69 || reward
Helena Rivas Silva
A la mañana siguiente, me levanté con unas ganas terribles de ver al equipo y comenzar con el fin de semana en Montreal. Se rumoreaba que el domingo podría llover, pero ni siquiera esa amenaza me quitó la ilusión.
Con la idea de ver también a Charles, llegué temprano al circuito. No obstante, Mattia fue la primera persona con quien me crucé y me secuestró durante un rato para hablar de la rueda de prensa y, efectivamente, agradecerme por haber dado la cara de aquella manera. Esa charla me dio algunas esperanzas de que, antes de las vacaciones de verano, hubiera un contrato esperándome. Solo era una suposición. No había nada hablado, pero Binotto parecía predispuesto a ello.
Sobre las diez y cuarto de la mañana, me presenté por primera vez en el box. Justo después de atravesar los túneles, me tropecé con Xavi, que traía consigo algunos documentos. Al verme, abandonó su tarea.
—Hola, Lena —me saludó.
—Xavi —Me acerqué a él, ojeando el lugar—, ¿ha llegado ya?
No ubicaba a Charles por allí. Por las horas, debería de haber hecho su aparición estelar, así que no oculté mi urgencia por verlo y aguardé a que Xavi me diera alguna pista sobre su paradero.
—Sí, está con la prueba de asiento —me explicó. Yo miré el monoplaza. Andrea estaba de espaldas a mí y un par de fotógrafos capturaban el momento. Intenté avanzar, pero Xavi se aferró a mi brazo—. Por cierto, enhorabuena por lo de ayer. Estuviste genial en la rueda de prensa.
No había esperado un halago suyo porque a veces me daba la sensación de que no era santo de su devoción, como si sintiera que yo podía ser un peligro para la estabilidad de su trabajo. Me alegraba muchísimo que reconociera mis esfuerzos. Después de todo, estaba aprendiendo de él y de su experiencia y siempre es increíble que alguien con más trayectoria que tú alabe lo que has hecho.
—Muchas gracias —Le sonreí antes de que iniciara su marcha—. ¿Vas a la sala de reuniones? —Xavi asintió, aminorando el ritmo—. Espérame allí —le pedí y me giré, recibiendo las sonrisas de algunos mecánicos—. Buongiorno, ragazzi.
—Andare! —gritó un desconocido al que reconocí poco después. Piero, uno de los mecánicos de Charles, señaló mi llegado al resto de nuestros compañeros—. È la nostra difensore ufficiale! —Esbozó una grata sonrisa—. Un applauso per lei! —exigió.
Todo el box se sumió en una ola de aplausos que me puso como un tomate. Un recibimiento tan caluroso no entraba en mis expectativas. Fue un bonito detalle por parte de los chicos que apenas logré agradecer adecuadamente. La timidez era un enemigo al que debía batir una y otra vez, pero no me importaba luchar contra ella si así les hacía partícipes de mi más sincero agradecimiento.
Algunos me felicitaron de tú a tú. Otros con los que tenía más trato se acercaron y me abrazaron. Unos cuantos silbatos y armaron más escándalo adrede, llamando la atención de invitados y trabajadores que paseaban frente al box de Ferrari.
En circunstancias diferentes, aquel despliegue de reconocimiento no habría sido de mi agrado, pero era importante para mí que todos ellos creyeran que mi trabajo había merecido la pena y disfruté de sus buenas palabras.
—Grazie a tutti! —exclamé, ruborizada—. Dov'è il ferito? —le pregunté a Antoine, otro de los ingenieros.
—Impossibile! —clamó alguien, aprovechando que el estruendo de los aplausos se desvanecía—. È la ragazza del giorno?!
Las indicaciones de Xavi y de Antoine me llevaron al SF-22. Andrea se apartó después de darme un sonoro beso en la mejilla a modo de saludo y de felicitación.
Unos mecánicos ayudaban en el ajuste del asiento, comprobando que todo estuviera en orden. Su cabello castaño exprimió mi sonrisa hasta que los labios me dolieron.
—Ma cosa vedo?! —repliqué yo, ganándome una divertida mirada suya—. ¿El enfermo ha llegado de buen humor? ¿Eso significa que tienes fuerzas para este fin de semana, Leclerc?
Me apoyé en las barras de protección. Al inclinarme, contemplé de cerca la mezcla de colores de sus ojos. Había una distancia considerable entre los dos, así que colé mi mano derecha bajo los barrotes y él agarró tres de mis dedos en cuanto tuvo oportunidad.
—Muchas —respondió—. Buongiorno, tesoro.
Y besó mis nudillos con toda esa dulzura que había añorado desde que me fui de Bolonia un par de días atrás.
—Hay cámaras, Charles ... —dije como buena quejica, aunque sin dejar de sonreír.
—¿Prefieres que te lo dé en la boca? —Me retó abiertamente.
Nuestro alrededor estaba limpio de ojos curiosos. Los compañeros que estaban revisando el coche no nos prestaban atención en absoluto y ugrupo de mecánicos bloqueaban la imagen de los fotógrafos. Sabía que no lo estaban haciendo a propósito, pero era un alivio que esa barrera existiera porque hasta la peor lente habría captado el amor que se exprimía tanto de sus ojos como de los míos.
—¿Después de lo del domingo te has vuelto un kamikaze? —Me burlé de sus temerarias intenciones.
—Quién sabe —Se hizo el misterioso.
Solo estaba bromeando y me parecía genial que lo hiciera. Si estaba animado, todo sería más fácil. A pesar de su buena actitud, quise recalcar que nos jugábamos el liderazgo del campeonato. Debíamos recuperarlo rápido, antes de que la brecha de puntos entre Charles y Max se abriera más.
Agarré su mano con aquellos dedos que él ya sujetaba.
—Más te vale que no sea así. Tenemos mucho que hacer para devolverte la primera posición —Le recordé.
—Me sirve con ser el primero en tu corazón.
Esa contestación me provocó una risa muy sonora. Me incorporé ligeramente, incrédula.
—Andiamo! Andrea! —Su entrenador, a unos cinco metros, se volvió y me miró, contagiándose de todas esas risotadas que se vertían en mi boca—. È ancora sotto farmaci?! —dije, escandalizada.
Él se echó a reír. Andrea era el primero en disfrutar del buen ambiente que había en el box aquella mañana.
—Estoy más sano que un roble, Helena —Subrayó el monegasco.
De esa forma, me agaché de nuevo, midiendo mentalmente los centímetros que nos separaban.
—Ya lo sé —Afirmé, admirando la felicidad de su semblante. Acepté el papel de suicida en su lugar y me eché contra la protección del coche para alcanzar su boca y besarlo brevemente. Charles me observó con los ojos bien abiertos—. Así irán acostumbrándose —justifiqué mi peligroso movimiento, a lo que él dejó escapar una tierna carcajada. Con sus hoyuelos a la vista, dio un pequeño apretón a mis dedos y yo retiré la mano de aquella cabina—. Estaré en la sala de reuniones.
Dicho eso, me puse en pie.
Nadie lo había visto y, si no había sido así, tampoco se dijo nada al respecto. Los fotógrafos estaban demasiado ocupados con un futbolista que asistía al Gran Premio de Montreal como invitado de Ferrari.
—Bien —contestó Charles. Eché a caminar, desapareciendo de su rango de visión—. ¡Me pasaré por allí en un rato! —prometió.
—¡Vale! —Alcé la voz mientras me desviaba para saludar a Ricky.
🏎️🏎️🏎️
El viernes transcurrió como un soplo de aire fresco. Las prácticas marcharon bastante bien. Nuestros pilotos se subieron a sus monoplazas y los ingenieros pudimos encontrar las claves para unos setups acordes con las características de aquel circuito.
Charles estuvo muy ocupado todo el día. Al perderse el jueves de entrevistas, necesitó sacar tiempo de donde no había para atender a los medios que reclamaban sus declaraciones, y no eran pocos los que pedían un hueco en su apretada agenda. Además de hablar sobre el accidente en Bakú y sobre su salud, respondió por fin a las preguntas acerca de su relación con Charlotte. Tal y como acordamos, dio las explicaciones pertinentes, esclareciendo cualquier duda relacionada con el presente y el futuro entre ellos, que ya no eran más que dos desconocidos.
Cuando salí de la ducha esa noche, pensé que ya habría caído rendido en la cama de mi habitación, pero lo descubrí tumbado y mirando su teléfono móvil. Estaba tan atento al vídeo que se reproducía en la pantalla que tardó un largo minuto en darse cuenta de que había terminado con el baño.
—¿Has escuchado alguna entrevista?
Me retiré los excesos de agua del cabello con una toalla más pequeña.
—No, pero parece que tú te las has visto todas además de darlas —alegué.
—Quiero asegurarme de que nadie saca de contexto lo que he dicho —contestó él.
Agarré una camiseta de Ferrari de mi maleta y la llevé a la silla del escritorio.
—¿Lo de Charlotte?
—Sí —Charles resopló—. No quiero que se malinterprete nada.
—Si has sido claro y tajante, no podrán tergiversar nada, Charles —aseveré.
Con mi ropa preparada para el día siguiente, me di la vuelta y fui hacia la cama.
—Y lo he sido, pero son muchos años aguantando las jugadas de la prensa y ... —Me vio subiendo de rodillas al colchón—. Supongo que me asusta.
—¿Le tienes miedo? —Exageré y él se acomodó en la almohada tras dejar su teléfono en la mesilla—. ¿Charles Leclerc le tiene miedo a un par de periodistas retorcidos? ¿Qué será lo siguiente? —Llegué a su lado y lancé una última pregunta—. ¿Te pondrás a temblar delante de las cámaras?
—No seas mala conmigo ... —lloriqueó—. No me gusta preocuparme por estas cosas ...
Es cierto. Charles odia sobrepensar asuntos que solo se resolverán con el tiempo.
Ya había hecho todo lo que estaba en su mano y solo quedaba esperar a que, con el paso de los días, la gente comenzase a olvidar aquellas fotografías. Había aclarado el malentendido y había cumplido con su palabra de no ensuciar la imagen de Charlotte al hacerlo. Debía estar orgulloso de haber manejado la situación tan bien, así que abandoné el aire bromista y me eché sobre él para besar su mejilla.
—Pues no lo hagas —le recomendé—. No le des más importancia de la que tiene.
—¿A ti no te preocupa?
Abrazó mi cintura con sus brazos, recibiendo aquellos besos en su rostro.
—Un poco —No fingí una indiferencia falsa—, pero no va a quitarme el sueño y tampoco quiero que te lo quite a ti, ¿vale? —dicté—. Estoy segura de que lo explicaste perfectamente y de que dejarán el tema. De verdad. Solo ha sido un día difícil —Abrevié la historia.
Charles se pegó a mí con fuerza. No quería soltarme.
—Bueno, si todos los días difíciles terminan así, no me importa tanto —Se sinceró.
—Claro ... —Sonreí, cansada.
Él me sostuvo y yo me hice un ovillo bajo su abrigo. Al poco, cambiamos posiciones y mi cabeza se hundió en los almohadones mientras Charles encontraba una postura cómoda encima de mí. Dio un repaso a mi vestimenta y me preguntó por ella.
—¿Por qué te has puesto el pijama? —Frunció el ceño.
Llevaba un pijama de dos piezas, conformado por un camisa a cuadros que se abrochaba gracias a una serie de botones y unos pantaloncitos cortos. Eran lo más agradables que tenía. Dormir en esos pantalones de algodón era mi salvación porque me hacían sentir como en casa, aunque esa noche había otro factor que me transmitía la misma sensación. Que Charles estuviera en mi habitación superaba todo lo demás.
En realidad, él también se había cambiado de ropa. Después de ducharse en su cuarto, se presentó en el mío con una camiseta básica y unos pantalones de deporte que solía utilizar como parte de su pijama. No podía reprocharme nada, puesto que ambos estábamos vestidos con prendas similares.
—Porque me lo pongo para dormir, como todo el mundo, y porque hace frío —Señalé, deseosa de meterme bajo la colcha y olvidar las bajas temperaturas de Montreal—. Sigo con el pelo mojado —Añadí a mi explicación.
Por su mirada, supe que todavía tardaría un rato en dormir.
—Conozco una forma para entrar en calor rápido —advirtió.
—¿Es efectiva?
—Bastante —Asintió.
Estaba luchando por contener su sonrisa.
—Pues empieza antes de que me congele —demandé.
Charles llevó sus dedos a la tira central de mi camisa.
—¿De dónde viene esa impaciencia?
Sacó el primer botón de su ojal sin ningún tipo de prisa.
—¿Tu brillante idea es desnudarme? —inquirí.
Me palpé el pelo. Todavía estaba muy húmedo y comenzaba a mojar la almohada.
—Sí —dijo, irguiéndose ligeramente para tener una mejor perspectiva de mi pecho—. Botón a botón —puntualizó.
La hilera de botones era larga. Había más de diez y él se concentró en abrir mi camisa con una calma digna de admirar.
Charles no me miraba. Sus ojos viajaban de un botón al siguiente de forma automática. Al cabo de unos segundos de silencio, levanté mi brazo derecho y eché mi mano contra su mejilla. El vendaje blanco resaltaba encima de mi piel y contrastaba mucho más con su barba.
—Has hecho lo que debías —murmuré.
No me gustaba que sobrepensara los problemas que ya estaban solucionándose. Yo era propensa a hacerlo. Había pasado el tiempo suficiente como para acostumbrarme a esos exámenes de conciencia, pero él no era así. Charles sufría y tardaba en encontrar la manera de controlar sus emociones cuando dejaba sus asuntos en manos del resto. Solo estaba tranquilo si lo hacía él mismo y, aun así, le resultaba complicado eso de confiar en la buena fe de una sociedad que le había decepcionado varias veces.
Con una mueca surcando sus labios, ladeó el rostro y besó la palma de mi mano.
Era el único gesto que necesitaba para saber que agradecía mi positividad cuando a él le costaba tanto hallar la suya.
—Lo sé —Yo bajé mi brazo, notando un dulce hormigueo allí donde había dejado aquel beso—. Y ahora me merezco una recompensa, ¿no crees?
Soltó el último botón y apartó la tela para que mis pechos quedaran descubiertos. La desnudez me hizo vulnerable al ambiente frío del cuarto. Observó mis generosos senos y, al poner sus dedos en mis costillas, se me erizó la piel de todo el cuerpo. Charles lo sintió perfectamente.
Pronto tuve su boca en mi pecho izquierdo. Ese calor húmedo comenzó a calentar otras partes de mi complexión. El roce de sus dientes en mi aureola hizo que me removiera y que experimentara una nostálgica ola que me abrigó dulcemente.
Susceptible al recorrido de su lengua, respiré hondo.
—Puede que te la merezcas ... —Accedí y llevé mi mano a su cabello—. No seas muy duro, por favor ... —Incluí en mi intervención.
Charles elevó la mirada y separó sus labios ensalivados de mi pezón.
—¿No te gustaba la agresividad?
—Mi periodo está a punto de bajar y las tengo más sensibles que de costumbre —le relaté.
Las había notado más pesadas y sensibles desde aquella mañana. Si ya las consideraba notablemente grandes, la menstruación me invitaba a verlas todavía más hinchadas. Quise informarle antes de que siguiera con su degustación privada.
—Entonces morderé solo un poco —dijo.
Esbozó media sonrisa y yo quedé a medio camino de reír por su actitud burlona.
—Serás animal ...
Probó a ejecutar movimientos similares en mi otro seno, mojándolo y mareándolo con su boca hasta que paró y preguntó por mi opinión sobre la fuerza que estaba poniendo en su tarea.
—¿Te duelen?
—No ... No es dolor —Aclaré—. Molestan, pero no duelen.
Se incorporó y me miró a los ojos.
—¿Y un masaje lo arreglaría? —Planteó.
Deslicé mis dedos hacia su oreja. Una sonrisa vaga se paseó por mis labios.
—A lo mejor —dudé.
Iba a dejar a medias su recompensa y enfocarse en hacerme sentir mejor. Entendí que no merecía menos que eso cuando admiré la determinación en sus pupilas.
—Déjame intentarlo —pidió.
Consiguió mi aprobación casi al instante y se puso manos a la obra: abarcó mi pecho izquierdo con sus dedos y, aprovechando que su saliva hacía de lubricante, se encargó de restregar su piel contra la mía en suaves círculos que no tardaron en llegar a mi otro pecho. Era delicado, nada fuerte, y, en otra situación, incluso podría haber funcionado como un somnífero infalible, pero, de tanto en tanto, Charles se agachaba y besaba mis senos y ese maldito gesto me despertaba rápidamente. Él lo hacía desde la inocencia más pura y yo solo pensaba en su boca y en la agilidad de su lengua.
Tras un pellizco de sus incisivos, me di cuenta de que mi mano derecha había hecho el camino hacia mi entrepierna. Entró bajo la tela de mi pantalón y se detuvo sobre mis bragas.
Charles no era ajeno a aquellos detalles y notó el cambio en mi respiración. A pesar de que su masaje era realmente bueno para mis senos, comprendió que me había afectado de otra manera y lo comprobó al seguir el rumbo de mi brazo con la mirada.
Consciente de lo que hacía ahí abajo, se acercó y me robó un beso.
—¿Te estás tocando?
Su pregunta llegó a la par que un pequeño calambre en mi sexo. Ahogué un gemido y apreté la mandíbula.
—Sí —le respondí.
Sonrió y volvió a besarme en mayor profundidad.
—Me dijiste que no lo hacías desde hacía mucho ... —susurró, pletórico.
—Ahora es distinto ... —repliqué.
Introdujo su pierna izquierda entre las mías, haciendo de palanca para que tuviera más espacio y mis dedos se movieran más cómodamente.
—¿Distinto? —preguntó—. ¿En qué?
Atrapé algunos mechones de su pelo. Mi mano izquierda seguía hundida en su cabello y mis ojos se perdían en el color miel de sus hebras.
—Porque ahora estás tú ... Y acabarás volviéndome loca ... —Me tembló la voz.
Flexioné las piernas y él perfiló la silueta de mi seno.
—¿Quieres que lo haga yo? —Inhalé y agité la cabeza, asintiendo. Conforme, subió su mano a mi barbilla y su pulgar estiró mi labio inferior—. Abre ... —Separé mis belfos para él e introdujo un par de dedos en mi boca. Los ensalivé con mimo y Charles me felicitó por esa gran disposición—. Très bien, ma belle —Los sacó y se apresuró a cubrir el lugar con la lengua, arrebatándome un beso que me quitó el sentido. Sentí cómo apartaba mis pantalones de pijama, a lo que yo alejé la mano con la que me estaba masturbando—. Quiero saber si te gusta ... Dímelo.
Su demanda era clara y la satisfice en cuanto sentí la presión de sus yemas en mi clítoris.
—Me gusta —Afirmé, excitada—. Claro que me gusta ...
—Más alto.
Desplacé mi mano a su espalda en un intento desesperado por sacarle la camiseta.
—Estamos en un ...
—En un hotel —Terminó mi frase y me desafió con unos ojos llenos de deseo—. Te lo advertí aquella vez. Da igual dónde estemos, en qué país, en qué ciudad ... No te taparé la boca nunca más, chérie —Estableció la norma que formuló en Miami.
Todavía encima de mis bragas, acarició la entrada a mi sexo.
—¿Ni siquiera si te lo pido? —dije, sin aliento.
Emocionado por algo que escapaba a mi entendimiento, presionó en mi hendidura y yo jadeé.
—Si es un fetiche, te meteré lo que quieras en la boca —consintió—, pero primero vas a gemir —aseguró, besando mis comisuras de un modo que no casaba con sus imponentes exigencias—. Fallo per me ...
Me agarré a su hombro.
—¿Y si se quejan del ruido?
Contemplé sus orbes resplandecientes. Ese brillo parecía pertenecerme y me habría encantado robárselo para meterlo en una cajita en la que poder apreciarlo siempre que me apeteciera.
Él jugó con mis labios y me besó sin dejar de sonreír.
—Les responderé muy amablemente que deberían pedir habitaciones insonorizadas ... —rio antes de ahogarme con la presión de su sedienta boca.
Después de incontables gemidos y de una notoria superioridad de Charles sobre mi cuerpo, sus dedos comenzaron a ser insuficientes. Sujeta a su bíceps, gemí con cierta rabia contenida y disfruté del calor de su aliento en mi cuello.
—El preservativo ... —reclamé.
—¿No aguantas ni un minuto, cariño? —Se burló de mi poca tolerancia.
—¿Es que no quieres más? —Esgrimí a mi favor.
Charles repasó parte de mi cuello con su lengua.
—Contigo siempre quiero más, Helena ...
Quise acelerar el proceso mostrándome más afligida a propósito.
—Me correré sola si no ...
Ante mi advertencia, se apartó y su mano abandonó el lugar en mi feminidad. Puso toda su energía en salir de la cama, quitarse la camiseta y rebuscar en mi maleta, donde guardaba algunos condones para esa clase de momentos.
—Un segundo —clamó. Cogió el paquete y se quedó con un sobre. Volvió a la cama como una flecha. Su intensidad me provocó una sonrisa. Yo no perdí detalle de la celeridad que empleó en bajarse los pantalones y romper la envoltura del preservativo—. Dame un segundo ... —repitió, concentrado en el objeto.
Me aparté el cabello mojado de la mejilla y le hice sitio entre mis muslos. De rodillas, intentó ponerse la capa elástica en el miembro, pero tenía las manos demasiado húmedas por mis fluidos y su propia saliva y no logró colocárselo correctamente.
Emití una risa muda y me incorporé con la única intención de ayudarle, pero Charles se cerró en banda y trató de hacerlo otra vez. Su pene erecto estaba a la altura de mi rostro. Estimulada, tragué saliva. Sin embargo, la marca en forma de uve con la que acababa su abdomen atrapó mi mirada y no hubieron pasado ni dos segundos sin que siguiera aquella línea con mi boca.
Charles suspiró, deleitándose con mi repentino movimiento. Tensó el vientre. Todos sus músculos se endurecieron al sentir mi lengua. Él echó las caderas hacia adelante como si hubiera corrido una maratón y su estamina cayera en picado. Apoyé ambas manos en su espalda baja y chupé su pelvis descaradamente.
Debió arreglárselas para ponerse el condón porque dejé de sentir sus manos. De pronto, noté la punta de su miembro acariciando la base de mi garganta.
—¿Quieres que te la ...?
Pero mi idea no llegó a formularse porque Charles se negó a ella al instante.
—No ... —Miré hacia arriba y vi su nuez subir y bajar. Aquella postura estaba generándole cosas en las que no quería caer—. Quiero follarte —Esclareció. Aparté mis labios de su vientre y Charles me puso la mano derecha en el hombro—. Échate.
Y me eché, obediente.
A pesar de que la sumisión no era mi fuerte, esa noche no tenía ganas de un sexo despiadado ni de discusiones que me excitaran. Solo necesitaba tenerlo a mi alrededor y dentro. Muy dentro de mí. Nada más que eso.
—Por una vez en mi vida ... —Respiré—. No quiero al Charles malhablado ...
Me besó, aceptando aquel capricho.
—¿Quieres que sea dulce contigo, tesoro?
Su tono de voz también cambió.
—Sí ...
Mis dedos treparon a su rostro y así pude perderme en sus labios durante un buen rato.
Charles me tocaba como si no lo hubiera hecho en años, aunque no se olvidaba de mis preferencias y se comportaba. No era muy intenso, pero yo sentía que su tacto me lapidaba. Y, entonces, la inesperada vibración de mi teléfono sobre la mesilla le obligó a abandonar el recorrido imaginario que hacía en torno a mis pechos.
—Tu móvil ... —Indicó.
Yo agité la cabeza y sujeté su nuca para atrapar sus labios.
—Ya se cansarán ... —declaré, poco interesada en contestar a la persona que me buscaba.
Y habría olvidado aquella llamada si mi móvil no hubiese continuado vibrando como si estuviera poseído.
Mientras Charles se metía bajo las sábanas de la cama y abrigaba mi cuerpo con el suyo, el maldito sonido del aparato chocando contra la superficie de madera se convirtió en algo insoportable a mis oídos. Irritada, chasqueé la lengua y me abrí más de piernas, dejándole hueco suficiente. Las llamadas se sucedían y, al cabo de un minuto, me desesperé y alargué el brazo poco antes de que él enganchara los dedos en la tira elástica de mis pantalones.
—Joder ... —maldije y agarré el teléfono a ciegas—. ¿Quién mierda ...?
Leí el nombre que aparecía en la pantalla y resoplé, claramente molesta.
—¿Quién es?
Las mantas se escurrían por su espalda desnuda.
—Cassandra ... —le dije.
—¿Es importante? —me preguntó, deteniéndose en mi cintura en lugar de bajarme los pantalones.
—Seguramente no, pero no parará hasta que responda ... —le comuniqué—. Lo siento.
No conocía a nadie más cabezota que ella. Si quería hablar conmigo, no dejaría de llamarme hasta que descolgara y yo prefería hablar con Cassie para poder seguir cuanto antes con lo que Charles y yo teníamos a medias.
Me palpé la frente descubierta y él se sentó como buenamente pudo.
—Responde tranquila —me invitó, colocando su mano derecha en mi muslo.
—Gracias ... —Observé la información que se iluminaba en mi pantalla—. Será posible ... Es una videollamada —comenté. Pulsé en el botón verde y traté de bloquear la cámara, pero no había reacción alguna a mi demanda. Fruncí el ceño, extrañada—. ¿Por qué no me deja quitar la ...?
El contenido cambió y la llamada cargó por completo, mostrándome el rostro de mi amiga.
—¡Lena! —gritó.
—¡Cassandra! —exclamé, sorprendida.
Moví el teléfono hacia arriba. Apenas se veía mi cabeza de esa forma. Apurada, estiré el brazo hacia Charles, que recogió la colcha blanca y se la pasó por la cabeza para que yo pudiera agarrarla. La cogí y así me cubrí el pecho desnudo.
Tenía el corazón desbocado cuando acomodé el móvil y me enfoqué correctamente. No quería que Cassandra sospechara que Charles estaba allí porque sabía que se pondría todavía más pesada con mi relación.
—¿Qué demonios haces para no cogerme la llamada? —me recriminó—. Te he llamado como ...
—Cuatro veces, sí —sentencié.
Entrecerró sus ojos castaños y me examinó con atención.
—¿Estabas en la cama?
Me subí más la sábana, ocultándole mis clavículas. Intenté que la cámara solo captara mi cara, pero era difícil medir la escena.
—Estoy en Montreal. Aquí son las once y media de la noche —espeté.
—Ah, no lo sabía —Parpadeó, percatándose de repente del cambio horario entre Europa y Norteamérica—. ¿Ibas a dormir?
—Algo así —Carraspeé, inquieta—. ¿Qué ...? ¿Qué necesitas?
Quise mostrarle una actitud agradable, a pesar de que acababa de interrumpir uno de los pocos momentos del día en los que podía descansar y estar con Charles sin nadie más presente.
—¿Qué necesito? Que me expliques cómo mierda has acabado enredada con un piloto de Fórmula 1, por ejemplo —Me echó en cara. Sonreí, impresionada por lo directa que podía ser, incluso por teléfono—. Han pasado dos días desde que te dignaste a contármelo y todavía no me has explicado cómo ...
—Enredada, dices ... —La interrumpí.
Sentí que Charles se agitaba bajo las mantas. No podía verle, pero enseguida supe que estaba bajando de mis caderas porque dio un suave tirón a mis pantalones. No le di más importancia.
—¿Y cómo lo llamarías? —Se encaró ella, bastante indignada—. Enredada es la primera palabra que se me ocurre, querida.
—Somos pareja —declaré.
Tenía que sostener mi móvil, así que, en el momento en que Charles me bajó los pantalones, no pude hacer nada.
—¿Desde cuándo exactamente?
Tragué saliva, dividida entre las palabras de Cassie y los movimientos de Charles.
—¿Esto es un interrogatorio? Porque estoy muy cansada y no me ...
—¡Solo quiero saber qué ha pasado para que te líes con un tío que no encaja con tu perfil en absoluto! —dijo ella, un tanto enfadada por saberse excluida de lo que ocurría en mi vida.
Charles me retiró las bragas y yo me vi acorralada. Estaba desnudándome con un objetivo claro y no tenía forma de impedírselo. No podía silenciar el micrófono ni apagar la cámara. Mi teléfono había elegido que complicarme las cosas era mucho más divertido que acceder a la presión de mis dedos.
—¡No grites!
—¡Tú también estás gritando! —Me devolvió.
—¡Yo tengo más derecho que tú a gritar! —bramé.
Noté el calor de sus dedos en mi entrada. Estaba tan mojada que él podría haberlos metido sin problema.
—¿¡Y eso por qué!? —replicó, hecha una furia.
Aguanté el teléfono con una mano y la otra viajó bajo la colcha para impedir lo que fuera que estaba pasando por su cabeza. Solo alcancé a tocar su hombro desnudo antes de que su miembro ejerciera una ligera presión en mi abertura.
Pero Charles no paraba.
—¡Por ...! ¡Por nada! —Se impulsó un poco y mis labios vaginales empezaron a ceder, dándole la bienvenida—. Dios ... —farfullé, clavando las uñas en su piel.
—¿Tanto te molesta que quiera saber qué clase de historia tienes con un deportista de élite? —habló, ofendida—. Sé que eres muy celosa de tu privacidad, pero esto ... Creía que éramos amigas —Se lamentó.
No había en la faz de la tierra persona más dramática que Cassandra. Solo estaba exagerando sus sentimientos y yo me habría reído de sus intentos por darme lástima si Charles no estuviera a punto de meterse en mi interior.
—No es eso, Cassie ... —balbuceé, sobrepasada por lo que sentía en mi sexo y por la jodida idea de que me hiciera el amor mientras Cassandra podía contemplar todos mis gestos—. Espera ... Espera un momento ... —Dejé caer el móvil boca abajo en la almohada y me retiré la colcha de encima. Charles boqueaba, excitado por la imagen de mi feminidad tragándose su falo, pero yo presioné su vientre, impidiéndole avanzar—. Fermati ... —Alzó la mirada con la picardía desbordando sus ojos verdes—. Non riesco a disattivare la chiamata ...
—E questo è un problema? —No se amedrentó, aunque sí bajó la voz.
—¿Qué dices, Lena? —Escuché a Cassandra.
Suspiré, incapaz de luchar con él, y me incorporé lo justo y necesario para apartarme de su pene y coger su brazo.
—Vieni qui ...
Tiré de Charles, que tampoco puso mucha resistencia, y cayó sobre mí. Al no llevar nada que lo cubriera, no dudó en tomar la colcha y acoplarse a mi lado.
—¿Lena?
Cogí el teléfono a ciegas. Solo esperé a que Charles se hundiera entre las sábanas para relamer mis labios e incluir al piloto en la escena.
—Cassandra, te presento a tu cuñado —Sonreí forzadamente—. Saluda, Charles.
Le di un pequeña patada y él miró a la chica que aguardaba, boquiabierta, al otro lado de aquella videollamada.
—Ah, hola —Esbozó una sonrisa a la fuerza—. Hola, Cassandra. Es un placer.
Sabía que le había metido en un lío, pero él mismo se lo había buscado y no me dio ninguna pena contemplar su cara sonrojada en la pestaña que mostraba nuestra imagen. Me habría echado a reír gracias a la mueca que pretendía hacer pasar por una sonrisa si no tuviera el pulso por las nubes.
—Buenas noches, Charles ... —habló Cassandra, que no predijo algo así en absoluto—. El placer es mío. No sabía que estabais juntos ... —Se justificó.
—Ya ves. Tengo visita —Ella me miró, todavía perpleja—. No eres la única que disfruta molestándome tan tarde.
—Oye ... —Se quejó Charles.
Solo bromeaba y Cassandra debió notarlo en la suavidad de mi sonrisa y en la mirada enamorada de mi acompañante.
—Bueno, yo ...
Se sintió algo arrinconada y Charles tomó las riendas de la conversación en un abrir y cerrar de ojos.
—Cassandra, ¿sabes que el siguiente Gran Premio es en Inglaterra? —le preguntó, apoyando su brazo derecho en la almohada—. Helena me dijo que resides allí. ¿Te veremos en el paddock?
—Lo cierto es que nunca he ido a un Gran Premio, pero sí que iré al próximo —Parecía ilusionada por asistir—. Hace meses que no veo a Lena y es la excusa perfecta para que nos presente en persona.
Había suficiente emoción en su voz como para que Charles notara sus deseos de conocerle. Él precipitó unas cuantas risas y toda la tensión que había acumulado en mi estómago se evaporó porque el amor de mi vida y mi segunda hermana estaban conociéndose y hablando por primera vez, aunque la manera fuera un tanto extraña.
Su mano viajó hasta mi antebrazo, acariciándolo lejos de la visibilidad de mi amiga. Aquel gesto me relajó por completo.
Ellos siguieron intercambiando palabras amigables y yo no perdí detalle de su primera interacción real. Estuve muy segura de que ambos tuvieron una buena impresión del contrario por los tonos de voz que empleaban, descuidados y animados. Conocía desde hacía años a Cassie. No podía fingir frente a mí. Si Charles le hubiese generado rechazo, lo habría percibido, pero fue todo lo contrario y me alegré muchísimo de que le gustara. Su opinión era importante. Siempre había escuchado sus consejos y había valorado sus sentimientos, puesto que, detrás de esa chica sonriente y dicharachera, había un persona a la que quería de verdad. A Charles lo conocía solo desde hacía unos meses, pero sentía que habían sido varios años y también leí en sus respuestas que Cassandra le agradaba. Las caricias circulares que dejaba en mi brazo lo confirmaban aún más.
Tras esa conversación inicial, Charles optó por frenar aquello y darnos cierta privacidad. A mí no me molestaba que se quedara mientras hablaba con Cassie, pero entendía que él no quisiera parecer un entrometido.
—Entonces ... Os dejo charlar tranquilas —dijo unos minutos después—. Voy ... Voy al baño. A lavarme los dientes —mintió. Ya se había aseado en su habitación, antes de venir a la mía—. Nos vemos en Silverstone, Cassandra.
Y comenzó a deslizarse por la cama con cuidado de que su desnudez no se filtrara. Yo giré el teléfono, ofreciéndole el desahogo que pedía a gritos. Se levantó, a salvo de la cámara y de los curiosos ojos de Cassandra, y su complexión me distrajo brevemente.
—Claro. ¡Buena suerte este fin de semana y recupérate pronto, Charles! —le deseó ella.
Yo observé cómo atravesaba mi habitación e intentaba sacarse el preservativo a la par.
—Gracias, aunque toda la suerte que necesito es a Helena en mi radio. ¡Buenas noches!
Me lanzó una última mirada de complicidad y entró al cuarto de baño.
—¡Buenas noches! —respondió Cassie. Dejó que los segundos corrieran, esperando a que estuviéramos completamente solas—. Tiene que haber alguna trampa ... ¿Cómo puede estar tan enamorado de ti? —me interrogó, estupefacta.
Reí.
—Lo dices como si fuera algo inaudito.
—Para mí lo es —Aseguró.
—Tan simpática como siempre ... —La insulté.
Entrecerré los ojos y oí a Charles tararear una canción en la lejanía.
Cassie tenía el cabello recogido en una coleta alta y estaba perfectamente maquillada. Debía de ser media tarde en Londres. Ya había regresado a casa porque podía distinguir la pintura oscura de las paredes de su salón, así que no me preocupé por robarle tiempo.
De pronto, se acercó más a la cámara y me preguntó aquella duda que picoteaba su curiosidad.
—¿Estabais a punto de follar? —Frunció el ceño.
Yo me acomodé la colcha sobre el pecho.
—La niña salió inteligente.
Aquel derroche de sarcasmo fue toda una confirmación para ella.
—Joder, joder, joder —Se cubrió la boca, sinceramente arrepentida—. Perdón. Lo siento mucho. En serio, Lena —Insistió—. ¿Por qué no has empezado por ahí? Habría ...
—¿Y qué querías que te dijera? —Sonreí por lo dantesco de la situación—. "Perdona, Cassie, pero tengo un problema entre las piernas y no puedo atenderte".
Cassandra no pudo evitar reír y yo admiré la diversión en su rostro.
—Si me llegas a decir eso, lo habría malpensado muchísimo ... —Siguió riendo abiertamente.
—Ya lo sé ... —Me resigné a contestar el tiroteo de preguntas que tenía preparado—. ¿Entonces? ¿Qué quieres saber?
Se encogió de hombros.
—Da igual. Es evidente que no he acertado llamándote justo ahora.
—La verdad es que no, pero un polvo puede esperar —Volví a sonreír—. Hace tiempo que no hablamos.
Decidí adoptar otra postura que no me cansara demasiado el brazo y me incorporé, bajando la extremidad. Ya sentada en el colchón, coloqué mi móvil en una posición más cómoda y así pude acomodarme el cabello húmedo.
No obstante, al adoptar esa pose, la ausencia de una camiseta en mi torso se hizo más notable y algo así nunca pasaría desapercibido a Cassie.
—¿Estás desnuda? —me increpó.
Ahogué una nueva carcajada.
—Céntrate, por favor.
—¿Él también lo estaba?
Rodé las pupilas y le contesté con un escopeta cargada de ironía.
—¿Quieres que le pida que vuelva y así lo compruebas tú misma? Casi se me olvida que te parece atractivo —bromeé con eso último.
—Vale, vale —Su voz tembló debido al impulso reprimido de reír a rienda suelta— Lo pillo. Tienes ganas de bromear.
—¿Y por qué no iba a tener ganas?
—Por el accidente —Indicó, desvelando el verdadero motivo de su llamada. Mi corazón se encogió de piro agradecimiento—. Estoy segura de que te afectó mucho. Me habría gustado estar ahí —La sonrisa en sus labios fue haciéndose más y más pequeña—. Sé que Julia estuvo contigo, pero me habría gustado ser de ayuda. Puede que no sea tan fuerte como ella y es bastante probable que me hubiera echado a llorar, pero habría estado contigo.
Conmovida por su preocupación, le di una respuesta.
—A veces das demasiados rodeos, Cassie.
—Lo sé —reconoció uno de sus múltiples defectos—. ¿De verdad estás bien? No era un piloto cualquiera.
—Él ya está bien —Simplifiqué.
—Ya lo veo. Pero estoy preguntando por ti, Lena —Apuntó, directa.
Si me hubiera hecho esa pregunta el día anterior, me habría esforzado por disipar cualquier sospecha sobre mi estado de ánimo, pero Cassandra era demasiado avispada. Lo demostraba de un modo diferente al de Julia, aunque las dos llegaban siempre a la verdad, sin importar cuánto quisiera camuflarla.
No diría que había sido la persona que más sufrió el accidente de Charles porque no sería justo para sus hermanos ni para su madre. Sin embargo, mi pasado no era el de ellos y eso me hacía muy vulnerable a esa tipo de percances en una pista. Si bien lo pasé mal el domingo, mientras no había noticias sobre Charles, y ya no sentía ni un cuarto de la ansiedad que me sobrevino en los pasillos de aquel hospital, el miedo había transmutado, abriendo una compuerta difícil de cerrar.
—No sé explicarte cómo me sentí el domingo porque no estaba en mí misma. Era como si otra persona estuviera viviendo todo eso y yo solo reviviera lo de mi madre —Le expliqué por encima, sin profundizar mucho—. Anoche tuve una pesadilla —Ella era la primera en saberlo—. Pensé que me había librado de ellas, pero ha bastado con alejarme de él un día para que mi cabeza haga de las suyas ...
—Eso es algo que no puedes controlar —me recordó.
—Tampoco quiero que ellas me controlen a mí —declaré, resuelta a trabajar en mi mente para frenar mis traumas—. Voy a volver al psicólogo. Aún no se lo he dicho a Julia. Solo lo sabe Charles.
—Te hará bien. Estoy segura.
Su semblante rebosaba empatía. Sabía que podía contar con Cassandra para lo que necesitara, pero hablar con ella sobre todo eso me quitó un peso muy grande de encima.
—Cassie.
—¿Mmm?
—Ojalá hubieras estado allí cuando pasó —Verbalicé, provocándole una bonita sonrisa—. Verte llorar habría conseguido que no me sintiera tan mal por hacerlo ...
—Yo habría llorado por las dos —Se expuso y reímos al imaginarlo—. Ya sabes cómo soy.
Yo era la más templada y racional de las tres. Julia también sabía medir la serenidad, pero solo actuaba así cuando yo perdía los papeles. Ella era mi salvavidas, sí, pero Cassandra siempre lograba exprimir mi lado más sentimental y liberarme de esas cadenas que me forzaban a ser fuerte. No era indestructible. Podían hacerme daño, podía sangrar, como el resto de la humanidad, y estar con Cassie me recordaba que llorar y caer de rodillas era parte de la vida. Ella era lo opuesto a mí y, al mismo tiempo, una parte de mi ser. Un trocito de mi personalidad que Cassandra representaba a la perfección.
Unos minutos más tarde, la escueta conversación llegó a su fin.
—Te enviaré el pase en cuanto vuelva a Bolonia —le prometí.
—¿Sabes que te quiero una barbaridad? —dijo, poniendo ojitos de niña buena.
—Te tenemos demasiado consentida ... —Sonreí.
—No mientas. A vosotras os encanta consentirme.
—Es nuestra culpa, sí —Admití.
Las luces del cuarto de baño seguían encendidas. Charles no había vuelto, pero tampoco lo llamé para que le dijera adiós a Cassandra.
—Te quiero mucho —Añadió, tan melosa como siempre—. Sobre Charles ... Despídete de mi parte. Después de eso podéis seguir con lo que he interrumpido —Me dio permiso y yo ahogué una risa—. No tengo que decirte lo que bueno que es el sexo, ¿verdad?
—Seguiremos, tranquila.
—Perfecto. Llámame si necesitas hablar —me pidió.
—Te llamaré —Asentí—. La semana que viene hablamos. Cuelga tú. Mi pantalla no reacciona.
—Vale.
Cassie agitó su mano.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Lena.
Y colgó.
🏎️🏎️🏎️
Hoy Charles cumple 26 añitos y tenía que publicar sí o sí 🥹🥹🥹🥹🥹🎉🎉🎉🎉🎉🎉❤️❤️❤️❤️❤️❤️🎈🎈🎈🎈🎈🎈🎈🎈
Espero que tenga un gran día y que tod@s los que estáis leyendo esto también 😊😊😊✨✨✨
Os quiere, GotMe 💜❤️
16/10/2023
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