se alejaron un poco. Max continuaba con su mano sobre el hombro del otro—. Vamos por el buen camino —se regodeó sin rastro de la vanidad a la que me tenía resignada.
—Me alegro por ti. ¿Te han presentado a mi colega? Este es Lucas —Ambos avanzaron para estrecharse las manos en un saludo de lo más amigable—. Tenemos negocios juntos.
Yo intentaba no mirar más de lo necesario. Julia se había percatado de mi incomodidad y había retorcido para pegarse a mi brazo, protegiéndome del indeseable del piloto neerlandés.
—Encantado de conocerte, Max —se pronunció Lucas de buen talante—. Lo que haces es increíble —le halagó.
—Gracias, Lucas —Sonaba genuinamente agradecido—. Tampoco tiene tanto mérito. Desde fuera se ve como si fuera un superhéroe o algo así ... —bromeó al respecto.
¿Ese era el mismo Max Verstappen que me hacía la vida imposible? ¿No estaba soñando?
—¡Lo eres! —Afirmó Lucas—. Es una labor admirable, de verdad.
—Gracias, hombre ... —dijo, casi sonrojado por los continuos agasajos. Acto seguido, viró la mirada hacia mí, directamente hacia mí, y se tomó un instante para que nuestros ojos se entrecruzaran. Apreté los labios, asfixiada—. ¿De qué hablabais con la señorita Gómez y la señorita Silva? —preguntó, más chismoso que nunca—. Se os veía animados.
Al parecer, ni Robert ni Lucas seguían la Fórmula 1 mucho. De haberlo hecho, habría contemplado en sus rostros la preocupación de que compartiéramos el mismo espacio. Las noticias de nuestra guerra pública no habían llegado a sus oídos, para bien o para mal.
—Espera, ¿os conocéis ya? —curioseó Robert, que no tenía ni idea de la enemistad que existía entre Max y yo.
—Claro —Max ensanchó su falsa sonrisa y mi estómago se retorció de puro malestar—. En el paddock es raro no conocerse. Sobre todo si son novatas que destacan tanto como ellas —manifestó con segundas.
—Por lo que nos han comentado Lily y Alex, están haciendo un papel impresionante en sus equipos —Añadió el adulador de Robert.
Pensé que Max se reiría de aquella apreciación, pero nada más lejos de la realidad.
—Desde luego —Asintió, dejándome de piedra—. ¿Entonces? ¿De qué hablabais? —Se inmiscuyó en nuestra conversación.
No había escapatoria. Si se incluía en el grupo, tendría que aguantarlo indefinidamente y no sabía si podría tolerarlo.
—Solo comentábamos cómo es posible que no les vaya bien en el amor —explicó Robert, que no miraba más que a Julia, embelesado con ella—. Julia dice que no hay nadie, aunque me cuesta creerlo.
Pero Max no se fijó en mi amiga. Sus ojos azules solo se posaban sobre mí, analizando cada uno de mis gestos con meticulosidad. De tal modo, me habló igual que un amigo.
¿Acaso se le olvidaba que no podía respirar el mismo aire que él?
—¿Y tú?
Lanzó esa pregunta sin afán de conocer mi contestación. Por lo que vislumbré en el fondo de sus pupilas azules, no intentaba conseguir información, sino confirmar la que ya tenía en su poder.
Lo sabe.
Por un segundo, no encontré oxígeno que prolongara mi vida. Un rayo fulminante me rompió el espíritu en dos. Me di cuenta de que no era un secreto para él, para el tipo más peligroso del paddock, y que mi supervivencia pendía de un hilo. Un hilo que sujetaba Max Verstappen.
Aquella crisis se volatilizó en un pestañeo. Me recompuse, siendo esa mi especialidad, y no titubeé a la hora de decirle la única realidad.
—Sí —Asentí—. Tengo a alguien.
Julia debió torcer el rictus y observarme ojiplática. Había soltado una bomba de relojería, y lo que ella no sabía era que Verstappen tenía el código para desactivarla.
En lugar de mostrarse sorprendido o de fingir un poco de asombro, no se deshizo del contacto visual y me taladró con la mirada mientras los demás trataban de aportar algo a mi revelación.
—Un hombre afortunado, sin duda —declaró Lucas, airoso.
Me giré hacia él, agradeciéndole el comentario.
—Eso dice él —Agregué junto a una sutil sonrisa.
—Y con razón —Robert alabó el buen gusto del susodicho. Intuyó que no daría más detalles y redireccionó el rumbo hacia Julia para no indagar más en mi privacidad—. ¿Y cuánto tiempo dura este parón de verano? —le consultó—. Cada año es distinto, ¿no?
Julia se animó a aclararle los detalles que a él se le escapaban. Mientras tanto, Lucas aportó sus propias notas acerca del calendario del deporte. Max no habló. Por el contrario, rodeó la figura de Julia con la intención de acercarse a mi posición y sortear una charla que no le atraía en lo más mínimo.
Inquieta, bajé la vista y me refugié en una revisión normal y corriente de mi bolso. Agarré mi teléfono, la pantalla se encendió y varios mensajes de Charles aparecieron acumulados. Con Max tan cerca no me arriesgué a leerlos y volví a guardar el móvil.
Su brazo rozó mi brazo desnudo y mi primer reflejo fue retroceder ligeramente. Su tacto no me agradaba; hacía que recordara episodios que estaban mejor enterrados, sin ver la luz.
—¿A qué estás jugando? —le pregunté en un tono trémulo.
Después, tosí. Me negaba a que hubiera rastro alguno de temblor en mi voz y menos aún a que Max lo sintiera como una ventaja sobre mí.
Llevaba una copa casi vacía en la mano derecha. Al cruzarse de brazos, jugó con ella.
—¿Perdón? —musitó.
Ninguno de nuestros acompañantes notó que se había creado una conversación paralela a la suya.
—Estás actuando como si no hubieras roto un plato en tu vida —le reproché.
—Que nuestra relación no sea especialmente bonita no significa que me lleve mal con el resto de la humanidad, Lena —objetó, manso.
—Entonces se te da bien fingir —le acusé directamente.
—¿Y en qué finjo, según tú, doña observadora? —Recuperó la voz burlona con la que solía dirigirse a mí.
—En hacer creer a los demás que no me odias, por ejemplo —Condené su maldito comportamiento.
—Es que no te odio —respondió con aplomo.
Si no tuviera los músculos agarrotados y el corazón en un puño, me habría reído a carcajadas. Lastimosamente, no conservaba la seguridad pertinente y tampoco quería escandalizar a los amigos de Lily, así que callé, me mordí la lengua y moderé mis ansias de pelea.
—Vete a contar ese cuento a otra parte ... —mascullé entre dientes.
Yo contemplaba las manos de Julia, que gesticulaban y apoyaban las palabras de mi amiga. Estaba explicándoles la curva de algún circuito, pero no escuchaba lo que salía de su boca.
—Helena —dijo mi nombre completo—, no te odio.
Y esa oración bastó para que me girara, incapaz de creer lo que estaba escuchando.
—Me has difamado en público —Establecí una gruesa línea entre nosotros que ni siquiera el dolor en su mirada pudo quebrar—. ¿Qué pasa? ¿Ahora vas a decir que fue por mi bien? —Entrecerré los ojos, irónica y ofendida a partes iguales—. ¿No querías que me echaran de una patada de Ferrari? ¿Me tomas por estúpida?
Tonta de mí, cuando nos disculpamos el uno con el otro en Canadá, me convencí de que habíamos saldado las diferencias que nos enfrentaron desde la primera vez que nos vimos. Él no cambiaría y yo tampoco. A lo mejor, nunca nos entenderíamos. En muchos aspectos éramos parecidos. Los dos teníamos una personalidad fuerte y nos costaba horrores dar el brazo a torcer, pero nada de eso me acercaba a Max. Había una distancia kilométrica que no se reducía aunque intentásemos hacer las paces.
—Yo ... —Lo meditó en silencio, como si no supiera de qué manera exponerme su perspectiva—. Estaba molesto —concluyó, cabizbajo.
Estaba hablando en serio. No era tan insensible como para negar la verdad que había en su semblante. Sin embargo, si él se molestó por algo aquella vez, yo todavía lo estaba y uno de mis defectos era ser demasiado rencorosa. Confiar en la gente siempre había sido un reto personal para mí y, a pesar de la inusitada sinceridad que estaba utilizando, me resistía a darle un voto de confianza. Me había fallado tanto como ser humano que ya no sabía si creerle era lo adecuado.
—¿Y eso justifica lo que me hiciste pasar? —demandé, inquisitiva. La pena en sus orbes me forzó a centrar la visión en el césped artificial que cubría aquel jardín—. Por Dios, ni siquiera has tenido la vergüenza de pedirme perdón por aquello ... —balbuceé, herida y frustrada.
Si no fuéramos tan orgullosos él y yo puede que ...
—Lo siento, ¿vale?
Exhalé, agradecida y enfadada.
—¿Y esperas que acepte tus disculpas? —murmuré.
Podrías aceptarlas. Se ha equivocado. Sabe que ha jodido lo poco que nos unía. Ha sido sido culpa y lo está reconociendo.
—Sí —me confesó que guardaba una diminuta esperanza—. Lena ...
—Lo sabes, ¿no? —proferí de golpe.
Lo descentré. Evidentemente, no esperaba que interpelara a otro asunto de repente.
—¿Qué?
—Que estoy con él —verbalicé yo. Alcé la barbilla y vi pasar una sombra por su cara. Mi instinto no fallaba y la ausencia de una reacción me lo confirmó—. Lo sabes —repetí, enturbiando su gesto—. ¿Te dio rabia? —Abrió más los ojos, atrapado—. ¿Por eso te propusiste arruinar mi carrera profesional?
No pretendía meterme con él ni sacar más trapos sucios, pero la incertidumbre me mataba. Necesitaba saber cuánto conocía de mi vida amorosa.
—Yo no ... —Se tropezó al hablar.
—¿Desde cuándo lo sabes? —interrogué y él apartó la cara para beberse el culo de la copa de un trago—. ¿Te lo ha dicho alguien?
Las personas que estaban enteradas eran fiables. No dudaba de nadie. Solo quería ponerle contra las cuerdas hasta que lo admitiera, porque no se trataba de un rumor que hubiera oído por el paddock y ciertos comentarios que se multiplicaban en redes sociales, sino otro tipo de conocimiento. Si no se lo habían confesado en privado, también podía haber visto algo sintomático.
—No sé de qué me estás hablando —contestó, mintiendo descaradamente.
—Puedes mentirle a todo el mundo, pero conmigo no funciona, Max —Me planté, seria. Era mi futuro, nuestro futuro, lo que estaba en juego. Max no me conocía si pensaba que no haría lo que fuera por Charles—. Por alguna maldita razón, no funciona —Arremetí.
Se lamió los labios. Ya no había líquido en su copa. Estaba endeudado conmigo. Había cometido muchos fallos conmigo y lo más noble que podía hacer era responder con sinceridad.
—¿Y qué quieres que te diga? —farfulló.
Volvió a escudriñarme, claramente arrinconado, sin armas a las que aferrarse para fingir un desconocimiento quimérico.
—¿Cuál es tu plan ahora? ¿Amenazarme con contarlo? —Indagué en su mente a ciegas.
—¿Serviría? —Tuvo el coraje de preguntar.
Me sentí humillada. El muy imbécil lo había valorado. Ni siquiera iba a probar a fingir más. No le merecía la pena.
—Si te lo preguntas es porque caerías tan bajo como para hacerlo —gruñí, decepcionada de una persona no debería tener el derecho de defraudarme así.
Esa puntualización fue igual a un dardo envenenado que hundí en su pecho. Le hice daño. Lastimé la buena voluntad que estaba poniendo en esa especie de conciliación. La machaqué y lo peor de todo es que me sentí como una mierda tras ver su mirada de arrepentimiento.
El peso liviano y familiar de un brazo en mi hombro impidió que me disculpara. La colonia de Giorgio Armani que tanto amaba me abrazó, y mi cuerpo, como acto reflejo, se echó hacia atrás, cobijándose en la amplitud de su pecho.
Charles había colocado cada brazo en un hombro diferente. Cuando me di cuenta de que también se había encaramado al de Max, deduje que buscaba separarnos, hacer palanca para que la proximidad no me supusiera una amenaza como tal. Me habría gustado decirle que no estaba asustada, que no se había sobrepasado conmigo en ningún sentido, pero él había posado sus pupilas en el piloto de Red Bull y no titubeó al enfrentarse a su compañero de profesión.
—¿Todo bien, Max? —inquirió, decidido a ponerle más incómodo.
Max inspeccionó su copa de cristal, tan abatido que no podía reconocerle.
—Muy bien —Se limitó a decir.
Charles asintió, sospechando que no había nada que estuviera bien en aquella situación. Yo alargué mi brazo derecho, flexionado, y cogí dos de sus dedos en mi palma, deseando que su contacto me quitara algo de ese sentimiento de culpa que aporreaba mi mente.
—¿Helena? —pidió mi verificación.
Rodeó mis dedos entre los suyos, protegiéndolos.
—Solo estábamos charlando —definí escuetamente.
Max mantuvo la cabeza gacha. No llegó a ver el ágil beso que Charles dejó en mi sien. Fue rápido. Nadie allí reparó en esa caricia, gracias también a la penumbra de la zona.
—De algo poco agradable, por lo que veo —Apuntó con recelo. Se giró hacia él de nuevo y le desafió en toda regla—. Cuidado, Verstappen. Ya van dos avisos —Cuantificó, sibilino—. Y no quieres que haya un tercero.
Max no respondió. No parecía el mismo chico de siempre.
—Charles ... —murmuré, consternada.
No quería que se odiaran más. No quería que su frágil relación saliera volando por los aires por mí.
—¡Charles Leclerc! —exclamó Lucas, proclamándose el mayor metomentodo de aquella finca. Disimuladamente, liberé los dedos de Charles y confronté al sonriente de Lucas—. Cuánto tiempo, amigo.
Se alejó de Max y de mí para poder saludar a Lucas.
—¿Cómo te va la vida, Lucas? —le preguntó en pleno abrazo.
—Viento en popa —Aseguró él, animado.
También se acercó a Robert para saludarlo con toda la simpatía que le caracterizaba, aunque no se conocían de antes. Esa fue la impresión que me dio el apretón de manos que compartieron.
—Veo que habéis elegido una compañía inmejorable —alegó, volviéndose para sonreír cálidamente a mi mejor amiga—. Hola, Julia —Besó sus mejillas y la felicitó—. Enhorabuena por el doblete.
—Muchas gracias, Charles —le agradeció ella.
Echó un escueto vistazo a la considerable distancia que había entre Max y yo, consciente por primera vez de que no habíamos tenido una conversación amigable.
—Tú debes saberlo bien —comentó el simpático de Lucas—. Tienes a Lena en tu equipo.
Yo le regalé una mueca forzada.
—Lo sé de primera mano —les garantizó a ambos e imitó sus pasos más recientes para regresar a mi lado—. Es una maravilla poder trabajar con ella. Y me temo que voy a robárosla ahora mismo —Afianzó su brazo a mi hombro de nuevo y puso una excusa barata—. Tenemos cosas de las que hablar que no pueden posponerse.
—¿Incluso fuera de horario? —replicó Lucas, bromeando.
Charles me empujó con suavidad hacia las puertas abiertas de la casa y mis piernas reanudaron el camino a pesar de la tribulación que tanto me hostigaba.
—¿Quién ha dicho que sea sobre trabajo? —sugirió el monegasco a modo de burla—. Después nos ponemos al día, Lucas.
—Te tomo la palabra, Charles —Aceptó él.
—Hasta luego, chicos —me despedí, limitándome a mirar a Julia para que la culpabilidad no me oprimiera más.
Mientras caminábamos de vuelta a la casa, Charles me pegó a su costado y yo sentí una paz indescriptible. En lugar de adentrarnos en el salón principal, tomó un desvío y me guió hacia una de las mesas que había en el jardín. Estaba medianamente escondida de ojos curiosos.
—¿Qué ha pasado ahí? —me dijo Charles en un susurro.
—Me ha pedido disculpas —le expliqué—. Ha sido raro —Bajé la cabeza, pensativa.
—Pero no te ha tocado —Asumió él.
—No. Ni siquiera me ha rozado —Le saqué de dudas.
Llegamos a la mesa de bebidas, me liberó de su abrazo parcial y cogió una copa cargada hasta arriba de líquido rojizo.
—Más le vale —Suspiró y dio un trago a la bebida—. ¿Quieres una? —Me ofreció otra copa de esas mezclas.
—No. No me apetece —Su asentimiento vino seguido de un segundo sorbo, más pequeño que el anterior aunque igual de sospechoso—. Aunque a ti parece que sí —Sonreí.
Charles no solía beber. No había ninguna clase de alcohol que le gustase especialmente, por lo que su gesto se enturbió al tomar de aquel brebaje sin nombre. Se relamió los labios y se encaminó a lo que parecía la cocina de la casa, también abierta a los invitados. Allí no había nadie. Se me antojó un buen sitio donde charlar con tranquilidad.
—Solo quiero beber algo —esclareció.
Nos metimos en aquel pasillo alargado que hacía de cocina y yo, que entré detrás de él, corrí la cristalera para que nadie nos molestara. Podrían vernos desde fuera, pero tampoco me preocupaba que alguien se diera cuenta de que nos habíamos encerrado en aquel rincón de la casa.
Con el click del cierre, determiné que Charles debía saber lo que acababa de descubrir. Le incumbía igual que a mí.
—Max sabe que estamos juntos.
Se detuvo, dejando su espalda contra la pared y yo avancé para observar mejor su mirada trastornada.
—¿Lo sabe? —Di unos cuantos pasos más, adentrándome en la estancia—. ¿Cómo?
Me eché en la misma pared que él, pero de lado. Charles se movió, hallando la postura idónea gracias a la cual poder mirarme de frente. No obstante, estaría dando la espalda al jardín y, por su altura, yo no alcanzaba a ver lo que sucedió fuera.
—No lo sé —dije, resignada a una ignorancia que no me hacía ningún favor—. Tampoco creo que me fuera a explicar de qué manera se enteró, así que da igual.
Extrañamente, Charles no parecía preocupado ni ansioso tras la noticia. Me dan la sensación de que ya traía algo que le había transformado en un manojo de nervios.
Bebió otra vez y puso la misma cara de asco, lo que me arrancó una risa.
—Está muy bueno —Exageró y me tendió la copa por segunda vez—. ¿No quieres? —Negué, fehaciente—. ¿Segura? —insistió él, como las cejas arqueadas y una amargura terrible en las papilas gustativas.
—¿A ti qué te pasa? —inquirí, bastante confundida.
—¿A mí? —clamó.
—Has tenido tu entrada triunfal, pero sé que estás nervioso —Me reí, pendiente de sus gestos, pues desvelaban una agitación inusual en su persona—. Cambias de tema, dejas pasar lo de Max y ya te has tragado una copa entera —Indiqué.
Apenas quedaban un par de dedos en el vaso. Yo tenía mucha razón. Había algo raro en su actitud. Era gracioso de ver, pero no creía que alcoholizarse fuera a ayudarle realmente.
—Ha sido un día duro —se justificó.
—¿Y te refugias en el alcohol? ¿Desde cuándo? —Le acribillé a preguntas acerca de su nueva adicción sin abandonar el buen humor.
No estaba dispuesto a responderme. No se sentía preparado para hacerlo. Por lo tanto, eligió un tema que le daba cierta seguridad.
—¿Alguno de esos charlatanes te ha lanzado ya el piropo que mereces o solo han hablado de tonterías? —cuestionó, seductor.
Yo le aplaudí la gracia al sonreír.
—Se te han adelantado.
Chasqueó la lengua y miró hacia la derecha, a la encimera.
—Putain —Lloriqueó.
No era nada grave. Si lo hubiera sido, esas ganas de bromear estarían en búsqueda y captura.
—¿Se puede saber qué te pasa? —Le reclamé una contestación sincera. También descansé la mano en su pecho, interpelando a la confianza que nos teníamos—. Estás nervioso, Charles.
Su corazón me lo confirmó; estaba más acelerado de lo normal.
—No estoy nervioso —Esa mentira piadosa no se sostuvo por mucho tiempo—. Es por la emoción. Y algo de nervios —Cedió, tirando más de mis comisuras, que se rompían en una sonrisa eterna—, pero una cantidad muy pequeña —detalló.
—¿Y a qué se debe esa emoción descontrolada, Leclerc? —Le incité a decirme la verdad.
—A que nos vamos de viaje —respondió al instante—. Dentro de dos días.
Estaba luchando contra una sonrisa que ya asomaba. La mejor prueba para saber que sentía la felicidad corriendo por sus venas.
Me erguí, luchando con el estupor que me abrigaba el alma.
—¿De viaje? ¿De vacaciones? —concreté más.
—Son vacaciones, sí —Asintió, a punto de reír. Sin embargo, sus carcajadas no me impidieron saltar a su cuello y abrazarme a él—. Eh ... Vas a estrangularme, tesoro.
Pestañeé con impaciencia y me aferré a Charles como si mi vida dependiera de aquel abrazo.
—¿De verdad nos vamos? —pregunté en un murmullo.
No podía creerlo.
Después de tantos problemas, saber que nos íbamos lejos, donde no hubiera nada que nos importunara. No habría trabajo, ni rumores ni malas caras. No tendría más preocupaciones que descansar y estar con él. Podría olvidarme del resto, de medir mis gestos, de revisar la posición de los camarógrafos en el paddock, de echar un vistazo a la calle cuando Charles venía a mi apartamento por miedo a que lo hubieran seguido.
Todas esas cosas no respirarían en mi nuca si nos íbamos de vacaciones. Nos merecíamos algo de espacio, algo de tiempo para nosotros, y Charles me lo estaba ofreciendo en una bandeja de plata en esos momentos.
—Sí —corroboró Chares y me enterró en su pecho con cariño—. Aunque, por nuestras circunstancias, no iremos solos. Fuera de Bolonia no puedo garantizar que los paparazzis nos dejen en paz, así que será un viaje de amigos. Carlos, Julia, Cassandra, Joris, Alex y Lily vienen con nosotros. Lando también se nos unirá durante un par de días —me comunicó, pero nada tenía la capacidad de apagar la ilusión que latía dentro de mí—. Son nuestra coartada por si nos siguen el rastro.
—¿De eso hablaba Lily? —Pensé en voz alta.
—Supongo que sí —Dedujó él.
—Sois horribles para guardar secretos ... —alegué, ruborizada por rememorar las indirectas de nuestra amiga.
—No te metas conmigo, ¿vale? —berreó en broma.
Miles de destinos se sucedieron ante mis ojos y necesité saber cuál era el país al que habían acordado ir ese mes de agosto.
—¿Y a dónde vamos?
—Eso sí que es un secreto —Esquivó mi interrogante.
Al instante, me aparté y lo miré a los ojos.
—¿Qué? ¿Por qué? —hablé, excitada.
Charles me mostró sus hoyuelos.
—Porque así me aseguro de que los ojos te brillarán el doble de lo que brillan ahora —comentó dulcemente.
Y solo por hacerle ese minúsculo regalo, me aguanté y prometí que esperaría hasta que él quisiera contármelo. Si deseaba que fuera una sorpresa, aprendería a tener un poco de paciencia.
—¿Cuánto tiempo será? —le pedí más datos sobre ese viaje.
—Ocho días.
—¿Ocho días? —grité, más contenta todavía.
La risa de Charles era música para mis oídos.
—Sí, con sus días y sus noches ... —Pero, entonces, al habernos movido ligeramente, mis ojos captaron algo en el jardín. Algo que no me gustó—. ¿Qué es? —dudó, preparado para girarse.
Yo me anticipé y le sujeté, impidiendo que lo viera por sí mismo.
—No te gires —le prohibí—. Es Max —Me replegué y hallé un buen escudo tras su complexión—. Nos está mirando —Puntualicé.
Entre toda la exaltación, no me percaté de lo que ocurría en el jardín. Debió poner la excusa de ir a buscar una nueva copa para acercarse a esa esquina del recinto y comprobar lo que estábamos haciendo Charles y yo. Estaba de pie junto a la mesa, fingiendo que elegía una bebida. Ese afán por inmiscuirse en un asunto que no le importaba realmente me quemaba la sangre, pero no era tan fácil como salir y mandarlo al infierno. En especial después de esa charla en la que parecía estar deprimido y triste por haber sido tan cruel conmigo.
—¿Nos vigila? —Charles me pidió una confirmación.
—No nos quita el ojo de encima —Afirmé.
De un segundo a otro, Charles abarcó mi mejilla con su mano. Escruté su rostro, temerosa de todo lo que podía suceder si Max decidía filtrar la noticia.
—¿Dices que lo sabe? ¿Al cien por cien?
—Estoy segura.
No guardaba ni un ápice de duda. Fuera cual fuera su fuente de información, él creía que era cierto. Solo estaba esperando a poder verlo con sus propios ojos y Charles, indiferente, se lo mostró en directo al agachar la cabeza.
—Pues espero que disfrute de las vistas ... —susurró antes de descender y besarme.
El sabor a alcohol accionó una palanca en mi cuerpo y casi me separé de él, pero entonces recordé que era él y que no quería negarme a uno de sus besos por nada ni por nadie. Rechazarle era algo imposible. Mi subconsciente no me habría perdonado aquella reacción, así que exprimí el vestigio a ginebra de sus labios y lo besé con la misma intimidad que tendríamos encerrados en un cuarto, sin ventanas ni miradas intrusas.
Llevándose mi aliento consigo, me dejó absolutamente fulminada. Era su forma favorita de neutralizarme y lo consiguió, igual que siempre.
—¿A qué ha venido eso? —Le acusé, embriagada por una sensación soporífera.
Ya no me asustaba que Max hubiera presenciado aquello. Charles parecía tan tranquilo y confiado que no había manera humana de que la ansiedad trepara por mi sistema.
—A que no puede abrir la boca —razonó su atrevimiento—. Nadie le creería y su fama caería en picado por intentar malmeter otra vez en un equipo que no es el suyo. Que nos vea no significa nada —Rozó la curvatura de mi comisura inferior, absorto en mis labios—. Suficientes palos le han dado ya después de que Binotto limpiara tu imagen públicamente. Nadie cree en su palabra ahora, Helena.
Y esos motivos eran reales. La credibilidad del piloto estrella de Red Bull estaba en peligro de extinción tras las declaraciones oficiales que hizo Mattia para defenderme a mí y al equipo de todas las acusaciones. La prensa, milagrosamente, confió en los documentos aportados por nuestro jefe y le faltó tiempo para denostar a Verstappen, cuya actitud había provocado un escándalo sin precedentes en el deporte. Por no hablar de que los Comisarios que juzgaron el caso de Bakú, sobre el accidente que provocó Verstappen, decidieron que las pruebas aportadas por Ferrari eran más que válidas para ponerle una sanción importante a un Max que, a pesar de mostrarse arrepentido por su temeridad en la pista, no tenía más que excusas baratas ante lo que sucedió en aquella carrera. El asunto se zanjó con un comunicado oficial de la FIA en el que se le imponía a Max Verstappen una cuantiosa suma de dinero como multa, además de restarle un punto de su Superlicencia como corredor de Fórmula 1.
—Ya, pero ... —Tropecé con mi lengua.
—Treinta y uno de octubre —dijo él, callándome.
Esa fecha no tenía ningún significado para mí. Desorientada, intenté atinar con lo único que se me pasó por la cabeza.
—¿Hallowen?
—El lunes siguiente al Gran Premio de México —Continuó explicando.
—¿Y? —Fruncí el ceño.
Sus ojos eran más brillantes que nunca.
—Le he dado un ultimátum a Mattia —me comunicó.
Yo, que no le seguía, me dispuse a repetir sus palabras.
—¿Un ...?
—Podemos hacerlo público a partir de ese día —declaró Charles, tan entusiasmado que me cortó la respiración—. No se ha opuesto —Su sonrisa era preciosa—. Todavía no sé cómo deberíamos oficializarlo, pero quiero que lleguemos juntos al paddock de Abu Dabi, Helena. Quiero correr la última carrera del año y poder besarte cuando acabe. Sea el último en el Campeonato o el primero, aunque eso es más difícil ... —Guardó unos segundos de silencio, pues no había respuesta por mi parte—. Solo necesito tu aprobación.
Me adelanté, sostuve su rostro entre mis manos y le robé un beso mucho más profundo y vivo que el suyo. Charles lo degustó con un fervor digno de lo que éramos: una pareja en sus primeros meses de noviazgo. Si Max conservaba alguna duda de lo que había entre nosotros, aquel beso las borró del mapa de un hachazo. Sobre todo a raíz de los movimientos de Charles, que no perdió oportunidad y me agarró de la cintura como solo lo hace un amante. Pensé, incluso, que me echaría contra la pared para tener el control, pero era más fuerte el afán por devorarme la boca en su totalidad que recrearse en llevarlo más allá.
Para cuando me separé de él, sus labios relucían y sus pupilas se habían ensanchado, alcanzando el doble de su tamaño.
—Ahí tienes tu aprobación —mascullé y me lancé a rodear su cuello otra vez.
Cogí impulso, lo que provocó que mi abrazo fuera más errático y torpe. No obstante, él me correspondió sin problema.
—¿Te hace ilusión?
La emoción hacía que le temblara la voz.
—Claro que me hace ilusión ... —le contesté, sintiendo los ojos húmedos.
Que hubiese vuelto a plantarle cara a Mattia, a pesar de que su relación estaba muriendo con el paso de los días, solo reafirmaba que su amor por mí era principal y que luchaba contra viento y marea con tal de hacerme feliz.
Al bajar la mirada, distinguí a Max, que no se apartaba de la mesa de cócteles y nos miraba sin ninguna vergüenza. Mis ánimos fueron cayendo, minados por el escrutinio de ese estúpido y de su semblante alicaído.
—Estaba pensando en unas fotos aparentemente filtradas al medio de comunicación que escojamos, aunque también podría ser a través de un comunicado formal ... —Me expresó, obviamente afectado por el rumbo que estaban tomando las circunstancias que tanto nos limitaban—. ¿Qué opinas?
Apurada, acaricié la nuca y la espalda de Charles con ambas manos.
—Lo que tú prefieras, Charles ... —Entonces, Max giró la cabeza, negándose a contemplar más aquella escena—. Solo quiero que llegue pronto —deseé.
—Llegará antes de que nos demos cuenta, mi vida —me prometió, achuchándome más y más mientras nuestros corazones latían desbocados y mis pupilas perfilaban la silueta de Max Verstappen—. Ya lo verás ...
Narrador omnisciente
Mattia Binotto, sentado a la mesa del despacho adecentado para la ocasión, todavía en el paddock tras el Gran Premio de Hungría, esperaba a que los tonos de la llamada terminaran y la persona descolgara.
Acabaron a los segundos y la voz del italiano resonó en la estancia.
—Buenas noches, Pedro.
—Buenas noches, Mattia —saludó Pedro Rivas, el padre de la novata del equipo—. ¿Alguna novedad sobre nuestro trato?
—Sí —ratificó, acomodándose mejor en su silla—. Han ocurrido algunas cosas.
—¿Cómo cuáles? —preguntó el empresario.
—Charles ha estado aquí hace un rato y me ha obligado a aceptar una fecha límite para revelar su relación amorosa con Lena a la prensa —le informó sobre los acontecimientos más recientes.
Mattia parecía reflexivo, como ido, dándole vueltas a un tema que ya le había provocado más de un quebradero de cabeza a pesar de estar convencido de que lo tenía todo bajo control.
—¿Y usted ha accedido? —habló con escepticismo.
Al español le costaba creer que Binotto no hubiera puesto ninguna objeción a la exigencia del piloto, ya que se había dedicado a poner trabas a la relación de su hija y el joven monegasco prácticamente desde el principio, tal y como acordaron en su primera conversación. No podían allanarles el camino. Cuantos más piedras lanzaran a la carretera, más posibilidades había de que uno de los dos chicos equilibrara la balanza y eligiera su futuro laboral por encima de una relación amorosa en la que había más penas que alegrías.
—Ya he perdido demasiada ventaja —Se defendió Binotto—. Enfadarle más no habría sido bueno.
Sin duda, tenía razón al decir aquello.
—¿Entonces? ¿Qué día ha fijado? —cuestionó Pedro con bastante curiosidad para así reorganizar ciertos puntos de su plan.
—El treinta y uno de octubre —Señaló—. Probablemente filtrarán alguna fotografía para confirmarlo —Imaginó, siendo esa una de las maniobras habituales en aquellos casos.
—Si ese es el caso, tenemos que actuar antes —replicó el progenitor de Helena.
Interesado por lo que había cavilado el señor Rivas, Mattia formuló la siguiente pregunta:
—¿Y qué ha pensado?
—Estoy barajando varias opciones —Comenzó a explicarle—. Hablaré con mi hija primero. Quiero asegurarme de algunos detalles y atar cabos sueltos. Aunque ahora están de vacaciones, ¿no es así? —recordó Pedro, a quien no se le escapaba nada—. Deberíamos dejar que disfruten un poco más antes de cortarles las alas. Aunque un fotógrafo que recopile pruebas visuales de lo que tienen durante sus vacaciones estaría bastante bien, ¿no cree? Siguiendo nuestro plan inicial.
Mattia Binotto casi podía ver la media sonrisa de ese hombre, cada vez más despiadado con su propia hija.
—Como usted prefiera —alegó indiferencia.
—¿Ha firmado ya el contrato para el resto del año? —dudó.
—No. No se lo he comentado todavía —Estaba aguardando a que fuera un buen momento para formalizar el papeleo con la ingeniera—. Le mandaré un mensaje para que venga a finales de agosto —Indicó, muy tranquilo.
—¿Quiere llevarla al límite? —Se interesó Pedro.
Era una estrategia más. Además, sabía perfectamente que Helena andaba preocupada por su permanencia en la escudería italiana y eso le beneficiaba porque, en esa relación, él llevaba las riendas. La desesperación de la chica era música para sus oídos
—Me interesa saber con qué equipos mantiene contacto —le comentó Mattia—. Sé que firmará el contrato con Ferrari, pero esa información es valiosa para mí. Tengo varios enemigos jurados y me encantaría descubrir quiénes están apostando por ella —Poner a Helena contra las cuerdas era la mejor opción, y así lo haría—. Puede que nos sea útil más adelante.
Pedro Rivas suspiró brevemente, aunque no por desconfianza, sino por alivio. Saber que Mattia era su aliado le ofrecía un sosiego bastante característico.
—De acuerdo, pero no permita que se vaya de Ferrari —dijo a modo de orden—. Tiene que mantenerla atada, en su terreno. Es la única forma de poder forzar sus decisiones en un futuro.
Meditabundo, Binotto echó una ojeada al informa que la joven promesa de la ingeniería le había entregado, como hacía después de cada carrera. Su trabajo era impecable y, en lo más hondo de su pecho, lamentaba ese posible final en el que ella abandonaba su posición, en el muro de Ferrari, y todo acababa como Pedro Rivas ansiaba.
—Descuide. No se marchará —Tocó el filo del primer folio, deseando con todo su ser que Charles abriese los ojos, se desenamorara de ella y terminase con aquel romance antes de que fuera demasiado tarde para la brillante mente de Helena—. Esa chica ya tiene el corazón teñido de rojo —Aseguró.
🏎🏎🏎
POR FIN UN DOBLETE DE FERRARI ANTES DE QUE CARLOS SE VAYA DEL EQUIPO 🥹🥹🥹🥹🥹❤️❤️❤️❤️😭😭😭😭😭😭
Pensé que nunca viviría uno ya, pero Australia 2024 lo ha cambiado todo 😭❤️
Carlos ha demostrado lo que vale después de un par de meses bastante difíciles para él y me alegro muchísimo de que haya ganado porque ha cerrado miles de bocas. Se merecía ese primer puesto una barbaridad después de perderse la carrera anterior por su operación 🥹🥹🥹👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻👏🏻
Y no hablemos de que Lando quedó tercero porque lloro T_T
Tenía que celebrarlo de alguna manera, así que aquí tenemos otro capítulo ♡
Max está perdiendo credibilidad y sabe lo que hay entre Lena y Charles a ciencia cierta, Helena se pregunta si lo está tratando justamente después de todo porque mi niña tiene un corazón de oro, Charles ha preparado un viaje sorpresa con amigos en común y Binotto y Pedro Silva siguen adelante con sus planes de sabotear la vida de Helena = muchas cosas pasando en un solo capítulo xD
¿A dónde creéis que irán de vacaciones? 🤔🤔🤔
Os leo 👀
El arco de las vacaciones será un poco largo, pero lo ando escribiendo estos días y me está encantando ❤️🩹😌
Cuando acaben, volverán las curvas y los problemas para ellos 😬
Pero para que inicien este descanso todavía quedan unos días porque la semana que viene no habrá capítulo (sorry 😅), por lo que nos leeremos la semana del Gran Premio de Japón (primeros de abril, si no me equivoco 🥰)
Además, quiero recordar que el grupo de WhatsApp de F1 sigue abierto, al igual que el de mis seguidoras (grupo general de GotMe, por así decirlo xD)
Sentíos libres de entrar a través de los enlaces que hay en mi biografía y saludar 😊
Os quiere, GotMe 💜❤️
24/03/2024
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