61 || malade
Helena Rivas Silva
El incidente del hospital terminó pronto para mí. Sencillamente, no pude soportar el silencio que vino después de las palabras de Charles y me marché de la habitación.
No estaba enfadada con él por decirlo así, pero sentía que sí lo estaba porque lo dijo ... Lo dijo sin preguntarme antes si me parecía correcto. Entendía que no me consultara primero. Es decir, ninguno de los dos sabía que Charlotte aparecería como advenediza de su madre y dejar las cosas claras era lo más inteligente, pero me sentí como un maldito títere. Ninguno pidió mi opinión. Ninguno. Ni siquiera él, y me dolió que hiciera y deshiciera a su antojo, a pesar de que le moviera mi seguridad y mi lugar en esa familia que no quería recibirme.
Charles me llamó varias veces esa noche, pero yo no le cogí el teléfono.
Pedí un taxi en recepción y me marché a mi hotel porque ... No podía volver a entrar a ese cuarto. Me arriesgaba a encontrar el rechazo de Pascale, las miradas de pena de sus hermanos o una reacción incontrolable de Charlotte, así que puse tierra de por medio y me fui de allí.
Charles no albergaba malas intenciones, sino todo lo contrario. Le agradecía que me hubiera defendido, de verdad, pero la situación me superó. Apenas tenía fuerzas para mantenerme despierta. Pensar en una disputa familiar por mi culpa era algo que podía ni imaginar sin sufrir un bajón de tensión impresionante.
A mitad de la madrugada, metida ya en la cama, agarré mi móvil y le escribí que necesitaba descansar y pensar. Necesitaba estar sola. Él no puso ninguna pega a mi decisión y me contó que su madre se quedaría en su apartamento, en Italia. No volarían a Mónaco y, a cambio, Pascale pasaría un par de días cuidándolo. También me comentó que Charlotte se había ido, que ya estaba todo zanjado con ella. Por último, escribió que su madre se marcharía el martes por la tarde y que podríamos hablar esa noche en su piso.
Me pareció bien.
Le di las buenas noches y apagué el teléfono.
Cabe señalar que no dormí mucho esa noche. La siguiente tampoco. No estaba muy segura de cómo podía ponerme en pie e ir a Maranello, pero lo hice tanto el lunes como el martes. No obstante, aquella tarde salí un poco antes. Estuve esperando un buen rato el mensaje de Charles, que llegó cuando salía del edificio central. Al leer que su madre ya se había ido de vuelta a Mónaco, retomé el camino y fui a mi apartamento. Me di una ducha y cené algo rápido.
El taxi llegó bastante pronto y yo le di la dirección de Charles mientras pensaba en todo lo que habría dicho su madre sobre mí, en cuánto se habría quejado de su elección. No me hacía ningún bien pensar en esa clase de cosas, pero tenía la certeza de que Pascale le habría castigado verbalmente con réplicas y reproches durante ese par de días. Charles no me lo había contado por mensaje y, aun así, no me cabía ninguna duda de que su madre había puesto miles de pegas a nuestra relación.
Conocía el código de su apartamento, así que no llamé a la puerta. En su lugar, tecleé los dígitos y entré, tal y como él me había pedido que hiciera siempre que le visitara.
La oscuridad viciaba su casa. Tuve que encender las luces de la entrada, pues todo estaba sumido en una negrura cargante y pesada, de esas que te dejan prácticamente ciego y a las que tardas en acostumbrarte varios minutos. Mi yo más impaciente no iba a aguantar ese período de tiempo, por lo que pulsé las llaves de la luz y solté mi bolso en una de las sillas de la cocina.
—¿Charles? Soy yo, Helena —dije, bien alto. No escuché ninguna respuesta. Me fijé en que las persianas de los ventanales estaban subidas y que la luz de la luna llena inundaba todo el salón—. ¿Dónde estás?
Un par de segundos de silencio dieron paso a su contestación.
—En la cama —declaró, terminando con la incógnita.
Confundida, escuché mis propias pisadas sobre el parqué y caminé hacia su habitación.
Apenas eran las nueve y media de la noche. Charles nunca se acostaba a esa hora.
—¿Y qué haces en la ...?
Pero no seguí hablando.
Verlo tumbado, arropado bajo las sábanas finas de verano, con los ojos medio cerrados y una somnolienta mueca fue más que suficiente para callarme e ir rápidamente hasta él.
—Salut, chérie ... —masculló.
Me senté al borde la cama, preocupada por la lentitud de su saludo.
—¿Qué te pasa? ¿No te encuentras bien? —Palpé su brazo derecho y él movió la cabeza para observarme mejor.
—Creo que tengo algo de fiebre ... —Expresó.
—¿Fiebre? —Nerviosa, puse mi mano vendada en su frente y el choque de temperatura actuó como una onda expansiva—. Joder, estás muy caliente, sí —Charles asintió suavemente y batió las pestañas—. Vale ... Ah... ¿Tienes un termómetro? —le pregunté, muy apurada.
—Allí —Señaló con la barbilla hacia la cómoda donde guardaba parte de su ropa y yo me levanté—. No entres en pánico ... —dijo, viéndome rebuscar en el primer cajón del ancho mueble—. Estoy bien. Solo ...
—No estás bien —Rocé con unos dedos la longitud de lo que parecía el termómetro y agarré el objeto—, pero seguro que te recuperas enseguida —Suspiré, destensando una chispa los músculos de mi cuello, que estaban más agarrotados que nunca. Me giré y contemplé la forma tan adorable que tenía de cubrirse con las finas mantas hasta los labios—, aunque no puedo darte cualquier pastilla para bajar la fiebre porque ya te estás medicando, ¿verdad?
Me dio la sensación de que asentía.
—Justo eso —Me confirmó.
Yo no estuve presente en su último encuentro con el médico y no sabía qué medicamentos le había recetado para el dolor muscular, pero debía estar tomando algo cada tantas horas para reducir la molestia del costado.
En mitad de su cuarto, traté de recomponer las piezas de mi agitado organismo. Debí apretar demasiado ese pedazo de plástico porque, de repente, ya no sentía los dedos, como si la sangre no bombeara bajo mi piel en esas pequeñas extremidades de mi cuerpo y todo se estuviera desmoronando.
Charles simulaba a una oruga en su capullo, lista para dormir por toda la eternidad si así lo decidía su agotado ser.
—Llamaré a Andrea —me decanté por la mejor opción.
—Mmm ... —Se encogió todavía más y cerró los ojos por completo.
Regresé a su lado, en la cama, y le tendí el termómetro. Él lo tomó a un ritmo pausado y se lo echó bajo el brazo herido. Pensé en la quemadura, en lo que me dijo aquella amable doctora de Bakú cuando me limpió la zona y en cómo el doctor que teníamos en Maranello había curado con sumo cuidado mi herida tres veces al día desde que volví a Italia.
Una bombilla se encendió. Ojalá no se hubiera encendido.
¿Y si se le ha infectado? ¿Y si no ha tenido vigilancia médica lo suficientemente buena y una puta bacteria le está provocando esta fiebre? ¿Y si ese es el problema?
Un terror tibio me trepó el pecho y masacró los soportes de emergencia que guardaba para momentos de crisis como aquel. Momentos que pueden acabar horriblemente o que pueden mantenerse a flote por designios divinos.
Mi respiración se tambaleaba. Era muy inestable.
—¿Has cenado? —inquirí.
Desbloqueé mi teléfono móvil y entré en la carpeta de contactos. Agradecí que el nombre de su entrenador empezara por la primera letra del abecedario.
—No tengo hambre —refunfuñó Charles.
Tenía voz de enfermo. Esa voz débil y pesarosa a la que uno se aferra cuando no le quedan energías y está utilizando unas reservas vitales a las que le gustaría no recurrir.
Nunca había visto a Charles enfermo. No sabía cuál era la gravedad real, pero él podría habérmelo dicho como aviso, insignificante, insustancial, y no lo hizo.
—Tienes que comer —Analicé su rostro—. Te prepararé algo, ¿vale? —La caricia que deposité en su pómulo le forzó a asentir. Me llevé el móvil al oído izquierdo y esperé tres tonos hasta que Andrea respondió—. Andrea, perdona que te llame tan tarde. Es que ... Creo que Charles tiene fiebre —Me ensalivé las comisuras—. ¿Puede ser que se le haya infectado la herida del brazo? ¿Es posible? —Él no lo negó, pero se mostró tranquilo y me preguntó por el piloto—. ¿Estás mareado? —Charles volvió a mover la cabeza en un corto asentimiento—. Dice que sí. ¿Puedes localizar a su médico? —Entonces, aseguró que lo llamaría y que lo enviaría al apartamento, lo que me sacó una púa gigante del tórax—. Gracias ... —Temblé, aliviada—. Sí, me quedaré el tiempo que haga falta. Media hora, genial. Muchas gracias, Andrea.
Y colgué.
En mi pantalla, el reloj digital marcaba las nueve y treinta y siete de la noche.
Empecé a tener varias ideas, pero estaba tan angustiada que se entremezclaban y no lograba aclararme. Debía hacer algo. Todavía había tiendas abiertas y, si el doctor le recomendaba que no tomase más químicos, necesitaría algún remedio natural que le ayudara a pasar la noche. Se me ocurrían varios métodos, aunque tendría que pedirle consejo a mi abuela. Ella manejaba mucho más las hierbas medicinales y podría recomendarme algo para que su fiebre bajara.
Su mano derecha se apoderó de mi antebrazo.
—No quiero al médico ... —murmuró, adormilado—. Mi enfermera favorita ya está aquí ... —Acarició mi piel.
—Nada de bromas, Charles —El número cambió y dieron las nueve y treinta ocho—. Esto puede ser grave.
Se movió, claramente incómodo por la postura en la que se encontraba.
—Lo siento —Esa disculpa me atrajo como un imán y mis ojos viajaron a su enfermizo semblante—. Siento preocuparte tanto, tesoro ...
Arrepentida de haber empleado un tono tan duro, me acerqué más a él.
—No pasa nada ... —Besé sus labios a modo de disculpa—. No pasa nada, cariño —Peiné su pelo revuelto y, al ver su frente descubierta, pensé en cuánto le serviría una toalla húmeda—. El doctor te hará una revisión y saldremos de dudas. ¿Llevas así mucho tiempo? ¿Desde que se fue tu madre?
—Una hora, más o menos ... —Se esforzó por recordar. Sin embargo, desvió el interrogatorio a su terreno—. ¿Estoy teniendo alucinaciones o de verdad me has llamado ...?
—Yo no soy la de los apodos tiernos, así que, sí, estás alucinando —Planté otro beso en su boca entreabierta y me incorporé antes de que el sonrojo me expusiera a sus ojos llorosos—. Voy a traerte un paño de agua fría —Me escapé de su alcance y fui al cuarto de baño, donde tomé una toalla pequeña del armario y abrí el grifo del lavabo—. Andrea dice que el médico llegará en menos de media hora. Te haré ... Te haré algo de comer. Una sopa de verduras, por ejemplo —Con el paño empapado de agua fresca, cerré la llave y lo escurrí para que no mojara toda la cama—. Tu madre compró comida ayer, ¿no? Revisaré el frigorífico por si hace falta algún ingrediente y bajaré a comprarlo —De vuelta en su habitación, me agaché sobre él para cubrir su frente con la tela húmeda—. Aquí tienes. Dale la vuelta cuando la notes caliente —le expliqué.
Él se sujetó la toalla y expulsó un largo suspiro. Tendría frío por la fiebre, pero ese paño le rebajaría el ardor de la cabeza progresivamente.
Me puse de pie, alisando la larga falda blanca que traía puesta.
—¿Vas a irte? —me preguntó, turbado ante mi inminente marcha.
—Tengo que ir a un herbolario antes de que cierre y es muy tarde ya —El pitido del termómetro me empujó a bajar y a coger el objeto una vez él me lo tendió. La cifra me asustó, aunque no permití que Charles me viera trastabillar—. Treinta y ocho con cinco es bastante fiebre ... Bien ... —Exprimí los conocimientos que mi abuela me había enseñado—. También compraré valeriana o pasiflora para una infusión. Es posible que te cueste dormir esta noche ...
Mis murmullos cesaron tan pronto como noté un suave tirón en mi falda. Él había agarrado un pedazo de tela en su puño derecho.
—Dilo otra vez ...
No quería dejarlo solo. No quería que empeorara y que yo no pudiera cuidarlo correctamente. Algo me sugería que Charles no aguantaba mucho las enfermedades y que, de las pocas veces que había estado metido en cama con sudores y temperaturas altas, no guardaba ningún buen recuerdo. Era normal. A nadie le podría gustar estar enfermo y debilitado cuando solía gozar de una salud excelente. Le agobiaba no poder valerse por sí mismo y, para más inri, estar solo.
Dolida por el sufrimiento que discernía en su mirada, me arrodillé frente a él y apoyé ambos codos en el filo del colchón. Llevé los dedos a su tez y recoloqué la toalla, que ya le humedecía la piel y le aliviaba el condenado malestar.
—¿Y si no lo hago? ¿Te echarás a llorar para que me quede? —Le saqué una sonrisa pícara que desapareció bajo el abrigo de mis labios. A pesar del cansancio, del agotamiento que le cerraba los ojos, contestó a mis besos con la dulzura de siempre—. Los chantajes emocionales no funcionan conmigo, cariño —Delineé el perfil de su barba y él buscó más besos, aprovechando mi cercanía y ese aparente ataque de sensiblería que me dominaba—. Vuelvo enseguida —Lo sujeté para que liberara mi boca—. Llámame si te encuentras peor, por favor.
—Te vas ... —Su mueca de dolor me conmovió—. Claro que empeoraré.
—No seas melodramático ... —la llamé la atención.
—Te encanta que lo sea ... —Me atacó—. Y te encanta malcriarme ... —Siguió, consiguiendo que lo besara de nuevo—. Y a mí me encanta que lo hagas ... —Al separarme de sus comisuras, sonó un chasquido que me incentivó a perseguir más, pero me controlé. Difícilmente, me alejé de la cama y me puse en pie—. Pondré el temporizador y, si no vuelves en ...
—Quince minutos —dije—. Dame quince minutos, va bene?
Un cuarto de hora debería bastar para llamar a un taxi, llamar a mi abuela mientras me llevaban al herbolario más cercano, comprarlo todo y volver a su piso antes de que se desesperara y me echara en falta.
—D' accord ... —espetó, resignado.
—Buen chico ...
Le sonreí y salí de su cuarto mientras pedía un taxi de urgencia.
Estuve fuera de su casa diecinueve minutos. Cuando regresé, él seguía en la cama. No se había movido ni un poco y así estuvo hasta que llamaron a la puerta y el timbre resonó por todas partes.
El médico que solía atenderle siempre que tenía algún problema de salud, le hizo una exploración general, constatando la fiebre alta como principal problema, y pasó a examinarle más a fondo la quemadura del brazo izquierdo.
Mientras esperaba a que terminase con su examen, me mordisqueé los pellejos de todos y cada uno de mis dedos. Si hubiera tenido las uñas pintadas, algo raro en mí, la pintura blanca que solía elegir ya estaría picoteada y agrietada por culpa de las incisiones de mis dientes.
Sorprendentemente, aquel hombre no encontró nada preocupante tras su estudio. Aseguró que la fiebre no se debía a ninguna infección, al menos, en su opinión. Al notarme tan indecisa, propuso que lo llevásemos al hospital y que allí le hicieran análisis que contrastaran o rebatieron su diagnóstico. Sin embargo, añadió que, por lo que conocía a Charles y por cómo reaccionaba su cuerpo al estrés, era muy posible que esa fiebre se debiera a un agobio que no había sabido gestionar.
El accidente tan reciente, el Gran Premio de Canadá en menos de cinco días y todas las discusiones que había debido tener con su madre podrían haber provocado esa reacción en su cuerpo. Al parecer, ya le había ocurrido un par de veces antes, pero habían pasado años desde la última vez. Él sabía lidiar con situaciones extremas bastante bien. La ansiedad no solía ser un problema, aunque su cuerpo estaba experimentando un cansancio tan importante que, según su médico, todo venía de la incapacidad de controlar su vida en esos momentos. Aquel señor no tenía conocimiento de los problema personales que había vivido por nuestra relación, así que se lo achacó al aparatoso accidente de Bakú y a la inexactitud de su recuperación, puesto que había muchas posibilidades de que no corriera en Montreal si su condición física no mejoraba en las próximas veinticuatro horas.
A pesar de que su vuelo a Canadá se había reatrasado al jueves a mediodía para que Charles tuviera algo más de descanso antes de realizar un viaje tan largo, todo estaba en un limbo. Para empezar, el campeonato ya no seguía en sus manos. Max le había superado por dos puntos. No era el fin de su pelea, por supuesto, pero incrementaba su nerviosismo. El miedo a no poder recuperar el primer lugar estaba ahí y todos lo habían alimentado desde su accidente. Además, no estaría presente en las entrevistas y ruedas de prensa del jueves para recuperar fuerzas de cara al resto del fin de semana. Por lo que me había comentado él mismo y por lo que me ratificó su médico esa noche, el dolor de su costado estaba remitiendo. Si desaparecería o sería soportable en unos días era algo que nadie podía saber a ciencia cierta. Aquel hombre no albergaba muchas esperanzas porque, además, la quemadura empezaría a molestarle más durante la segunda mitad de esa semana. El proceso de duración implicaba ese dolor y los antiflamatorios que le estaba suministrando no harían que la molestia remitiera.
Yo le pregunté acerca de algún medicamento que pudiera tomar para que la fiebre bajara pronto, pero el médico solo planteó una inyección a la que Charles se negaba. Decía que no se drogaría, que prefería soportar cualquier tipo de malestar. No me metí en su decisión. Al fin y al cabo, por lo que me explicó el doctor mientras lo acompañaba a la salida, esa inyección no prometía ningún milagro y podía tener unos efectos secundarios que no me detalló, pero que podían afectar a su rendimiento físico en los días venideros.
No dejé que se fuera sin preguntarle por los remedios caseros que conocía. Una vez se los enumeré, confirmó que no alterarían el tratamiento que estaba siguiendo y que serían muy útiles para que sobrellevara la noche.
Por tanto, el doctor se marchó de su apartamento a poco más de las diez y media de la noche. Yo necesité unos segundos de silencio para reorganizarme. Más enfocada en lo que podía hacer por Charles, fui a su vitrocerámica y encendí uno de los fuegos. Le haría una infusión de pasiflora como las que me preparaba mi abuela para conciliar el sueño y prepararía una sopa que le ofreciera los nutrientes que necesitaba para combatir esa maldita fiebre.
El agua de aquel cazo comenzó a hervir poco a poco, pero primero fui al baño y empapé más toallas en agua fría. Se las puse a Charles en las muñecas y en el cuello después de sacarle la camiseta. Por petición suya, saqué una manta del armario a la que se aferró como si la vida le fuera en ello.
Observé cómo se metía bajo las sábanas. No podría combatir totalmente el frío si toleraba los paños fríos, pero no quiso quitárselos cuando se lo propuse. Prefería tiritar a no hacer nada y simplemente esperar a que la fiebre bajara por sí sola en algún momento de los próximos días. Me pidió que usara todo lo que conocía si creía que con eso podría recuperarse.
—Está bien, pero, si por la mañana no te ha bajado ni un poco la fiebre, iremos al hospital —le puse al corriente del plan.
—¿Eso significa que te quedarás toda la noche? —interrogó.
—¿Quieres que me vaya? —bromeé, más relajada después de la visita del doctor.
—No ... —Tragó, lidiando con su resentida garganta—. Pero no descansarás si solo estás pendiente de mí y ...
Para callarlo, le regalé un beso en la mejilla.
De nuevo en pie, cogí la cinta de pelo de mi muñeca izquierda y me até el cabello con ella.
—Espero que te apetezca la sopa de verduras que estoy haciendo porque vas a comértela, quieras o no —dictaminé mientras me acomodaba el pequeño recogido—. El doctor ha dicho que tienes que comer, que tienes que descansar y sudar para que la fiebre se te vaya. Tomar muchos líquidos es bueno también —recordé—. Entonces, te traeré un vaso de agua fría y ...
—Helena.
Puse ambas manos en mi cintura.
—¿Qué quiere el paciente? —Me interesé por lo que tenía que decir.
—Eres un ángel —Soltó, aplastando mi corazón para luego darle cuerda—. No sé cómo agradecerte que ...
—¿Agradecer? —Él me sonrió con suavidad—. ¿Es que tú no harías lo mismo por mí? —Sabía que no podía discutir conmigo al respecto, así que cerró la boca y hundió la cabeza en sus almohadas—. Tranquilízate y descansa mientras termino con la sopa —le ordené, saliendo del cuarto.
No voy a dejarte solo cuando peor lo estás pasando.
—Oui, ma vie ...
Aquella noche fue una de las más largas que recordaría nunca.
Un rato más tarde, Charles cenó y se tomó las infusiones sin poner ninguna pega. Lamentablemente, la fiebre no bajaba. Por más paños húmedos que le pusiera, no conseguía que se mejorara y no vi ninguna mejora hasta pasadas las tres de la mañana. Entonces, tras tres vasos de infusión y un interminable etcétera de toallas en su frente y muñecas, el termómetro marcó treinta y ocho con uno. Él decía que la nebulosa febril en la que se encontraba no desaparecía, pero pasó una hora más y la mejoría se hizo más evidente, pues el sueño se hacía más presente en su agotado organismo y le costaba mantener los ojos abiertos.
La última vez que le tomé la temperatura, la cifra era de treinta y siete con siete. Los rastros de fiebre debieron acompañarlo el resto de la madrugada, pero lo importante era que, recién dadas las cinco y media de la mañana, pudo afirmar que su sueño era firme. Él cayó rendido a las cuatro y algo y yo hice guardia durante esa siguiente hora por si se despertaba y necesitaba agua o quitarse las pesadas mantas. Eso último lo hizo él solo en algún momento de la mañana, ya que, sentada en el suelo de su habitación, me quedé dormida, con la cabeza en el borde de la cama, y, al despertarme por el agudo trino de unos pájaros, él había cambiado de posición y se había retirado casi todas las sábanas, víctima del calor veraniego que también sacudía su apartamento.
Durmió casi toda la mañana y yo me respaldé en esa tranquilidad pasajera para echarme un poco en su sofá y, sobre la doce y media del mediodía, levantarme para elegir una comida más nutritiva que aquella sopa. Acabé rindiéndome porque la cabeza me pesaba y no sabía qué querría tomar cuando se despertara. Ni siquiera sabía si se levantaría sin fiebre o si tendría apetito, así que me senté en un taburete de la isla de su cocina y revisé algunos mensajes y correos pendientes.
Mi vuelo hacia Montreal salía a las seis de la madrugada de ese jueves con la idea de que asistiera a una de las conferencias de la tarde y hablara sobre el accidente de Charles en Bakú como portavoz de los ingenieros de Ferrari. Todavía quedaba mucho tiempo y podría dormir bastante porque el vuelo era eterno, pero pensé en todo el trabajo que tendría allí, en toda la incertidumbre que giraba en torno a Charles y a su imperativa recuperación. Una recuperación que no parecía avanzar en la dirección deseada.
La llegada de un mensaje y la consecutiva vibración de mi móvil me pusieron los pies en el suelo. Leer el nombre de mi amiga alivió un poco la carga sobre mis hombros. Hacía varias semanas que no sabía nada de ella.
Cassandra Mendoza de la Vega, a quien conocí un verano con catorce años gracias a Rafa, era otra de las pocas personas a las que incluía en mi círculos de amigos. Tenía un año menos que nosotras y su familia y la de Rafa se conocían desde hacía mucho. Cuando él nos presentó, sentí que tenía a una hermana pequeña de la que no había sabido nada hasta entonces. Yo ni siquiera era una hermana mayor por aquella época, peo el instituto fraternal emergió de mí y así había sido durante los años siguientes. Julia y Cassie se vieron por primera vez cuando nos mudamos a Inglaterra par estudiar ingeniería. Cassandra vivía en el país anglosajón desde los dieciséis años y yo las presenté, segura de que se llevarían de maravilla. No fue de otra manera. En realidad, a veces se llevaban mejor entre ellas que conmigo.
Cassandra, Julia y yo mantuvimos el contacto y, seis años después, seguíamos siendo el trío de amigas inseparables que, lamentablemente, ya no podían verse ni hablar tanto por culpa de sus trabajos. Aunque Julia sí que había visto a Cassie en Londres durante la temporada, yo no había podido. Julia trabajaba en Mercedes y su cuartel general estaba allí, cerca de nuestra amiga, así que se habían visto y habían estrechado su relación todavía más. Sentía un poco de envidia por eso.
Julia se unió a la conversación en nuestro grupo de tres y yo desbloqueé la pantalla para responder debidamente a su interés.
Cassie/niña fresa 🍓
Lena, ¿cómo va todo?
Me enteré del accidente 😕
Tu piloto está bien, ¿verdad?
12:36 p.m.
Julia 🌻
Necesitamos actualizaciones de Charles, Lena 🥺
12:36 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
¿Charles?
¿Es francés?
🤢
12:37 p.m.
Julia 🌻
Por favor, Cassandra JAJAJAJA
Que no tengas ni idea de F1 es muy gracioso y sabemos de tu aversión por los franceses, pero esto es serio 😂
12:38 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Sorry 😇
En serio, ¿cómo está?
¿Sigue ingresado?
12:38 p.m.
Cierto. No le había hablado a Cassie sobre Charles ni sobre lo que pasaba entre nosotros. Quise ser tan precavida que no se lo conté ni a mi otra mejor amiga. Y se lo habría dicho, pero después recordé que esa chica no sabía tener la boca cerrada y reprimí el impulso.
Está mejor
Gracias por preguntar ♡
Salió del hospital el lunes por la mañana y ahora está descansando, aunque puede que se pierda la carrera de este fin de semana
12:39 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Pero no fue tan grave como lo pintaron, ¿no?
Aquí la prensa dijo de todo 🫤
12:40 p.m.
Tragó humo y tiene algunas heridas, pero está recuperándose bien
12:40 p.m.
Anoche tuvo algo de fiebre
Estoy esperando a que me digan cómo se ha despertado hoy
12:41 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Me alegro un montón 😩
¿Y cómo estás tú?
No debió ser agradable para ti : (((
12:41 p.m.
Julia 🌻
Pensé que le daba un infarto 😀
12:41 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Imposible
Lena es la persona más tranquila que conozco
12:42 p.m.
Julia 🌻
Se nota que nos has escuchado esa radio
Estaba a punto de perder la cabeza
12:43 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
¿¿¿Por qué no me has pasado el enlace??? (゜o゜)
12:43 p.m.
Julia está exagerando -_-
No me iba a dar ningún infarto
12:44 p.m.
Julia 🌻
"¿Y si se está muriendo?"
"Si se va, yo me voy con él"
¿Sigo?
12:44 p.m.
Te odio
12:44 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Qué estás diciendo JAJAJAJA
¿ESO ESTÁ EN LA RADIO?
Pásame el vídeo, Julia.
12:45 p.m.
Julia 🌻
Ojalá estuviera en la radio, pero lo dijo en el hospital mientras esperábamos 😔
12:46 p.m.
No hay testigos
12:46 p.m.
Te jodes.
12:47 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Creo que ella también está mejor, Julia 😊
12:47 p.m.
Gracias por ser tan buenas amigas 🥰🥰🥰🥰🥰
12:47 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Oh oh
Está enfadada 😀
12:48 p.m.
Julia 🌻
No es ninguna novedad 🤷🏼♀️
12:48 p.m.
Julia no se atreve a enfadarme
Le da miedo 😚
12:48 p.m.
Julia 🌻
¿Eso es un reto?
Ven aquí, Silva (ง'-̀'́)ง
12:49 p.m.
Cassie/niña fresa 🍓
Sé que discutir es algo importante para vosotras, pero os echo de menos 🤧
Veros pelear por mensaje no es lo mismo a verlo en persona 🤧🤧
12:49 p.m.
¿Cuándo es la carrera en Inglaterra?
12:50 p.m.
Iba a responderle con la fecha, pero el calor de sus dedos y el sonido de su voz arruinaron mis intenciones.
—Tesoro?
🏎️🏎️🏎️
Me presento con un nuevo capítulo para levantar los ánimos después de una qualy desastrosa que acabó en esto:
El meme del Nano tomando el sol continúa gracias a Charles y me encanta xD, pero eso no quita que este fin de semana esté siendo horrible para Ferrari 🤡
Y lo peor es que todavía queda la carrera 🤡🤡🤡
Bueno, volviendo a Fortuna, Cassie ha hecho su aparición por fin 🤧🩷
Adjunto unas fotos por aquí de la pequeña del grupo uwu
Cassandra Mendoza de la Vega
23 años
Recién graduada en restauración (de cuadros)
Actualmente reside en Londres
Una década siendo amiga de Helena y casi siete años de Julia
Es lo más mono del mundo 🌷
Ya que estamos, dejo una fotito de Julia también 🌻
De ella no necesitais presentación porque es la mejor amiga de Helena, pero me apetecía poner por aquí la foto que mejor la representa 💛
Btw, todas ellas tienen cuentas de Instagram en las que subo cositas de vez en cuando (aunque siempre intento poner las historias y posts en los propios capítulos):
@lennilva
@julia_gogomez
@casssie.core
Y añado la cuenta privada de Charles, donde subirá cositas con Helena ♡:
@cl.sixteen
En Instagram respoteo sus fotitos :3 (@jungkookiegotme)
El otro día me di cuenta de que cada una representa una era de la reina Taylor Swift: Helena es la viv imagen de Reputation, Julia va con 1989 y Cassandra es Lover en mayúsculas 🥹
Tras darle muchas vueltas, he decidido que tanto Julia como Cassandra tendrán sus propias novelas, aunque dudo mucho que sean tan extensas como Fortuna. La pregunta es:
¿Cuál será la pareja de Cassie y cuál la de Julia? 🤷🏻♀️
Yo ya lo sé, pero os leo igualmente 🤓
Dicho lo cual, nos vemos la semana que viene con más y mejor. Mucho mejor 😏😏😏😏😏
Os quiere, GotMe ❤️💜
27/8/2023
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro