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74 || then i choose her

Helena Rivas Silva

Llegué al final del pasillo principal con un nudo en la boca y una desorientación tremenda. Ni siquiera había tomado un rumbo para escaquearme de miradas indiscretas; simplemente me marché de aquel despacho con la idea de no volver a pisarlo nunca más. Si me hubiese quedado dos segundos más allí, habría empezado a llorar desconsoladamente.

De cara a la pared, me concentré en respirar hondo y en controlar las lágrimas que amenazaban con emanar de mis ojos a borbotones. Apenas cayeron unas pocas y se precipitaron por mis mofletes enrojecidos de pura impotencia. Me habría encantado decirle a Mattia que amaba a Charles y que me quedaría con él contra viento y marea, pero, si expresar mis sentimientos a personas de mi confianza era ya todo un reto, confesárselo a mi maldito jefe, ese que me miraba con desdén, era algo imposible.

Debería haberle dicho lo que sentía de verdad y no haber dejado a Charles que llevara la batuta en aquella conversación. Él tenía mucho que contarle a Mattia, pero no menos que yo y no fui capaz de oponerme tajantemente a sus designios a pesar de que los rechazaba y los repudiaba a más no poder.

Ese bloqueo emocional desembocó en un llanto tan desagradable para mí como necesario. Si no sacaba aquellos remordimientos de alguna manera, sentía que cargaría con ellos hasta mi muerte.

—¡Helena! ¡Helena, espera!

Las voces de Charles me devolvieron a la realidad, a la soledad del pasillo que me veía llorar, y, casi por inercia, entré en el primer cuarto que tuve a la vista, como si no quisiera que él me encontrara de ese modo.

No sabía si estaba cerca de mi posición, así que invertí todas mis fuerzas en limitar el llanto y templar mi estado antes de que diera conmigo y descubriera los ríos que nacían en mis orbes.

Me moví la montura de las gafas, manchando los cristales con pequeñas gotitas que enturbiaron mi limitado campo visual.

Mientras esperaba a que mi respiración volviera a la normalidad, ojeé la sala y vi varios monitores viejos. Por suerte, no había nadie sentado frente a ellos. Los únicos testigos de mi abrupta entrada fueron las paredes, los monitores, unas cuantas sillas y una mesa de madera en el centro de la estancia.

Suspiré y, justo después, escuché el golpe sordo de una última pisada a mis espaldas.

—Helena —me llamó él sin aliento—, no puedes huir de lo que acaba de pasar. Tenemos que ...

—No estoy huyendo —clamé en un tono más alto del adecuado.

No quería que se alarmara. No iba a cerrarme en banda ni a esconderme en un rincón donde él no me alcanzara. No habría una nueva discusión fuerte ni nada similar a lo que vivimos en Mónaco, pero tampoco me sentía bien con aquella situación y no fingiría una serenidad falsa.

—Bien, pues háblame —me instó—. Dime en qué estás pensando ahora.

Me retiré algo de humedad de la barbilla y me esforcé en ponerlo en palabras.

—Estoy pensando en que odio a Mattia.

Él anduvo hacia mí.

—¿Lo odias? —preguntó, dubitativo.

Por impulso de mis excitados nervios, di la vuelta y encaré a Charles, chocando de golpe con su alicaído gesto.

—Sí, porque todo lo que ha dicho es cierto —alegué—. Me jode que tenga razón. Me ha recordado que no estoy a la altura de lo que se espera de la pareja de Charles Leclerc y duele que alguien más lo vea de esa manera —Expuse mi perspectiva.

Estaba convirtiendo esa furia interior en valor y en resistencia para que mi voz no se tambaleara. Charles ya había notado el rastro del llanto en mi rostro y no pretendía esconderlo, pero sí quería que él me sintiera más entera y fortalecida aunque fuera una simple ilusión.

Dio otro paso y quedó a poco más de treinta centímetros de mi cuerpo.

—No tienes que estar a la altura de nada ni de nadie —esclareció.

Me relamí los labios y aparté varios mechones de mis mejillas. Necesitaba recogerme el pelo. No me gustaba tenerlo por la cara cuando debía concentrarme en algo, pero el coletero no estaba en mis muñecas y no tenía forma de recogérmelo.

—Toda mi vida ... Toda mi maldita vida ha sido eso —hablé, dejándolo congelado y atento a mis palabras—. ¿Está a la altura de una familia de tanto prestigio? ¿Está a la altura de una universidad como esa? ¿Está a la altura de la beca que le están proporcionando? ¿No la malgastará? ¿Estoy a la altura de este trabajo? —repetí esa serie de preguntas emponzoñadas que parecían no abandonarme—. Las personas que tienen que arrancarme esos miedos solo los alimentan más. Mi padre, mis superiores, ahora Mattia ... —Me toqué la base del cuello, agobiada—. Todos y cada uno de ellos se empeñan en hundirme para comprobar si sé nadar y no ... No sé, Charles —Lo miré con más miedo del que me habría gustado—. No sé mantenerme a flote. No mientras ellos continúen comportándose como si no mereciera nada.

—Pero, Helena —me nombró, apenado por lo que estaba diciéndole—, has sobrevivido todos estos años sola, y ya no lo estás.

—No ha dicho ninguna mentira, Charles ... —murmuré.

Mattia había sido irrespetuoso y desagradecido conmigo, pero, dentro de todo lo que había soltado por la boca, no había nada que no fuera cierto. Me doliera más o me doliera menos, había defendido lo suyo y había dado razones de sobra para que incluso yo comprendiera que se basaba en la realidad, en lo que veía con sus propios ojos, y también en lo que yo era.

Su semblante, oscuro y maltrecho, se oponía a todo lo que le contaba.

—Tampoco ha dicho ninguna verdad —negó.

No iba a ceder, por lo que me resguardé en el principal reproche que picoteaba mi cabeza.

—Y tú ... —farfullé—. ¿Por qué demonios me has defendido? Sabías que era un suicidio y aun así ...

—Aun así lo he hecho —habló él.

Lo decía con tanta tranquilidad que no podía evitar preguntarme si realmente estaba en sus cabales. ¿Actuó por error, porque se dejó provocar, o de forma deliberada? Charles debía saber que la prensa retorcería sus declaraciones hasta deformarlas y, si conseguían invertir los papeles, se vería muy salpicado por críticas que no merecía.

Me mostré molesta ante su comportamiento.

—Puedo defenderme sola.

—Lo sé, pero quiero protegerte, Helena —insistió en su decisión.

No parecía arrepentirse de nada y me aliviaba ver esa espíritu imperturbable suyo. Sin embargo, también me aterraba lo que pudiera ocurrirle a partir de entonces tanto dentro como fuera del equipo.

—¿A costa de tu relación con Mattia? —Lancé el dardo con ímpetu y sus ojos brillaron, delantando sus miedos más obvios—. Ya has visto cómo se ha puesto —Indiqué—. Puedo conformarme con que no confíe en mí, pero que la tome contigo es algo que no puede pasar. Se supone que él te llevará a lo más alto y si comenzáis a discutir, yo ...

—No lo entiendes —me calló.

Jadeé, nerviosa por su actitud, cerril y resistente a mis réplicas.

—¿Qué es lo que no entiendo? ¿Crees que no entiendo lo que ocurrirá si sigues enfrentándote a Mattia porque no me trata justamente? —Él claudicó sus labios, permitiéndome seguir—. Sé que te molesta que se comporte así conmigo y que Max haga más de lo mismo, pero es algo que solo me involucra a mí y tú no debes meterte —proclamé, a su pesar. Acelerada, volví a palparme la base del cuello—. Por Dios ... ¿En qué momento has creído que rebatir lo que ha dicho Max era una buena idea? A saber cómo habrás respondido a Sky Sports para que Mattia se haya puesto como una ...

—He respondido a unas acusaciones falsas —me aseguró—. Nada más.

—Y nos traerá problemas.

Acerté de lleno.

—Los solucionaremos —juró.

—Lo haces ver fácil y no va a serlo. Max se lo tomará como una ofensa personal y no me extrañaría que proclamara una guerra pública con tal de acabar conmigo y contigo de paso —Señalé hacia la peligrosa posición en la que se encontraba.

Consciente de que no estaba exagerando, aguardó durante unos segundos. Se mantuvo pensativo, incluso apartó la mirada de mi rostro para elucubrar a fondo sobre un tema del que yo no tenía conocimiento. Tras esa extraña pausa, Charles regresó a la puerta del cuarto y la cerró. Me resultaba difícil creer que estaba temiendo por nuestra privacidad, pero lo sentí así y, de alguna forma, me puso en alerta, como si lo que se disponía a contarme fuera información clasificada.

Se masajeó la muñeca izquierda y después jugó con sus dedos, tal y como hacía siempre que la preocupación empezaba a ganar terreno. Estaba tan desconcertada que no caí en la cuenta de que también solía hacer aquel gesto cuando se sentía culpable por algo.

Cabizbajo, entreabrió sus comisuras.

—Puede que yo le haya provocado un poco —reveló.

Por su actitud supe que no estaba mintiendo. No era ninguna broma. Charles consideraba que había obrado mal y se arrepentía, aunque no del todo. Si estuviera muy avergonzado de lo que había hecho, le habría costado un mundo confesármelo.

—¿A qué te refieres? —le pregunté.

Se chupó los labios, indeciso.

—Hablé con Max antes de la reunión con los Comisarios y, bueno, es posible que le echase en cara lo que te hizo y le jurase que nunca se lo perdonaría, pero ...

De pronto, me encontré a mí misma gritando.

—¡Charles, por favor! —supliqué, demasiado tarde—. ¡Te pedí que te mantuvieras al margen, ¿y tú vas y lo amenazas?!

A pesar de mi combativa reacción, él mantuvo el control de su voz como si se tratara de una charla normal y corriente.

—No ha sido una amenaza —decretó, desesperándome a una velocidad de infarto—. Me arde la sangre con solo verlo, Helena —Su aclaración me forzó a observar una de las paredes, decepcionada y herida—. Sé que lo he hecho mal, pero tenía que decirle que se ande con cuidado. Si vuelve a ...

—¡No va a volver a hacerlo! —Me odié por gritar de aquel modo y me corregí antes de volver a hablar—. Aunque puede que ahora sí se atreva ... —verbalicé ese miedo.

—Por encima de mi cadáver —se negó él.

Por muy determinado que estuviera a frenar los ataques de Max, no era humanamente posible que pudiera evitarlos. Ni yo me veía capacitada para detener el devenir de los acontecimientos.

Con la mandíbula adolorida de tanto apretarla, me esforcé en mirarlo sin que las gotas empaparan de nuevo mi visión.

—Has sido un egoísta.

—Sí. Lo reconozco —admitió sin pudor—, y volvería a encararme a él si fuera necesario —aclaró, orgulloso de sus actos.

—¡Pero no era necesario, Charles! —exclamé.

—Lo era porque tu seguridad está en juego y no quiero que te ocurra nada —se justificó.

El agobio me tapaba los orificios nasales. Respirar por la boca tampoco era una solución, así que observé varios puntos a nuestro alrededor para que la rabia no me cegara.

—De verdad ... —Exhalé—. Solo has complicado las cosas —le recriminé abiertamente.

Pensé que mis desavenencias con Max por fin habían acabado. Pensé que él seguiría con su vida y me dejaría en paz, que yo podría vivir la mía con la normalidad que tanto deseaba, pero Charles estaba rompiendo ese idílico escenario. Lo había hecho añicos por un arrebato de orgullo del que no podía culparle porque ... Si él estuviera sufriendo un acoso similar al que yo sentía, también habría tenido unas palabras con el hijo de puta que lo intimidaba. Habría hecho lo mismo que él y esa bifurcación en mis ideales hacía que aquella discusión fuera jodidamente dolorosa.

Suavizó su voz, apelando a esa parte de mí que empatizaba con su resolución.

—No será fácil, pero nunca he querido que lo fuera —dijo.

—¿Entonces qué quieres? —Me centré en sus ojos verdes y la misericordia que pedían—. Porque esto ... Esto puede acabar con nosotros —Me tomé un par de segundos de descanso. Estaba muy alterada y no quería pagarlo con él—. Max no sabe parar y tú le has dado cuerda para rato. Además, el enfado de Mattia es lógico. Estás poniendo en peligro tu imagen y yo no quiero que ofrezcas tu cabeza, que la claven en una pica y que toda tu carrera se vaya a la mierda por posicionarte de mi parte —le relaté, angustiada.

El arrítmico latido de mi corazón fue la banda sonora perfecta para aquel momento.

Charles torció la boca en una mueca.

—Sigues sin comprenderlo, tesoro —balbuceó.

Estaba cansada, enfadada y la desazón me había soldado los sentidos, pero lo intenté una última vez. Intenté serenar el espíritu que amenazan con degollar a todas y cada una de las personas que me impidieran estar con Charles y disfrutar de mi mejor momento personal.

—Pues explícamelo porque no lo entiendo —le pedí.

Con calma, se acercó y posó su mano en mi brazo izquierdo. El recorrido circular de su pulgar empezó a relajarme al cabo de unos instantes de conexión física entre ambos.

—Primero necesito que te calmes, mi amor —apeló al pedazo de mi alma más oculto, ese que no abogaba por la guerra—. Escúchame, ¿de acuerdo?

Inhalar se convirtió en un proceso más sencillo.

—Siento haber levantado la voz —me disculpé.

Charles asintió y masajeó mi antebrazo con cariño.

—Quiero convertirme en el campeón del mundo con Ferrari —me recordó su meta.

—Lo sé —musité.

—Y quiero sentirme orgulloso del camino que he recorrido, pero tú has cambiado mi forma de ver el mundo —comentó, al tiempo que su semblante cambiaba y reflejaba armonías diferentes.

La extrañeza me invitó a fruncir los labios y a buscar una explicación.

—¿Y cómo demonios he hecho eso? —dudé.

—Apareciendo y siendo tú misma desde el principio —Sonrió, tierno y compasivo—. Me enamoré de ti. Estoy tan, tan, tan enamorado de ti que la percepción de mis sueños ya no es la que era.

—Pero tu sueño es el mismo —insinué.

Agitó con suavidad la cabeza.

—No. No es lo mismo que cuando nos conocimos —desmintió—. Ahora ya no quiero convertirme en el mejor si no es contigo a mi lado.

Al principio, esa confesión no hizo ninguna mella en mí. Fue como si no tuviera significado alguno. Como si fuera un comentario sin más, yermo e insustancial. Después, me sentí aturdida. Tenía la sensación de que había dicho algo sumamente importante que no lograba descifrar.

Él debió percibir mi desorientación, pues contuvo una débil risa y esperó a que diera alguna señal.

—¿Qué estás ...? —titubeé, muy torpe.

Agarró mi otro brazo, sorteando el vendaje de mi mano.

—Puedes irte a otra escudería, puedes irte a otro país, puedes cambiar de trabajo ... Puedes hacer lo que quieras —me incitó a elegir cualquier camino que pusiera kilómetros y kilómetros entre nosotros—. No creo que haya nada que pueda deshacer la conexión que tenemos. Eres mi hogar y, mientras yo también sea el tuyo, no perseguiré un futuro lejos de ti —Sus dedos se cerraron sobre mi piel—. Que Mattia se oponga no va a convencerme de que dejar de quererte es la solución. No lo es. Y no hay nadie ... No hay mujer que te haga sombra, aunque sea más amigable o más conocida. Ya tengo a la mujer más hermosa, más entregada y más digna —Me definió detalladamente con sus ojos enamorados y cordura nublada—. No hay nadie, no hay nada —concretó—, que esté por encima de ti.

Y empecé a digerirlo hasta que, sin comerlo ni beberlo, volví a notar los ojos enturbiados por una nueva ronda de lágrimas.

—¿Qué quieres decir? —Le lancé aquella pregunta de forma indiscriminada y solo recibí una bonita sonrisa de su parte—. ¿Qué ...? Charles, ¿estás de broma? —Pestañeé con fuerza—. ¿Me estás diciendo que serías capaz de renunciar al campeonato, a tu vida, por mí?

Lo exageré adrede, para que se diera cuenta de que estaba siendo un insensato, un temerario, por proponer semejante idea. Mi intención era que me admitiera estar bromeando o jugando con mis pobres nervios. A lo mejor tenía la tonta esperanza de aliviar mi tormento con un chiste de mal gusto, pero yo no estaba por la labor de reír.

Y, en lugar de deshacer mis vacilaciones en el sentido que yo anhelaba, las dinamitó por los aires, más decidido y comprometido con nuestra relación que con el que debería ser el verdadero amor de su vida; la Fórmula 1.

—Si es por ti, lo haría.

Las caricias en mis brazos desnudos hicieron que el golpe fuera todavía más intenso.

La escena se desdibujó y las piernas me temblaron tan repentinamente que no tuve más opción que lanzarme contra él y abrazarlo antes de que viera mis labios tiritar y las gotas descender de mis cuencas, alborotadas y más elocuentes que cualquier cosa que consiguiera articular después de oír su pretenciosa sentencia.

Me acogí a su espalda como si temiera que alguien pudiera llevárselo. Abrazada a él, bastaron unos pocos segundos para que Charles me devolviera la misma calidez de siempre y su pecho me refugiara de las ventiscas que estaban desatándose fuera.

—No vuelvas a decir esa barbaridad ... —le rogué.

—No es ninguna barbaridad —respondió—. Es lo que siento.

—No puedes elegirme —rebatí—. No puedes ...

—Lo estoy haciendo, Helena —dijo a mi oído.

—No, Charles, no ... —Mi aliento tembló—. Yo no valgo tanto como para que ...

Su mano derecha abrazó mi nuca. El trayecto de sus dedos entre mi cabello me dio un alivio inmenso. Al identificar aquel sentimiento, la culpabilidad llamó a mis puertas porque no podía alegrarme de que me escogiera ni de que dejara de lado todo lo demás.

Esa no era la vida que quería para él.

Ma chérie ... —reclamó mi atención—. Vous ... Vous valez tout ... —me susurró.

Pero no era así.

Bajé los párpados, agobiada y agradecida a la vez.

—No puedes ... —Lagrimeé.

No puedes quererme tanto.

El problema era que, tal y como él mismo había dicho, no había nada ni nadie, ni siquiera yo, que pudiera prohibirle amarme de ese modo.

—¿Lo entiendes ahora? —interpeló a esa parte de mi ser que no se negaba a sus repentinos deseos—. No quiero esta vida si termino perdiéndote. De nada me sirve cumplir mi sueño si no puedo celebrarlo con la persona que más amo y Mattia terminará aceptándolo, igual que mi madre y que el resto del mundo. Tarde o temprano, comprenderán que tú eres lo que más me importa y tendrán que lidiar con mi decisión porque no voy a dejarte, Helena —Mi nombre sonó como una liberación absoluta para él—. No te agobies. No abandonaré nada. Ni a ti ni a la Fórmula 1. El escenario en que debo escoger entre vosotros no ha llegado y es casi imposible que llegue. Puedo protegeros a los dos, así que no tienes que preocuparte. Sublevarme contra Mattia no es el fin, sino el principio.

¿Desde cuándo había estado pensando en algo así? ¿Desde cuándo me dio la prioridad? ¿Desde cuándo estaba yo por delante de su trabajo?

—¿Y si llega ese día? —cuestioné, extenuada—. ¿Y si llega el día en que debas sacrificar a uno? —Planteé, sabiendo cuál sería su resolución.

Repartió cálidos roces en mi nuca y habló con total franqueza.

—Ya sabes lo que decidiría. No me temblaría el pulso —declaró, airoso.

Asustada por el peso de lo que decía, intenté convencerle de que jamás le exigiría una elección. Jamás le arrebataría su pasión por aquel deporte y me quedaría todo su amor porque yo no estaba hecha de esa madera.

—Yo nunca te pediría que ...

El inminente llanto cortó mi voz.

Y sabía cuál era la razón de esas lágrimas.

Por mucho que yo no quisiera tal futuro, la decisión era de Charles. No podía imponerle mi opinión. Solo me restaba respetar sus ambiciones, incluso si la primera de ellas tenía mi nombre.

—Sé que tú no me pondrás entre la espada y la pared, pero este deporte sí lo haría. Y si no es el deporte, sería el público, con sus demandas  e intransigencias. Por eso estoy seguro de que te elegiría a ti —A punto de sollozar, me cubrí los labios con la mano derecha—. Solo renunciaría a una vida contigo si tú me lo pidieras, pero me estás abrazando como si hacerlo fuera tu peor pesadilla —rio al final.

Nuevas gotas salpicaron el cristal de mis gafas. Acompañándolas, algunos suspiros desfilaron a nuestro alrededor.

—Lo es —reconocí—. La peor de todas.

Empujé mi nariz contra la tela de su camiseta y escuché lo que tenía que decirme antes de romper a llorar con estridencia.

—Entonces quédate conmigo. Ese es mi mayor sueño —Sentí su beso en mi oreja, seguido de un pequeño masaje en mi espalda—. Ya sabes que puedes llorar todo lo que quieras, ¿verdad? No me gusta que te seques las lágrimas a escondidas. Me siento fatal cuando lo haces. Es más reconfortante para los dos si no se lo ocultamos al contrario. Prefiero verte triste a verte fingir —Y dejé ir mis tímidos gemidos para que él fuera testigo de las contradicciones que bramaban en mi interior—. Eso es ... —Me animó a continuar—. Se hai bisogno di piangere, meglio che sia tra le mie braccia, non è vero? —sugirió en italiano.

Sí ... —Afirmé como buenamente pude.

En medio de mis desconsolados sollozos y con sus brazos haciendo de la perfecta ancla, logré distinguir unas pocas palabras que me hicieron todavía más dichosa.

Voglio solo le tue lacrime —masculló mientras yo empapaba su prenda—. Lo solucionaremos. Más pronto que tarde, podremos salir ahí fuera de la mano —auguró, seguro de sí mismo—. Te lo prometo.

Y Charles no juraba en vano.

—No quiero que la gente me vea como una oportunista por estar contigo ... —Sollocé.

—No dejaré que te vean de ese modo —dictó él.

—Tienes influencia, pero no tanta, y ... —Sorbí la nariz, apenada—. Tengo la sensación de que lo creerían igual, dijeras lo que dijeras, así que ... Puedo esperar a que se olviden de tus anteriores relaciones y de mis fallos. Me da igual si son meses o años, Charles ... Yo ...

—Vamos a tomarlo con calma —Me calló para que no siguiera hurgando en la herida—. Por el momento, mantenerlo en secreto es lo más lógico, ¿no? Bien, pues eso haremos —Me encogí, consciente de que no teníamos otra alternativa—. Tendremos tiempo de sobra para elegir cuándo, cómo y dónde. Lo decidiremos todo. Nadie decidirá por nosotros —dijo con firmeza—. Si transigimos ahora, no habrá una próxima vez —Acarició mi pelo a modo de consuelo—. No tomarás más disgustos como este, ¿vale?

Su promesa parecía fuerte. No debería haber nada capaz de romperla y así quería creerlo.

En silencio, continué llorando contra su hombro. Apenas pude emitir un triste ronroneo para aceptar su propuesta y ni siquiera supe si llegué a transmitirle ni una pequeña parte de la frustración que sentía, pero confié en su habilidad para entenderme y me dejé acunar por sus brazos durante aquel largo llanto.









🏎️🏎️🏎️



Debían haber pasado unos veinte minutos cuando nos marchamos de aquella sala deshabitada y regresamos a la entrada principal del edificio. Allí nos esperaba una Mia con mala cara que, tan pronto como nos vio llegar, preguntó qué había ocurrido con nuestro jefe. Ni Charles ni yo queríamos remover aquel tema, así que él le hizo un breve resumen y le aseguró que tendría todos los detalles después de la carrera del día siguiente. Mía se quedó conforme porque sabía muy bien que no había sido plato de buen gusto y que habíamos discutido. También notó mis ojos rojos y, por eso mismo, me pidió que esperáramos unos minutos más, hasta que mi aspecto volviera a la normalidad y pudiera mostrarme frente a las cámaras.

Charles y ella se pasaron ese rato hablando sobre qué hacer respecto a las declaraciones que había dado en televisión. Yo me incluí en la conversación en algún punto de la misma y acordamos qué diríamos y qué callaríamos cuando hablásemos con los periodistas. En mi caso, determiné cuál sería mi postura y Mia no puso problema alguno. Ella me acompañaría al bajar y estaría a mi lado mientras mi discurso público durara.

Charles no dudó en agradecerle el gesto, pero Mia le quitó importancia, como siempre.

No había señales de Mattia por allí, por lo que actuaríamos por nuestra cuenta y riesgo, sin su beneplácito. Sin embargo, Mia me prometió que hablaría con el jefe de equipo y que le convencería de que habíamos obrado correctamente al dar la cara tan rápido. Incluso Mattia entendería que esa era la táctica más efectiva para cortar de raíz un chisme como ese. Él podría aportar los datos necesarios, si le parecía oportuno defenderme de aquellas acusaciones, pero yo no dependería de sus palabras, sino únicamente de las mías.

Solo se escuchaba el rumor de los periodistas que esperaban abajo y la voz de nuestra compañera quebró el silencio parcial de la entrada.

—Lena, ¿vamos? —me preguntó, guardándose el móvil en sus vaqueros.

Seguía estando un poco apagada, aunque, que me vieran más alicaída y seria que de costumbre, era bastante beneficioso. Asentí a Mia y le pedí unos instantes más antes de librar la última batalla del día.

—Ah, sí. Un segundo.

Y, seguidamente, me giré hacia la derecha, donde Charles permanecía atento a la ventana, controlando los movimientos de aquellos reporteros famélicos. Vio que me desplazaba, pero no pudo reaccionar a mi repentino abrazo a tiempo.

Me enganché a su ropa y hundí el rostro bajo su cuello, buscando cobijo y paz.

Él colocó una mano en mi cabeza y la otra entre mis omoplatos. Se había sorprendido de que tuviera esa muestra de cariño con una espectadora presente. No lo habría hecho de no haber sabido que Mia ya estaba mirando hacia otra parte, dándonos cierta privacidad.

—¿Y este abrazo? —inquirió, ligeramente risueño.

—Para agradecértelo —mascullé.

Me apretujé más contra él y Charles hizo lo mismo conmigo.

—¿Agradecerme el qué? —dijo, perdido.

—Tu férrea defensa acerca de mi entrada en Ferrari —le expliqué.

Sentí su suspiro y conté sus latidos hasta que volvió a hablar.

—¿No te había molestado?

—Sí —admití—, pero también me ha hecho muy feliz, Charles —Ese agradecimiento era uno de los más sinceros que había compartido con alguien jamás—. Creí que nunca querría que nadie más que yo misma me protegiera y tenías que llegar tú a romper otro de mis principios.

Esa pequeña broma le provocó un par de risotadas. Yo sonreí, todavía encerrada en su pecho.

—Te protegeré pase lo que pase, tesoro —Se posicionó y peinó algunos mechones de mi cabello—. Siempre que me dejes, claro —bromeó.

—No necesitas mi permiso —murmuré, arrepentida de haberlo acusado de egoísta—. Gracias.

Solo quiso defenderme de un trato injusto. A pesar de que me habría gustado que no fuera tan imprudente, no me sentía cómoda reprochándole un comportamiento que, en realidad, era noble.

—Intentaré hablar con Mattia cuando volvamos a Maranello —me comunicó él en voz baja—. Puede que estar a solas conmigo le haga cambiar de parecer. Veré cómo arreglar todo esto —Me alejé poco a poco de su torso—. Tú solo tienes que ocuparte de tu trabajo y de quererme. Eso será suficiente —Confirmó, leyendo mi mirada.

Con las energías recargadas, me impulsé y deposité un suave beso en su mejilla.

—De acuerdo —Acepté.

Charles parecía feliz de que hubiera comprendido sus intenciones, pero mi docilidad se debía, en gran medida, al cansancio acumulado después de una jornada tan intensa. Lo percibió enseguida. Pese a ello, continuó con sus aires chistosos para despedirse de mí.

—Me gusta que seas obediente para variar —Expresó, algo burlón. También golpeó mi barbilla con su dedo índice y ese detalle me arrancó media sonrisa al vuelo—. Respira hondo, cariño. Tienes que salir ahí y demostrar quién manda —Me alentó.

Así lo haría. No dejaría que nadie pisoteara mi trabajo ni mi esfuerzo. Ni siquiera Max Verstappen iba a poder hundirme y Charles confiaba a ciegas en mi fuerza para seguir adelante, sin importar que todo el mundo se pusiera en mi contra.

Contemplando su semblante, me despedí.

—Buenas noches —Le deseé.

Tras un asentimiento cómplice, Charles me dejó marchar.

—Buenas noches —dijo de vuelta. Atenta a mi repliegue, llamó a Mia—. Cuídamela, Mia.

Ella nos observó. Vio cómo yo me palpaba los mofletes en un intento por relajarme y eliminar cualquier señal del llanto, y después miró a Charles.

—No te preocupes y disfruta de tu cena, Charles —comentó.

Entonces recordé que Charles tenía una cena programada esa noche. Otros miembros del equipo, incluidos Mattia y Carlos, asistirían también al evento. Él llegaría tarde al hotel. Sabía cómo funcionaba esa clase de cenas y no regresaría en la madrugada. Por tanto, deduje que aquella despedida serviría hasta que nos viéramos a la mañana siguiente.

—Llámame cuando llegues al hotel.

Su petición me llevó a mirarlo de nuevo, una última vez.

Estaba de brazos cruzados, incómodo por la situación en la que me había envuelto. Se sentiría culpable, fueran cuales fueran mis palabras, así que le sonreí con la idea de que un gesto tan simple lo tranquilizara un poco y todo aquel embrollo no le amargara la noche.

—Hecho —respondí.

Mia abrió la puerta principal y yo salí. Ella me seguía de cerca y pudo preguntarme entre susurros mientras bajamos el largo tramo de escaleras.

—¿Tienes claro lo  que vas a decir? —inquirió.

El sonido metálico de los escalones, que chirriaban bajo nuestros pies, llamó la atención de algunos de los periodistas. Enseguida noté los flashes desde abajo.

—Sí.

Ella me acarició el hombro. Yo tomé una buena bocanada de oxígeno.

—Pues dilo alto y claro, ¿vale?

Me erguí, escuchando gritos en diferentes idiomas, y llegué al último trecho. Solo me separaban diez escalones de la que sería una de las experiencias más traumáticas y violentas de mi vida como ingeniera y como integrante del mundo automovilístico hasta la fecha. Afrontarlo con entereza y calma era lo único que me quedaba y fue lo que hice.

—Vale —Afirmé y me aclaré la garganta.








🏎️🏎️🏎️

El capítulo tardó más de lo que me habría gustado, pero aquí está por fin 😌

Espero que os haya dado algo de tranquilidad después de la pelea con Mattia porque Helena y Charles van a luchar por lo que quieren pase lo que pase y yo no puedo estar más orgullosa de ellos 🤧❤️‍🩹

Nos vemos con el siguiente 🫶🏻 y, por si no nos leemos antes, Feliz Navidad a todas y a todos ♡♡♡

Os quiere, GotMe 💜❤️

15/12/2023

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