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82 || obsessed

Charles Leclerc

Nos movimos al unísono; nuestros labios encajaron con una sutileza ajena a la hambruna que se encerraba en nosotros. Sus dedos treparon hasta mi cuello, donde buscó a ciegas el inicio de la cremallera de mi mono, y yo me obligué a no desnudarla. En lugar de arrancarle la ropa, colé mi mano derecha bajo su camiseta de Ferrari y absorbí algo de su calor.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que vengan a buscarte? —me preguntó entre besos desenfrenados.

Encontró la pieza metálica y trató de bajarla, pero lo hacía con tal ansiedad que se enganchaba una y otra vez en el descenso.

—Ocho ... —Helena jadeó cuando rompí un beso histérico—. Nueve minutos como máximo —corregí, deseando que Mia se perdiera en su regreso al box—. ¿Hace cuánto no follamos? —Caí en la cuenta.

No recordaba la última vez, pero no era de extrañar, ya que en mi cabeza no había nada más que ella, con las mejillas rojas, los labios húmedos y una mirada irreflexiva.

—¿Dos semanas? —Lanzó una cantidad de tiempo inaudita, pero que, con los segundos, pareció ser real.

—Tenemos que corregir eso porque ... Si no ... —Me mordió el labio inferior y gemí—. Pasan estas cosas y ...

—Y podemos meternos en un lío ...

El sonido de la cremallera bajando era una bendición incalculable.

—Sí ...  Uno bien grande ... —comenté, y ella esbozó una sonrisa pícara que yo le borré a bocados.

No podía ir más abajo, así que la cremallera quedó en el olvido y empleó todo su empeño en retirar el material acolchado. Tuve entonces que soltar su cintura para que me sacara el mono por los brazos.

El corazón me gritaba que era una locura hacer eso allí. Por muy cerrada que estuviera la puerta, podía ser un desastre. Sin embargo, la forma en que me tocaba dejaba tan claros sus anhelos que deseé recrear aquel sueño incluso si acabábamos en portada de miles de revistas.

Y, a quién quería engañar; me moría por rendirme a ella y disfrutar de una compensación de ese calibre. Mis músculos seguían encogidos por la tensión de pasar casi dos horas en el coche y necesitaba desfogarme cuanto antes y, casualmente, aquel no era un mal método.

La parte superior del mono cayó, colgando de mi cintura. Helena no perdió su objetivo de vista y levantó mi camiseta interior hasta que la tela sobrepasó mi abdomen. El paseo de sus uñas por mi vientre desnudo me erizó el vello.

—Es la primera vez que hago una —me comunicó.

La miré. Por el brillo de sus ojos, casi podía decirse que estaba emocionada. Yo, preso de la ansiedad, hablé antes de perder la capacidad de expresarme con coherencia.

—No me calientes más, ¿quieres?—le supliqué.

Antes de hacer ninguna imprudencia, me besó. La fogosidad alimentó el fuego que crecía en mi estómago. Así nubló mis sentidos y no llegué a procesar correctamente que estaba agachándose hasta que noté su mano encima de mi entrepierna y fue demasiado tarde para arrepentirme.

Escuché el golpe seco de sus rodillas al entrar en contacto con el suelo. A pesar de llevar una cinta en la muñeca, solo se recogió el flequillo detrás de las orejas. Lo siguiente fue meter las manos en la zona del mono que más estorbaba. La bajó por completo y se arrugó en mis pantorrillas mientras me dejaba caer contra la puerta de metal.

Que no pase nadie por el pasillo porque sé que no podré estar en silencio eternamente, deseé.

Mi ropa interior no aguantó mucho más. Ella se encargó de retirarla para que el acto fuera más cómodo.

Observar lo meticulosa que era me excitaba el triple porque no dejaba ni un cabo suelto y eso suponía que, a lo largo del día, había revivido el sueño más veces de las que imaginé en un principio.

Helena encontró a mi miembro bastante animado y apretó las comisuras en una tímida sonrisa.

—Aún no he hecho nada —aclaró y sus tiernos ojos me buscaron en las alturas.

—Nunca he sido fan de las felaciones —dije en un inglés burdo.

Nunca me habían gustado especialmente. Sentía que eran toscas y desagradables para la otra persona y por eso no las proponía. En esta ocasión, había surgido al revés. Fue su sugerencia y su ilusión me tenía como un niño a punto de abrir un regalo. La descripción que me había ofrecido al oído cambió mi escaso interés por una desesperación inaudita, pero verla arrodillada, respirando por la boca y ruborizada, hizo de la espera un estado insufrible.

—No sé si tu amigo piensa lo mismo —Reprimió una tentadora carcajada.

—No es el qué, sino el quién —valoré su protagonismo y escogí unas pocas palabras en mi idioma—. Faites vôtre mieux parce qu'on n'a qu'une seule tournée, chérie.

À vos ordres —dijo al tiempo que sus dedos abrazaban mi falo.

No estaba nada lubricado. Todo había sido muy precipitado y ya era un logro que se me hubiera endurecido en menos de dos minutos. Así pues, se llevó la mano derecha a la boca y, primero, se sacó el anillo con los dientes. Fue una secuencia tan erótica que no acerté a moverme. El resplandor de la sortija de su abuela me cegó brevemente, pero conseguí que mis articulaciones reaccionaran. La ayudé en su tarea al recogerlo y encajármelo en el meñique.

En cuanto sus dedos estuvieron libres, los desplazó por mi longitud y se acercó para chupar la punta. Fue similar a tocar el cielo, pero no supe cómo exteriorizarlo sin perderme en un mar de gemidos y me limité a contemplar su gesto de concentración.

Aunque se apoyaba en el vaivén de su mano, pronto se enfocó en lamer cuanto podía para hacer más sencilla la masturbación.

Sería su primera vez, pero no tenía nada que envidiarle a otras más experimentadas. Ponía tanto de su parte que me habría pasado horas mirándola. Era una verdadera pena que mi erección no pudiera aguantar tanto al pie del cañón.

Helena tenía los labios empapados y su saliva estaba repartida por mi falo. Yo quería preguntarle si se encontraba a gusto porque iba más y más profundo, pero ella misma se retiró, limpiando un hilo de saliva de su barbilla.

—¿El ritmo está bien? —inquirió.

Tuve la tentación de bajar las manos y enredarlas en su pelo, pero me negué a perder el control de mi propia fuerza y empujarla porque provocarle arcadas no estaba en mis planes. Nunca lo estaría. Con precaución, levanté ambos brazos y los encajé tras mi nuca, manteniéndolos lejos de ella.

—Sí ... —Le di luz verde—. Justo así ...

En el momento en que dejó su mano izquierda sobre mi vientre y su boca se volcó en saborear el líquido preseminal que ya expulsaba mi órgano sexual, la escena se transformó en un campo de minas. Daba igual lo que hiciera; cualquier gesto o movimiento de Helena se convertía en mi perdición.

Desesperado, agarré mechones de mi pelo para no perder la cordura mientras ella chupaba hábilmente mi pene erecto.

Mi respiración se había descompuesto. Apenas sentía oxígeno llenando mis pulmones.

Prefería mirar hacia arriba, marearme con las líneas del techo, a mirarla a ella, pero el placer se me afianzaba a las tripas y siempre volvía a agachar la cabeza con la esperanza de encontrar sus hermosas pupilas resplandeciendo en mi dirección.

En uno de esos arriesgados vistazos, mis músculos se movieron por sí solos. De pronto, vi mi mano junto a su rostro. Aparté el cabello que podía importunarle y Helena se tomó un pequeño descanso. Al sacárselo de la boca, no pudo fingir y jadeó. Lo estaba manejando bastante bien. No se ahogaba, nunca llegaba tan lejos, y me alegraba de que fuera capaz de gestionarlo. Para mí, que estaba sumido en oleadas de éxtasis puro, era imposible racionar nada.

—¿Sabes? —Sus finas hebras querían resbalar entre mis dedos, pero no lo permití y las retuve—. Puedo entenderlo ...

Parpadeó, confundida.

—¿El qué?

Aunque no comprendía mi mensaje, decidió esforzarse por masajear la zona más baja de mi sexo. Un gruñido nació en mi garganta y boqueé, mendigando un poco de aire limpio cuando todo a mi alrededor parecía estar sucio y enrarecido.

Disfrutó de la caricia de mi mano a su pómulo. Su piel ardía tanto como una hoguera. Paciente, esperó a que me explicara.

—Que ese capullo se obsesione contigo —Me lamí las comisuras, completamente expuesto—. No sé qué hombre no se obsesionaría contigo, Helena ...

Su risa me envió dulces espasmos. Besó en varios lugares, echando más leña al fuego, y me contestó antes de pasar la lengua de arriba a abajo.

—Solo necesito la obsesión de uno ... —aseguró en voz baja.

Empezó a bombear con su mano derecha al mismo tiempo que chupaba la cabeza. De tanto en tanto, aceleraba un poco, pero solo era un ligero cambio para apresurar mi orgasmo. No sabía cuántos minutos teníamos en el bolsillo. Solo me quedaba la certeza de que esa privacidad se nos acababa y de que mis gemidos eran más audibles de lo recomendado para esos casos.

—Joder ... —maldije en inglés y me apreté el puño contra la barriga—. Haz eso ... Con la lengua ... —Con la boca llena, percibí la forma de su sonrisa y repitió el maldito baile por mi piel, extremadamente sensible a sus obscenas caricias—. Ah ... Par Dieu ... —Exhalé, casi mareado por su magnífica succión.

Aquella sensación era similar a estar dentro de ella, pero distinta también. Su boca se cerraba a los segundos, contriñendo mi falo, y el recuerdo de sus paredes vaginales estrechándose mientras yo me enterraba en el canal me desbordaba de un modo genuinamente enfermizo.

Temblé. Sentía los dedos entumecidos de tanto apretarlos y el sudor me caía por la espalda, vertiginoso y caliente.

Ella hizo una pausa, consciente de que yo estaba a punto de rozar el límite.

—¿Te gusta tenerme sumisa, campeón? —se mofó.

—Muchísimo ... —resollé.

—Pues aprovecha mientras puedas ... —sugirió, risueña.

Vi que separaba los labios de nuevo y me apresuré a detenerla.

—Espera ... —Pasó por alto mi aviso y depositó un beso mojado y lascivo, lo que me proporcionó un gratificante calambre—. No voy a tardar en correrme ... —le advertí y miré hacia el cubículo que hacía de ducha a la derecha del cuarto—. Puedo hacerlo en la ducha o ...

—En mi boca —demandó.

El vestuario acogió mis risotadas. Helena también las disfrutó, sin abandonar su tarea de besar y mimar mi virilidad con exhaustividad.

Por instinto, mis manos llegaron hasta su cabello. Más que empujarla hacia mí, le di un punto de apoyo para que no perdiera el equilibrio. Las rodillas debían estar molestándole y, por encima incluso de mi placer, solo quería que se sintiera medianamente cómoda.

—¿Te lo vas a tragar? —Movió la cabeza en un leve asentimiento y avanzó, calculando demasiado bien la distancia al ingerir la mitad de mi tronco—. ¿Harías eso, tesoro? —Puso su mano izquierda en la puerta y la derecha se enganchó en mi muñeca, pellizcando la manga de mi traje y confirmando otra vez su predisposición—. Mírame ... —susurré mientras una tirantez desmesurada se intensificaba en mi entrepierna. Ella alzó la mirada al instante y pensé en cuánto quise verla entre el público durante la entrega de premios. Sin embargo, ahora estaba allí, contemplándome con los ojos abiertos de par en par y una devoción inmensa—. Mírame, Helena ... —Solo necesitaba que me admirara ella para sentirme realizado. Apenas pude decir algo más antes de abrazar el orgasmo—. Tu vas m'achever ... —Hizo un juego con sus labios que dinamitó algo en mi sexo y echó la primera carga de semen en su cavidad. La vista se me empañó y mi cuello se dobló hacia atrás. El golpe seco de mi cabeza en el material duro de la puerta no bastó para aplacar mis gemidos—. Putain ... —maldije y enterré los dedos en su sedoso pelo. Transcurrieron unos segundos de convulsiones y de jadeos mientras su boca succionaba y lamía todo lo que podía. Recuperándome, entorné la mirada y vigilé sus gestos—. Trágatelo, preciosa ... Sé que no sabe bien, pero no puedes mancharte ... —comenté, seguro de que no había nada más que extraer de mi sexo. Se cubrió la boca con algunos dedos, haciendo lo que le mandaba—. Deja que te vea ... —Me mostró su rostro; tenía las comisuras hinchadas y las esquinas algo enrojecidas, pero irradiaba una luz espectacular. Repasé sus labios con el pulgar, encandilado—. Podría acostumbrarme a que seas tan obediente ...

—Puedo serlo siempre que me lo pidas, Charles ... —garantizó su compromiso con mis fetiches y abrió la boca cuando mi dedo se zambulló en ella—. ¿Lo ves? —Me la enseñó con orgullo—. Ni una gota.

Una media sonrisa tiritó en mis labios.

Mientras siguiera rendida a mis pies, con el cabello revuelto y los orbes llorosos, podría confundirla con otra mujer más dócil. Una mujer que no distaba tanto de lo que era ella, siempre atenta a mis preferencias y a mis caprichos porque eran suyos también.

No olvidaría nunca aquel regalo. Ya fuera por la excusa de haber ganado en Austria o por cualquier otra razón, la escena que filmaban mis ojos sin perder detalle quedaría intacta en un rincón privilegiado de mi memoria.

—Ni una gota, sí ... —repetí su apreciación y la incité a subir—. ¿Puedes levantarte?

Tenía unas ganas enfermizas de besarla y tenerla entre mis brazos durante los escasos minutos que nos quedaban, pero se había sentado sobre sus rodillas, todavía dobladas, y parecía estar recuperando el aliento, además de la fuerza en los músculos. Tantos minutos tensa en la misma posición pasaba factura a cualquiera.

—Sí ... —Se palpó los muslos en un débil masaje—. Dame un momento ...

Sus palabras me sirvieron para saber lo que hacer.

Subí el mono por mis piernas y me acomodé la ropa interior. Cuando tuve las mangas rojas en mi cintura, las amarré alrededor en un nudo apresurado.

—¿Te has tocado?

Mi pregunta perturbó su semblante. Volvió la vista hacia mí y se fijó en la tarea que llevaba a cabo.

—¿Eh? —Ojeó el desastroso nudo—. No ... Yo ... —Me agaché, tomando asiento justo frente a ella. La camiseta, subida hasta la mitad de mi pecho, seguía pegándose a mi tronco gracias al sudor—. ¿Qué haces? —Se extrañó.

Doblé mis piernas a ambos lados de su cuerpo y sostuve la mano que tenía anclada al suelo a modo de soporte.

—Ayudarte ... —le expliqué y palmeé mi muslo derecho—. Monte, ma vie —demandé. Su rostro cambió de un segundo a otro porque entendió cuál era mi propósito y no albergó ni una sola duda de que también lo quería. Silenciosa, se encaramó a mis rodillas y encajó su entrepierna en mi regazo. Sin que esa fuera mi intención, un sutil gruñido huyó de mi boca—. No tendrás un condón por casualidad, ¿verdad? —le pregunté, trastornado por el contacto de nuestras partes íntimas—. Este mono no tiene bolsillos, que digamos, así que no llevo el de emergencia ...

Sonreí en cuanto diferencié su bonita sonrisa a unos centímetros de mí.

Sin demorarme más, atrapé el botón de sus pantalones negros y lo pasé por el ojal para, rápidamente, bajar la cremallera que le hacía compañía. Ella se levantó un poco y así pude tirar de la prenda lo necesario para ver la tela negra de sus bragas.

—Lamentablemente ... No imaginé que terminaríamos haciendo esto en tu vestuario —justificó su despiste.

Repasé mentalmente la forma en que más le gustaba y moví sus bragas, confirmando que había lubricado bastante. Su sexo estaba húmedo, aunque no tan mojado como en ocasiones pasadas. Unos minutos más haciéndome aquel trabajito habrían desencadenado algo difícil de manejar para ella. Por lo tanto, elegí ocuparme de su masturbación. No podía dejar que se marchara con la excitación por las nubes porque no podría encargarse de rebajarla hasta volver al hotel y para eso faltaban horas.

—Bueno, tampoco es que tengamos tiempo para follar ... —Localicé su entrada sin mucha dificultad—. Tendrás que conformarte con mis dedos.

—Puede funcionar ... —Metí el índice y el corazón en su interior y Helena tembló de la impresión. Se echó contra mi hombro y sus labios quedaron cerca de mi oreja—. Ah, joder ...

—¿Muy rápido? —Me detuve, pero ella cogió mi codo, invitándome a profundizar en la penetración.

Lo hice tal y como me pedía. Si bien no habló en los siguientes segundos, sabía, por la agitación en su respiración y sus tímidos gemidos, que la brusquedad del acto le regalaba una satisfacción ilimitada.

Sin que hubiera transcurrido siquiera un minuto, oí que me llamaba en un suspiro roto.

—Charles ...

Flexioné mejor mi brazo para poder hundir más mis dedos.

Sì?

Se agarró a mi cuello en algo que se parecía mucho a un abrazo, pero que, por la situación, no alcanzaba a ser igual.

—Te he echado de menos ... —me susurró.

—¿Me has echado de menos? —dije yo.

Hablé con un deje de broma, aunque por dentro solo quería besarla y decirle que yo también había añorado tener más de diez minutos al día para estar juntos, sin papeleo, pantallas ni estrategias de por medio.

—Ajá ... —sollozó, zambullida en un gozo descomunal.

A pesar de la altivez que se desprendía de mi voz, paseé mi mano izquierda por su espalda, contrarrestando la indecencia con un cariño que no cabía en mí.

—¿Y has echado de menos que te toque? —cuestioné.

—Me estaba volviendo loca .... —jadeó en mi oído.

La punta de mis dedos rozó una de sus paredes. Por su reacción, deduje que allí había una mina de oro e insistí en el lugar.

—¿En serio? —desafié su capacidad de control.

Se movió y mis dedos se movieron con ella, provocándole un falso orgasmo.

—Charles, por favor ... —gimoteó.

—¿Tienes idea de cuánto me gusta escucharte suplicar, tesoro? —Sentí sus labios entreabiertos sobre mi cartílago—. Es música para mis oídos ... —le aseguré.

—No ... Solo ...

No estaba segura de lo que decir. Lo único que tenía claro era que se avecinaba una sensación que no olvidaría en un tiempo muy largo.

—¿Charles? —Supe que se trataba de Mia al instante. Helena también lo adivinó, pero no se amedrentó y emitió un gemido grave que me hizo sonreír—. ¿Estás ahí?

Al otro lado de la puerta, nuestra compañera esperaba que yo estuviera terminando de arreglarme después de una merecida ducha. Venía a buscarme, como siempre. Los periodistas debían estar ansiosos por obtener las primeras declaraciones del vencedor del Gran Premio austríaco.

Podría oírnos si elevábamos demasiado la voz, así que mantuve un tono sereno y me ayudé de la tela de su ropa interior para jugar con su clítoris.

—¿Esto te excita? —Jugué a no saber con certeza lo que estaba sintiendo ella—. ¿Te excita que puedan pillarnos?

—Mierda ... —balbuceó.

Noté cómo apretaba las piernas contra las mías en un último intento por aguantar la presión que se desparramaba en su vientre bajo.

—Te estás cerrando, Helena ... —indiqué lo evidente.

—¿Hola? ¿Charles? —gritó Mia, desorientada ante la falta de una respuesta.

—¡Sí! —contesté y me centré en moverme sobre su clítoris porque aquella era la forma en que Helena solía acabar—. ¡Salgo enseguida! —le prometí. Regresé con ella, que ya no lograba reprimir los jadeos—. ¿Terminas ya, cariño?

Y acabó justo entonces.

Sus piernas temblorosas y mis dedos adentrándose todo lo profundo que podían para que el globo estallara. Se aferró a mí, tragándose más de un quejido forzosamente.

Dios mío ... —Logró articular en castellano.

Acaricié su espalda, aliviado y feliz de haber conseguido lo que me había propuesto.

—¿Ha sido un buen orgasmo? —dije con curiosidad.

Helena tragó, desfallecida.

—El mejor ...

Luego, empezó a dejar un beso detrás de otro en mi cuello, ascendiendo lentamente por mi nuez. Yo me reí en voz baja y apoyé la cabeza en la pared, a poca distancia de la puerta tras la que se encontraba Mia.

—Muy bien ... —Suspiré.

Ella avanzó por su camino, recogiendo algunas gotas de mi sudor, pero, antes de llegar a mi mentón y de originarme otra erección, paró. Durante unos instantes, todo lo que escuché en el cuarto fueron sus resuellos, que se confudían con el fuerte sonido de los latidos de mi corazón.

La idea de que nos descubrieran, por mala que fuera, también me había sugestionado. Aquel frenético bombeo era la prueba viviente de ello.

Saqué la mano de su entrepierna, arrebatándole una exhalación, y la acomodé en su trasero, acercándola más.

—Olvídate de Max ... —masculló, allí donde nacía mi barba—. No hay ni una maldita posibilidad de que se entrometa entre nosotros, sean cuales sean sus intenciones ... ¿Vale? —Dejó una caricia en mi nuca—. Quiero que me respondas porque no vas a salir de aquí hasta que estés seguro de ti y de mí.

Me arrepentía de haber entrado de tan mal humor al vestuario. Solo había necesitado diez minutos para hacerme sentir un hombre distinto, mucho más cabal y lógico en futuras acciones. Ni Max ni nadie podía quitarme esa plenitud que había anidado en mí, y todo gracias a Helena, a mi otra mitad.

Las inseguridades no iban conmigo. Nunca habíamos funcionado bien y eso era un hecho.

—Espera, ¿por eso me la has chupado? —exclamé, más fuerte de lo que debía.

Su risa también sonó alto, aunque ella misma se corrigió antes de insultarme.

—Imbécil ...

Le di una cachetada cariñosa en el trasero y ladeé mi rostro.

—Dame un beso ... —reclamé sus atenciones y pronto tuve el calor de su boca en la mía. Identifiqué un tibio sabor a semen que no me impidió besarla con una mayor hambruna que antes—. Tu comptes plus que tout au monde ... —le recordé, a lo que Helena sonrió, todavía con las mejillas encendidas y la piel brillante por el sudor—. Estoy seguro de ti y de mí. No he estado tan seguro de nada en toda mi vida.

—Ignóralo —Retorció un par de mis mechones entre sus dedos—. No merece ni un segundo de tu energía. Eres mejor que él en todos los sentidos.

La besé otra vez y deseé no tener que salir del refugio en el que se había convertido Helena.

—Súbeme el ego más, por favor ... —mendigué sus halagos.

Aprovechó entonces para coger mi mano, esa que había tenido en su trasero, y sacarme su anillo del dedo. Se lo colocó y una escena que no se me había pasado por la cabeza jamás se iluminó en un centenar de colores.

—No es momento para eso —me riñó y saltó fuera de mi regazo—. Mia está esperándote fuera, vamos ...

Se puso en pie sin mi ayuda. Imité sus movimientos y me levanté del duro suelo. Mientras ella se subía los pantalones, yo intenté ponerme el mono después de haber deshecho la maraña en que se habían convertido las mangas.

Mi atuendo estaba mucho peor, así que me echó una mano con el mono y los diversos accesorios que se habían movido, como los auriculares por los que me hablaba durante la carrera.

—Vuelo a París esta noche —le conté, lamentando que fuera de ese modo.

Me mostró una mueca.

—¿Eso significa que tengo que sobrevivir indefinidamente con un pobre orgasmo? —dijo con humor.

—¿Charles, necesitas algo? —La voz de Mia nos asustó a los dos—. Estás tardando mucho.

—¡No, no! ¡Ya voy! —Y me apresuré a subir la cremallera mientras Helena me echaba algo de agua en el cabello en un intento desesperado por hacerlo ver decente—. Volveré a casa el martes por la noche —le susurré antes de lavarme las manos en el grifo.

Ella se acercó al lavabo y, a través del reflejo del espejo, vi cómo cerraba los ojos para besarme el pómulo y dejar la marca caliente de sus labios.

—Me gusta que hables de Bolonia como si fuera tu casa —comentó y se apoyó en el borde del mueble.

—Lo es porque tú estás allí —respondí, iluminándole la cara. Helena recibió mi último beso con notables deseos de acelerar el tiempo y el espacio—. Prepárate para el martes porque vamos a tener una noche entretenida —Solté para alegrarla.

—Claro que sí —Me acompañó a la puerta y se escondió tras la misma—. Ahora vete y disfruta de tu victoria.

Le sonreí y quité el pestillo.

Al abrir la puerta, Mia se giró a unos metros, con lo que imaginé que no había oído nuestra conversación en absoluto. Cerré rápidamente y ensanché mi sonrisa para ella. Debía lucir una inocencia que no me representaba si quería sobrevivir a su despiadado análisis.

—¿Qué te pasaba?

El calor también era abrasador fuera, pero mis manos se movieron por su cuenta y subieron la cremallera hasta el tope. Parecía que necesitaba taparme, ocultarme, si no buscaba que descubriera lo que había estado haciendo ahí dentro.

—Nada ... El mono se me había enganchado —alegué.

—¿Entonces no te has duchado? —Frunció el ceño.

—Ha sido imposible ... —Reí suavemente y me apreté el velcro del traje al cuello, bien ajustado—. Después vengo y me doy una ducha rápida. ¿Vamos? —Eché a andar hacia el final del pasillo.

—Claro ... —dijo, abstraída en pensamientos de los que no quería saber nada—. Oye —me llamó—, ¿y Lena?

La garganta se me cerró. Apenas atiné a forzar la sonrisa.

—¿Lena? —repetí—. ¿Qué pasa con ella?

A veces odiaba ser un actor pésimo. En especial cuando tenía que desviar las sospechas de personas que me conocían tan bien como Mia.

—¿La has visto? —inquirió.

—No —le mentí a la cara y fingí que me preocupaba—. ¿Por qué?

—No, por nada —Corrió a tranquilizarme—. Es que es raro que no haya venido a felicitarte.

A pocos metros de la salida a mi box, me ajusté disimuladamente los pantalones de mono y algo ahí abajo palpitó al pensar en su felicitación.

—Ah, eso —carraspeé—. Ya me ha felicitado.

—¿A sí? —me preguntó—. ¿Cuándo?

Por su mirada, me di cuenta de que lo preguntaba sin ningún tipo de maldad. Respiré, lleno de alivio.

Nos habíamos librado de un momento muy incómodo con Mia. Sobre todo yo.

—Antes —le resté importancia y no concreté más—. ¿Quién es el primero? —dije tras observar el cúmulo de periodistas que se habían concentrado frente al box con mi nombre.

—Ese de allí —Señaló a un hombre de la prensa italiana.

Con tal de cambiar de tema, me acerqué a la gente luciendo una gran sonrisa y fui directamente hasta el señor que Mia me había indicado.

—Enhorabuena por tu victoria, Charles —me felicitó.

—Gracias —dije, educado.

—¿Cómo te sientes ahora que has recortado la distancia con Max? —Lanzó su primera pregunta sin perder tiempo.

Yo reprimí la carcajada que amenazó con salir de mi boca y sonreí tanto que mis labios dolieron.

—Me siento de maravilla —le contesté.








🏎️🏎️🏎️

A una semana del regreso de la Fórmula 1, tenía que actualizar sí o sí 😎😎😎

Un capítulo más movidito (sexualmente hablando), que ya tocaba un poco de fiesta :p

Espero que estéis disfrutando de la historia y de estos capítulos más "tranquilitos". A mí me está encantando escribirlos porque es todo muy soft y muy de osos amorosos 🫶🏻🫶🏻🥹🥹

Por cierto, quiero ver más comentarios, que últimamente está la sección medio muerta, con lo que me gusta leeros T_T

Btw, por alguna razón no puedo subir fotos al encabezado de los capítulos porque, al publicar, desaparecen. No sé si alguien sabe qué tipo de bug o problema es este, pero yo hago una llamada de auxilio porque el asunto me está poniendo negraaaa 😭😭😭😭

Ojalá tengáis un gran fin de semana y nos leemos el viernes/sábado de la semana que viene con otro cap por delante y así comentar el resultado del GP de Baréin 🎉🎉

Buenas noches y un abrazoooo

Os quiere, GotMe 💜❤️

25/2/2024

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