83 || verona
Helena Rivas Silva
El domingo diecisiete de julio, cerca de las seis de la tarde, el timbre de mi piso sonó y, tras echar una ojeada por la mirilla e identificar a Charles, abrí.
—Hola ... —lo saludé y volví hacia dentro a toda velocidad—. ¿Por qué no usas las llaves? —Cogí el bolso negro que me llevaría y revisé todo lo que había en su interior mientras Charles entraba—. Te dejé un juego, ¿no? —dudé de mi memoria.
—Sí, pero me las he dejado en ... —El portazo de cierre y la ausencia de su voz me preocuparon por un segundo—. Merde ... —blasfemó él.
Lo miré correctamente. Llevaba unos pantalones de pinza negros, a juego con unos zapatos de vestir bien resplandecientes, y una camisa blanca de alguna marca que desconocía. Lo supe porque había varias líneas azules surcando los puños de la prenda y, a pesar de mi falta de conocimiento en moda, deduje que esa debía ser la impronta personal del diseñador. Además, parecía que la habían cosido para su tipo de cuerpo, a medida, pues se ceñía a su torso a la perfección.
También pensé en lo guapo que estaba y en que pasaría calor si no refrescaba por la noche.
—¿Qué pasa? —interrogué.
—Pues ... —titubeó a la par que sus ojos verdes examinaban mi atuendo—. Que estás increíble.
Yo había escogido un vestido que todavía no había tenido la oportunidad de estrenar. La pieza me llegaba por debajo de las rodillas. Después de la zona de las caderas, la falda caía recta, en contraste con cómo se me ajustaba la tela al cuerpo, fortaleciendo mis atributos femeninos exponencialmente.
El vestido, a simple vista, era un palabra de honor negro. Nunca me había comprado uno porque mi pecho era demasiado voluminoso como para sentirme cómoda con algo tan escotado, pero aquel tenía una tela sobre la base que cubría la prenda de arriba a abajo con motivos florales de colores verdosos, anaranjados y castaños. Esa tela traía consigo un par de tiras gruesas con el mismo estampado que me daban una mayor de seguridad. En su conjunto, era un vestido precioso con unos cortes que marcaban mi silueta y entallaban grácilmente mis caderas.
La forma recordaba a un reloj de arena. Por eso me fijé en él y lo compré, pero nunca habría esperado que alguien más creyera con tanto fervor que me quedaba como un guante.
Para acabar, añadí uno de los pocos pares de tacones que guardaba en mi armario. Negros, con una pulsera fina al tobillo que acababa en un dulce lazo. Acabados en punta y con un tacón de ocho centímetros, la tela del calzado se parecía mucho a la del vestido, así que se me antojó una buena elección. Me gustaban porque no eran incómodos, pero no estaba muy convencida de poder llevarlos toda la tarde y parte de la noche sin que los pies me sangraran.
En cuanto al peinado, me había hecho un recogido con una pinza de pequeños detalles dorados, aunque habían dejado fuera algunos mechones de mi flequillo. Al tener el cuello tan despejado, decidí coger de mi joyero un medallón dorado que me regaló mi abuela por un cumpleaños. A todo eso le sumé un par de pendientes de oro; unos aros gruesos, pero no muy grandes. Y, por supuesto, algo de maquillaje que tapara mis ojeras, un buen eyeliner, una pizca de colorete y mi pintalabios favorito, de un rojo oscuro que afilaba todavía más mis facciones. Tampoco conservaba mis gafas; las había sustituido por unas lentillas que casi no usaba. Otra diferencia eras mis uñas, que, aún con su usual forma almendrada, estaban pintadas de un color blanco roto que chocaba con la oscuridad de mi vestimenta.
El resultado final me gustó mucho. Sin embargo, el repentino piropo de Charles me descuadró hasta el punto de ruborizarme como si fuera la primera vez que alguien me halagaba.
—¿Es demasiado? —le pregunté, a lo que él calló, muy entretenido en perfilar mis ajustadas curvas con la mirada—. Dijiste que me arreglara, pero no encontraba nada más sencillo que me gustara, así que he terminado poniéndome esto ... —Finalmente, sus ojos se posaron en mi rostro. Charles parecía verdaderamente fascinado—. ¿Me cambio? —Señalé al interior de la vivienda, valorando la opción de elegir algo más sobrio para nuestra cita—. ¿Tenemos tiempo antes de ...?
Mis pies ya habían comenzado a avanzar hacia el pasillo, pero él se apresuró a retenerme. Sujetó mi codo con cariño, obligándome a volver sobre mis propios pasos.
—Attends là ... —Tiró de mí suavemente y, sin despegar las pupilas de mi semblante, me dio un beso corto en los labios—. Tu es magnifique —Otro beso, más irresistible—. Absolument ravissante.
Avergonzada y emocionada, se lo agradecí.
—Gracias.
Charles era insaciable en miles de sentidos, aunque nunca creí que querría admirarme tantísimo. Por lo tanto, cuando me agarró de la mano y creó cierta distancia para evaluar de nuevo mi vestimenta, el colorete que había espolvoreado en mis cachetes fue suplantado por un rubor natural e intenso.
—¿Das una vuelta para que te vea mejor? —Contuve una sonrisa a pesar de que mis comisuras se alzaban como pájaros iniciando el vuelo y, lentamente, di ese giro que me pedía—. Pour l'amour de Dieu ... Pensaría que no tienes ese culo, pero te he visto sin nada encima y puedo confirmarlo ...
Mi risa le encantó.
—Eres un descarado —declaré.
—Lo sería si te dijera que prefiero tener esa cita en tu cama y no lo he dicho —dijo, casi orgulloso.
—Acabas de hacerlo —le rebatí.
—¿Pero tú te has mirado a un espejo? —me acusó de no comprender su genuina sugestión ante mi aspecto—. ¿Acaso te has arreglado para ver a otro tío? —insinuó.
—Vale, vale. Ya me ha quedado claro —Me acerqué y apenas acaricié sus labios con los míos—. Tú también vas muy elegante.
—Van a pensar que soy tu chófer o algo por el estilo —aseguró Charles.
Yo me aparté de su cuerpo y le lancé una buena amenaza.
—Conseguirás que me ponga otra cosa.
—No, por favor —suplicó, provocándome más carcajadas.
Feliz, concluí con la revisión de todo lo que había metido en mi bolso y flexioné mi pierna derecha para colocar mejor la hebilla de la pulsera del tacón.
—Entonces para con las bromas y dime si debería llevarme unos zapatos más cómodos o solo los tacones —demandé—. ¿Qué vamos a hacer? Aún no son las seis y supongo que la reserva será más tarde —especulé.
Charles se mordisqueó el labio. Había un mínimo rastro de mi labial en él.
—Sobre eso ... —Se tocó la muñeca y eso solo me sugirió que las cosas no marchaban tan bien como deberían—. Ha surgido un problemita.
Mi pie derecho volvió al suelo. El sonido de la suela del tacón resonó en las paredes de mi salón.
—¿Qué clase de problemita? —inquirí, preocupada por ese halo de misterio.
Se preparó para explicarme, pero no supo esconder la molestia que leí en su semblante.
—El restaurante está a las afueras de Módena —me puso al tanto del paradero del lugar—. Nunca hay periodistas tan lejos del centro, pero el gerente me ha llamado mientras venía hacia aquí porque hay paparazzis fuera del edificio —expuso. La desilusión pintó mis facciones mientras lo escuchaba—. Parece que alguien, algún camarero, vio mi nombre en la lista de reservas y dio el soplo a la prensa.
Nadie sabía de nuestra cita y si esa misma noche se publicaban imágenes de nosotros cenando juntos, sería un desastre. Matriz querría matarnos y, a mí, arrancarme el pellejo dolorosamente. Si éramos descuidados y metíamos la pata, la pérdida de nuestra privacidad era lo de menos. Mi trabajo estaba en juego. Charles y yo estábamos muy seguros de que Mattia usaría cualquier cosa para echarme de una patada y no podía permitirme algo así.
Apenada, barajé las opciones que nos quedaban.
—Vaya ... —Bajé la vista a mis anillos y los toqué en busca de un silencio consuelo—. Entonces, ¿nos quedamos sin cena?
Charles avanzó, agarrándome del brazo.
—Ni hablar —negó en rotundo—. Creo que he encontrado una solución.
Una pequeña esperanza latió dentro de mí.
—¿Cuál?
Su confiada sonrisa me relajó. Charles era una de las personas más resueltas que había conocido nunca. Si se metía en un callejón sin salida, era capaz de tirar la pared con tal de conseguir lo que se había propuesto.
—He reservado a tu nombre una mesa para dos en el mejor restaurante de Verona —dijo.
Necesité unos segundos antes de reaccionar a la noticia.
—¿Verona? ¿Cómo que Verona? —Los dos estábamos pensando lo mismo. A él no se le había escapado lo que eso implicaba—. Estamos a unas dos horas de Verona, Charles.
—Error —Su boca se torció en una mueca—. Una hora y cuarenta si el tráfico nos lo permite.
—Pero ... —Intenté apelar a su proposición.
—Lo sé —Sus dedos viajaron por mi brazo desnudo, calmando mi agitado corazón—. Tenemos que coger la autovía —resaltó lo que ya había calado en mí—. Solo he reservado. Puedo cancelar en cualquier momento, pero, ya que me han fastidiado el plan inicial, quería hacer algo diferente. Había pensado llevarte a Verona más adelante y tomar carreteras secundarias para no ir demasiado rápido ... —Mi rostro era un poema, aunque únicamente por el shock inicial. Debió preocuparse, ya que corrió a aclarar que solo era una idea—. Tú tienes la última palabra, tesoro. Pensaré en otro restaurante si me dices que no —Afirmó—. Lo importante es que la cita sigue en pie.
El miedo que le tenía a la velocidad en los vehículos de cuatro ruedas me había acompañado durante la segunda mitad de mi vida. Siempre había estado ahí, acechando en mi día a día y generándome cientos de problemas a la hora de desplazarme. A diario me preguntaba cuánto tiempo más dejaría que el pánico me impidiera hacer determinados planes.
¿Quieres echar a perder tu cita con Charles por un miedo que no te crees capaz de superar?
El hondo color de sus ojos revolvió partes de mi organismo y forzó a mi boca a articular una respuesta que ni yo misma creía real.
—Podemos intentarlo —le contesté.
No sabía si podría hacerlo. La última y única experiencia con altas velocidades en esos doce años se produjo en Bakú, cuando Carlos condujo hasta el hospital al que habían trasladado a Charles tras el accidente. No era consciente de la velocidad que alcanzó aquel coche. Nunca se lo pregunté a Julia porque me convencí de que solo era un episodio aislado que no volvería a darse. No obstante, ya no me asustaba tanto montarme en un vehículo ajeno y quise confiar en mi capacidad para sobrellevarlo. Tenía que intentarlo porque, aunque me hubiera habituado a vivir con esa limitación, no deseaba que fuera eterna.
Él sonrió y el orgullo en su mirada detonó el cinturón de seguridad al que me había agarrado desde que mi madre falleció.
—No iré a más de cien kilómetros por hora —Estableció a modo de límite—. Si sientes que no puedes, podemos parar en cualquier venta y cenar por ahí.
Fue mi turno de sonreír.
Charles no sabía cuánto valoraba que pusiera tantas rutas de escape sobre la mesa, pero no iba a tomar ninguna. Si me comprometía, lo llevaría hasta el mismísimo final.
—Si hacemos eso, solo lograremos que te roben el Richard Mille —Me puse en lo peor.
Desvió el recorrido de su mano hasta afianzarla en mi cintura. Mi estómago chocó con el suyo y habría jurado que vi chispas saltar desde sus ilusionados ojos.
—No se atreverán —alegó.
La fragancia de su colonia bajó mis defensas. Él, por su lado, también distinguió las gotas de colonia que había echado a mi cuello apenas cinco minutos antes de que llamara a mi puerta. Atraído por un olor que usaba en ocasiones muy especiales, se inclinó, impregnándose del aroma al tiempo que la punta de su nariz cosquilleaba mi cuello.
Masajeé su brazo sobre la camisa blanca que me impedía tocar su dermis.
—Con que querías llevarme a Verona, ¿eh? —comenté su plan con un leve deje de curiosidad.
Acabó con su inspección a mi cuello y me enfrentó cara a cara. El brillo de su iris era hermoso. No me habría importado pasar esa cita sin nada más por hacer que perderme en sus ojos.
—Es la ciudad de los enamorados, preciosa —susurró cerca de mi boca.
—Nunca he estado allí —reconocí.
Su mano reptó por mi espalda baja. Allá por donde iba, dejaba una cálida huella que encendía cada rincón de mi cuerpo. Si no acabásemos de prometernos un viaje exprés a Verona, podría haberlo llevado a mi habitación sin ningún atisbo de arrepentimiento.
—Pues vamos a ponerle solución a eso —Me soltó como si hubiera percibido cuánto alborotaba mis hormonas—. ¿Lo tienes todo? He aparcado en la calle de al lado —me informó, sacando de un bolsillo las llaves de su Ferrari.
Debería llevar un calzado de repuesto, así que medité una alternativa que no desentonara con mi vestido.
—Dame dos minutos —le pedí.
Di media vuelta en dirección a mi cuarto para buscar unas sandalias negras que recordaba haber traído cuando me mudé a Italia.
—Espero que sean dos de verdad, porque, como te vea el culo más de cinco, no vamos a ninguna parte —se sinceró.
No había ápice de broma en su voz, pero yo me lo tomé como un chiste para no caer en la tentativa que me lanzaba.
—Cállate ... —demandé, entrando a la habitación.
Antes de que se volviera demasiado pegajoso, salimos de mi piso y nos montamos en su coche. Él toqueteó algunas cosas y configuró una ruta que nos llevaría a Verona en una hora y cuarenta y tres minutos. Los primeros diez minutos fueron bastante bien porque solo recorrimos carreteras secundarias. En cuanto Charles cogió el desvío a la autovía, agarró con más fuerza mi mano. No dijo nada. Estábamos hablando de los sitios que más le había gustado visitar del país, así que solo noté su apretón, sin darle mayor importancia. No fue hasta un buen rato después que la velocidad se hizo más real, pero, por extraño que me pareciera, no supuso nada traumático.
Cuando tomó la salida en la que se leía "Verona", me di cuenta de que aquel trauma ya no era más que una sensación ansiosa por sentir el vehículo frenar. Podría ser gracias a Charles y la conversación que compartíamos, pero en el fondo sabía que la razón no era él.
Yo estaba demasiado ocupada mirando los colores rosados que se arraigaban al cielo de Verona, así que no le pregunté por qué aparcaba en un parking subterráneo en lugar de dejar que uno de los empleados lo aparcara en el propio parking del restaurante, pero, mientras bajábamos del coche, me di cuenta de que no tenía ni idea de cuándo nos marcharíamos de la ciudad y que, seguramente, el aparcamiento del restaurante estaría cerrado.
Subimos a la superficie en un ascensor y temí que alguien nos reconociera por la zona. Sin embargo, para mi alivio, el restaurante estaba en una de las cimas de la ciudad y apenas había gente paseando por el lugar. Charles lo tenía todo bajo control y yo no dudé en tomar su mano de camino al edificio.
Al llegar, yo di mi nombre al camarero de recepción y rápidamente confirmó la reserva. Nos atendieron con tanta premura que casi no pude mirar hacia el interior del salón principal, donde varias mesas tenían ya dueños. Muy probablemente, el local recibiría a más clientes en la siguiente hora. Entonces, me pregunté qué mesa nos asignarían. Por eso mismo fue una gran sorpresa que el camarero nos acompañara a la segunda planta y que asegurara que nadie nos molestaría porque toda ella estaba reservada a mi nombre.
Al principio, pensé que era un error. Incluso tuve la intención de corregir su amabilidad, pero Charles acarició mi brazo derecho y le dio las gracias al empleado.
Mientras entrábamos en el amplio salón, me explicó que lo había pedido así cuando llamó para que nadie pudiera reconocernos. No me quejé porque sabía que disfrutaríamos mucho más de la cena de esa forma y elegimos una mesa con unas vistas privilegiadas de la ciudad.
No tardaron más de cinco minutos en atendernos y exponernos toda la carta. Charles me recomendó algunos platos y el camarero también nos sugirió las especialidades del chef. Finalmente, nos guiamos por las recomendaciones del experto.
Los entrantes no tardaron mucho. Estaban deliciosos, pero fue el primer plato, berenjenas a la crema, el que más me fascinó. Solo necesité un bocado para escandalizarme por el sabor de la crema.
—¡Esto está riquísimo! —dije en un tono elevado.
Me habría sentido más cohibida si hubiese alguien más en la sala. Solo estaba por allí el camarero que nos atendía, aunque, justo en ese momento, no lo localizaba por ninguna parte.
Charles no se había sentado en frente, como de costumbre, sino a mi lado. Estábamos muy cerca el uno del otro y esa proximidad hacía posible que tocarnos no fuera algo descabellado.
Partió un trozo de berenjena, sonriendo.
—Tienen una salsa especial que está para chuparse los dedos —Me lo confirmó. A pesar de pinchar un pedazo, dispuesto a probarlo, agarró con su mano izquierda la mía. Yo todavía tenía el tenedor entre los dedos, pero supe cuál era su objetivo por su manera de mirarme la mano—. Te lo vi esta mañana —dijo, refiriéndose al anillo de mi madre, el que era una serpiente, que brillaba en mi dedo índice—. ¿Te encuentras bien?
Esa mañana estuvimos trabajando en Maranello con los prototipos de las nuevas piezas que implementaríamos después del verano y él debió fijarse en la joya. Había decidido que sería mi forma de recordarla sin pasar el día cabizbaja y melancólica. Llevar su anillo siempre me hacía sentir tranquila, como si un trocito de ella estuviera conmigo, y no podía ser de otra forma en el aniversario de su muerte.
Dejé el tenedor en el plato y deslicé mis dedos entre los suyos, que encajaron con armonía.
—Estoy en Verona con la persona que más quiero —Charles sonrió, revelando uno de sus hoyuelos—. No puedo ni quiero estar mal —expresé, en absoluto afligida por la fecha.
Creí que lo llevaría mucho peor, pero no estaba siendo así y quería que él lo supiera. No estaba mintiéndole ni esforzándome por parecer alegre porque realmente me sentía dichosa de poder pasar un tiempo con él, rehaciendo mi vida y canalizando unas emociones dolorosas en otras más boyantes.
—Entonces no hablaremos de asuntos tristes —prometió. Después, se inclinó hacia mí y recogió con su pulgar un poco de crema de mi labio inferior. No me habría dado cuenta de que estaba ahí de no ser por él. Charles se chupó el dedo y frunció el ceño ante el placer que inundó su boca—. Joder. Está muy buena, sí.
Me eché hacia él, apoyando ambos codos sobre la mesa.
—Podrías habérmelo limpiado de una forma más romántica, campeón —le recriminé.
Él contuvo una adorable carcajada y dio una respuesta contundente que se podía traducir en muchos escenarios.
—No será la última vez que te manches hoy —decretó, tan confiado como la sonrisa que se había adueñado de sus labios.
—Se i signori mi scuseranno.
La intrusión del camarero me sobresaltó y Charles, tras mi perpleja reacción, estuvo a punto de reír. Se contuvo y, con mucha educación, dio paso al hombre.
—Naturalmente —dijo él.
Sin quitarme los ojos de encima, envié una suave patada a su pierna bajo la mesa y se tapó la boca, fingiendo que tosía cuando, en realidad, solo quería desternillarse de la risa.
Entonces, presté atención a lo que hacía el camarero: descorchó una botella de vino y se dispuso a verter el líquido en nuestras copas, pero mi voz le hizo frenar en seco.
—Ah, ma non abbiamo chiesto ... —Intenté explicarle.
Regresó a su tarea con una soltura magnífica.
—Offre la casa, signorina —respondió amablemente.
Estupefacta, no me quedó más remedio que aceptar y agradecerle el gesto, aunque no hubiese sido su idea.
—Allora, grazie tante —hablé.
Observando lo que había escrito en la etiqueta de la botella, se me cerró la garganta de sopetón. No podía creer lo que mis ojos estaban leyendo.
—Ringrazi il signor Niccolò per il dettaglio, per favore —le solicitó Charles mientras el camarero llenaba su copa.
Terminó su labor y dejó la botella en mitad de la mesa. Seguramente, volvería en cuanto nuestras copas se vaciaran para repetir el mismo proceso.
—Le farò sapere, signore —Asintió y se retiró en silencio.
Una vez en la soledad del salón, alargué el brazo y cogí la botella para releer las palabras que especificaban la calidad y el tipo de vino que nos habían servido.
—Charles, esto no es un detalle —Expuse, alarmada—; es un reserva de Biondi Santi Brunello —Me giré hacia él, que examinaba el color cobrizo del licor a través del cristal—. Ni siquiera sé cuánto puede costar una botella.
Alzó la vista, chistoso.
—A veces se me olvida que sabes más que yo de vinos —apostilló.
—¿Cuánto crees que vale? —insistí yo.
Elucubró un poco, pues desconocía por completo el desorbitado precio de un ejemplar como aquel.
—Unos quinientos euros, imagino —concluyó como si nada.
—Como poco —Lo secundé, estricta—. No está bien que aceptemos un regalo tan caro.
Charles chasqueó la lengua y estudió mi semblante de preocupación.
—Sé que no estás acostumbrada a estas cosas, pero no es tan raro —Aclaró—. Además, el dueño es amigo de la infancia de mi hermano Lorenzo. No puedo negarme. Sería de muy mala educación por mi parte —se justificó, y lo cierto era que tenía sentido—. Él mismo me ha atendido cuando he llamado esta tarde y no ha puesto ningún problema en cedernos la planta completa después de comentarle que no venía solo. Cuando terminemos, pasaré a saludarlo y se lo agradeceré en persona.
Suspiré, meditándolo.
Me era inevitable no asociar esa clase de preferencias y "favores" con una corrupción de nivel social que nunca me había gustado. Entendía que, siendo conocidos, habría favores y regalos, pero no me sentía tranquila aceptando cosas de tanto valor de un desconocido.
—A veces se me olvida que eres toda una eminencia en Italia —mascullé, resignada.
—No deberías —Charles movió en pequeños círculos su copa—. ¿Te recuerdo que trabajamos juntos? —bromeó.
—Ja, ja —exageré, ganándome otra de sus divertidas sonrisas—. Supongo que no pasa nada si es solo muy de vez en cuando —Toleré aquel trato—. Yo también quiero darle las gracias. Por todo —especifiqué—. No sabía que lo conocieras.
—Es un viejo amigo de la familia y siempre que venimos nos trata fantásticamente. Te lo presentaré después —Y comprobó que todavía no había degustado el vino—. ¿No vas a probarlo? Huele de maravilla —opinó.
Así las cosas, mareé la bebida en la copa y tragué un poco, saboreando secretamente una pieza de aquel calibre. Mis papilas gustativas estallaron de alegría al poder tomar ese vino que parecía ambrosía divina más que una bebida mundana. Si bien no era muy entusiasta del alcohol, los vinos en mi casa, en Jaén, siempre habían sido una parte importante de la mesa. Aunque no pude probarlos hasta que fui mayor de edad porque mi padre era realmente estricto con el tema, en todas mis visitas había una botella descorchada para cada comida y había terminado prefiriéndolo a cualquier otra bebida.
—Está delicioso —declaré, alegrándome en secreto de que su amigo fuera tan derrochador con nosotros—. De lo mejor que he probado nunca, en realidad.
—Pues bebe por mí porque el vino siempre me sube muy rápido y el coche no se va a conducir solo —me invitó a continuar vaciando la botella.
—Pruébalo —lo insté. Él se negó de nuevo, haciendo gala de una responsabilidad que le honraba—. Por Dios, es un Brunello, Charles —repetí, encantada con el sabor dulzón que se repartía por toda mi boca.
Acabó riendo y acorralado.
—Va bene, va bene ... —Se llevó la copa a las comisuras e ingirió un único trago que le cambió el rostro igual que si hubiera descubierto un nuevo continente, inexplorado y paradisíaco—. Putain —maldijo en su lengua natal.
Entonces fui yo quien se rio de su tierna reacción.
—Te lo dije —me jacté.
Después de la anécdota del vino, seguimos comiendo, uno a uno, los platos recomendados por nuestro camarero particular. Todo parecía elaborado por el mejor cocinero, en su punto y con una presentación increíble.
La noche cayó mientras nosotros cenábamos. La charla alargó aquella velada y, para cuando terminamos con los postres, sentí que me había abierto en canal para él. Le había hablado de cosas ... Cosas que ni siquiera compartía con Julia, ni con Cassandra. Cosas que solamente expondría a alguien en quien confiara a ciegas y, si había alguien que cumpliera con las características, era Charles.
Así que, me retoqué el pintalabios allí mismo gracias al espejo de bolsillo que guardaba en mi bolso y, más liviana que nunca, me levanté de la silla. Para mi sorpresa, noté que el vino me había afectado ligeramente.
Charles, tan observador como siempre, me tendió su brazo. Debió descifrar mi cara y asumir que, al ponerme en pie, había sufrido un súbito mareo. No me alarmó, ya que su magnitud fue mínima, pero tampoco dudé en agarrame a él.
—¿Seguro que estás bien? —me preguntó. Él solo había dado un par de sorbos a la primera copa: la sobriedad estaba de su lado—. Te has tomado más de la mitad de la botella —dijo con ganas de reír ante tal hazaña.
—¿Crees que no tengo aguante? —me defendí, enroscando mi brazo en el suyo como la pareja que éramos—. No te imaginas a cuántas catas de vinos he sobrevivido sin perder la compostura —me enorgullecí.
—¿Con tacones incluidos? —dijo, algo suspicaz.
No estaba borracha en absoluto. Si lo estuviera, me costaría horrores hilar las frases. Por el contrario, responder a sus preguntas no me suponía ningún esfuerzo. Solo estaba achispada, más graciosa de lo normal.
—Puede que eso no entrara en el pack normalmente, pero ahora estás tú —Me aferré a él con determinación— y tu brazo es un buen soporte —Le sonreí, coqueta.
—Tendré que emborracharte de ahora en adelante para que te agarres de mi brazo más a menudo, chérie —dijo, llevándome hacia la salida del salón.
—Al final resultará que fuiste tú quien pidió el vino —le acusé entre risas.
Al igual que en la planta baja, la entrada estaba conformada por un atril ancho donde un camarero debía revisar reservas y cobrar a los clientes cuando se marchaban. La única diferencia era que no había nadie tras dicho atril y no había señales del hombre que nos había hecho compañía en las sombras.
—No, pero lo tendré en cuenta para la próxima cita —Se carcajeó debido a mi ocurrencia y, de repente, el sonido de su teléfono móvil me obligó a soltarle. Lo sacó del bolsillo de sus pantalones y debió leer un nombre importante, a juzgar por su siguiente pregunta—. ¿Me esperas aquí un momento? Tengo que contestar.
—Claro.
Sospechosamente, se alejó bastante. Juraría que no quería que escuchara lo que tenía que hablar con la persona que lo llamaba, pero no tuve tiempo de indagar más en sus posibles motivos para ocultarme aquella llamada porque un débil carraspeo me hizo girar un total de ciento ochenta grados.
Un hombre injustamente guapo me dedicó una bonita sonrisa justo detrás el atril. A pesar de su traje de chaqueta negro, le adjudiqué la categoría de gerente o supervisor. Aunque, pensándolo un poco mejor, un tipo con ese porte no podía trabajar como un camarero de alto rango. No tenía sentido. Sin embargo, la Helena que contempló sus marcadas facciones y se repitió a sí misma que los italianos tenían un aura especial, no discurrió muy bien. Y, sí, le echaría la culpa al vino.
—Buona sera —me saludó el extraño.
—Buona sera —respondí.
A pesar de que aquel hombre bajó la cabeza hacia lo que supuse sería el libro de reservas, no abandoné mi tarea y continué mirando con todo lujo de detalles los diferentes rasgos que le hacían ver tan apuesto. Con el cabello tan oscuro como sus ojos, no podía decir que su encanto físico viniera de ellos, sino más bien de la armonía en su rostro. Parecía tallado por un escultor griego que sabía perfectamente dónde clavar el cincel. También inferí que ya había entrado en la treintena, aunque eso no le hubiera quitado nada de atractivo.
Sin levantar la barbilla, sus ojos debieron leer mi apellido, apuntado en alguna parte del libro que ojeaba.
—È stato tutto di suo gradimento, signorina Rivas? —Se interesó por mis sensaciones después de cenar.
—Sì —Asentí—. È stata una cena fantastica —Añadí con una sonrisa.
Su mirada se posó otra vez en mi gesto. Me sentí intimidada; aquel era un castaño muy intenso.
—Sono così felice di sentirlo —contestó, satisfecho.
—Il trattamento è stato imbattibile. Vorrei ringraziare il suo collega. È stato molto attento —le conté al desconocido, que se sorprendió de que alargara la conversación—. Ah, e vorrei anche ringraziare il suo capo, il signor Niccolò —recordé su nombre—, per il vino eccellente che ci ha offerto.
Sus labios formaron una media sonrisa. Apostaba que esa era una de las razones por la que lo contrataron en un restaurante de postín como ese, además, por supuesto, de sus capacidades y habilidades.
—Era un ottimo esemplare, certo —corroboró.
—Sa da quale magazzino viene il Brunello? —pregunté, curiosa por saber más información acerca de aquel vino.
—De Marchesi di Barolo, se non sbaglio —No dudó ni un ápice al hablar.
A lo mejor es el encargado de los vinos, pensé.
—Che spiega molte cose ... —comenté, conociendo ya el origen de la bebida.
Una de las mejores bodegas de toda Italia no proveía a cualquiera, pero, si lo hacía, todo debía ser de una calidad incalculable. Así pues, imaginé que el precio de la botella era incluso más alto de lo que creí.
—Lei sa del vino, signorina? —cuestionó, intrigado.
Agrandé mi sonrisa.
—Più di quanto vorrei —bromeé. Destellos de diversión brillaron en sus enigmáticos ojos. No obstante, algo me vino a la mente y cambié el rumbo de la charla al abrir mi bolso—. Ah, ma prima vorrei pagare.
Y empecé a buscar mi tarjeta de crédito en el tarjetero que traía conmigo.
Desde que planeamos esa cita, sabía que yo pagaría aquella cena. Habíamos cenado solos una vez, la primera noche que pasé en su casa, y él me invitó. No pude luchar contra sus deseos en aquel entonces, pero no iba a permitir que fuera por ahí pagando como si yo no tuviera un sueldo más que decente. Tenía varios gastos, sobre todo relacionados con el piso que encontraron para mí, pero los viajes, comidas y estancias en hoteles corrían a cuenta de Ferrari. A final de mes, ahorraba más de lo que gastaba, y, si quería pagar por una cena cara, podía hacerlo. Mi cuenta bancaria no se vería muy resentida. Si bien Charles no me invitaba por fardar ante mí de su acaudalado patrimonio, sino por caballerosidad, mis códigos no funcionaban del mismo modo.
—Pagare? —interrogó, visiblemente asombrado.
Extraje la tarjeta de la funda y se la ofrecí.
Por su rostro, entendí que no esperaba que yo pusiera el dinero cuando mi acompañante era, ni más ni menos, un piloto de la Scuderia Ferrari.
—Sì —Extendí el brazo, apremiándole a coger la tarjeta.
Si me daba prisa, para cuando Charles volvier, no tendría más alternativa que aceptar porque mi dinero estaría en manos de aquel tipo y la deuda saldada.
Terminó por recogerla de mis dedos.
—Ho pensato che ... —vaciló.
—Ecco perché lo pago adesso —Desarrollé mi decisión—. Se mi vedesse estrarre la carta, rifiuterebbe categoricamente —Él disfrutó de mi chascarrillo. Su sonrisa reprimía picardía y admiración a raudales— Non è giusto che l'uomo paghi sempre, non trova? —Busqué su aprobación a mi movimiento estratégico.
—Sono d'accordo con lei —Se encargó de utilizar la tarjeta en el cobro. Además, tuvo la deferencia de no decirme la suma. Si lo hubiera hecho, me habría hecho sentir inferior al tipo de clientes que acudían al restaurante, que posiblemente pagaban incluso en efectivo—. Conoscendo Charles, ingoierà un bel pezzo del suo orgoglio.
Ese comentario me confundió. La neblina que empañaba mi cabeza impidió que replicara al instante. En su lugar, esperé a que terminara y me devolviera la tarjeta.
—Lo conosci? —inquirí
Él sonrió más, como si mi despiste fuera su fuente de entretenimiento favorita.
—Sì, e se capisco che lo faccia per una donna così bella. Eccole —Me entregó la tarjeta con educación.
Su apreciación sobre mi aspecto me sacó los colores a una velocidad de infarto.
Antes incluso de distinguir los pasos de Charles a mis espaldas, comprendí que ese hombre no era un individuo cualquiera ni el gerente del local. Nadie de un rango tan bajo podría tomarse la licencia de piropear así a una clienta más.
—Niccolò!
La voz del monegasco me dio unos segundos de descanso que invertí en guardar la tarjeta a ciegas, ya que los penetrantes ojos del joven dueño seguían escrutándome. Muy a su pesar, la presencia de Charles ejerció una mayor presión y se vio avocado a mirarlo.
Terriblemente avergonzada de haberle confundido por un empleado, bajé la mirada y cerré mi bolso mientras ellos se daban un abrazo.
—Charles! —dijo su nombre, contento de verlo. Cuando se separaron, posó sus pupilas en mí, intimidándome—. La signorina Rivas mi stava dicendo che vi è piaciuta la cena —le comunicó.
—Come sempre quando vengo qui, amico —declaró Charles. En cuanto me miró supo que había sucedido algo—. Vi siete presentati? —nos preguntó.
Torpe, me concentré en los orbes verdosos de Charles.
—Ah ... —No pude decir más.
—Non, non —interrumpió Niccolò, aunque no entendí si para echarme un cable o para prolongar la incómoda situación—. Almeno, non correttamente.
Charles dedujo que no descifraría mi semblante si su amigo estaba presente y se propuso presentarnos adecuadamente.
—Helena, lui è Niccolò Ricci —El hombre se acercó a mí—, il proprietario di questo ristorante e un grande amico della mia famiglia.
Niccolò, al ser más alto que Charles, imponía el doble. Su porte parecía acecharme y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí cohibida por un hombre que no tenía ningún poder sobre mí. Se lo achaqué a esas copas de vino que enturbiaban mi organismo, pero no encontré un método que me hiciera ver más segura y menos incauta.
—È un piacere —dije, precipitándome.
Él agarró mi mano izquierda de repente y besó el dorso de la misma. El incremento del sofoco que ya engullía mi piel fue apreciable para ambos. Charles, fuera de la visión de Niccolò, alzó una ceja, preguntándome por mi raro empequeñecimiento.
—Il piacere è mio, Helena —aseguró y me soltó muy despacio.
Liberó mis dedos tan lentamente que, cuando lo hizo, yo los agarré con los de mi mano derecha porque me sentía bastante expuesta.
—Tutto era squisito e molte grazie per il vino —Se pronunció Charles en un intento por atraer la atención de su conocido hacia sí—. Non c'era bisogno.
—Era necessario se la tua compagna è piaciuto —No tardó ni dos segundos en volver a observarme—. Hai un buon palato, Helena —me felicitó.
Luchando contra el bochorno que tanto me ahogaba la voz, traté de agradecerle el cumplido.
—Grazie. Il mio padre ... —No lograba dar con las palabras idóneas, así que le pedí ayuda a Charles—. Come si dice in italiano?
—Gestisce un'azienda vinicola —dijo para mi salvación.
—Così —Respiré, arrepentida de haber bebido sin tener en cuenta que el alcohol limitaba mis capacidades sociales con desconocidos que demostraban segundas intenciones—. Lui gestisce un'azienda vinicola in Spagna —compartí con él.
—Spagnola? ¡Qué sorpresa! —exclamó en un castellano suave y correcto—. Por eso tu acento no me encajaba.
Estaba lista para enfrentarme a cualquier cosa, pero no imaginé que pudiera defenderse en mi idioma. Ni siquiera había pensado que tuviera algunas nociones básicas.
—¿Sabes español?
—Sí —Afirmó—. Tengo negocios en la costa Brava y he aprendido a la fuerza, aunque sigue siendo difícil a veces —Apuntó, afligido por la complejidad de mi lengua.
Durante ese intercambio, Charles se había desplazado hasta quedar a mi alcance. Estaba cerciorándose de que, si lo necesitaba, pudiera ir hasta él sin esfuerzo.
—Es complicado para un no nativo —admití, todavía en español—. Yo debería estudiar más horas de italiano, pero mis horarios son tan impredecibles que me cuesta horrores —reí por mi falta de constancia.
—¿Lo aprendiste por placer? —Se interesó en mí.
Era plenamente consciente de que estaba ligando conmigo sin ningún reparo. Por lo tanto, en un arrebato de valor, eliminé los dos pasos que me alejaban de Charles.
—No. Por trabajo —Me aferré a su brazo derecho, sentenciando la relación que me unía a él y dinamitando las esperanzas del italiano—, e per Charles.
Sentí cómo Charles ponía su otra mano sobre la mía, orgulloso de lo que acababa de hacer.
Por su parte, Niccolò no dejó que la desilusión se extendiera por su apolíneo rostro. Tomó otro camino al preguntar acerca de mi trabajo.
—¿En qué trabajas? ¿En social media? —Probó suerte—. Il tuo viso mi sembra familiare ...
—È la mia ingegnere di pista —respondió Charles.
Esa revelación iluminó su mirada.
—Ovviamente! —Esbocé una gran sonrisa de compromiso—. Tu sei la famosa ingegnere Ferrari! Sei già una celebrità in Italia!
Sonrojada, cerré mi agarre en torno al antebrazo de Charles.
—Afatto ... —mascullé.
—Sono felice che anche tu ci creda perché non si fida della mia parola —le comentó Charles, que sabía cómo hacer que la conversación retomara un sendero favorable, nada escarpado—. È troppo modesta —insinuó que no era capaz de reconocer mis logros abiertamente, y no le faltaban pruebas.
—Tutti parlano di quanto tu sia incredibile e il tuo italiano non è male, davvero —reconoció, dispuesto a echarme flores aunque realmente no me hubiera visto trabajar.
Con suerte, podría haberme visto en cámara durante algún Gran Premio, pero no tenía pinta de ser un fanático acérrimo de la Fórmula 1. Tendría cierto conocimiento, como era lógico, pues conocería a más gente relacionada con el deporte. En Italia era común estar al tanto de lo que ocurría en Ferrari. Las noticias estaban en Radio, televisión e Internet a todas horas y debían de haber hablado sobre mí y sobre mi desempeño en el equipo. A lo mejor también se había comentado toda la polémica en la que me había metido Max Verstappen. Aun así, Niccolò no escatimó en halagos y aquello me ruborizó exponencialmente.
—Devo migliorare in entrambi i campi —precisé, colocando mi otra mano sobre la de Charles, más pegada a su cuerpo—. In più, se le parlassi sempre in inglese fuori da Maranello, penso che sarebbe una pessima fidanzata ... —dije, mirándolo fijamente.
Una Helena sobria nunca habría hecho algo así, pero los ojos de su amigo me recordaban que había visto en mí a una posible presa de sus maravillosos encantos y bajo ningún concepto quería que creyera que yo era una chica pasajera en la vida de Charles. No lo era. No lo sería. Había una unión entre nosotros que nadie podía quebrar y eso incluía a tipos como él.
El silencio no pudo prosperar porque Charles tiró de un hilo distinto, más relajado, a pesar de que la palabra "findanzata" había agujereado su cerebro en profundidad.
—Ci credi che sta anche imparando il francese? —interpeló a Niccolò, que agrandó la sonrisa—. E io, nel frattempo, incapace di dire una frase completa in spagnolo —bromó acerca de su nulo conocimiento del castellano.
—Hai trovato un diamante grezzo, Charles —Me contempló, consciente de que había perdido una batalla en la que ni siquiera estaba participando—. Le mie congratulazioni.
—Grazie mille, Nicco —lo llamó por un apodo—. E sulla riserva così improvvisata, grazie per il favore —Yo acaricié sus nudillos mientras él le agradecía el fabuloso trato que habíamos recibido—. Come stai immaginando, non possiamo andare da nessuna parte ora. Apparentemente, i paparazzi non riposano neanche una domenica —comentó, molesto en el fondo.
Niccolò se aproximó a él, palmeando su espalda de forma cariñosa y cercana.
—Non preoccuparti di questo, cavolo. Sai che ti darò sempre una mano.
El dueño del edificio regresó al atril para recoger un bolígrafo que se había caído y, en ese momento, Charles se percató de que la cuenta no se había pagado y metió la mano en su bolsillo, del que sacó la cartera.
—A proposito ... —Atrapó hábilmente su tarjeta de crédito y yo sonreí a la par que Niccolò—. Addebitamelo da qui. Ho cambiato conto bancario dall'ultima volta e ...
—Mi dispiace dirti che sei invitato —le interrumpió con aires bromistas.
Contrariado, Charles dejó de ofrecerle la tarjeta.
—Cosa? Non, non —se negó—. Non posso accettarlo.
—Allora dovrai parlarne con la tua ragazza —Acordó el moreno, pasándolo en grande con aquel malentendido.
No le dejé abrir la boca de nuevo. Bien agarrada a su brazo, sentí como los músculos se le contraían. Intentó girarse hacia mí con el objetivo de reclamarme algo que no le toleraría a él ni a ningún hombre. Charles leyó lo que mi mirada decía y se rindió incluso antes de preguntar por qué lo había hecho.
—Non c'è niente da discutere —Pegué mi pecho a su fuerte brazo—. Vero, caro?
Él suspiró y no tuvo más remedio que sonreír.
—È chiaro che non posso combatterla ... —le dijo a Nicco, manso e inofensivo.
—Così sono le donne; hanno l'ultima parola —alegó él entre suaves risas.
Ellos se pusieron al día de varios asuntos. Solo fueron unos minutos, pero yo no participé activamente en la charla. Daba la sensación de que Nicco había comprendido que su cortejo no serviría de nada, aunque ese pensamiento desapareció cuando decidieron que ya habían conversado lo suficiente.
—Beh, godetevi la Verona —dijo Niccolò.
Se dieron un abrazo. Yo me quedé detrás de Charles.
—Lo faremo —prometió él.
—Vieni a trovarmi più spesso, ok? —le animó su amigo—. E dì la stessa cosa a Lorenzo. Non lo vedo da Natale.
—Glielo dirò di sicuro —Asintió Charles.
A continuación, se volvió y me dirigió una cálida mirada.
—Encantado de conocerte, Helena —dijo en español mientras besaba mis mejillas.
—Lena, por favor —le indiqué—. Soy Lena para los amigos.
—¿Amigos? Suena bien —rio con dulzura—. Espero que nos veamos pronto, Lena. Con suerte, en Monza —Y miró a Charles muy sonriente—. Abbi cura di lei o qualcuno te la ruberà, Charles.
Esa amenaza le divirtió mucho, pero el piloto lo encubrió con algo de ironía.
—Qualcuno come te, vuoi dire? —bromeó.
No creía que fuera la clase de broma que se harían dos conocidos después de un tiempo sin verse, pero la complicidad entre los dos me invitaba a confiar en que nos había maldad en aquel cruce de opiniones.
—Quel tempo è passato. Anche per una donna del genere, sarebbe in grado di tornare ai vecchi tempi —Tras ese último piropo, Charles se apoderó de mi cintura, empujándome hacia las escaleras con sutileza—. Buona serata, ragazzi —se despidió Niccolò.
Vislumbré cómo retrocedía hacia una de las puertas de servicio, probablemente sin quitarnos el ojo de encima.
—Buona sera, Nicco —habló Charles.
—Buona sera! —me apresuré a decir.
Con el soporte que me brindaba Charles al haber rodeado mis caderas, no necesité apoyarme en la elegante barandilla para descender la escalinata. Al cabo de unos pocos peldaños, lo escuché resoplar y noté cómo se aferrada mejor a mí.
—Seigneur ... —Sonaba exhausto—. Olvidaba lo intensos que son en el norte...
Interesada en todo lo que había vivido durante esos últimos minutos, no dudé en preguntarle por aquello que, incluso con copas de más, había percibido.
—¿Qué ha sido todo eso? ¿Al principio estaba tirándome los trastos? —Estuve a punto de reír.
El ruido hueco de mis tacones golpeando el mármol hacía de banda sonora para aquel descenso.
—Al principio y al final también —concretó.
Seguidamente, el recuerdo de mi inocente y bochornosa equivocación salió a flote.
—Qué vergüenza ... —murmuré, sintiendo las mejillas calientes—. Lo confundí con un camarero mientras hablabas por teléfono —le resumí mi metedura de pata.
A pesar de mi parquedad en detalles, Charles soltó una grave carcajada que despertó los sentidos del camarero que había en la recepción del primer piso.
—¿En serio? —Yo moví la cabeza de arriba a abajo—. Pues debiste tratarlo muy bien porque estaba encandilado contigo, chérie —aludió a su encantador comportamiento.
—Ha sido muy simpático, además de terriblemente atractivo —reconocí más para mí que para él.
—Pardon? —clamó, escandalizado.
Terminamos de recordar el tramo de escaleras restantes y paseamos por la entrada del restaurante sin prisa.
—¿Es que estás ciego? —le acusé de no ser honrado—. ¿O soy yo con demasiado alcohol en vena? —exageré adrede.
No me habría sentido tan atrapada si Niccolò hubiera sido menos seductor. De haber sido un hombre normal y corriente, sin esos rasgos tan bellos y atrayentes, no me habría intimidado con la facilidad con la que lo hizo.
—Apuesto por lo segundo —se decantó. El empleado de recepción nos abrió la puerta, por lo que le lancé una sonrisa de agradecimiento—. Grazie —le dijo.
Pasamos el umbral y nos encontramos en el exterior. El calor ya no era ni la mitad de sofocante que esa tarde. Sin embargo, solo eran las diez y cuarto de la noche y las baldosas de la calle echaban un fuego que no se había calmado aún.
—Vamos, Charles ... —le incité a decir la verdad—. Es un hombre muy guapo, y tiene don de gentes.
—Por eso dirige uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, sí.
—Y estoy segura de que no soy la única que piensa así —Bajamos un par de peldaños y llegamos al nivel más bajo, a ras de la carretera, aunque no había ningún coche circulando—. Debe de tener mujeres a montones. ¿Y me tira los tejos a mí? —Exhalé, incrédula—. No me lo puedo creer ...
—No sé por qué no se fijaría en ti —Se encogió de hombros—. Estás más hermosa que nunca. Ya te lo he dicho.
Agarré la mano que tenía en mi cadera y entrelacé nuestros dedos, simbolizando más cosas de las que podía expresar en esos instantes.
—Bueno, dicen que una mujer enamorada es el doble de hermosa —comenté, presumiendo de lo que él provocaba en mí.
—¿Solo el doble? —me rebatió, jocoso.
Cogidos de la mano, empezamos a bajar la colina. Esa parte de la ciudad estaba en calma. No había muchas personas y, al haberse ido ya la luz del cielo, hacía más sencillo el hecho de pasar desapercibidos.
—¿Y qué ha sido eso del final? —Curioseé sobre esa despedida—. ¿A qué os referíais?
—Se tiró a una novia que tuvo Lorenzo —me confesó.
La sorpresa fue tal que grité.
—¡¿Qué?!
Charles me dio un pequeño tirón a la mano y se echó a reír por mi alboroto.
—Baja la voz ... —me suplicó—. Lo sabe todo Mónaco y media Toscana —detalló—. Desde entonces, siempre bromeamos con el tema. Fue en el instituto. Nada serio.
Aunque no parecía grave, además de que ellos lo habían transformado en un chiste recurrente, el escenario que pintó en mi mente aquella anécdota fue muy impactante. Por muy encantador que hubiese sido Niccolò, nunca habría llegado a la conclusión de que su historial de conquistas llegaba tan lejos.
—Quiero que me cuentes esa historia —manifesté mi deseo por conocer más del pasado—, pero, ¿de verdad has bromeado con que pudiera tener alguna posibilidad conmigo? —Entrecerré los ojos, bien atenta a su gestualidad.
—Allí tienes un escaparate —me señaló, sin apenas inmutarse—. Mírate y luego me explicas por qué tienes las mejillas más rojas que los labios, ¿te parece? —dijo, irónico.
El cristal me habría enseñado lo que yo ya sabía, nada nuevo. El retintín en su discurso era mucho más interesante, pero no pretendía que se prolongara. Así pues, me posicioné frente a él y le corté el paso. Rápidamente, me puse de puntillas y junté mi boca con la suya. No necesité moverme; Charles dirigió el ritmo de aquel beso casi tan pronto como tuvo el poder de hacerlo.
No le molestaba que otros hombres se interesaran en mí. Más bien, le hacía gracia y disfrutaba bromeando sobre ello, igual que a mí. Por eso, solo lo besé porque sentí la necesidad de besarlo, y no para recordarle que no había ser humano, por atractivo que fuera, que pudiera hacerme sentir ni una cuarta parte del amor que él me profesaba. Eso ya iba implícito en el mensaje.
Tardamos una eternidad en separarnos y, cuando conseguimos encontrar un poco de fuerza de voluntad, los imanes que vivían en nuestro interior hicieron su trabajo y volvieron a unirnos entre dulces chasquidos.
Alguna vocecita en mi abrumada cabeza luchó por hacerme cambiar de opinión. Al final, me las ingenié para usar mi brazo como una palanca y poner tierra de por medio entre su boca y la mía. Estábamos en la calle, a la vista de cualquiera, y no me apetecía encontrar fotos nuestras en las redes mientras nos besábamos, desesperados.
—Porque mi novio se ha llevado casi toda la pintura después de besarme —Acaricié la tela de su camisa, en su pecho—. ¿Te sirve la explicación, Leclerc? —Clavé mis ojos en su mirada, empañada por un afecto infinito.
—Realmente estás resplandeciente ... —masculló, deslumbrado.
Desde luego, el rubor no se iría de mis mejillas si él me elogiaba incluso por pestañear.
—Come un diamante grezzo? —Rescaté las palabras de Niccolò para picarlo—. Dovresti imparare a lanciare complimenti così buoni.
Y eché a caminar con él detrás.
—Te pondré una correa antes de que te lances a por los amigos de mi hermano —aseguró.
—Son ellos, también tus amigos —recalqué—, los que se lanzan. Incluso Pierre lo hizo cuando me conoció —Expuse a su compatriota y colega—. No sé qué sentido de la hermandad os enseñaban en el colegio, pero no caló mucho —me burlé—. Es una lástima que haya un acantilado con tu nombre y nadie pueda saltarlo, ¿sabes?
Llevé las manos tras mi espalda y oteé el horizonte que se abría para mí, tan hermoso que me habría echado a llorar allí mismo, pues las luces que iluminaban toda la ciudad en la distancia me removían el alma.
—¿Una lástima? —preguntó Charles.
—Sí. Suerte para ti que me conforme con poco —Chillé en cuanto atrapó mi cintura y me levantó en peso—. ¡Charles!
Me cargó como un saco durante unos metros. Yo aporreaba su espalda, peleándome conmigo misma por no arruinar mi soberbia imagen al romper en carcajadas en las calles de Verona. Hubiera o no alguien en un kilómetro a la redonda, eso era algo personal y no quería perder el pulso.
—¿Crees que te quiero poco? ¿Eso crees? —inquirió, ofendido. Más estable, hundí los dedos en su pelo, revolviéndolo—. No voy a soltarte hasta que lo retires, tesoro.
Al estar comiéndose de la cintura, el vestido se me había subido. El rumor de una debió brisa se deslizó por mis pantorrillas y decidí que era preferible darle la victoria a que me desnudara en público.
—Espera ... —Por mi tono, Charles dejó de caminar y me miró—. Se me ha movido el escote gracias a tu bromita —le expliqué.
De esa forma, me depositó en el suelo e hizo de escudo humano para que pudiera arreglarme la zona delantera del vestido y bajar la tela a su posición original sin miedo a que alguien pudiera ver el desastre de mi ropa.
—Joder, es que hasta yo iría a por ti si fueras su novia —dijo al ojear cuánto se me había pronunciado el escote.
—¿Ahora también se te pegan las malas conductas? —le ataqué.
Me coloqué bien los tirantes, consciente de que él me había mirado los pechos insolentemente.
—El alcohol te hace muy graciosa —Sonrió.
Levanté el mentón y compartí una segunda aserción que, me atrevía a decir, era más cierta que el crecimiento de mi sentido del humor después de haber bebido.
—Y sincera —Afirmé, comprobando que la raja en la parte trasera del vestido estaba en su sitio—. No lo olvides.
🏎️🏎️🏎️
LA F1 ESTÁ DE VUELTA POR FIN Y CARLITOS TIENE SU PRIMER PODIO DE LA TEMPORADAAAA 🫶🏻🫶🏻😭😭😭
Charles ha tenido muy mala suerte con el coche, pero estoy muy feliz por Carlos porque va a luchar por lo que se merecer y Ferrari va a lamentar no haberle elegido antes que a Hamilton 😎
Este ha sido un capítulo largito, así que espero que lo hayáis disfrutadooo ♡♡♡
Y, bueno, esta es una reflexión un poco random, pero a veces me gustaría conocer a más gente. Ya he conocido a algunas personas gracias a Wattpad que son muy importantes en mi vida. Como nunca he sido una chica súper sociable, a veces me entran ganas de hablar con muchas de vosotras porque sí xD
No sé si entendéis a lo que me refiero, pero ojalá en algún momento podamos conocernos mejor gracias a la escritura y a la Fórmula 1 ❤️
Debería haber algún grupo de F1 en español o algo así, ¿no? 🥲
Nos vemos la semana que viene con un cap (o dos 😏) en honor al GP de Jeddah ^^
Os quiere, GotMe 💜❤️
2/3/2024
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