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68 || rueda de prensa

Helena Rivas Silva

Mi avión aterrizó a la hora prevista. Tras haber puesto los pies en tierra, cogí un taxi y fui directamente a mi hotel para darme una ducha y cambiarme antes de salir hacia el circuito. Apenas tuve dos horas para hacer todo eso y la ciudad estaba tan atestada que las entradas y salidas al lugar donde se celebraba la carrera parecían abarrotadas por miles de fans que, a pesar de ser día de prensa, buscaban ver a sus pilotos favoritos.

Por lo tanto, llegué con poco margen de tiempo. Recorrí todo el paddock con mi gorra encima para esquivar los brillantes rayos de sol y alcanzar el edificio de prensa cuanto antes. Al llegar, pregunté en recepción cuál era la sala de mi rueda de prensa y salí escopetada hacia el pasillo que un chico del staff me señaló.

Vi a Mia al fondo del corredor. Ella no tardó en escuchar mis pasos y buscarme con la mirada. Tan pronto como me identificó, esbozó una agradable sonrisa.

—Buenas tardes, Lena —me saludó en la distancia.

Yo avancé, nerviosa.

Me quité la gorra para poder abrazarla en condiciones.

—Buenas tardes, Mia. Gracias por venir —Me incliné y besé sus dos mejillas—. Sé que Charles te pidió el favor y que ...

—No es ningún favor —Ella sostuvo mis brazos con ambas manos—. No me debes nada por esto. Tú vas a dar la cara por todos nosotros y por Charles. ¿Cómo no voy a querer ayudarte? —Su sonrisa me calmó paulatinamente—. Somos del mismo equipo, de la misma familia, así que coge aire y no agaches la cabeza. Esa es la regla más importante cuando eres primeriza.

Sintiéndome en deuda con Mia, agarré su muñeca y se lo agradecí de nuevo.

—Muchas gracias.

Sabía que Mia lo hacía de buena fe, pero mi falta de práctica con las palabras logró que no pudiera explicarle lo importante que era para mí. Asistir sola no me habría matado. Habría salido adelante, como siempre, pero tener su apoyo en la primera fila cuando me subiera al escenario y tomara asiento era impagable. No había agradecimiento suficiente en el mundo que representara lo que le debía por tener aquel detalle conmigo.

Apoyó su mano derecha en mi espalda.

—Vamos —dijo ella.

Observé la puerta cerrada de la sala donde aguardaban mi llegada.

—¿Me están esperando? —inquirí, inquieta.

—Eso parece —Me confirmó—. Es casi la hora de empezar.

—Mia —La frené antes de que empujara el material sintético que recubría la superficie—, ¿cómo debo actuar? Si me ... Si intentan ...

Comprendió que mi nerviosismo estaba descontrolado y que tenía que tranquilizarme como fuera.

—Si se te lanzan al cuello, ¿cómo reaccionarías? —Planteó, mirándome a los ojos.

Tragué saliva.

El corazón me iba a mil por hora.

—Me defendería —declaré.

Mia asintió, conforme con mi contestación.

—Pues haz eso. Sé tú misma, Lena —me aconsejó.

—¿Y algo así no afectaría a la imagen de Ferrari?

—Confío en tu juicio —Insistió, dándome una libertad de expresión que, a pocos minutos del inicio de aquella conferencia, se me antojaba inmensa—. Sé que tienes la cabeza sobre los hombros y que podrás gestionarlo. A veces no basta con sonreír y asentir.

La víbora vino a mi mente. La opinión de Charles también hizo acto de presencia en mi memoria.

—A veces hay que devolver el mordisco, sí ... —susurré.

—Exacto. No te achantes —Acarició mis lumbares, trnasmitiéndome todos sus ánimos—. Demuestra que no pueden contigo. Eso será un regalo para la imagen del equipo —me dijo con una cálida sonrisa.

Analicé el color grisáceo de la puerta y mantuve todos los pedazos de mi ser unidos, negándome en rotundo a fallar en el momento en que el equipo más me necesitaba. No defraudaría a nadie y le daría un toque de atención a Mattia con aquella intervención pública.

"Puedo dar la cara por ti y por los chicos. Puedo ser valiosa para Ferrari, así que apuesta por mí y no dejes que me marche. Yo no quiero irme".

—Puedo hacerlo —Asentí

—Muy bien —Mia se echó contra la puerta, abriéndola—. Cabeza en alto.

Respiré con fuerza y crucé el umbral, llamando la atención de la mayor parte de periodistas que ya ocupaban sus asiento frente al escenario. La mesa de dos asientos solo tenía uno libre porque Max ya estaba allí, expectante. Él no dudó en mirarme. Nuestras miradas se encontraron mientras yo atravesaba el camino lateral junto a Mia. No obstante, yo rompí ese vínculo tan casual para dejar a Mia en la esquina más cercana a mi lugar. Ella me dio un último apretón en el hombro y subí los cuatro escalones de la tarima.

El moderador de la rueda de prensa me hizo un gesto con la cabeza como saludo.

—Buenas tardes ... —lo saludé yo.

—Buenas tardes —respondió él.

El suelo era resbaladizo y mis deportivas blancas sonaron mucho. Así pues, atrapé el respaldo de la silla y me senté con el objetivo de no generar más ruido, aunque no había silencio porque todos hablaban entre susurros.

—Hola, Max —dije, acomodándome.

Él debió sorprenderse de actuara con tanta naturalidad, pero nada me obligaba a no ser deportiva y evitarlo a pesar de que estaríamos sentados el uno al lado del otro durante un buen rato.

—Hola, Lena —habló sin volverse hacia mí.

Aquel hombre, el moderador, se acercó a la mesa desde la primera fila de asientos y nos dio la última indicación antes de que todo se pusiera en marcha.

—Cuando estéis preparados, encended los micros —nos comunicó en voz baja.

—De acuerdo. Gracias —le contesté.

Dejé la gorra y mi novio sobre la mesa. Justo después, pasé un par de dedos por mi cabello para adecentarlo y cogí la botella de agua que habían dispuesto en mi esquina. Le di un trago y carraspeé.

Mis pulsaciones estaban remitiendo. Ya no eran demasiado intensas. A la hora de la verdad, no quería escuchar cómo mi propia voz temblaba de puro miedo, por lo que inhalé varias veces y le di órdenes directas a mi corazón de aminorar la velocidad. Por suerte, atendió a mis demandadas con responsabilidad y se estabilizó en apenas diez segundos.

—Max, siento lo que pasó en el hospital —Verbalicé, arrepentida—. No debí abofetearte. Estuvo fuera de lugar.

No intenté justificarme. Podría haberlo hecho porque él tuvo gran parte de la culpa, pero no tomé el camino fácil y lamenté lo ocurrido.

A veces tienes que ceder para que el río retome su cauce.

Y, así, sucedió lo que menos esperaba tras pedirle perdón.

—Yo tampoco lo hice bien —admitió, tragándose su orgullo y reconociendo que sus errores también habían tenido protagonismo en aquella disputa—. Lo siento.

Nunca creí que le oiría disculparse por haberme hecho sentir mal o herida y me habría gustado mirarlo a la cara para asegurarme de que lo decía de corazón, sin trampas ni medias tintas. Ers una pena que aquel escenario no me lo permitiera. Hacer contacto visual con él, con el enemigo de Ferrari, despertaría las sospechas de todos los periodistas que no me quitaban el ojo de encima. Sería un movimiento demasiado arriesgado y yo no estaba en esa rueda de prensa para tomar riesgos innecesarios.

Del todo aliviada, respiré por la boca y eché un vistazo a la hora. Solo quedaba un minuto para el comienzo de la rueda de prensa.

—Disculpas aceptadas.

Me moví en el asiento, buscando una postura más cómoda. Decidí cruzar las piernas.

—¿Estás nerviosa?

La pregunta de Max no avivó mis nervios. Los tenía mansos y sumisos. Ni siquiera su posible ansia por agitarme conseguiría que mostrara la procesión que llevaba dentro.

—¿Nerviosa? ¿Por qué tendría que estar nerviosa? —exclamé, burlona.

—No lo sé —Puso su brazo derecho sobre la mesa, aproximándose ligeramente—. ¿Cómo está Charles?

—Está muy bien —desvelé—. Mañana podrás preguntarle tú mismo.

Sentí que se giraba a mirarme. Yo no le devolví la mirada.

No iba a sentirme intimidada por sus ojos azules.

—¿De verdad? —cuestionó, sorprendido.

—Sí —corroboré y pulsé el botón del micrófono de mesa que habían colocado frente a mí. Me acerqué, deseando que mi voz se proyectara bien—. Estamos listos. Podemos empezar cuando quieran —informé públicamente.

Tras mi movimiento, Max tuvo que presionar el botón de encendido de su micrófono y golpearlo para asegurarse de que funcionaba.

El moderador, contento con nuestra disposición, tomó un micrófono de mano y lo encendió. Se aclaró la garganta y pidió silencio a los periodistas más bulliciosos. Estos se disculparon, abrieron sus libretas y desbloquearon sus móviles, con los que grabarían la rueda de prensa.

—Bien. ¿Estamos en directo? —preguntó a uno de los cámaras, que asintió—. Genial —Ojeó su reloj de muñeco y continuó con su intervención inicial—. En esta rueda de prensa, tanto Helena Silva, representante de Ferrari, como Max Verstappen, representante de Red Bull, estarán a disposición de los periodistas presentes. Charles Leclerc no podrá estar hoy aquí debido al accidente que nos compete, pero esperamos tener noticias sobre su estado y evolución gracias a la señorita Silva —dijo con sus pupilas en mi persona, a lo que yo sonreí levemente—. Primero, darán unas declaraciones sobre lo acontecido el domingo en Bakú y después pasaremos a la ronda de preguntas. Tendrán quince minutos, así que inviertan su tiempo correctamente —Avisó a los profesionales de la comunicación—. Muchas gracias a todos por asistir. Damos comienzo a la rueda de prensa a las seis y treinta tres de la tarde de este jueves, dieciséis de junio de dos mil veintidós —Se echó hacia la izquierda de la sala y volvió a centrarse en nosotros. Entendí que yo iría primera gracias al resto de su mano derecha—. El turno de palabra lo tiene Helena Silva. Adelante.

Decenas de pares de ojos se posaron en mí y otros tantos miles desde sus casas, pendientes de lo que tenía que decirle al mundo sobre Charles y sobre la decisión de Ferrari acerca de la investigación que seguía abierta por la ausencia del piloto monegasco.

Doblé el cabezal y, tal y como me recomendó Mia, no bajé la cabeza en ningún momento.

—Buenas tardes. Gracias a todos por estar hoy aquí y gracias a los espectadores por vernos desde todo el mundo —Expresé, consciente de que ese era el primer paso—. También quiero agradecer al equipo directivo de Ferrari por elegirme como portavoz para esta rueda de prensa —Miré a Mia, ya que era la única con una camiseta roja en la estancia—. En primer lugar, me gustaría trasladar las palabras de Charles, que no ha podido venir hoy por permanecer en reposo —Hubo un pequeño revuelo y todos se irguieron, expectantes—. A pesar de haber sufrido un accidente tan complicado hace tan solo cuatro días, me complace asegurar que su salud es inmejorable y que se recupera rápidamente. Él mismo ha pedido que confirme su asistencia y participación en el Gran Premio de Montreal. En estos momentos, vuela hacia Canadá y está previsto que ruede mañana en los entrenamientos libres junto a Carlos y al resto de pilotos de la parrilla —Me recogí el pelo tras la oreja y los rostros de varios periodistas se llenaron de alivio—. No daré más información sobre su estado de salud porque estoy segura de que él mismo hablará con los medios mañana, pero era importante para nosotros, para Ferrari —Incidí en el nombre del equipo—, comunicar en esta rueda de prensa que Charles Leclerc no se perderá la próxima carrera y que luchará por el liderazgo del campeonato —Mia asintió y me levantó el pulgar derecho disimuladamente—. Dicho esto, pasaré a ofrecer los datos que tenemos sobre lo sucedido el domingo en Azerbaiyán —Abrí la libreta que había traído conmigo y revisé mi letra, aunque recordaba hasta la última palabra de lo que debía decir—. Como pudieron ver durante la carrera, Charles y Max ...

Di toda la información, todos los detalles que recabamos durante aquellos minutos d e incertidumbre en los que el coche seguía boca abajo y la conexión con Charles se desvanecía. Además, hablé de la decisión unánime de Ferrari acerca de buscar una penalización lo suficientemente seca para Max después de haber provocado un accidental que, a posteriori, fue calificado por la misma FÍA como mortal. La investigación seguía abierta y pendiente del regreso de Charles, puesto que sin su declaración no podrían tomar un flanco y dar respuesta a las demandas de Ferrari.

Por su parte, Max pidió perdón por el alboroto y lamentó que los acontecimientos se torcieran de aquella manera tan inesperada. Usó ese calificativo. Inesperada. Ah. Pero él siempre supo que la posibilidad de sacar a Charles de la pista estaba ahí y que, podrían ocurrir en esa carrera, pero que terminaría sucediendo en algún Gran Premio porque no era estúpido. Max Verstappen podía ser muchas cosas. Sin embargo, no era ningún tonto. Para él, su monoplaza era una extensión de su propio cuerpo y el control que tenía sobre él lo había llevado ya a ser campeón del mundo. Creer sus palabras, creer que no empujó a Charles al límite sin ser plenamente conocedor de los efectos que tendrían sus acciones, estaba reservado a los ignorantes o a aquellos que confundían el fanatismo con la ceguedad y que no respetaban la deportividad en un deporte tan difícil y extremo como la Fórmula 1.

Nadie sabía cuánto tragué esa tarde, escuchándole mientras adoptaba el papel de víctima de la adrenalina, como si no hubiera sido capaz de medir unos instintos de los que se avergonzaba. Me gustó verlo indefenso y oír sus disculpas, pero todo era una fachada que desaparecería en cuanto saliera del edificio de prensa, por lo que no suponía nada e intensificaba mi odio y rechazo por él. Que su equipo le hubiera obligado a sentarse en aquella mesa conmigo no era castigo para lo que hizo. Su temeridad debía ser sancionada correctamente y yo aportaría todos los parámetros y gráficos necesarios para que los Comisarios le dieran una penalización rigurosa y acorde con sus actos.

Tras nuestros monólogos, pasamos a la ronda de preguntas. Los interrogantes que me lanzaron fueron fácil de contestar. Nadie parecía querer algo más que respuesta, así que me relajé. Al haber tantas cuestiones, el moderador extendió el tiempo diez minutos más, no sin antes preguntarnos si disponíamos de ese tiempo. Max y yo no pusimos problemas y lanzaron las siguientes preguntas.

—Max, si reconoces que tu comportamiento no fue el correcto, ¿por qué no hiciste caso a las advertencias de tu ingeniero de pista y paraste antes de que fuera demasiado tarde? —le preguntó un periodista rubio de la segunda fila.

—Estar dentro del coche es diferente a verlo desde fuera. Yo no sentía que estuviese actuando de un modo impulsivo —mintió. Yo agarré el botellín de agua y di un trago—. Solo lo veía como una lucha entre dos rivales en pista. Nada más. Y así lo expondré a los Comisarios cuando Charles y yo comparezcamos y den un veredicto sobre lo ocurrido en Bakú.

—De acuerdo. Muchas gracias —dijo el reportero.

El micrófono rodó a otro lugar y acabó en manos de un señor situado en la tercera fila que me miraba fijamente. Apenas quedaban un par de minutos para concluir la rueda de prensa y, mientras aquel tipo se preparaba, imaginé que sería una de las últimas preguntas y que iría dirigida a mí.

—Mi pregunta es para Helena Silva —Acerté en mi predicción y, solícita, le ofrecí un asentimiento y escuché lo que quería preguntarme—. ¿En Ferrari mantendrán que fue culpa de Max y de su agresividad injustificada o se plantean llegar a un acuerdo con ellos? —formuló.

Casi automáticamente, fruncí el ceño y me eché hacia adelante, buscando que se oyera mi réplica.

—No entiendo a qué se refiere con un acuerdo —Expuse. El hombre en cuestión me observaba con una altivez que percibí incluso con más de seis metros entre nosotros—. ¿Puede explicarse mejor? —le pedí amablemente.

Él se adelantó a resolver mis dudas.

—Me refiero a que podrían hablar con Red Bull para evitar que la situación empeore.

La confusión no me atacó exclusivamente a mi. Varios de sus compañeros comenzaron a cuchichear acerca de lo que estaba proponiendo. La incomodidad del moderador era palpable también, pero no intervino y dejó que aquella pregunta tan inapropiada continuara su curso.

—Y, según usted, ¿cómo empeoraría la situación? —Quise saber yo, asombrada de que alguien se atreviera a insinuar un pacto entre dos equipos a espaldas de la FIA.

El periodista mostró una mueca, como si se sintiera decepcionado. Era una verdadera lástima que las cámaras solo pincharan mi imagen y la de Max porque medio mundo habría visto el desdén en su rostro.

—Entiendo que usted es inexperta en estos temas, pero es muy común que, después de producirse un inconveniente en carrera o clasificación, los jefes de equipo intenten entenderse y no empeorar la relación entre los pilotos —dijo, cargando con una verdad ilegal.

A pesar de no estar permitido, muchos equipos hacían acuerdos bajo mano y se cubrían las espaldas por distintos intereses, pero aquel periodista estaba preguntándome algo que, a ojos de la justicia, es decir, de la Federación, era una ilegalidad y una falta de decoro que podía ser duramente castigada.

¿Pretendía burlarse de mí o buscar mi ruina? Porque, si era eso último, podría haberse hecho con una pregunta más compleja que me pusiera realmente contra las cuerdas. Por lo tanto, deduje que me estaba considerando una insensata o una ignorante de las reglas del deporte, cosa que me violentó mucho más que si estuviera tratando de meterme en serios problemas protocolarios.

Elegí muy bien el tono de mi voz y contesté con toda la paciencia que había reservado, augurando una escena grotesca como aquella.

—Max puede corregirme si estoy equivocada, pero no existe una mala relación entre Charles y él. Son rivales, no enemigos —sentencié, ganándome el gesto de aprobación de más de un reportero—. Además, no sé si usted es consciente de lo que está insinuando, pero una charla extraoficial, sin los representantes de la FIA presentes, no se contempla en el protocolo y, si sucediera dicha reunión, se estarían violando varias normas del reglamento oficial.

Claramente, no esperaba que le plantara cara. Debió pensar que me haría pequeñita y que fingiría no saber de qué demonios hablaba, pero se estaba metiendo con la ingeniera equivocada.

—No, no. Está usted malinterpretando mis palabras —Intentó sonreír. Tuvo la oportunidad de redimirse en sus manos, pero, por el contrario, escogió defenderse atacándome y no pudo meter más la pata con esa elección—. Siendo honestos ... Señorita, usted no puede entender de qué estoy hablando porque no es algo que le competa y porque continúa usted en un período de prácticas, ¿no es así? —Me mordí la lengua y le sostuve la mirada sin pestañear—. Permítame también que cuestione si Ferrari ha elegido al mejor representante para la ocasión —comentó, escéptico y acusador.

Ahí está. Ahí está el quisquilloso de turno que quiere ridiculizarme por ser la nueva.

Con sosiego, entrelacé mis manos, rozando el anillo de mi madre y el de mi abuela. Fueron un recordatorio de que el respeto era mi mejor aliado y de que podía morder porque él mismo lo estaba pidiendo a gritos.

—Disculpe, pero creo que no malinterpreto nada —Me puse más seria, más imperativa—. Puede que estos asuntos no sean de mi competencia en el equipo, pero estoy aquí como portavoz de Ferrari y no voy a permitir que usted me trate de tonta en cuestiones que, como ingeniera de pista, conozco perfectamente, aunque no sean parte de mi trabajo activo —Observé cómo la sonrisa de superioridad se le iba borrando de la boca—. Sigo en mi período de prácticas, es cierto, sin embargo, eso no me exime de controlar un reglamento del que usted parece no estar enterado o que prefiere quebrantar para que ambos equipos resuelvan un problema oficial sin que uno de ellos, ya sea Max Verstappen por haber demostrado una conducción temeraria o Charles Leclerc, en caso de que Red Bull exponga alguna razón, sea justamente penalizado por provocar un accidente que podría haber acabado con la vida de un piloto —Hice ver que era un asunto demasiado grave como para estar bromeando. No se reiría a mi costa mientras estuviéramos hablando de la seguridad de mi piloto y el simpático señor pareció darse cuenta entonces, con toda la sala en silencio y mi voz dejándolo como un irrespetuoso de manual—. Le puedo asegurar que Ferrari no va a faltar a la normativa y, en esto, traslado la opinión de mi jefe de equipo, Mattia Binotto, que no comparte esa clase de acciones a espaldas de la FIA y que no dudaría en denunciarlas como corresponde.

Mi inconformismo se vio traducido en un pesado silencio que hizo de soga al cuello del temerario periodista.

—Si me lo permiten —Interrumpió Max al cabo de unos segundos—, querría asegurar que, en Red Bull, tampoco estamos a favor de los tratos extraoficiales y que trataremos este asunto con la FIA mediante, tal y como se establece —dijo, lavándose las manos de algo que podría considerarse un delito a ojos de los Comisarios.

Estaba muy segura de que no me habría apoyado de haber tenido otra opción, pero, si no secundaba mi discurso, todos habrían sospechado que Red Bull sí que se servía de actividades ilícitas para solucionar sus más y sus menos con los rivales. Y lo cierto era que había un porcentaje altísimo de que así fuera, tanto para Horner como para Binotto. Incluso la FIA sabía de esos trapicheos tan engorrosos a los que, habitualmente, hacían la vista gorda. Resultaba más sencillo ignorarlos. A pesar de ello, nosotros estábamos allí sentados para dar la cara por nuestros equipos y defenderlos de acusaciones dañinas y ambos llevamos a cabo el cometido que nos habían otorgado.

El moderador, más pálido que nunca, ya no tenía ese talante animado y agradable del inicio.

—Gracias por la aclaración, Max —manifestó, incómodo—. ¿Esa es su respuesta, señorita Silva? —me interpeló, seguidamente.

—Sí, aunque me gustaría decir algo a título personal al señor ... —Me dirigí al reportero que había desperdiciado su turno en una gilipollez.

—Callaghan —dijo él.

—Señor Callaghan, puede usted cuestionar mi desempeño como portavoz. En eso soy una verdadera novata —Le concedí lo único que consentiría de su memorable intervención—, pero no mi desempeño como ingeniera correctamente formada y licenciada porque no creo que tenga los motivos ni la potestad para juzgar algo así —Me negué a aguantar las estupideces de un tío al que no le caía especialmente bien—. No estamos aquí para que me someta a un examen sobre los conocimientos que tengo o dejo de tener. En mi opinión, eso está fuera de lugar y es de muy mal gusto —denuncié sin ningún reparo—. Aun así, muchas gracias por su pregunta. Espero haberle ofrecido una respuesta a la altura —Y le regalé una rápida sonrisa.

Esa era mi victoria y, joder, sabía mejor que cualquier plato del mejor restaurante de Italia.

Casi forzado a pedir perdón por su desfachatez, se acercó el micrófono a la boca.

—Si la he incomodado, discúlpeme. No era mi intención —Esas disculpas eran falsas porque tenía la humillación escrita en la mirada, pero fue muy divertido contemplar cómo un machito que se creía invencible acababa cabizbajo y encogido bajo el despiadado examen de sus compañeros de profesión—. Gracias por atenderme.

Entones, apagó el micro y se lo cedió al siguiente periodista. No obstante, había una cosa más y no fui capaz de guardármela porque tenía la oportunidad de defenderme y de echar por tierra un comportamiento tan poco profesional como el que había tenido aquel hombre.

—No me ha incomodado; me ha tratado injustamente —recalqué, provocando una sonrisilla en varios individuos—, pero no se preocupe —Detuve mi ataque por un instante—. Solo hace su trabajo y yo el mío —Fingí que lo entendía, que no le culpaba por haberme hecho pasar un mal rato, y solté mi hachazo final—. Es un alivio que no sea usted el ingeniero aquí —Añadí, completamente liberada.

Al instante, miré a Mia.

Temí haberla cagado. Ella movió la cabeza de arriba a abajo, esforzándose por no sonreír. Sintiendo las piernas débiles, me relamí los labios y me palpé los muslos para confirmarme a mí misma que seguía viva.

Si había alguna duda más, todos los hombres presentes callaron. Nadie más pidió el turno de palabra y aquel denso silencio solo se rompió cuando el pobre moderador despertó de su pesadilla particular y proclamó el fin de aquella turbulenta rueda de prensa.

—Bien ... Si no hay ninguna pregunta más, damos por finalizada esta rueda de prensa —Se giró hacia nuestra mesa—. Muchas gracias a Helena Silva y a Max Verstappen por responder a las cuestiones de los periodistas y por exponer los hechos y posturas de sus equipos —Volvió el rostro a los reporteros. Algunos ya se levantaban de sus asientos—. Gracias por su asistencia.

La transmisión en directo se cortó entonces, cuando un cámara levantó su brazo y dio el aviso a sus compañeros. Todos apagaron sus equipos y yo no esperé a que nadie se me acercara, ni siquiera a que Max dijera alguna perla sobre mi respuesta final, y bajé del pequeño escenario creyendo que las piernas me fallarían en pocos segundos.

Mia no tardó en cogerme del brazo y yo le devolví el apretón. Un señor que había estado en primera fila junto a ella se despidió de nosotras amablemente.

—Adiós, buenas tardes ... —dije, estresada—. Mia ... —La reclamé una vez nos dejaron tranquilas—. Por favor, dime que no me he pasado ...

—¿Pasarte? No, Lena —negó, insuflándome un buen cúmulo de oxígeno—. Has estado fantástica. Sinceramente, podrías haberle machacado de verdad y has sido educada en todo momento. Además, como voz de Ferrari has sido impecable, normativa y justa. Has lavado la imagen del equipo, has acallado rumores estúpidos y te has ganado la simpatía de muchos Comisarios al posicionarte del lado del buen juicio de la Federación —Sonrió a un par de tipos y emprendimos el regreso, fuera de aquella sala—. Creo que no podrías haberlo hecho mejor.

—¿No me lo estás diciendo para que deje de temblar como una hoja? —Esbocé una sonrisa de circunstancia.

—No. Yo no miento con estas cosas —Me aseguró.

Salimos de allí y dejamos atrás a los últimos periodistas. Max tampoco había salido, pero me sentía tan débil que charlar con él no entraba en mis objetivos a corto plazo.

No obstante, vimos cómo el inglés que quiso ridiculizarme delante de todo el mundo avanzaba con la cabeza en alto y muchos humos. Nos adelantó por el pasillo. No tuve la referencia de disculparse en privado ni de despedirse.

—Ese imbécil ...

Lo insulté cuando se hubo alejado.

—Es increíble que el moderador le haya permitido la pregunta —Objetó Mia, totalmente decepcionada con la gestión—. Me duele admitirlo, pero, si hubieras sido un hombre, no se habría atrevido a faltarte al respeto de esa forma. No es la primera vez que se da una rueda de prensa de este estilo y cuando está repleta de señores parece que hacen un pacto de alto al fuego.

—Qué bien ... —balbuceé.

Se aferró a mi brazo izquierdo.

—Pero te has defendido como debías. Puedes estar orgullosa —Trató de levantarme los ánimos—. Estoy segura de que Mattia te lo agradecerá.

—Eso espero.

Me reí, soltando los nervios en forma de pequeñas carcajadas.

—Vamos. Te invito a cenar, ¿quieres? —Propuso ella—. Ricky seguro que se apunta y, a lo mejor, Carlos también.

—No, no. Invito yo —Me resistí a su generosidad—. Necesito relajarme o me estallará algo —Afirmé y Mia esbozó una amplia sonrisa mientras palmeaba mi espalda. Entretanto, mi teléfono móvil empezó a vibrar como un loco. Lo había puesto en silencio, pero noté que se trataba de una llamada enseguida. Lo saqué de mi bolsillo y le revelé la identidad del chico que me buscaba—. Es Charles.

Mia me soltó. No tenía planeado interponerse en esa llamada porque sabía cuánto necesitaba escuchar al piloto. No había nadie que pudiera calmarme como él lo haría.

—Habla con Charles —me instó—. Supongo que no te lo dijo, pero estaba preocupado por ti.

Bajé la mirada, plenamente consciente de que Charles estaba casi igual de tenso que yo por lo que pudiera pasar aquella tarde.

—Lo sé —Asentí.

—Te espero fuera —me respondió.

Mia recorrió el trecho del pasillo que le faltaba hasta llegar a la salida del edificio y yo descolgué la llamada de Charles.

—Dos minutos y salgo —Le grité a Mia, que alzó su pulgar. Me acerqué el móvil al oído y hablé—. ¿Sí?

¿Hablo con la señorita Helena Rivas Silva? —preguntó él, bastante contento—. ¿La increíble portavoz de Ferrari que acababa de pisotear el ego de un periodista inglés, estúpido y tremendamente cabrón en una rueda de prensa desde Montréal?

Carraspeé, aclarándome la garganta.

—La misma que viste y calza —Confirmé—. ¿Con quién tengo el placer de hablar?

Con su fan número 1, señorita Silva —rio él—. Solo podía pensar en una cosa mientras le contestabas a ese tío —dijo, volviendo a ser el Charles de siempre.

—Sorpréndeme.

Me apoyé en la pared más cercana. Notaba el cuerpo menos pesado. Escuchar su voz era el mejor remedio para mis miedos.

Esa es mi chica, valiente y honesta. Has estado estupenda, mi vida —me felicitó.

—Gracias. Mia también lo cree, pero yo ... Sigo de los nervios, Charles —Suspiré—. Ni siquiera sé cómo he podido decir todo eso.

Nada de nervios y nada de preguntarte si has hecho lo correcto, Helena —Sonó más severo—. Ese tío debería sentirse honrado de que lo hayas callado con tanto respeto. No tiene ni idea de lo afortunado que es de haber salido vivo.

—Ha sido un capullo por ponerme en esa tesitura ... —Me quejé.

Seguramente quería saber cuál sería tu respuesta —Dio en el clavo—. Si hubieras dicho que sí a esa charla con Red Bull, te habría dejado en ridículo y tú te habrías buscado un buen lío. Es una pena que seas más inteligente que él y que le hayas cerrado la boca —Se regodeó.

—No sé si soy más inteligente ... Solo sé que me he quitado un peso de encima.

Un par de chicos del staff me reconocieron y no tardaron en saludarme. Yo les obsequié con una rápida sonrisa y me acomodé el teléfono al oído.

Ya lo has hecho, y lo has hecho de maravilla. Créeme —dijo él con confianza.

Los últimos reporteros salieron de la sala.

—La prensa hablará de esto —repliqué.

Que hablen. Solo saben hacer eso y malmeter —Simplificó él.

—Ya ...

Sonreí a aquellos periodistas y me toqué el cuello.

Max se ha comportado, ¿verdad? —inquirió.

Era lógico que estuviera preocupado por mí, tal y como había dicho Mia. Sin embargo, ella no sabía que esa preocupación se extendía a Max y a nuestra turbulenta relación. Ni siquiera yo conocía todo lo que estaba sufriendo Charles al dejarme sola con un Max que no parecía querer conservar sus modales.

—Sí, incluso se ha puesto de mi parte —dije.

Intenté que se sacara de la cabeza cualquier idea que le generara más tensión.

Si no lo hacía, habría insinuado lo contrario. No es tonto. Sabe lo que le conviene —Expresó Charles.

—Y a mí me conviene descansar porque ... Dios, todavía tengo el corazón en la garganta —Sonreí al pasillo vacío—. Creo que iré a cenar con Mia. Puede que Ricky y Carlos vengan también.

Es una buena idea —opinó—. Relájate. Te lo has ganado con creces.

Verstappen no tardaría en salir de aquella sala, así que me apresuré a zanjar el tema antes de que apareciera.

—También le he pedido perdón —le conté a Charles.

¿Y te has quedado más tranquila?

—Muchísimo.

Entonces has hecho bien —Me apoyó.

Charles no entendía cuánto me ayudaba al confiar ciegamente en mí. Conseguía que mi autoestima se disparara con muy poco.

—Y, ¿a qué hora llega mi fan número uno? —bromeé.

Estaré en el circuito sobre las diez. ¿Es demasiado tiempo para ti? —contestó, irónico.

—Sí ... Sobre todo porque me habría gustado celebrar esto contigo —revelé.

Podemos celebrarlo por la noche en tu habitación.

Reprimí la sonrisa a duras penas.

—No suena mal —Acepté.

Estoy orgulloso de ti, chérie —me confesó de pronto—. No lo olvides.

Y no podía olvidarlo porque él me lo recordaba en los momentos más oportunos. Justo cuando más necesitaba oírlo.

—Repítemelo mañana en persona —Le sugerí.

¿En la cama? —Rio suavemente.

—Por ejemplo. Me merezco una compensación después de tanto estrés —Respiré hondo.

En la cama o donde fuera. Solo quería estar en sus brazos y olvidarme de días tan angustiosos.

Soy el mejor quitándote el estrés —Se echó unas buenas flores.

—Con que me quites la ropa es suficiente, campeón —respondí en voz baja. Tras asegurarme de que estaba sola allí, cerré los ojos y me permití sacar ese lado más tierno—. De verdad ... Te echo de menos.

¿Sexualmente hablando?

No pude reprimir las risas.

—En todos los sentidos —Levanté los párpados, cansada y feliz por haber acabado con algo que me había perseguido desde su accidente—. Creo que haber pasado un día entero a solas contigo me está afectando seriamente ...

Pues no sé qué ocurrirá cuando te rapte una semana entera y nos vayamos al viaje que te prometí —insinuó él.

—Yo tampoco lo sé ... —Me masajeé el cuello. El viaje en avión no había sido benévolo conmigo—. ¿Te encuentras bien? ¿El viaje no está siendo demasiado largo?

Es largo, pero estoy acostumbrado a esto y no poder moverme mucho ayuda a que siga en reposo —reconoció que no era perjudicial para su salud, sino lo contrario—. Mi condición no va a empeorar por unas cuantas horas aquí metido.

—Andrea viaja contigo, ¿no?

Sí. Ha ido al baño, pero ya vuelve.

Stai parlando con Lena? —Lo escuché decir a lo lejos.

—dijo Charles—. Vuoi che te la passi?

Non è necessario. Sei stato incredibile alla conferenza stampa, Lena —exclamó mucho más cerca del teléfono—. Congratulazioni!

Agradecida, deseé que él también oyera mi respuesta.

Grazie mille, Andrea!

Non c'è di che! —habló, animado.

Al volver la mirada hacia la salida, vi a Mia haciéndome señales. Tenía el móvil en alto y deduje que estaba hablando con Carlos o con Ricky.

—Charles, Mia me está esperando —le informé, abandonando mi posición en aquella pared y caminando—. Te veo mañana en la prueba de asiento.

Pásalo bien —Me deseó.

—Te llamo después, ¿vale?

D'accord. Je t'aime —Añadió a su despedida.

Moi aussi —Empujé la puerta, saliendo del edificio de prensa—. Ciao.

Mia me sonrió y yo esperé a que Charles hablara antes de colgar.

Ciao, tesoro.


















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Primer aniversario de Fortuna 🥹 y no podía celebrar su primer añito sin una actualización ni sin un agradecimiento enorme a tod@s l@s que habéis apoyado tantísimo la novela en tan solo año. Cuando la empecé no pensé ni por asomo que terminaría siendo leída por miles de personas ni que, a 13 de octubre de 2023, tendría más de 220k de visitas. Vuestros comentarios y votos me ayudan muchísimo a seguir en la plataforma a pesar de que muchas veces me ponga de los nervios y os estaré en deuda para siempre por estar ahí 💜❤️✨

Muchas gracias por seguir leyendo mis historias <3

Nos vemos en unos días : )))

Os quiere, GotMe 💜❤️

13/10/2023

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