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58 || tell her ...

Narrador testigo

—Lo estamos escuchando en su radio, Toni —comentó Antonio Lobato desde la cabina de comentaristas—. Su propia ingeniera está viendo que los acercamientos de Max son muy imprudentes.

—Sí, sí. Lo que no me gusta es que no hayamos escuchado ni una sola conversación entre Max y su ingeniero porque deberían avisarle de que está jugando con fuego —replicó el ingeniero del equipo, Toni Cuquerella.

A la izquierda de ellos, Pedro de la Rosa analizaba muy atentamente las cámaras on board de ambos pilotos.

—Eso él ya lo sabe. Estoy seguro de que lo hace adrede, para poner contra las cuerdas a Leclerc —alegó Lobato, convencido de que Verstappen no daba puntada sin hilo.

—Pero, chicos, que haga algo como esto en circuitos como Barcelona o Silverstone es ético —opinó Pedro de la Rosa con el gesto turbado—. Allí hay más espacio y el perseguido puede salirse de la pista en caso de asustarse, pero aquí, con calles tan estrechas como estas, es un verdadero peligro que presione tanto a Charles.

—Estoy contigo, Pedro —respondió Antonio antes de que el monoplaza de Leclerc se tambaleara peligrosamente—. ¡Uy! ¿Habéis visto eso? No, no. Esto ya está pasando de castaño a oscuro —declaró con contundencia el comentarista español.

Los tres estaban incómodos con aquella persecución. Eran ya muchos años en el deporte y sabían a ciencia cierta que los peores accidentes venían de esa clase de rivalidades. Charles Leclerc y Max Verstappen habían peleado de una forma limpia hasta entonces. Desde el inicio de la temporada no hubo ningún indicio de querer someter al contrario, y menos aún con malas artes, pero las velas no ondeaban en la dirección correcta y todos en la cabina se habían percatado de que la agresividad de Verstappen podría ocasionar un desastre en pista.

—Pero Max no para. Es un animal —definió de la Rosa.

—Detrás de su presa, y no la quiere dejar escapar —Añadió Antonio Lobato.

—Mirad —Toni reclamó la atención de sus compañeros, señalando a una de las pantallas—. Los comisarios han anotado la actitud de Max. En mi opinión, han tardado demasiado. Si provoca un ...

El coche rojo de Ferrari recibió un leve empujón en la parte trasera y Max logró desestabilizar al piloto monegasco, que, a pesar de intentarlo, no pudo gestionarlo y salió disparado fuera de la pista. Las cámaras del circuito estaban enfocando un adelantamiento en la cola de carrera, pero Antonio Lobato vio el aparatoso accidente desde la cámara de Charles Leclerc y se puso en pie, alertando a Pedro de la Rosa y a Toni Cuquerella.

—¡Espera, espera! ¡Accidente de Leclerc en el sector 1! —Se llevó ambas manos a la nuca, ojiplático—. ¿Ha sido en la curva 3?

Las cámaras no dejaban ver mucho más y todavía no pinchaban la imagen correcta. Todo lo que se veía desde la cámara de Leclerc era humo y una espesa negrura que imposibilitaba saber la condición del piloto.

—¿Un accidente como ese, Toni? —preguntó Pedro sin despegar la mirada de los monitores.

—Justo como ese –Asintió.

Pusieron entonces la repetición del accidente, mostrando los giros que dio el vehículo por la velocidad a la que iba y por la inercia del propio bólido. Las piezas escapaban, rebotando contra las barreras, pero el primer impacto fue tan fuerte que el monoplaza no se detuvo y saltó por encima del primer colchón, estampándose todavía más y haciendo añicos el morro y sus laterales.

—Ha dado varias vueltas de campana y ha sobrepasado la primera barrera protectora ... —relató Lobato, angustiado—. No quiero alarmar a nadie, pero tiene mala pinta.

La experiencia les decía que no había sido un accidente del montón y que podría complicarse muchísimo si el interior del coche estaba realmente dañado.

—Con la seguridad de estos coches, el piloto no debería sufrir consecuencias físicas importantes —dijo Pedro, aferrándose a sus experiencias pasadas como piloto de carreras—. El problema es que el coche está del revés y Charles debe de estar colgando. Es una posición muy complicada —lamentó, frunciendo el ceño.

—Los comisarios y los médicos ya se están moviendo —habló Antonio—. Bandera roja. Todos a bóxers ya —Continuó describiendo lo que sucedía para el resto.

Un mensaje apareció en la pantalla controlada por Toni Cuquerella. Este se acercó y leyó las palabras para sus adentros. Tan rápido como hubo entendido el comunicado, agarró el brazo de su tocayo.

—Antonio, tenemos radio en directo con Lena, la ingeniera de Charles.

Antonio tomó asiento, se recolocó los cascos y conectó el canal para poder oír a la española.

¿Charles?

Era un susurro, un murmullo.

—Buah, está aterrada —Pedro se cubrió la boca, apenado por las circunstancias que estaba viviendo la joven ingeniera de La Scuderia.

—¿Y cómo quieres que esté? —Saltó Lobato—. Acaba de ver a su piloto volar y golpearse en prácticamente todas las direcciones posibles.

—Callaos —demandó Toni mientras le subía el volumen al audio.

Charles, ¿me copias? —dijo de nuevo.

En esa ocasión, su voz sonó más clara, aunque igual de temblorosa.

—No se oye nada ... —farfulló Pedro después de unos segundos de completo silencio.

¿Charles? —Lena volvió a pronunciarse.

No hubo contestación de Leclerc.

—¿Puede haberse cortado la conexión, Toni? —inquirió Lobato, cada vez más nervioso.

—Es una posibilidad. El coche está inservible ahora mismo, así que no sería raro que la radio se hubiera roto —Supuso Cuquerella, un tanto indeciso.

Antonio Lobato echó un largo suspiro y se acomodó en la silla.

—Si es así, solo podemos esperar a que lo saquen de ahí antes de que ese humo empeore —Interpretó la situación y tragó saliva.









Helena Rivas Silva

—No responde —informó Ricky, a mi izquierda.

Un pesado revuelo se propagó a mi alrededor. Escuchaba los murmullos, los cuchicheos, pero no se escuchaba la única voz que podría aplacar mi vertiginosa angustia.

¿Y si lo pierdo? ¿Qué pasa si el accidente ha sido más importante de lo que se ha visto en cámara? ¿Por qué Max tuvo que hacer algo tan temerario?

Inhalé, sintiendo varias punzadas en el pecho, y agarré el micrófono de mis cascos. Lo pegué a mis labios. Mis dedos temblaban. Todos lo estaban viendo.

—Charles ... ¿Me escuchas? —Insistí. Tenía que insistir antes de dar por hecho que estaba inconsciente—. ¿Puedes decir algo? Lo que sea, por favor —Un nuevo silencio se apoderó del canal—. ¿Charles?

—¿Y la ambulancia? —Creí distinguir a Mattia, pero podía saberlo porque todos mis sentidos parecían estropeados.

—Los paramédicos están en camino —respondió alguien.

Tantas voces me agobiaban y me crispaban los nervios. También me faltaba el aire y pensé que podría estar sufriendo el primer ataque de ansiedad de mi vida.

—Charles —Su nombre se escurrió por mis labios y la cabeza me empezó a doler horriblemente—, ¿me ...?

Te copio, Helena ...

¿Era una ilusión? ¿Estaba tan desesperada por tener alguna noticia de él que me lo estaba inventando todo?

Solo los suspiros de alivio de mis compañeros hicieron que lo creyera de verdad.

Reviví. Unas palabras tan simples me trajeron de vuelta a un mundo que había decidido darme la última tregua.

—Joder ... —Me agarré al borde de la mesa. Por un momento, lo vi todo doble—. ¿Estás bien?

Se tomó unos instantes para contestar.

Estoy consciente. Creo —Sonaba confundido.

—¿Te duele algo? ¿Notas las piernas y los brazos? —le pregunté a toda prisa.

Las noto. Los brazos también —Me relajé un poco, aunque las ganas de vomitar seguían llamando a la puerta—. Creo que ... Lo peor es el costado. Duele.

Si ese era el único lugar que le dolía, era muy afortunado. Un accidente bruto y malogrado como aquel debería haberle regalado más heridas y golpes de los que contaría con todos los dedos de mis manos.

—Vale —Miré los contadores y revisé ese maldito mensaje que había emergido del panel de su motor—. La ambulancia llegará enseguida. Tienes ... ¿Tienes alguna forma de salir del coche? Hay una fuga en el motor —le comuniqué, observando cómo el rectángulo rojo parpadeaba más y más rápido.

Estoy boca abajo —La imagen que teníamos de su coche gracias al helicóptero que sobrevolaba la tercera curva del circuito confirmaba que la posición de su monoplaza no podía ser peor—. Ni siquiera puedo moverme.

Giré la cabeza y me topé de lleno con los ojos oscuros de Mattia Binotto.

Teníamos que salvar a Charles pronto. Él ya había ojeado las pantallas y se había dado cuenta del aviso de peligro en potencia. Si no sacábamos a Charles de ahí abajo, el coche reventaría. Su rostro de circunstancia hablaba por sí solo.

—Que lleven una grúa ya —exigió él de sopetón.

—Una grúa puede matarlo —Arremetí contra su mala decisión y todos enmudecieron—. Que vayan todos los técnicos de la zona.

Jules.

Anthoine.

Mamá.

Muertos por falta de precauciones o por malas decisiones.

No podía permitir que sucediera lo mismo con Charles.

Su nombre no iba a incluirse en esa lista.

¿Helena?

Al reclamarme, regresé a los monitores, revisando todos los números en tiempo récord. Tenía pánico a que algo más se rompiera y hubiera una explosión inminente.

—¿Sí?

¿Y los demás? —Carraspeó, víctima del humo—. ¿Están todos bien?

La humeante columna se había ensanchado; rodeaba todo el coche, lo que dificultaba la visión incluso a través de las cámaras aéreas, pero Charles debía tener una burbuja de aire limpio mientras siguiera en su asiento. El humo todavía no era muy intenso bajo el coche.

—Sí. Solo tú te saliste de la pista —le dije, incapaz de creer que estuviera pensando en los demás antes que en su propia seguridad.

Bien ...

Su tono se desvanecía. Estaba luchando contra la pesadez de su cuerpo. Había quedado encajado entre el suelo y su coche. Si el material empezaba a desprenderse, podría sepultarlo.

Esa imagen agujereó mi imaginación como un aguijón envenenado.

—¿Estás mareado? —No quería que dejara de hablar.

Un poco —admitió—. Creo que perdí el conocimiento por el golpe. Solo fueron unos segundos, pero ...

Un primer estallido reventó la mitad trasera del monoplaza.

Histérica, comprobé que los medidores de presión se habían disparado y que, en efecto, el motor había provocado aquel estallido. Los datos que llegaban a mi monitor no eran buenos. No lo eran.

Carlos murmuró algo a mi lado. Xavi y Ricky estaban paralizados. Las pantallas de todo el circuito mostraron en vivo y en directo cómo, del SF-22, ya no sólo brotaba una humareda gigantesca. Las llamas lamían la parte trasera y trepaban hacia adelante, allanando el camino para despedazar todo el vehículo y sumirlo en un mar de fuego.

—¿Charles? ¿¡Charles!? —grité, ansiando una respuesta que no llegó.









Charles Leclerc

¿Charles? ¿¡Charles!?

Los gritos de Helena llegaron a mis oídos, pero el pitido que escuchaba después de la explosión hacía lo imposible por retrasar la llegada de su atormentada voz.

Todo el coche se movió debido al reventón. Imaginé que venía de mi espalda porque Helena había dicho algo del motor. Creí vislumbrar unos cuantos rayos de luz natural, como si el coche hubiese cedido a la naturaleza y me estuviera proporcionando una ruta de escape a la que, por mucho que quisiera, no podía acceder.

—¡Estoy bien! —chillé—. ¿Eso ha sido el motor?

Charles, ¿me copias? —Su pregunta implicaba que ella no tenía noticia de mi estado—. ¿Hemos perdido la comunicación? ¡Arregladla! —Esa demanda se resquebrajó. El sonido se cortaba y yo no tenía manera de mantener esa pésima comunicación unilateral—. Tengo que explicarle cómo ...

En medio de aquel caos, con el coche cayéndose a pedazos y un intenso olor a quemado que no me gustaba en absoluto, logré sacar mi mano derecha y palpar el suelo. Había unos diez centímetros entre mi cabeza y el asfalto, pero el casco debería protegenerme de dislocarme el cuello o de partírmelo si conseguía desencajar el asiento.

—¡Helena, te escucho! —Tosí, tragando humo al hablar—. ¿Hola? ¡¿Me copias?! ¡¿Helena?! —Ya no oía su voz. Se había esfumado. Me había dejado solo—. Maldita radio de ...

Traté de moverme hacia la izquierda.

Charles ... —Abrí los ojos en grande. Podría haber sido una ilusión sonora. Cuando pierdes los nervios, escuchas cosas que no son reales—. Habrá otra explosión en unos segundos —Pero sonaba tanto a ella que tuve que confiar en mi sistema auditivo—. Tienes que moverte hacia la derecha. Muévete hacia la derecha. Es importante —Invertí mis movimientos hacia el lado contrario y, de alguna forma que no supe entender, liberé mi brazo izquierdo. Mis piernas eran todo lo que me separaba de caer contra el duro suelo y las flexioné con fuerza. Necesitaba unos segundos más para escuchar lo que Helena tenía que decirme, así que enfoqué mi adrenalina en aferrarme a esa incómoda posición—. Intenta cubrirte la cabeza y aguanta la respiración todo lo que puedas. No entres en pánico y, por encima de todo, no inhales el humo. No inhales el humo que se está agrupando bajo el coche —Volví a toser. Los ojos me lloraban. No sabía cómo recopilar oxígeno sin llevarme una buena parte del humo. Lo intenté y bajé los párpados mientras me desplazaba hacia abajo—. Solo tienes que aguantar un poco más, ¿vale? ¿Me copias? —Apoyé la mano derecha en el suelo y giré el cuerpo ciento ochenta grados—. Los paramédicos están llegando. Solo tienes que ...

El segundo estallido fue mucho más ensordecedor. El agudo pitido que me laceraba los tímpanos se triplicó. Sentía que me sangraban, que la vida se me iba por alguna parte y que no podía reagruparla dentro de mí.

Algo más se rompió. Oí el estridente crujido, pero ni siquiera sabía de dónde procedían los ruidos. También sentí un desagradable ardor en el brazo izquierdo. Al no ser capaz de abrir los ojos por la picazón que me ocasionaba el humo, tampoco pude confirmar qué tipo de herida cargaba en el antebrazo izquierdo.

—¡Joder! —Y caí por completo contra el suelo, que ardía como si estuviera en una cuna de magma—. Mierda ... —maldije, apartando las manos y poniendo la espalda en su lugar. ¿Cuál era la decisión más inteligente? ¿Quemarme los dedos o el resto del cuerpo? Ella no estaba allí para recomendarme ninguna de las opciones—. ¿Helena? ¿¡Helena!? —la llamé, zambuyéndome en una especie de crisis acompañada de más y más humo.

La asfixia era espeluznante. Sentía cómo mis pulmones ennegrecían con el paso de los segundos. Segundos que simulaban horas, días enteros.

"No entres en pánico y, por encima de todo, no inhales el humo".

En un arrebato por hacer lo correcto, me pegué la manga del mono a la boca y a la nariz para poder inhalar una buena bocanada de aire viciado, pero que, a pesar de eso, era mejor que aspirar las nubes de humo que me acorralaban.

Mis rodillas golpearon el suelo y por fin fui libre. Sin embargo, el hueco que había creado gracias a mi asiento no era suficiente. No podía moverme, así que, aguantando la respiración, me encogí sobre mí mismo y apreté los ojos hasta que dolieron tanto o más que el resto de mis extremidades.

—¡Sacadlo ya de ahí! —gritaron desde fuera.

Me estaba quedando sin aire.

—¡Va a saltar por los aires!

—¡Rápido, joder!

Me eché a toser, creyendo que así podría aguantar un poco más sin dañar mis pobres bronquios.

No supe si fueron mis toses ahogadas, pues los zumbidos apenas me dejaban escuchar algo de lo que ocurría a unos metros, o si fue el golpe seco que le propiné a la chapa metálica, pero la ayuda se dispersó con mayor precisión y, al cabo de toda una eternidad, los porrazos se hicieron audibles.

Giré la cabeza, persiguiendo aquellos sonidos artificiales.

¿Y si es una parte del coche que está a punto de explotar?

Esa pregunta no me cohibió. El mareo se hacía cada vez más grande y ya no podía pensar con claridad.

Entreabrí mi ojo izquierdo y quise ver una mano serpenteando por el suelo. Localizada, volví a cerrarlo y me incliné hacia el punto donde la recordaba, agarrando una ilusión o, más bien, el brazo de uno de los bomberos.

Después de eso y de unos chirridos inquietantemente próximos, la luz impactó contra mis párpados cerrados y respiré como si acabase de nacer. Entre arcadas y nuevas toses, sentí varias manos agarrarme y tirar de mi cuerpo con todo lo que tenían.

La tercera explosión debió calcinar los restos de mi SF-22 y también me habría incinerado a mí si no me hubiesen traslado a una distancia decente.

—Ha sido un milagro ... ¡Llevadlo a la ambulancia! —demandó un desconocido.

La comodidad de una camilla médica me perforó la nuca y gran parte de la espalda. Me retorcí cual insecto, presa de un punzante dolor en el costado derecho. Imaginé que era el derecho. En realidad, no distinguía la derecha de la izquierda. Solo había espacios que giraban y personas que hablaban a gritos, todavía aterradas por el que podría haber sido mi destino.

—¡Quitadle el casco, pero sin hacer movimientos bruscos! —Las manos subieron a mi cabeza y trataron de ponerme recto, aunque yo no se lo ponía fácil—. Puede que tenga daño en la columna ... —explicó una voz femenina a la que puse cara vagamente cuando me arrebataron el casco y mi visibilidad regresó—. ¿Me ves, cariño? ¿Puedes oírme? —Me ahogaba con mi propia respiración, pero lo peor era que no tenía control sobre mí. Estaba muy desorientado y el foco de luz con el que me apuntaron no me benefició ni una pizca—. Parece que tiene una conmoción de las buenas ...

Me subieron las piernas a la camilla.

El ajetreo no me dejaba ver más que sombras yendo de un lado a otro.

Dígale ... —Conseguí decir, a pesar de que mi garganta estaba en carne viva.

—¿Sí? —Una mano fría sostuvo mi mejilla—. Te escucho, Charles. Daré cualquier mensaje que tengas —me prometió la mujer sin nombre—. ¡Traed el jodido oxígeno!

Podía estar a punto de morir por haber ingerido toneladas de un humo de lo más tóxico. Podía estar con un pie entre la muerte y una vida que tampoco me aseguraba nada.

Pero era una vida con ella.

—Dígale a Helena que estoy bien ... —balbuceé, siendo Helena mi único pensamiento estable—. Dígale que ... Me ha salvado la vida otra vez ...

Otra vez ...

¿Por qué otra vez, Charles?

Porque me salvó al aparecer en Baréin.

Me salvó de no conocer jamás al amor de mi vida.

Y me ha vuelto a salvar.

Ahora me ha salvado de una muerte sin ella.

Alguien me puso la máscara de oxígeno y el gas se metió por mi boca, devolviéndome el conocimiento a rachas.

—¿Lo habéis oído? ¡Decidle a esa chica que su piloto está bien! —ordenó aquella mujer rubia—. Cierra las puertas. Nos vamos al hospital, Charles —me dijo, sentándose a mi lado. ¿Izquierdo o derecho? No estaba seguro—. No cierres los ojos, ¿de acuerdo? —El coche en el me había montado arrancó. Su motor no sonaba ni la mitad que un coche de Fórmula 1—. Es importante que no te desmayes porque has debido inhalar humo y todo te dará vueltas.

—Muchas vueltas ... —expresé.

Una espesa neblina me apresaba. Tenía la engorrosa sensación de que toda mi complexión era lenta y pesada. Además, me resultaba difícil y agotador cumplir con la petición de aquella doctora. Asumí que su profesión era aquella por la maestría que se daba mientras me abría el mono de carreras y palpaba mi brazo derecho en busca de heridas.

—Las mismas que ha dado tu coche antes —bromeó un poco.

—¿Ha sido grave? —pregunté.

El techo de la ambulancia era tan blanco que me cegaba, pero no podía cerrar los ojos.

—Desde fuera se veía bastante mal.

Mal.

¿Cómo lo había vivido el resto del mundo?

¿Sabían ya que estaba de camino al hospital?

La compungida, llorosa y atemorizada voz de Helena me atacó cruelmente.

Helena.

¿Helena está bien?

¿Sabe que estoy bien?

—Helena ... —dije su nombre en pleno desvarío.

—Ella ya está avisada, tranquilo ... —Me vio parpadear con cierta lentitud y volvió a sus exigencias—. Eh, no cierres los ojos —A continuación, sentí algo de fuerza en mi brazo. Ya debía haberme sacado la parte superior del mono—. Tienes una quemadura en el brazo izquierdo. Las manos intactas —describió tras quitarme los guantes—. ¿Me mueves la cabeza con cuidado, Charles? —Lo hice, obediente—. Eso es ... El cuello no parece resentirse. Tendremos que hacerte pruebas, pero ...

—¿Me he quemado? —cuestioné, muy aturdido.

Ella guardó silencio durante más tiempo del necesario.

—¿Es que no lo sientes? —me interrogó.

Un ataque de tos me impidió responder. Ella retiró la máscara de mi cara y me tendió un vaso de agua del que bebí un par de tragos. Mi garganta no aguantaba demasiado el esfuerzo de ingerir bebida. Aún así, agradecía que fuera líquido. No podía imaginar el momento en que tragara una pieza más sólida.

—Siento dolor, pero no sé de dónde viene ... —le dije, al fin.

La frescura de sus manos aliviaron ese calor que me comprimía la cabeza. Una vez hubo puesto la máscara de oxígeno correctamente, mantuvo algunos dedos sobre mi frente, evaluando la cantidad de daños físicos antes de darme una explicación a la incapacidad de ubicar el origen de mis múltiples heridas.

—Es por el shock. Sigues aturdido después de las explosiones. Estoy segura de que si te toco, gritarías —Acarició mi mejilla y pude observar un poco mejor su rostro. Parecía muy asustada. Me habría gustado pedirle perdón—. Los dos habéis sufrido quemaduras hoy, ¿eh? —Hizo una mueca con su boca y siguió examinando mi torso—. Eso es tener muy mala suerte.

—¿Los dos?

—Los dos —Confirmó—. Lena y tú. Yo le he hecho la cura esta mañana a tu ingeniera —Perseguí su semblante y me dio la tenue sensación de que sonreía al recordarla—. La pobre le tiene pánico a las heridas, ¿lo sabías?

—Sí ... —El zarandeo del vehículo me desconcertó, agitando todos y cada uno de mis órganos como si estos pendieran de un triste hilo—. Pero ella es ...

Ella es más fuerte que yo.

—¿Charles? Nada de cerrar los ojos, ¿recuerdas? —El bajón de adrenalina dejó paso al cansancio natural. No cerré los ojos. Juraría que no los cerré, pero la oscuridad cayó como una tromba de agua—. ¡Charles! ¡Más oxígeno!










Helena Rivas Silva

Tras el segundo estallido, el helicóptero recibió órdenes directas de la FIA de retroceder y alejarse cuanto pudiera, así que la imagen se volvió mucho más difusa. Nuestra radio murió por completo y yo no pude hacer más que rezar. Solo podía aferrarme a la suerte, a lo que fuera que me trajera a Charles de vuelta y de una pieza.

El ambiente se tornó más oscuro. Únicamente Carlos permaneció a mi lado, agarrando mi hombro para que no me olvidara de que él estaba allí y no se iría a ninguna parte hasta que nos dijeran qué había pasado.

Todos los pilotos estaban de regreso y las caras de preocupación se extendían por el paddock, entre las gradas y a lo largo del muro de ingenieros.

El accidente de Grosjean estaba muy presente. Esa herida no había cicatrizado aún y muchos debieron compararla, ya que las explosiones y el fuego eran los protagonistas de aquella angustiosa historia.

Hecha un maldito flan, intenté concienciarme de los finales que podían darse y, al hacerlo, estuve a punto de vomitar. Carlos se apresuró a sostenerme. Tuve que centrarme en respirar y en reprimir tanto la bilis como el llanto. Nadie quería verme descompuesta en un momento como aquel. Probablemente, tenían una cámara apuntándome y estaban transmitiendo mi penosa imagen en diversos canales de televisión, pero no era mi culpa que el pasado estuviera golpeándome de aquella forma injusta y maldita.

Era justo eso. Una maldición.

—¡Mensaje de la ambulancia! —dijo alguien que llegaba corriendo desde el interior del box de Charles.

Con los ojos ardiendo, me apoyé en el respaldo de mi asiento y miré a aquel chico. Se trataba de un trabajador de la FIA al que habían enviado expresamente para que transmitiera la información, fuera esperanzadora o demoledora.

—¿Qué dice? ¿Está a salvo? —preguntó Xavi.

Andrea estaba a su derecha, blanco como el papel.

Preparada para asimilar la verdad, examiné el rostro del mensajero, que buscó a alguien entre la multitud que se había congregado alrededor del muro rojo.

Detuvo su frenética mirada en mí.

Mi corazón dejó de latir.

"Dígale a Helena que estoy bien —Mi pulso se desplomó— y dígale que me ha salvado la vida otra vez" —trasladó unas palabras que solo podían venir de Charles.

Helena.

Mi nombre nunca había sonado tan bien.

Las lágrimas empezaron a brotar como si tuviera un manantial guardado en mis ojos y mi equilibrio decidió festejar con un suave tambaleo del que Carlos me protegió al sujetarme de la cintura y encerrarme en un abrazo socorrido.

Eh, no te vayas a desmayar ... —suplicó en castellano.

Resguardada en su pecho, me hice diminuta y sollocé. Los latidos de mi maltratado corazón volvieron a resonar y yo me convencí de que había vuelto a la vida en cuestión de segundos.

Está bien ... Está bien ... —farfullé, tiritando de alivio.

Entonces, me di el lujo de caer por completo, de derrumbarme y de echar por tierra todo ese valor del que me había nutrido desde que se publicó la bandera roja en pista.

¿Qué hubiera hecho si ese mensaje no llevase su voz sino la de un médico que certificaba la muerte de Charles?

¿Qué hubiera hecho?

¿Qué habría pasado?

¿Qué habría ocurrido conmigo si él hubiese fallecido?

¿Cómo habría continuado viviendo a sabiendas de que Charles había muerto siendo yo su ingeniera de pista?

Claro que lo está —Carlos palpó mi espalda mientras yo lloraba desconsolada—. No hay suficiente fuego en el mundo que acabe con él —Su confianza ciega en Charles había resultado vencedora, pero a mí no podía engañarme.

Sentía su corazón martillear como un lunático y así confirmé que no había fe inmune a unos acontecimientos tan atroces. Había estado cerca de perder a su compañero y no podía recuperarse de un golpe como ese si me tenía en brazos, temblando como una hoja y llorando entre constantes espasmos.

—Traed a un paramédico para Lena —pidió el español cuando notó que mis gemidos se disipaban.

El mareo estaba remitiendo y mi percepción de la realidad volvía a la normalidad, así que me negué a esa urgencia, impidiendo que alguien fuera realmente a buscar a un médico que me atendiera.

—No. No necesito paramédicos —Me aparté ligeramente de Carlos, que me miraba con cierta sospecha—. Necesito ir al hospital, Carlos.

—¿Puedes caminar? —Se interesó por mis capacidades físicas y tras demostrarle que podía estar de pie sin caerme redonda al suelo, tuvo que resignarse—. Genial ... Nosotros nos vamos —informó al staff.

Mia nos contempló, pero no dijo nada. Las obligaciones no eran ni la mitad de importantes que la salud y recuperación de Charles y respetó que nos fuéramos con urgencia. Mattia tampoco intervino. Le dio bandera verde a Carlos al asentir escuetamente y replegarse para hablar con Laurent Mekies. Quien sí salió e interrumpió nuestro camino hacia la salida del box fue el supervisor de medios y redes sociales de Carlos, que interceptó al piloto y le puso al corriente de aquello que estaba ignorando deliberadamente.

—No puedes irte, Carlos —se negó a su marcha.

—Claro que puedo —proclamó él—. Los periodistas pueden esperar días, pero Charles no —Y me guió hacia adelante. Fuimos directos hacia el túnel que nos sacaría a la amplitud del paddock—. Si pasa algo, me ...

—¡Esperad!

Julia casi me atropelló. Corría tan rápido que le faltó muy poco para arrollarme, pero se agarró a mí sin aliento y hundió sus pupilas claras en mi rostro.

—Vamos con vosotros al hospital —Añadió Lando, que aparecía entonces de la espalda de mi amiga.

Después de sortear varias cámaras y periodistas que se habían apostado en la entrada del box, fuimos al aparcamiento. Tomamos el coche de Lando porque el de Carlos no tenía asientos traseros, aunque el conductor no fue su supuesto dueño. Carlos se apoderó del volante antes de que su amigo pudiera quejarse.

—No conduzcas muy rápido, Carlos —rogó Julia. Cerró su puerta y me cogió de la mano con fuerza—. Lena no tolera las velocidades altas.

—¿Cómo es eso posible? —dudó Lando mientras el piloto español daba marcha atrás.

—Su madre murió en un accidente de coche —le replicó Julia, un tanto malhumorada por el aire bromista del británico.

Él se arrepintió de su insensibilidad y miró hacia la parte trasera del coche, pidiéndome disculpas.

—Lo siento ...

Yo sacudí con suavidad la cabeza. No me ofendía que la gente se burlara de mi fobia a la velocidad. Ya estaba más que acostumbrada.

—Lena —Carlos también se giró y escrutó mi mirada—, ¿cincuenta kilómetros por hora está bien?

—Más —demandé—. Tenemos que llegar cuanto antes.

—¿Estás segura? —Quiso asegurarse.

El trayecto no sería un camino de rosas, pero no aspiraba a tener la tranquilidad que Charles me transmitía con su conducción sosegada y cautelosa. Algo así solo sucedía si él llevaba el vehículo.

Él.

Él está ahora en una ambulancia y no sabes si se encuentra tan bien como os ha hecho creer.

Necesitas ir allí, Helena.

Ya.

—Olvidaos de mí, por favor ... —les supliqué a los tres—. Charles ... Él podría estar ...

—Vale ... —Julia me prohibió terminar la oración y Carlos comenzó a rodar hacia la salida del parking privado—. No hagas giros muy bruscos. Eso debería ser suficiente —orientó a nuestro conductor.

Tal y como sospeché, aquel viaje avivó mi ansiedad. Carlos lo hizo como buenamente pudo, pero él también estaba de los nervios por el accidente de Charles y los comentarios de Lando, lamentando haber presionado a Max en esas últimas vueltas, no ayudaban a que manejara el coche con serenidad. No podía culparlo de tomar la autopista a una velocidad que me provocó el llanto. No lloraba solo por esos kilómetros por hora de más, sino por todo.

En silencio, cerré los ojos y me aferré a la mano de Julia hasta que la herida de mi mano dolió demasiado.

Intenté pensar en algo más y el viaje que Charles me había prometido salió a flote como un salvavidas. Ya no se realizaría. No iríamos a ninguna parte. Él estaría convaleciente, al menos, unos días. Sin embargo, fue un consuelo recordarlo. Desear que se produjera en un futuro no muy lejano aplacó mi tormento y logró que esa horrible sensación de vértigo no tomara el control.

Lena ... —me llamó Julia. Asustada, levanté los párpados y la inmovilidad del coche me envolvió dulcemente—. Ya hemos llegado.

Ignoré el malestar que nacía de mi vientre y me bajé del coche. Atravesar las puertas del hospital no fue ningún problema. Además, no había nadie en la entrada, así que pude ir al puesto de recepción y preguntarle a la señorita que trabajaba de cara al público.

—¿Charles Leclerc ha llegado a este hospital? —interrogué, sorprendiéndola.

Me mostró un par de ojos escépticos.

—Sí. Hace menos de diez minutos —explicó, arqueando sus cejas.

—¿Está en urgencias? —La bombardeé con otra pregunta.

Necesitaba verlo. Necesitaba comprobar que seguía vivo, que todo había quedado en un susto y que a la mañana siguiente volveríamos a la normalidad.

Aquella chica no debía sobrepasar la treintena y no me cupo ninguna duda de que me habría tratado mucho peor si hubiera llevado unos cuantos años más en cada hombro.

—¿Quién es usted? —cuestionó, negándose a dar más información a una desconocida.

Podría ser cualquiera. Una fan, por ejemplo.

—Soy su no ...

Pero Carlos no me permitió decir cuál era la relación que había entre Charles y yo.

—Somos sus compañeros —interrumpió mi confesión y se apoyó en el mostrador. La empleada lo reconoció al instante—. Creo que a mí sí puede reconocerme, ¿no?

—Sí —musitó ella, avergonzada por su actitud—. Esperen un segundo.

Completamente sonrojada, cogió el teléfono que había en su mesa y preguntó por el piloto monegasco. Mientras recopilaba datos sobre su condición, Julia y Lando llegaron a nuestro lado, en vilo.

¿Su novia? —me susurró Carlos con una brillante sonrisa—. ¿Cuándo ha pasado eso, eh?

No había pasado. Si lo pensaba más, en ningún momento habíamos llamado al contrario de aquella manera, pero era algo tan rutinario e innecesario que la sonrisa de ilusión también aterrizó en mis labios.

—Está en urgencias —anunció la recepcionista—, pero no podrán verle hasta que un médico les informe sobre su estado. Al parecer, ha llegado inconsciente.

Esa maldita palabra pudo haberme provocado un infarto, pero bastó con punzarme el pecho de lado a lado para que quisiera arrancarme los oídos y esperar que mi congestionado cerebro se lo hubiera inventado absolutamente todo.

—¿Inconsciente? —musité, digiriendo el significado de aquel calificativo.








🏎️🏎️🏎️

No diré quién lloró escribiendo este capítulo como cinco veces 🤗

Y ahora me voy a seguir escribiendo y os dejo con la incertidumbre hasta el domingo 😘

Os quiere, GotMe 💜❤️

17/8/2023

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