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64 || i am his end game

Helena Rivas Silva

Debían haber pasado unas horas desde que nos metimos en su habitación. No tenía mi móvil a mano, así que no podía saberlo con seguridad.

Me estiré y hundí la cabeza en su almohada. Si Charles hubiera tardado dos minutos más en volver del baño, me habría quedado dormida. Por suerte, regresó antes de que el sueño pudiera conmigo. Entró en el cuarto revisando su teléfono y tecleando algo de lo que no tuve más conocimiento. Viéndolo aparecer, me giré en su dirección con medio cuerpo cubierto por las sábanas blancas y esperé a que dejara el teléfono en la mesilla de noche y se subiera de nuevo a la cama.

Contemplé su dulce sonrisa hasta que se tumbó a mi lado y besó mi mejilla. El rastro de aquel beso no se esfumó hasta unos minutos más tarde, cuando sentí que algunos de sus dedos perfilaban las curvas de ese tatuaje del que no le había hablado nunca.

Las sábanas se escurrían por mi feminidad y subían lo justo para que yo me tapara el pecho con ellas. Sin embargo, mi costado izquierdo estaba desprotegido y, por ende, mi tatuaje se veía claramente.

Charles no dejaba de mirarlo, de tocarlo.

—¿Sabías que odio las serpientes? —comentó de pronto—. Les tengo miedo.

Peiné algunos de sus rizos más rebeldes.

—No me sorprende.

—¿No?

—No, porque es más fácil odiarlas —le contesté, haciendo que sus pupilas subieran a mi rostro—. Todo el mundo lo hace.

Charles inhaló y suspiró. Se acomodó en la almohada a un palmo de distancia de mí.

—Tenemos muchas charlas pendientes —dijo.

—Demasiadas —lo secundé.

—¿Empezamos con esta? —Pasó su pulgar sobre el reptil—. No me habías dicho que tenías una serpiente tatuada —Añadió, curioso.

—No la llevo en un sitio muy visible, así que no es algo que vaya diciendo ... —defendí mi hermetismo al respecto.

—Pero yo puedo verla —Puntualizó Charles.

La miel que pintaba sus ojos me embelesó tanto que hicieron falta unos segundos y un par de besos para que recuperara el habla.

—Sí. Tú sí —Asentí en su boca entreabierta.

Él alargó su brazo izquierdo, colocándolo en una posición más cómoda. El apósito me recordó que no le había cambiado las gasas todavía. Podían aguantar un poco más, así que lo apunté mentalmente y me apoyé en su antebrazo, teniendo su quemadura a la vista.

—¿Por qué te la hiciste? ¿Porque es sexy tener una culebra en la pelvis? —Sonrió y sus hoyuelos salieron a la luz.

Sus ganas de bromear me removieron por dentro en el mejor sentido de la palabra.

—¿Me ves capaz de algo así? —Levanté las cejas.

—No, pero eso no le quita el atractivo que tiene —Y me quitó otro sonoro beso de los labios.

Me los relamí y le conté acerca del origen de esos trazos de tinta.

—Es por mi madre.

—También tienes ese anillo, ¿no? El que parece una serpiente —recordó él.

—Sí. Era suyo.

Debería sentir nervios o incomodidad por haber llegado a ese nivel de intimidad y verme en la tesitura de explicarle todo lo que había detrás de ese animal y, sorprendentemente, no había nada de ansiedad dentro de mí. Estaba relajada. Aliviada, incluso.

Su mano se adentró en mi cabello.

Esa paz no tenía precio.

—¿Viene de ahí? —preguntó.

—No —negué—. Es una historia más larga.

—Te escucho, chérie —me animó.

Entorné los párpados.

Mis energías estaban bajo mínimos. Se lo diría sin alterarme, sin abandonar la tranquilidad que me estaba dando. Era demasiado preciada como para que la tirara por la borda.

—Te hablé de la infidelidad de mi madre, ¿verdad? —Comencé.

—Sí —Me lo confirmó.

—Pues, después de su accidente, alguien empezó a decir que le había sido infiel a mi padre. Nunca supimos quién fue. Mi abuela está convencida que lo hizo el hombre con el que estaba, pero nunca pudimos comprobarlo. Yo prefiero pensar que aquel tipo le guardaba un mínimo de respeto —Le di mi opinión más sincera—. El caso es que la noticia creció y creció hasta que todo el pueblo estuvo enterado. La gente cuchicheaba a espaldas de mi familia, pero llegó un punto en que ya no se coartaban por tenernos delante. Hablaban muy mal de mi madre y decían sentir pena por mí, como si yo hubiera sufrido por culpa de esa aventura extramatrimonial. Yo sufría por sus peleas, no por lo que mi madre hacía cuando se iba de casa —aclaré—. Todo el mundo nos vio como las víctimas de una arpía sin sentimientos que había destrozado a su familia por encapricharse de otro hombre.

Charles acarició mi mejilla y siguió poniendo hebras tras mi oreja izquierda.

—¿No se cansaron de hablar del mismo asunto? —inquirió.

—En parte —admití—. Las primeras semanas fueran las peores, sí, pero es un pueblo. En los pueblos siempre quedan rescoldos. Nunca se apagan por completo. Si se nombra a un Rivas o a un Silva, todo eso vuelve a salir. Si te hubieras quedado un poco más de tiempo, lo habrías oído —El mal sabor de boca que notaba al bucear en esos recuerdos intentó romper mi sosiego—. El mismo día que te fuiste, por la noche, acompañé a mi abuela a dar un paseo y no sabes ... No sabes lo que es que te miren de reojo y empiecen a hablar —Le mostré una mueca—. Si al menos criticaran algo que me hizo daño de niña ... Pero no es así. Son sus comentarios los que me han destrozado desde que tenía doce años porque tachan a mi madre de puta y no es cierto. No ...

Recogió mi pómulo en su mano, entristecido.

—No tienes que explicarme nada sobre la conducta de tu madre, Helena —me aseguró—. Estoy seguro de que nunca tuvo la intención de hacerte daño. Ni a ti ni a tu padre.

—Ya, pero esa gente no lo cree —De ahí que necesitara justificarlo con detalle. No conocía otra manera de exculpar a mi madre de todo lo que se decía de ella injustamente—. Mi abuela y yo nos tropezamos con unas vecinas y sacaron el tema con tanta naturalidad que ni siquiera mi abuela supo cómo reaccionar. Me ven por allí y les falta tiempo para sacar los trapos sucios, incluso considerándose amigas de mi abuela —dije con cierta amargura—. Por eso quería irme de Jaén —le confesé—. Desde que entré al instituto y me encontré con miradas de pena y de asco, supe que no podría vivir allí —Tomé aire, preparándome para lo peor del relato—. Unas semanas después de su muerte, un periódico local sacó un titular sobre mi familia, donde hablaban de toda la polémica y calificaban a mi madre como una persona horrible. Mis abuelos procuraban que no tuviera acceso a esas cosas, pero en el instituto era distinto. No podían protegerme de todo eso —susurré, apesadumbrada por el dolor de mis abuelos, que no se merecían nada y lo soportaron todo—. Un día, una compañera me lo enseñó y dijo que mi madre era una víbora —Al no saber su equivalente en inglés, dije el vocablo en castellano, plagando de confusión el rostro de Charles—. No sé si tiene traducción al inglés ... —lamenté mi desconocimiento—. Las víboras ... Son de las peores serpientes que puedes encontrarte. ¿Sabes por qué? Porque atacan. Dicen que incluso atacan a sus crías —Charles comprendió el rumbo de mi relato y su semblante se ensombreció drásticamente—. Después de dar a luz, continúan viviendo sin ningún tipo de apego por esas criaturas y se desentienden de la maternidad. No son como los mamíferos, que protegen a sus retoños hasta que pueden valerse por sí mismos. Las víboras no hacen eso y se enfrentan a las de su misma especie con tal de sobrevivir —Junté mis comisuras con fuerza—. Esa niña dijo que mi madre había envenenado a la familia y que me había destrozado la vida con lo que hizo. Dijo que solo podía ser llamada por ese nombre.

—Por Dios ... —maldijo, mirando hacia el techo para templar los nervios.

En silencio, moví mi brazo y dejé mis dedos índice y corazón sobre la silueta de aquella víbora. No necesitaba mirar; sabía muy dónde estaba. Había pasado ya muchos años conmigo.

—Me tatué una porque, a diferencia de lo que puedan creer, me habría gustado que mi madre hubiera sido esa clase de serpiente. Si lo hubiera sido, habría cortado la relación con mi padre y yo habría sufrido por su separación, pero ella seguiría viva —declaré una verdad muy difícil de asimilar y que me llevó mucho tiempo procesar—. Todos las odian e, irónicamente, yo empecé a admirarlas a partir de entonces —Expuse—. Las víboras solo buscan sobrevivir. Atacan porque es todo lo que pueden hacer para que no las maten —Bajé la mirada, observando su pecho desnudo—. Está aquí para recordarme que tengo que defenderme de todo lo que digan. Mi madre no pudo defenderse de los insultos ni de las mentiras y por eso prometí que, si me amenazaban primero, yo mordería antes de que me comieran. Es la única forma de sobrevivir dignamente cuando todo el mundo habla de ti o te infravalora —Charles avanzó y plantó un cariñoso beso en mi frente—. Puedo ser transigente y comprensiva con el mundo y tolerar ciertas cosas, pero hay otras que están fuera de los límites. Lo comprobé en la universidad, con tantos chicos creyéndose superiores por ser una mayoría en ingeniería, y también ocurre en Fórmula 1. Tienes que ser el depredador si no quieres que acaben contigo —Di con sus orbes, perturbados y molestos, no conmigo, sino con toda la gente que juzgó a la mujer más importante de mi vida y me creó un trauma de caballo. Le di una sonrisa pasajera y puse el broche final—. Esa es la historia de mi tatuaje.

Pero él había entendido el trasfondo y lo puso en palabras, adelantándose a mí.

—Y la razón por la que tienes pánico de cualquier repercusión mediática sobre tu vida personal.

Suspiré.

Descansando, llevé mi mano a su cuello. Había un par de marcas rojas en la zona. No me había percatado de que le hubiera besado con tanta agresividad, pero aquellas pintas en su piel me decían lo contrario.

—Nos habríamos ahorrado un par de discusiones si te lo hubiera contado antes, ¿no? —musité.

—Podemos esperar —Se precipitó Charles—. De verdad, no quiero que te sientas presionada. Es más importante de lo que creía y no ...

—Voy a volver al psicólogo —le comuniqué. Él dejó los labios separados, estupefacto—. Solo fui un par de veces mientras estuve en Inglaterra estudiando y no debería haberlo dejado —Suavicé el tono de voz—. Aprenderé a gestionarlo. Esto no es ... No es algo de lo que me avergüence, Charles. Lo que siento por ti es bueno y no hace daño a nadie —Sus ojos se ablandaron y yo seguí hablando—. Todos esos rumores sobre la vida sentimental de mi madre me hicieron creer que el amor es una farsa y que, quieras o no, te hiere. Mamá nunca tuvo suerte con sus parejas. Sufrió por amor hasta que ese amor la mató y no quería eso para mí porque sé que me parezco a ella. Mi abuela me lo recuerda constantemente. Dice que tengo su corazón y su orgullo —Nunca supe si eso era realmente bueno—. Siempre me ha dado miedo enamorarme. Pensaba que me pondría entre la espada y la pared, entre lo que quiero ser y lo que debo ser, pero eso solo pasará si yo lo permito, así que ... Llamé el otro día a un especialista de aquí y tengo la primera cita la semana que viene —Esbocé una sonrisa escueta mientras admiraba la luz que desprendía su mirada, tierna y cálida—. No quiero bajar la cabeza cuando me pregunten por ti, por nosotros. Te lo dije. No quiero vivir mi vida así.

—Helena ... —Quiso replicar.

—¿No lo pensaste? —le increpé al instante—. ¿No pensaste ni una sola vez que podría estar avergonzada de quererte? —Tensó la mandíbula—. Dime la verdad.

La cautela de Charles antes de responder fue, en sí misma, una respuesta a mi pregunta. Me dolía muchísimo que hubiese barajado esa posibilidad, pero yo lo había provocado. Yo permití que esa ponzoña se le metiera dentro y yo debía acabar con ella.

—Sí. Lo pensé —reconoció, mirando el lío de sábanas sobre el que estábamos.

—No voy a dejar que vuelvas a pensarlo ni que el mundo lo piense y no voy a sufrir por las experiencias de mi madre como si fueran mías. No lo son. Cargo con sus fracasos y tengo que arreglarlo —revelé mi decisión—. Ni tú ni yo nos merecemos ese tipo de relación.

Le pondría remedio y Charles no pensaría nunca más que mi amor por él no era suficiente.

El calor de sus manos en mis dos mejillas fue decisivo para que no me absorbiera el llanto. No quería llorar. Estaba cansada de hacerlo. Charles me leyó el pensamiento y ejerció una dulce presión en mis cachetes con el objetivo de que repeliera las lágrimas.

Me besó, callando todas esas voces que abogaban por mis debilidades.

—Estoy muy orgulloso de ti, ¿entendido? —dijo, firme y seguro.

Sus ojos verdes me transmitieron todo lo bueno del mundo. Haría lo posible y lo imposible por proteger el amor que me brindaba Charles.

—Y yo estoy orgullosa de amarte —declaré, tragándome el nudo que tenía en la garganta—. Eres lo mejor que me ha pasado, Charles, y me esforzaré para cuidar lo que tenemos —juré.

—No estás sola, ¿de acuerdo? —Yo asentí, asediada por su boca, que no parecía aborrecer la sensación de la mía en absoluto—. Una relación es de dos. Yo también me esforzaré, tesoro —Picó mis comisuras con devoción. El lastre que había arrastrado ya no estaba y pude disfrutar de sus caricias sin pesos extras—. No te voy a dejar sola peleando contra esos demonios. Saldremos adelante juntos.

Y me abrazó tan fuerte que perdí la capacidad de resistencia a un placer como aquel.

El abrigo de sus brazos estuvo ahí todo el tiempo, pero se volvió más ligero con los minutos. A la par, mis ojos empezaron a rendirse al cansancio. Con los párpados caídos, la respiración uniforme y el detalle de sus apacibles besos, me preparé para caer rendida. Sin embargo, Charles no se resistió a preguntarme algo más.

Chérie —masculló, besando mi mejilla suavemente.

—¿Mmm?

—¿En algún momento hablaste de esto con tu padre?

Me tomé unos segundos para despejar la mente. Sin abrir los ojos, hablé.

—No —Él plagó de besos húmedos mi rostro. Besos tiernos y exclusivos—. Tampoco se interesó por lo que pasaba en mi instituto ni por todo lo que me provocó esa etapa a nivel personal y psicológico, entonces ...

—Cree que te marchaste de casa para distanciarte de él —me susurró.

Apremiada por esa información, clavé las pupilas en el techo blanco de su habitación.

—¿Te lo dijo? —Giré la cabeza y él asintió—. ¿Cuándo? ¿Cuando hablasteis en España?

—Sí. Estaba bastante seguro de que pusiste tierra de por medio porque vuestra relación no era muy buena y piensa que así solo terminaste de romperla —Me puso al día.

Que mi padre opinase aquello no me sorprendía, pero era diferente saber que se lo había confesado a Charles. Un extraño tirón en el vientre me forzó a tragar saliva.

—Para él es fácil creer que yo soy la egoísta aquí ... —deduje, sombría—. ¿Intentó ponerte en mi contra? —le pregunté a Charles.

—Intentó dejarte mal, como mala hija y peor persona —Indicó él—. Sabe que hay algo entre nosotros —aseguró mientras se echaba contra la almohada. Posó la vista en la pared—. Llevarme a tu casa fue bastante esclarecedor, en su opinión.

—Ana también se lo imagina. Ella ha debido contárselo —especulé.

—Habló de que todo esto es un capricho —Añadió.

Y esa palabra logró que me irritara. No fue mucho porque estaba controlando los nervios bastante bien. Aun así, jugué con mi lengua, molesta por escuchar algo tan ridículo.

—Puede llamarme muchas cosas, pero no soy caprichosa y él lo sabe perfectamente —denuncié, enfadada.

—Puede que lo dijera para enfadarme.

La suposición de Charles tenía sentido.

—¿Y lo consiguió? —Entorné la mirada hacia él.

—Creo que, después de todo lo que le solté —Sopló, haciendo memoria—, me ve como cualquier cosa menos como el yerno ideal —Esa observación exprimió unas pocas carcajadas de mi caja torácica, ya que Charles no era pesimista con cosas tan importantes. Me miró y sonrió—. ¿Te divierte? Los sudores fríos que me entraron aquella tarde no eran graciosos, cariño.

Imaginar el enfrentamiento entre mi padre y Charles era muy entretenido. Él manejaba excelentemente las crisis, por lo que mi padre debió pulsar una serie de teclas específicas antes de que el piloto saltara y se violentara.

Muerta de curiosidad por averiguar más, di la vuelta, cayendo en mi estómago, y me pegué a su costado. Mi mano trepó por su ancho pecho y así obtuve la atención que tanto codiciaba. Sus faroles esmeraldas analizaron mi boba sonrisa.

—¿Qué le dijiste?

La amenaza de una inminente sonrisa surcaba sus labios.

—Le hablé sobre lo importante que es para un hijo  saber que su padre está ahí, que le apoyará en el camino que ha elegido —dijo, muy comprometido con esos ideales que defendía a capa y espada—. Le dije que no estaba perdiendo el tiempo contigo, que te querría, le gustase o no, y que a él no debería importarle lo que hagamos o dejemos de hacer. También le dije que era un padre pésimo por no confiar en su hija y por pensar que seguías en tu trabajo por un hombre, por mí, como si yo te estuviera haciendo algún favor cuando eres tú quien está sacando el equipo adelante —exageró adrede el punto final para multiplicar mi buen humor—. Fue un estúpido, un arrogante, un maleducado y un padre horrible. Joder —Agrandé la sonrisa y ojeé su piel al tiempo que mis dedos se paseaban por ella—. Él sí que es el peor suegro que podría imaginar. Yo solo fui sincero.

—¿Le dijiste eso? —cuestioné su testimonio.

—¿Qué parte? —titubeó.

"Es usted el último hombre que querría como suegro, señor Rivas" —Seguí todas y cada una de mis palabras con un golpecito en el centro de su torso—. ¿Se lo dijiste a la cara?

Ambos éramos conscientes de que no tenía la desfachatez necesaria. Sus risas me lo confirmaron.

—No, pero se lo diré si vuelve a insultarte —manifestó. Después, me contempló como si no lo hubiera hecho en siglos—. No entiendo cómo alguien con un corazón tan negro pudo criar a alguien como tú.

Yo tampoco lo entendía, aunque había heredado manías y comportamientos suyos que estaban demasiado integrados en mí y de los que no podía deshacerme.

—Agradéceselo a mi madre y a mis abuelos —Desvelé el misterio—. No sé qué habría sido de mí sin ellos.

De no ser por su cariño, habría crecido más sola y más triste. Mucho más.

—¿Es normal que me temblaran las piernas mientras le decía todo eso? —Desvió la conversación para que no pensara en lo que podría haber sido y nunca fue.

Di un unas pocas palmaditas a su pecho.

—Necesité diez años para enfrentarme a él sin echarme a llorar —le confesé y besé su hombro para luego encogerme a su lado—. Lo hiciste muy bien para ser tu primera vez, campeón.

Me agarré a su brazo con cuidado de no saltar las vendas ni hacerle daño en la herida. Todavía era muy reciente. Necesita cambiarle la gasa, sí, pero agarrarme de su brazo era una de mis cosas favoritas en el mundo y, en ese momento, mi pirámide de prioridades estaba muy bien delimitada.

—¿Eso significa que habrá más veces?

Enterré mi nariz en su tríceps, que se flexionaba y endurecía con el movimiento de su dueño.

—Procuraré que no haya ni una más, tranquilo —Le di mi palabra.

—¿Y tú?

—¿Qué pasa conmigo? —pregunté.

—¿Quién va a procurar que no pelees más con él? —Lanzó una verdadera incógnita al aire.

—Eso es imposible —dije yo.

—No hay nada imposible, Helena —Forcejeó contra mi falta de esperanza.

Una sonrisa melancólica recorría mis comisuras. Las posé sobre sus músculos, agradecida con sus intentos de salvar algo que ya no tenía salvación.

—Me gusta que seas el optimista en esta relación —exclamé, irónica.

—Estoy siendo realista —Se opuso a mi negatividad—. Es tu padre y tú eres su hija. Te quiere. A su manera, sí, pero te quiere. Debe quererte —Sentí la estela de su boca en mi pelo suelto—. ¿Cómo no va a quererte? —Se le escuchaba tan escéptico que quise contagiarme de su espíritu—. ¿Nunca has escuchado que los padres sienten predilección por sus hijas?

—Eso no se aplica a él, Charles —Inhalé, desconsolada porque nunca volvería a ser la niña de papá. Nunca—. Ya no.

Charles repartió un largo camino de besos por mi cabeza, confortándome y queriéndome tanto que podría haber vivido el resto de mis días solo con su aprecio.

—Lo arreglaréis. Ya lo verás —Estaba proyectando un futuro muy favorable. Demasiado favorable—. Tarde o temprano, vuestra relación mejorará. Puede que no vuelva a ser igual, pero mejorará —Confió.

Repasé su piel con mis uñas y dibujé un sendero alrededor del vendaje. Las cintas transparentes que adherían los algodones a su brazo hacían muy bien su función. Eran firmes. No se habían movido a pesar del ajetreo al que las había sometido. Ayudarían a que esa quemadura desapareciera y Charles se recuperaría por completo.

Recordarme a mí misma que estaba avanzando en la dirección correcta, me empujó a besar su dermis, allí donde un lunar la manchaba.

—Hablando de predilección —hablé—, ¿nunca has oído que las madres quieren un poquito más a sus hijos que a sus hijas? A los mayores, más concretamente —precisé.

Él soltó una bocanada de aire, desinflándose.

—Ah, eso ...

—¿Qué pasa con tu madre? —Me zambullí de llenó en el tema que le había generado una tonelada de estrés—. ¿Habéis discutido? —Charles jugueteó con sus labios—. No quiero que discutas con ella por mi culpa, Charles ...

—Discutiremos hasta que entre en razón —decretó, claramente molesto por lo que su madre había ocasionado—. Es sencillo.

Callé, atribulada.

—¿Tanto me aborrece?

Charles corrió a cambiar mi percepción.

—No te aborrece —Aseguró, cogiendo la mano que tenía en su brazo malherido—. Le gusta tener todo controlado y a veces se pasa de la raya, pero no te odia —prometió y yo no tuve más remedio que creer en él y en todos esos años que había compartido con su madre—. No es tonta. Sabe que me haces feliz y le da rabia que haya encontrado a la mujer de mi vida en una persona que no es Charlotte —argumentó los motivos de sus desplantes—. Acabará cediendo.

Que me pusiera un título tan importante apretujaba mi corazón como nada en el mundo, pero no podía sentirme plena si su madre y él estaban en malos términos por mi presencia.

—¿Qué pasó en el hospital cuando me fui? —le interrogué.

No sabía lo que aconteció después de que me marchara y quería conocerlo de su mano, fuera pasajero, terrible o peor que mis elucubraciones.

—No mucho —Se removió un poco—. Lorenzo y Arthur se disculparon por si te habían hecho sentir mal en algún momento. Ya les dije que no era así, pero los dos me prometieron que hablarían contigo la próxima vez —Hablaría directamente con ellos para que se quedasen tranquilos. No me costaba nada—. En cuanto a Charlotte ... Volví a disculparme con ella —me explicó—. No estaba por la labor de escuchar. Se marchó cinco minutos después que tú. Solo me deseó una recuperación rápida y se fue —Charles ladeó la cabeza, pensativo—. Supongo que se sintió humillada.

—Sí —Le di la razón—. Debió tomarlo como una humillación.

Una minúscula parte de él esperaba que yo desmintiera su impresión, pero la realidad era esa.

En gran medida, si huí del hospital no fue por miedo a la reacción de su madre, sino porque Charlotte estaba allí. Su posición era tan delicada y peligrosa que unas pocas palabras de Charles podían romperla en cientos de pedazos. Y así sucedió. Se precipitó. Fue muy imprudente. Si solo hubiésemos estado en esa habitación sus hermanos, Pascale y yo, la incomodidad no habría sido tan grande. Probar a ponerme en el lugar de esa chica era doloroso, así que, si me hubiera quedado, ella habría tenido que irse con la cara roja de la vergüenza. Opté por irme yo antes de que la humillación pasara a mayores.

Se llevó el brazo derecho a la cara y masajeó sus sienes, frustrado por haberse atrevido a hacer algo que lastimara de verdad a Charlotte.

—Ah ... —Se lamentó de corazón—. Lo hice tan mal, Helena ...

Lo hecho, hecho está —le contesté en castellano. Él se giró para mirarme y recibir mi tenue sonrisa y mi beso como consuelo—. Es un refrán. Significa que no puedes cambiar lo que ha pasado. Es una forma de alivio, para limpiar la conciencia cuando has hecho algo que no ha acabado bien —Presioné de nuevo mi boca sobre sus decaídas comisuras—. No te tortures. No había maldad en lo que hiciste.

—No quería que las cosas terminasen así ...

—Lo sé —Afirmé.

—Y después está mi madre ... —Cerró los ojos, abatido—. Me echó en cara que tratara así a Charlotte. Yo solo pensaba en que había vuelto a tratarte de cualquier manera y que le daba absolutamente igual lo que te ocurriera y nos peleamos —me contó—. Vino a Bolonia para cuidarme, pero hizo voto de silencio los dos días. Cada vez que intentaba hablarle, cambiaba de asunto y era muy frustrante. Es difícil y terca para estas cosas. Le cuesta dar el brazo a torcer, pero siempre lo hace —me instruyó mejor acerca del carácter de Pascale—. Solo espero que no tarde mucho ...

Esos adjetivos consiguieron que me viera reflejada en su madre. Yo también era cabezota a más no poder y le había dado más de un quebradero de cabeza a Charles.

—Estás rodeado de mujeres complicadas —mencioné.

Charles debió interpretar mi comentario como algo que todavía no habíamos solucionado. No quería agitar el pasado y fue justo lo que hice.

—Helena, lo que te dije en Mónaco ... —recordó.

—Tenías razón —Corté su declaración—. Soy de carácter difícil, cabezota, terca, impaciente e insegura. Y muchas otras cosas más. Siento ...

—No —Su voz se desplegó como un estruendo y no se demoró en incorporarse para mirarme a los ojos—. No sientas ser así. Eso no, Helena —Era un regaño de manual, pero lo acepté como un halago—. Te quiero, tal y como eres —Aclaró su punto de vista—. Te lo eché en cara porque estaba cansado y frustrado y ... No tenía ningún derecho a hablarte de ese modo.

—Esa discusión tenía que ocurrir. No estaríamos aquí si no me hubieras dicho todo aquello.

No le guardaba rencor. Ni una gota. Lo que dijo, lo dijo con todo el sentido y la lógica era aplastante. Si para él estaba bien que yo fuera de ese modo, entonces no había nada más que discutir.

Me quiere así. Eso es lo que importa porque no puedes cambiar para que alguien te ame. Eso no es amor.

—Pero fui injusto y cruel —Se lo reprochó a sí mismo—. Lo siento muchísimo —Sus facciones se relajaron cuando agarré su mano—. Aunque, lo que más siento es haber alimentado tus miedos con todo el asunto de Charlotte.

—Pero ... —rebatí sin éxito.

—Nunca te he hablado de esa relación y debí hacerlo desde un principio. No habrías dudado de ti misma si lo hubiera hecho —dijo, implacable con todo lo ocurrido en Mónaco—. Estuvimos juntos casi tres años. Con ella ... Con ella todo era perfecto. Se amoldaba a mí, a mis necesidades. No había peleas. Nuestro noviazgo no tenía pegas y creo ... Creo que ese fue el problema —resumió—. Desde que empezamos a salir ... No hubo ni un solo altibajo. A mi madre le encantaba, se llevaba genial con mis hermanos, todo el mundo la adoraba ... Parecía estar hecha para mí y la quise, pero, durante un tiempo, también me convencí de que ella era la indicada porque todo apuntaba a que lo era. Esos tres años se habrían reducido a uno y medio, como mucho, si hubiera abierto los ojos antes —Su conjetura me dejó muy sorprendida—. Charlotte era jodidamente perfecta en todo lo que hacía, decía o pensaba. Y yo no quiero la perfección. El verano pasado, me di cuenta de que no quería esa asertividad. Estoy hecho a base de fallos, Helena —me interpeló—. Mi vida, mi carrera, se han forjado a raíz de meteduras de pata mías y de la gente que me ha rodeado. Luchar por arreglarlo es lo que mejor se me da. Y son ... —Sus palabras murieron por un momento mientras él nadaba en el oscuro color de mis pupilas—. Son esos jodidos errores los que me llevaron a ti y son tus defectos los que hicieron que me enamorara perdidamente de la chica malhumorada e impaciente, inteligente, comprensiva, trabajadora y altruista —me describió y se cernió mejor sobre mi cuerpo—. Quiero tanto tus imperfecciones como tus virtudes y quiero esta relación compleja. Quiero estar contigo. Amo estar contigo —Acarició mis labios con los suyos en un beso enternecedor—. Podemos discutir y chocar miles de veces, pero sé que podremos solucionarlo. Ese es el amor que quiero. Y es el tuyo —Me besó con más decisión—. Solamente el tuyo.

Mi garganta se cerraba, mis manos se extendían por su espalda y mis ojos ardían, literalmente, en deseos de inundarse con gotas saladas que liberaran esa dulce presión de mi pecho.

—¿Te gusta hacerme llorar? —arremetí contra sus hábiles ataques.

Charles sonrió, obsesionado con los chasquidos que salían de la constante unión y separación de nuestras bocas.

—Bueno, tus ojos brillan de una forma muy bonita cuando lloras ... —razonó en un tono de broma que estiró mis comisuras rápidamente.

Tendido sobre mi torso, jugó con mis labios todo lo que quiso. Pasados un par de minutos, un pensamiento que tuve en Mónaco salió a flote y me vi en la necesidad de decírselo.

Corté el flujo de besos y el disgusto bañó su mirada.

—Estoy agradecida con ella.

Frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—A Charlotte —dije—. Se lo agradezco. Agradezco que fuera una de las mujeres a las quisiste —La extrañeza se convirtió en un sentimiento amable que Charles me transmitió a través de sus dedos—. Tú mismo me contaste que no es una mala persona. Solo coincidí con ella en Mónaco y no creo que lo sea —Analicé los indicios de una sonrisa en sus labios, hinchados después de todos esos besos—. Todas las chicas que estuvieron antes que yo ... Me siento en deuda con ellas porque, de alguna manera, te convirtieron en el hombre del que estoy enamorada, y Charlotte es una de ellas. Tu madre también lo es. La más importante —Apunté—. Haré todo lo que pueda para que no me vea como una intrusa. Tengo que demostrarle que quiero a su hijo y que puedo ser su compañera incondicional —Paseé ambas manos por sus lumbares y me arriesgué—. Podría ir a Mónaco este verano. ¿Qué opinas?

Irradió tanta felicidad con aquella sonrisa que me afligió no habérselo propuesto antes.

—¿Una cena en familia? —exclamó, emocionado.

—Sí —Y sonreí—. El otro día no me presenté formalmente como tu pareja.

—Pero lo eres, y mi madre te aceptará y te querrá tanto que desearía que fueras su propia hija —Se agachó, llenando de castos besos mi mandíbula—. Verá por qué estoy enamorado de ti. Lo verá —reafirmó, convencido del cambio de parecer de su madre.

Iba a salir bien.

Mientras él besaba mi cuello y yo le abrazaba, creí fervientemente que saldríamos adelante. Ningún bache podía atentar contra la plenitud que sentía allí, en ese preciso instante.

—Les agradezco que te hayan querido tanto y que te enseñaran a querer como lo haces —musité, en deuda con todas esas mujeres.

—Eres demasiado buena ... —me imputó un crimen del que no era culpable.

Reí, en desacuerdo con su benévola apreciación.

—Qué va —Lo rechacé—. Lo sería si no sintiera la necesidad de dejar claro que yo te quiero más que ellas. Excepto una, claro —Y moví mi mano derecha, suplicándole que me mostrara los ojos, que me mirara cuando le dijera aquello—. El amor de una madre no tiene rival, Charles. No estés mal con ella, por favor. Ni siquiera por mí.

Él asintió y cayó de nuevo sobre mí.

—No te preocupes por eso —Me instó a confiar en el tiempo y en el buen juicio de Pascale—. Lo solucionaremos.

Y se solucionaría. No creía que su madre fuera el tipo de persona que le retiraría la palabra a su hijo por no haber cumplido con las expectativas que ella misma se había creado. Le quería más que todo eso y la mujer que estuviera al lado de Charles no le arrebataría la buena relación que siempre habían tenido. Yo nunca intentaría algo tan deplorable como poner a un hijo en contra de su madre. Nunca.

Era una de las peores cosas que se me ocurrían. Vomitiva. Deleznable.

Mi conciencia estaba limpia, pero había un pequeño rescoldo que me saqué como si de una espina se tratara.

—¿Sabes? —Peiné las hembras de su nuca. Él no abandonaba mi cuello ni sus delicados besos—. Pensé en renunciar a ti. Solo lo pensé una vez. La noche que discutimos —Charles dejó su laboriosa tarea de marcar toda mi piel y agudizó el oído—. Era fácil dejarte ir —Suspiré—. A lo mejor, volverías con Charlotte o, en unos meses, un año a lo sumo, conocerías a una modelo guapísima y ...

—¿Qué problema tienes con las modelos? —bromeó.

—Déjame terminar ... —La tirantez de mis comisuras nunca había sido tan agradable—.  Conocerías a una modelo o a una actriz o a una monegasca guapísima y se enamoraría de ti y tú de ella porque el tiempo lo cura todo y ya te habrías olvidado de mí. Yo solo sería esa chica con la que pudiste haber sido feliz y que se acobardó a la hora de la verdad —narré, apenada por la posibilidad de que aquel relato se materializara—. Y puede que ese sea el futuro que te espera, Charles, lejos de mí y con otra mujer —Verbalicé una pesadilla para mí y para mi compungido corazón—, pero no quiero arrojarte a él sin que nosotros lo intentemos primero.

Charles se incorporó, poniendo sus manos en la cama.

—Vamos a intentarlo porque tú eres mi futuro, Helena —me prometió y bajó para besar mi pómulo—. No voy a renunciar a ti, tesoro ...

Agradecida con la vida por haber puesto a Charles en mi camino, me abracé a su cuello.

—Yo tampoco quiero renunciar a ti ...

—Entonces, tenemos un plan, ¿no? —Ensanchó la sonrisa—. Tú y yo. Y ninguna modelo —Dobló su brazo derecho en la almohada y disfrutó de mi risa de cerdito. Muchas veces la odiaba, pero incluso a mí me gustó en aquella ocasión porque sabía que a él le encantaba—. Ningún hombre que quiera hacerte infinitamente feliz antes de que yo lo haga —Su nudillo recorrió la forma de mejilla mientras él me escrutaba como si fuera su mayor orgullo—. Solos, tú y yo.

Giré el rostro y guardé bajo llave mi errática risa.

—No he terminado de contarte la historia —declaré.

Sentía las finas sábanas separando su torso del mío.

—¿Y cómo acaba?

Me preparé para cerrar la narración.

—Después de pensar eso, justo después de pensarlo —Puse énfasis en esa parte, consciente de que Charles no podía apartar los ojos de mí—, tuve la mayor crisis existencial de toda mi vida —le confesé, tras lo que él abrió más sus orbes, interesado—, y me di cuenta de que no quería ser simplemente una más de esas chicas que te quisieron. Quería ser la última —Ese tiempo pasado chirrió dentro de mí—. Quiero ser la última —Lo modifiqué.

Obnubilado, se ayudó de algunos dedos para mover mi cara hacia él. La presión de sus yemas en mi barbilla lo agitó todo.

Sei l'ultima —decretó—. Tu sei la mia vita ... —Me besó, comprometiéndose a ese futuro conmigo. Solo conmigo—. Per favore, non amare nessun altro ... —Vertió la súplica en mi boca, anegada por sus besos.

Non potrei amare nessuno più di quanto amo te ... —atestigué, abarcando su rostro entre mis manos—. Voi? Puoi? —le pregunté.

Impossibile ...

El calor de su boca viajó por mi cuerpo.

Ma hai detto che non c'era niente di impossibile ... —repetí su reciente opinión.

Charles meneó la cabeza y probó mis labios hasta introducir su lengua entre ellos. Le dejé espacio. Sentí que las sábanas se resbalaban de mi pecho y un extraño escalofrío hizo que me recogiera más contra su complexión.

Tutto tranne quello, mia cara ... —esclareció sin un ápice de duda.






thank u to all of the girls he loved before, but i am his end game by Helena Rivas Silva (ft. TS 💞)









🏎️🏎️🏎️

Sinceramente, he tenido un día feo y ni siquiera me apetecía actualizar, pero no quería dejaros hasta la semana que viene sin cap, así que aquí estoy con un capítulo precioso 😀👍🏻

Esto de sentirse sola y mal por haber dicho algo que no debería y no saber cómo recurrir a los demás es algo que Helena y yo compartimos demasiado. Ojalá no fuera así 🙂

Me consuela un poco que ella tenga a este Charles

Btw, ojalá eso de que todos los padres sienten debilidad por sus hijas fuera cierto ✌🏻

Buenas noches

10/9/2023

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