81 || austria
Charles Leclerc
Una semana después de la victoria de Carlos, estábamos en Austria, ultimándolo todo de cara a la carrera. Habíamos funcionado de maravilla durante el fin de semana, así que había muchas expectativas en el equipo. Esa semana yo era el afortunado al tener a Helena en mi radio y me hacía infinitamente feliz estar cerca de ella porque, si bien habíamos dormido juntos las dos noches anteriores, apenas estuvimos juntos en Maranello desde que regresamos al continente. Yo había estado en Mónaco más de lo calculado y ella permaneció en Bolonia, asediada por el trabajo que había en la fábrica.
Nuestra cita seguía en pie para el domingo diecisiete de julio, pero echaba en falta estar a solas con Helena más de lo que me gustaría reconocer. Hablábamos lo justo y necesario durante las reuniones y, por las noches, apenas charlábamos por el cansancio.
Mientras evitaba a cualquier persona que pudiera detenerme en una conversación insustancial, cambiaba hacia el muro y me preguntaba cuántos días faltaban para el parón de verano. Necesitaba que llegase ese descanso tanto como respirar a esas alturas de la temporada.
A los segundos, alcancé su espalda y di un salto para subirme al escalón de metal y quedar más próximo a ella.
Como era de esperar, Helena no se sobresaltó ante mi roce.
—¿Cómo te ha ido en la entrevista? —cuestioné.
Sus ojos perseguían algo en la pantalla. Estaba tan bonita, tan resplandeciente, que me la habría comido a besos si no hubiera tanta gente alrededor. Aunque no había nada más en el muro, no podía asegurar que los camarógrafos anduvieran en otras partes del paddock, así que solo podía contenerme.
—Bastante bien —me respondió—. Han sido muy correctos.
Esa entrevista había sido con un medio de comunicación español y se la concedió casi sin dudar. Me hacía pensar que confiaba en los periodistas que se la pidieran. Era un alivio que se sintiera medianamente cómoda con otras cámaras que no fueran las de Lissie.
—Genial —Me apoyé en la mesa reclinable y busqué exhaustivamente sus ojos—. ¿Te fuiste temprano esta mañana?
Ella asintió con suavidad.
Sus pupilas no se desviaron ni un milímetro del monitor.
—A las ocho o así.
Por el aleteo de sus párpados, deduje que no era del todo cierto y que, en realidad, se marchó antes de mi habitación.
—¿Puedo preguntar el porqué? —Me incliné más, dispuesto a indagar en el asunto—. ¿Culpa del trabajo o solo huías de mí? —Lancé la pregunta con aire bromista.
Sonrió a medias.
—Una mezcla de ambas —Me siguió la corriente.
Me gustaba que su sentido del humor estuviese vivo. Siempre que se encontraba mal o algo le preocupaba, sus ganas de bromear se esfumaban. Aquel era un indicio de que la situación, fuera la que fuera, no era tan grave.
Sonriendo, me acerqué y aparté un mechón solitario que se había escapado de su coleta.
—Qué graciosa ... —Observé sus facciones y me percaté del rubor en sus mejillas—. ¿De verdad estás bien?
Hizo un adorable mohín con su nariz.
—Claro —Afirmó—. ¿Por qué iba a estar mal?
—No lo sé —mascullé, poco convencido de que me hubiera escuchado decirlo—. Es que te noto ...
Esquiva.
Por primera vez, se atrevió a girar la cabeza para que la trayectoria de sus ojos chocara con los míos.
—Estoy perfectamente, Charles —dijo, firme en la idea.
Mis dedos soltaron su cabello y, con el pulgar, dejé una caricia invisible en su pómulo sonrojado. Automáticamente, Helena bajó la mirada de nuevo, pero no me negó la carantoña.
—¿Has dormido mal? —pregunté, dubitativo.
—Regular —admitió que el problema, de algún modo, venía de su descanso.
—¿Otra pesadilla? —me puse más serio.
Si hubiera sido eso, ella ya sabía que no importaba la hora que marcase el reloj porque, si lo sentía así, podía despertarme. No me molestaba con tal de que se calmara.
—No ... —negó.
—Entonces ...
—¡Charles! —me reclamaron.
Ni siquiera habían pasado tres minutos desde que me alejé de Andrea. Me encontraría tarde o temprano, pero pensé que tendría unos cinco minutos de libertad antes de que eso sucediera. Solo quería un poco más de tiempo con Helena y parecía que no iba a ser posible.
Resoplé, quejicoso.
—¡Estoy ocupa ...! —Empecé a gritar antes de que ella me interrumpiera.
—Da igual —Me miró otra vez—. Estoy bien, en serio. Puedes irte.
Y me tenía que marchar, lo quisiera o no. Sin embargo, la sombra que se cernía sobre su rostro me perturbaba ligeramente.
—Hablamos después —determiné.
Iba a retroceder cuando su réplica me ancló al muro.
—Solo si ganas la carrera —Me sonrió.
Algo le rondaba la cabeza y terminaría descubriéndolo, pero me bastaba con saber que sus ánimos estaban sobreviviendo a cualquier malestar.
—Voy a ganar —juré. Justo después, planté un beso en su moflete. El calor que desprendía abrigó mis labios— Te alegraré el día con el primer puesto, tesoro.
Bajé del montículo a ciegas, pues mis ojos estaban demasiado ocupados en recorrer la hermosa curva de sus comisuras.
—Ya me has alegrado —declaró y, junto a un gesto de su mano, me señaló que podía regresar a mis compromisos—. Hasta luego.
Muy en contra de mi voluntad, solo volví a coincidir con Helena en la reunión previa a la carrera. Me dio la sensación de que estaba igual que de costumbre, pero el mal sabor de boca continuaba presente y me prometí interrogarla tras la carrera.
La carrera.
Todo fue sobre ruedas. Gané, tal y como auguré, no sin un gran esfuerzo y sufrir de sudores fríos cuando Max se acercó más de lo planeado al culo de mi coche. No obstante, la imagen de Bakú, con mi bólido estrellado contra las barreras y él alzándose con la victoria no sucedió. Fui yo quien cruzó la línea de meta primero. Verstappen lo hizo a poco más de un segundo y medio de mí y juraría que pude oír su maldición en la distancia.
La felicitación de Helena por radio no era suficiente. Quería abrazarla y besarla hasta que los labios m ardieran, pero un escenario tan intenso solo podía darse en privado. Mordiéndome la lengua, entré al pitlane y conduje hasta la zona que habían preparado a toda prisa para los ganadores.
Mi sonrisa era radiante cuando salí del asiento.
El cartel con el número uno impreso me dio la bienvenida, pero los gritos de emoción de mi equipo opacaron el resto de sonidos que llegaban a mí. Sin sacarme el casco, vislumbré a Andrea con los brazos en alto y corrí y corrí hacia la valla para zambullirme en un amplio abrazo con los chicos, que se desgañitaban a una velocidad alarmante.
Reí, extremadamente feliz por haber recortado algunos puntos entre Max y yo. Mi victoria en Austria sonaba igual que una alarma para los de Red Bull.
No me detuve a mirar a los ingenieros y mecánicos de Max, pero sus caras debían ser todo un poema. El plan que premeditaron se había ido al garete gracias a nosotros y saber que había pisado su estratosférico ego no tenía precio.
Sin apartarme mucho de la valla, comencé a quitarme el casco y a sonreír a la gente. El sudor y el calor de julio me asfixiaban, pero no reparé en esos detalles porque había una victoria que celebrar y nada podría arruinarlo. Nada era lo suficientemente importante, aunque sí que había alguien que tenía la capacidad de joderme. Ese alguien tenía nombre y apellido; Max Verstappen, el mismo que se aproximaba con su casco en la mano derecha tras realizar el pesaje reglamentario. Yo también lo había hecho y me maldije porque, de no haber acudido a la báscula, tendría una buena excusa para rechazar la conversación que estaba a punto de empezar.
—Felicidades por tu golpe de suerte, Leclerc —dijo, soltando su casco en la columna designada al segundo piloto.
Las entrevistas darían comienzo pronto. El primero en acudir era Lewis por haber quedado en tercer lugar, pero las cámaras nos seguirían de cerca a Max y a mí. Decidí mantener una expresión neutra para distraer a los espectadores. Si creían que no existía cordialidad entre nosotros, solo empeoraríamos los rumores de la enemistad que nuestros equipos estaban empeñados en desmentir.
Todo era por su maldita culpa y, a pesar de que él debería asumir la responsabilidad y retractarse, prefería callar y permitir que el público hablará y hablará sobre Helena sin conocimiento de causa.
—Ya quisieras que fuera simplemente suerte —escupí de malas formas.
Coloqué mi casco en su lugar y destapé la botella que Andrea me había dado.
—No sé qué más podría ser —se burló, retirando parte de la cortina de sudor que le caía por la frente—. Creo recordar que la oportunista de Lena sigue al mando de tu radio, como si supiera lo que hacer.
Y, así, tan rápido, mi euforia se disolvió y todos los sentimientos negativos que guardaba contra él volvieron a nacer.
Hamilton ya estaba ofreciendo su entrevista y yo aproveché el pequeño espacio que nos regalaba su discurso para avanzar hacia el cabrón de Max y clavar mis ojos en su cara de prepotente como si de agujas se trataran.
—Vuelve a decir algo malo sobre Helena, vuelve a cuestionar su trabajo, vuelve a ponerle la puta mano encima y estás muerto —Intenté esbozar una sonrisa que distrajera a la gente que coreaba el nombre de Hamilton—. ¿Te ha quedado claro, Max?
Él me regaló una mueca de lo más irónica y levantó las cejas.
—¿Me estás amenazando?
No lo toques, me dije a mí mismo. No lo toques.
—Sí —Asentí—. Te estoy amenazando y espero que sirva porque no soy de los que avisan dos veces —Le di una suave palmadita en el hombro con la que apaciguar mis ganas de partirle la boca a base de puñetazos—. Buena carrera. Una lástima que yo tenga a la novata del paddock en mi radio, ¿no? —Clavé el comentario con rabia.
Era consciente de que decir eso le haría un daño incalculable. Después de todo lo que había hecho por despreciarla, solo podía significar que no soportaba que estuviera en Ferrari. A lo mejor quería hundirla y desacreditarla por pura diversión, pero algo en sus ojos azules me decía que no.
Busca tacharla de cientos de cosas porque odia no tenerla bajo su control. Así es Max.
—Yo me llevaré el campeonato —aseguró, claramente molesto por mis lecciones de soberbia.
Mi carcajada se perdió en el aire.
—Eso ya lo veremos, amigo —me reí sin gracia.
Dio un paso en mi dirección, cruzando una línea peligrosa.
—Y también me la llevaré a ella —Añadió de repente.
El gesto que se extendió por mi semblante provocó un crujido de mi mandíbula.
—Ni en tus mejores sueños —mascullé, irritado.
—No puedes decidir por Helena, Charles —exclamó, burlándose de mis nervios crispados.
Había dicho su nombre y para mí fue igual a un detonante.
Me giré y volví a enfrentarlo, cara a cara y sin más intenciones de aparentar normalidad.
—¿Y tú sí? —Fruncí el ceño—. La conozco y sé que no soporta respirar el mismo aire que tú —No había mucho espacio entre su cuerpo y el mío y me estaba arriesgando a perder los estribos—. Y ahora aléjate de mí antes de que te parta la cara en televisión —bramé entre dientes.
Siendo el lunático y el instigador que era desde los diez años, no respetó mi segunda amenaza y me siguió. Estaba deseando que mi puño se estrellara en su boca porque eso me sacaría del deporte en un segundo. Con medio mundo observándonos, si me desquitaba y lo golpeaba, no conseguiría más que firmar mi entierro como piloto de Fórmula 1.
—No tienes lo que hace falta para pegarme en público. Il predestinato no puede arruinar su imagen así, ¿verdad? —Se regodeó en mis desgraciadas circunstancias. Parecía pavonearse, como un alborotador que quiere pelea después de clase por la adrenalina que esto le produce—. Eres el niño bonito del paddock, pero no te confundas —Entornó los ojos. Manejar las cuerdas del nuevo títere que tenía a su disposición le encantaba—; ni siquiera tú puedes hacer que se quede en un equipo que está cayéndose a pedazos.
Invadí su espacio personal, alterado. El corazón me bombardeaba la cabeza. Los latidos eran tambores de guerra, cada vez más fuertes y acertados.
La pregunta salió de mi interior como una jabalina.
—¿Por qué demonios estás encaprichado de ella, eh? —inquirí.
Mi mano estaba a centímetros de presionar su pecho y, por suerte para mi futuro profesional, Lewis nos agarró de los hombros a ambos fingiendo que simplemente nos saludaba.
—Chicos, felicidades —dijo, sonriente—. Lo habéis hecho genial —Palmeó de nuevo mi hombro izquierdo y me interpeló—. Vamos, Charles; no hagas esto más difícil —me aconsejó, atento a la voracidad que se reflejaba en mis pupilas—. Es tu día. No lo arruines —Y me echó hacia atrás.
Habilidoso, se interpuso entre Max y yo.
Analicés su maldita sonrisa y le concedí a Lewis aquello porque no merecía la pena borrársela si terminaba con una sanción de caballo o, aún peor, me ganaba que la FIA retirara mi súper licencia por haberme peleado públicamente con otro piloto.
—¡Llévatela lejos este verano o firmará con nosotros a tus espaldas, Leclerc! —me gritó antes de ir al encuentro del periodista que esperaba entrevistar al segundo corredor en pasar la bandera de cuadros.
—Connard —lo insulté y di un largo trago de agua.
Después de aquel encontronazo, recuperé forzosamente mi buena actitud y me entrevistaron. Lo siguiente fue pasar unos minutos incómodos en la sala de cooldown. Yo solo entablé conversación con Lewis mientras Max observaba las enormes pantallas a conciencia, evitando a toda costa establecer el más mínimo contacto conmigo.
Minutos más tarde, erguido en el escalón más alto del pódium austriaco, me revolví el cabello y guardé silencio durante el himno de mi patria. Sonreía constantemente gracias a los aplausos y orgullosos vítores de mis compañeros de equipo.
Contemplando el pitlane, llegué a una conclusión que no me gustó.
Ella no estaba allí abajo.
Helena no me miraba desde la multitud reunida alrededor del pódium. No gritaba junto a los demás y, sinceramente, habría dado todo lo que tenía en mi poder por dar con sus ojos oscuros en aquel mar humano.
Aunque me había relajado, la ira seguía hurgando en varias heridas. Si ella hubiera estado al alcance de mi vista, todo habría sido mucho mejor. Incluso habría olvidado que tenía al neerlandés a mi izquierda. Habría olvidado mi odio y solo habría quedado hueco para ella y para el torrente de amor que me inundaba el alma cuando la sentía cerca.
Helena no se acercaba al pódium porque, al estar en el muro y tener que comprobar que todo estuviese correcto hasta que el SF-22 se apagara, no le quedaba margen alguno para ir a las vallas y encontrar un sitio decente desde el que ver la entrega de premios. Lo entendía, lo aceptaba, pero ninguno de los ferraristas que clamaban mi nombre llenarían nunca ese pequeño vacío en mi corazón.
El pódium acabó, al igual que mi permanencia a menos de cinco metros de Max Verstappen. Me alejé del lugar mientras sonreía y saludaba a todos los que me felicitaban por la carrera. Lentamente, logré librarme de la gente y replegarme al box de Ferrari. Sin nadie a mis espaldas, examiné el lugar, donde ya no había rastro de Helena. Resignado a no dar con ella, caminé hacia mi vestuario. Una ducha me sentaría bien antes de que Mia me llamara para atender a los medios y tuviera que mostrar mi mejor cara.
Entonces, llegando a las estancias reservadas a los pilotos, distinguí una silueta que entraba en la habitación con mi apellido. Era una silueta demasiado reconocible a mis ojos, así que no dudé en seguirla y cerrar la puerta en un golpe seco.
Helena se sobresaltó. No creyó que me encontraría en los vestuarios. Probablemente, solo pasaba por allí y decidió lograr suerte.
Yo debería alegrarme de tener esos minutos para los dos, pero verla me recordó las palabras de Max, que se repetían como un martillo de obra. Mi semblante ni siquiera las había olvidado, pues ella reparó en mi mal gesto cuando todavía se recuperaba del susto.
—¿Qué te pasa? —preguntó, extrañada—. ¿Por qué traes esa cara? —Eliminó la poca distancia que había entre nosotros—. En el pódium parecía que ...
—Que quería matar a alguien, sí —Le confirmé, realmente enfadado por lo ocurrido—. ¡Max! ¡Max es lo que me pasa! —dije en un tono alto y descuidado.
Alterarme no era la solución, pero fingir que todo iba a las mil maravillas delante de esa gente había sido más de lo que podía soportar. En el momento en que estuve solo con ella, mis medidores de control se dispararon y las malas formas que había reprimido irrumpieron con fuerza.
—¿Qué te ha hecho? —Sujetó mi brazo derecho, asustándose por momentos.
—Ese hijo de puta sabe cómo hacerme rabiar —respondí yo, frustrado.
—Charles ... —me llamó.
—¡Tiene una jodida obsesión contigo, Helena! —Me alteré más de lo necesario y, a pesar de que ella no se cohibió, me maldije por no canalizar ese resentimiento de otra manera—. Primero quiere destruir tu imagen y ahora me suelta que te llevará a Red Bull —le informé de su última broma de mal gusto—. No sé si es estúpido o si está loco de remate, pero te juro que ...
Cogió mis antebrazos, devolviéndome parcialmente a una realidad en la que él ya no estaba susurrando palabras envenenadas mientras el público chillaba de júbilo.
—Charles —reclamó mi atención.
—¡No voy a calmarme! —me rebelé, muy irritado—. ¡He tenido que aguantarlo ahí fuera y no ...!
La intensidad del choque de su boca contra mis labios entreabiertos cumplió con su cometido, puesto que, en cuanto sentí que movía los suyos, no supe rechazar el beso por muy desquiciado que estuviera y le correspondí al abrazar su cintura y pegarla a mi abdomen.
Helena leyó mi enfado y puso de su parte para apaciguarlo porque era mi día. Había ganado la jodida carrera de Austria, y no podía desperdiciarlo con enajenaciones ni imprecaciones inservibles.
Su cálido aliento cosquilleó mi comisura superior al romper el beso. Todo lo que vi fueron sus orbes, de un chocolate oscuro y espeso, que perfilaban la mirada más sincera y humana que recordaba haber admirado. No había nadie fuera de ese cuarto que me deseara tanto bien como ella.
—Felicidades por haber ganado la carrera —musitó.
—Gracias —susurré, avergonzado—. Perdóname ... —Dejé caer los hombros y acaricié su cintura—. No quería gritar. Es que ...
—Ya lo sé —aseguró y, a la vez, sostuvo mi quijada entre sus finos dedos—. Tiene una fijación conmigo, pero eso da igual porque no me iré con él a ninguna parte —Estableció con una contundencia envidiable.
Y sabía que era cierto. Sabía que mi cabreo no tenía ni pies ni cabeza porque ella estaba conmigo, me quería y confiaba en mí. Su confianza en Ferrari no era tan elevada, pero, incluso si se iba con esos toros del norte, Max nunca cambiaría lo que había entre Helena y yo.
—Odio que tenga tanta seguridad en sí mismo, Helena ... —le confesé de dónde procedía mi incomodidad.
Ante el amago de inclinar mi cabeza hacia un lado, claro signo de abatimiento, retuvo mi mentón y me forzó a caer de lleno en sus hermosos ojos.
—¿Es que tú no tienes?
Había una pizca de burla en su voz. Estaba tratando de animarme. Los dos sabíamos que la seguridad de Max era falsa, una fachada mal pintada que se caería a pedazos tarde o temprano, y que la mía estaba cimentada en un terreno mucho más firme.
—Bueno, sí —le concedí—, pero ...
—¿Pero? —Me invitó a continuar.
Descansé la barbilla en su mano y planteé una relación entre su comportamiento y las ínfulas de grandeza de Max.
—No me gusta sentirte lejos.
Helena entendió que mi intranquilidad venía directamente de su afán por rehuirme desde esa mañana. Si a su rara actitud se le sumaba la jactancia de Max, que no dudaba de un futuro en el que la apartaría de mi lado, y no sólo en el sentido laboral. Esos dos puntos se habían entremezclado y no me daban tregua.
Preocupada, apartó la vista y liberó mi barbilla.
—Ah ... Yo ... —balbuceó.
Si Max le había dicho una mentira más, si habían tenido otra discusión o si le había vuelto a amenazar con temas de trabajo y no quería contármelo para que sus problemas no se convirtieran en los míos, solo hacía que mis temores se triplicaran. La sinceridad era primordial. Helena lo compartía conmigo, así que no quería creer que estaba mintiéndome.
—¿Qué te pasa? —Un sonrojo idéntico al que coloreó sus mejillas horas atrás las bañó nuevamente—. ¿Es algo que he hecho? ¿O ha sido él? —Ella agitó la cabeza. No la solté, imaginando que se apartaría de mí si mis brazos no la acorralaban—. No sé qué te ocurre, pero sé que hay algo y ...
—No has hecho nada, Charles —Apoyó los puños en mi pecho—. Max tampoco tiene nada que ver. Es ... Es una tontería mía —resumió, repentinamente nerviosa.
—Pues dímelo —exigí. Me confundió que su reacción fuera tan torpe, casi adorable—. Dímelo, Helena.
—No es ... —Intentó disuadirme.
—La verdad —exhorté.
Echó un suspiro al aire y ojeó el diseño de mi mono de carreras.
—Es algo ridículo —me prometió.
—Quiero saberlo —le dije con apremio—. Quiero saber por qué te cuesta mirarme a los ojos desde esta mañana.
—Por Dios ... —exclamó, abochornada—. Soñé contigo anoche.
No me estaba mirando. Por lo tanto, no pude descifrar el significado detrás de una oración inocente como aquella.
—¿Y? —pregunté.
—Y fue un sueño ... —titubeó y se relamió los labios con ansiedad—. Un poco subido de tono —Esperaba escuchar cualquier cosa menos esa. Anonadado, guardé silencio—. Me desperté pronto y no podía estar en la misma cama que tú porque ... No sé si estoy ovulando o qué mierda me pasa, pero no ... No puedo mirarte sin sentir un sofoco insoportable —Se dignó a lanzarle una breve mirada. El rubor repartido por su rostro se llevó toda mi atención—. ¿Satisfecho? Ya sabes lo que es —bufó, molesta.
Más que agradecido de que aquel fuera el único enigma, jugué a mi favor gracias a esa información tan suculenta.
—¿Por qué no me despertaste? —dudé—. Podría haberme hecho cargo de tu problema.
Helena aporreó con suavidad mi pecho.
—¡Te estás burlando de mí! —alegó, hundiendo sus ojos en mi jocoso rostro.
—¡Claro que no! —Pero se me escapó una risita que me delataba como un insolente de primera categoría—. Tu libido es importante para mí, cariño —reí al final.
—¿Cómo voy a despertarte por haberme excitado en sueños? —El escándalo que bailaba por sus facciones hizo que olvidara al asunto de Max y solo estuviera ella con su graciosa habilidad de exagerar las cosas más inofensivas—. Te acostaste tarde y estabas muy cansado después de cenar. Solo lo dejé estar y me marché —me explicó, dispuesta a defender su modus operandi a capa y espada.
En un estado de distensión exquisito, peiné algunas de sus hebras negras y las coloqué tras su oreja perforada. Se había quitado la coleta y el pelo se le echaba encima de la cara, pero necesitaba observar lo que la vergüenza le hacía a su aspecto. Ella no solía mostrarse abrumada ante mí, pero esa faceta suya era increíble.
—Pero no te lo has quitado de la cabeza en todo el día —Apunté con mucho tino—. Incluso con un Gran Premio de por medio.
—Creo que el estrés también me afecta ... —verbalizó ella. Después, apoyó la frente en la base de mi cuello y se disculpó—. Siento haberte preocupado. Me avergüenza hablar de mis sueños. Sobre todo si son sueños en los que ...
Calló al instante.
Era evidente que no pretendía compartir más detalles de lo sucedido en el plano onírico.
—¿En los que ...? —repetí, interesado en saber la continuación—. ¿Qué te hacía?
—Qué te hacía yo a ti, dirás —esclareció.
—Oh, cierto —Volví a reír, fascinado—. No recordaba que mi chica disfruta tomando las riendas —Señalé, pues había experiencias pasadas que respaldaban su afirmación—. ¿Y bien? ¿Qué es eso que me hacías y que te pone como un tren?
Mi tono de burla incendió sus adentros.
—Eres ... —Se propuso insultarme.
—Vamos ... —Palpé sus caderas, incitándola a mostrar algo de compasión—. Sé buena y cuéntamelo —La animé y, sorprendentemente, Helena no se demoró más que unos segundos; tiró de mi ropa hacia abajo para que su boca encontrara un camino poco escarpado hasta mi oreja—. ¿Al oído? —Me incliné, poniéndoselo aún más fácil—. Está bien ...
El relato que fluyó a través de mi oído, junto a su voz ronca y al constante roce de sus comisuras en mi lóbulo, construyeron una pirámide de deseos viciados en mí. Su narración fue explícita, muy explícita, y muchas cosas se removieron de mi vientre hacia otras partes más ... Susceptibles a la enumeración de aquellos hechos que, si bien eran ficticios, me llevaron a tragar saliva varias veces, dejando una marca honda en mi depravada conciencia.
Su agarre a mi mono fue cediendo. Apenas empleaba fuerza en sostenerlo cuando acabó de confesar lo que sucedía en aquel sueño.
—¿Contento?
Su voz ya no era débil, sino cautelosa.
—No ... —negué.
—Te lo he dicho —Se alejó de mi pómulo—. ¿Qué más quieres?
La imagen de Helena que vibraba en mi mente pedía a gritos que fuera una realidad y no una simple idea, atractiva y desaconsejable.
—Que lo hagas.
Mi demanda creó un ambiente pesado y excitante también para ella.
—¿Aquí? —interrogó con una sonrisa temblorosa en la boca—. Venga ya ...
La misma boca que podía hacerme sentir igual que al suertudo de un Charles que no era real y que ya había muerto de placer en sus curiosos sueños.
Oí la desviación de su respiración, cómo se entrecortaba en un delicioso soplo que acarició mi cabello.
—No hace falta que te quites la ropa —sugerí para que no lo viera como un inconveniente.
Deslizó su mano derecha entre mis pectorales.
—Este es tu vestuario —llamó a un sentido común que ninguno conservaba ya.
—Sí —le di la razón y respiré en un último intento por templarme. Giré el pomo y el sonido del pestillo se me clavó en las sienes—. Y tú estás dentro.
🏎️🏎️🏎️
La pretemporada empieza en tres días y tengo el hype por las nubes. Además, hoy es mi cumpleaños, así que quería celebrarlo de alguna manera ^^
Nos leemos prontoooo ♡
Os quiere, GotMe 💜❤️
19/2/2024
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