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65 || avec toi au-dessus

Helena Rivas Silva

Aquel tiempo que pasé en la cama con él parecía inagotable y me encantaba tener esa sensación de infinitud a mi alcance. El sol se colaba por las rendijas de sus persianas con la misma intensidad que cuando entramos. Todo estaba igual. Nuestra ropa seguía en el suelo y las sábanas se enredaban cada vez más entre nuestros cuerpos.

El reloj se había congelado para él y para mí. Solo estábamos nosotros.

Los besos dieron paso a los abrazos y estos otros a un ambiente de los más soporífero que solamente se revirtió cuando una lucecita iluminó mi mente y la curiosidad fue tan grande que me eché contra su trabajado torso.

Charles se había tumbado otra vez y, al mirarlo, creí que estaba a pocos segundos de dormirse.

—Hay una cosa que no entiendo ... —le comenté, a lo que él me observó, resistiéndose a las horribles ganas de echarse una siesta a deshoras—. ¿Qué errores te llevaron a mí? ¿Qué significa eso?

Esa pregunta le hizo ilusión. Lo discerní en su sonrisa, en el aleteo de sus párpados.

—Puede que esa noche, en Baréin, no supiera decirle que no a Pierre y acabase yendo a aquella fiesta —Su incapacidad de negarse a las propuestas ajenas funcionó bien en aquella ocasión—. Yo estaba agotado y quería quedarme en el hotel, pero él se empeñó en que fuéramos.

—¿Ah, sí?

Apoyé mi mentón en la mano derecha, cerca de mis vendas, muy atenta al movimiento de sus labios.

—Y puede que me equivocara de sala mientras huía de un par de chicas demasiado pegajosas que Pierre me había buscado porque, según él, llevaba mucho tiempo solo —me informó de unos detalles que escapaban a mi conocimiento—. Y puede que en esa sala, a la que entré por equivocación —Rozó mi pómulo con su dedo índice—, me tropezara con la chica más hermosa de todo el edificio ...

Ruborizada, observé las líneas de sus abdominales, que contribuyeron a que el sonrojo se adueñara de todo mi rostro. No estaban demasiado marcadas. Nunca lo estaban. Solo lo justo y necesario para ponerme nerviosa.

—¿Tan buena visibilidad tenías? —inquirí.

Su piel se amorataba a la altura de las costillas, en el lado derecho, el contrario y más alejado de mí. Ese hematoma me molestaba, aunque no más que a él. Lo notaba luchar contra el dolor al reincorporarse cada pocos segundos, buscando una postura menos agresiva.

—Sobre eso ... —Chasqueó la lengua—. Te engañé un poco.

Extrañada, alcé la mirada.

—¿Qué? —Charles forzó una mueca, como si le hubiera pillado en pleno atraco a mano armada—. ¿Y cómo ...?

—Yo llevaba más tiempo en ese salón —me reveló su secreto y jadeé, asombrada por una simple artimaña que me tuvo sin aire mientras anduve con él aquella noche—. Mis ojos se habían acostumbrado a la poca luz que había y ...

—Pero me viste, ¿no? —repliqué, incapaz de creer que me hubiera mentido con tal de acercarse a mí—. Quiero decir, fuiste hacia mí para que ese hombre no me ...

—En realidad, no sé si había hombre o no —dijo, sincero—. No di con otra excusa para ir hasta ti —Simplificó sus acciones y yo lo escruté anonadada—. Vi tu vestido. Tenía algo de pedrería y resplandeció como si me estuviera llamando. Ahí me di cuenta de que eras tú.

¿Me estaba diciendo que todo aquel encuentro fue puro teatro? ¿Me estaba diciendo que se inventó lo de aquel tipo y que tampoco tenía esa visión de la que alardeó entonces? ¿Me estaba diciendo que todo ocurrió porque sintió una especie de flechazo por mí cuando me vio entrar en ese salón?

Sin palabras, analicé su semblante.

Nunca pensé que sus técnicas de seducción fueran tan premeditadas ni que, contra todo pronóstico, hubieran hecho tan bien su función.

Consiguió que quisiera más. Consiguió que anhelara su piel y su voz sin tener un rostro al que acudir.

—¿De que era yo? —Expresé, confusa—. Eso no tiene sentido, Charles. Nosotros no nos conocíamos —declaré, escéptica ante una historia que no encajaba con la realidad.

Con mi realidad, al menos.

—No nos conocíamos —me concedió esa verdad—, pero yo había visto a una chica preciosa en el salón principal. Avait le plus beau sourire que j'avais jamais vu —dijo mientras sostenía mi mejilla entre sus dedos. Los sentí calientes—. Ella estaba hablando con su amiga, así que nunca me miró, pero yo no podía apartar la mirada de su carita. Sus ojos era negros como la noche más oscura y sus labios tan rojos como la sangre —La forma en que describió todo lo que más le gustó de mí la primera vez que me vio fue aterradoramente estimulante. Doblé ambas piernas por la mitad, levantándolas en el aire para regular mi calma. Las entrecrucé, demasiado excitada y, a la vez, avergonzada por ello—. Mi corazón dio un vuelco cuando la vi —Agregó, endulzando la escena—. Pensaba acercarme e invitarla a una copa cuando mi amigo Pierre me arrastró a otra parte. La perdí de vista hasta que entró en aquel salón, completamente perdida.

Vagamente, recordaba a un par de chicos de los que Julia me advirtió mientras estuvimos en la sala principal de la recepción. No obstante, si el mismísimo Charles Leclerc hubiera sido uno de ellos, mi mejor amiga habría puesto el grito en el cielo. Me lo habría dicho si hubiera reconocido al monegasco de Ferrari entre la multitud que se había reunido en aquel hotel. Aunque eso no quitaba que él se encontrara allí ni que se quedara prendado de mí. Era posible y me hacía ... Me hacía muy feliz que se fijara en mí cuando había decenas de mujeres mucho más exuberantes y hermosas que yo. En un lugar así todo era lujo y derroche y las invitadas representaban dichos puntos a la perfección. Por el contrario, yo no cumplía con los requisitos de la casta que se reunía en esa clase de fiestas. No me arreglé demasiado, aunque sí elegí el mejor vestido que había llevado al viaje. Negro, de seda y con algunos brillos que se adaptaban a la caída de la tela y que, tal y como le ocurrió a Charles, atraían la atención de más de un curioso.

Conteniendo la sonrisa, me alegré de haber escogido aquel atuendo y de haber ido a la fiesta que tan poco me apetecía pisar. Si no hubiera ido, habría tardado más tiempo en conocerle. Ese vacío en mi pecho se habría prolongado hasta que, en algún momento de la temporada, nos hubiéramos visto en el paddock y mi vida habría dado ese giro radical que nunca hubiera adivinado.

Yo, enamorada de un piloto de mi propio equipo. Si alguien me lo hubiera sugerido unos meses antes, habría reído a carcajada limpia.

Y ahora estás en su casa, en su cama, en sus brazos, sin nada encima y con un amor desmedido que apenas sabes cómo manejar por ti misma.

Colorada hasta el tuétano, le respondí para evitar que la vergüenza me tragara.

—Alguna chica podría haber llevado un vestido parecido al mío —Barajé—. No podías saber que era yo.

Sus dedos se alimentaban del calor que desprendían mis cachetes. Quemaban.

—Eras tú. Claro que eras tú ... —aseguró.

Achantarme antes sus cumplidos no era una opción. Por lo tanto, separé las piernas y deslicé la izquierda entre las suyas. La suavidad de las sábanas, combinada con la presión de mi muslo, le torció la mandíbula en un gesto de placer.

Con sigilo, me encaramé a su pecho. La sábana que volvía a cubrir mis senos tiraba, resistiéndose a hacerme ese favor, pero jugó en mi equipo, puesto que Charles percibió el tamaño de mis atributos femeninos como si no hubiera nada entre su piel y la mía.

—Si te hubieras acercado a mí para invitarme a beber, no habría funcionado.

Mi seguridad le causó cierto incordio. Creyó que me tenía mansa y sumisa solo por haber pintado mis mofletes de rojo y no podía estar más equivocado.

—¿No?

No confiaba en mi determinación. Y, siendo sincera, yo tampoco.

—No me gustan los líos de una noche ... —le contesté—. En especial si es un desconocido —reí.

—¿Habría sido un desconocido para ti? —Se quejó de pronto.

—Tampoco me gustan los tíos arrogantes ... —Admiré su sonrisa—. Ni siquiera si es un piloto de Ferrari —recalqué.

Metió su mano en mi cabello. No le dejé hacer ningún esfuerzo y me acerqué a él, besándole lentamente. Durante aquel beso, se sirvió de su mano contraria y trazó la silueta de mi espalda. Aprovechó y bajó un poco la sábana, cansado de que ocultara mi cuerpo a sus ojos verdes.

—No habría sido ningún arrogante porque te habría hecho sentir muy bien, ma vie ... —Confió en la química que hubo desde el primer momento.

Besé su comisura inferior.

—¿Te atraje tanto? —Le provoqué.

Charles introdujo su mano bajo la fina tela, palpando toda mi columna vertebral, mientras mi pecho se comprimía contra el suyo, que latía a una velocidad sosegada y rítmica.

Tu n'as aucune idée de combien ...

Estábamos relajados.

No había trabajo. No había personas que nos molestaran. No había nada más que la codicia de dos cuerpos que habían estado separados más tiempo del deseado. Y no quería más distancia. No quería más problemas.

Aquel idioma se vertió desde mis labios, casi sin la necesidad de pensar en traducciones.

Tu me voulais dans ton lit cette nuit-là, Charles? —le pedí una respuesta.

Su aliento se diluyó sobre mi boca y noté que su pulso ya no era tan regular.

Oui ... —Me arrancó otro beso que bien podría haber pasado por una mordida, pues sus dientes atraparon mi labio y lo confiscaron, negándome la oportunidad de hablar—. Je mourrais d'envie de te toucher —De un segundo a otro, mis dedos reptaban por la mitad de su pecho—, de connaître ton nom, d'être seul avec toi ...

Et faire quoi? —le interrogué.

Te faire l'amour —balbuceó.

J'ai besoin de détails ...

Después de un beso que secuestró mi férrea voluntad, desplacé los dedos a su cuello. Mi anillo estaba helado y él se estremeció. Quería mostrarme resistente a sus deseos, pero, ¿a quién iba a engañar? Era incapaz de negarle nada si me tocaba con esa pasión contenida.

Gentiment ... —describió escuetamente.

Dans quelle position? —Intervine.

Avec toi au-dessus ...

Hablaba como mareado, borracho de mí. Y yo quería cebarle hasta que la embriaguez fuera más fuerte que cualquier otra sensación.

Siguiendo al pie de la letra las pautas que me daba, saqué mis piernas del enredo y me incorporé para subirme en su regazo. Él, tumbado, contempló cómo colocaba los muslos sobre su vientre, cada uno a un lado y, justo después, sintió mi sexo en su vientre bajo. Mientras Charles respiraba pesadamente, yo recogí las sábanas y las mantuve como barrera entre sus dilatadas pupilas y mi torso desnudo. Debía gestionar mis cartas de un modo adecuado.

Comme ça? —Charles tragó saliva—. Tu voulais que je te monte? Veux-tu encore que je le fasse? —Ladeé la cabeza.

Oui, je veut ... —Asintió, tan desesperado por tocarme que sus manos apenas tardaron en agarrar mis muslos.

Aquella era un posición nueva para mí. Ningún hombre me había pedido que le montara y, si bien me atraía la idea de tomar el control, nunca lo propusieron. Según mis experiencias previas, darle la llave de tu placer a una mujer con la que solo quieres echar un polvo resulta difícil para el orgullo de muchos hombres que no confiab en lo que la otra parte pudiera hacer estando sobre ellos.

Que Charles me lo pidiera implicaba que no tenía miedo de estar en desventaja, a merced de lo que yo quisiera hacerle. Otro punto más que lo desmarcaba del resto de hombres con los que había compartido una cama en el pasado. No se sentía inseguro en absoluto. Había depositado su confianza plena en mí y, joder, le haría pasar un buen rato si lograba pulsar las teclas precisas.

Sin embargo, él tomó la iniciativa al extender su brazo derecho y agarrar otro de los sobrecitos que había esparcido por el colchón tiempo atrás. Intercepté su mano antes de que comenzara a abrir el preservativo. La mirada de Charles, oscurecida y contrariada, quiso una explicación a lo que pretendía al impedir que se pusiera la protección.

—No, déjame a mí —le dije.

—Pero es ...

—¿Quieres que tenga el control, pero cuestionas mis decisiones, Leclerc? —le eché en cara.

No había reproche real detrás de mi pregunta. Solo lancé aquel dardo porque sabía que se desentendería al más mínimo indicio de que me apetecía jugar primero.

Automáticamente, soltó el condón a su derecha y se acomodó ese brazo tras la nuca. El izquierdo continuaba acariciando mi cadera.

—Está bien —Se rindió sin dar más guerra.

—No vamos a tomar riesgos —le juré. Las ideas que volaban por mi estimulada mente no tenían nada que ver con despreciar algo tan fundamental como el método anticonceptivo que estábamos usando—. Solo quiero probar, ¿vale?

Zarandeó la cabeza en un ligero asentimiento.

Ce que tu veux ... —murmuró.

Satisfecha con su pasividad, me agaché y le robé un beso suave, tal y como a él le gustaban.

Détends-toi, d'accord? —Me puse las sábanas bajo los brazos para que se sostuvieran y no tener que sujetarlas—. Tu es toujours en convalescence et tu as besoin de repos, mon chérie. Pas d'effort, te souviens?

Una risita vacía escapó de su boca.

—¿Por qué no me llamas así todo el tiempo? —demandó, maravillado.

Me incorporé, sentada a horcajadas sobre su estómago.

—Porque no soy tan cariñosa como tú, pero puedo serlo en ocasiones especiales —Expuse.

—¿Las ocasiones especiales siempre serán esas en las que haya sexo de por medio? —se burló.

—Es posible —Le seguí la corriente y presioné mi mano en su pecho para que no se moviera ni un centímetro—. Yo me encargo.

Charles podía disfrutar de un sexo más fuerte. Ya lo había demostrado varias veces desde que nos metimos en su cama, pero era un romántico empedernido y le encantaba que me acogiera a ese roce lento para tocarlo. A mí no me desagradaba. Una de las cosas que más me cautivaron de él desde que nos conocimos era su sensibilidad y el cariño que me profesaba. No siempre sería duro e irónico conmigo cuando lo hiciéramos. La versatilidad me tentaba más de lo que él podía imaginar.

Sin hacer movimientos bruscos, me desplacé un poco hacia atrás. Paré cuando noté su miembro. Me acomodé más abajo, teniendo una vista privilegiada de la erección que empezaba a cobrar vida entonces.

Él no me quitó el ojo de encima, ni siquiera después de que amoldara la palma de mi mano derecha a su grosor. Respiró hondo y se palpó el abdomen, allí donde yo había dejado una pequeña humedad al tener mis piernas abiertas y mi feminidad demasiado lubricada a pesar de no haberme tocado en absoluto.

—¿Qué vas a hacer? —dudó acerca de mis intenciones.

—Masturbarte —le informé y, al no recibir respuesta negativa, di por sentado que le parecía bien. Repasé su longitud, sintiendo cómo se endurecía ante mi tacto—. Todavía no se ha recuperado de la última ronda —Sonreí.

Observé su falo y me di cuenta de que nunca había tenido el descaro necesario para mirar el miembro de nadie. Tampoco quería pecar de experta en la masturbación porque nunca me había sentido lo suficientemente cómoda y, las pocas veces que me encargué del problemita de mi compañero, no estaba nada segura de haberlo hecho como prefería.

—Tranquila, se levantará con muy poco —comentó Charles.

Entonces, me impulsé y tomé asiento sobre su pene. Palpitó. Sentí su palpitación directamente en mi entrada. Extendida sobre su estómago, una mitad estaba oculta por mi entrepierna y la otra era visible para ambos. Las venas engordaban y su cabeza segregaba algo de líquido, haciendo compañía al dulce gruñido que emitió su dueño.

—¿Con algo así también? —pregunté, fingiendo una inocencia que no iba conmigo.

Charles miró hacia arriba porque, si se atrevía a posar los ojos en nuestros sexos, perdería el oremus.

—Debí suponer que no usarías las manos ...

Exhaló, supeditado a la presión de mi feminidad.

—¿Te gustan más?

Le encantaban. Si tenía una obsesión con mis pechos, no sabía cómo calificar lo que le ocurría cuando mis manos entraban en la ecuación. Sin embargo, esa postura era más intensa, más acogedora e íntima, con mis muslos apretando sus caderas. En resumidas cuentas, una delicia para Charles.

—No ...

Frunció el ceño, cerrando sus dedos en torno a mi costado. Necesitaba palparme, aferrarse a algo con tal de sobrevivir a la succión de mis pliegues, que rodeaban ya casi todo su tronco.

—Mi boca también puede ... —Intenté ofrecerle una alternativa más.

—No quiero tu boca —promulgó. La desesperación acababa con su bendita paciencia y comprobarlo me hacía lubricar como loca—. Quiero que te restriegues contra mí.

—¿Quieres que me mueva? —Lo tenté con una pequeña demostración de lo que había pensado hacer. Arrastré la piel de su miembro hacia adelante al empujarme en ese sentido. Tras el gesto de mi cintura, Charles hundió su cabeza en la almohada y soltó un jadeo ronco—. ¿De esta forma?

Pour l'amour de Dieu ... —profirió, extasiado.

Le estaba dejando sin respiración y procuré esforzarme por mantener un ritmo benévolo. Si no quería que se moviera más de lo debido, tampoco podía ir con el objetivo de exprimir sus pulmones al máximo. Su recuperación estaba por encima de cualquier placer mundano y quise comportarme. Busqué que ese movimiento de cadera fuera todo lo que hubiera en su cabeza. Busqué la manera de meterme dentro de él mientras cabalgaba su erección, que se erguía con la fricción y se endurecía gracias al suave vaivén, piel con piel. Hacer sudar esas décimas de fiebre no fue tan complicado, al fin y al cabo, y la mejor parte fue que él no tuvo que mover ni un dedo porque el sofoco era más que suficiente.

En ningún momento me acerqué a la contusión de su costado derecho. Tuve todo el cuidado del mundo al tocar su abdomen y servirme de él como apoyo.

Sin parar el suave balanceo, degusté sus gestos de dicha. Sus pliegues estaban llenos de mis fluidos y no había barrera que lo impidiera. Pensé en cómo sería sentirlo en mi matriz sin preservativo, en cómo su carne se arrastraría con la mía y en cómo ... En cómo sería que vertiera su semen dentro de mí. Fue un anhelo rápido y endeble que se disipó después de un pestañeo. Era un pensamiento en el que no podía caer por mucha curiosidad que me causara, así que continué con mi provechosa labor y dejé las irresponsabilidades bien enterradas.

Un par de minutos bastaron para que Charles quisiera cambiar la dinámica del encuentro. Se incorporó sobre los codos, flexionando demasiado su brazo izquierdo. Una parte del vendaje se despegó de su piel con un sonido crispado. Aquel ruido me recordó que no podía forzar el brazo, que debía seguir las recomendaciones de su médico.

Me detuve brevemente y coloqué mis dedos en su antebrazo izquierdo. Él no pudo lanzarse hacia mí. En su lugar, yo me acerqué. Inclinada, acaricié su pómulo.

—Dime qué quieres, Charles —musité antes de besarle—. Haré lo que me pidas.

Respetando sus heridas, comió de mis labios y me señaló aquello que le estaba sacando de quicio.

—Tu pecho ... —farfulló.

La sábana blanca ocultaba mis senos. Un segundo más tarde, ya me la había retirado, permitiéndole observar todo mi cuerpo. Intentó mirarlo a su antojo, pero mi torrente de besos aplacó sus deseos carnales y, pronto, sentí su mano abarcando la forma de mi pecho derecho.

Temblorosa por la sensibilidad de esa zona, me refugié en su boca.

—¿Algo más?

Sus dedos jugaban con mi pezón. Dudé de mis capacidades. Si no disminuía su atención a mis pechos, yo perdería la cabeza.

—No lo aguanto ... —me dijo en plena exploración de mi torso desnudo—. Pónmelo, por favor ... —rogó.

Y, joder, escucharle rogar era música para mis oídos.

Sin malgastar el tiempo, cogí el mismo condón que él no llegó a abrir y me dediqué a rajar la envoltura mientras Charles pegaba su boca a mi sensible aureola. Acelerada y excitada, sujeté el preservativo, más resbaladizo de lo que recordaba, y se lo mostré. Sus ojos torcieron la trayectoria y sus comisuras soltaron mi pezón, que surgió mucho más erecto y mojado.

Me dio algo de espacio para que mirara hacia abajo. Al moverme, Charles gimió. Estaba a un solo paso de enloquecer. Por lo tanto, me apresuré y le metí la capucha por la cabeza. Su polla estaba ya escurridiza gracias a mi lubricante natural. Por eso, cuando tiré del material, entró como si estuviera hecho a su maldita medida.

Justo después, me puse de rodillas en el colchón y atrapé la base para tener cierta seguridad antes de descender.

Él debió notar esa inquietud, ya que agarró mi cintura con ambas manos. Impuso el equilibrio en mí. Poco a poco, fui bajando hasta que su punta se dio de bruces con mi entrada. Había dilatado mucho, pero no quería apresurarme y dediqué unos segundos a inhalar.

—¿Es la primera vez que estás arriba? —preguntó y yo asentí, mirándolo desde las alturas—. Hazlo despacio ... —me aconsejó.

Insertar solo su cabeza me provocó una sucesión de suspiros y una contracción que él también percibió.

—Es muy gruesa ... —Entrecerré los ojos.

—Y tú estás más estrecha que antes ... —Vi cómo tensaba el cuello, sintiéndose apresado por mi carne nuevamente—. Joder ... —gruñó.

—Es porque estoy hinchada ... —respondí, descendiendo.

—¿He sido demasiado duro contigo, tesoro? —bromeó. Sus dedos rodearon mi antebrazo izquierdo—. Acércate. Yo te ayudo ...

El orgullo me superaba y estuve muy cerca de no agacharme y de hacerlo por mí misma. Sin embargo, estar a menos de diez centímetros de él fue demasiado para mis pobres nervios, que no dudaron en echarme contra su pecho. Con mis manos a ambos lados de su cabeza, le facilité la posibilidad de abrazar mi cintura y encadenarme. Su mano derecho serpenteó hasta mi trasero, agarrando un cachete con el fin de abrirme todavía más.

—Más quisieras ... —berreé, combativa.

Me recliné más y Charles, complacido, me guió a través de aquella senda que había dispuesto para mí. Hundió los dedos en mi piel y yo respiré con fuerza, dilatando lo justo y necesario. Siguió entrando en mi cavidad, sin ejercer más comprensión que la de sus yemas en mi culo.

—Eso es ... —me elogió.

Su felicitación distendió más mi hendidura.

Que le estuviera gustando era lo único en lo que podía pensar y, según sus palabras, estaba disfrutando de la presión de mi sexo tanto o más que las primeras veces.

—Llega muy hondo ... —susurré, próxima a su rostro.

Pensé que no podía llegar más allá, así que resultó una gran sorpresa que alcanzara lugares a los que nadie más había accedido. Estaba en mi vientre, ocupando un espacio que siempre tuvo su nombre y que había permanecido oculto hasta que él lo reclamó entre dulces oleadas de fruición.

Charles aguardó a que me acomodara y a que su miembro se hubiera metido en mi interior prácticamente por completo. Era diferente a lo que había experimentado cuando él estuvo arriba. Yo medía la distancia, la fuerza y la posición, y ese control absoluto me abrumó por unos momentos. Como era de esperar, notó mi estado y se ocupó de repartir caricias que me relajaran en medio de aquel escenario tan nuevo y excitante.

—Todo lo profundo que tú quieras, mi vida ... —Me entregó la llave del placer de ambos y dejó pasar unos cuantos segundos para que me ajustara al imponente diámetro de su pene—. ¿Cómo te sientes? ¿Bien? —Me miró, suplicando una respuesta asertiva.

Rodeé con los dedos su bíceps derecho. Sus músculos flexionados me atraparon con la guardia baja, al igual que el pulso en sus venas, disparado e intenso. Seducida por el bombeo que percibía, aplaqué sus tiernas preguntas con mis labios. Aquel beso acalló sus dudas, pero yo quise contestarlas tras encontrar la voz.

—Me siento ... Me siento llena ... —Expresé.

La plenitud en mi estómago mitigaba el resto de sensaciones. No había nada más que la abundancia ocasionada por su miembro erecto en mi interior.

Besé su maliciosa sonrisa.

—¿Llena? —Se regodeó, besándome de vuelta—. ¿Estabas vacía sin mí?

—Sí ... —Jadeé—. Sí que lo estaba ...

Putain ...

Y enlazó su brazo izquierdo detrás de mi nuca.

Mis pechos besaron los suyos al mismo tiempo que nuestras bocas entraban en una ardua batalla. Entonces, comencé a moverme a una velocidad moderada, pero los dos tuvimos que abandonar los labios del otro porque los suspiros eran mucho más potentes y erráticos. No sabía si me estaba moviendo correctamente. Solo sabía que Charles gemía y que habría sido capaz de escuchar esa melodía cada maldito día de mi vida. Por tanto, continué con aquel ritmo.

Entretanto, me encontré a mí misma llevando la batuta de la sesión mientras él mordía y chupaba mi seno derecho. Su asalto se prolongó durante un rato, aunque fui yo quien le puso fin al incorporarme y sentarme mejor sobre su pelvis. A partir de ahí, Charles solo tuvo que observar. Ser el espectador de la función se le hizo más y más difícil conforme el orgasmo iba cobrando forma y su consistencia en mi útero ahogaba a su miembro sin piedad. Yo solo me movía, como si tuviera aquel baile interiorizado, puesto que todo lo que pasaba por mi nublada mente era su gesto de goce y la rojez que se había atrincherado en sus mejillas, señalando que no resistiría eternamente.

De pronto, la angustia de no poder tocar su rostro, de no poder besarlo, sin tirar por la borda el magnífico ángulo en el que me autopenetraba, me agobió tanto como para alargar el brazo izquierdo y rozar la base de su cuello, llamándolo.

Sus ojos me pidieron unas palabras que tardaron en salir debido a toda la actividad física que estaba consumiendo mis escasas energías.

—Charles ... —Lo nombré y él abrió los orbes más, expectante—. Ven ... —solicité.

Medio segundo después, él había doblado su tronco para llegar a mi altura. La quemadura no frenó sus deseos y acorraló mi cuerpo contra el suyo antes de pedirme explicaciones a ese reclamo.

—¿Estás bien? —cuestionó, sin aliento.

Mis muslos chocaban con sus costados, pero yo ya no pensaba en su lesión, sino en tragarme todos los besos que pudiera darme. Mi lengua, habiendo recorrido más terreno del planeado en un principio, salió de su cálida boca porque necesitaba decirle que lo amaba con locura. Si no lo hacía, me moriría allí mismo y no pretendía nada similar.

—Te quiero —dije en un caótico gemido—. Te quiero muchísimo ...

Charles se abrazó a mi espalda y se escondió en mi cuello.

—Yo también te quiero —musitó sobre mis clavículas—. Te quiero con toda mi alma, Helena ...

Me quería.

Me quería.

Me quería.

Claro que me quería.

La confirmación de nuestros sentimientos fue un latigazo que espoleó los orgasmos a la par y que, en cuestión de un minuto, logró que estos explotaran en mi sexo como un barril de dinamita. Tanto Charles como yo nos deshicimos en torpes balbuceos. Algunos en castellano y otros en francés, conformando una conversación que no iba a ninguna parte y en la que ni siquiera estábamos participando.

Con las piernas hechas de gelatina pura y el traqueteo de mi corazón causando estragos a nivel general, me agarré a su cuello con ambos brazos y pegué las comisuras a su oído. Él se aferró a mi cadera y su frente chocó con mi hombro, intentando regular su desequilibrada respiración. Terminó fracasando, por supuesto, aunque me atrevería a decir que no fue ninguna derrota para él. La curvatura de sus labios respondió a las sospechas que yo me había figurado desde que nos corrimos y la adrenalina colapsó nuestros sentidos.

Demayados, oímos el concierto de resuellos.

Su pecho sudado hacía de refugio para los míos, que se acoplaban a la musculatura de sus pectorales como si ese siempre hubiese sido su sitio.

Deslicé mi boca entreabierta por su lóbulo.

A été comme tu voulais ...? —le pregunté en voz baja y entrecortada.

Charles besó mi dermis, dominado por el éxtasis y las corrientes espasmódicas de mi vagina a las que estaba sometido siempre que siguiera hundido en mí.

A été beaucoup mieux ... Tu es vraiment super ... —me halagó.

Merci ... —Mis muslos temblaron otra vez, erizándome el vello y echándome aún más contra su complexión—. ¿Nos hemos corrido a la vez?

—Eso creo ... —Afirmó—. Nunca me había pasado ...

—¿Nunca?

Sonreí.

—Nunca ... Solo contigo —repitió.

—Solo conmigo, ¿eh ...? —Con el orgullo en el cielo, metí la mano derecha en su pelo y disfruté de los últimos calambres—. Me gusta esta posición ...

Sì?

Me separé un poco de él y Charles se vio forzado a alzar la cabeza. Al estar sentada a horcajadas en su regazo, yo tenía la ventaja y unos pocos centímetros a mi favor. Los utilicé para besarlo todo el tiempo que quise.

—Sí ... Porque puedo besarte y porque siento que encajo todavía más contigo y es ... —Mi sonrisa se perdió en la suya—. Es increíble ... —declaré, infinitamente feliz.

El caudaloso río de besos se extendió hasta que el hormigueo sobrepasó la suavidad con la que él llevaba esas caricias. Paramos entonces, con la boca adormilada y muy extenuados, pero volví a abrazarme a Charles, disfrutando de la paz que había en sus dulces risas y de la estela que dejaban sus dedos por mi espalda.

Ya no había temblores ni lujuria. Solo quería estar pegada a su piel y notar los latidos de su corazón para acompasar el mío.

Apenas dos minutos más tarde, el característico sonido de su timbre desbarató aquel descanso.

Miramos hacia la puerta abierta de su habitación. Yo estaba más extrañada que él. En realidad, Charles solo parecía adormilado por el fuerte bajón después de un orgasmo tan duro.

El timbre sonó una segunda vez y yo creé una fisura entre su pecho y el mío.

—¿Esperas a alguien? —le pregunté, bastante desconcertada.








🏎️🏎️🏎️

Señoras y señores, Carlos Sainz Vázquez de Castro ha ganado su segundo CARRERÓN en Fórmula 1 y estamos aquí para celebrarlo 🥳🥳🥳🥳🥳🥳🥳🥳🥳🥳🥳🎉🎉🎉🎉🎉🎉🎉🎊🎊🎊🎊🎊🎊🎊🎊🎊🎈🎈🎈🎈🎈🎈🎈🎈🎈❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️❤️


Carlos está demostrando que vale una barbaridad y me hace muy feliz que dé un buen golpe en la mesa cada fin de semana porque en Ferrari a veces apoyan más a Charles simplemente porque es Charles y eso tampoco es justo. Hoy ha dejado claro que no hay un piloto estrella en el equipo y que esta temporada es SU temporada 🥹🥹🥹

Encima es su segunda victoria y precisamente hoy Fortuna ha llegado a los 200k 🥹
Mil gracias por seguir leyendo día a día 😭😭😭😭
Puede que el número dos fuera importante hoy 👆🏻👆🏻

También me alegra una barbaridad que el Carlando haya vuelto en la mejor carrera de todo el año ༼༎ຶ༎ຶ༽
Extrañaba mucho a estos dos 🫶🏻❤️🧡


Y para celebrar ese P2 de Lando, comunico que, si bien la próxima historia de F1 será de Carlos, la siguiente y última (de momento) será de Landito <3


Ahora sólo falta que relacioneis correctamente a Cassandra y a Julia con ellos, aunque ya os he dado alguna que otra pista y seguiré dándolas, ya que las tres novelas ocurrirán en el mismo universo/línea temporal y Helena también aparecerá en ellas 💞

Dicho esto, muchas gracias por el apoyo que me disteis en el anterior capítulo y nos vemos pronto 💜💜💜

Y unas cuantas fotitos más porque sí 😚


Ojalá Ferrari tenga otro buen fin de semana en Suzuka y el doblete llegue pronto 😏

Os quiere, GotMe ❤️💜

17/9/2023

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