71 || sospechas
Charles Leclerc
Durante la clasificación, tuvimos algún que otro problema. El coche no iba tan bien como esa mañana en los últimos entrenamientos libres. Me resultó bastante difícil hacer una vuelta decente en la Q3 y estuve cerca de quedar fuera de esa primera tanda. Pude manejarlo a duras penas y la situación empeoró cuando me crucé en el camino de Max justo en una de sus vueltas. Me mordí la lengua al verlo pasar porque sabía que habría sanción.
Helena no me avisó a tiempo, pero yo estaba tan preocupado por controlar mi monoplaza que no usé los malditos retrovisores en unos de los momentos más concurridos de toda la clasificación. Todos querían sacar buenos tiempos, incluyéndome en ese grupo, y debí estar más atento a lo que ocurría detrás de mí. Si bien Helena tendría que haberme alertado de que Max estaba en vuelta, no podía echarle la culpa por completo a ella. Yo tampoco estaba en mis cinco sentidos y no estarlo era signo de que no merecía entrar en la Q1, tal como sucedió, pues entré a pits con un decimoquinto puesto que sabía a poco.
Llegando a mi box, escuché la voz de Helena por radio.
—¿Me copias?
—Te copio —Confirmé.
—Siento lo de antes. Ha sido mi error —Se disculpó.
Esa falta de precisión nos costaría una penalización, pero no me molestaba especialmente. Lo que más me perturbaba era el estado de mi SF-22.
—Está bien —respondí—. Yo tampoco estaba pendiente de los retrovisores.
Apagué el motor y los mecánicos comenzaron a mover el monoplaza hacia el interior del box con mi número y nombre. Las cámaras rodearon el morro del coche. Mi imagen se estaba retransmitiendo en vivo a todo el mundo.
Un nuevo fracaso para Ferrari.
Nada más bajar del coche, los mecánicos me lanzaron una avalancha de preguntas acerca de lo que había sentido mientras conducía. Esa charla se prolongó bastante más de lo habitual. Al parecer, había algo que no les encajaba. Ya me lo había dicho Helena; arreglaron el problema del motor esa mañana, antes de que yo subiera al monoplaza, y todo estaba en orden en los monitores.
Los dejé confundidos y preocupados. Mis conocimientos tenían cierto límite, así que preferí que ellos se ocuparan del tema.
La clasificación ya había acabado para entonces. No podía creer que tuviera unos minutos de descanso en medio de todo ese alboroto, pero tomé aire y disfruté de la tranquilidad momentánea. No obstante, mi cabeza se negó a esa pausa y reclamó a otra persona.
Yo me encontraba al fondo del box y me giré hacia el muro, buscándola, pero Helena caminaba hacia mí con cierto apuro. Esquivó a varios mecánicos y movió los auriculares que colgaban de su cuello. Por el semblante que traía, supe cuáles serían las primeras palabras que salieran de su boca.
—Charles ... —me llamó—. Lo siento, de verdad ...
Me abrí un poco más el mono.
—Eh ... ¿Vas a seguir lamentándote por eso?
Ella se ancló a mi brazo, incapaz de mantener sus manos lejos de mí. Me abrazó antes de poder pestañear.
—Pueden sancionarte con varios puestos mañana y ya sales decimoquinto. Si por esto vuelven a penalizarte, yo ...
Pasé ambos brazos por su espalda con el afán de tranquilizarla.
Que se sintiera bien con esas muestras de cariño en público me hacía tan feliz que habría olvidado mi penosa clasificación si nuestros compañeros no anduvieran de un lado a otro del box.
—Voy a declarar en menos de media hora —le informé—. Será una sanción económica. Hazme caso. No tienes que preocuparte.
—Entonces la pagaré yo —espetó.
Sonreí.
Ella se aferró mejor a mi cuerpo.
—Helena ... Yo pondré mi parte y el equipo la otra. Así lo hacemos aquí —Establecí.
—Pero ha sido mi culpa que ...
—También tengo parte de la culpa —Masajeé su espalda en pequeños círculos—. No vas a pagar nada, tesoro.
—Sería lo justo que ... —Intentó replicar.
Viendo que no daría el brazo a torcer, me alejé y la sostuve de los hombros. Sus ojos negros estaban abiertos de par en par, bañados de un brillo peculiar. Se sentía culpable y era mi labor sacarle ese sentimiento a como diera lugar.
Todos los ingenieros de carreras cometían aquel error. Era una de las equivocaciones más comunes y sucedían a menudo. Yo no era el único piloto que se había ganado una comparecencia frente a los comisarios por un movimiento como ese. Ella había fallado, sí, pero no debía torturarse por aquello. Sabía en qué había metido la pata. Eso era lo importante.
—Ni siquiera cuento las veces que Xavi se equivoca en esto —Le hice saber—. Alguna vez me he enfadado con él, pero es un error humano. Tenéis que estar a mil cosas en el muro. Es normal que pase. Y él nunca ha puesto ni un euro —bromeé con lo último.
A pesar de mi intento por sacarle esa idea de la cabeza, estaba tan empeñada en lo contrario que no hubo atisbo de sonrisa en sus tensos labios.
—Xavi es Xavi y yo soy yo —decretó con firmeza.
Yo sonreí todavía más.
Estaba demasiado molesta con su falta de rendimiento y, probablemente, nada de lo que le dijera cambiaría su opinión. Solo dejaría de tomarse ese tipo de cosas tan a pecho con el tiempo y con la experiencia.
Ocurría igual con los pilotos. Al principio, lamentar hasta el fallo más insignificante. Seguía ocurriéndome, pero lo llevaba de una manera más sana que no me desgastaba tanto. Helena tendría que aprender a gestionar los errores para mejorar como profesional.
Acaricié su hombro, orgulloso de que fuera tan responsable con su trabajo.
—Eso ya lo sé —Le concedí—. Es la primera vez que te ocurre. Puedes ser un poco más indulgente contigo misma.
—Y será la última —Se mantuvo en sus trece.
Suspiré. Sin borrar mi sonrisa, contemplé cómo aquellos destellos de impotencia se transformaban en un hambre voraz por ser impecable en el futuro.
—Eres incorregible ... —Aseguré, admirando su compromiso.
—¡Charles! ¡Lena!
Ambos nos giramos.
Mattia caminaba en nuestra dirección. Se acercaba a paso ligero, con urgencia.
No sabía si la seriedad que había en su rostro procedía del problema que tuvimos en clasificación, pero me adelanté a cualquier reproche que pudiera lanzar a Helena y traté de justificarlo.
—Mattia, si es por la sanción de ...
—No. No es eso —dijo, llegando a nosotros—. Es el motor.
Helena habló al instante.
—¿El motor? ¿No lo están arreglando? —preguntó.
Mattia se apresuró a agitar la cabeza de lado a lado.
—Es inviable.
—¿Inviable? —inquirí yo.
No comprendía a qué se refería. Los mecánicos estaban a pocos metros, trabajando en las reparaciones con apremio. No veía nada fuera de lugar.
—Tenemos que cambiarlo —explicó él—. La FIA va a hacer una inspección esta tarde.
Una inspección.
Casi pude oír el jadeo ahogado de Helena.
—¿Justo hoy?
—Sí —Asintió nuestro jefe de equipo—. No hay tiempo de arreglarlo. He mandado traer el tercer motor.
Estaba sudando. Mattia no solía perder los nervios y, en aquella ocasión, parecía estar al límite.
—Pero eso conllevará una sanción de ... —Intervine yo.
—De puestos, sí —Completó la apreciación y se desabrochó un botón de la camiseta roja—. Hazte a la idea de que mañana saldrás desde las últimas posiciones —me avisó.
Era un problema. Y, a pesar de que me complicaba la carrera muchísimo más, solo había una incógnita que me rondara la mente porque la Federación no acostumbraba a exigir ese tipo de controles de repente. No era su modus operandi. Avisaba a primera hora o el día anterior, no en cuestión de minutos.
—¿Por qué hacen una inspección ahora? —interrogó Helena, quitándome la pregunta de la boca—. ¿Han dado motivos?
Mattia tragó saliva.
No me di cuenta hasta entonces, pero todos en mi box se movían con más nerviosismo. La noticia debía de haber corrido como la pólvora. Varios mecánicos de Carlos aparecieron desde el túnel para ayudar a los que ya trabajaban en mi coche.
—Dicen que es rutinario, pero no creo que sea casualidad.
Conocía ese tono en Mattia y pude leer entre líneas fácilmente.
—La mala suerte existe, Mattia —dije, serio.
Su mirada no me daba la razón.
—Sí, pero no en esta clase de situaciones —contestó él—. ¿Justamente hoy, con la reunión que hemos tenido esta mañana? No —Se relamió las comisuras y miró a uno de los mecánicos que recién llegaban del box de Carlos—. No creo que sea mala suerte, Charles.
Helena pilló el mensaje en ese momento y su gesto cambió; se tintó de preocupación y de incredulidad. Había pocos sentimientos que lograra ocultarme después de tantos meses y ese no era uno de ellos.
—¿Crees que alguien del equipo ...? —Quiso preguntar, dubitativa.
—No —Mattia fue tajante—. Me habría enterado si hubiese sido un chivatazo desde dentro —aseveró—. Ha debido ser otro equipo —nos comentó su teoría.
De igual forma, si otro equipo había pedido la revisión general de componentes, debía ser porque habían escuchado algo, aunque fuera un rumor infundado.
—¡Charles! —El grito de Mia me asustó. Ella me esperaba en la salida del box, totalmente aislada de nuestra conversación—. Te esperan para declarar.
El ruido que se había apoderado del ambiente me forzó a levantar la voz.
—¡Voy!
Regresé a la charla antes de que Helena tomara el turno de palabra.
—¿Que los chicos intenten arreglarlo no es una opción? —propuso, consciente del esfuerzo que hacían para repararlo.
—No hay tiempo —alegó Binotto—. Vienen a revisar el coche en treinta minutos.
Era una sentencia. No había nada que pudiéramos hacer si los comisarios estaban de camino.
Tragué saliva, visualizando la salida de la carrera en una posición tan complicada y vulnerable. Tendría que remontar mucho y, aunque la carrera fuera de las más largas de la temporada, me costaría subir. Los médicos no habían visto nada malo en mi físico, pero existía la posibilidad de que no aguantara tanto tiempo en el monoplaza por el dolor remanente de las heridas de mi costado y de mi brazo.
—Entonces toca afrontar la realidad —dicté, confiando en mi resistencia y en esas setenta vueltas—. Saldré desde la última línea de la parrilla —Mattia y Helena me miraron fijamente—. Hay que replantear las estrategias de mañana —me dirigí a ella.
—Buscaré a Xavi —dijo, diligente. Me rodeó y me regaló una suave caricia a mi espalda antes de salir disparada hacia el exterior—. ¡Adiós!
No me gustaba usar trucos como aquel porque no estaba siendo justo, pero la rectitud de Mattia me obligaba a acudir al trabajo para que se marchara. No hablaría de más mientras Helena siguiera presente.
Observé cómo desaparecía en el mar de cabezas. Muy a mi pesar, no pude perseguir su rastro todo el tiempo que quise, pues Mattia dio un paso lejos de mí y yo tuve que agarrarle del brazo, oponiéndome a su huida.
Él me devolvió la mirada.
—Mattia, chi è stato? —le reclamé una respuesta.
Sus labios se torcieron en una mueca irónica y volvió el cuerpo, encarándome de nuevo.
—Ci conosciamo da tanto, vero?
—Arriva al punto —exigí.
—Horner.
No se lo pensó, así que elegí creerle.
No obstante, el enfado que comenzaba a formarse en mi estómago amenazó con sobreponerse a dicha confianza.
Todavía tenía su brazo agarrado, por lo que mis preguntas sonaron más violentas de lo que pretendía.
—Perché non l'hai detto a Helena? —Calló y continué hablando—. Sospetti di lei? È per questo? —Fruncí el ceño, convenciéndome a mí mismo de que lo que había en el fondo de sus ojos oscuros era suspicacia—. Lei non farebbe mai niente del genere —manifesté.
Se acercó y, por primera vez desde que lo conocí, sentí pavor a lo que pudiera pensar. Porque era Helena y no cualquier otra persona. Era ella quien era juzgada por Binotto y no me gustó nada su rostro al hacerlo.
—Credi che non sappia che ha parlato con Christian?
Claro que lo sabía. Incluso Helena se lo imaginaba, pero eso no tenía nada que ver con la inspección. Ella no iría a decírselo al enemigo.
—Helena è degna di fiducia e tu lo sai —Expresé, recto.
—Sabes que la confianza se construye con el tiempo, Charles —Regresó al inglés.
No estaba cómodo. Siempre recurría al idioma anglosajón cuando se sentía acorralado.
—Pues dáselo —Le di la maldita solución—. Dale ese tiempo y no la juzgues sin pruebas.
—¿Cómo sabes que no hay pruebas? —formuló.
Quiere hacerme dudar, pero no sabe ni la mitad de lo que yo sé sobre ella. No tiene ni idea de cómo es Helena. Ni siquiera ella reconoce que la gran mayoría de sus decisiones nacen y se rigen por el honor. Y el honor no es compatible con la traición.
—No las hay —dije, muy lejos de caer en su provocación—. A diferencia de ti, tengo fe ciega en ella. Trabaja, vive para Ferrari. Echa más horas de las que hay en su contrato y se esfuerza igual o más que el resto —le recordé, a lo que desvió sus ojos, reconociéndolo en silencio—. Además, si hubiera pruebas, tú las tendrías —El atisbo de una siniestra sonrisa en mi gesto le hizo escrutarme con más intensidad—. Estás siendo cauteloso porque no hay nada contra ella. No nos está traicionando, Mattia —repetí.
—¿Y cómo se ha enterado Horner? —me increpó, más cerca, más agresivo. No quería que nadie oyera lo que nos decíamos—. Porque es perro viejo y no movería ni un dedo si no tuviera información verídica.
—Estoy seguro de que encontrarás la respuesta a esa pregunta —Afirmé antes de poner punto y final—. Lejos de Helena.
—¿Charles?
Mía estaba detrás de mí. La escuché lo suficientemente bien como para estar seguro de que no había ni un metro de distancia entre ella y nosotros.
—Un segundo, Mia —le pedí y solté el brazo de Binotto. Modulé mi voz—. Hablo muy en serio, Mattia. Déjala fuera de tus teorías conspiranoicas. No pierdas el tiempo.
Me bajé más la cremallera. Hacía mucho calor y las manos empezaban a sudarme.
Su mirada ratificó mi presentimiento, aunque sus posteriores palabras fueron la mejor confirmación a mis sospechas.
—Abbiamo una conversazione in sospeso su ciò che sta accadendo tra voi —Levantó la barbilla levemente—. Mi sbaglio?
Yo tensé mi mandíbula y le dije la verdad.
—Non hai torto.
Él asintió, conforme con mi sinceridad, y palmeó mi hombro.
—Poi parliamo.
Dicho lo cual, emprendió su camino al box de Carlos.
Entonces supe que estábamos jodidos.
Solté una tenue exhalación y observé el horizonte, incapaz de pensar en algo que pudiera cambiar su opinión sobre Helena.
La mano de Mia en mi antebrazo funcionó como un buen recordatorio de que no era el momento de entrar en crisis. Ella me miró con una evidente preocupación, pero yo me puse en marcha y salí del box. Los comisarios no me esperarían para declarar. Si no estaba allí a tiempo, solo obtendría más complicaciones en un día que no necesitaba ni una más.
—¿Qué pasa? —me preguntó mientras atravesábamos el paddock—. ¿Por qué estás tan serio?
—Las cosas no van bien, Mia ... —mascullé.
—¿A qué cosas te refieres?
Esquivamos varios carros de neumáticos. Me saqué las mangas del mono rojo y lo até a mi cintura.
Esperé a que ella estuviera a mi lado para hablar.
—¿Has oído que habrá una inspección rutinaria? —cuestioné.
—Sí.
—Ha sido Horner —le informé— y Mattia cree que Helena le ha dado el soplo para que no nos dé tiempo a arreglar el motor.
—¿Qué? —clamó, incrédula—. Pero eso es una estupidez.
Giramos hacia el edificio en el que nos habían citado. No tenía margen para detenerme y atender a los fans que se alegraban de verme por aquella zona. La citación estaba fijada para las cinco menos cuarto de la tarde y no podía retrasarme porque lo entenderían como una falta de respeto a su autoridad.
—No para él —lamenté—. Parece que está más ciego de lo que pensaba ...
—¿Y esto no le traerá problemas a Lena? — planteó.
Me preocupaba que la situación en Ferrari se le hiciera cuesta arriba a Helena. Todo había ido bien, pero esa estabilidad podía desplomarse en cualquier momento, en especial si Mattia decidía que no merecía la pena conservar su labor en el equipo. Si optaba por prescindir de ella, lo sentiría como un fracaso personal y no quería que algo así le sucediera a la persona que más quería en el mundo.
—Espero que no. Ya tiene suficiente con el lío del motor —contesté—. ¿Le has dicho algo de nuestra relación?
Me giré hacia ella, expectante.
—No —negó—. Estabas esperando a contárselo tú mismo, ¿no?
—Sí, pero me ha insinuado que lo sabe —dije, recordando sus palabras—. A lo mejor sí que es verdad eso de que hay un chivato en el equipo ...
Llegamos al tramo de escaleras del edificio y yo me obligué a sonreír a un par de chicos con camisetas de Mercedes que saludaban desde la acera contraria.
Subiendo los escalones, Mia se interesó por mis próximos movimientos.
—¿Hablarás con él después?
—Sí —Afirmé y agarré la manivela de la puerta—. Se lo diré a Helena e iremos juntos a explicárselo.
—¿Puedo ir con vosotros? —Se ofreció, cruzando el umbral justo después—. Necesitaréis algún respaldo. Mattia es de la vieja escuela y puede que no le parezca bien —Expuso, desconfiando de lo que pudiera suceder en esa reunión privada.
Tomamos el pasillo principal, dispuestos a desviarnos para llegar a la sala en la que declararía. Mientras caminábamos a paso ligero, acaricié su espalda.
—Gracias por ayudarnos —Le lancé una efímera sonrisa—. Solo espero que lo entienda ... —deseé.
—No quiero alarmarte, pero, si sospecha de ella —Sabía lo que iba a decir, pero me esforcé por oírlo debidamente—, dudo que vaya a aceptarlo así como así.
Mia tenía mucha razón y me aterraba tanto que sentía los dedos rígidos, agarrotados.
—Lo sé —Me acomodé la malla roja, nervioso—. No le digas nada a Helena —Ella asintió al momento—. No quiero que se preocupe antes de tiempo.
—Está bien.
Miré hacia adelante. La sala se encontraba al final de aquel corredor y no me quedó ninguna duda cuando identifiqué dos figuras frente a la última puerta. Dos figuras vestidas con la marca de Red Bull que también repararon en nuestra presencia y que me amargaron todavía más la tarde.
Sabía que él estaría allí. Al fin y al cabo, todas mis comparecencias de la tarde estaban relacionadas con Max Verstappen, pero verlo a pocos metros fue mucho más desagradable de lo que esperaba.
No nos habíamos cruzado por el paddock. Mi último tropiezo con él fue en Bakú, subidos en nuestros coches, así que era la primera vez en varios días que tenía la mala suerte de estar en el mismo lugar que Max.
Me alegraba haber llegado a tiempo, pero no me alegraba tener que compartir esos minutos con el tipo que hacía florecer los traumas de Helena a base de maltratos verbales y, recientemente, físicos.
—Hola, Charles.
Que él saludara me ayudó a ser respetuoso y devolverle el saludo porque estaba preparado para ignorarlo con toda la crueldad que tenía dentro.
—Hola, Max.
Me sitúe a menos de un metro de distancia, con Mia a mi lado derecho. El encargado de prensa de Red Bull estaba a su izquierda y nos saludó con educación. Creí que no habría nada de lo que hablar entre nosotros y que aguardaríamos en silencio a que nos invitaran a pasar. Sin embargo, él tenía interés en conversar.
—Una pena lo de tu clasificación —comentó tras unos segundos—. Tenías buen ritmo en los entrenamientos.
Me agarré la muñeca de la mano derecha con la izquierda y respiré hondo.
—Una pena, sí —admití.
Hubo otra pequeña pausa.
—Te veo bien —Volvió a pronunciarse, animado—. ¿Ya estás recuperado del accidente?
No estaba seguro de si lo hacía adrede o de si no se daba cuenta de que charlar con él era lo que menos me apetecía hacer en esos momentos. Conociendo su forma de ser, me decantaba por la primera opción, pero no podía poner la mano en el fuego, así que respondí a su pregunta con una brevedad abismal.
—Completamente.
Mia giró un poco la cabeza hacia el piloto de Red Bull. Incluso ella sentía que el ambiente se había enrarecido y que sus intentos por entablar una conversación no servían de nada.
Incansable, se adueñó del turno de palabra de nuevo.
—Hoy tenemos una tarde bastante ajetreada —Analizó.
—Sí —Me crují el cuello ligeramente—. Muchas declaraciones que dar.
Los dos mirábamos hacia la puerta. Los comisarios no tardarían en llamarnos, aunque era probable que lo hicieran por turnos.
—¿Y Lena? ¿No te acompaña?
Esbocé media sonrisa torcida, consciente de lo que intentaba.
—Ese no es su trabajo —Aclaré.
—Cierto —reconoció su equivocación con cierto aire de diversión—. Es que últimamente os veo siempre juntos y se me olvida que solo es una ingeniera.
Su amabilidad era fingida y, aquel día, yo no tenía paciencia que malgastar en sus estupideces. Aún así, controlé las ganas de golpearlo y escupí toda esa podredumbre por la boca.
—No creo que se te olvide. Las cosas que joden son difíciles de olvidar —declaré.
Max echó una carcajada al aire. Por su parte, Mia me dio un pequeño empujón, pidiendo que me comportara. Ella no tenía ni idea de la mala relación que existía entre Verstappen y Helena ni de todo el rechazo que había originado en mí desde que le puso la mano encima.
—Te noto de buen humor, ¿no?
Parecía estar entreteniéndose a raíz de mi ataque pasivo-agresivo, pero no iba a ser su mono de feria.
—No —sentencié, duro—. No estoy para bromas.
—Vaya —exclamó, haciéndose el sorprendido—. Pues das otra impresión con esos comentarios —Añadió.
Suspiré y sujeté mi muñeca con más fuerza.
—Otra impresión, claro ... —musité.
Calló durante cinco segundos y volvió a la carga.
—Me pidió perdón en la rueda de prensa —dijo, enervándome—. ¿Te lo dijo? —Noté que me miraba, pero yo no me moví—. Y yo a ella. Por lo del hospital, digo —Apuntó al suceso en concreto—. Fue una pelea un poco desagradable.
—Ya.
—Me abofeteó —Arremetió.
Entonces le devolví la mirada.
—Y tú la cojiste del cuello —Saqué a relucir.
Mia y el compañero de Max estaban erguidos como mástiles, digiriendo lo que Max y yo decíamos. Ni uno ni otro conocía sobre nuestras desavenencias y acababan de enterarse de que Helena y él habían llegado a las manos, por lo que sus rostros reflejaban una perplejidad absoluta.
—Suena bastante mal si lo dices así —Se sonrió con sorna.
Me irritaba tanto que se lo estuviera pasando bien con un tema tan delicado que no tardé en rechazar su alegre mirada y hundir mis ojos en el color café de la pared. No iba a darle más protagonismo ni a jugar con algo que había lastimado a Helena porque él no parecía ser realmente consciente de lo que le había hecho ni de lo que seguía haciéndole.
De hecho, Helena solía decirme que yo tenía un corazón mucho más grande que el suyo y que el de la mayoría de los mortales, pero no estaba de acuerdo. Podía ser bueno con los demás por el mero hecho de serlo, pero había personas que no se merecían ese trato, igual que ella no se merecía haber tenido la mano de Max en su garganta ni que se convirtiera en una de sus pesadillas.
—Me alegra que te disculparas y que ella hiciera lo mismo contigo —le confesé, mirando al frente—. Me alegra que hiciérais las paces.
—Gracias, amigo —me lo agradeció, impresionado.
Ella solo tenía dos caminos: llevarlo por la vía legal o en privado. Había decidido probar a hacer lo correcto con Max, a pesar de todo, y la admiraba por ello porque, siendo sincero, yo no iba a ser tan clemente con un capullo como él.
Desde que Helena me lo contó, le había dado vueltas y vueltas a cómo comportarme, pero siempre terminaba con la sangre hirviendo y la necesidad de partirle la cara.
—¿Sabes por qué me alegra?
Viré el cuello en su dirección y escruté sus maliciosas pupilas azules.
No iba a montar ningún numerito. No le daría más preocupaciones a Helena, pero tampoco me mordería la lengua.
Él sacudió la cabeza, más alegre de lo que debería.
—No se me ocurre ningún motivo, la verdad —reconoció.
Podía provocar un accidente en pista y echarme a los brazos de la muerte. Podía meterse conmigo, incluso con Ferrari, y no abriría la boca. Pero si hablaba de Helena, si la tocaba con un solo dedo en contra de su voluntad, no me callaría.
Y me preparé para quitarle esa estúpida sonrisa de la cara.
—Porque yo no voy a perdonártelo —Me impuse a su arrogancia con la mía propia—. No sabía que podía ser tan rencoroso. De no ser por ti, no me habría enterado. Solo espero no ser ni la mitad de vengativo —Sonreí, orgulloso de enturbiarle el gesto. Después, coloqué mi mano izquierda en su hombro—. Al menos tienes su perdón. El suyo es el más importante, ¿no, amigo?
Decir la misma palabra que él utilizó antes hizo efecto en su actitud altiva. Su manera de mirarme cambió y la burla se marchó de su rostro de sopetón. Pareciera que no había sonreído en siglos.
Alguien abrió la puerta de la sala y, seguidamente, me llamaron.
—¿Charles Leclerc?
Yo solté el hombro de Max con cierto desprecio.
Nuestra relación, cordial e insignificante hasta entonces, había dado un giro de ciento ochenta grados tras mi última intervención. A él le daba igual lo que pasara entre nosotros. Nunca habíamos sido amigos. Simplemente nos soportábamos por un bien común. A ninguno le convenía proclamarle la guerra al otro, pero yo acababa de hacerlo y no iba a retroceder ni un centímetro.
Helena podía perdonarlo por ser un imbécil y un descerebrado, pero yo no le perdonaría después de haberla tocado.
No le golpearía por el momento. Solo le demostraría mi asco y mi odio. Era sencillo y él lo pilló enseguida.
Encaré al hombre que esperaba bajo el umbral de la puerta y esbocé una educada sonrisa.
—Presente —contesté y me acerqué para estrechar su mano como si nada hubiera ocurrido en aquel pasillo—. Buenas tardes.
🏎️🏎️🏎️
Semanita sin Fórmula 1 = semanita con Fortuna 😎💪🏻
Max jodiendo a Ferrari, Mattia desconfiando de Helena y Charles enfrentándose a todo el mundo por ella 🤯
Las cosas se ponen chungas por momentos 🫠🫠🫠
El ritmo de actualizaciones va un poco más lento que en verano porque mi tiempo es más limitado durante el curso académico
Sorry por eso 🙃
Igualmente, puede que en algún momento haya un capítulo por semana, pero eso solo será si consigo organizarme muy bien y lo dudo bastante, así que de momento esto es todo lo que puedo ofrecer 😅😅
También quiero actualizar otras novelas, por lo que puede que, en un futuro no muy lejano, haya varias semanas sin movimiento por aquí 😔
Dicho todo esto, nos leemos prontooo ♡♡♡
Os quiere, GotMe ❤️💜
12/11/2023
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