73 || do i have to choose?
Charles Leclerc
Helena y yo seguimos a Mattia de cerca y, a pesar de la insistencia de Mia por acompañarnos, yo le pedí que se quedara allí junto a Carlos y a Xavi. El talante de Mattia no era el ideal y, si ella se involucraba en aquella charla, podría terminar salpicada.
Dejamos a nuestros compañeros en la sala de reuniones y atravesamos el edificio.
Yo noté a Helena más nerviosa que de costumbre, pero era de esperar porque la brusquedad de Binotto invitaba a preocuparse por lo que tuviera que comunicarnos. Ella había sentido perfectamente que había algo oculto en su voz. Lamentándome por no disponer del tiempo necesario para calmarla, solo pude palpar su espalda cuando entramos a la estancia. Helena no se giró, pero aguardó cerca de la puerta mientras yo la cerraba. No quería alejarse de mí y verla tan inquieta me retorció el alma.
Así pues, me apresuré a volver a su lado antes de que Mattia abriera la boca.
—¿En qué estabas pensando?
Su tono frío y afilado nos golpeó de lleno.
—En decir la verdad —dije.
Me aguantó la mirada, feroz.
—¿A costa de la repercusión mediática? —exclamó—. Vamos, Charles —Sonrió, socarrón—. Sabes perfectamente que ...
Di un paso al frente para dar más énfasis a lo que tenía que contar.
—¿Que tengo que cerrar la boca cuando Max se dedica a difamar al equipo? —Fruncí el ceño—. Porque eso es lo que está haciendo al referirse a "motivos externos" por los que Helena pudo entrar en Ferrari. ¿De verdad quieres eso, Mattia?
—No quiero que nos metamos en una controversia de esas magnitudes —Aseguró él—. Ya tenemos suficiente con problemas en el garaje.
Yo descansé un poco mis hombros.
—No habrá ninguna controversia —sentencié.
—¿Ah, no? —Parecía muy indignado con mi seguridad—. ¿Y todos los periodistas que hay abajo? —inquirió, bromeando de modo hiriente—. ¿Vienen a saludarte o a pedirte una foto? No me queda claro, la verdad —Se burló.
Entendía su miedo a la repercusión pública, pero él no intentaba ponerse en mi lugar ni en el de Helena. No estaba mirando por nuestro verdadero bienestar, sino por el suyo propio y, aunque no podía culparle por hacerlo, me dolía que no quisiera empatizar mínimamente con nosotros.
—¿Puedo hablar?
La pregunta de Helena nos silenció a ambos.
Mattia debió recordar que esa conversación también la involucraba a ella y que no era la clase de persona que se quedaría callada en una esquina mientras él y yo discutíamos sobre su pasado, presente y futuro.
—No vas a hablar con ellos, Lena —dictó con el rictus serio—. No sin que acordemos lo que vas a decir.
—Quiero hablar ahora, Mattia —Se pronunció—. Ahora mismo.
Entonces, giré el rostro y observé el gesto estoico y a la par tenso de Helena.
Nuestro jefe reprimió las palabras que deseaban salir escopetadas de su boca y silenciar a Helena incluso antes de que hablara.
—Adelante —alentó.
Helena se preparó para dar su opinión sobre el asunto.
—Mi relación con Max no es buena desde que comenzamos la temporada —informó ella.
—¿Y con quién te llevas bien? —reclamó Mattia.
Me interpuse a su ofensiva indiscriminada.
—Eso sí que no, Mattia —dije con una fuerte indignación por su descaro.
—No creo que tengas quejas de mí —Se adelantó Helena—. Hago lo que se me manda y cumplo con mi trabajo. Me llevo bien con el resto. Puede que no sea íntima del equipo entero, pero no he dado problemas, así que te pediría un mínimo de respeto —exigió—, a pesar de que no debería mendigar algo tan básico.
La dureza era la protagonista de su discurso. Estaba reclamando una justicia que no se discernía en el criterio que seguía Mattia. Estaba reclamando algo que se le debía por derecho y que no recibía de la persona que más intentaba complacer al terminar su jornada.
Con la mandíbula torcida, ojeó los documentos que había sobre su mesa y se irguió, atento a la faz desafiante de su empleada.
—Tienes razón. Disculpa.
Satisfecha con la admisión de su mal comportamiento, continuó relatando la historia.
—He discutido varias veces con Max —declaró—. También me ha amenazado y debería haberlo puesto en manos de las autoridades antes de que empeorara. Pensé que debía arreglarlo en privado, sin perjudicar la imagen de Ferrari, y parecía que lo habíamos solucionado, pero es evidente que no —expuso, arrepentida del curso de los acontecimientos—. Siento que esto haya pasado a mayores —pidió perdón, sorprendiendo visiblemente a Mattia—. Nunca fue mi intención.
—Tú no tienes la culpa de esto —intervine de repente.
Mattia posó sus ojos negros en mi figura.
—Que no tiene la culpa ... —masculló entre dientes—. ¿Habrías defendido a cualquier otro compañero como la has defendido a ella? —me preguntó a modo de reprimenda.
Helena no supo cómo interferir en dicha acusación porque sabía que cualquier respuesta nos comprometería a tener que revelarle qué tipo de relación teníamos, pero no hizo falta que ella dijera nada. Yo no tenía ninguna duda de lo que debía responder a la inquisitiva pregunta de Binotto.
—Sí —confirmé, muy confiado—. Mis sentimientos por Helena no han interferido.
No había avisado a Helena de que Mattia ya imaginaba los términos de nuestra relación. No había tenido tiempo para contárselo, así que ella quedó muda mientras nosotros dos sosteníamos la furiosa mirada del contrario. No pude girarme y comprobar qué clase de sentimientos transmitía su semblante, pero su consiguiente tartamudeo reveló que en su interior había toda una maraña de ideas y deducciones a las que tuvo que llegar por sí sola en pocos segundos.
—Yo ... —titubeó.
—¿Crees que nací ayer, Lena? —dijo Mattia, lanzándose a su cuello—. Me di cuenta hace semanas de lo que hay entre vosotros.
Bajé la vista, preocupado por la peliaguda situación en que estamos envueltos de repente.
—Hemos sido cuidadosos al respecto —alegó ella.
—No lo suficiente. A mí no habéis podido engañarme.
—Es que no estábamos intentando engañar a nadie —repliqué.
No me gustaba la forma de hablar que estaba empleando. Parecía que nos acusaba de haber orquestado una obra de teatro ruin y lamentable que no podríamos justificar por muchas explicaciones que diéramos.
—¿Entonces? —Exigió una aclaración.
—Esperábamos que el ambiente se calmara. Los rumores que me relacionan con Charlotte todavía son muy recientes —Ilustré parte de nuestras razones para callar algo tan importante—. Íbamos a hablar contigo después de este Gran Premio.
—¿Hablar conmigo? —exclamó, desconcertado.
—Sí —Asentí.
—¿Por qué? —Insistió en su incomprensión—. No me interesa que compartáis la misma habitación de hotel, Charles.
Esa insinuación bastó para que yo me adelantara y pusiera las cosas en su correcto orden, sin suposiciones ignorantes ni medias verdades.
No era un pasatiempo ni nada que se le acercara. Yo no estaba con Helena por el sexo o por entretenerme con alguien que me atraía físicamente y se lo dejaría bien claro a Mattia para que no creyera lo que más le convenía a él.
—No, Mattia. No te equivoques —hablé con vigor—. Somos pareja y vamos a oficializarlo pronto.
Su incredulidad inundó el remanso de silencio posterior.
Se apoyó en la mesa, boquiabierto y aturdido, para luego lanzar una pregunta inconexa.
—¿Qué?
—Lo que oyes —Establecí.
—¿Pero qué mierda te pasa? —Alzó la voz.
—Lo que haga con mi vida privada es cosa mía —No me apoqué ante su tono de autoridad—. Tú no tienes nada que decir. Solo íbamos a avisarte de nuestros planes. Nada más —Zanjé.
—Siempre tendré algo que decir si afecta a la imagen del equipo —declaró.
—¿Y cómo afectaría al equipo que Charles y yo estemos juntos? —preguntó Helena.
—Muchísimo —Se rebeló contra la confusión de Helena—. No tienes ni idea de cuánto.
—¿En qué exactamente? —me pronuncié yo.
No soportaba que la tuviera en su punto de mira. A pesar de saber que ella podía defenderse de sus acusaciones, no quería ponerla en dicha tesitura, así que reclamé su atención casi de forma automática.
Me miró, duro y malhumorado.
—¿Tengo que explicártelo?
—Lo estoy deseando —aseguré.
—Hasta hace dos malditos días, medio mundo pensaba que Charlotte y tú habíais vuelto. ¿Qué diría la gente si de repente se os ve juntos? —dijo, irritado por mi simpleza—. A ti te tacharían de mujeriego y a ti de entrometida —Se dirigió a ella otra vez—, como poco. Por no hablar de que, desde hace una hora, estás metida hasta el cuello en una polémica sobre tu ingreso en Ferrari y que podrían entender como un buen "motivo externo" que salgas con uno de nuestros pilotos —Hizo una pausa, observándonos por turnos—. ¿Queréis más razones?
—Nos verán de esa manera si tú dejas que así sea —puntualizó ella.
—¿Me estás cargando con la responsabilidad? —dijo, bien molesto.
—No. Tú no eres responsable de nuestra relación, pero sí eres responsable del equipo y de su seguridad y, que yo sepa, los dos formamos parte de Ferrari —Esgrimió muy hábilmente.
Y, aunque a Mattia no le hizo ni una pizca de gracia que Helena le devolviera la pelota con tanta fuerza, no se guardó nada dentro.
—Haría eso por Charles, pero no sé por qué tendría que hacerlo por ti —Escupió.
Helena dio un paso al frente.
No se acobardó ante la desfachatez de nuestro jefe de equipo.
—¿Qué he hecho mal para que me desprecies, Mattia? —Se quejó con mucha razón—. Cambio de piloto cada dos semanas porque me quieres poner a prueba, me quito horas de descanso para solucionar todos los problemas que surgen con las estadísticas y estrategias y me pongo delante de una maldita cámara para defenderte a ti y a Ferrari siempre que me lo pides. Esa no es mi ocupación y lo hago porque sé que no te fías de mí y quiero demostrarte que puedo ser lo que necesitas en el muro —enumeró el infinito listado de quehaceres que llevaba a cabo sin rechistar—. Entonces, ¿qué mierda pasa? —Entrecerró los ojos, cabreada—. ¿Por qué no defenderías a una de tus trabajadoras?
Binotto se enderezó como una vela que acababa de ser desplegada.
—Que hagas bien tu trabajo no significa que seas la mujer que Charles necesita en este momento —verbalizó su punto de vista.
—¿Ahora sabes qué necesito? —Me metí de por medio—. ¿Me estás tomando el pelo, Mattia?
—No, Charles —negó—. Tus necesidades son las del equipo. Hablamos de esto cuando te contratamos para Ferrari y se mantiene. No necesitas a una ingeniera que se pelea cada día con un piloto diferente y que no sabe mantener la boca cerrada —Tras esas palabras, volvió la cabeza hacia Helena—. Podemos necesitarte como ingeniera de pista, Lena, pero no nos harías ningún favor si te conviertes en la novia de Charles.
Compungida por la opinión de Mattia, expresó su desacuerdo como buenamente pudo.
—Estoy cansada de hacer favores a personas que no me valoran —Expuso.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Cuál es el plan? —inquirió con una dosis de ironía que no me agradó nada—. ¿Que salgáis cogidos de la mano y poséis para las cámaras como si fuerais a convertiros en la pareja favorita del paddock? —Echó una carcajada rota al aire—. Eso no funciona así y tú lo sabes —Afirmó, señalándome con su dedo índice—. Los fans aclamarían a una chica popular y guapa que sabe sonreír, que es grácil y simpática con todo el puto mundo, y, por encima de todo, que no se ha metido en tu anterior relación.
—Yo no me he metido en ninguna parte —clamó Helena.
Hice el amago de acercarme a ella, pero Mattia no tardó en contestar.
—Aunque lo hubieras hecho, me da igual cuál sea la verdad porque el público decidirá qué creer. Ellos hablan y dictan —Elevó el tono, exasperado por las ganas de pelear de la ingeniera—. Estamos a su merced. Este es un deporte de masas y de medios, Lena. Si quieren verte como una aprovechada que ha cazado al piloto de turno, estás acabada. Y no podría tener en el equipo a una ingeniera con ese historial —Se posicionó, enrabietado—. Ni yo ni ningún jefe de equipo con dos dedos de frente.
Por el fruncimiento de sus comisuras, comprendí que estaba tragándose su orgullo para no marcharse de allí después de decirle lo necio y apático que estaba siendo con nosotros y, en especial, con ella.
—No vas a hacer nada por ayudarnos —dedujo.
—No puedo.
—No quieres.
Esa batalla de reproches me erizó la piel.
—¿Y si no quiero? —rebatió Mattia—. No voy a tirar por la borda el sueño de mi vida por un enamoramiento pasajero que, mágicamente, a ti te conviene muchísimo y que a ti te está volviendo un estúpido deslenguado incapaz de pensar en las consecuencias de sus actos —comentó, regresando a mi rostro de angustia y disgusto—. No te he dado la imagen de niño bonito para que la destroces, Charles. Ninguna mujer merece tanto la pena —Apuntó, herido por el rumbo que había elegido—. Creí que lo tenías claro. Si vas a sacrificar tu vida por la Fórmula 1, también tienes que renunciar a ciertas cosas. Vi a un campeón del mundo en ti. Seb también lo ve, joder —blasfemó—. ¿Me estás diciendo en serio que ella es suficiente para que te replantees todo lo que has deseado desde que eras un crío? Podéis follar o prometeros la luna si os apetece. Me importa una mierda lo que hagáis de puertas para adentro, pero no habrá ningún comunicado oficial —sentenció—. No voy a permitirlo.
Si así iba a concluir nuestra cruda charla, había sido mucho peor de lo que predije en un primer momento.
—¿Esa es tu última palabra?
Su cuestión me llevó a mirarla.
Tenía las manos encogidas en puños, la mandíbula tensa y los ojos cristalinos. Si no la conociera, habría creído que estaba preparándose para saltar sobre Mattia y arrancarle la piel a tiras. A lo mejor así la veían las personas que no habían pasado tiempo con ella. Como una mujer recta y vengativa que no perdonaba ni una mala palabra de los demás.
Si los demás supieran cómo era, habrían sabido, al igual que yo, que Helena estaba luchando contra una marea de lágrimas más peligrosa que cualquier arrebato de furia.
—No —dijo él—. Te defenderé como parte de Ferrari. Podrás hablar con los medios si lo prefieres y demostraré que tu contrato es completamente lícito. Si tengo que aportar la información y llevarlo a la FIA para que callen a Max de una vez, lo haré, pero tampoco habrá denuncia contra él —Delimitó su campo de actuación—. Sería un escándalo sin precedentes.
Mattia debía pensar que Helena se contentaría con eso y, siendo sinceros, era muy probable que terminara transigiendo en cuanto al tema de Max porque ya había manifestado que no quería entrar en un lucha que perdería, pero yo no, y me sorprendía que no viera la verdadera amenaza en mí.
—¿Me estás diciendo que tolere su comportamiento? —exclamó, estupefacta.
—Mattia, Max la agredió —hablé yo, templándome—. No es una enemistad normal y corriente. Podría hacerle daño otra vez y, si eso pasa, te juro que ...
Sin embargo, ignoró mi intervención y se centró en la chica que tanto le desagradaba como mi pareja de vida.
—Si vuelve a tocarte, asegúrate de que haya cámaras que lo graben —le advirtió a una Helena que no podía procesar lo que se le estaba proponiendo.
Al cabo de unos segundos de recelo, estableció el límite.
—No voy a actuar de un modo tan rastrero —Se plantó con el gesto torcido.
—Pues es la única solución que hay.
La hostilidad que desprendía Binotto debería haber sido suficiente para frenar sus intentos de rebelión, pero Helena no replegó las alas.
—Es la única solución que me das, pero hay más opciones —Mantuvo ella.
Mattia golpeó la mesa de madera y el sonido hueco que dejó en el aire se repitió a nuestro alrededor.
—¡No mientras estés en Ferrari y yo tenga algo que decir! —gritó.
Consciente de que estaba perdiendo los nervios por completo, se masajeó las sienes y dio la vuelta a su silla para calmarse. Alguien podría aparecer por las fuertes voces y lo último que quería era que terceros se enteraran de lo que había entre Helena y yo. Ese parecía su mayor miedo y no lo culpaba porque podía ser lo que dinamitara su puesto como jefe de equipo de Ferrari si no lo tratábamos con cuidado y esperábamos al momento idóneo para compartirlo con el mundo.
Helena, muda y pálida, aceptó que guerrear no serviría de nada. Mattia estaba dispuesto a mantenerse firme en su opinión, contra vientos y vendavales. Ni siquiera lo haría por mí, por el supuesto aprecio que me tenía después de esos años trabajando juntos. Ya había dado su veredicto y me atrevería a decir que era inquebrantable.
A pesar de que no había pasado más que unos meses cerca de él, Helena debió notarlo también.
Desesperado por encontrar algo a lo que aferrarme, traté de buscar otro camino por el que aproximarme a Mattia.
—Mattia, entiendo tu posición y entiendo que el equipo sea tu prioridad —Tragué saliva y él se dignó a mirarme con los ojos inyectados en sangre—, pero ...
—Si lo entendieras, no estaríamos teniendo esta conversación —declaró, moderando el tono como si nunca antes hubiera puesto el grito en el cielo.
Me mordí la lengua y continué presionando.
—¿Cuánto tiempo quieres?
El interrogante que lancé al vacío actuó como un gran aturdimiento, pues él no contemplaba que yo quisiera discutir más. El momentáneo silencio de Helena debió darle una tregua que deseaba prolongar todo el tiempo que estuviera en su mano.
—¿Tiempo para qué? —preguntó.
Se le escuchaba agotado y decidí probar de nuevo con una estrategia diferente.
—Podemos esperar a que lo de Charlotte quede atrás antes de ...
—No cambiaré de opinión —rechazó mi proposición al instante.
Quería decepcionarme más, pero él ya había logrado que nada me sorprendiera.
—¿Por qué?
Quería una maldita explicación a su negativa permanente y Mattia se encargó de dármela al señalar a Helena descaradamente.
—Porque ella no cambiará su forma de ser —Simplificó.
Y, después de eso, no tuve más remedio que callarme y procesar el odio natural que él sentía por Helena. Debía ser algo irracional, una incompatibilidad llevada al extremo, una repulsión que yo nunca alcanzaría a sentir por nadie.
—No. No voy a cambiar mi forma de ser —replicó ella en un último afán por mostrarle su malestar más profundo—. Es más, creo que, hasta ahora, te he salvado de muchos problemas gracias a esa personalidad de la que te estás quejando. No sabía que la hipocresía fuera uno de tus puntos fuertes, pero tienes razón —Lo atacó, aunque Mattia se contuvo y no interrumpió—. No soy una chica especialmente guapa. Tampoco soy una muñeca a la que pasear por el paddock ni una experta en relaciones sociales —confesó—. No pienso convertirme en algo así, pero hay algo que sí tengo a mi favor y de lo que estoy muy orgullosa; sé luchar por lo que quiero y no dejo que me pisoteen, ni siquiera mi jefe. Si vas a menospreciarme, no tenemos nada más de lo que hablar —Finalizó su discurso.
Y, con todo dicho, se giró hacia la puerta con la clara intención de marcharse.
Lo estaba pasando fatal. Su voz había temblando varias veces, la rigidez de sus extremidades relataban ese disgusto, pero no se vino abajo porque tenía que proteger su orgullo tras haber sido vapuleada tan cruelmente. Tendría que haberla dejado ir. Necesitaba irse y yo la retuve indebidamente solo por mi egoísmo, porque no quería que aquello acabara así.
Regresé a la entrada y agarré su antebrazo con tal de evitar que abriera la puerta. Ella movió la manivela y el pasillo quedó a la vista.
—Helena ... —susurré su nombre.
—Ah, se me olvidaba —habló por encima de mí y miró a Mattia con desdén—. ¿Qué planeas hacer con mi contrato?
Como era natural, Mattia no auguró aquella pregunta. Helena lo pilló desprevenido, tanto que él solo acertó a fruncir el ceño y examinar su enfurecido rostro.
—No lo sé —respondió—. Dependerá de tu rendimiento antes del verano.
—No ha sido suficiente nada de lo que he hecho estos meses, ¿no? —Insistió ella.
Mattia estaba contra la pared, con una daga en el gaznate y la promesa de que no se le perdonaría aquel desplante. No era estúpido y sabía que su relación con Helena se había hecho pedazos en poco más de cinco minutos.
—No es cuestión de suficiencia o de ...
—Tranquilo, no te estoy pidiendo explicaciones —Se limitó a decir—. Solo quería saber si te importa mínimamente que me quede en Ferrari y esa respuesta me lo aclara. Ahora puedo hablar con otros equipos sin sentirme culpable. Gracias por ser sincero, Mattia.
Escapó de mi retención con un tajante tirón de su brazo y salió del despacho sin siquiera mirarme.
Habría ... Habría seguido su estela sin dudarlo. Habría perseguido a Helena si la rabia no me desollase la garganta, si los ojos no me ardieran y si el corazón no me dejase apenas oír sus pasos perdiéndose en los corredores del edificio. Lo habría hecho si no hubiera sentido la necesidad de incidir en la falta de empatía de Mattia y echárselo en cara correctamente. Ya que Helena había soltado todo lo que guardaba dentro antes de esfumarse, yo también me desahogaría aunque me costase la relación con él.
Con la puerta entreabierta, retrocedí y me fijé en un Mattia que seguía alterado y nervioso.
—¿Tienes idea de cuánto está sufriendo por culpa de todo esto? —Le eché en cara sus desprecios—. Mantenerlo en secreto no es una opción, Mattia.
—Hasta ahora no os habíais quejado —Se burló.
—Nos estamos quejando ahora —Apunté—. ¿Te parece bien jodernos de esta forma? ¿Qué pretendes? —Escrudiñé su perturbador semblante—. ¿Que viva con ella, que me case con ella, que forme una familia con ella ocultándolo, como si estuviéramos cometiendo un delito? —detallé a conciencia, provocándole un rechazo casi instantáneo que exteriorizó con una grotesca mueca de su boca—. Porque eso no va a ocurrir.
Era una maldita declaración de guerra, pero no lamentaba hacerlo. Él me había obligado a elegir el último camino, el más escabroso de todos.
—Puedes hacer todas esas cosas con cualquier mujer que encaje con tu imagen, Charles —alegó, como si pudiera olvidarme de la persona que tenía mi corazón bajo llave—. Lo que hagas en tu privacidad acaba repercutiendo en la marca. Ferrari vive de vuestra imagen en gran medida —repitió, desesperado.
—Helena encaja perfectamente conmigo y con Ferrari y no haré planes de futuro con ninguna otra mujer —vociferé.
—¿Y qué pasa con Charlotte? —desvió el centro de la conversación—. ¿No piensas en ella?
Sonreí con sorna.
No podía creer lo que estaba escuchando.
¿Desde cuándo se preocupaba por Charlotte?
—No. No pienso en ella —dije sin que me temblara el pulso—. Pienso en la persona que está a mi lado y en el mal trago que le estás haciendo atravesar.
—Cazzo ... —Mattia se revolvió sus rizos negros—. Está bien —me concedió de pronto—. Si no es Charlotte a quien quieres, hay más mujeres ahí fuera —Hastiado de su jodida insistencia, jadeé y me giré mientras trataba de controlar un repentino picor en mi nuca—. Tu madre me dijo que conociste a una chica en enero ... ¿Alexandra se llamaba? —Cerré los ojos. En mi memoria no había más que un rostro borroso que correspondía con aquel nombre y que ya no me interesaba en lo más mínimo—. Recuerdo que tiene renombre en las altas esferas de Mónaco y que su padre ha hecho mucho dinero durante los últimos años. Es una buena candidata para que ...
—¿¡Es que no me has oído!? —chillé, de cara el pasillo desierto—. ¡Para mí solo existe Helena! —Y lo enfrenté con la tráquea en carne viva—. ¡Y, si en algún momento lo dejáramos, no elegiría a mi pareja por conveniencia! —castigué su actitud—. No estoy hecho de la misma pasta que tú, Mattia. Entiéndelo de una puta vez.
Aparentemente herido, se apoyó en el escritorio sin que le importara desordenar las pilas de papeles esparcidos ya por la superficie.
—Estás siendo injusto conmigo.
Volví a reír.
—¿Injusto? ¿Y tú que has sido con ella? ¿La has tratado bien acaso? —Agité la cabeza, profundamente decepcionado con él—. Acabas de perder a una de las mejores ingenieras que hemos tenido y tendremos nunca, además de mi confianza.
Se aferró a un lejano vestigio que se disipaba delante de sus ojos y apeló a mi sensatez.
—El campeonato es más importante, Charles —señaló—. Lena no es irremplazable.
—Es irremplazable para mí —afirmé, con una brecha en el pecho de la que me avergonzaba.
Nunca quise molestarle ni enturbiar sus planes y me dolía muchísimo que viera en mí a un extraño. Me dolía porque siempre confié en Mattia Binotto y me habría gustado continuar en esa dirección. Y, a pesar de que le debía mucho desde que llegué a la Fórmula 1, no podía tolerarle nada más después de lo que había pasado entre esas cuatro paredes.
—¿Quieres que le dé un contrato a largo plazo? —me preguntó, ahogándose en su voz y en sus intentos por retener al Charles que creía conocer—. ¿Eso es lo que quieres? Porque sabes que lo haré si así estás contento y dejas esas tonterías sobre proclamarla tuya al mundo entero.
—¡No! —grité, cerrando cualquier resquicio del que quisiera apoderarse—. La convertiría en lo que Max ha difundido y ella no me lo perdonaría. Yo tampoco me lo perdonaría a mí mismo —reconocí que sería el mayor error de mi vida—. No voy a atarla a Ferrari, ni siquiera si me lo suplicas.
Torció las comisuras, desconcertado y vencido por el grado de intensidad que había alcanzado aquella discusión.
—Nunca te suplicaría que la convencieras de ...
—Lo harás cuando entiendas todo lo que estás dejando escapar —Le aclaré.
Mi sólido decreto.
Una púa incrustada en su estómago.
No supe muy bien qué le habría destrozado más.
Mirarle fue casi como mirar a alguien que no recordaba. Alguien que no tenía nada en común con el hombre que prometió velar por mí y por mis intereses siempre.
Está velando por sí mismo. Eso es lo que hace.
—No te entiendo —Se lamentó—. Te juro que no entiendo cómo puedes estar tan ciego. ¿De verdad es tan importante para ti? ¿De verdad ...? —Tropezó con la pregunta y respiró hondo—. ¿De verdad merece la pena que juegues con tu futuro por ella?
Esa cuestión era una broma de mal gusto porque tanto él como yo sabíamos lo que diría.
—Claro que merece la pena —Relajé los músculos al estar en paz conmigo mismo y con mis sentimientos—. No lo entiendes porque dudo que hayas amado a alguien tanto o que te hayan querido la mitad de lo que me quiere Helena. Ella merece que me lo replantee todo. Merece eso y mucho más —le expliqué.
Estaba estático. No decía nada. La contundencia que había empleado le había noqueado por completo. Así pues, me cansé de observar al desconocido que me pedía renunciar al amor y a gran parte de mi ser por sus jodidas manías y di media vuelta para buscar a Helena.
—¿Vas a renunciar a tu carrera profesional? —le oí preguntar.
Con un pie en el pasillo, me detuve y le devolví la pregunta.
—¿Y por qué tengo que renunciar a algo, Mattia?
Hubo silencio. Un silencio tétrico que anunciaba el final de nuestra relación cordial, casi familiar.
—Porque la vida se basa en elecciones —contestó él—. Sobre todo si es la vida de un corredor de Fórmula 1.
Justo por eso existía la posibilidad de que nunca me convirtiera en campeón de la Fórmula 1. Pero, ¿a quién quería engañar? Podía vivir sin un campeonato entre las manos. Lo que no podía hacer era vivir sin ella.
Esbocé una sonrisa débil, de alivio y realización.
—Lo sé y elijo quedarme con ambos —hablé.
Doblé hacia el camino izquierdo porque ella siempre elegía la izquierda para huir aunque fuera diestra, ese camino que me alejaba un poco más de una mentalidad de depredador, egoísta y desalmado, y del campeón invicto que me prometí ser.
También se lo prometiste a papá, Charles. Le juraste que llegarías a lo más alto y que se lo dedicarías desde la cumbre del pódium.
Sí. Es verdad, pero papá nunca querría que escalara esa montaña solo, infeliz y odiándome.
Entonces, dando los primeros pasos en aquella cálida dirección, me di cuenta de que papá la habría adorado por el simple hecho de hacerme sonreír y que nada, absolutamente nada, le habría empujado a rechazar a Helena cuando ella me proporcionaba el aliento para seguir adelante.
El eco de mis pisadas fue tan liberador como emocionante.
—Charles! —berreó Mattia—. Torna qui! —Mi indiferencia le obligó a maldecir—. Cavolo!
🏎️🏎️🏎️
Eyyyyyyy 🤓
Aquí llego con un nuevo capítulo porque la temporada 2023 ha llegado a su fin y se merece una despedida a la altura 🤧🤧♡♡
Ahora toca esperar más de 90 días para el inicio de la siguiente, pero intentaré suplir ese vacío con todos los capítulos que pueda 😊
Charles ha decidido proteger tanto su carrera como a Helena 🥹❤️🩹
Veremos si esto será posible o si solo quedará en un bonito intento 🤷🏻♀️
Aunque lo que sí se ha dinamitado ha sido su relación con Mattia, que ya no volverá a ser la misma 😬😬
Nos vemos pronto con más de esta historia
🫶🏻🫶🏻🫶🏻
Os quiere, GotMe 💜❤️
27/11/2023
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