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75 || resignación

Helena Rivas Silva

Los flashes estuvieron cerca de cegarme por completo cuando llegué al pie de las escaleras. Muchas voces a mi alrededor y poco espacio a mi disposición. Eso fue todo lo que obtuve cuando me dispuse a explicar lo ocurrido y dar mi opinión.

—¡Señorita Silva! —gritaron mi apellido—. ¡¿Va a responder a las acusaciones de Verstappen?!

A pesar de que no sabía quién había realizado la pregunta, tragué saliva e hice algo de tiempo para que mi vista se acostumbrara a los múltiples focos de luz. Ya había transcurrido un buen rato desde que mi llanto cesó, pero mis ojos no se habían recuperado del todo y continuaban más sensibles de lo habitual. La intensidad lumínica me irritaba bastante. Por lo tanto, bajé la mirada unos segundos y me concentré en controlar la humedad extra que empezaba a acumularse en mis lagrimales.

No podían verme llorar en televisión, fuera cual fuera el motivo.

Alguien pidió silencio. Una persona con un mínima de conciencia, pues mi incomodidad era más que notable.

—No creo que sean acusaciones —declaré mientras alzaba la cabeza, tal como Mia me había aconsejado—. Más bien, son equivocaciones —aclaré.

—¡¿Puede explicarse?!

Aquella no fue la única pregunta, pero sí la única que pude escuchar con nitidez.

No comprendía de dónde habían salido tantos periodistas. Estaba segura de que no había más de una decena en el corralito de prensa al que acudían los pilotos, pero allí había bastantes reporteros más. Era extraño que se tomaran esas molestias con tal de entrevistar a la nueva ingeniera de Ferrari.

El incesante ruido hacía que me sintiera acorralada por un enjambre de abejas coléricas que zumbaban en mis oídos.

—Lo haré si me dejan —Establecí, pidiendo algo de tranquilidad. Muchos cesaron con sus torrentes descontrolados de interrogaciones y, solo cuando encontré cierto espacio entre mi posición y los micrófonos, hablé—. Lo que Max Verstappen ha dicho sobre mí es incorrecto y, además, injusto —dije para comenzar—. Quiero entender que, como él mismo ha insinuado esta tarde, se ha basado en rumores, unos rumores infundados, y en suposiciones que ha hecho basándose en información falsa. Max me ha acusado de traicionar a un equipo al que no le debo nada más que una minúscula parte de mi formación y de mentir sobre mi contrato con Ferrari, pero quiero creer que su intención era destapar una irregularidad y que lo ha hecho de buena fe. Cualquier persona que ame y respete este deporte habría hecho lo mismo que él —Excusé sus acciones porque no quería que la bola creciera todavía más. Si solo tenía que tratarme una pequeña parte de mi orgullo para salir de una pieza, era un precio que no importaba pagar—. Sin embargo, mi contrato es legal. Todo lo que hay en relación a mi puesto de trabajo está en regla —Me defendí con la verdad—. Me consta que Mattia Binotto ofrecerá cualquier dato que corrobore lo que digo, si la Federación lo exige.

—¿Asegura que el señor Binotto dará la cara por usted? —rebatió un hombre a mi derecha.

Mi visión era más clara a esas alturas y pude discernir al periodista. No sabía si realmente buscaban destrozarme y si eso solo formaba parte de su trabajo, sin maldad ni segundas intenciones, pero no dejé ni un solo recoveco por el que colarse en mis defensas y derribarme.

—¿Y por qué no lo haría? —exclamé, frunciendo el ceño y demostrando mi descontento ante su insinuación—. Soy una trabajadora más del equipo y Mattia me defendería igual que a cualquiera de mis compañeros porque no hay irregularidades en Ferrari. Quiero dejar bien claro este punto —resalté adrede—. Si estoy en Ferrari es por mi expediente y por cómo me desempeñé en otras prácticas y no por motivos externos. No me contrataron por razones ilícitas y puedo demostrarlo —respondí.

Esa conversación con Mattia en la que acordábamos que diría a la prensa no se había producido aquella tarde, así que me había guiado por mi propio juicio y por el de Mia, que entendía mucho mejor qué palabra sonarían bien en mi intervención. Por ello, no podía olvidar que defender a Ferrari era equivalente a defenderme a mí misma y al resto de mis compañeros. Esa era la prioridad porque el equipo no tenía la culpa de nada de lo que estaba sucediendo y no permitiría que cuestionaran los movimientos de la marca para la que trabajaba a raíz de los estúpidos y resentidos ataques de Max.

—¡¿Y no está ofendida?! —inquirió otra periodista.

Al no saber muy bien desde dónde lo había preguntado, miré tanto hacia mi izquierda como a mi derecha por turnos.

—Claro que lo estoy —Ante esa afirmación, casi todos enmudecieron—. Están poniendo en duda mi esfuerzo y mi trabajo y nadie merece ser juzgado sin saber lo que hay en su historial realmente. Aun así, estoy segura de que Max no quería ofenderme —Añadí para suavizar la respuesta.

Puede que creyeran que me mostraría de otro modo delante de ellos. A lo mejor se habían preparado para grabar y bombardear a preguntas a una niña asustada y temblorosa, pero no iban a encontrar a esa persona en mí y, al comprobarlo por sí mismos, la mayoría se replanteó el rumbo del interrogatorio al que querían someterme.

No obstante, varios de los periodistas siguieron con la agresividad por bandera y trataron de malmeter nuevamente.

—¡¿Debo recordarle lo que dijo?! —preguntó un desconocido frente a mí—. ¡La tachó de inexperta y de aprovechada!

—¡También la acusó de mentir!

Esos dardos intentaron desestabilizarme. Por suerte, venía preparada para esquivarlos o, al menos, para que las heridas no fueran muy profundas y nadie notara cuánto me dolía que se hablase tan mal de mí.

—¡¿Pondrá alguna queja por sus imputaciones?! —clamaron.

—No me quejaré a nadie —negué que ese fuera mi objetivo—. En mi opinión, lo que ha ocurrido hoy es un desagradable malentendido. Nada más.

Dicho lo cual, traté de abrirme paso a través de la barricada humana que me rodeaba. Ya había dicho más de lo necesario. Había cumplido con lo que me propuse antes de bajar aquellas escaleras y nada ni nadie me obligaba a prolongar ese trago tan horrible.

Con la ayuda de Mia, que pidió a varios reporteros que se apartaran, hice el primer intento por marcharme del lugar.

Solo pude dar un par de pasos antes de que una pregunta demasiado significativa me detuviera.

—¡¿Y no hablará sobre su error en la clasificación de Leclerc?!

Me giré, ofreciendo una perspectiva inmejorable de mi rostro a todas esas cámaras sedientas de un drama que no iba a regalarles ni por asomo.

—Ya me he disculpado por ello en el equipo. Ha sido un fallo, sí, pero es uno común y tacharme de incompetente es una exageración. Soy crítica conmigo misma y evitaré que algo así vuelva a suceder, pero no toleraré un juicio mediático —zanjé con dureza—. Si debo darle la razón a Max Verstappen en algo es en que sigo aprendiendo —Concedí aquel apunte del neerlandés—. Un ingeniero aprende durante toda su experiencia laboral, incluso los ingenieros de Red Bull, a los que no persiguen para que den declaraciones cada vez que se equivocan —Lancé la pulla sin que me temblara la voz—. Todos podemos cometer errores en el muro y yo ya me he disculpado con quienes tenía que disculparme. Espero que Max Verstappen se disculpe también por difundir historias falsas y por insultarme en público.

Muchos estaban ojipláticos tras escucharme y varios de esos periodistas tendrían que haberse mirado en un espejo. Se habría dado cuenta de que fotografiar sus semblantes era mil veces más interesante y cómico que grabar el mío.

Acto seguido, volví a la carga y agarré a Mia del brazo para escapar de aquel cerco cuanto antes. Sin embargo, un último bramido salió disparado entre la multitud y aminoré la velocidad.

—¡Espere, por favor! ¡Es sobre Charles Leclerc! —Que nombraran a Charles bastó para que cesara en mi huida y prestara atención al individuo que había dado en mi punto débil de repente—. ¡¿Sabe que la ha defendido públicamente en un medio de televisión?! —inquirió, desesperado por obtener mi contestación.

Si hubiera elegido cualquier otro tema, habría hecho caso omiso a los reclamos y me habría largado en un abrir y cerrar de ojos, pero no podía dejar en el aire aquello. No quería que Charles saliera perjudicado por haber hecho algo tan noble como ponerse de mi lado sin dudarlo, incluso arriesgándose a ganarse la enemistad del público que tanto lo aclamaba.

Me volví en la dirección de la que creí que procedía la pregunta.

—Sí, lo sé —Confirmé.

Un par de flashes me hicieron girar el cuello más hacia la izquierda.

—¡¿Y no tiene nada que decir al respecto?! —Insistió.

Y, entonces, pensé en lo que pasaría si respondía con la verdad de nuestra relación. ¿Qué ocurriría? ¿El mundo se vendría abajo? ¿Nos abuchearían y me despreciarían más que a nadie sobre la faz de la tierra, tal y como prometió Mattia?

Probarlo era una tentación que me hacía salivar con nerviosismo.

Si lo hacía, si le contaba a toda esa gente que Charles y yo estábamos juntos en el sentido más amoroso posible, me libraría de tener pesadillas sobre lo que dirían o cómo se tomarían dicha información. Me sacaría del pecho un clavo que llevaba ardiendo semanas. Descorcharía el torrente de emociones que me abrumaban siempre que temía por nosotros. Por nuestra seguridad. Por nuestro futuro.

Podría haberlo dicho y se habría difundido por redes sociales hasta que no quedase ni una sola persona sin saber que Charles Leclerc, el piloto predilecto de Italia, tenía una relación con su nueva ingeniera de pista.

Habría causado tantos problemas que me lo tragué y dije lo más sensato que me vino a la cabeza. Algo que ningún medio podría sacar de contexto ni tergiversar a su manera.

—Estoy agradecida con Charles —expresé—. No tendría porqué haber dado la cara por mí y lo ha hecho. Confía en mí y yo confío en él. Eso es lo que significa ser un equipo —La boca se me secó—. Buenas noches.

Los gritos se sucedieron a nuestro alrededor, reclamando más respuestas a preguntas que no pretendía contestar.

Mientras tanto, nosotras encontramos una salida de lo más estrechas entre algunos de esos individuos. Después de eso, Mia y yo nos fuimos directas al aparcamiento, en busca de un taxi disponible, aunque nos costó más de media hora encontrar uno libre porque mucha gente se marchaba del circuito a esas horas. Fue un alivio que, durante aquella espera, perdiéramos de vista a las cámaras y a los periodistas y pudiéramos respirar tranquilas.

Una vez en el hotel, llamé a Charles, que ya iba de camino a su cena, y así pudo asistir al evento relajado. No quería fastidiarle la noche y me esforcé por demostrarle con aquella breve llamada que todo estaba bien. Tras decirle adiós, Mia y yo fuimos a cenar al comedor y pasamos un par de horas hablando de varias cosas relacionadas con el equipo y también de otros temas diferentes.

Sobre las once menos cuarto, nos despedimos y cada una se fue a su cuarto. Una vez sola, me di una ducha de agua caliente y preparé algunos documentos para el día siguiente, además de repasar las estrategias que habíamos barajado de cara a la carrera. Y, a pesar de mi afán por revisar mis apuntes varias veces antes de dormir, no pude dedicarle mucho más tiempo porque sentí la mente cansada y decidí que lo mejor sería dormir y continuar con esos papeles a la mañana siguiente. Sin embargo, ya entre las sábanas de la cama de matrimonio, no conseguí pegar ojo hasta pasada la medianoche. No entendía la razón. Simplemente estaba inquieta por los acontecimientos más recientes y mi cuerpo no parecía relajarse.

Al final, logré caer en un sueño medianamente profundo. El mismo que se vio interrumpido por un golpe repetido y hueco en la puerta de mi habitación.

Cuando me percaté de que alguien llamaba, no pensé en nadie en particular y me levanté en plena oscuridad de un modo mecanizado hasta alcanzar la mirilla de la puerta. Entreabrí el ojo derecho y traté de enfocar la figura que había al otro lado de la puerta. Al no llevar las gafas y notar las luces del pasillo demasiado bajas, tuve que recurrir a la palabra para identificar a esa persona.

—¿Quién es? —pregunté, dudosa.

Escuchó mi voz y alzó la barbilla. Por la forma en que movió la cabeza, averigüé al instante la identidad del chico que llamaba a mi puerta en mitad de la madrugada.

—Soy yo —Decidió añadir su nombre—; Charles.

Aún no terminaba de pronunciarlo en el instante en que yo empecé a abrir la puerta. El chirrido se prolongó durante más tiempo del que habría querido, pero el sueño me hacía muy torpe. Él lo sabía perfectamente, así que esperó con mucha paciencia a que lo saludara.

—Hola ... —susurré en medio de un sonoro bostezo.

No veía bien. Mi miopía era aguda. Pero, incluso estando medio ciega, creí vislumbrar el atisbo de una de sus sonrisas.

—¿Estabas durmiendo? —inquirió.

—Sí ... —Me agarré a la puerta e indagué más en su repentina visita—. ¿Pasa algo?

Que Charles estuviera allí era extraño. Normalmente, me avisaba antes de venir y siempre lo hacía a horas tempranas, cuando aún no me había acostado. Por eso me confundió. Él no se dejaba llevar por arrebatos que pudieran perjudicar mi descanso.

—No, no —desmintió cualquier problema y entró a la habitación, pues yo me había apartado y tenía vía libre para pasar—. Nada. Acabo de volver de la cena —Caballeroso, cerró la puerta, de manera que yo no tuviera que hacerlo, y rápidamente se aferró a mí en un abrazo de lo más agradable—. Siento haberte despertado, pero ha sido pisar el hotel y me han entrado unas ganas horribles de dormir contigo ...

Su excusa me hizo sonreír.

No me importaba que se guiara por un capricho como ese de cuando en cuando.

Tras un suspiro, le devolví el abrazo y me acomodé contra su pecho. Olía a su colonia. Mi favorita. Me encantaba esa fragancia.

—Me he dado cuenta de una cosa ...

—¿De qué?

Me agarré más a él porque, por algún extraño motivo, era más esponjoso al tacto de lo que recordaban mis sentidos. Lo atribuí a estar prácticamente dormida, aunque debió ser por la camisa que llevaba, tan suave que podría haberme perdido en la tela.

—Me cuesta más conciliar el sueño cuando tú no estás —le confesé, adormilada.

Debió resultarle gracioso que dijera algo así, ya que estaba muy amodorrada y no encajaba con mi imagen usual.

Davvero? —Le oí reprimir una risita—. Entonces, ahora deberías descansar mejor que nunca. Vamos a la cama, tesoro —Me acarició la espalda y, con los ojos cerrados a cal y canto, me aparté de él, obediente, y retomé el camino hacia el colchón—. ¿Cómo te ha ido con las cámaras? En la cena no se hablaba de otra cosa ...

El sonido de un cristal chocando con otro me invitó a suponer que se había sacado el Richard Mille y lo había dejado sobre la mesa.

Durante esos momentos, yo me topé con los pies de la cama y me subí a la misma a gatas.

—La verdad es que no lo sé ... —Intenté responder con un mínimo de coherencia—. Creo que me he librado de lo peor, pero no he entrado a Twitter, así que ...

Imaginé que estaba quitándose la ropa, pero ni siquiera pensé en si había traído su pijama o una camiseta que pudiera emularlo. Estaba hundida en un estado de absoluto letargo que me impedía prestar atención a ese tipo de detalles. Solo me tumbé tras atrapar una de las almohadas y volví a encogerme bajo las mantas. Así esperé y esperé a que él me acompañara.

—Yo sí he echado un vistazo a lo que dicen y hay mucha gente que te defiende —Me puso al corriente de lo que había leído en las redes sociales—. Ha debido funcionar.

—Eso espero ... —balbuceé.

Charles no tardó en subir a la cama y hacer crujir los muelles del colchón.

Tan pronto como lo sentí en ese lado de la cama que le había reservado, alargué mi brazo izquierdo y rocé su bíceps. El calor de su piel me dio un alivio inmenso y una nueva exhalación se escapó de entre mis labios mientras él se acomodaba en una postura que le diera la oportunidad de observarme desde bien cerca.

En el transcurso de los siguientes minutos, Charles guardó silencio, creyendo que yo había caído en los brazos de Morfeo antes de poder disfrutar mínimamente de los suyos. Respetó mi descanso tanto que apenas se atrevió a tocarme. Solo percibí un par de caricias tímidas en mi mejilla, pero estas cesaron pronto y todo lo que me quedó fue escuchar sus suspiros.

El paulatino ritmo de su aliento se había convertido en mi nana preferida. Por tanto, reparé en su disonancia al poco tiempo.

—¿No vas a dormir?

Mi pregunta perturbó todavía más su hálito.

—Pensaba que ya te habías dormido —susurró.

Tu respiración es errática. Sé que estás despierto por tu forma de suspirar.

Por la dirección de sus palabras, ubiqué su rostro muy cerca del mío.

—Es difícil si no dejas de mirarme, Charles ... —Levanté ligeramente los párpados, hallando una espesa negrura—. ¿Qué es lo que pasa?

Se revolvió y la fricción de las sábanas caló en mis oídos.

—Nada.

Estaba mintiendo. Igual que había mentido al explicarme su inesperada decisión de pasar la noche en mi cuarto.

—¿Me ves cara de tonta? —dije, frunciendo el ceño.

—Estamos a oscuras y eso significa que no veo nada —comentó, chistoso.

—Habla o te echo de la cama —aseveré.

Aceptó que no me apetecía bromear ni esquivar sus mentiras y se preparó para contármelo. Solo fueron unos segundos, pero bastaron para avivar mi desasosiego.

—El lunes es el aniversario de la muerte de mi padre —musitó de repente.

Cerré los labios, pensativa. Esa información no estaba en mi poder y cayó sobre mí como un jarro de agua fría. Después de digerir esa realidad de la que no tenía conocimiento alguno, me costó horrores volver a proyectar la voz.

—Lo siento —me disculpé—. No lo sabía.

—Es normal. Nunca te lo había dicho —Justificó mi ignorancia—. Quería dormir contigo hoy porque mi avión sale mañana por la noche, de madrugada. Voy directo a Mónaco a pasar el día con mi madre y mis hermanos —Me hizo partícipe de sus planes—. Todos los años cenamos juntos y, bueno, habrá un pequeño homenaje en su nombre. Lo organiza uno de los hoteles de la ciudad. No es gran cosa, pero tengo que estar allí a tiempo.

Y tú no puedes venir. No puedes acompañarme.

Ese era el mensaje implícito. No hacía falta que lo verbalizara porque había aprendido a leer entre líneas y sabía que le dolía lo suficiente como para no ser capaz de decirlo a los cuatro vientos.

—Claro —Asentí.

—Siento que ... —Se apresuró a decir.

Llevé mi brazo izquierdo hacia adelante, haciéndolo chocar contra su hombro. Fue un movimiento torpe y desordenado que acabó destapando mi nerviosismo. El ardor de su piel descubierta no pudo camuflar la inquietud que desprendían mis dedos.

—No tienes la culpa ...

No me gustaba que pidiera perdón por asuntos que eran inevitables. No era bueno para él ni para su conciencia. Que yo no fuera de su mano a Mónaco por aquella fecha no era el fin del mundo y me habría encantado transmitirle algo de paz, pero, lamentablemente, le regalé lo contrario.

De la misma forma que Charles no podía engañarme, yo tampoco solía conseguirlo.

Notablemente molesto por la situación en la que yo quedaba, relegada a ser una segundona en su vida pública, siguió la forma de mi brazo izquierdo con su mano y así se hizo con mi hombro antes de que tuviera la oportunidad de negarme a ese abrazo a medias. Me pegó a él y eligió una posición en que su mejilla abrigaba la mía. Ni las punzadas de su barba pudieron convencerme de que no quería tal cercanía.

Charles suspiró sonoramente y besó mi pómulo.

—¿Te he contado alguna vez que a mi madre le encantan las flores? —me preguntó.

Apesadumbrada, me enfoqué en la calidez que emitía su pecho.

—Me lo contaste en Jaén —contesté.

—Cierto —recordó, sin dejar de masajear mi espalda—. Siempre que vamos a su tumba le llevamos flores. Las suele elegir ella, pero creo que este año escogeré algunas yo mismo. El problema es que soy muy malo con el significado de las flores —Se lamentó de un modo bastante exagerado—. ¿Qué me recomiendas?

Sonreí tímidamente, pues sabía que intentaba consolarme al pedirme ayuda. Buscaba que algo mío le acompañara en un día tan complicado, que participara, aunque fuera de manera indirecta y en la distancia, en un acontecimiento familiar al que debería acudir por ser su pareja y por querer estar junto a él en un momento duro y triste. Las circunstancias no impedirían que yo estuviera presente en ese homenaje a su padre y no tenía ni idea de cómo agradecerle que pensara tantísimo en mí.

—¿Te fías de mi criterio? —vacilé.

Me abrazó con más fuerza.

—Sí —Confirmó.

Lo medité un poco hasta que di con la flor que se me hacía más adecuada.

—Un iris.

—¿Qué significa?

Deslicé mi mano por su costado, profundizando en el contacto de nuestros cuerpos.

—Es la flor de la esperanza y de las buenas noticias —le conté.

Su respiración se volvió más pausada, como si se sintiera tranquilo gracias a mi respuesta. Yo también me relajé.

Si no podía estar en Mónaco con él no sería porque nosotros no quisiéramos, sino por todo el revuelo que provocaría. Si tocaba morderse la lengua y soportar esa pantomima durante un tiempo, lo haría. Charles no se merecía mi tristeza. Trataría de sobrellevarlo por ambos, para que no se preocupara más de lo necesario por mis sentimientos.

—Me gusta —admitió—. Seguro que le hace muy feliz que se lo lleve.

Inhalé, resignada a entrar en esa etapa de mi vida que parecía estar liderada por eso mismo; resignación en estado puro.

—Seguro ...








🏎️🏎️🏎️

¡¡¡¡¡FELIZ NAVIDAD🎄🎅🔔❄🎄🎅🔔❄🎄🎅🔔❄!!!!!

Espero que estéis pasando unas muy buenas fiestas y que estéis disfrutando de las vacaciones 💜💜💜💜
Este capítulo es mi humilde regalo para tod@s vosotr@s 🫶🏻🫶🏻🫶🏻

Por si no nos leemos antes, os deseo un gran inicio de año 😊😊😊

Os quiere, GotMe 💜❤️

26/12/2023

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