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85 || vera

Helena Rivas Silva

Adormilada, entreabrí los ojos.

Las luces rojas que decoraban el interior de su Ferrari me confundieron y, de repente, me di cuenta de que seguíamos en la carretera, de camino a Bolonia.

En otra época, me habría asustado porque yo nunca dormía mientras el coche estaba en marcha. Sin embargo, no sentí pánico alguno, sino cierta culpabilidad por haber dejado que Charles condujera durante tanto tiempo en mitad de la noche, sin nadie que lo mantuviera despierto.

Me tallé la esquina del ojo derecho. Era raro no llevar mis gafas. Ese detalle contribuyó a mi desorientación, pero, al girar la cabeza, atisbé cómo Charles colocaba el intermitente y tomaba una salida de la silenciosa autovía.

Me eché hacia él y llevé mi mano a su pierna para que se percatara de que me había despertado después de esa inusitada siesta.

—¿Cuánto tiempo llevo dormida? —le pregunté con la voz ronca.

Charles me sonrió y retuvo mi mano en su regazo.

—Casi una hora —respondió.

El hecho de que su coche no hiciera mucho ruido, si así lo determinaba él, había contribuido a que perdiera la consciencia fácilmente. El suave traqueteo que el vehículo adquiría a raíz de la velocidad no me impidió dormir. Fue más bien al revés. No lo comprendía, pero tampoco elucubré mucho más al respecto.

—Lo siento ... —Eché un bostezo al aire—. No quería dejarte conduciendo solo ...

—Tranquila —Agarró mis dedos y jugó con ellos al tiempo que frenaba, entrando en una carretera secundaria—. Ya estamos llegando a casa.

—¿Ya has recogido mi regalo? —inquirí, desconcertada. Él asintió. Parecía estar disfrutando de mis adormiladas reacciones—. Ni me he enterado ... —mascullé, molesta conmigo misma.

—Has descansado, que es mucho más importante —Estableció con mucha razón—. Creo que es la primera vez que te veo dormir en el coche —comentó, para acabar.

Su sorpresa era ínfima en comparación a la que yo sentía en esos momentos. Si hubiera estado más espabilada, probablemente habría entrado en una crisis de identidad, ya que la Helena que había quedado traumatizada después de que su madre muriera en un accidente de coche nunca habría caído en un sueño pasajero dentro de un vehículo de cuatro ruedas en continuo movimiento.

—No lo hacía desde antes del accidente —le conté, haciendo memoria, aunque no lograba recordar la última vez que dormí en un viaje en coche—. Es una sensación ... —La neblina del mundo onírico aún me confundía—. Rara.

Las caricias de su pulgar en el dorso de mi mano eran verdaderos calmantes. Podría haberme vuelto a dormir si no hubiera tantas preguntas sin respuesta en mi aturullada mente.

—Eso significa que confías en mis dotes de conducción —Se vanaglorió.

Lo miré con toda la atención que pude recopilar.

—Eres la persona en quien más confío, Charles —Apreté mis dedos en torno a los suyos. Él no apartó la mirada de la carretera por precaución—. Ni siquiera estoy pensando en la velocidad que lleva ahora mismo tu coche ... —Señalé, ignorándolo de verdad

—Pero eso no es gracias a mí —Afirmó, convencido de que él no había sido una pieza clave en mi mejora cuando lo era, y una fundamental—. Eres tú. Estás en paz contigo misma, y no solo ocurre cuando estamos juntos —Al hacer un stop, desvió la vista del frente y buscó una confirmación en mi semblante—, vero?

No obstante, no se equivocaba al creer aquello.

De algún modo, mi miedo a los coches ya no era tan pronunciado como un año atrás. Si intentaba hacer un recuento de todos los taxis que había cogido desde marzo, me invadía una complacencia inaudita. Nunca habría imaginado que mejoraría tanto en unos meses, pero ya era una realidad y el orgullo llamaba a las puertas de mi pecho.

—Ha sido a partir de este año —reconocí—. Antes, los años que estudié en Inglaterra, evitaba cualquier vehículo a toda costa. Iba andando a todas partes —le confesé, avergonzada de haberlo evitado una y otra vez—. Desde que empezó la temporada, tuve que coger más taxis de lo habitual y ... Bueno, tu coche también —Sonreí, inevitablemente—. Creo que me estoy acostumbrando poco a poco —murmuré, feliz de ver esos avances que nunca me planteé—. Incluso mi psicóloga dice que enfrentarme a ello podría estar ayudándome —Incluí.

—Seguro que te está ayudando, tesoro —dijo Charles, muy confiado—. Recuerdo la primera vez que te subiste a esta bestia y temblabas como una hoja —Rio levemente. Yo pensé en todo lo había pasado desde aquel primer viaje en su Ferrari—. ¿Ves que ahora tiembles? Porque yo no —opinó, orgulloso.

La posibilidad de subir a un coche diferente al suyo y viajar por la autovía a ciento veinte kilómetros por hora, de no tener que respirar tres veces antes de que el conductor del taxi o del Uber pisara el acelerador o, incluso, de probar a sacarme el carné de conducir en un futuro, me insuflaban cantidades ingentes de esperanza.

No eran ideas sin sentido. Ya no lo eran.

—No pensarlo me ayuda, así que cambiemos de tema ... —Traté de apartar esa felicidad pegajosa y concentrarme en él, en la parte final de nuestra cita—. Hablemos de mi regalo —propuse.

Charles se rio con ganas.

—Te lo daré en quince minutos. Solo te pido un poco de paciencia —me imploró.

Podía ser la persona más pesada de la Tierra, así que me esforcé en no explotar demasiado ese potencial oculto.

—Está bien ... —Suspiré y afiancé el entrelazado de nuestros dedos—. Pero, ¿qué tipo de regalo es? —Charles meneó la cabeza, sonriendo de oreja a oreja. Contemplé su atractivo perfil, decorado por ese hoyuelo tan adorable—. Quiero decir, ¿cómo de grande ...?

Tras un cuarto de hora intentando sonsacarle algún dato sobre mi sorpresa, llegamos a mi vecindario. Él aparcó en la calle colindante y me ordenó no bajar del coche hasta que dejara mi regalo a buen recaudo y volviera darme el aviso. Tanto misterio me ilusionaba terriblemente, pero reprimí mi excitación y cerré los ojos, tal y como Charles me pidió.

Durante tres largos minutos, esperé dentro del Ferrari, barajando todas las cosas que podría haber elegido como regalo. Había una lista casi infinita de artículos y dejé volar mi imaginación hasta que golpeó el cristal de la ventanilla y me abrió la puerta. Subimos a mi piso y, una vez frente a la entrada, Charles me prohibió mirar de nuevo. Por lo tanto, tuve que entrar a mi casa a ciegas, apoyada en su brazo para no tropezar.

—Si es una joya, no la aceptaré —insistí y di un par de pasos cautelosos—. No quiero regalos caros. Te lo he dicho mil veces y ...

Charles me soltó y caminó hacia adelante.

—No es ninguna joya —me juró.

Escuché un chirrido de bisagra, pero no acerté a darle un origen.

Así, mientras él hacía los últimos preparativos, me desaté los tacones y, sin el sentido de la vista, los eché a un lado de la entrada, disfrutando del placer de tener los talones en el suelo. Por fin descalza, emití un suspiro de liberación y me pregunté qué era lo que hacía Charles.

—¿Charles? —lo nombré—. ¿Cuánto tengo que seguir ...?

Sin preverlo, sentí su beso en la mejilla.

Tras el breve sobresalto, me guió hacia el interior del salón. Mi corazón podría haberse desbocado por todo ese secretismo, pero no se prolongó mucho más porque él me paró en algún lugar de mi Sala de estar y dio su aprobación a que descubriera lo que había estado ocultándome.

—Ya puedes abrirlos —me susurró al oído.

Cuando abrí los ojos, primero me topé con el sofá, pero no había nada en él, por lo que continué bajando la mirada hasta que, sobre una especie de cojín que no había visto nunca, encontré un pelaje negro como el carbón que me robó el aliento.

El gatito estaba encogido, temeroso de aquel lugar desconocido y de las personas que lo observaban en las alturas de un mundo que, por su tamaño, tampoco había tenido tiempo de explorar debidamente.

Muda, contemplé sus tímidos gestos. Tenía los ojos grisáceos y las orejas puntiagudas. Era un ejemplar esbelto y de pelaje brillante. El curioso lazo rojo que rodeaba superficialmente su cuello me arrancó una sonrisita.

Se podría decir que sentí una atracción casi inmediata por el animal.

Nunca había tenido gatos. En casa de mi abuela, siempre hubo una clara preferencia por la especie perruna. Sin embargo, el barrio estaba repleto de felinos, a cada cual más hermoso que el anterior. El recuerdo de querer acoger a todos los gatos abandonados que cruzaban la calle siendo una niña me golpeó y, de repente, me di cuenta de cuánto había echado en falta tener compañía no humana en la soledad de mi apartamento. Un sentimiento que me había acompañado durante mis largos años de estudiante en Londres y que había llegado hasta entonces, instalada ya en Bolonia.

Me forcé a abandonar todos esos estímulos y decir algo, por poco que fuera.

—Es ... Es precioso ... —dije, temiendo que mi voz fuera demasiado estridente para una criatura tan asustadiza.

Milagrosamente, no se movió. En cambio, permaneció sentado en la almohada de tela, mirándome con atención.

—Preciosa —rectificó Charles—. Es hembra —me informó. Ante mi silencio y mi aletargamiento, posó su mano en mi espalda—. ¿No te acercas a saludarla? Creo que quiere conocer a su nueva dueña —Expresó.

Entreabrí los labios.

—Yo ... No sé si ...

Mi titubeo le preocupó.

—¿No te gusta? —dudó, menos emocionado.

—No —negué, echando el brazo hacia él para agarrarlo. Apenas rocé la tela de su camisa y Charles me tendió su mano derecha, de la que me serví para no perder el rumbo de mis pensamientos—. No es eso ... Es que ... Es un ser vivo —comenté, pues no había valorado que el regalo pudiera ser una mascota—. No sé si seré capaz de cuidar de ella como se merece —lamenté, insegura.

La gatita me observaba como si estuviera esperando algún tipo de acercamiento. No tenía miedo, sino curiosidad por la chica que no se atrevía a eliminar la distancia y recibirla adecuadamente. No me cabía ninguna duda de que Charles ya le había regalado más de una carantoña, ganándose su confianza, pero yo me había convertido en una estatua de piedra y ella debía estar preguntándose cuáles eran mis intenciones.

Posiblemente, le causé una impresión horrible.

—Primero salúdala, chérie —me recomendó.

Sí. Antes de tomar una decisión sobre lo que haría con el regalo de los pilotos de Ferrari, lo más sensato era intentar establecer un mínimo contacto con el animal, en lugar de generarle miedos innecesarios. Suficiente debía tener al estar en una casa desconocida, cargada de olores ajenos que podían suponer miles de amenazas para una cría, indefensa e inexperta.

—Vale ... —Humedecí mis comisuras y, con una torpeza muy mía, me agaché hasta que mis rodillas chocaron con el suelo de mi piso. Estando ya más cerca de su altura, la gatita se echó ligeramente hacia atrás—. Hola ... —la saludé, a lo que ladeó la cabecita, interesada en la cadencia de mi voz— ¿Vienes conmigo, bonita? —Dicho eso, extendí mi brazo en su dirección solo un poco y, como si fuera un milagro, coordinó sus patas para caminar hacia mí. Después, descansó la cabecita en mis dedos y yo, anonadada, sentí su ronroneo contra mi piel—. Es muy pequeña, Charles ... —murmuré.

Acaricié su barbilla con la punta de mis dedos y, bastante satisfecha con mi elección, alzó la cabeza hacia arriba, permitiéndome mimarla cuanto quisiera.

—Tiene nueve semanas.

—¿Solo? —clamé, preocupada por la experiencia traumática de sacarla de su seno familiar a tan corta edad—. ¿Y ya puede separarse de su madre? —Miré a Charles, buscando su tranquilidad.

Percibiendo el pavor en mi pregunta, se arrodilló a mi lado.

—Sí. Todos sus hermanos han encontrado una familia, pero ella es la única de pelaje completamente negro y nadie quería quedársela —Saber aquello me dejó desolada, con un hueco en el estómago del tamaño de un socavón inmenso—. ¿En España no es así? Ya sabes; "si te cruzas con un gato negro, tendrás mala suerte" —Deslizó su mano por el lomo de la gata, que estaba en la gloria con todos esos cuidados—. Aquí son muy supersticiosos con eso, pero es realmente injusto para ella —Esbozó una perezosa sonrisa, visiblemente afectado por las estupideces locales—. Pas vrai, ma belle? —le preguntó, sin obtener respuesta.

Que la gente se escudara en esa clase de tonterías para repudiar a un animal que no tenía culpa de nada era una de las cosas más inhumanas de nuestra raza. Ellos solo buscaban cariño y un hogar, no rechazos injustificados ni desprecios por leyendas infundadas.

—Sí —Afirmé, triste—. En España también se dice.

—El dueño de la madre no podía tenerla mucho más tiempo. Me llamó después de la cena para saber si me la llevaba o no. Ya hay demasiados gatos en su casa —me desveló la identidad de la persona que lo reclamó horas antes—. Me lo dijo hace unas semanas y, cuando Carlos me comentó que quería hacerte un regalo para agradecerte lo de su victoria, solo pude pensar en esta bolita de pelo —Sonreí, conmovida por la asociación—. Sé que eres más amiga de los perros, pero en cuanto la vi, supe que era para ti —Levanté la mirada y escudriñé su cara, que desprendía ilusión a raudales, deseoso de haber acertado con su decisión—. Lo hablé la semana pasada con Carlos y le pareció una buena idea, aunque no hay ningún compromiso. Si crees que no podrás, lo entenderemos y ...

Sin apartar la mano de su hocico, me incliné y besé la mejilla de Charles con un entusiasmo desmedido. Él se echó a reír y recogió mi torrente de besos en su boca, contento de que mi reacción fuera matarlo a base de caricias.

—Gracias —hablé sobre sus labios—. Muchas gracias.

Sus ojos se achicaron, expresando una alegría que amaba vislumbrar en cualquiera de sus facciones o gestos.

—¿Eso significa que te la quedas? —cuestionó, esperanzado.

—Bueno —No fui capaz de diluir mi sonrisa—, no soy partidaria de las supersticiones ni de dejar a un animal sin hogar —Observé a la gatita, que no perdía detalle de lo que acontecía entre nosotros—, pero habrá que preguntarle a ella.

Si bien me aterraba que rechazara mi compañía, desde que observé sus ojos claros supe que no lo haría. El flechazo que experimenté con la gata fue demoledor y, en el momento en que se acercó a mi posición, entendí que no podía negarme. Fue similar a lo que surgió entre Charles y yo en Baréin porque siempre tuve clara, cristalina, la realidad a la que me enfrentaba; quererle cerca, sin importar cuánto se opusiera mi mente a esa relación.

—¿Qué te parece? —Su pregunta me despertó—. Helena está dispuesta a acogerte —Se dirigió a la felina, que ronroneaba gustosa. La calidez de las manos de Charles era como un oasis para ella—. ¿Quieres que te cuide a partir de ahora, bébé? —Y, como si lo hubiera comprendido perfectamente, lanzó un maullido trémulo y exultante que me asestó un duro impacto en el pecho—. Oui? —A pesar de que había establecido la conversación con Charles, lamió mis dedos, ofreciéndome su beneplácito de la forma más tierna—. Ahí tienes tu respuesta.

—Creo que podremos llevarnos bien —dije, cautivada.

—Seguro que sí —secundó él.

Se pegó a mi vestido, buscando una proximidad que le daría siempre que quisiera.

—Aunque tendrás que conformarte con una dueña que pasa demasiado tiempo fuera de casa —Palpé su cabeza a modo de disculpa—. Lo siento.

—Cuando estemos de viaje, podrías dejársela a Sofía —me sugirió una solución a las ausencias intermitentes que llegarían—. Os lleváis bien y ella está aquí todo el año.

—¿Te sirve? —Quise la confirmación de la gatita. Ella apoyó ambas patitas en mis rodillas, dispuesta a saltar a mi regazo—. Parece que no tiene problemas con eso —murmuré, quitándome un peso de encima.

Charles besó mi frente y comenzó a incorporarse mientras yo jugaba con el nuevo miembro de la familia.

—Solo por acogerla, ya debe quererte —manifestó, seguro de sí mismo.

Cruzó el salón y regresó a la entrada, junto a mi cocina. El sonido del cristal golpeado me confesó que había ido hasta allí para dejar las llaves de su coche en el cenicero. La pieza de decoración no tenía más uso que ese.

—¿Eso es verdad? ¿Acaso entiendes mi idioma, cosita? —No se subía a mi regazo, así que la cogí en peso para depositar un par de besos en su pelaje de terciopelo—. Eres muy inteligente y muy guapa, ¿lo sabías? —la adulé, ganándome otro de sus maullidos.

—Igual que su dueña —Añadió a lo lejos.

Sonriendo, me puse en pie, y la sostuve próxima a mi pecho. El lazo rojo ya había perdido su gracia. Por tanto, lo desaté de su cuello con una sola mano y cayó al suelo en un baile de lo más grácil. Ella se retorció, tímida, pero no parecía disgustada de que la tuviera en mis brazos.

—Deja las zalamerías y piensa en un buen nombre —demandé su ayuda en la tarea más difícil.

Por lo livianos que eran sus pasos, deduje que se había sacado los zapatos para ir más cómodo por la casa.

—No, no. Eso te lo dejo a ti —Se escaqueó abiertamente y avanzó al interior del salón—. Yo soy horrible para los nombres.

Como de costumbre, Charles se sacó el reloj de la muñeca y lo colocó en la mesita circular que presidía la sala.

—¿Cómo debería llamarte? —inquirí, acariciando entre sus orejas a la misma vez que observaba los movimientos de Charles—. Dicen que los nombres definen a las personas —Eché un vistazo al gesto del animal; había entrecerrado los ojos, víctima del placer que le producía el recorrido de mis dedos—. En este caso, también a los gatitos.

Después, Charles se desplomó en el sofá. Su suspiro expresó un agotamiento del que no había sido consciente. Puso ambas manos en el respaldo del mueble y contestó:

—Tenemos toda la noche para encontrar uno.

En silencio, mis destrozados pies atravesaron la estancia en su dirección.

—¿Estás cansado? —curioseé.

Una vez frente a él, Charles me miró a la cara y asintió.

—Un poco, sí —admitió.

Con cuidado de retener a la gata en mi abrazo, di con el método idóneo y me desplacé para alcanzar su regazo. Él aceptó de buen grado que me sentara allí, de lado, ya que tenía una visión privilegiada de la bonita compañera que había escogido para mí.

—No deberías haber conducido tanto tiempo de madrugada —Separó sus piernas, dejándome espacio para encajarme sobre sus muslos—. ¿Has oído eso? —le pregunté a la nueva inquilina, que lo escrutaba todo con fascinación—. Charlie está cansado. ¿Le das mimos?

Era la primera vez que lo llamaba por un mote. Salió de mi boca disparado, impreciso y precoz.

—No, por favor ... —Sonrió él—. No me llames así. Me recuerda a cuando tenía seis años.

Interesada, indagué más en esos recuerdos que le abochornaban.

—¿Quién te llamaba así? —Fruncí el ceño.

—Todos mis amigos, aunque la primera que lo hacía era mi madre. Lo sigue haciendo de vez en cuando —Acarició a la gatita, enfocándose exclusivamente en ella—. Comment tu veux t'appeler? Sería mucho más fácil si pudieras darnos alguna pista ...

Mientras él la entretenía, me fue inevitable no pensar en mi infancia. La imagen de un Charles que desconocía desbloqueó recuerdos propios que habían estado en el olvido. Realicé un viaje por mi niñez, deteniéndome especialmente en recuerdos que me abrigaban el corazón, que me hacían querer regresar a una época feliz. Por ejemplo, pensé en mis abuelos, en todo el tiempo que pasaba en su casa, incluso cuando mi madre vivía.

Debieron ser unos minutos de introspección que acabaron con la verbalización de mi deliberación.

—Ya lo tengo —dije, sorprendiéndole.

—Eso ha sido rápido —rio Charles.

Un dulce tarareo emergió de mi memoria auditiva. Mi abuela cantaba esa canción constantemente y, tan pronto como recordé el título, los ojitos grises de la gata lo reclamaron como suyo.

—Vera —le comuniqué.

Al decirlo en voz alta, movió la cabeza hacia mí, como si respondiera a ese nombre, y algo en mi estómago se volcó de pura conmoción.

—¿Vera? —repitió Charles.

Él no se percató porque me miraba fijamente, pero ella volvió a girarse, entonces hacia Charles. El hecho de que no fueran imaginaciones mías, de que reaccionara al nombre que había elegido, amenazó con generarme un llanto del que me libré a duras penas.

—Sí —musité—. Me recuerda a una canción que cantaba mi abuela cuando era pequeña.

En silencio, Charles apartó un mechón que se había escapado de mi recogido.

—¿Y qué quiere decir? —preguntó, echando esa hebra tras mi oreja.

—Es una expresión que usas cuando quieres decir que estarás al lado de alguien, pase lo que pase. También es un lugar de Almería, un lugar del sur de España con playa. De pequeña, cuando mis abuelos paternos aún vivían, íbamos allí en verano —Conforme se lo iba explicando, noté un detalle que hacía aquel nombre todavía más especial—. Además, tiene las letras de Verona —Esbocé una sonrisa—. Así siempre estará unida a este día y a lo que ha significado para mí.

—Para nosotros —perfeccionó la contestación.

Mis pupilas persiguieron las suyas. Juraría que vi chispas en sus orbes.

—Para nosotros —corregí. A pesar de sentir cómo desarmaba mi recogido y que el cabello caía por mi nuca, reprimí la necesidad de besarlo y me entregué a admirar el par de ojitos grises esperaban en mi regazo—. ¿Qué te parece, Vera? ¿Te gusta? —Endulcé la voz para ella.

Hizo un gesto con las orejas y, al instante, maulló. Después de aquello me empecé a plantear de verdad si sus capacidades eran mayores que las de la media o si estaban más desarrolladas que las del resto de especímenes de su raza porque era prácticamente imposible que contestara cada vez que se le interpelaba, pero lo hacía. Incluso siendo una cría que no llegaba ni a los tres meses, era mucho más despierta que otros felinos.

—Dice que sí —comentó Charles con aires de diversión.

A él también le resultaba increíble que entablara conversaciones con nosotros como si nada.

—Bien —Rasqué bajo su barbilla. Aquel parecía ser el lugar en el que más disfrutaba de mis caricias—. Ese será tu nombre.

—Ahora tengo más motivos para venir de visita, ¿no es verdad, Vera? —Miró a Charles. Su voz, al ser más grave que la mía, debía ser muy fácil de percibir—. ¿Quieres que venga más a menudo? —interrogó, consiguiendo que Vera escalara parte de su pecho y quedara a dos patas sobre él. Lamió una zona de su cuello que la camisa blanca no tapaba y Charles se echó a reír—. No pensaba que los gatos fueran tan cariñosos ... —dijo, acariciando su lomo como agradecimiento.

La estampa era preciosa. Podría haber pasado toda la noche contemplando cómo evolucionaba su relación.

—Debes de ser tú —aduje—. Incluso conseguiste que yo fuera cariñosa contigo.

Vera restregaba la cabeza contra su pecho y yo llegué a creer que le estaba dando las gracias por haberla sacado de una casa en la que no podían quererla como se merecía para traerla a una en la que sí había sido bien recibida.

—Cierto —Confirmó Charles—. Por eso me recordabas a Helena, preciosa. Ella también tiene alma de gato, ¿no te parece? —Agitó ligeramente su cola y él entendió lo que quiso con tal de salirse con la suya—. Me está dando la razón —señaló.

—Claro ... —hablé con cierto escepticismo.

Sin embargo, él notaba en mi manera de actuar que todo eso, incluso sus bromas, era mi paraíso particular y que, seguramente, no me había sentido tan feliz en siglos. Además, no le faltaba razón en compararme con un gato porque muchas veces me comportaba como uno.

Adivinando lo que ocurriría en su presencia, Vera se replegó, volviendo a poner sus cuatro botitas negras en mis muslos. Charles, que aún no había quitado su brazo del respaldo del sofá, soltó la pinza que había sostenido mi cabello toda la tarde, que cayó en el sofá, a mi espalda, e hizo un ademán para que me acercara.

Allez, viens ... —Esa petición no me llevó a hacer nada que no quisiera desde el primer momento; echarme contra su brazo y apoyar mi cabeza en la suya en el roce más íntimo que compartí con nadie nunca. Le oí resollar, presa de la extenuación después de un día tan atareado. Al segundo, su mano descansó en mi pelo y, por fin, pudo regocijarse en la privacidad de mi casa, donde nadie podía reconocernos. Eliminó todas sus defensas y se rindió a sus emociones más primarias—. Je t'aime.

Toqué su pecho con la palma de mi mano; el latido de su corazón me calentó la piel. Esa relajación que le invadió fue contagiosa porque se me metió dentro como una humareda que inhalé paulatinamente, igual que un calmante.

Je t'aime aussi ... —le contesté y mis pupilas encontraron el sendero hasta Vera, que se había hecho un ovillo en mi regazo, aunque sin dejar de mirarnos—. Es el mejor regalo que me han hecho jamás —Callé, pendiente del ritmo de su respiración, pero la conciencia me empujó a hablar de nuevo—. En realidad, me siento mal —le fui sincera—; yo todavía no te he hecho ninguno.

Y Charles dijo lo primero que le nació. Lo único que pasaba por su cabeza desde que llegué a su vida.

—Tú eres mi regalo, Helena —Fruncí los labios y mis sentidos se perdieron en la tela de su camisa—. Estar aquí, sentir que este es mi hogar, es el mejor regalo que podrías hacerme —musitó, borracho de un amor que no tenía límites.








🏎🏎🏎

Vera por fin hizo su aparición estelar 🥹♡

NO PUEDE SER MÁS BONITA 😭😭😭❤️‍🩹❤️‍🩹❤️‍🩹

Siempre supe que la mascota de Helena tenía que ser un gato porque no he creado nunca a un personaje con mayor alma de gato que ella xD
Y Charles también lo sabe, así que Vera y Lena estaban destinadas, como todo lo que ocurre en esta historia

Os he dejado alguna cosita más de la gatita por el ig de Helena, así que id a verla ^^

Os quiere, GotMe ❤️💜

17/3/2024

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