84 || promessa
Helena Rivas Silva
Dimos un paseo por calles que colindaban con el mismísimo centro de la ciudad, aunque sin llegar a zonas más concurridas por precaución. A las once de la noche no debía de haber mucho peligro, pero no quisimos arriesgarnos a que alguien gritara su nombre y pasamos de largo hasta el puente que cruza el río Adigio.
Mientras caminábamos por los adoquines de piedra, Charles me dijo que la última parada de nuestra tímida exploración a Verona sería el Castillo de San Pietro. Sus jardines eran muy sonados en toda Italia, así que obvié el creciente dolor que comenzaba a clavarse en mis pies y me sujeté bien a él para seguir el camino pautado.
El castillo estaba en otra de las colinas de la ciudad y subirla no habría sido un calvario si hubiera llevado algo más cómodo. A mitad de la ascensión, me detuve y suspiré, muy arrepentida.
—Deberíamos haber pasado por el coche primero ... —farfullé, apoyándome en el muro de piedra que serpenteaba hasta la cima—. Ahora me estoy arrepintiendo de haber elegido los tacones.
Charles no dio ni un paso más y regresó a mi lado.
—Todavía queda un trecho —indicó con fundamento—. ¿No puedes seguir?
Meneé mi cabeza de un lado a otro.
—Imposible ...
Una pareja de ancianos descendía entonces por el sendero de piedra. El hombre llevaba un bastón de madera en su mano. Me recordó al que solía usar mi abuelo cuando todavía vivía.
—Soy experto en encontrar soluciones, cariño —habló Charles y yo vertí toda mi atención nuevamente en él—. Agárrate —me aconsejó.
No había hecho nada aún, por lo que no entendí aquel aviso. Y, de pronto, se agachó ligeramente.
—¿Qué ...? —me pronuncié, exhausta.
No tuve tiempo para resistirme, pues sus manos se hundieron en mi espalda y tras mis rodillas, recogiéndome del suelo con una habilidad para los pesos pesados más que admirable. Antes siquiera de reclamarle que me llevara de aquel modo, pensé en cuánto peso debía levantar durante sus arduas sesiones de gimnasio. No consideraba que mi peso fuera alto, pero lo que sí tenía muy claro era que no cualquiera podría cargarme así como así.
—Benvenuta a bordo, signorina Rivas —anunció él con una sonrisa imborrable en los labios.
El miedo a caerme fue efímero. Sin embargo, ese pálpito me empujó a rodear su cuello con ambas manos, que descansaron plácidamente en su nuca mientras me acostumbraba a la distancia entre mi cuerpo y la seguridad de la piedra.
Me pareció oír a alguien hablar y, al levantar la mirada, di de lleno con aquella pareja de la tercera edad. Habían aminorado el ritmo de su paseo para sonreír y cuchichear sobre lo que dos jóvenes como nosotros hacíamos sin ninguna clase de pudor.
Un tanto ruborizada, me afiancé a su cuello y Charles retomó el ascenso conmigo en sus brazos.
—Todavía hay gente aquí, Charles ... —le señalé algo que él ya sabía.
Si no tuviera los pies destrozados, me habría resistido con más ímpetu a su propósito.
—Pueden mirar —alegó en defensa de los curiosos ancianos—. Están en su derecho, igual que yo estoy en el mío de cargarte hasta arriba —Estableció.
Haciendo gala de mi alma introvertida, callé y observé su rostro desde cerca. Al cogerme, mi altura y la suya eran idénticas. Esa perspectiva me proporcionó una imagen exquisita de sus facciones. Seguramente, me quedé embobada contemplándolo más tiempo del que podría determinar.
No sabía si sería capaz de subirme a la parte más alta del mirador porque no tenía conocimiento de lo larga que era la subida, pero quise agradecérselo igualmente con un beso casto en la mejilla. Sus comisuras cobraron vida después de sentirlo.
—Gracias —susurré.
El tinte rojizo de mi pintalabios se había impreso en su piel. Con cuidado, intenté retirárselo. Primero recogí su pómulo contrario como punto de apoyo y continué paseando mi pulgar por el moflete pintado.
Charles giró el rostro hacia mí y juraría haber visto el amor que se derretía en sus pupilas. Las luces encendidas de la ciudad se movían en sus ojos en un abanico de colores preciosos, deslumbrándome.
—Lo que mi chica necesite —dijo él, recibiendo otro de mis besos en la boca.
El trayecto hasta llegar al castillo fue casi un suspiro. Charles no se quejó ni una sola vez. A decir verdad, cuando alcanzamos la cumbre del monumento, se mostró reticente a soltarme. Aseguraba que podía tenerme en brazos el resto de la noche, pero yo no lo toleré y me bajé de su regazo tras insistir una decena de veces.
Mis pies habían descansado durante ese viaje tan llevadero. Por lo tanto, pude caminar sin mucho problema por el hermoso mirador del castillo de San Pietro.
La espesura verde de los cipreses rodeaba la edificación. Era una construcción digna de admirar, pero el espectáculo de los jardines resultaba verdaderamente eclipsante. Me costó un rato alejar la mirada de la frondosidad y disfrutar de la inmensa estampa de una ciudad iluminada en una noche oscura, sin estrellas que gobernaran los cielos.
Era un paisaje muy diferente al de Bolonia. Allí había más luz natural, más boscosidad. No obstante, se me antojó una visión tan bella que todos mis sentidos colapsaron.
Anduve por el mirador, enamorada del luminoso cuadro de edificios y replacetas. Y, en el silencio de la noche, la voz de Charles me devolvió a la realidad de un momento que recordaría siempre.
—Helena —Me volví hacia él. Su semblante, cubierto por las sombras de árboles que filtraban la luz de la luna de cuarto menguante, estaba repleto de emociones—, ¿sabes lo que significa "fidanzata"?
Supe lo que me preguntaba al instante. Por eso, tan rápido como mis piernas reaccionaron, di media vuelta y seguí pisando los adoquines de piedra gris. El repiqueteo de mis tacones me agujereó el pecho.
Uno, dos, tres aguijones.
—Novia.
El clima era cálido. Si hubiera habido algo de brisa, podría haber justificado el escalofrío que me recorrió la espalda.
—¿Y nada más? —preguntó, siguiendo mis pasos.
—No ... —El tono que empleé evidenciaba mi mentira.
—Serás ... —Empezó a reír.
Sus risas rebajaron la tensión que se había forjado en mi vientre. Ni siquiera sabía por qué me ponía nerviosa. No había nada que Charles pudiera hacer o decir que me doliera. Al menos, no en esos momentos. En cualquier caso, si se proponía hacer algo, nunca sería un acto que me hiriera deliberadamente, así que traté de respirar hondo y bromear.
—Puede que sí lo sepa —le concedí—. Tenía que pararle los pies de alguna manera, ¿no? —Me escudé.
—¿Tu plan maestro era hacerte pasar por mi prometida? —comentó mi temeridad.
Esa palabra me puso la piel de gallina porque hacía referencia a un futuro que, muy en secreto, deseaba con todo mi corazón.
—¿Qué diferencia hay entre ser tu novia y ser tu prometida? —Jugué con mis pulgares y fijé la vista en no encajar los tacones en los huecos entre las piedras de la calzada—. Es decir, soy tu novia porque he prometido quererte, así que las dos cosas son lo mismo. ¿No crees? —Pedí su aprobación a pesar de ya tenerla.
—Es un gran razonamiento —Aceptó—, pero sí que hay una diferencia —remarcó—. Una tiene anillo y la otra no.
Los anillos en mi mano derecha fueron más notables que nunca a mi tacto. Siempre llevaba el de mi abuela en el dedo anular, pero imaginé llevar otro, uno que me hubiera entregado él, y los ojos se me cristalizaron en un simple pestañeo.
—Bueno, pero "ragazza" no es tan impactante como "fidanzata" —contesté con algo similar a una exhalación.
—Ya ... —musitó.
Hubo una densa pausa que se alargó más de un minuto. Alcancé un almena del muro con los dedos y, de nuevo, Charles desbarajó mis pensamientos.
—Helena.
No paré. Continué hacia adelante.
—¿Mmm?
La rugosidad de aquella piedra intentaba limarme las yemas, pero no me alejé del muro de roca. Tenía la sensación de que, si lo soltaba, caería en picado a un acantilado del que no conocía la profundidad.
—Tengo un regalo para ti —confesó.
—¿Qué es? —pregunté con una paciencia extraña en mí—. ¿Algo a cambio de haber pagado la cena? Porque no voy a aceptarlo —Marqué los límites de aquello que no permitiría. No actuaría como si fuera su mantenida ni nada similar—. A partir de ahora, nos iremos turnando para invitar al otro. Es lo justo.
Pasé los siguientes segundos esperando su respuesta. Tardó demasiado, y esa repentina prórroga me dejó sin aliento.
—No es eso ... —contestó finalmente.
Al callar, miles de preguntas nacieron. Me pregunté a mí misma cosas que no podía dilucidar y que no era el momento de cuestionar. Agité todas las incógnitas, despejando mi mente, y traté de usar su seriedad para hacer un chiste que no debió salir de mi boca.
—No irás a pedirme matrimonio o algo así —Mi risa forzada cortó el espeso aire de verano. Cuando me percaté de que lo había dicho alto y claro, frené mi andadura y cogí con fuerza una piedra que sobresalía de la muralla—. ¿Verdad que no? —Mi mano tembló, pues su silencio me hacía creer que la broma había llegado a su fin. Atemorizada, viré la orientación de mi cuerpo y lo encaré en la oscuridad del mirador—. ¿Charles?
Él parpadeó, saliendo de una ensoñación.
—No, no ... Es otra cosa —Sin embargo, no me tranquilicé—. Ni siquiera lo tengo ahora. Tendríamos que recogerlo de regreso a Bolonia. Además, no es solo mío. Lo hemos planeado Carlos y yo, juntos. Ya que no pudimos celebrar tu cumpleaños y su primera victoria fue hace poco, queríamos agradecerte ... —Añadió a su declaración—. ¿Por qué parece que te ha dado un paro cardíaco? —Sonrió de lado—. Soy de la vieja escuela. Por mucho que sepa que quiero pasar el resto de mis días contigo, sé que es muy pronto. Apenas estamos celebrando unos meses de noviazgo ... —recordó, en caso de que no tuviera presente algo tan importante.
Nerviosa, examiné a conciencia el irregular recorrido de los adoquines.
—Claro, sí ...
Tres metros nos separaban. Él estaba lejos, pero yo sentí que, con esa reacción, le había alejado aún más.
El miedo al compromiso no me preocupaba especialmente. Más bien, temía que él de verdad se hubiera propuesto pedir mi mano aquella noche porque, por mucho que quisiera una vida juntos, incluso una boda e hijos, sabía cuál sería mi contestación allí. Si se la daba, me asustaba ver una decepción insalvable en su mirada. No había nada que me diera más pánico que ese escenario.
Los nudillos se me habían entumecido y solo el calor de su piel pudo devolverlos a la normalidad.
Charles me cogió de la mano. No había nada que nos alejara. Ni siquiera unos pocos centímetros. Ni siquiera mi negativa a una proposición de matrimonio tenía el poder de alejarme de su embriagadora calidez.
A pesar de la seriedad de su semblante, me tocaba con el cariño habitual.
—¿Qué harías si hincara la rodilla ahora mismo?
El reflejo que vi en sus ojos me susurró que lo había valorado. No se pondría de rodillas porque la sensatez superaba con creces a la valentía, pero había barajado la escena. Había deseado ponerme un anillo de compromiso en el dedo. Al concluir aquello, un remolino de sentimientos arrasó mi fuero interno. Que, de entre todos los pensamientos que le sobrevenían al cabo del día, hubiese dedicado parte de ese tiempo de reflexión a una pedida de mano, a una boda y a jurarme amor eterno delante del mundo entero, era algo que me quitaba el aire en el mejor de los sentidos.
Sin embargo y lamentándolo mucho, le respondí con la aplastante verdad.
—Te diría que no —dije, apenada y pisoteada por el peso de mis palabras.
Una mueca en sus labios ensombreció su rostro durante un instante. La deshizo rápidamente y la forma de una triste sonrisa ocupó su lugar.
—¿Y sus razones, mademoiselle? —Me pidió que fuera más precisa al rechazarlo.
Él ya sabía cuáles eran mis motivos. Los supo desde aquella mañana en Australia, cuando desperté en su cama, confundida y enamorada de él.
—Estamos escondiéndonos de todos. ¿No te parece razón suficiente? —Subrayé la base sobre la que nos sosteníamos desde que empezamos a salir—. Hemos venido hasta Verona para evitar cámaras —Añadí ese dato para que no lo olvidara. Él asintió—. Si accediera a casarme contigo, ¿cómo sería? ¿Una boda secreta, sin poder enseñar el anillo en público, y teniendo a miles de personas especulando acerca de tu vida amorosa? —Irritada por la crueldad de la situación, agarré su mano y suavicé la voz—. No quiero eso para nosotros, Charles ... Ni siquiera tenemos una foto formal juntos más allá de las del equipo —Apunté a una nimiedad en la que él tampoco había caído, puesto que aquella foto que nos hicimos en abril en la privacidad de su habitación ni siquiera contaba—. No podría casarme con nadie en estas circunstancias. Ni siquiera con el amor de mi vida —Determiné en apenas un murmullo.
Después de mi explicación, Charles mantuvo la cabeza gacha más segundos de lo que me habría gustado. Debió pensar en cosas horribles, puesto que, en el momento en que coloqué mi mano en su mejilla para que me mirara, cambió el gesto y se esforzó por sonreír, aunque fuera una sonrisa que se caía a pedazos.
—Cierto —Ladeó la cabeza y besó la palma de mi mano. Su mirada viajó hacia alguna parte del mirador, donde debió encontrar algo relevante—. Pero una de esas cosas tiene arreglo.
Dudosa, sentí cómo me soltaba.
—¿Qué?
Entonces, distinguí a dos mujeres que salían de la maleza. No parecían tener más de sesenta años. Acompañadas de un perro pequeño de pelo dorado, daban un paseo nocturno. Sin comprender lo que se había propuesto, esperé para ver que Charles se acercaba a ellas como si fueran un regalo caído del mismísimo cielo.
—Signora, scusi —Las interceptó antes de que se marcharan de la zona. La mujer que no llevaba la correa, desorientada, escuchó lo que tenía que pedirle mientras él se sacaba el teléfono de los pantalones—. Può farci una foto?
Ella, que se mostró un tanto temerosa de primeras, le sonrió con dulzura al conocer la causa de aproximación y tomó su móvil. También me miró, seguramente interesada en la joven que acompañaba a un chico tan guapo.
—Di sicuro —aseguró.
—Grazie mille —le dijo Charles, que regresó corriendo a mi lado tras abrir la aplicación de la cámara y dejárselo todo dispuesto a la señora. Me rodeó la cintura hábilmente y se arregló el cuello de la camisa—. Esa mujer tan amable va a sacarnos nuestra primera foto juntos —Tiró de mi cuerpo y nuestros costados entrechocaron—. Ven.
Dejé la mano izquierda en su espalda, sin saber muy bien qué posición escoger. Era demasiado repentino y solo había algo que surcara mi mente. Algo muy diferente a posar para mi primera fotografía formal a solas con él.
La otra mujer, que aguardaba a que su amiga nos hiciera las fotos, me llamó en la distancia:
—Bambina, avvicinati di più a lui! —gritó aquella directriz, gesticulando.
Yo no podía seguir su sugerencia. Todo lo que hacía era contemplar la luz tan esperanzadora que desprendía Charles con una simple sonrisa.
Él notó que no estaba concentrada en la fotografía y acarició mi cadera.
—Sonríe ... —me animó.
Esa improvisada sesión fotográfica quedó en un segundo plano para mí. No me importó que hubiera un par de mujeres escrutando mis movimientos, expectantes por capturar un momento especial. Moví mi brazo hasta agarrar en mi puño un pedazo de la tela de su camisa. Charles intuyó que reclamaba su atención, así que viró la cabeza y posó su mirada en mis húmedos orbes.
El peso y la fuerza de mis dedos arrugaron la prenda.
Desestabilizada, hallé, en las profundidades de sus ojos, la seguridad que siempre me transmitía. Me aferré a ella y dije lo que el corazón me pedía porque así funcionaba; la verdad por encima de todo.
—Sono la tua fidanzata —Establecí, tan firme que incluso su sonrisa se fue desdibujando—, e prometto di accettare quando me lo chiederai.
Pasaría. En algún punto de nuestras vidas, se arrodillaría y me preguntaría si querría casarme con él. No tenía ni la más remota idea de cuánto tiempo faltaba para que aquello sucediera, pero ocurriría y, entonces, le diría que sí.
Si Charles clavaba su pierna en el suelo, solo podía indicar que todo estaba bien, que ya no éramos fugitivos de la prensa, y que podíamos estar juntos libremente.
Solo bajo esas condiciones lo haría, y así lo juró él al responder a mis palabras.
—Ricorda che l'hai promesso.
Y, a pesar de que todo lo que estaba viviendo esa noche se asemejaba más a un sueño que a la realidad, supe que esa promesa que nos hacíamos el uno al otro era más real que la vida misma. Más real que él y que yo, y que aquella ciudad a la que dábamos la espalda.
—Non dimentico le mie promesse —recalqué mi buena memoria, provocándole una sonrisa rota que murió en el beso más bonito que me había dado nunca.
Creí oír un suspiro y, atando cabos, resolví que había nacido de una de esas dos señoras, que lo estaban viendo todo en primera fila, pero aparté de un manotazo la vergüenza a tal exposición y le devolví aquel beso con creces.
Un minuto más tarde, estábamos frente a esas desconocidas. Charles les sonreía, muy agradecido, mientras recuperaba su móvil.
—Siete una coppia molto bella —nos comentó la mujer que había hecho de fotógrafa. Ante su halago, no me quedó de otra que sonreír y ruborizarme todavía más— e le foto sono altrettanto belle —garantizó.
—Molte grazie, signora —le agradeció él—. È molto gentile. Grazie.
Comenzaron a alejarse. A toda prisa, hice acopio de valor y también le di las gracias. Al fin y al cabo, si no hubiese sido por su aparición, seguiría sin ninguna prueba visual de lo que me unía a Charles.
—Grazie! —Ellas se despidieron de vuelta y desaparecieron en la oscuridad de la calzada empedrada. Por su parte, Charles le echó un vistazo a las fotos—. Podrían habernos reconocido —sugerí.
—Por su edad, son las típicas personas que no tienen ni idea de quién soy —ratificó, convencido de que no había margen de error en su apuesta—. Han salido muy bien —me explicó, pasando las imágenes—. Voy a mandártelas.
Ni siquiera miré la pantalla. La ilusión que infestaba su cara era mucho más atractiva. Así, me pasé los siguientes segundos escudriñando su rostro, preguntándome si lo que sentía por él podía crecer o si ya había llegado a mi límite.
—Gracias por esta cita —hablé, finalmente.
Él guardó el teléfono en su bolsillo.
—No hay nada que agradecer —me negó.
—Sí. Sí que lo hay —Abrazó mi cuello y besó mi cabello. Yo elegí darle un abrazo que, con suerte, expresaría una ínfima porción del amor que me desbordaba el alma—. Es la mejor cita que he tenido jamás.
—Hablas como si ya se hubiera acabado —La risa retumbó en su pecho.
—Son casi las doce de la noche —reseñé—. ¿Qué pasa? ¿Has reservado en algún hotel tematizado de Romeo y Julieta?
Él rompió la cercanía y refutó mi broma.
—Ojalá, pero no. Tu regalo nos está esperando —decretó.
Seguidamente, retomamos el sendero que habíamos hecho hasta llegar a los jardines del castillo, pero con el descenso en mente.
—¿Y qué vas a regalarme? —Jugué con la tira de mi bolso—. La opción del anillo queda descartada —bromeé.
Alegre, rehuyó mi impaciencia y mi curiosidad.
—No insistas ... —murmuró—. Tendrás que aguantar hasta que volvamos a casa —De repente, me cogió de nuevo en brazos y la brusquedad me sacó un chillido de la garganta del que él se rio abiertamente—. Y nos queda un camino muy largo por delante —alegó, observando el recorrido que debíamos desandar.
Agarrada a Charles, sentí cómo mis machacados pies me daban otra tregua. Pensé en lo detallista que era y en la suerte que había tenido al enamorarme de alguien tan bueno como él.
Ojalá ese camino del que hablas fuera eterno porque no quiero volver a una realidad que nos encierra a diario, deseé para mí.
🏎🏎🏎
Holaaaa 🫶🏻🫶🏻🫶🏻🫶🏻🫶🏻
Ese primer pódium de Charles debía celebrarse 🎉🎉🎉
Este capítulo va en su honor ❤️❤️❤️
¿Llegará el día en que narre esa pedida de mano? Muy posiblemente 😌😌
Pero, de momento, habrá que conformarse con esto y con la evolución de su relación 🥹
Por cierto, este es el castillo de San Pietro
Y estas las vistas que se ven desde lo alto (aunque de noche 😊)
El enlace del grupo de WhatsApp para hablar de carreras de f1 ya está en mi biografía, así que siéntanse libres de entrar y saludar 😘
También lo dejo por aquí, aunque no creo que funcione xD:
https://chat.whatsapp.com/LZZufjkJKqmHAYd5HQhf5g
Semanita sin F1, pero espero que haya otra actualización este finde próximo, por lo que nos leeremos prontitooo 🤓
Os quiere, GotMe 💜❤️
11/03/2024
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