59 || jamais
Helena Rivas Silva
—Efectivamente, no estaba consciente cuando llegó —Afirmó el doctor.
—¿Y ahora? ¿Está consciente? —interrogué con el corazón en un puño.
—No lo sé —Claramente, no tenía conocimiento que pudiera tranquilizarme—. Puede que tarde unas horas en despertar. No tengo toda la información, como entenderá. Lo que sí sé es que ha tragado humo, aunque podía haber sido mucho peor. Debe de tener la garganta irritada, aunque no creo que pase a mayores —dijo, a lo que yo me relajé.
—¿Y el costado? —Recordé ese pedacito de la conversación—. Dijo que le dolía.
—No lo sé. Tendrán que esperar a que salga alguno de los doctores que está atendiéndole —Expuso mientras se marchaba a seguir trabajando—. Disculpen, pero tengo que marcharme.
Esa corta charla con un médico que salió del área de urgencias había sido mi consuelo durante los últimos sesenta minutos, pero el sosiego comenzaba a escasear. Mis constantes paseos a lo largo del pasillo corroboraban que los nervios me estaban ganando la partida por goleada.
—No le des más vueltas, Lena —pidió mi mejor amiga.
Ella estaba sentada en una de las sillas del pasillo, observando cómo iba y venía de derecha a izquierda, hecha un desastre.
—Pero ha pasado más de una hora y no ha salido nadie a explicarnos cómo está —repliqué.
Carlos y Lando habían salido fuera. Les habían traído ropa para cambiarse porque todavía llevaban el mono de carreras y ninguno quería irse hasta que Charles diera señales de vida y supiéramos algo a lo que aferrarnos. A lo mejor no podíamos verlo hasta pasadas unas horas y ellos debían tener otros planes, pero yo me quedaría en ese hospital toda la noche si fuera necesario.
Andrea también se presentó en el hospital. Hacía ya una media hora de su llegada, pero recibía tantas llamadas que pasaba la mayor parte del tiempo fuera, donde podía hablar con todos los conocidos que le contactaban. Además, por su cercanía con Charles y con los Leclerc, él era la persona idónea para hablar con su madre y sus hermanos e informarles de cualquier novedad.
—¿Y qué más podemos hacer? —La escuché suspirar. Mis desvaneos, seguidos del repiqueteo de mis deportivas sobre las losas, estaban volviéndola loca de remate—. Nos toca esperar.
Me paré a un par de metros de ella y dije lo que tenía tanto miedo de reconocer.
—¿Y si se está muriendo, Julia? —Ella lo negó con un aspaviento, descartando aquel escenario—. ¿Y si ese hombre no tenía ni puñetera idea de lo que pasa ahí dentro? —exclamé, exaltada.
—Charles no se va a morir —declaró, firme.
—Espero que no porque, si se va, yo me voy con él.
Estaba exagerando. El tremendismo era mi aliado a esas alturas de la tarde.
—No digas estupideces ... —suplicó Julia.
—¡No es ninguna estupidez! —Levanté la voz, arrepintiéndome al segundo porque, a pesar de todo, estábamos en un hospital—. Tú sabes por qué empecé en Fórmula 1. Puedo amar los números, pero sabes que la seguridad de mi piloto es lo primero —Al rescatar mi motivo principal, ella cruzó los brazos y aceptó que varios de mis traumas se habían entrelazado en el desafortunado accidente de Charles—. Mi mayor miedo es no poder evitar un accidente como el que Charles ha tenido y no tener la posibilidad de acompañarlo cuando pasa. Esa puta radio ni siquiera me dejó decirle que ... —Cerré la boca, histérica. Sin embargo, la ansiedad desorbitada evolucionó en un nuevo ataque de lágrimas que superó con creces la barrera de mis extenuados lagrimales—. Y ahora está ahí solo —Señalé la gran puerta al final del pasillo y Julia, consciente de que estaba demasiado sensible, se levantó y fue directa a abrazarme—. Y yo tengo que quedarme aquí como un pasmarote mientras ...
Me sostuvo con cariño e hizo todo lo que estaba a su alcance para consolarme.
—Por favor, no seas pesimista —masajeó mi espalda—. No es momento de ponerse en lo peor.
Y tenía toda la razón. Si el pesimismo me consumía, aquella demora de las noticias se me haría tan difícil que podría acabar con mis energías. Ya no me quedaba mucha fuerza y dejarme ganar por las ideas más retorcidas era terriblemente atractivo, pero tendría un precio muy alto y Charles no disfrutaría ni una pizca viéndome destrozada y llorando cada pocos minutos.
—¿Por qué ha tenido que pasar esto? —Me aferré más a su cuerpo y traté de contener el torrente de lágrimas.
¿Y si no volvía a casa con él? Acababa de aceptar que quería esa vida a su lado, que no quería elegir entre trabajo y amor y que me esforzaría por conservar ambos. Entonces, ¿qué haría si las cosas se complicaban y Charles no regresaba?
Las piernas me temblaban al imaginar un futuro en blanco y negro donde él ya no tuviese ninguna oportunidad de crecer como piloto ni de quererme mientras perseguía su sueño de ser campeón del mundo. No habría nada de eso. No habría más sonrisas, ni más besos, ni más victorias que celebrar en Ferrari.
Un futuro en el que ya no seríamos más que un recuerdo tibio.
—No lo sé —Su voz fue decayendo—. A lo mejor puedes preguntárselo a él.
—¿Qué? —le pregunté, desorientada.
Ella estaba posicionada de tal forma que veía a lo lejos la entrada del hospital. Yo le daba la espalda, así que no entendí de qué hablaba, ni siquiera cuando me aparté y busqué la respuesta en sus ojos color miel.
—Charles tiene visita —argumentó, extrañamente descontenta con la identidad del visitante.
Su reacción me confundió. Un siniestro escalofrío reptó por mi columna al tiempo que daba media vuelta y descubría por mí misma al piloto estrella de Red Bull caminando en nuestra dirección.
Tuve que parpadear varias veces y retroceder unos centímetros antes de aceptar que Max estaba allí, con la barbilla en alto y tonalidad de desdén que rezumaban de sus orbes claros.
—¿Qué haces tú aquí? —le increpé.
Mi valor y mis arrestos flaqueaban. Hacer acopio de mis moribundas energías no funcionó y Max Verstappen se percató de que no estaba en mi mejor momento. Sin embargo, saber de mi debilidad no le molestó a la hora de sonreír con cierta sorna y detenerse a un metro de mí.
—Yo también me alegro de verte —dijo, burlón.
—Respóndeme —demandé, fortificando mi voz y el ímpetu con el que la sacaba de mi garganta—. Qué mierda haces aquí.
Muy tensa, sentí esa petulancia venir de él.
—Eh, eh —Usó ambas manos para intentar rebajar mi violenta actitud—. Vengo en son de paz, ¿vale?
—¿Por qué? —Mis dientes chirriaron y mis ojos, todavía húmedos, picaron de pura rabia—. ¿Porque tu representante ha pensado que no te verían como un jodido kamikaze si venías a interesarte por Charles? —le inculpé, muy segura de que mis presentimientos no eran errados.
Él había sido el culpable de que Charles hubiera perdido la carrera y de que su vida peligrara. ¿Qué quería? ¿Qué lo recibiera con una ronda de aplausos?
Max parecía feliz, pero no me conocía. No conocía a la Helena rencorosa que no olvidaba a aquellos que la traicionaban y, si bien él no me había traicionado porque nunca tuvo mi confianza, había traicionado a Charles y al resto de pilotos de la parrilla al ocasionar un accidente tan grave. Un accidente mortal.
¿Cómo podía pasearse con esa cara de satisfacción, vanagloriándose de algo tan serio?
—No he necesitado la recomendación de nadie —me corrigió, airado—. Mi representante está fuera, feliz de que haya venido por voluntad propia, la verdad. Aunque no lo creas, a veces pienso por mí mismo y elijo lo que más me beneficia —No escondió su verdadero ser y lo proclamó bastante orgulloso.
—Pues lárgate —Escupí.
Mi sangre ardía, enfurecida.
¿Algún día dejaría de sentir ese enfado contenido siempre que Max andaba cerca?
Me giré, agarrando el brazo de Julia. Mi temple estaba en la cuerda floja y su compañía simulaba la única rama de cordura que conservaba.
—No voy a irme. Todavía no hay periodistas que me saquen una foto saliendo del hospital —confesó.
Aunque Julia se enganchó a mi brazo con gran fervor, yo me lancé en el sentido contrario igualmente, abarcando apenas la mitad del trecho que me alejaba de Max y que lo ponía a salvo de mis violentos pensamientos.
—¡Eres un capullo! —berreé, dispuesta a arrancarle la cabeza del cuello.
—Lena, por favor ... —Julia me apresó para que no hiciera ninguna locura.
Ojalá me hubiera soltado. Ojalá hubiera podido sacarle esa petulante sonrisa a patadas.
—¿Ah, sí? —Dio un paso adelante, enardecido gracias a mis malos modales y brutas palabras.
—¿¡Qué pretendías!? ¿¡Matarlo!? —Un ramalazo de desafío refulgió en su agudo semblante—. ¿¡Ese era tu objetivo!? —Sonrió nuevamente, cabreado y emocionado por estar destruyendo mi educación—. ¡Estás enfermo!
—¿Por qué iba a querer matarlo? —Esparció algunas carcajadas intoxicadas y podridas—. Es un buen piloto.
—Porque es mi piloto —Di de lleno donde más le dolía y, por primera vez, estuve segura de que ese era el meollo del asunto—, y porque aborreces que yo sea su ingeniera —Asesté el golpe de gracia.
Se relamió los labios con los ojos henchidos de odio.
—¿No eras un alma libre, Silva? —Se mostró envalentonado.
Yo me liberé de la mano de Julia, que bajó la guardia y me vio ir hasta el niñato de Max.
—Escúchame —bisbiseé, a un palmo de su complexión—. Charles saldrá de ahí, en unos días se pondrá frente a las cámaras y dirá que fuiste un temerario en la pista, pero que es tu forma de conducir y que no te culpa por ser así. Él tiene mucha más paciencia que yo y un corazón más grande y se asegurará de que no te machaquen públicamente, así que aprovéchalo y vete de una puta vez —le relaté lo que ocurriría y lo amenacé sin miedo a las represalias—. Estás jugando con la última gota de paciencia que me queda —Lo puse sobre aviso.
—No quiero benevolencia y mucho menos la suya.
—Bien, porque la mía no la vas a tener —Impuse.
—No sé para qué querría la indulgencia de una ingeniera que se cree alguien a pesar de llorar en una radio que ha escuchado todo el mundo cuando su piloto tuvo un pequeño accidente —me insultó premeditadamente.
Un instante después, mi mano derecha, malherida y vendada, se estampó contra su mejilla izquierda y el sonido se me clavó en los tímpanos. Un bofetón no era suficiente para bajarle los humos al sinvergüenza que tenía frente a mí, pero fue una buena terapia. Tras cruzarle la cara con tal hostilidad, pensé en cuánto sufrimiento me habría ahorrado de haberlo hecho antes.
Él, con el rostro vuelto hacia la derecha, saboreó el guantazo.
—Esa era la última gota —susurré, sintiéndome la ganadora indiscutible de aquella discusión.
Y Max Verstappen se transformó en una bestia a la que no le importaba agarrar a alguien por el cuello, echar a esa persona contra la pared y tratar de asfixiarla.
Mentiría si dijera que no pasé miedo, pero estaba tan eufórica por haber pisoteado su ego que la fuerza que oprimió mi tráquea no me hizo más que cosquillas. Sin emitir ni un solo gemido de dolor, lo miré a los ojos y le planté batalla. La desventaja del momento no me cohibió.
—¡Lena! —chilló Julia.
—¿¡Quién mierda te crees que eres!? ¿¡Eh!? —Extendió sus dedos a lo ancho de mi garganta.
—Mejor persona que tú —objeté—. Aunque tampoco hace falta mucho para serlo.
Max podría matarme. Tenía mucha más fuerza que yo. Llegados a ese punto de nuestra turbulenta relación, valía más la pena que lo encerraran en un calabozo por asaltarme y herirme con testigos que respaldaran mi vivencia que proteger mi miserable vida.
Una vida que podría continuar sin Charles en ella.
—¿Sabes qué? —Entornó los párpados y se pegó a mi rostro. Su aliento llamó a las puertas de mi boca y deseé golpearle otra vez—. Puede que sí te odie.
—¿Eso es un piropo? —le reté.
Su mandíbula se cuadró y el peso de su cuerpo cayó contra mi frágil cuello.
—Hija de puta ...
Pasó muy rápido.
No advertí que Carlos le había echado lejos de mí hasta que pude respirar con normalidad. Me palpé la tráquea, ligeramente asustada de que me hubiese ocasionado alguna contusión visible, y contemplé la dantesca escena en la que me había visto atrapada por buscarle las cosquillas al hombre más peligroso del paddock.
Carlos le dio un empujón a mi atacante y elevó tanto el volumen de su voz que, de no haber tenido ayuda de mi vista, habría pensado que no se trataba del Carlos Sainz que trabajaba conmigo.
Por su parte, Lando se acercó a nosotras, suspicaz. Probablemente, nunca había visto a Max así.
—¿Pero tú qué coño quieres? —dijo, increpándole con un segundo golpe en el centro del pecho. Max no tuvo más remedio que retroceder unos cuantos pasos—. Primero te enfrentas a ella cada vez que puedes, después provocas un accidente mortal en el que MI compañero podría haber muerto —Ese posesivo sonó estridente. Julia vino para asegurarse de que la piel de mi cuello no había sufrido daño—, ¿y ahora tienes los putos huevos de presentarte en el hospital y de agredir a la única persona que te ha dicho a la cara lo arrogante e insufrible que eres? —Esbozó una sonrisa amarga—. Esa persona también es MI compañera y no voy a dejar que le toques ni un pelo, Max.
El susodicho repitió la misma sonrisa que ya me había ofrecido a mí.
—Vaya ... Otro chaquetero —Se rio.
—¿Chaquetero? —exclamó el español—. ¿Porque me fui de Red Bull, igual que ella? —Dio en el clavo—. ¿Sabes qué, Max? Me alegro de haber salido de esa secta.
—No sabes lo que dices ...
Pero Carlos había tolerado muchos desplantes y su vaso también se había desbordado.
—¿Es que vas a negármelo? —Volvió a la carga—. Has hecho un equipo a tu imagen y semejanza. A medida. Todos te aplauden, todos te veneran como si fueras un Dios caído del cielo —se burló de él y del imperio que había edificado después de esos años en Fórmula 1. Julia y yo estábamos tan atentas al desconcierto de Carlos que ambas nos olvidamos de mi garganta, incapaz de despegar la mirada de ellos—. A Charles le ha faltado tiempo para preguntar por los demás. Estaba preguntando por ti. Es una buena persona y no se merece lo que le has hecho. Se estaba preocupando por su asesino y tú te plantas aquí. Ni siquiera has pedido disculpas y vienes con la cabeza alta, como si fueras el héroe del día —Agitó la cabeza y avanzó, forzando a Max a replegarse un poco más hacia la entrada—. Debería darte vergüenza —Determinó, enfurecido y rabioso, como nunca lo había visto—. Ojalá todos vean que estás perdiendo la cabeza y te den la patada. Terminará pasando y tú te quedarás solo. Sin nadie, como mejor estás —Concluyó su discurso.
No tocó más a Max. No iba a ensuciarse las manos con él y me alegraba que fuera sensato al respecto.
—No necesito a gente como tú, Carlos —apostilló él, como si no le hubiera vapuleado verbalmente.
—Menos mal, porque no pienso limpiar tus cagadas. Ya tienes a muchos detrás que lo hacen perfectamente —atestiguó—. Fuera —Max no se inmutó, lo que azuzó el enfado del madrileño una barbaridad—. ¡He dicho que te vayas!
Max lo sopesó durante un par de segundos. El desgraciado quería dar con algo que le permitiera seguir en ese pasillo, regodeándose en un plan maestro que, sin lugar a dudas, funcionaría a las mil maravillas si esperaba a que los medios abarrotaran las puertas del edificio y le fotografiaban con un semblante de preocupación del todo fingido. Luchar por hacerse un hueco en aquel grupo no iba a ser posible y aprobó su derrota al mirarme una última vez y darse la vuelta. Fue hacia la salida sin ninguna prisa y desapareció de allí como si no hubiese pasado nada.
Una vez se hubo largado, un torrente frío me bajó por la espalda. Una bajada de tensión podría ser la respuesta a esa sensación tan desequilibrada, pero no hubo tiempo para descifrarlo, pues Julia me habló con una voz de alarma insondable.
—¿Estás bien, Lena? —Dejó una caricia en mi pómulo y me levantó la barbilla, comprobando que mi cuello no se veía resentido por aquel ataque frontal.
—Sí, estoy bien ... —le aseguré.
—Vas a tener razón en lo de que está obsesionado contigo —comentó Carlos. Imitó a Julia y examinó la zona que Max había magullado—. ¿Cómo se le ocurre agarrarte del cuello? Por Dios ...
—Yo le he dado un guantazo —aclaré con una sonrisa demasiado efímera.
—Y más tendrías que haberle dado —habló Lando, que aún no se recuperaba de lo que había vivido—. Me llevo bastante bien con él, pero, joder ... Hacer algo así es para que lo metan en un manicomio como mínimo —propuso, estupefacto.
—Es suficiente con que yo sea agresiva —Le lancé otra sonrisa circunstancial y me toqué el lugar donde la presión me había ocasionado más molestia—. Gracias por defenderme —le agradecí a Carlos.
Él echó un vistazo a la recepción, temeroso de que Verstappen volviera con ganas de guerra. Su suspiro fue el claro mensaje de que no había disfrutado en absoluto que aquella rivalidad pasase a ser algo personal. Lamentaba haberlo involucrado en mis problemas con Max. Lo lamentaba muchísimo.
—Gracias a ti por ponerlo en su sitio —me aduló, sonriendo un poco.
Un incómodo silencio serpenteó entre nosotros hasta que Lando decidió acabar con él de un machetazo.
—¿De verdad no quieres que te lo vea alguien? —cuestionó, preocupado por mí—. Estás en el mejor sitio —bromeó, regresando a su esencia.
—No. No es necesario —Insistí. No había sido tan rudo como ellos pensaban. Apostaría mi mano quemada a que no quedaría ninguna marca que evidenciara nuestro desencuentro—, pero gracias igualmente, Lando.
—Traeré un poco de agua para tu garganta —explicó. Yo no le rechacé el detalle porque no me vendría nada mal beber algo—. ¿Tú quieres algo, Julia? —Se dirigió a mi amiga.
—Un café, por favor —Al ver que emprendía su viaje hacia las máquinas de la entrada, lo detuvo—. Espera. Voy contigo.
Julia me leía tan bien que no tuve que separar los labios para que me dejara a solas con Carlos. Él no había presenciado mis últimos encontronazos con Max, así que tendría que comentarle ciertos puntos sobre el tema. Los mismos que ya habíamos intercambiado Charles y yo.
Aprovechando el momentáneo descanso, se apoyó en la pared blanca, a mi derecha.
—Hablaré con Mattia —Se decantó por decir.
—No —renegué de dicha decisión—. No quiero que te metas en un lío por mi culpa.
—¿Un lío? —repitió—. Es tu seguridad lo que está en juego, Lena.
Me mojé las comisuras y aguanté la compostura.
—Ya lo he hablado con Charles. Es algo que tengo que arreglar yo —le conté.
—¿Y cómo vas a hacerlo? —No parecía convencido de que pudiera hacer algo por mi cuenta—. Max parece no tener límite y ...
—Lo arreglaré —Tragué saliva. No fue muy molesto, pero las gotas que me bloqueaban la vista sí que lo eran—. Tengo que arreglarlo sin que os salpique —Mi voz se desintegró, sin llegar a culminar aquella oración.
Comprendiendo que estaba a un paso del colapso, se alejó del reposo que le brindaba aquella pared y me acorraló en un abrazo. Sentir su mano en la zona posterior de mi cabeza logró que me rompiera en cientos de pedazos, desamparada y perdida en ese mar de elecciones que no hacían más que enrevesarse y complicarse.
—Anda, ven ... —Tiró de mi convulso cuerpo y yo puse mi frente en su hombro, llorando en silencio—. Vaya día ... Primero tu mano, después el accidente y ahora esto —Recapituló, apenado por el desenlace de un fin de semana que debería habernos traído solo alegrías.
—Está siendo horrible ...
Sorbí mi nariz. Las lágrimas mojaron su camiseta de Ferrari.
—Se acabará pronto ... —Las palmaditas que dio a mi cabeza me hicieron sentir como una mocosa en toda regla—. No te angusties.
Charles Leclerc
—Entonces ... ¿Cómo te encuentras, Charles?
Miré al señor vestido de bata blanca. No sabía cuándo había llegado no cuánto tiempo llevaba sentado en aquella camilla. El apresurado vendaje en mi brazo izquierdo me decía que había estado inconsciente más de lo que me habría gustado.
—Bien, supongo —Me toqué la frente y después la nuca—. Un poco aturdido.
—Es normal —aseguró el médico mientras rebuscaba en un cajón—. Has tenido un accidente importante.
He tenido un accidente en carrera.
Uno grande.
—Sí ... —Entrecerré los ojos.
Desorientado, analicé la sala. Había varias camillas y un escritorio en la esquina derecha. Allí estaba el doctor con el que charlaba. Primero leyó unos papeles que parecían haberle dejado y tras ojearlos se dedicó a sacar una serie de objetos de los bolsillos de su bata y de los cañones de aquel mueble.
—Ya te hemos explorado y no hay heridas muy significativas —me comunicó.
—¿De verdad? —inquirí, llamando su atención por un corto segundo—. Porque me duele bastante el costado ...
No me atreví a palpar la zona, pues no tenía conocimiento de lo que me pasaba y no me apetecía ver estrellas después de meter el dedo en la herida, literalmente hablando. Notaba los músculos tirantes; estaban haciendo fuerza, luchando contra un mal que no se iría pronto. Ya había sufrido de dolores musculares antes y no había mucha similitud con los picotazos que se me clavaban entre las costillas.
—Tienes un hematoma considerable justo sobre las costillas del lado derecho. Te dolerá durante unos días. Una semana, a lo sumo —Simplificó el profesional—. Pero no es nada grave. No hay nada roto —Saberlo me tranquilozó bastante, aunque incluso el acto de respirar me provocaba cierto resentimiento—. Lo más preocupante es la quemadura de tu brazo. ¿Te duele? —Se interesó por mis sensaciones.
Si el médico prometía que aquellas puntadas se irían pronto, no me quedaba otra que confiar en el estudio que me hubieran hecho.
—Ahora mismo no mucho ... —comenté. Lo cierto es que no me habría dado cuenta de dicha herida si las vendas que la cubrían no hubieran estado torcidas—. Siento picor, más que dolor.
Caminó hasta mí, soltando algunas herramientas en la camilla.
—Eso es una buena señal, aunque la molestia podría variar durante los próximos días. Te dará más guerra que lo del costado. Te lo aseguro —Me sonrió, pero el aturdimiento no me permitió devolverle la sonrisa—. Por lo demás ... Bueno, todavía debes sentir resentida la garganta —Acertó en esa suposición y encendió una pequeña linterna que levantó, deslumbrándome de repente—. ¿Me miras a la luz, por favor? —pidió.
Me costó horrores mantener el ojo abierto para que él comprobara lo que necesitaba comprobar en mi pupila. A duras penas lo conseguí, y solo cuando tuve la vista lejos de aquel aparato cegador, continué con las apreciaciones sobre mi estado físico.
—No es muy agradable hablar ni tragar —reconocí.
Mi garganta estaba rasposa e irritada, similar a un resfriado común o unas anginas leves. No me incordiaba mucho, por lo que tampoco le di gran importancia. Otras partes del cuerpo me molestaban más y merecían el doble mi atención.
—Tragaste humo —Apagó la lucecita y se la guardó en el bolsillo de su pecho. Acto seguido, sacó un palo de madera y me animó a abrir la boca para poder examinar mi laringe—. Es completamente normal —Confirmó, reiterando el utensilio de mi lengua. Yo me esforcé por tragar saliva, sintiendo toda la cavidad seca—. Necesitas reposo, dormir y descansar todo lo que puedas —Indicó y apuntó algo en aquellas hojas que debían guardar mi diagnóstico—. Tenemos que hacerte más pruebas para descartar que el humo te haya afectado a los pulmones porque podría impedir que corrieras durante un par de semanas, pero, si te sirve de consuelo, con los datos que tenemos, es muy poco posible —Retrocedió hasta la mesa sin despegar la mirada de esos documentos—. Te quedarás aquí esta noche para ver cómo evolucionas y, si no vemos nada preocupante en los análisis ni en las radiografías, mañana podrías viajar de vuelta a casa.
A casa.
Mi memoria estaba deshaciéndose del pesado manto que ralentizaba tanto mis pensamientos como mis movimientos.
—Disculpe, ¿qué hora es? —le pregunté, dubitativo.
Él echó una ojeada a su reloj de su muñeca.
—Son las siete de la tarde.
—¿Las siete?
—Sí. Tu familia debería llegar entrada la noche —Se agachó para recoger algo—. Por lo que tengo entendido, ya les han dado aviso y vuelan hacia aquí.
—Mi familia ... —murmuré, incapaz de pensar en nadie más que no fuera ella.
Helena.
Fue como un fogonazo. Mi mente la había ocultado durante aquellos minutos, intentando que me centrara en las heridas y las contusiones, en lo que debía ser principal para un deportista de élite, pero su voz rota se coló en los entresijos de mi alma, relegando mi recuperación a un segundo plano.
—Ah, tus compañeros están fuera —Al oír eso, observé al señor de forma automática. Mi cerebro ya no se preguntaba nada—. Llevan esperando toda la tarde, pero no se les ha explicado mucho sobre tu condición. Lo poco que pude decirle a tu ingeniera a primera hora de la tarde tampoco fue gran cosa y ... —Me bajé de aquella camilla y ni siquiera él pudo impedir que llegara la puerta y empujara la superficie. Mi desesperación ganó la partida antes siquiera de que diera comienzo—. Espera, Charles. No estás en condiciones de ...
Usted no lo entiende. No entiende que mi salud puede esperar. No entiende lo que ha debido sufrir ella, reviviéndolo todo, como si estuviera anclada a una pesadilla que nunca acaba.
Si ese hombre pensaba que guardaría silencio y no movería ni un dedo cuando ella llevaba más de cuatro horas sin saber cómo me encontraba, tenía las expectativas muy altas. Empeorar físicamente no era nada en comparación a prolongar su incertidumbre, y podía tolerar lo primero, pero no lo segundo.
No me importó que mi mono estuviera a la mitad, atado a mi cintura, ni que mi torso descubierto pudiera traer algún tipo de consecuencia a las magulladuras o a la quemadura, que se exponía a bacterias y a infecciones. Nada de eso me importó, a pesar de que era lo más lógico.
Al salir de aquella sala, primero vi a Andrea, que atendía una llamada de teléfono y no pudo concluir su respuesta porque creyó estar delante de un fantasma. Carlos y Lando también estaban allí y reaccionaron igual que Andrea. Se incorporaron y, hasta que no estuvieron seguros de que era yo, no intentaron un acercamiento. Carlos fue más precavido. Sabía que mi prioridad no era charlar con ellos, pero Lando corrió a preguntarme.
—¿Charles? ¿Cómo te encuentras?
Andrea se apoyó durante un mero instante en mi hombro, dándome la bienvenida al mundo de los vivos, y yo ignoré al piloto de McLaren, llevando mi mirada más allá y localizando dos figuras que volvían desde el extremo contrario de aquel pasillo. La distinguí cabizbaja, como si se estuviera limpiando las lágrimas, y eché a andar.
—Ahora no, Lando ... —dijo Carlos, agarrando a Lando para que no se pusiera en mi camino.
—¿Por qué no? —Escuché al británico.
La urgencia de mis pasos alertó a Julia, que se paró en mitad del pasillo. Helena siguió avanzando hasta que notó que su amiga ya no caminaba a su lado y frenó en seco. Levantó la cabeza con la intención de interesarse por lo que hacía Julia, pero sus planes se vieron frustrados de repente.
—Helena —Mi voz retumbó en las paredes.
No sentí las lágrimas en mis mejillas hasta que mi borrosa visión se estabilizó y pude contemplar el pálido rostro de una chica que se vino abajo al tropezarse conmigo. Ella no había visto en mí ningún espíritu, sino la salvación y la cura de todos sus males.
—¿Charles ...? —me nombró, resquebrajándose. No dijo nada más porque la arrollé en un abrazo de lo más angustioso—. ¿Estás ...?
—Estoy bien, Helena. Estoy bien —La apresé entre mis brazos y dejé que el llanto se precipitara—. Estoy aquí, mi vida ...
Su sollozo. Solo uno y perdí el norte. Un puñal clavándose en mi magullado costado. Una fina lámina que cortó mi carne y me segó de lado a lado.
Echó las manos a mi espalda, agarrándose con una fuerza desmedida. Sus arañazos me despertaron del letargo y la abracé más aún. Sentí su pecho, su boca, su nariz, su pulso exorbitante. La sentí tan intensamente que me prohibí a mí mismo soltarla. Por nada del mundo lo haría.
—¿Y por qué lloras ...? —susurró entre incontrolables gemidos.
Porque he pasado miedo. Tú lo sabes.
—Porque quería verte tanto ... Tu voz no era suficiente ... —Descansé mi mano derecha en su cabeza y los temblores de Helena retumbaron en mi pecho desnudo—. No tiembles ... Está todo bien ... —Me limpié algunas gotas con el dorso de la mano izquierda y acerqué su cuerpo al mío para que fuéramos uno solo—. Ya ha pasado todo.
Sus uñas en mis omóplatos se tradujeron en un calvario que había tenido que soportar sola, en silencio, sin la certeza de que ese accidente tuviera piedad conmigo y me dejara regresar a ella.
—Si no hubieras salido de ahí ... —jadeó, eliminando poco a poco el pavor que se le agarraba a los huesos—. Si no hubieras vuelto, yo ...
No consentiría que se plantease aquel escenario y demostré mi aborrecimiento por una idea tan perversa e hiriente al tomarla de ambos brazos y obligarla a que me mirara con esos ojos oscurecidos y teñidos por la pena. La turbación nunca había opacado de aquella manera el bonito color azabache de sus orbes. La media luna que brillaba en sus pupilas cada vez que me miraba no existía, se había evaporado, y ahí me pregunté cuánto había sufrido para que la cara se le ennegreciera como el carbón.
—Siempre voy a volver, ¿me oyes? No te vas a librar de mí tan fácilmente —declaré, más severo de lo que quería.
Aunque, si no hubiera sonado intransigente, ella no me habría contestado con la fortaleza que la caracterizaba. No era igual que siempre, pero se acercaba y yo me di por satisfecho.
—Atrévete, Leclerc —Me espoleó, demasiado hermosa a pesar de las rojeces que pintaban sus ojos—. Atrévete a dejarme sola y te juro que ...
—Jamás, ¿de acuerdo? —Zanjé. Ella se dejó acariciar cuando coloqué mi mano en su pómulo mojado—. ¿Cómo podría dejarte? Sería un monstruo si lo hiciera ... —No lo aguanté más y planté un beso en sus labios. Un beso que Helena prolongó mientras se aferraba a mi espalda, temblorosa y famélica de lo que mi boca le ofrecía—. Tesoro, esto no volverá a pasar. Te lo prometo —balbuceé entre distintos besos que me empeñé en robarle—. Jamás ... Jamás ... No tendrás que revivirlo nunca más ... —musité, abocado a la suavidad de su roce.
Movió su brazo con todo el cuidado del mundo. No quería remover ninguna de mis heridas por hacer un gesto despreocupado.
—Más te vale ... —Me encaró de nuevo. En esa ocasión, apartó el rostro y lo enterró en el hueco de mi cuello. El pánico corroía sus acciones y a mí me lastimaba. Había tardado mucho en salir de aquel cuarto y así solo acrecenté sus endemoniados traumas—. Porque siento que me moriría si te perdiera a ti también, Charles ...
Esa confesión me rasgó en mil sentidos diferentes. Ni la contusión de mi costado ni ninguna otra herida que me hubiese generado aquel maldito accidente se comparaba al desamparo emocional que trajo ella con sus tristes palabras.
No iba a abandonarla y me pasaría toda la vida, día a día, probándole que ni la muerte, ni mi trabajo, ni los rumores ni su familia ni la mía conseguirían que acabáramos separados. Esa decisión solo nos concernía a nosotros y solo llegaría si uno de los dos lo sentía necesario.
Su llanto iba relajándose a la par que el mío y, entonces, la voz de Carlos interrumpió el íntimo intercambio de besos y súplicas que viajaba a nuestro alrededor.
—¿Que por qué no? Porque habrías sido un aguafiestas de primera, amigo —declaró mi compañero.
Esbocé una tonta sonrisa y ella dibujó otra contra el nacimiento de mi cuello.
—Joder ... ¿Desde cuándo pasa esto entre ellos dos? —exclamó Lando, muy indignado—. ¿Soy el último en enterarme o qué?
Los rostros de Andrea y de Julia debían decir muchas cosas en esos momentos, así que entendí que Norris se sintiera desplazado por no estar al tanto de la relación que teníamos Helena y yo.
—Desde el principio, Lando —le respondí sin girarme ni soltar a Helena, que se abrazaba a mí con algo de vergüenza, pero igualmente feliz de no esconderse más—. Desde el principio —repetí, besando su cabello suelto—. Y seguirá así hasta el final —Acabé en un tímido susurro que solo oyó ella.
—Espera, ¿eras tú desde Australia? —Me echó en cara y unas pocas risas de Julia incitaron a Helena a reír también contra mi piel—. ¿Me estáis jodiendo?
Y se sentía jodidamente bien poder contarle a los demás que la amaba y que ella me amaba a mí. Era una sensación increíble.
—Era él desde mucho antes ... —confesó Helena, grabando las palabras en mis clavículas desnudas.
🏎️🏎️🏎️
Lloré escribiendo esto. No creo que sea ningún misterio ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
Y solo me queda decir que, a partir de ahora, todo irá a mejor (al menos por un tiempo xD, pero un tiempo bastante largo ♡)
Por cierto, estoy pensando que la siguiente novela de Fórmula 1 será sobre Carlos y creo que la conectaré con Fortuna (todo surgirá en el mismo universo). Todavía le estoy dando vueltas a la trama y no tengo nada claro, así que me gustaría leer vuestras opiniones o preferencias por si me ayudan a decidir el rumbo de la historia 😎
Por ejemplo, ¿que tropes os gustarían más?
Os leo por aquí ✨
Nos vemos el miércoles con el siguiente capítulo 💫
Os quiere, GotMe ❤️💜
20/8/2023
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