86 || spavento
Helena Rivas Silva
El miércoles, veinte de julio, atravesaba los pasillos de la fábrica en Maranello, como de costumbre. Llevaba unos documentos de vuelta a nuestra sala de operaciones. Volvía a ocuparme de la radio de Charles ese fin de semana, en Francia, y Xavi parecía más nervioso de lo habitual. Las estrategias no estaban siendo fáciles de formular. Había muchas incógnitas por resolver y él no encontraba salidas. Ni siquiera yo daba con ellas.
Era estresante cuanto menos, y andaba pensando en todos esos problemas cuando el grito de una mujer me interceptó en mitad del pasillo.
—¡Lena!
Me giré rápidamente, descubriendo a Mia al fondo del corredor. Caminaba con prisas, como si fuese tarde a alguna parte.
—¿Qué pasa, Mia? —Ella siguió recortando la distancia—. ¿Por qué ...?
Llegando hasta mí, noté el gesto que reinaba en su rostro y no me gustó ni un ápice lo que vi. El rictus serio, las cejas pronunciadas y los labios tensos.
—Es Charles —dijo.
Su nombre me alcanzó como un bala a altas velocidades.
—¿Charles? —pregunté, aterrada.
—Está en una comisaría de Módena —No se demoró en explicármelo—. Le han robado el Richard Mille —Agregó.
—¿Qué? —Me ahogué en mi propia respiración. Necesité guardar un segundo de silencio antes de formular la siguiente cuestión—. ¿Pero él está bien?
Mia no sabía nada sobre su estado. Sus ojos hablaron antes que su boca.
—No lo sé —me respondió—. Me ha llamado Joris. Venían juntos desde Mónaco. Me ha avisado, pero la cobertura era horrible y se cortaba todo el rato, así que no ha podido decirme nada más que eso.
Agarré bien las carpetas que cargaba y me dispuse a coger el móvil, que aguardaba en el bolsillo de mis pantalones cargo.
—Puedo intentar llamar a Charles para ...
Ella me tocó el brazo, impidiendo que lo hiciera.
—Ya lo he intentado varias veces y su móvil no da señal —lamentó darme la noticia.
Lo que más quería en esos momentos era que él despejara cualquier duda, que me asegurara que había sido un falsa alarma, un robo sin más, y que se encontraba bien, sin ningún rasguño. Si no tenía la posibilidad de contactar con él ni con Joris, podía volverme loca a la espera de alguna noticia. Por tanto, cogí la mano de Mia y le supliqué con la mirada que no me dejara sola en la fábrica.
—¿Vas a ir? —inquirí, ansiosa.
—Sí —Asintió—. No me he quedado tranquila.
Mia era una de las personas más templadas y serenas que conocía. Percibirla tan inquieta no me daba nada de paz. No recordaba que Charles se hubiera enfrentado a un robo antes, por lo que su preocupación era más que fundada. Igual que ella no estaba hecha para esperar, yo tampoco. Esperar en Maranello a que llegara un mensaje o una llamada después de que Joris hubiera dado el aviso no era viable en nuestra situación.
—Voy contigo —declaré antes de retomar mi camino.
Mia no perdió ni un segundo y comenzó a seguirme de cerca.
—¿Puedes? —titubeó.
Ella sabía que estábamos teniendo varios problemas con las preparaciones del coche y que había mucho trabajo por delante, pero, si me quedaba allí, no lograría hacer nada productivo. Al contrario, me enredaría todavía más con todos esos números inconexos mientras Charles estaba en esa maldita comisaría después de una experiencia que traumatizaría a cualquiera.
—Sí. Claro que sí —le confirmé, decidida a ir a Módena o al otro extremo de la península si fuera necesario—. Charles es lo más importante ahora. Voy a dejarle esto a Xavi —le comuniqué y apreté el paso.
A pesar de mis bajas expectativas, Xavi no puso ningún inconveniente en que me ausentara durante un rato. Él no era consciente de mi relación con Charles. Ricciardo sí lo sabía. Después de que salieran aquellas fotos de Charles y Charlotte, tuve que explicárselo, aunque él ya había hilado bastante bien las pistas por su propia cuenta. Sin embargo, Xavi era otro mundo. No prestaba mucha atención a lo que ocurría fuera del trabajo y, a lo mejor, esa era una de las razones por las que no llegábamos a congeniar del todo. No podíamos ser amigos sí él se olvidaba de mi existencia cuando terminaba nuestro horario, pero tampoco le culpaba por ser así. Lo respetaba. Por eso mismo me sorprendió que no se quejara de mi escapada, pero aproveché la oportunidad como si mi vida dependiera de ello y me marché junto a Mia de Maranello.
Tal y como ella me había comentado, tanto el teléfono de Charles como el de Joris aparecían apagados o fuera de cobertura. También temí que le hubieran robado el móvil a Charles.
Aún así, intenté frenar mi inventiva de camino a la comisaría. No lograría más que ponerme nerviosa, enferma de incertidumbre, y no quería sufrir por el gusto de hacerlo. Hice de tripas corazón, respiré muy hondo y escuché las tranquilizadoras palabras de Mia, que no fallaba a la hora de calmarme.
Cuando llegamos al recinto regentado por la policía italiana, estuve cerca de bajarme de su coche en marcha. Con ambos pies en el asfalto, esperé a que Mia cerrara el vehículo. Ella me guió dentro del edificio. Yo no estaba familiarizada con ese tipo de lugares y, en realidad, ella tampoco, pero tenía más nociones al respecto, así que la perseguí por el lugar, esquivando constantemente a señores de uniforme que nos miraban extrañados.
Me sentía un tanto cohibida por aquellas miradas de soslayo, aunque, por suerte, una silueta conocida hizo que me olvidara de los agentes poco amistosos.
—¡Joris! —exclamó Mia.
Él se volvió hacia nosotras, realmente aliviado.
—Menos mal que has venido, Mia —dijo, viendo en ella su salvación—. Estos policías no ...
No nos saludamos porque Joris necesitaba con urgencia el consejo de mi compañera y porque todos mis sentidos se vertieron en la persona a su lado. Charles estaba sentado frente a una mesa. No hablaba con nadie, o eso creí. Tampoco pude asegurarlo, pues él giró la cabeza al escuchar el nombre de Mia y sus ojos se toparon conmigo de repente.
—Helena ...
Se levantó casi al instante. Yo estuve a punto de derribarlo por la premura con la que lo agarré de ambos brazos.
—¿Estás bien? —le pregunté, angustiada.
Palpé sus antebrazos y revisé que estuviera de una pieza. No había nada raro, pero el miedo palpitaba en mis oídos y continué buscando cualquier indicio de que le hubiesen puesto la mano encima.
Liberó su brazo derecho de mi sujeción y abarcó con su mano toda mi mejilla.
—Estoy bien, tranquila —me prometió—. ¿Por qué has venido? —cuestionó, desorientado ante mi repentina aparición.
—Porque me has dado un susto de muerte —contesté, demasiado borde. En mi defensa, debería añadir que el pánico, si era moderado, siempre me ponía agresiva y sacaba los dientes para que esas sensaciones tan horrendas no perpretaran dentro de mí—. No conseguía contactar contigo y Mia solo sabía que estabas en comisaría. Me puse en lo peor y ...
Comprendió que estaba muy nerviosa y me llevó hacia su pecho abierto para bloquear mi verborrea. Aplacar mis terrores nocturnos era su especialidad y no me decepcionó al abrazar mi cuerpo, conteniendo mis hipótesis apoteósicas.
—Cálmate, tesoro ... —masculló, descansando su barbilla en mi cabeza—. La cobertura aquí es horrible. Solo eso —Masajeó mi espalda y yo temblé al suspirar—. Lo siento mucho.
Me así a sus costados. Estruje la tela de su polo azul marino entre los dedos e inhalé su colonia con desesperación.
Aquello me estaba recordando a Bakú, a no tener nada a lo que acogerme en una espera eterna, así que ponerle punto y final fue el mayor descanso que sentí nunca.
—¿Por qué te disculpas? —Apoyé la frente en el nacimiento de su cuello. El resguardo de su abrazo me equilibró en cuestión de segundos—. Tú no tienes la culpa de que te hayan robado —sentencié, recomponiéndome—. ¿Solo ha sido el reloj? —cuestioné cuando me noté capaz de continuar la conversación.
—Sí. Sabían a por lo que iban —reconoció.
—Pero no te hicieron nada, ¿verdad?
A pesar de todo, temí que su respuesta fuera afirmativa.
—Nada de nada —Insistió—. Solo fue un robo y fuga.
Comencé a creérmelo. Me repetí a mí misma que estaba a salvo.
—Vale ... —Exhalé.
Si él decía que no había sido ni la mitad de grave de lo que me había imaginado, podía respirar sin miedo a ahogarme.
—Ya pasó ... —Acarició mis lumbares con cariño.
—¿Por qué me consuelas? ¿No debería ser al revés? —Puse en duda su bondad.
—No funciona así, ma belle ... —Rio él.
Si era capaz de reír, no había nada de lo que preocuparme. Así pues, me separé de su torso y procuré proyectar una imagen fuerte.
—De acuerdo ... Ya estoy mejor —declaré—. Si tú estás bien, yo también.
—¿Segura? —Arqueó sus cejas, desconfiado.
—Sí ... —Asentí y observé la mesa vacía; no había nadie al otro lado—. ¿Entonces? ¿Qué ocurre? ¿Hay algún problema con la denuncia? —me interesé en los inconvenientes que estaban experimentando en aquella comisaría.
Por su semblante entendí que estaban poniendo más trabas de las que deberían para un robo de esa índole. Se trataba de un Richard Mille, una de las marcas más caras del mundo, pero allí nadie parecía preocupado por el hurto.
—Estos caballeros tan agradables dicen que no podemos revisar las cámaras de seguridad de la gasolinera sin un permiso que puede llegar dentro de varios meses —me comentó—, con suerte —tildó, ligeramente irónico.
—¿Fue en una gasolinera? —inquirí.
—Sí. Me pidieron una foto justo cuando estábamos terminando de llenar el depósito —Destripó mejor el suceso—. Eran tres. Uno comprobaba que Joris siguiera dentro de la gasolinera, otro reclamó el reloj y el último me amenazó con una navaja.
Al escuchar esa palabra, un temeroso escalofrío me subió por la columna.
—¿Una navaja? —exclamé.
—Solo me la enseñaron —Se apresuró a restarle valor al arma que utilizaron los ladrones—. Una amenaza como cualquier otra. Además, mi vida vale más que ese reloj —bromeó y me mostró media sonrisa.
Entonces, Joris intervino con un comentario acerca del peso económico de aquel reloj.
—¿Se te olvida cuánto cuesta ese ejemplar? —Encaró a Charles, también con aires bromistas. Mia, a su lado, intentaba sonreír, aunque no era algo con lo que bromear así como así—. Es único en el mundo.
—Es un problema que me lo hayan robado, pero solo hay que hablar con el representante de la marca —Simplificó Charles—. Lo entenderán.
Ciertamente, la marca no podía acusarle de haberlo perdido. Había sido un robo a mano armada y nadie en su sano juicio habría opuesto resistencia en una situación como esa.
Joris rodó la mirada.
—Cosas de ricos, supongo ... —se burló de su amigo.
Yo quise preguntarle para saber cómo se encontraba él.
—¿Tú estás bien, Joris?
Me miró. Había sorpresa en su rostro.
—¿Yo? Sí, sí —Afirmó, vehemente—. Ni siquiera les vi la cara. Cuando volví al coche, ya se habían marchado —relató su parca versión de los hechos.
Era un verdadero alivio que los dos hubiesen salido ilesos de un encontronazo con gente tan peligrosa.
—Me habría dolido mucho más que se llevaran el Pista —dijo Charles, muy chistoso.
Al referirse a su Ferrari como algo más preciado que su fiel amigo, ambos compartieron un par de sonrisas de complicidad.
Joris avanzó y palmeó su hombro izquierdo.
—C'est drôle ... —le respondió.
Después, Mia retomó la cuestión principal.
—No te preocupes, Charles. Veré qué puedo hacer —Echó un vistazo a nuestro alrededor. Seguramente buscaba a alguien con quien hablar—. ¿Qué datos tenéis? —les pidió toda la información posible.
Transcurrió una media hora mientras esperábamos a que Mia terminase de hablar con el agente que se había estado encargando de tramitar la denuncia. Lamentablemente, ni siquiera Mia pudo solucionar mucho. Le dieron largas y más problemas de los que tenían. Al final, no nos quedó más opción que replegar las alas y dejarlo en manos de la policía, aunque tampoco pudieran hacer gran cosa por la falta de unas grabaciones que necesitaban si pretendían dar con el reloj.
No obstante, saliendo de la sala principal, intenté ser más positiva.
—Probablemente los encuentren —profeticé—. Además, un reloj así no es fácil de vender sin que salten las alarmas.
—Sí. Tienen a gente fichada por esta clase de robos, así que ... —elucubró al respecto.
Y, de pronto, Joris, que se había adelantado a nosotros, retrocedió dobló la esquina por la que acababa de desaparecer y volvió a nuestro encuentro, cortándonos el paso.
—Chicos, esperad un momento ...
—¿Qué pasa? —Su voz se enturbió de preocupación.
Joris proyectó una mueca de incomodidad.
—Es la prensa —esclareció.
Sus palabras cayeron sobre mí como un jarro de agua fría. Aquella advertencia era la última que deseaba escuchar, además de la más retorcida de todas porque no me entraba en la cabeza que el rumor hubiese llegado tan rápido a los reporteros italianos, sedientos de noticias que tergiversar y que publicaron en sus tablones.
—Merde ... —Escupió Charles, claramente malhumorado.
—Alguien en la comisaría ha debido dar el soplo —Expuso Joris, que lo lamentaba de corazón. Ya habían ocurrido suficientes incidentes como para sumar declaraciones a unas cámaras que no habían sido convidadas—. No son muchos, pero ...
Él no dijo aquello mirándome. En absoluto. Pero yo, sin pensarlo, hablé con la resignación de siempre.
—Sí, sí. Claro —Ellos me observaron, atentos—. ¿Hay alguna salida por la que no ...? —insinué cuál era mi brillante plan para que no me encontraran allí.
—¿Qué? No —se quejó un Charles molesto de ceño fruncido—. Ni hablar. Podemos salir juntos, Helena. También está Mia —aclaró.
—¿No debería ...? —Traté de explicar mi punto de vista.
—No me refería a eso, Lena —me interrumpió Joris, que se mostró arrepentido por haber usado expresiones confusas.
Charles me sujetó del brazo, cuidadoso e intransigente a partes iguales. Había todo un terremoto en sus ojos. Si salía de ese modo, todos los periodistas que esperaban fuera habrían pensado que los acontecimientos eran mil veces más graves.
—No. No vas a salir de aquí como si tú fueras la delincuente —se negó a que nuestros caminos se separaran en la seguridad de la comisaría.
Asentí, confirmando que no haría de eso, y cogí su mano, la que reposaba en mi antebrazo.
—Vale —acepté.
Joris debió sentir que sobraba, pues apartó la mirada y revisó dónde se había quedado Mia, que no nos seguía.
—Voy a decírselo a Mia —nos contó antes de retroceder y esfumarse.
Por un momento me asustó que se sintiera realmente mal por aquel malentendido. Me habría gustado decirle que no tenía la culpa de que mi mente maquinara esos sabotajes en cuanto aparecía una auténtica amenaza al secreto que nos vinculaba a Charles y a mí. No tenía nada que ver con él. Era algo intrínseco a mi red defensiva. Charles se había alterado por mi ocurrencia, no por el aviso de Joris.
Antes de poder llamar a Joris, Charles apoyó un par de dedos en mi pómulo, girando mi cuello hacia él. Mis pupilas dieron con las suyas y todo lo demás se desintegró. Solo estaba Charles, con sus intensos orbes, dispuesto a poner los puntos sobre las íes.
—Nos toman por amigos. No es tan raro que hayas venido con Mia para ver lo que había pasado —me explicó.
Batí los párpados, aletargada.
—Supongo que no —musité.
—Y Mattia no se atreverá a poner el grito en el cielo. No has hecho nada malo —Le declararía la guerra a nuestro jefe de equipo si este se entrometía de nuevo en la vida que compartíamos. Estaba muy segura de que lo haría, incondicionalmente. Con esa idea surcando mis pensamientos, Charles se echó hacia delante y besó el lugar en mi moflete donde todavía sentía la profunda huella de sus dedos—. Esto cambiará pronto. Te lo prometo —me susurró, a escondidas del resto de personas que pululaban por las inmediaciones policiales.
—Está bien, de verdad —le repetí que no me había herido, que, si había propuesto una salida menos llamativa, no era sino por hacer las cosas más sencillas—. Ahora mismo solo me importa que estés bien —Me eché hacia él y, de puntillas, entregué un beso pasajero al borde de su boca, ignorando que alguien pudiera estar vigilándonos. Escruté sus compungidos ojos, que empezaban a levantar el vuelo—, sin un rasguño.
—Nunca he estado mejor —declaró.
Su sonrisa rota era un parche a esa relación nuestra, que necesitaba mantenerse a flote bajo cualquier circunstancia.
—¿Sin un par de millones de euros en la muñeca? —dije con algo de guasa.
Sus labios subieron, esperanzados y divertidos por mi chiste.
—Chicos —El reclamo de Mia nos separó—, ¿salimos?
—Sí —No puse objeción.
Mia, con la mirada entintada de ternura y compasión, vaciló sobre lo que haríamos para salir.
—¿Volvemos en los mismos coches o Charles y tú ...? —titubeó.
Si había creído que nos marcharíamos de la mano, estaba equivocada, pero su incertidumbre me abrigó el corazón. Saber que quería vernos ahí fuera actuando como los novios que éramos, incluso con los reporteros de por medio, me hacía extremadamente feliz.
—No. Todavía no —Le sonreí y retomamos el camino de salida, aunque toqué el brazo de Charles y él aminoró su avance—. Conduce con cuidado, por favor.
Me lanzó un guiño.
—Conduciré con cuidado —Confirmó. Llegamos a la entrada y las cristaleras revelaron nuestra posición, además de quiénes acompañábamos al piloto. El revuelo y las voces de aquellos periodistas quedaron de fondo mientras Charles terminaba de organizar la salida—. Salimos primero tú y yo, ¿no? —le habló a Mia—. Joris puede irse contigo, Helena.
No era una pregunta, pero se asemejó demasiado a una. Al decirlo con los ojos puestos en mí, entendí que estaba esperando mi beneplácito aunque no lo necesitara.
—Claro —le contesté al instante—. Mia ha venido para eso.
—Sí. No hay problema —Asintió Joris.
—Entonces, todo solucionado —Sacó una buena bocanada de aire de sus pulmones y tiró de la palanca. Los flashes nos cegaron enseguida—. Vamos allá ...
Charles y Mia atendieron al grueso de los reporteros. Eran seis, con sus respectivas cámaras, y casi todos se centraron en el deportista de élite, como era lógico. Sin embargo, uno de ellos se desplegó al darse cuenta de que Joris y yo tomábamos otro rumbo. Nos interceptó después de que bajáramos la rampa paralela a los escalones principales y me preguntó directamente qué hacía allí. Un tanto nerviosa, le dije que había ido a la comisaría acompañando a nuestra compañera porque era parte de su trabajo estar junto a Charles en esos momentos, pero no di ni una explicación más. Aquel hombre pareció quedarse poco conforme con mi declaración. A pesar de la suspicacia en su semblante, volvió a la escalinata donde Charles hablaba del robo y nosotros pudimos marcharnos hacia Maranello.
Naturalmente, aquellas imágenes en las que Charles y yo salíamos de la comisaría italiana dieron la vuelta al mundo gracias a las redes sociales. Todos vieron que estuvimos juntos fuera del trabajo, aunque muchas personas intentaron justificar mi presencia en el lugar como si fuera una mera casualidad. Mia también estaba en esas grabaciones, al igual que Joris, así que no saltaron demasiadas alarmas entre las masas. De igual forma, algunos empezaron a cuestionarse si el motivo era diferente, si esa relación de amistad que nos abanderaba a Charles y a mí no podía ser algo más.
Con esos rumores revoloteando por el paddock francés, me percaté de que tenía más ojos a mis espaldas que los fines de semanas previos. Si mi nombre ya había resonado bastante durante la primera mitad de temporada, la cantidad de murmullos se dobló a lo largo de esos días que acogieron el Gran Premio de Francia, en el circuito de Paul Ricard.
Habían sido unos días extraños.
Charles no terminaba de sentirse bien con el coche y todos nos habíamos percatado de que estaba teniendo problemas para adaptarse a la pista francesa. El SF-22 tampoco ayudaba; había dado errores en las prácticas y aquellos percances llevaban a los ingenieros de Charles de cabeza, casi sin dormir y con lo nervios por las nubes.
El ambiente de indecisión se respiraba en su box desde el viernes por la mañana y, a domingo, media hora ante de que la carrera comenzara, los rictus serios seguían propagándose incluso por el muro.
Al cabo de unos minutos observando a compañeros con un profundo gesto de preocupación, salté de mi asiento e inspeccioné la zona. Sabía dónde se encontraba el monegasco, pero quise salir de dudas antes de encaminarme al box con su nombre. La soledad era su mejor aliada y no me gustaba interrumpir aquel descanso mental y físico al que recurría habitualmente; aquel rato previo a la carrera era sagrado para muchos pilotos. Algunos no podían estar con nadie, otros se aislaban y unos pocos pedían a gritos hablar con sus ingenieros o familiares con la intención de relajarse.
Charles, por su parte, no tenía preferencias muy señaladas; podía pasar ese tiempo a solas, sin distracciones, zambullido en música clásica, o charlando con Andrea, pero solo con su entrenador.
Cuando el sol dejó de abrasarme la piel de los brazos, me quité la gorra de Ferrari y paseé por el box, que parecía abandonado. La ausencia de los mecánicos e ingenieros lograba que el lugar se viera más grande, amplio y limpio.
Casi se podía respirar cierta tranquilidad, si obviábamos el ruido que venía de fuera, claro.
Mis pasos no pertubaron su reclusión. Al contrario, me presenté a poco más de un metro de su posición y no obtuve ninguna respuesta física.
Él estaba sentado en una de las sillas que ocupaban los mecánicos durante la carreta. Permanecía con la espalda flexionada y la cabeza gacha, examinando atentamente algún espacio entre la punta de sus zapatos y la pata de la silla más alejada mientras se masajeaba ambas manos y una pieza musical que desconocía inundaba sus oídos.
La libreta donde apuntaba las estrategias y datos más importantes acechaba desde la silla contigua.
—Charles —dije con fuerza.
Si hubiera hablado en una tonalidad ligeramente más baja, él no me habría escuchado. Pero me oyó con una nitidez asombrosa. Se fijó en mi sombra y, al levantar la mirada y descubrir que era yo quien lo buscaba, se sacó el airpod derecho.
—¿Pasa algo?
Zarandeé la cabeza con suavidad y mareé la gorra entre mis dedos.
—No —le aseguré—. Solo quería estar contigo un rato —Relajó los hombros y discerní la silueta de una media sonrisa en sus labios—. ¿Puedo quedarme?
—¿Qué pregunta es esa? —inquirió, sentándose erguido en la silla—. Quédate, por favor —insistió.
Toqueteó la pantalla de su móvil para cortar la canción. Entretanto, cogí una silla libre y la moví, poniéndola frente a él. No me apetecía estar a su lado sin más, sino mirarlo a los ojos el tiempo que habláramos. Así no podría engañarme ni enturbiar sus sentimientos con tal de no preocuparme.
Sigilosa, me senté. La silla estaba de espaldas a Charles, por lo que entre nosotros existía el respaldo y unos treinta centímetros insalvables. Al acomodarme, coloqué las piernas a ambos lados y él prolongó las suyas para que sus botas rozaran mis zapatos.
Ese pobre contacto era poco más de lo que podíamos permitirnos en aquellos momentos.
Apoyé mis manos en el borde del respaldo y escruté su rostro. Estaba cansado, sobre todo, mentalmente.
—¿Estás bien? —formulé la pregunta más compleja de contestar.
Charles trató de sonreír, pero le costaba horrores y desistió. Ni siquiera le importaba mostrarse demacrado.
—No lo sé —admitió que no estaba en su mejor forma—. Todo el equipo se ha dado cuenta. Es uno de esos fines de semana—me indicó, apenado por ese malestar que tanto le incordiaba—. No me siento cómodo con el coche ni con la pista. La presión ... Es ... Es agobiante. Casi claustrofóbica —Exhaló y hundió sus ojos en mi semblante—. Francia nunca es fácil; significa demasiado para mí. Jules ... Ya sabes —No pudo exponer los motivos, pero no era necesario porque los conocía de sobra—. Su familia está aquí y el campeonato pende de un hilo.
Todos esperaban grandes cosas del monegasco de Ferrari. Extrañamente, se había apropiado de la pole y saldría en primera línea. Charles era el primero que quería liderar el campeonato de nuevo. Lo ansiaba con más esperanzas de las que tenía y ese tesón me hacía sentir muy orgullosa de él. Sin embargo, el cansancio también era natural en su tesitura. Había demasiadas expectativas y demasiados problemas. El coche no evolucionaba en la línea que los desarrolladores e ingenieros predijeron al inicio de la temporada y, aunque me doliera reconocerlo, ni siquiera los más veteranos sabían cómo arreglar determinados obstáculos.
Había muchas cosas que estaban mal en el equipo y lo peor era que no conseguíamos solucionarlas.
El pesimismo también me abrazaba por las mañanas. Íbamos colina abajo, sin frenos, y entendía el abatimiento que había en su mirada, así que estaría ahí para él, para que se perdiera en aquella batalla interna.
—Estás deseando que acabe, ¿no? —Deduje.
—Sí —sentenció—. Me duele pensar así, pero estos días son horribles.
—¿Qué puedo hacer por ti? —Me ofrecí para hacer cualquier cosa en la que pudiera echarle un cable. Su genuina sonrisa expresó lo que sus palabras no eran capaces de transmitir—. Además de llevar tu radio, quiero decir —alegué con guasa.
Charles echó un vistazo a mi lado, pero fue tan sutil que apenas reparé en ello.
—Te habría pedido un beso, pero tenemos compañía —me comunicó. Al instante, busqué esa presencia de la que hablaba y tropecé de lleno con un camarógrafo que nos filmaba en directo. Atónita, me erguí en la silla. Por el gesto de aquel hombre, no me cupo ninguna duda de que había escuchado ese último comentario del piloto—. No te preocupes; no graban el sonido —me dijo después de sonreír a la cámara—. No seas tímida y saluda —Espoleó mi tímida conducta y casi me vi obligada a regalar una sonrisa a la gente que estaba viendo aquella imagen desde casa. La débil risita de Charles me aturulló aún más—. Tu es mignon ... —me piropeó.
Terminé por girarme hacia Charles de nuevo, más vergonzosa de lo habitual.
—No sé si venir a verte ha sido la mejor elección ... —farfullé.
Él apoyó la espalda en el respaldo de su asiento y me observó con curiosidad ante mi peculiar comentario.
—¿Por qué dices eso?
Intenté que aquella lente no me limitara y se lo expliqué.
—Primero lo de la comisaría el miércoles pasado y ahora me ven hablando contigo en tus minutos de reposo antes de la carrera ... —Jugué con mi anillo, inquieta—. La gente empezará a sospechar.
Charles nunca pasaba ese tiempo con nadie más que con Andrea, y ocurría muy de vez en cuando, por lo que nuestra relación sería sometida a nuevas valoraciones en cuanto nos descubrieran juntos.
—Que sospechen un poco no está mal —opinó Charles—. Así no les pillará por sorpresa cuando lo anunciemos —me justificó, confiado y distendido al respecto.
—Supongo que tienes razón —A pesar de que aquel hombre continuaba grabándonos, no me volví hacia él una segunda vez. Lo dejé correr hasta que creí sentir que se replegaba—. Aunque nunca me acostumbraré a todas estas cámaras ... Siempre están ahí, al acecho —Entonces, revisé disimuladamente que se estuviera marchando fuera del box y, después de comprobarlo, solté un suspiro que tenía clavado dentro—. Algún día me darán un infarto ...
—Te persiguen porque nadie quiere quitarte el ojo de encima —Expuso, realmente convincente—. Comparto esa sensación con ellos —reconoció su debilidad por mí.
Al estar otra vez solos, sin invitados sorpresa ni compañeros que pudieran interrumpir, colé la mano derecho por el hueco que había en el respaldo y recogí su mano en la mía.
Charles los apretó, agradecido.
—Sé que estás cansado, pero todavía queda un último empujón —Señalé.
—Hacía mucho tiempo que no necesitaba tanto el descanso de verano ... —me confesó él.
—Solo queda una semana —le recordé.
—Una semana puede hacerse eterna, chérie ... —me respondió.
Una tibia sonrisa se abrió paso entre los temores y las dudas que leía en sus facciones.
—Pero yo sé que puedes hacerlo —avalé su dedicación y esfuerzo.
Acarició mis nudillos con su pulgar.
—Sì?
Podía subirse a ese coche sin mis ánimos. Lo llevaba haciendo años, atravesando episodios personales horribles en los que aislarse de la realidad debía ser inviable para muchos otros pilotos. Separar su vida, su estado físico y emocional, de la profesión que había escogido era duro, pero lo había logrado durante muchos años y seguiría adelante porque arrastrar aquello no le arruinaría la carrera.
No obstante, incluso si no necesitaba mis palabras, quería dárselas.
—Sí —Afirmé en castellano—. No siempre sale como quieres, pero sacas todo lo que tienes dentro para conseguirlo. Y también lo harás aquí. Igual que lo harás la semana que viene en Hungría —aseveré, abanderada de un positivismo inmenso.
Charles dedicó unos cuantos segundos a juguetear con mis dedos.
—¿Para qué quiero vítores si te tengo a ti, eh? —Se sonrió.
Su cambio de ánimo era notable, así que me di por satisfecha. No tardé en alejar mi mano de la suya y en levantarme de la silla.
—Los necesitas para recordar quién eres y qué buscas, campeón —comenté, a punto de sonreírle de vuelta.
—¿Ya te vas? —preguntó, desilusionado.
—Sí. Solo me he escaqueado unos minutos. Xavi me regañará si no vuelvo —Me acerqué a él, ignorando si a mis espaldas había más cámaras capturando lo que sucedía entre nosotros. Charles alzó la cabeza para mirarme correctamente y yo peiné parte de su cabello, tratando de dar con una caricia que rivalizara mínimamente con el beso que no podía plantar en sus labios—. ¿Cómo te sientes ahora?
Charles asintió para mí.
Había recuperado el brillo de sus pupilas y eso ya era una victoria a mi parecer.
—Mejor que antes.
Deslicé los dedos hasta su pómulo, concluyendo ese breve e íntimo recreo.
—Perfecto. Te veo en la parrilla —dije, retrocediendo.
—Capito, bella —Y me dejó ir.
Media hora después, el Gran Premio de Francia dio el pistoletazo de salida y todos en el muro nos concentramos en mantener la posición de Charles a toda costa y en ayudar a Carlos a escalar puestos cuantos antes. La escena era favorable para nosotros. Los gráficos estaban en orden, todo parecía marchar sobre ruedas, literalmente, pero entonces llegó la vuelta número dieciocho.
El accidente se produjo en el sector tres.
Mis ojos lo captaron a la velocidad del rayo, en una de las pantallas que tenía abiertas en el monitor general. Primero lo vi en la cámara subjetiva de Charles y, después, oí su grito roto.
—¡No! —se desgañitó.
Su SF-22 derrapó. Esa era la sensación a primera vista. Llegó a aquella curva y no se abrió lo suficiente para tomarla. Debió pasarse de largo y perder el control del vehículo, pues este dio varios giros en el asfalto para concluir su excursión fuera de pista al estamparse contra un muro.
Al principio pensé que se había formado una nube de humo por alguna fuga de motor y la idea de revivir lo que pasó en Bakú me secó la garganta. Sin embargo y por suerte para mis nervios, pronto me percaté de que solo era una humareda de tierra nacida de la grave que rodeaba esa zona del circuito.
—Charles, ¿estás bien? —inquirí a través de mi micrófono.
El corazón me latía a mil por hora y no bastó con una respuesta afirmativa de Charles para calmarme. En absoluto. Más que relajarme, sentí que el pánico me impedía retomar mi labor. Difícilmente pude indicarle lo que haríamos mientras llegaba la grúa, aunque fui capaz de mantenerme cuerda hasta que él se bajó del coche, decepcionado con su fallo de pilotaje y cabizbajo.
Ni siquiera se quitó el casco mientras lo traían de vuelta al pitlane.
Con las manos sudadas y temblorosas, me retiré los auriculares de los oídos y observé las pantallas.
Él estaba bien. Había bajado del coche por su propio pie. Solo había sido un accidente más, como muchos de los que se originaban durante la temporada. No tenía ninguna similitud con lo que le pasó en aquella lucha contra Max, pero mi cuerpo reaccionó como si todo estuviera volviendo.
El terror, la incertidumbre y el desconsuelo.
Lo atribuí a la memoria muscular y al trauma que llevaba manejando más de diez años.
La realidad que me transmitían las cámaras no encajaba con el miedo que me encadenaba el pecho. Me atrevería a asegurar que, en los siguientes minutos, mi interior sufrió una pelea interna que, si bien no llegaba a lo que experimenté en Bakú, se le asemejaba en demasiados puntos.
El hormigueo en mis brazos siguió y siguió consumiéndome y propagándose por mi dermis.
De pronto, alguien llamó a Charles y supe que había regresado. Cuando miré hacia el box, no encontré más que malas caras y tristeza. Preguntándome dónde estaba él, rastreé también el pitlane; localizar su casco rojo equivalió a aferrarme a un salvavidas en medio del océano.
Caminaba directo al muro por una de las orillas del carril para no importunar a los coches que entraran a bóxers e ignoraba los reclamos de nuestros compañeros. Se había retirado el casco y podía diferenciar su cabello despeinado y húmedo de sudor.
Mi asiento era el más cercano, en la esquina del muro de Ferrari. Tras respirar varias veces por la boca, comprendí que venía a mi encuentro.
—¡Lo siento mucho! —gritó con el objetivo de que le escuchara. Inconscientemente, me arranqué los cascos del cuello, dejándolos sobre la mesa y bajé del taburete con la aprensión palpitando en mi cabeza—. Ha sido mi culpa que el coche haya ...
Salté de la tarima de metal. Él, alertado de mis intenciones, se agachó un poco para depositar el casco en el suelo.
—El coche da igual —articulé, aunque mi voz fue consumida por el ruido de una parada cercana que otro equipo realizaba.
Charles detuvo su caminata y yo lo arrollé en un abrazo de pura desesperación.
—He echado a perder la carrera, Helena —Distinguí su voz entre todas esas estridencias—. También el campeonato.
—Eso no es verdad ... —Me agarré mejor de su cuello y cerré los ojos porque creí que así me tragaría las lágrimas antes de que alguna cámara las captara—. Y, aunque lo fuera, lo importante es que no te ha pasado nada ...
Estaba enfadado, frustrado consigo mismo por haber jodido su carrera con un error tan estúpido. La decepción de no haber estado a la altura de los acontecimientos le acribillaba mentalmente, pero algo tuvo que darle una señal de que yo no me encontraba bien. No era porque me hubiera echado a sus brazos en público, sino por algún indicio que halló durante ese abrazo tan precipitado. Pudo ser la rigidez de mi complexión o la orquesta arrítmica de mi corazón. No estaba segura de qué notó. Solo me concentré en la impetuosidad con la que me abrazó la espalda, casi recogiendo unos pedazos que, milagrosamente, no se habían descolgado de mi ser.
—¿Te has asustado? —masculló, olvidándose de los reproches a sí mismo.
—Mucho ... —Apreté los párpados cerrados.
Empujé mi barbilla contra su hombro.
El almizcle a gasolina, sudor y tierra anegó mis fosas nasales.
—Perdóname, cariño —Me pidió perdón, preocupado por el significado de mi crisis nerviosa—. Yo ...
—Olvídate de las disculpas y abrázame más fuerte porque sigo temblando ... —le supliqué, con las palabras haciéndose añicos conforme salían de su escondite.
Atornilló sus dedos en mi piel, traspasando la fibra de mi camiseta y cualquier escena catastrófica que hubiera surgido de mi habilidosa mente desde que su coche se salió de la pista.
Ladeé el rostro hasta enterrarlo en su pelo mojado en una especie de llamada de auxilio desquiciada.
Mis suspiros contenían un llanto que no tenía el lujo de liberar. A pesar de aquel maldito susto, estábamos a la vista de todos, incluso de los fans si alguno de esos drones que sobrevolaban el circuito pinchaba nuestra imagen, así que me tragué las lágrimas, que ardieron en mis ojos y dejaron una marca imposible de borrar.
—Parece que esta semana te he dado más sustos que alegrías ... —comentó Charles en pleno abrazo.
Fue un abrazo demasiado largo, demasiado personal y demasiado sufrido como para ser traducido en una amistad inocente y sincera. Probablemente, muchas personas supieron que Charles y yo compartíamos más que un trabajo aquel día.
Tiritando, sentí que él me recogía para que, si mis piernas fallaban, no hubiera posibilidad de que me viniera abajo. Cargaría conmigo si hacía falta, pero deseé que no llegásemos a ese nivel. Al menos, no allí, donde todo el mundo nos analizaba.
Extendí los dedos de mi mano derecha entre sus omóplatos y resollé, inundándome lentamente de un alivio que parecía falso.
—No digas eso ... —le reprendí.
Pero era cierto. Todo lo que había dicho después de poner los pies en tierra era verdad. Verdades aplastantes, una tras otra.
Había perdido el campeonato y los periodistas y críticos deportivos no dudaron en proclamarlo así durante el resto del año.
🏎🏎🏎
La carrera de Australia empieza en menos de cinco horas y yo estoy rezando para que no haya ningún accidente grave 😭
Mientras tanto, dejo este capítulo por aquí y me marcho a dormir unas pocas horitas, que aquí en España es la una de la madrugada 🫠🫠🫠
Encima llevo una semana de mierda y solo me consuela escribir ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
Btw, estas son las fotografías que irían en portada para representar cómo mira Charles a Helena mientras hablan antes de la carrera en Francia y los están grabando:
Os quiere, GotMe 💜❤️
24/03/2024
ACTUALIZACIÓN DE ÚLTIMA HORA:
CARLOS SAINZ VÁZQUEZ DE CASTRO HA GANADO SU TERCERA CARRERA EN FÓRMULA 1 Y CHARLES LECLERC HA QUEDADO SEGUNDO = DOBLETE DE FERRARI = NUEVO CAPÍTULO DE FORTUNA MAÑANA PORQUE ESTOY LOCA DE CONTENTAAAAAA
FORZA FERRARI SEMPRE ❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹❤️🩹
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