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60 || hospital night

Helena Rivas Silva

El temblor de mi móvil me sacó de la apacible observación que hacía a Charles, que dormía entre suaves resoplidos en la cama de aquella habitación mientras múltiples máquinas a las que estaba conectado por otro centenar de cables emitían sonidos monitorizados.

Leí el contacto que me llamaba a pesar de ser casi las doce de la noche y desbloqueé la llamada. Llevé el teléfono a mi oído y me preparé para medir la voz.

Olá, vovó ... —saludé a mi abuela.

Querida, como está o rapaz? —preguntó con cierta premura.

Esbocé una sonrisa cansada y volví a mirarlo.

Llevaba durmiendo más de cuatro horas. Después de que saliera de urgencias, el doctor que le había atendido nos llevó al primer piso, a un cuarto que le habían preparado a lo largo de la tarde para que pasara la noche en observación. Las analíticas y las radiografías ya estaban hechas y solo quedaba esperar a por la mañana para que nos explicaran si había algún problema en los resultados, aunque aquel hombre parecía esperanzado de que no habría malas noticias.

Bem. Está bem —Me removí en aquel sillón—. Gracias por llamar.

No es nada.

—¿Estabas preocupada por él? —la interrogué, agradecida por su interés.

Estoy preocupada por ti, porque seguro que sigues en el hospital haciendo de niñera —Se desvió, haciéndome sonreír de nuevo—. ¿Es que no tiene una madre que se pase la noche en vela?

Vovó ... —Suspiré—. Su madre estaba en Mónaco. Llegará en un par de horas. ¿Qué pasa? ¿No te parece bien que me quede con él?

Mi abuela y sus quejas nunca faltarían a la hora de sacarme una risa.

No me parece bien que no descanses como es debido —sentenció, inconforme.

—Tampoco sé si podré dormir esta noche.

¿No has dicho que estaba bien?

—Sí, pero le han hecho algunas pruebas —Me revolví el cabello, inquieta por las instrucciones que dio el doctor a cargo de Charlos—. Quieren descartar que el humo le haya afectado a los pulmones.

No pocos dejar de pensar en la desconexión de la radio y en la posibilidad de haber evitado que tragara humo si hubiera podido orientarle para salir por su propio pie del coche. Algo que nunca ocurrió porque la comunicación se estropeó en el momento más crucial del rescate.

Seguro que esas pruebas salen perfectamente. Otra cosa no, pero sano y fuerte parecía —bromeó ella.

—Y lo es, pero hasta el más sano puede tener problemas después de un accidente como ese ... —le expresé.

Los rítmicos pitidos de una de las máquinas acompañaban el vaivén de pensamientos que atacaba mi cabeza con nuevos miedos a los que no quería atender por mi bien.

No pienses con la cabeza de tu padre. Piensa con la de tu madre —me instó. Su consejo era demasiado bueno como para obviarlo, por lo que me hice con él y prometí buscar el lado más positivo—. Sé que es difícil y que ha debido recordarte a lo que le pasó a Águeda, pero esto tiene solución y se recuperará —Asumió ella.

—Fue horrible —dije, sin apartar la mirada del ascenso y posterior descenso de su cableado pecho—. Me faltaba el aire y es posible que me haya quitado años de vida —revelé, liberando un poco de la angustia—. Solo me alivia saber que ya está mejor.

Y solo puede mejorar. Ya lo verás —Confió en el proceso, tal y como yo debería hacer—. ¿Estás con él?

Me aclaré la voz, intentando no despertarle a raíz de aquella charla.

—Sí —Afirmé—, aunque Charles está durmiendo ahora.

Entonces te dejo. Si te pones a hablar conmigo, terminarás despertándolo —Acertó en lo que sucedería si seguíamos charlando.

De igual forma, su llamada me había hecho compañía y también me había recordado que esa mentalidad pesimista venía de mi herencia paterna. Había partes de mi carácter que le debía a papá y de las que, a pesar de todo, no renegaba, como mi cabezonería y la capacidad de salir adelante en los peores escenarios, pero verlo todo negro era insoportable y no quería darle cabida a algo tan desmoralizador.

—Te llamaré cuando tengamos los resultados —Agregué yo.

Tranquila. Me enteraré por la televisión igualmente —dedujo, debido a la gravedad y al revuelo mediático que había generado el accidente.

—Pensaba que te gustaría saber de él cuanto antes —Continué, cruzando mis piernas—. Al fin y al cabo, es tu nieto político.

El silencio de mi abuela se podía traducir de muchas formas.

¿Lo es? —inquirió.

—Lo es —aseguré.

Estuviera bien o no decírselo tan pronto, un arrebató me impidió guardar el secreto. Tampoco es que fuera un imposible en su opinión. Mi abuela ya se dio cuenta de que nuestra relación iba más allá de lo profesional o de la amistad, así que solo habría sido cuestión de tiempo que se lo terminara contando. Creí que lo mejor sería contárselo entonces para que se hiciera a la idea de que ya era una realidad, de que había elegido mi futuro y lo había elegido a él.

Bueno, entonces tendré que llamar en unos días y hablar con él directamente. No sería una abuela política como Dios manda si dejase las cosas estar —Se había alegrado con la noticia. Podía notarlo en la cadencia de su voz—. Además, tengo una conversación pendiente con ese chico antes de que entre en mi casa como el novio de mi única nieta —me explicó.

Con el pecho menos pesado, inhalé una suculenta bocanada de oxígeno.

—El martes o el miércoles debería haberse calmado todo —le comenté.

Muy bien. En cuanto llegue su madre, te marchas a tu hotel, ¿de acuerdo?

—De acuerdo —Asentí—. Boa noite.

Boa noite, minha filha —se despidió.

—Descansa, avó.

Y colgué, habiéndome quitado un peso de encima.

Charles no se movió mucho en la hora siguiente. Durante ese tiempo, recibí varios mensajes. Uno era de Julia, que ya había cogido su avión de vuelta a Inglaterra y me preguntaba por el enfermo. Otro era de Andrea, a quien había obligado hacía un par de horas a regresar a su hotel y a descansar. No hacía falta que dos personas trasnocharan cuando podía hacerlo una sola, ¿verdad?

Mantuve informado al entrenador personal de Charles y, mientras compartíamos un par de impresiones sobre el incidente en pista, recibí una notificación bajo el nombre de Ana. Cuando entré en su chat, comprendí que no se trataba de mi madrastra, sino de mi hermano pequeño, que preguntaba si podía llamarme.

—Hola, David —lo saludé al cabo de unos minutos.

Me ajusté el teléfono al oído y bostecé.

Lena, ¿cómo está Charles? —preguntó, claramente alicaído.

—Pues ...

Le hablé de todo lo que sabía, aunque no entré en detalles sobre las pruebas ni los diagnósticos. Pasé más de quince minutos hablando con él y la conversación terminó en su día, en lo que había hecho aquel fin de semana y en sus súplicas por que Charles y yo regresáramos de visita a casa ese verano.

Yo no solía ir tantas veces a Jaén desde que me mudé fuera de España. Pasar más de un día bajo el mismo techo que mi padre era un sacrificio que me costaba semanas de enfado conmigo misma por no saber arreglar nuestra relación. Semanas sin poder dormir correctamente por las pesadillas y los recuerdos desagradables.

Aun así, le dije a David que se lo comentaría a Charles y que, a lo mejor, con algo de suerte, durante el patrón de verano podríamos acercarnos a casa y visitarlo. Se quedó conforme con la respuesta, pero insistió en saber más información sobre el estado del piloto.

¿Le mandarás un mensaje a mamá cuando despierte? —volvió a preguntarme.

—Sí —le prometí—, tú vete a dormir, que ya es muy tarde. ¿Es que no tienes colegio mañana? —cuestioné que estuviera levantado a la una de la madrugada.

Mañana hay fiesta en el cole y no quería dormirme sin hablar contigo. Estaba muy preocupado por Charles —se justificó.

—Pues ya ves que no hay nada de lo que preocuparse —Intenté que esas palabras calaran en mí. Creeer en ellas era todo lo que podía hacer—. Venga, deja el ...

¿Es tu hermana?

El lejano sonido de la voz de mi padre me encogió las entrañas como si un par de pinzas agarraron mis tripas y las retorcieran. Impulsada por ese dolor visceral, me incorporé en mi asiento y, de casualidad, vi que Charles giraba el rostro y cerraba con fuerza los ojos antes de comenzar a abrirlos. La molestia que reflejaba su rostro tardó apenas unos instantes en traerme devuelta a la estancia.

Sí, papá —respondió David—. ¿Quieres hablar con ella? —Tras una breve pausa durante la cual mi padre debió contestar afirmativamente, se dirigió a mí—. Lena, papá quiere ...

—Dile que ahora no puedo —Lo callé mientras me ponía de pie—. Ha llegado el médico. Lo llamaré en otro momento —Y así cerré nuestra charla—. Buenas noches, David.

Ah ... Vale —Sonó un poco decepcionado—. Buenas noches, Lena.

Corté la comunicación al presionar el botón rojo y dejé mi teléfono en el sillón, ocupando el lugar que yo había dejado vacío.

—Lo siento —Me aparté el cabello del rostro y di la vuelta, tropezando con su gesto adormilado—. ¿Te he despertado?

—No ... —negó e hizo el amago de incorporarse, pero no lo logró por todos los cables que tenía conectados. Aligeré el paso y me planté a su izquierda para agarrar la almohada y ayudarle a dar con una posición más cómoda—. Es esta máquina del demonio y sus malditos ruidos ... —se quejó, adormilado. Esperó a que le arreglara el almohadón y me lo agradeció—. Gracias —Se lamió los labios resecos y me miró con los ojos medio cerrados—. ¿Ahora existen los médicos invisibles?

Exhalé, sentándome a su lado, aunque manteniendo la distancia por culpa de los aparatos que rodeaban el cabecero de la cama.

—No que yo sepa —admití.

Charles se revolvió y ladeó la cabeza hacia mí.

—Podrías haberme dejado el teléfono —dijo, relajado—. No me importaba hablar un poco con él.

—No es eso —Sabía que no le habría molestado hablar con mi hermano, pero la urgencia no vino de ahí—. Mi padre quería hablar y no estoy de humor para soportar sus sermones ni ...

—Sabes que no puedes huir de él eternamente, ¿no?

Era muy consciente de que no podía seguir por ese camino toda la vida y me sabía mal, pero había sido un día agotador que, de por sí, no se había portado bien con mis nervios. Si a ese cansancio físico y mental le añadíamos una discusión con mi padre, el encontronazo que tuve con Max sería una broma en todos regla.

—No me regañes —musité, avergonzada de esos comportamientos evasivos de los que no me desprendía—. Sé que está mal que lo evite, pero ...

—Nadie te está regañando, tesoro —me interrumpió y, al posar la mirada en su semblante, solo hallé una bonita sonrisa que transmitía sueño y paz a montones—. Acércate. Estás muy lejos —Con cuidado, moví uno de los aparatos y me senté al lado de su hombro—. A lo mejor solo quería saber cómo me encontraba yo y cómo te encontrabas tú —Barajó mientras agarraba mi mano izquierda.

—¿De verdad piensas eso? —le pregunté, ansiosa por contagiarme de sus esperanzas.

Charles frunció las comisuras y sonreí. Aquel era un aviso de que mentía y que no trataba de ocultarlo.

—Lo cierto es que no —reconoció su poca fe en mi padre—, pero no estaría de más darle el beneficio de la duda. No son horas para pelear —Señaló.

—No te creas —Sostuve sus dedos entres los míos, sintiéndome en deuda con aquellos guantes que le protegieron las manos de las olas de fuego—. La hora no es un problema para mi padre.

Él ya había experimentado un enfrentamiento con mi padre, así que empatizaba conmigo y con mi rechazo a esa conversación telefónica.

Apoyando mi agridulce decisión, dio un suave apretón a mis dedos.

—Mándale un mensaje y dale las gracias por preguntar por mí —dijo.

—No llegó a preguntar por ti —le corregí.

—Así tendrá que hacerlo y no será necesario que lo llames. Dile que necesito muchas atenciones y que te acaparo todo el tiempo —Me ofreció un plan bastante socorrido.

Sonreí una chispa.

—Eres más retorcido de lo que parece —Le ataqué.

—Gracias por notarlo —contestó, orgulloso de su argucia.

Charles tenía los ojos algo hinchados. Había dormido más de cinco horas seguidas, sin interrupciones, por tanto, no me extrañaba que tuviera aquel aspecto. Por lo general, cinco horas de sueño solían ser suficientes para él si realmente suponían un buen descanso. Debía sentirse mejor después de esa larga siesta.

Atenta al color vivo de sus mofletes y a los pequeños destellos que lanzaban sus orbes, no me contuve y empleé la mano derecha en apartar algunos mechones de su frente. Le había crecido mucho el cabello desde que nos conocimos y empezaba a ser más salvaje, más difícil de controlar.

—¿Cómo te sientes? —Rocé su sien con la punta de mis dedos—. ¿Tienes calor?

—No mucho. Aunque estar atado a esta cama es incómodo, lo mires por donde lo mires —Hizo una mueca de asco.

La cama no parecía engorrosa per se. El problema estaba en todas las máquinas, que la hacían un lugar inhabitable, además de reducido y ruidoso. Al tener varios tubos y cables conectados a su pecho y a sus brazos, tampoco podía girarse y Charles solía dormir de lado, casi siempre del izquierdo. Verse obligado a dormir boca arriba y sin poder mover ni un brazo tenía que ser horrible. Todos esos parches que llenaban su pecho desnudo tampoco debían ser muy confortables.

—Te darán el alta mañana por la mañana —repetí las palabras del médico—. Solo son unas horas más.

No tenía más opción que resignarse a ese cuarto y a esas circunstancias.

—Y tú sigues aquí ... —Me observó más despierto—. ¿A qué hora piensas irte?

—¿Me estás echando? —Continué apartando su cabello para que no le molestara—. Eso es nuevo, Perceval —bromeé.

—Es por tu carita de sueño, cariño. No es bueno que pases la noche en vela —manifestó, en desacuerdo con mi permanencia allí.

—¿Ni siquiera si lo hago por ti? —Propuse, deseando engatusarle para que olvidara el tema.

—Ni siquiera —espetó. Yo suspiré, verdaderamente anémica—. Y no me vas a convencer de lo contrario. Agradezco que te quedes, pero ya estoy mejor y ...

Aparté la mano de su cara.

Si le decía que no había probado bocado en todo el día, exceptuando un bocadillo de máquina que me forzó a comer Julia antes de marcharse, me echaría a patadas de la habitación, pero no tenía nada de hambre. Esa espera se había cobrado algo más aparte de mis horas de sueño. Mi apetito era inexistente. Estaba enterrado bajo capas y capas de desazón y angustia que formaban bolas de náuseas en mi estómago.

—No podría pegar ojo por mucho que quisiera —No peleé más.

—Vamos, Helena ... —me suplicó él.

Pero él parecía haber recuperado energías para discutir, así que me aferré a la única táctica que me serviría: agacharme y darle un par de besos. Picotear sus labios y suplicar el doble que Charles era todo lo que tenía guardado.

—Hasta que llegue tu madre —Marqué un tiempo límite y resopló, viéndose como el perdedor de aquel pulso improvisado—. ¿Por favor?

—Ah ... —Lidió contra mis insistentes besos—. Va bien, va bien ...

Me proclamé vencedora con un último y sonoro beso del que Charles disfrutó más de lo que quiso hacer ver. La tirantez de sus labios me provocó una sonrisa. No sabía cómo rechazar mis caricias porque no era habitual que se las diera así como así. Su debilidad por mí siempre me daba un juego de cartas más alto.

—Ha llamado mi abuela —le informé mientras me alejaba de su cuerpo.

Sorprendido, clavó las pupilas en mí.

—¿Estás de broma?

—No te odia tanto como crees —reí—. Le gustas y se preocupa por ti.

Él ya lo sabía. Seguramente, lo sabía desde que visitamos su casa en aquella escapada a Jaén. Mis abuela y yo éramos muy parecidas cuando teníamos que enfrentarnos a nuestros sentimientos y Charles supo descifrar muy bien los jeroglíficos de mi forma de ser desde que nos conocimos, por lo que debió leer entre líneas y entender que ella no lo desterraba ni le hacía ascos por haberse acercado a mí. Mi abuela estaba contenta de que hubiera aparecido alguien que me quisiera como él lo hacía. Siempre había tenido miedo de dejarme sola en el mundo y saber de la existencia de Charles debía ser un alivio infinito a su edad.

Era una mujer complicada, pero sencilla al mismo tiempo.

—Lo raro sería que alguien se resistiera a mí —Se sonrió, presumiendo de sus habilidades sociales.

—Sí, estás mucho mejor —Confirmé, feliz de que su humor siguiera ahí.

—No estoy tan seguro de eso ... —Se palpó el pecho—. Ahora también me duele ...

Y todas mis alarmas saltaron como liebres tras escuchar un escopetazo cerca de su madriguera.

—¿Dónde te duele? —me cerní sobre él, asustada de que le costara respirar o de que fuera algo peor.

—Por toda esta zona —Apuntó a su corazón y, a continuación, direccionó el dedo índice hacia su vientre, más concretamente, hacia su entrepierna—. Y abajo también.

Al escuchar la risotada que acompañó su explicación, miré el techo y traté de calmarme. Sus chistes sexuales siempre me hacían reír, pero podría haberme dado una puta taquicardia antes de pillar la bromita. No fui capaz de reírle la gracia. Sentía que el corazón me subía por la garganta.

Serás estúpido ... —le insulté en mi idioma natal. Charles contuvo sus carcajadas porque la tos amenazó con arrebatarle la voz otra vez—. Con eso no se juega, Charles ...

Carraspeó y limitó aquellas toses a unas pocas que se extinguieron rápidamente.

—Pero estoy convaleciente, chérie ... —alegó en su defensa.

Todavía nerviosa por el susto, me masajeé el cuello. La reminiscencia de la presión con la que me agarró Max consiguió que mi pulso se multiplicara.

—¿Y qué quieres? —exclamé, frunciendo el ceño para hacerle ver que me había molestado de verdad—. ¿Que te la chupe? —Hizo un gesto de aprobación que alivianó temporalmente mi enfado—. Estamos en un hospital, ¿cómo ...?

—Debe de ser alguno de esos sueros que me han puesto o lo guapa que estás o ...

—He dicho que no —resolví, malhumorada.

Charles agarró mi mano y tomó el camino que mejor se le daba.

—¿Y unos mimos? —pidió, lastimero—. ¿No me vas a dar unos pocos mimos?

No quería enfadarme. No quería. En realidad, solo estaba extremadamente irascible, susceptible a cualquier estímulo que viniera de fuera y que pudiera suponer una amenaza potencial para una codiciada tranquilidad que se me escurría entre los dedos desde hacía más de doce horas.

Exhalé.

Era el momento menos idóneo de la historia para enfadarme con él por una simple broma. Solo estaba probando un método que me hiciera olvidar que un jodido accidente mortal lo tenía postrado a una cama de hospital mientras yo esperaba y esperaba a que los médicos lo dejasen ir y todo quedase en un recuerdo que no se repitiría ni en mis peores pesadillas.

Solo quería animarme a pesar de que era él quien peor lo estaba pasando.

Destruida por el papel de paciente malherido que había decidido interpretar, machaqué esas ganas de enfurecerme por la más ínfima cosa que ocurriera. En silencio, me incliné hacia él y abarqué sus mejillas con ambas manos antes de besar sus labios. Él cogió mi muñeca izquierda, ronroneando con cada tonto beso que le regalaba.

A veces creía que se me daba mejor a mí ser el gato negro en busca de atenciones humanas, pero Charles podía quitarme el puesto con tanta facilidad que daba miedo.

—Eres insoportable cuando quieres ... —declaré, besando también su pómulo, tan blandito que podría haberle dado un mordisco a modo de castigo y lo habría disfrutado.

—Así no vamos a evitar que se me ponga como un ... —masculló.

Media carcajada mía le arrancó una hermosa sonrisa.

Ese era el empate que quería, ¿no?

Controlar la risa era difícil, así que me concentré en reprimirla a base de más besos que regué por toda su cara. Esos mimos le habrían salido caros si no hubiera estado más sensible que nunca o si mis ganas de consentirlo no anduvieran por la estratosfera.

—Cállate —le exigí, negándome a sonreír.

Los dos sabemos que puedes arreglártelas para conseguir lo que quieres de mí.

Mientras le basaba el rostro, Charles puso su mano derecha en mi espalda y resistí la tentación de echarme a llorar porque no había mejor consuelo que ese. Cumplir sus caprichos me curaba el alma y él los pedía más por mí que por sí mismo.

Con la presión de sus dedos en mi columna vertebral y mi boca recorriendo sus facciones, escuchamos el sonido de la puerta. Aquel chirrido lento y siniestro me empujó lejos de Charles. Él buscó al intruso y yo, apurada, me levanté de la cama para recibirlo.

Arthur asomó media cabeza tras la puerta.

—Buenas noches —dije yo.

Tenía el corazón en la boca, pero no había momento para desfallecer.

Sentí que las manos me temblaban. Disimuladamente, las llevé hacia atrás y las agarré para frenar esas impulsivas sacudidas.

—Buenas noches, Lena —respondió él al tiempo que entraba a la habitación—. ¿Cuánto llevas aquí?

—Toda la tarde y toda la noche —Se entrometió Charles—. Ha hecho más guardias de las que haría una enfermera —Oí el crujido de la cama y me giré dispuesta a ayudarle si quería incorporarse más—. Hola, Arthur.

Al volverme, él hizo un gesto con el que me dio a entender que no necesitaba nada. Solo se acomodó mejor contra los almohadones. Durante esos segundos, Arthur se acercó a nosotros.

—Debes estar agotada. Gracias por cuidar de él —me dio las gracias y dejó una suave caricia en mi hombro izquierdo—. Comment va mon frère préféré? —Se enfocó en Charles.

Yo me aparté un poco de la cama, dejándoles charlar tranquilamente.

Suivi d' une pièce, que n' est pas peu —habló el mayor.

C' est une bonne nouvelle —Palmeó el hombro de su hermano.

No estaba segura de que fuera así, pero tuve la sensación de que Arthur y Charles confiaban tanto el uno en el otro que había preocupación capaz de derruir esa fe ciega. Notaba aquello como si emanara de Arthur. Sabía que Charles temía mucho más lo que pudiera ocurrirle a su hermano pequeño en carrera y lo entendía muy bien. Yo también era una hermana mayor y el pánico a que algo le sucediera a mi hermano estaba por encima de mi seguridad. A él le pasaba algo parecido con Arthur, pero el menor admiraba y se fiaba tanto de Charles que no debía sentir ningún miedo por aquel accidente. Aunque estaba en su absoluto derecho de asustarse, la paz que exudaba Arthur era un mar de pura serenidad. Solo necesitaba confirmarlo a través de sus cinco sentidos porque todo su ser supo, desde el primer minuto, que Charles saldría adelante sin más que unos pocos rasguños.

—Lena —Miré hacia la puerta y hallé el gesto de sorpresa de Lorenzo—, ¿sigues aquí? —Avanzó hasta mí y me dio dos besos en las mejillas—. Andrea nos dijo que te habías quedado con él, pero no hacía falta que nos esperaras.

—Lo hago con mucho gusto, Lorenzo —le aseguré—. No quería dejarlo solo.

—Lo sé —susurró, sonriente—. Muchas gracias.

Iba a rechazar amablemente su agradecimiento porque no había nada que agradecer, pero una voz femenina mató esa corta conversación entre el hermano mayor de Charles y yo.

—Ah, Lena. ¿Qué haces aquí? —La madre de Charles, Pascale, irrumpió en el cuarto y se acercó para besarme en los mismos lugares que había elegido Lorenzo—. ¿No te habías marchado ya? —Parecía extrañada de que me hubiera quedado incluso cuando Andrea ya se había ido.

—Buenas noches, Pascale —le sonreí, aunque no obtuve sonrisa alguna de su parte—. No me parecía bien dejar a Charles sin nadie que ...

Si la presencia de una cuarta persona no me hubiese desconcertado, habría entendido aquello como otro desplante por parte de Pascale, pues ignoró mis palabras y se centró en el hijo que tenía postrado en una cama de hospital.

Charles, mon chérie, comment vas tu? —La escuché decir a mis espaldas—. Et le bras? Montre-moi ton bras ...

Y las preocupadas observaciones de la cabeza de familia continuaron fluyendo, pero, como decía, la intrusión de una invitada no deseada me convirtió en una estatua de piedra.

—Hola, Lena —me saludó, tan cordial como recordaba de aquellos días en Mónaco—. ¿No estás cansada? —me preguntó, besando mis mejillas adecuadamente—. Ha debido de ser un día muy largo.

¿Su madre se había encargado de traer a Charlotte a Bakú? ¿Era eso o estaba viendo fantasmas demasiado reales?

Clavé mis ojos en los suyos. La sonrisa se había borrado de mi rostro y no regresaría aunque ella se pasará toda la noche siendo la chica amable y dulce que todos amaban.

—Larguísimo —Logré decir finalmente—. Parece que no se acaba ...

—No digas eso —Intentó rebajar el caldeado ambiente del que ella también se había percatado—. Lo mejor será que te vayas a descansar, ¿no? Ya nos ocupamos nosotros de todo esto —Se posicionó del lado de una familia de la que no formaba parte desde hacía meses.

¿Lo hace adrede? ¿Ha notado que siento un rechazo natural por ella? ¿Está regodeándose frente a mí porque cree haber ganado la batalla?

¿Qué batalla, Helena? Nunca hubo una batalla y tú lo sabes.

Charlotte, que fais-tu ici?

Charlotte y yo nos aguantamos la mirada durante un par de segundos más. Imaginé que las dos estábamos preparándonos para lo que vendría después de la cortante pregunta de Charles.

Así pues, ella fue la primera en romper la conexión visual y adelantarse, caminando hacia la cama. Sin ella juzgándome, recogí una temblorosa esfera de oxígeno y contemplé el blanco radiactivo de la puerta. De repente, todo el miedo que creí haber eliminado desde que Charles salió de urgencias se arremolinó en mi vientre y esparció una acidez insoportable.

¿No podía hacer nada más que ver, oír y callar de nuevo?

Je voulais savoir comment tu allais et ta mère ... —dijo ella con la idea de explicarse antes de que el evidente malhumor de Charles se triplicara.

Maman, tu m' énerves vraiment —exclamó el herido. En el instante en que comprendí que estaba encarando a su madre, me giré y analicé la escena meticulosamente. Arthur y Lorenzo cruzaron miradas conmigo. Ellos ya habían percibido lo mismo que yo; Charles estaba a punto de estallar como una bomba de relojería—. Pourquoi penses-tu avoir le droit de ...?

Pero Pascale, sin alterarse, viró su torso hacia mí.

—¿Podrías dejarnos solos, Lena? —me pidió.

Le teme a la opinión de los demás. Quiere mantenerse sus trapos sucios en privado, sin nadie que pueda cuestionar lo que hace por sus queridos hijos.

Nos parecemos un poco en eso.

Charles me estaba mirando. Todos me miraban. Pascale y Charlotte me veían como una intrusa indeseada. Arthur lo hacía con lástima. Él empatizaba conmigo, aunque no podía sentir ni una minúscula parte del corrosivo sentimiento que me roía los órganos y, a la vez, el orgullo. Por otro lado, Lorenzo me observaba algo contrariado. No debía estar de acuerdo con su madre. Charles era un gran misterio porque no reuní las fuerzas necesarias para devolverle la mirada. La vergüenza me aplastaba y no quería que comprobara de primera mano que me estaba sintiendo incluso peor que aquella vez en Mónaco.

Volví a mirar a Pascale.

—Claro —Me tragué el bochorno, a pesar de que las mejillas me ardían. No había traído nada conmigo, así que planeé mi salida sin más movimientos que dar la vuelta y agarrar el pomo de la puerta—. Bonne nuit a ...

Hice lo que había meditado, pero solo toqué el frío pomo antes de que la negativa de Charles se impusiera a cualquier sonido.

—No —El colchón chirrió—. Helena no se va a ninguna parte, y menos porque tú la eches —Entonces, aguanté la respiración y sostuve mejor el maldito pomo que me separaba de la tranquilidad de los pasillos—. Tiene el mismo derecho que vosotros a estar aquí y no voy a tolerar que la trates así otra vez.

—¿Qué? —interrogó la mujer, atónita.

¿Va a hacerlo? ¿Aquí? ¿Ahora?

Giré el pomo y la puerta se abrió, alentándome a huir de aquella reunión familiar que no habría predicho jamás. Al menos, no tan pronto.

—Helena, no te vayas —Se pronunció Charles. Yo no tuve alternativa y dejé que lapuerta se cerrara sola, por inercia—. Vamos a aclarar las cosas de una maldita vez.

Sí, va a hacerlo.

Regresé a mi posición inicial y perforé su rictus con mis pupilas. Él solo me dedicó una escueta mirada. Enfurecido y avergonzado, observó el gesto de disgusto de su progenitora.

—Charles, no ... —Traté de impedirlo.

—No sé si te han movido esas fotos, mamá, pero te dije una y otra vez que Charlotte y yo no habíamos vuelto —Comenzó. A mí se me encogió el corazón—. Lo dejamos el año pasado y tú te agarras a un clavo ardiendo como si alguna de tus ideas pudiese funcionar —Se dirigió entonces a Charlotte, que no había ni una sola palabra más—. No quería decírtelo así, por respeto a lo que tuvimos y porque sabes que te aprecio, Charlotte, pero no hay ni una mísera posibilidad de que nos demos otra oportunidad. Siento no habértelo dicho en Mónaco. Me arrepiento mucho de haber alargado toda esta historia y de haberte dado falsas esperanzas. Lo siento —Ella no se movió, aunque debía estar luchando contra el llanto más desconsolado de todos—. Y sé lo que vas a decir, mamá —Frunció el ceño, extremadamente dolido por los desmanes de su madre—. Sé que la pondrás por las nubes, como la nuera perfecta y la compañera de vida que necesito. No es así. Ni siquiera te preguntaste si yo quería esa vida. No. No la quería. Por eso acabamos. Y no es ningún error. No me arrepentí ni me arrepentiré en un futuro —Cogió aire, listo para derribar todo a su paso. Incluso a mí—. Si quedase algo por rescatar de esa relación, no habría sentido nada de lo que sentí cuando conocí a Helena —Me apoyé en la superficie de madera, agarrada todavía el jodido pomo que no había ayudado en nada, y continué escuchando cómo Charles proclamaba su amor por mí, más honesto de lo que su madre esperaba—. Me habría gustado contarlo en un ambiente más propicio, entre nosotros, para que una noticia que me hace tanta ilusión quedase en familia, pero este era mi límite —Me miró brevemente, feliz y apagado al mismo tiempo—. Estoy enamorado de Helena. Somos pareja desde hace unas semanas, así que te pido que le tengas el respeto que se merece y que te olvides de Charlotte —demandó. Nadie lo interrumpió—. Helena nunca te pediría que pararas y nunca te reprochará lo mal que la has tratado, pero yo no voy a consentirlo. Amo solo a Helena y será mejor que empieces a aceptarlo —La garganta se le resentía por haber hablado tanto sin parar. Carraspeó un poco y puntualizó una última cosa—. Lo haremos público después de que dé las declaraciones pertinentes sobre esas fotos y después de hablar con Mattia.








🏎️🏎️🏎️

Y Charles soltó el bombazo así como así 🤡

El sábado/domingo tenéis el siguiente 😚

Os quiere, GotMe ❤️💜

23/8/2023

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