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79 || q&a

Helena Rivas Silva

El sábado, antes de la hora de comer, tanto los chicos como yo reservamos poco más de veinte minutos para grabar esa idea de la que me habló Lissie por teléfono. Al final, al propio Binotto le había parecido una buena forma de publicitar una imagen más agradable y simpática de mí y Carlos y Charles no dudaron en decir que sí con tal de contribuir a que la gente me viera de otro modo.

La actividad consistía en una ronda de preguntas y respuesta, un Q&A al uso, con el que hacer que la audiencia del deporte me conociera un poco mejor de la mano de mis pilotos, dándole así más credibilidad a que nuestra relación era excelente, aunque eso no estaba nada lejos de la realidad. Al llevarnos tan bien, no sería difícil proyectar aquella sintonía a través de las cámaras, pero, a pesar de que todo estaba a mi favor, mientras me colocaban el micro en la camiseta sentía el sudor proliferar en las palmas de mis manos.

Carlos fue el primero en llegar, apenas un minuto después que yo. Me saludó con un par de besos en las mejillas, comentando algo sobre la grabación de aquel juego para luego dirigirse hacia Lissie.

Charles apareció casi al instante y reparó en mí, en el gesto de tensión que proyectaba, por lo que no dudó en ir a mi encuentro con una dulce sonrisa que muy cerca estuvo de amilanar mis nervios.

Deslizó su mano por mi antebrazo y un acto tan sencillo me impregnó de una profunda sensación de tranquilidad. No me besó. Había varios técnicos por allí, así que no hizo ningún movimiento que delatara lo que nos unía.

—¿Cómo estás? —Sus dedos abrazaron mi piel cálidamente—. ¿Nerviosa?

—¿Yo? —Sus ojos me cohibieron—. ¿Nerviosa por qué?

Charles hizo el amago de reír.

—No sé —Miró a nuestro alrededor y terminó depositando sus pupilas en mi acalorado rostro—. Porque no te gustan especialmente las cámaras, tesoro —comentó.

Esa era mi forma de ser. Intentar aparentar una valentía que no tenía al menos me ofrecía un mínimo de seguridad. Sin embargo, con él no funcionaba. Lo aprendí tiempo atrás y si lo había vuelto a hacer era básicamente porque simulaba algo así como un mecanismo de autodefensa. Se activaba solo. La parte buena era que podía controlarlo y, como decía, con Charles no servía de nada que mantuviera erguida esa actitud impenetrable.

Ligeramente avergonzada, atrapé su mano. La urgencia de mi tacto fue la respuesta más sincera de todas.

—Puede que un poco nerviosa sí que esté, pero no se lo digas a nadie —le supliqué que guardara silencio, a lo que él volvió a deslumbrarme con su bonita sonrisa—. Y mucho menos a Lissie.

—Mis labios están sellados —prometió—. Te lo digo siempre; solo tienes que ser tú misma. Estamos entre amigos —me instó a conservase la confianza—. Olvídate de que nos graban, ¿vale?

Respiré con fuerza y apreté su dedo índice.

—Lo intentaré.

Su sonrisa atacó todos y cada uno de mis puntos débiles.

—Eso es, preciosa —Se inclinó para besar mi pómulo, a escasos centímetros de mis comisuras—. Voy a que me pongan el micro —dijo, alejándose demasiado rápido.

Estuve sola durante unos segundos, pues Lissie se acercó a mí de nuevo. Ya nos habíamos saludado antes, pero no tuvimos tiempo para hablar.

—Me alegro de que los chicos hayan podido cuadrar sus horarios —comentó.

—Sí —Me masajeé los dedos—. Han hecho el esfuerzo de venir.

—Se nota que te aprecian —Me sonrió ella.

Observé sus espaldas. Ambos hablaban de algo en voz baja mientras los ayudantes les colocaban los micrófonos. Debía ser importante, pues Charles fruncía el ceño de un modo muy característico, fruto de la concentración.

—Yo también valoro mucho que estén aquí —declaré, profundamente agradecida.

Lissie también miró a los chicos.

—Debe de ser complicado.

Me giré levemente.

—¿Qué parte? —inquirí, contemplando su rictus.

—Que una persona que ni siquiera te conoce te trate así de mal en público y que tanta gente le dé la razón —dijo, refiriéndose a la situación en la que me había metido el simpático de Verstappen—. Cada vez que lo pienso ... Agh, me cabrea el doble —murmuró, molesta con la injusticia en que estaba envuelta.

—Bueno, no es tan difícil —Intenté rebajar la carga, aunque no era moco de pavo—. Molesta y duele, pero no todo es tan horrible.

Lissie me mostró un semblante de contrariedad.

—Dime una sola cosa buena de toda esta situación y trataré de creerte —solicitó.

No necesitaba cavilar demasiado porque la solución estaba allí, a unos metros de mí, escuchando atentamente a Carlos y cuadrando la mandíbula.

—Pues ... Ahora sé qué personas quiero en mi vida. De quién quiero ayuda, por ejemplo —le confesé a Lissie.

—No te tomaba por alguien que dependiera de los demás —Sonó impresionada.

—Y no dependo de los demás —rectifiqué su pensamiento—, pero he aprendido que a veces puedo necesitar que me echen una mano y que no es malo aceptarla.

Ante mi aclaración, Lissie sonrió con naturalidad. Lo había malinterpretado, pero, al final, le había gustado mi contestación. Entendió el significado de mis palabras. A pesar de que yo no buscaba ser transparente, el viaje que realizó mi mirada hacia Charles fue realmente ilustrativo para sus sospechas, que, aun siendo meras cavilaciones, ya tomaban cierta consistencia.

—Ya veo —murmuró—. ¿No te apetecería venir a mi podcast un día? —me propuso—. Creo que saldría un episodio increíble.

Halagada, le sonreí y no dudé en aceptar su proposición.

—Me encantaría —Acepté—. Aunque estos días será imposible.

Ella se rio, consciente de que mi agenda ese fin de semana estaba a reventar, pero le prometí que encontraría un hueco para asistir a su podcast pronto, incluso si eso significaba volar expresamente a Inglaterra. Después de todo lo que estaba haciendo por mí, lo menos que podía hacer era darle una entrevista exclusiva.

Los chicos no tardaron en estar listos para empezar y Lissie no perdió ni un segundo en explicarles la dinámica del vídeo que grabaríamos.

—Entonces, ¿habéis pillado cómo funciona? —Quiso asegurarse mientras cogía las tarjetas repletas de pregunta que yo misma había revisado.

Ninguno de ellos mostró confusión, por lo que Lissie se preparó en su asiento, en el lado izquierdo, justo en la esquina contraria a mí, con ambos pilotos en el centro del plató improvisado.

Ella lanzó una señal al cámara y saludó con el ímpetu que la hacía tan simpática y agradable en cuanto el piloto rojo de la caja se encendió. Lo comentó todo, hasta el último detalle, y nosotros nos presentamos. Mis nervios no eran muy vistosos, así que aprendí a controlarlos con el paso de los minutos. Al fin y al cabo, la mayor parte de las bromas y de la conversación la sacaban los chicos para hacerme sentir más relajada y yo solo tenía que dejarme llevar y revelar algo de mi personalidad, aunque sin ser pretenciosa. Ese vídeo estaba organizado por y para mí, pero tampoco quería brillar por encima de las verdaderas estrellas y Lissie hizo lo posible por enfocar la atención en los tres, sin preferencias.

Respecto al Q&A, sorprendentemente, Charles falló muchas de las preguntas formuladas.

—¿Cuál es el color favorito de Lena? —formuló Lissie.

Ellos escribieron en la pizarra su respuesta y, cuando los quince segundos transcurrieron, enseñaron sus elecciones a la cámara. Al leer "negro" en la pizarra de Charles, me sentí contrariada. Carlos, por el contrario, había escrito "morado" y, por tanto, se llevó el punto merecidamente.

—¿Qué? ¿No era negro? —Lloriqueó Charles, mirándome—. Siempre vas de negro —alegó en su defensa.

—Pero eso no significa que sea mi color favorito —reí, divirtiéndome con sus enfados.

Por el centelleo en sus ojos y la sonrisa reprimida, comprendí que había fallado a conciencia.

Si bien era cierto que al principio creí que estaba haciéndose el gracioso para que Carlos le siguiera el rollo, acabé por percatarme de que medía sus respuestas y se equivocaba adrede siempre que así lo quería. Él conocía esos datos sobre mi vida, mis gustos, por muy superficiales que fueran. Debió actuar de tal forma para hacer la actividad más interesante, o eso elegí pensar. Algunas sí las acertó, aunque Carlos ganaba por goleada cuando llegamos a la última pregunta programada.

—¿Lena tiene algún tatuaje?

No me apetecía esparcir información demasiado privada por ahí, pero lo del tatuaje no me pareció muy relevante y lo añadí a las preguntas propuestas por Lissie.

Charles se puso de pie, emocionado.

—¡Sí que tiene uno! —exclamó.

Todos nos echamos a reír debido a su ímpetu y Lissie, pasadas ya las risas iniciales, corrigió la precipitación del piloto, que no había seguido las normas al responder a viva voz.

—Tienes que escribirlo, Charles —declaró ella a modo de riña.

—Eso, que no me ha dado tiempo ni a pensar —replicó Carlos. En lugar de escribir su respuesta, me observó con los ojos bien abiertos—. ¿En serio tienes un tatuaje?

Obviamente, era un dato que Charles sabía a ciencia cierta y que él no. Como le confesé a Charles la primera vez que lo vio, no era algo que fuera diciendo a todo el mundo. No era visible y no lo había mencionado nunca frente a Carlos, así que era natural que no confiara en la veracidad de las palabras de su compañero.

No pude contestarle, pues Charles se precipitó a reiterar lo que ya había comunicado.

—Lo tiene —Afirmó—. Y no seas egoísta, que ya has ganado.

—¡Correcto! —anunció Lissie, evitando con maestría la tonta discusión de los chicos—. Bueno, ya que estabas tan seguro de tu respuesta, también deberías ser capaz de decir dónde lo tiene, ¿no? —Yo me quedé de piedra y sopesé lo que ocurriría si Charles respondía; en caso de que mintiera y dijera otra parte de mi cuerpo más lícita, Lissie me invitaría a demostrarlo en directo y eso significaría que el monegasco había fallado, aunque si decía la verdad, no podría enseñarlo y, además, hablaría mucho del tipo de relación que había entre Charles y yo—. Vamos, pregunta extra. Ni siquiera yo tengo la respuesta, pero, si la aciertas, te damos diez puntos más —Delimitó junto a una sonrisa—. Lena será la jueza.

—¡Pero no vale! —reclamó Carlos, enfurruñado—. Además, yo nunca le he visto ese tatuaje —Me echó en cara de broma—. No puede ser que ...

—Ssssh —Lissie lo mandó callar y le dio el turno a Charles, que ya no parecía tan contento con el asunto. La ilusión se había esfumado de su rostro, cruzado de repente por un terror que apenas se leía—. ¿Charles? ¿Dónde dices que lo tiene?

Silencio.

Un silencio que se volvió incómodo y circunstancial muy pronto.

Sentí los ojos de Charles y entendí que era la única que podía permitir y censurar esa pregunta, y debía hacerlo porque, de lo contrario, solo conseguiría unos rumores nuevos que me enemistarían todavía más con Mattia.

Charles esperó a que yo me pronunciara.

—Perdona, Lissie —interrumpí la falta de sonido y varios pares de ojos se posaron en mí—, pero, ¿podemos omitir esta parte?

Incluso Carlos se sorprendió de mi petición. No obstante, Lissie fue más perspicaz y comprendió lo que transmitía mi negativa; no era un problema de vergüenza ni pudor, sino de intimidad. Una intimidad que iba más allá de mí y que involucraba a Charles, uno de los solteros más codiciados en esos tiempos y a quien relacionarían conmigo de una forma que no podíamos aceptar por imposiciones ajenas.

—Claro, sin problema —dijo ella, lamentando su atrevimiento—. Entonces ... —Se recogió un mechón tras su oreja y leyó el guion que había dispuesto para aquella actividad—. Ahora toca la despedida. Podéis ...

La grabación acabó dos minutos más tarde. Dimos las gracias a los técnicos y, mientras me quitaba yo misma el micrófono, me encaminé hacia Lissie, que continuaba bastante colorada tras haberse tomado tantas libertades con la pregunta extra.

—Lissie, siento lo de antes —La conversación de Carlos y Charles a mi espalda se alejaba lentamente—. Es que ...

—No, Lena —negó, arrepentida—. Yo soy la que más lo siente. Perdóname —se disculpó—. No pensé que pudiera perjudicaros que ...

—Y no nos perjudica —le aclaré, aunque era más complicado—. A nosotros no, pero a su imagen sí, y a la mía creo que también —Valoré tras unos segundos de meditación—, pero no es por nosotros, sino por ... Terceros —le expliqué en voz relativamente baja—. Algunos piensan que hacerlo público ahora mismo es un suicidio.

Y, con esa oración final, le confirmaba lo que había intuido desde que Charles vino a saludarme y pudo ver por sí misma cómo nos tocábamos, cómo nos hablábamos y cómo nos mirábamos.

Miró hacia otro lado, apesadumbrada por habernos molestado, incluso si esa no había sido su intención.

—Soy una bocazas. He sido tan tonta, dios .... —Bajó sus párpados.

Yo me acerqué y la tomé de la mano para que no se sintiera culpable por algo que ni siquiera había ocurrido finalmente.

—No te preocupes ...

Mi ceño fruncido revelaba que yo tampoco me sentía tranquila con que se recriminara un error que, de no ser por nuestras horribles circunstancias, no se consideraría como tal.

Ella se relamió los labios y, aún con mal gesto, se atrevió a hacerme partícipe de su opinión al respecto de la relación silenciosa que manteníamos.

—Hacéis una pareja preciosa —dijo—. ¿Te lo ha dicho alguien?

Una sonrisa enorme se extendió por mi cara al tiempo que los mofletes se me coloreaban de un rubor muy revelador. Cohibida, no conseguí sostenerle la mirada.

Podrían pasar años y estaba más que segura de que nunca aprendería a digerir bien los piropos ni los buenos deseos de los demás sin sonrojarme como una niña a la que felicitan por la tontería más ínfima.

—Eres la primera —susurré y ella esbozó una pequeña sonrisa de orgullo—. Poca gente lo sabe.

—Me alegro de ser una de las privilegiadas —me contestó.

La timidez me devoraba. Por lo tanto, puse la excusa de que tenía que regresar al box de Ferrari y besé sus mejillas, diciéndole adiós a nuestra nueva cómplice en aquel mundo tan surrealista.

—Gracias por todo. Me tengo que ir, pero estamos en contacto, ¿vale? —Di unos pasos hacia atrás.

—Buena suerte con la quali —Me empujó a marchar.

Agité mi brazo.

—¡Adiós!

Estaba doblando la esquina, apabullada ante el intenso calor que desprendía mi rostro, cuando las despedidas de Charles entraron en mi rango auditivo. Justo después, escuché su trote al perseguir mi estela por los callejones del sureste del paddock inglés.

Él se posicionó a mi izquierda, ocupando prácticamente todo el espacio restante entre las tiendas que nos flanqueaban en el camino de regreso.

—¿A dónde vas? —me preguntó, inocente.

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