66 || delivery, call, netflix & chill
Helena Rivas Silva
Masajeó mi trasero antes de contestar.
—Sí. Tu comida.
Me ayudó a levantarme y así pudo salir de la cama. Empezó a sacarse el preservativo justo cuando yo me sentaba en el colchón.
—¿Mi comida? —inquirí—. ¿Has pedido comida?
Charles tiró el condón usado junto a los demás y se levantó. Tuve una bonita vista de su cuerpo desnudo el tiempo que tardó en agarrar sus pantalones de deporte del suelo.
—Bingo. Comida china —Especificó, haciéndome la boca agua al instante—. No sé cuántas horas debes de llevar sin comer nada y voy a solucionarlo ahora mismo.
Se subió los pantalones, ocultando por fin esas partes de su trabajada complexión que me volvían una demente de campeonato. Él no comentó nada de mi descarado repaso a su culo. A decir verdad, la sonrisa que iluminó su semblante era una clara señal de que le encantaba que posara los ojos en su figura. Le subía el ego que mi hambre se proyectara en más direcciones, además de hacia la comida que esperaba tras la puerta de su apartamento.
Me fijé también en lo fina que era su cintura y en el elástico blanco de aquellos pantalones cortos.
—Espera, Charles —Lo detuve, subiendo la mirada a su rostro—. Sigo desnuda.
Sus carcajadas me dijeron que aquella apreciación era una tontería.
—La comida te la traigo yo a la cama, cariño. El repartidor se queda en la puerta —me informó, como si no lo supiera. Sonrojada por mi torpeza, me encogí un poco y cubrí parte de mi pecho—. Aunque seguro que le alegraría el día ver a una chica tan guapa sin nada encima. Una pena que sea mi chica y no la suya —explicó, derrochando confianza—. Ahora vengo.
Y me dejó en su cuarto.
Lo escuché dar un grito para que el trabajador supiera que había alguien en casa y, seguidamente, identifiqué la fuerte presión del grifo abierto.
Claro. Tenía que lavarse las manos antes de coger aquella bolsa.
Sintiéndome tonta y acalorada, me reí de mí misma y me eché en la cama.
Mi espalda se ajustó al colchón y, solo en ese momento, mis tripas rugieron. No había probado nada en ... ¿Cuánto? ¿Unas veinte horas? Y eso que yo amaba la comida, pero habían surgido cosas más importantes que retrasaron el desayuno, por ejemplo. Por el hambre que me entró al saber que Charles había pedido mi comida favorita, deduje que la hora del desayuno había quedado muy atrás y lo comprobé tras coger su teléfono móvil de la mesilla de noche y descubrir que eran más de las tres y media de la tarde.
¿Nos habíamos pasado casi tres horas teniendo relaciones sin más que un par de pausas para charlar?
Nunca creí que, con mi resistencia, más bien poco entrenada, aguantaría una ronda de sexo detrás de otra durante tanto tiempo.
Haciendo algunos cálculos relacionados con esas horas que invertimos en la cama, me sorprendió el regreso de Charles, que, además de traer la bolsa con mi comida, cargaba una bandeja que serviría de mesa temporal, un par de platos llanos donde ponerlo todo y algunos cubiertos.
Tan pronto como lo vi aparecer, me incorporé y, de rodillas, le ayudé a sujetar la bandeja.
—¿Vamos a comer aquí? —titubeé.
—¿No te apetece? —dijo, colocando los platos en el colchón.
—Sí, pero tú no puedes comer nada de esto —argumenté.
Me recogí el cabello tras las orejas y el aroma a arroz y a especias infectó mis fosas nasales. No me di cuenta de que había suspirado. Solo lo noté al contemplar el gesto alegre de Charles.
—Puedo prepararme una ensalada —contestó, sin mayor inconveniente.
Depositó la bolsa blanca a un lado de la cama y se agachó para empezar a sacar los envases. No obstante, yo me senté al borde del colchón, distrayéndolo mucho más de lo normal. Mis anchos muslos entraron en su campo de visión, seguidos de mi vientre y de mis senos. Mi desnudez también funcionaba como distracción, pero no me regodeé en ello y le robé un beso rápido.
—O puedo preparártela yo —Me puse de pie y fui a su armario, de donde cogí una camiseta azul básica, y eché a caminar hacia el pasillo—. Elige algo para ver mientras —le sugerí, pasándome la prenda por la cabeza.
A continuación, entré en el baño, me aseé un poco y fui a la cocina. Saqué todos los ingredientes del frigorífico, entre los que destaqué la lechuga, el aguacate y el tomate, y le hice esa ensalada. Además, acompañé aquel bol predominado por el color verde con algo de pasta fresca que guardaba en la nevera. Era una comida con suficientes proteínas. Solo le añadí un poco de pan, unas cuantas servilletas y una botella de agua grande. Cogí dos vasos y otra bandeja y marché de vuelta a su habitación, no sin antes recoger mi móvil, que seguía abandonado en la encimera.
Encontré a Charles sentado contra el cabecero de cama, con las piernas cruzadas, mientras pasaba las portadas de las películas disponibles en HBO. Ya había sacado todos los platos de la bolsa y me percaté de que eran justamente mis preferidos cuando deposité la bandeja que le había preparado a un lado de la mía.
Lo acomodé todo con cuidado de no tirar nada.
—¿Por qué te queda tan bien mi ropa? —exclamó él de repente. Yo le ofrecí su vaso—. Gracias.
—De nada —Él agarró tanto el vaso como la bandeja y yo contemplé el arroz tres delicias que me esperaba en aquel recipiente de plástico—. ¿A ti te excita cualquier cosa o cuál es el problema?
Se rio ligeramente.
—Incorrecto. Me excita cualquier cosa que venga de ti —Indicó.
—No me digas ...
Su sonrisa no se desvaneció.
Todavía de pie, no me subí al colchón y moví todos los enseres que había adecentado para mí hacia el lado que yo ocupaba en su cama.
—¿Quién te llamó antes? —preguntó Charles, pinchando un trozo de tomate en la frondosa ensalada.
Con cierta curiosidad, tomé mi teléfono y leí las notificaciones que se habían guardado en la bandeja de entrada.
—Bueno, tengo un par de llamadas perdidas de Carlos y de Julia, pero no parece que sea importante ... —Aclaré, observando que mis dos amigos habían justificado sus llamadas por mensaje y que no era nada serio—. Por la hora, debió ser mi abuela —comenté tras ubicar su llamada perdida a la una y cuarto de la tarde—. Hablé con ella anoche y le expliqué lo que te pasaba. Debe de estar preocupada por ti —le expliqué, tirando el móvil a las sábanas.
—Llámala —propuso.
—¿Ahora?
—Sí. Podemos hablar con ella mientras comemos —Se llevó a la boca el primer bocado de lechuga.
—¿Podemos? —La risa quiso salir de mi interior, pero yo le censuré el paso—. No sé cómo vas a comunicarte con ella, Charles.
Él hizo un aspaviento con la mano derecha, como si el idioma no fuera ningún problema.
—Llámala, Helena —me instó a hacerlo.
No me opuse más y agarré de nuevo mi móvil para pulsar en su contacto.
—Vale, vale, pero no voy a andar de traductora, capito?
—Capito. Dai —me apremió.
Inicié la llamada y pulsé el icono del altavoz. Al ver mi falda blanca en el suelo, lancé el teléfono a su lado y fui a recoger la ropa que habíamos dejado por todo el suelo de su cuarto. Le llegó el turno a mis bragas, que estaban a punto de caerse desde los pies de la cama, y me las metí por las piernas.
—¿Por qué te las pones? —preguntó.
—Me siento desprotegida si no las llevo —resumí, algo tímida.
—Eso no es excusa —replicó él.
Su insistencia consiguió que levantara la mirada y le viera masticar mientras trataba de detener una sonrisa impulsiva.
Le hacía mucha gracia que fuera pudorosa después de haberlo tenido entre mis piernas, con su boca haciendo cosas de lo más obscenas. Lo cierto era que no cuadraba que me las pusiera con todo lo que habíamos hecho, pero no estaba acostumbrada a ir por ahí sin estar medianamente vestida. Una manía que Charles tendría que tolerar.
Los tonos seguían sonando.
—¿De qué te quejas? —Me encaré a Charles, que ahogó su risa. Esa que parecía ir en sentido contrario, hacia dentro—. Si me las pongo, después puedes quitármelas otra vez —bromeé, riendo también.
—¿Y por qué no ahora? —cuestionó.
—Ni hablar —sentencié yo.
Recuperé sus bóxers del suelo y una tercera voz interrumpió nuestra animada charla.
—¿Helena? —habló mi abuela.
Le tiré su ropa interior a la cara, arrancándole otra risotada.
—Compórtate —le amenacé en inglés y recurrí al castellano—. Hola, avó. ¿Me llamaste antes?
Tomé mi sujetador y mi camiseta negra en las manos.
—Sí. ¿Estabas trabajando? —preguntó ella.
—Ah, no —negué, mirando a un Charles que sonreía sin miramiento al recordar lo que me había impedido coger su llamada—. Hoy tengo el día libre. Estaba ocupada con la comida —mentí, ruborizándome demasiado.
—¿Y Charles? ¿Se encuentra mejor o sigue con fiebre? —Se interesó por el monegasco.
Una grata sonrisa surcó los labios del susodicho.
—Ya no tiene fiebre —Dejé la ropa a los pies de la cama—. Creo que quiere decírtelo él mismo, aunque no sé cómo ...
—Buona sera, Matilde —Se pronunció él—. Grazie per averlo chiesto. Direi che mi sono ripreso —Expresó en un italiano muy melódico.
—Buona sera. Hai preso le tisane?
Perpleja, miré a Charles, que ensanchó su hermosa sonrisa y continuó comiendo.
—Sì. Mi hanno aiutato a dormire —le respondió.
—È molto importante che non smetti di prenderle. Ti farà bene —Expuso.
—Non si preoccupi. Le prenderò —prometió el enfermo.
Incapaz de creerlo, me subí a la cama y verbalicé aquella conmoción.
—Vovó, ¿desde cuándo hablas italiano? —interrogué.
Mi ceño fruncido le hacía especial gracia a Charles.
—Desde antes de que tu madre naciera —dijo ella.
¿Qué? ¿Cómo era eso posible?
—¿Y por qué yo no lo sabía? —exclamé, escandalizada y sorprendida a partes iguales. Seguidamente, clavé la mirada en Charles. Intentaba hacerse el inocente, pero no colaba—. ¿Tú lo sabías? —le reclamé, sintiéndome poco menos que traicionada.
Mi desconocimiento era toda una diversión para él.
—Porque una tiene sus secretos y porque no tienes que saberlo todo sobre mí, Helena —declaró mi abuela.
—¿Hablasteis cuando fuimos de visita? —Insistí.
Sin embargo, Charles no soltó prenda. En lugar de contestar mis dudas, se llenó la boca de otro bocado y reprimió la risa a base de tragar lechuga y aguacate.
—Olvídate de esas tonterías —Suspiró, arreglándoselas para esquivar mi interrogatorio—. Come va con le ferite, Charles?
Se apresuró a tener la boca vacía. No hizo esperar a mi abuela más que un par de segundos.
—Ah, il mio costato non fa più così male e ... —Comenzó a explicar.
Yo me indigné durante unos minutos. Escucharles charlar en italiano era nuevo y chocante. No sabía aquello sobre mi abuela, pero tampoco sabía que Charles estuviera al tanto. Las posibilidades de que hubieran compartido más que miradas en Jaén se multiplicaron y me convencí de que Charles había dado en el clavo cuando tuvo la oportunidad, pues mi abuela no acogería a mi novio así como así sin tener la certeza de que era de fiar. Y confiaba en Charles. Lo hacía, así que imaginé que él ya le habría hablado de lo que sentía por mí cuando la visitamos. Ese era uno de los pocos motivos plausibles por los que ella, con su fuerte carácter y malas pulgas, aceptara a Charles en la familia como si fuera su nieto perdido.
A pesar de la rabieta por no haber sido consciente de todo aquello, probar el arroz y el pollo con almendras me quitó cualquier vestigio del enfado. La comida estaba tan rica que Charles no tuvo que preocuparse por la inquina en mi mirada, pues se evaporó en un santiamén.
Seguimos comiendo y charlando con mi abuela. De cuando en cuando no tenía más remedio que hablar en castellano porque mi control sobre el italiano todavía no era fantástico, pero Charles parecía entender la gran mayoría del español, por lo que no supuso ningún problema para la fluidez de la conversación.
Pinché un pedazo de mi rollito de primavera, pero la voz de mi abuela impidió que me lo llevara a la boca.
—Así que, ¿le has pedido a mi nieta que sea tu novia? —le preguntó a Charles, sin filtro y sin vergüenza.
Yo ya estaba acostumbrada a las pregunta directas de mi abuela, pero él no. Al oírla, soltó el tenedor y la seriedad embadurnó su semblante de un plumazo. Yo hice un gran esfuerzo para no reír. Parecía asustado por el rumbo que había marcado mi querida abuela.
—Sí. Lo he hecho —Confirmó, aclarándose la garganta.
Sintiendo su nerviosismo, opté por hacer que se relajara. No estaba pidiendo mi mano ni nada parecido. Mi abuela imponía mucho, pero no debía sentirse intimidado por ella.
—No mientas —Me enfrenté a él en inglés. Después, llevé el bocado a mi boca y mastiqué—. No lo has hecho.
—¿Ah, no? —dijo, dubitativo.
Sonreí brevemente.
—Creo que ya eres mayorcito y que no necesitas ninguna charla, pero quiero asegurarme de que entiendes lo que conlleva tener una relación en la que ... —Y mi abuela dio rienda suelta a un sermón al que ninguno de los dos prestó atención.
Me giré hacia Charles, terminando de masticar.
—No. No lo has hecho todavía —Puntualicé acerca de su equivocación.
Dejó el bol de ensalada en su regazo y me escrutó con esos ojos claros que más de una vez me habían tapiado las cuerdas vocales. Se acercó a mí y sujetó con un par de dedos mi barbilla.
Por un instante, olvidé que respirar era un requisito si quería seguir viviendo.
Él también escogió un idioma que mi abuela no controlara y bajó el tono para que solo yo escuchara lo que quería decir.
—¿Quieres ser mi novia formalmente, Helena?
Con la monserga de mi abuela de fondo y las mejillas rellenas como las de una ardilla, parpadeé con efusividad y traté de tragar para que la escena dejara de ser tan cómica. Aun así, a él le fue inevitable sonreír. Mis mofletes inflados debían de ser algo realmente divertido.
—Sí —Asentí, a punto de atragantarme—. Sí, quiero, Charles.
Se le escapó una pequeña carcajada antes de besarme.
Solo estaba bromeando. No ... No iba en busca de una proposición así en lo más mínimo. Él aprovechó mi mal chiste y se adelantó con una pregunta que no necesitaba formular. Ya éramos pareja. Lo habíamos hablado y acordado de ese modo. No hacía falta ninguna formalidad y, a pesar de todo, me hizo una ilusión terrible que lo dijera con esas mismas palabras.
Charles se llevó el sabor agridulce de mis labios. Aquel beso supo mejor que muchos otros. La repentina emoción me echó contra su cuerpo y, si los platos no hubieran estado en peligro de caerse, me habría subido encima de él para aplacar una mísera parte de la alegría que nacía de mí a borbotones.
Noté su otra mano en mi espalda, agarrándome con firmeza.
—¿Por qué parece que te estoy pidiendo matrimonio? —inquirió en un corto descanso entre el primer y el segundo beso.
Abarqué sus mejillas con mis manos y lo besé una decena de veces, un centenar, un millar. No conté los besos, pero habrían sido muchos más si su sonrisa no hubiera temblado en mi boca.
—Porque te lo has tomado muy en serio ... —alegué yo, sonriendo como una tonta.
Charles sabía al aliño de la ensalada, a brotes verdes y a una frescura que me ablandó el alma.
Se acogió a mi cintura, profundizando en esas caricias.
—¿Te ha quedado claro? —reclamó mi abuela.
Ladeó el rostro y echó la vista hacia el teléfono del que salía aquella voz, aunque no se apartó de mí, permitiendo que besuqueara su barba a mi antojo.
—Perfettamente chiaro, signora —contestó, feliz.
—Bien, porque no toleraré que le hagas daño a Helena —Se posicionó, tajante.
Distancié mis comisuras de su piel.
—¿Qué dices, avó? —Me aparté un poco de él—. Sabes que Charles no es así.
—¿Así cómo? —Frunció el ceño.
—Un mujeriego —Soltó ella.
Rodé la mirada y me apoyé en el colchón.
—Vovó ...
—Los deportistas son unos vividores y yo solo quiero que tú estés bien, hija —defendió su falta de tacto.
Me avergonzaba que pensara tan mal de Charles porque él era la persona con la que yo quería estar y no me cabía duda alguna de que, si dejaba de quererme o se enamoraba de alguien más, me lo diría. No me pondría los cuernos, no me engañaría y no llevaría una doble vida con tal de mantener oculto un desliz o una aventura.
A mí me abochornaba, pero él pareció sentirse dicharachero gracias a las acusaciones de mi abuela.
—Solo tengo ojos para Helena, Matilde. No debe preocuparse por ese tipo de cosas —Rozó mi cachete con sus dedos y yo admiré la serenidad que había conquistado su cara—. Y no soy ningún vividor —aseguró, agrandando mi sonrisa—. Llevo una vida bastante tranquila, si me pregunta.
Me plantó otro beso, cariñoso y dulce.
—¿Cuántos hijos quieres?
Alborotada y ofendida por las licencias que estaba tomándose, me quejé de su descaro.
—¡Abuela! —grité en castellano.
Charles se rio entre dientes. Había rubor en su rostro, pero lo refrenaba bastante bien.
—¿Es que no puedo hacerle preguntas? —Se mostró airada conmigo.
—Por Dios ... —mascullé, tocándome la frente del agobio.
Agotada de una charla que parecía un verdadero interrogatorio, me volví hacia los platos de comida y cargué una cucharada de arroz. Comer me bajaba los humos y necesitaba templarme para no discutir con mi abuela, así que me llené la boca y contemplé la televisión.
Charles regresó a su ensalada y mareó algunos de los ingredientes con su tenedor.
—Allora? —demandó una respuesta a Charles.
—Bueno ... —balbuceó él. Entonces, palpé su brazo y, una vez tuvo sus ojos en mí, me señalé con insistencia, deseando que entendiera lo que tenía que decir para satisfacerla. Me analizó, barajando las múltiples opciones, y se decantó por la correcta—. Los que Helena quiera.
Suspiré aliviada y le hice una señal de que había elegido genial.
—Bien —Descansé los hombros y degusté aquel bocado—. Siempre debes escuchar a la mujer que tienes a tu lado.
—Por supuesto —Afirmó—. Siempre tengo en cuenta lo que ella quiere, incluso si no lo dice —Y acarició mi muslo desnudo, llevándose más comida a la boca.
La llamada teléfono concluyó un rato después, con nuestros platos estaban vacíos y la promesa de que la mantendría informada sobre la salud de Charles. No tenía ni idea de que mi abuela le guardara tanto aprecio, pero era bueno que lo hiciera. De no haberla conquistado ya, sus sermones se habrían prolongado durante toda la tarde y no quería pasar el resto de mi día libre escuchando cómo ella sacaba pegas ni aleccionaba al chico del que estaba enamorada.
Tras recoger todos los platos y envases y lavarnos las manos, cogí el botiquín del armario de su baño y nos turnamos para curar las heridas del otro. Primero me limpió la quemadura a mí porque yo había pasado más tiempo sin atenciones médicas, así que no pude rebatírselo y dejé que cambiara mis gasas por unas nuevas.
Mi herida no tenía mucho trabajo, así que acabó rápido. La suya era más difícil y necesitaba más cuidados, además de la aplicación de una pomada que ayudaba a cicatrizar con mayor celeridad. Ya estaba liando su brazo en las vendas blancas cuando dejó de comentar algo que le había dicho el médico sobre su hematoma del costado y recordó la charla con mi abuela materna.
—Tu abuela es muy intensa —dijo.
—Perdónala —le pedí—. Son sus costumbres y solo tiene una nieta, así que ...
—No pasa nada —Me calmó—. Lo entiendo, chérie.
Pero una pregunta revoloteaba sobre mi cabeza y no conseguía deshacerme de ella.
Repasé las cintas, temiendo que pudieran despegarse de su piel.
—¿Te tira? ¿Es incómodo?
Movió el brazo en varias direcciones para comprobar que, efectivamente, no había nada mal en aquel vendaje.
—Ni un poco. Estás hecha toda una enfermera —Se adelantó y me dio un pico rápido—. Gracias, cariño.
—No es nada —Le sonreí y guardé todos los utensilios en aquella cajita de primeros auxilios. Incapaz de contenerme, lancé la cuestión a bocajarro—. ¿Cuántos quieres?
Andaba despistado palpando el apósito, por lo que no pilló el significado a la primera.
—¿De qué? —espetó, confundido.
Cerré la tapa del maletín.
—Hijos —Señalé—. Cambiaste tu respuesta y quiero saber cuántos ...
Creí que tardaría en decirlo, pero no fue así.
—Tres —Se pronunció, desvelándome su opinión al respecto—. Vengo de una familia de tres hermanos. Creo que es el número perfecto —Me vio guardar la caja en su sitio—, pero tú siempre tendrías la última palabra. Te escucharé siempre. No necesito que tu abuela me aleccione en estos temas —reflexionó, consciente de que era un tema que nos involucraba a ambos—. ¿Y tú?
Me giré y salimos del cuarto de baño.
—¿Yo?
—Sí —Asintió, apagando la luz—. ¿Has pensando en tener hijos?
Entré en su habitación y le fui completamente sincera.
—No. La verdad es que no —respondí.
—¿No te gustan los niños?
Ambos nos metimos en su cama. Él cogió el mando de la televisión y la encendió.
—Bueno, no soy ninguna fanática de los niños. Gritan, lloran y dan mucho trabajo —me reí, imaginando el desastre—. Tampoco sé si estoy hecha para ser madre. Nunca me lo había planteado porque nunca he tenido una pareja estable. No lo sé —Charles se tumbó y yo me hice un ovillo a su lado—. Fui la niñera de David durante varios años y me gustaba. Con él me nació un instinto fraterno-maternal que no sabía que tenía, pero nunca me imaginé a mí con una familia —Nunca había deseado un futuro con alguien más y, de alguna manera, me molestaba—. Me refiero a que ...
—Sé a lo que te refieres —declaró mientras pasaba su brazo izquierdo por mis hombros, pegándome a su costado sano.
—¿Lo sabes? —Me escurrí entre las sábanas.
—Sí, y está bien —Me relajó—. No tienes que sentirte presionada por nada de esto. Somos jóvenes y es completamente normal que no te hayas visto como madre. Yo tampoco sé si sería un buen padre —Desconfió de sí mismo—. Solo tengo la referencia de mis hermanos y sé que no me gustaría tener un solo niño. No quiero que esté solo si a mí me pasa algo. Además, la confianza que tienes con un hermano no es la misma que puedes tener con tus padres. Eso es lo que pienso.
Empezó a pasar las carátulas de las películas recomendadas en la plataforma.
—Sí. Tiene sentido —Apoyé la mejilla en su pecho—. Y no me siento presionada. Nada de nada.
No era eso lo que me había inquietado del asunto. Simplemente, creía que debía hablarle de cómo me sentía y escuchar sus preferencias. Jamás había estado en la tesitura de vivir acompañada por alguien y tener planes a largo plazo con otra persona. Eso había cambiado. Ya no estaba sola y me importaban las aspiraciones de Charles. Unas aspiraciones que, a título personal, también incluían ser padre. No obstante, esa conversación no me ponía en ningún aprieto ni me forzaba a hacer una elección para la que no estaba lista. Él me respetaba y yo lo respetaba a él. Esa era la mejor parte, la que más valoraba.
—Perfecto. Ahora voy a elegir esa película que ... —Intentó decir.
—Pero sé una cosa —Intercepté su voz.
—¿Qué cosa, tesoro? —inquirió, atento a la pantalla de la televisión—. De terror no, ¿verdad? Soy muy asustadizo ...
—Las películas de miedo están vetadas —determiné, segura de que yo gritaría mucho más—. Sé que, si tengo hijos, quiero que sea contigo —le comuniqué.
Sabía que estaba sonriendo de oreja a oreja, pero no lo pude ver con mis propios ojos hasta que se tiró sobre mí y empezó a besar cada esquina de mi rostro, excepto en mi boca. Pronto, sentí que sus manos creaban un hábil sendero por mi espalda, bajo esa camiseta que le había robado antes.
Respiró plácidamente, pensando en que mi deseo no podía ser más atractivo para ese futuro juntos.
Una familia con él no era una idea descabellada y me agradaba. Me agradaba mucho.
—¿Estás segura de que quieres ver una película? —me preguntó, haciendo su camino hasta mi oído.
—Quiero verla —aseveré.
La punta de su nariz recorrió parte de mi sien.
—¿Después de decir que me quieres como el padre de tus hijos? —dijo, un tanto incrédulo.
—Sí ... —Me resistí a su roce—. Aparta, vamos ... —Lo eché hacia atrás y él se rindió, recuperando el mando, pero sin perder sus hoyuelos—. Te encantan los niños. Serías un padre fantástico —dije, admirando su perfil.
Charles se relamió las comisuras y pulsó de nuevo los botones.
—¿De verdad lo crees?
—No soy ninguna mentirosa, Charles —Regresé a su pecho, abrazándome a él para tapar el sonrojo que me había sobrevenido tras expresar aquello—. Te llevas genial con mi hermano pequeño y adoras a todos los críos que vienen al box o que te piden fotos. Sobre todo a las niñas —Recalqué—. Se te pone una cara de bobo increíble cuando vienen niñas a saludar con sus padres.
Una niña estaría bien. Una niña y nosotros seríamos sus padres.
Tímida por pensar en un retoño que pudiéramos llamar nuestro, guardé silencio.
Charles sería tan feliz con un bebé en brazos que, si le hubiera dedicado unos segundos más a recrear esa imagen en mi mente, habría acabado entre lágrimas, aunque no lágrimas tristes, sino de emoción pura. Ver cómo se convertía en padre sería algo que no se iría de mi fantasiosa cabeza en años y que querría presenciar.
—Una niña, ¿eh? —Volvió a acomodarse—. Tener una mini tú sería perfecto.
—A veces no me aguanto —rebatí—. No sé si sería muy buena idea.
—Lo sería. Confía en mí —Acarició mi brazo—. ¿Qué te parece si vemos "El bebé de Bridget Jones"?
Lancé un golpe suave a su estómago y me eché a reír.
—Eres tonto de remate —le insulté.
—Solo quiero estimular tu instinto maternal —clamó.
—No hay nada que estimular —Impuse y alargué mi brazo para arrebatarle el mando a distancia—. Dame el mando.
—Vale, vale —Se escaqueó tras unos cuantos tiras y aflojas—. Nada de bebés en el título ... —Estableció la norma y yo besé su pectoral mientras mis risotadas se extinguían—. Oh, Dios, esta película es horrible. La vi con Joris una noche y fue ...
Después de unos minutos enumerando algunas opciones, se decantó por un largometraje al que parecía tenerle especial aprecio.
—¿Harry Potter? —Buscó mi afirmación.
—Vale. Hace tiempo que no veo ninguna —Él le dio al play y la pantalla se fundió al negro—. ¿La primera?
—Sí —dijo, tirando el mando lejos y tumbándose.
No habían transcurrido ni cinco minutos de la película cuando Charles tuvo una duda, de esas de vida o muerte, y me exigió una contestación.
—Espera. ¿De qué casa eres? —husmeó.
—Ravenclaw.
Resopló con fuerza.
—Allez ... —lamentó con esa tonalidad tan francesa—. ¿Por qué elegirías esa casa?
Parecía muy indignado y me resultaba gracioso que una tontería como esa le irritara.
—Porque es la casa de los raritos y yo soy una rarita. ¿Qué pasa? —Me alejé una chispa de su cuerpo y localicé su decepcionada mirada—. ¿Acaso no me pega?
—Bueno, sí. Te pega —Accedió—, pero Gryffindor es mucho mejor. Incluso Slytherin lo es —Apuntó, creyéndose portador de la verdad absoluta.
—¿Estás diciendo que tengo mal gusto? —le pregunté, sorprendida.
—Sí. Eso es lo que estoy diciendo —Asintió.
Ofendida, me incorporé.
La luz de la pantalla era lúgubre e insuficiente, pero discerní sus facciones y aquel brillo malévolo en sus pupilas en la densa oscuridad de su habitación.
—Retíralo —demandé.
—No.
No rectificó.
Exhalé un suspiro de impaciencia.
—Con que esas tenemos ...
—¿Qué tenemos? —Se hizo el iluso.
Así pues, me subí a su regazo, recuperando aquella posición que tanto me había gustado.
—Eres tú el que no quiere ver la película —Lo inculpé.
—¿Y eso es un delito? —cuestionó, respondón.
Si ese era su plan para que me olvidara de una tarde relajada, con películas y abrazos, lo iba conseguir. Al fin y al cabo, siempre sabía dónde presionar.
—¿Y qué pasa si yo sí quiero ver a Hermione, eh? —Me resistí a sus sugerencias—. Es mi personaje favorito de la saga y de niña era monísima.
Introdujo su mano derecha bajo la camiseta que me protegía de la hambruna de su mirada.
—Que cerraré el pico y veremos la película pacíficamente —Planteó, respetando mis deseos—. Sin interrupciones.
Y de verdad quería ver esa película con él, como una pareja normal y corriente que pasa su día libre en casa, descansando y recargando energías gracias a las caricias del contrario. Quería experimentarlo todo con Charles, pero los lejanos vestigios de aquellos orgasmos treparon por mi vientre bajo y clavaron su bandera en mí, triunfales.
Anhelando ese placer, me incliné y le arrebaté un beso largo y húmedo que desnudó mis intenciones de ceder a sus tiernos reclamos. Si quería llevar la discusión a otro nivel, la llevaríamos.
—Déjala puesta —Rocé su lengua con la mía—. Me sé la primera mitad de memoria ...
—¿En serio? —Sonrió en mitad del beso.
—A mi hermano le encanta ... —le revelé.
Sus dedos tiraron de la camiseta que yo llevaba.
—A mí también me encanta —dijo Charles, absorto en el juego de luces, en cómo hacían que mi silueta se viera extraña y lasciva—. Y ahora mucho más ... —farfulló—. Ponte de lado.
—¿Quieres mandar tú? —Apoyé ambas manos en su pecho.
—Sí —dijo, muy directo—. De lado. Ya —Me bajé de él y adopté la postura que exigía. Charles empujó su miembro contra mi trasero y arrastró el elástico de las bragas por mis muslos—. Separa las piernas, cariño ... —Excitada, acaté su orden. Movió su boca en mi nuca—. ¿Vas a ser buena?
Charles lo sabía. Sabía que estaba mojándome a pasos de gigante y no iba a detenerse.
—No ... —Sonreí a la pared.
—Muy bien ...
Y gemí tan fuerte que, si hubiera tenido vecinos, habrían oído tanto mi voz como aquel azote.
🏎️🏎️🏎️
Después de un fin de semana bastante meh con el GP de Japón, vengo a alegrar las tardes/noches 😚
Hoy seré breve con la nota de autora porque estoy terminando un capítulo y ando escribiendo como loca antes de que mis vacaciones se acaben xD
Espero que hayan disfrutado de la lectura 💜
P. D.: Puede que la semana próxima no haya actualización en Fortuna, sino en otras novelas (un descansito no viene mal de vez en cuando 😅), pero os avisaré por el tablón 🤙🏻
Os quiere, GotMe 💜❤️
24/9/2023
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro