55 || negocios
Narrador testigo
Domingo 22 de mayo de 2022, despacho de Mattia Binotto, Box de Ferrari, Circuit de Barcelona - Cataluña, España.
19:09 p.m.
Los dos caballeros, conocidos como Mattia Binotto, jefe de equipo de Ferrari, y Pedro Rivas, importante empresario español, entraron al despacho del primero después de una turbulenta carrera para La Scuderia.
—Entonces, ¿le interesa invertir en la marca? —preguntó Mattia Binotto mientras se encaminaba hacia su mesa temporal—. Como imaginará, yo no llevo esos asuntos, pero puedo pasarle el contacto de alguien que le ayudará con todo eso.
El magnate español se acercó a una de las sillas dispuestas para los invitados que pudiera tener el señor Binotto.
—¿Podría hacerlo de forma anónima?
Mattia miró con atención al hombre, que tomaba asiento en el sillón más cercano.
—¿Le interesaría hacerlo anónimamente? —Al preguntar aquello, Pedro Rivas le devolvió la mirada—. Perdone, pero teniendo a su hija en primera línea, pensé que ...
—Pensó mal —Pedro se desabrochó la chaqueta para estar más cómodo—. Si Helena descubre que la estoy beneficiando públicamente, es muy probable que vaya al registro y se quite mi apellido.
La sonrisa de Pedro Rivas era amable y decorosa, pero también ocultaba algo que Mattia Binotto no lograba discernir. Apenas se conocían. Era normal que se mostraran un tanto escépticos el uno con el otro.
El jefe de Ferrari se sentó, presidiendo el despacho.
—Una mujer de armas tomar, ¿eh? —dijo Mattia, refiriéndose a la hija de su acompañante.
—Sí. Se parece a mí en el carácter —admitió el contrario.
—Estará orgulloso de ella —comentó.
Binotto cruzó ambos brazos y analizó los gestos del hombre, que parecía sentir una agridulce sensación al pensar en su hija mayor.
—Estaría orgulloso de ella si me hubiera escuchado alguna vez en su vida —declaró, contundente.
—¿No tiene una buena relación con Lena? —Se interesó por la situación familiar del padre de familia.
—Nos parecemos en muchas cosas —concedió Pedro—, pero hay muchas más que nos separan —Concluyó, claramente apesadumbrado por esa distancia que existía entre él y su hija, Helena. Se relamió los labios y continuó hablando—. ¿Sabe que está saliendo con su piloto?
Aquella información dejó boquiabierto a Mattia Binotto. Necesitó unos segundos para inclinarse sobre la mesa y clavar sus ojos en el invitado tan peculiar y lleno de sorpresas que había acogido en su casa, en Ferrari.
—¿Qué? —Frunció el ceño, incrédulo—. ¿Con Carlos?
—No —negó—. Con el monegasco.
Por el semblante de Mattia, cualquiera se habría percatado de que no tenía ni la menor idea de que su piloto estrella estuviera en una relación amorosa con la nueva ingeniera del equipo. Una marea de emociones contradictorias perturbó su gesto, como si no le agradara que esos chicos tuviesen algo sentimental.
—Primera noticia, la verdad ... —dijo, meditando al respecto—. ¿Está usted seguro? ¿Ha hablado con ella sobre eso? —Su insistencia se debía a la incredulidad.
—No directamente. Conozco a mi hija y, bueno, incluso si no la conociera tanto, él ya me lo ha confirmado —Esbozó una tétrica sonrisa—. Tuvimos una pequeña discusión antes, después de su DNF —Aclaró sobre su encuentro con Charles Leclerc.
Pedro Rivas empezó a revisar sus bolsillos. De uno sacó una pitillera dorada. Dedicó un tiempo a revisar el resto. Lastimosamente, no logró encontrar nada en el otro bolsillo de su chaqueta.
—¿Habló usted con Charles? —le interrogó un Mattia Binotto de lo más contrariado.
—Sí, y Helena lo tiene encandilado. Se cree afortunado, pero las mujeres en mi familia son fatales, ¿sabe? —Mattia, sin perder el humo de sus palabras, sacó un mechero del primer cajón de su mesa y se lo ofreció a Pedro—. Gracias —se lo agradeció y tomó la pieza.
—No las dé —respondió el italiano—. ¿Dice que es algo hereditario? —Había algo de ironía en su voz.
—Podría decirse, sí —Por su lado, Pedro no estaba bromeando en absoluto. Mattia se vio obligado a mantener las formas y atender a la opinión del empresario—. Ojalá me equivocara. El chico no me ha caído mal. Además, se nota que es bueno en su trabajo.
Encendió un cigarro y comenzó a degustarlo con cierta ansiedad. No estaba relajado. Se notaba en sus facciones, más marcadas que de costumbre. Pedro Rivas era todavía joven o, al menos, lo aparentaba. Era un hombre bastante atractivo, por lo que no daba la sensación de estar pasando un mal trago al hablar sobre su primogénita. No obstante, el nerviosismo con el que sostuvo el pitillo y la poca importancia que le dio a la pitillera, dejándola sobre su regazo, era una pista que a Mattia Binotto no se le escapó.
—Es uno de los mejores veinte pilotos del mundo, señor —Apuntó Mattia.
—Lo sé. Por eso me entristece que haya topado con mi hija —Echó una calada al aire, respetando el espacio para que el humo no llegara al señor Binotto—. No le conviene, ni en lo personal ni en lo profesional.
Tras una breve pausa, Mattia Binotto tomó el turno de palabra.
—Déjeme decirle que Lena está haciéndolo bastante bien y no estoy siendo precisamente amable con ella —le comunicó al padre de la novata, que le observaba con mil ojos a la par que saboreaba su cigarro constantemente—. Cuando llega un nuevo ingeniero al muro, lo normal es que se le asigne un solo piloto y, en su lugar, ella está rotando entre Charles y Carlos cada semana o dos semanas. Se defiende, pero también ataca cuando intentan morderle. Me gusta. Tiene sangre y personalidad —Intentó ser cortés al hablar de Helena Silva—, aunque yo tampoco creo que Charles necesite distracciones. En especial, si hablamos de una chica como su hija, inconformista y con ganas de pelear —Le dio la razón al español. Este le regaló una mueca desconsolada—. No me malinterprete; entiendo y respeto que haya mujeres así, sobre todo en nuestro deporte, pero ningún piloto busca eso en su compañera de vida —Pedro siguió fumando—. La anterior pareja de Charles, Charlotte Siné, es la hija de un empresario muy reputado en Mónaco y se comportaba como una señorita. Era ideal para él. Ya sabe: iba detrás de Charles, a todas las ciudades, sin excepción, sonreía y callaba, atraía las miradas de todos porque era bonita y llegué a creer que se querían. Seguramente, ella todavía le quiere —Apostó—. A él y a su fama, claro. Nadie puede olvidar este tipo de vida después de probarla.
—Las comodidades conquistan más que un hombre fiel, decía mi padre —argumentó Rivas.
—Y estaba en lo cierto —Mattia se reclinó en su sillón, menos rígido que al inicio de la conversación—. ¿Qué propone?
El humo emborronó la interesante sonrisa del terrateniente andaluz.
—¿Qué propongo? —repitió, divertido—. ¿Cree que tengo algún plan? —Escupió, haciéndose el inocente.
—¿Me lo habría contado si no tuviera uno? —Contraatacó el ingeniero en jefe.
Ambos intercambiaron sonrisas pasivas y reflexivas. Parecían tener más cosas en común de lo que creyeron cuando hicieron las presentaciones el día anterior.
—Es usted inteligente, Mattia —le halagó, removiéndose en su asiento—. Sé que Helena prosperará si se queda en Fórmula 1. No por sus habilidades o lo que sea que tenga, sino por mi dinero. El dinero no miente y te da un poder insustituible —Expuso su perspectiva acerca de la posición que ocupaba su hija en aquel deporte de lujo—. Invertir no es un problema para mí, pero no quiero que se quede aquí.
—¿Y qué planes tiene para ella? —curioseó.
—Hay un despacho a su nombre en mi empresa —destacó Pedro.
—Una empresa de exportación de vinos es muy diferente a ser ingeniera de pista.
—Siempre fue buena con los números. Lo sigue siendo —Señaló, vívidamente orgulloso de esa característica de Helena.
—¿Y ella quiere? —Indagó más el jefe de su hija.
—¿Sabe? —Observó en detalle el menguado cigarro—. Habría pensado en sus preferencias si la vida me hubiera tratado de otro modo. Yo sería otro hombre y es posible que respetara sus decisiones, pero no es el caso —Se declaró a sí mismo como un hombre frío que no empatizaba en absoluto con el camino que su hija había elegido. No podía entenderlo y tampoco lo respetaba—. Su madre me engañó una y otra vez y ella parece seguir sus pasos en todo lo que hace. Solo sé que, por no tomar cartas en el asunto, la perdí —le contó sobre su primera esposa—. Dejé que sus mentiras crecieran tanto que todo aquello acabó con ella.
—¿Murió? —Mattia dudó antes de preguntar algo tan delicado.
—Sí —El señor Rivas asintió sin inmutarse—. Hace más de diez años.
—Mi más sincero pésame —Lo lamentó.
El rictus de Mattia Binotto era más severo. ¿Acaso sentía pena por un hombre que perdió a su mujer y que, poco después, también se distanció de su hija?
—Gracias —murmuró, aunque pronto recuperó su voz demandante y fuerte—. El punto es que no quiero perderla a ella también y haré lo que sea necesario para tenerla cerca. Es la única manera de que abandone esa enfermiza manía de mentir y engañar a los que más se preocupan por ella. En realidad, estoy muy seguro de que sus humos bajarán drásticamente cuando la tenga atada en corto. Esa personalidad de la que habla se irá reduciendo si la sacamos de su terreno —le explicó, habiendo pensado mucho en las malas conductas de Helena y en cómo remediarlas—. Este es su patio de recreo ahora. Se ve fuerte porque ha llegado sola hasta donde está y ese mérito no puede quitárselo nadie, pero el mundo no sabe de sus honores ni de su brillante expediente. Si mi nombre aparece junto al suyo, surgirá el rumor de que su puesto se lo ha dado mi dinero y eso es lo último que quiere. Fuera de aquí, será mansa y dócil, como un corderito —Una incipiente sonrisa amenazaba con teñir su rostro. Estaba disfrutando al revelar sus planes a una persona que podría salir ganando de dichos movimientos—. Helena Rivas Silva, hija de un empresario muy reputado en España y que aprenderá a comportarse como una señorita si quiere conservar al hombre que dice amarla tanto —Se llevó el cigarro casi acabado a los labios, pendiente de la ambiciosa mirada de su anfitrión—. ¿Le gusta más esa presentación para la futura señora de Leclerc?
Mattia lucía más satisfecho con esa descripción de la chica que había ganado tantos seguidores en pocos meses y que, en un futuro, podría crearle quebraderos de cabeza que quería ahorrarse a toda costa.
—Suena mucho mejor, desde luego —Afirmó—. ¿Pretende tenerla bajo control?
—Así es —Fue transparente—. Y supongo que no le parecerá bien.
—¿A mí? —inquirió Binotto, sorprendido por esa idea—. Yo no tengo nada que decir en eso. Soy su jefe, pero usted es su padre. Siempre se debería escuchar a un padre —alegó, relajando a Pedro Rivas—. Es una pena que Helena no sea de las que escuchan. Tiene mucho potencial. Sin embargo, tengo el presentimiento de que se acabará rebelando contra todos. Lo hará y no quiero que Charles se vea envuelto en esas luchas. No son suyas, ni ahora ni nunca —le habló de los objetivos a largo plazo que tenía para el piloto monegasco y, por su forma de decirlo, Pedro entendió que haría lo que fuera para mantener a Charles Leclerc en lo más alto—. Él debe centrarse en Ferrari, en el Campeonato, y en buscarse una mujer que le haga bien a su imagen como piloto. Una mujer bien posicionada que sepa sonreír a las cámaras y que sepa cuál es su lugar.
Un trofeo.
—Esas deberían ser sus prioridades —corroboró el fumador.
—Pero no lo serán si hay amor de por medio —Evidenció Binotto.
—Efectivamente —Pedro suspiró. Si hubiese sido una persona más humana, podría haber pasado por un suspiro de pena, de frustración, por los pobres chicos contra los que cargarían—. El amor está sobrevalorado, pero ellos son jóvenes. No lo entenderían por las buenas, así que solo veo una posibilidad —le confesó.
—La coacción —dijo Mattia al instante.
La mueca de complacencia alumbró su sombría cara.
—El chantaje siempre funciona —No se esforzó por esconder la alegría.
—¿Tiene algo en mente?
—Para empezar, deberíamos conseguir pruebas de que están juntos —Marcó el inicio del que debían partir para cosechar buenos resultados—. Conozco a mi hija y le aterra que el mundo piense que es una aprovechada. Todos lo son en algún momento, pero ella y su orgullo van mucho más allá. Nunca quiso apoyarse en el apellido que le di. Desagradecida incluso con su familia, para que vea a lo que me refiero —espetó, pisoteando a su hija sin dolor aparente—. Necesita un buen correccional. Si hay pruebas materiales de que tienen algo, Helena entenderá que no es más que una elección: su trabajo o la relación con el chico.
Era un plan claro y conciso. Mattia solo vio una figura, un margen de error.
—¿Y confía en que elegirá a Charles? —interrogó, ligeramente preocupado.
Pedro no se alteró. Parecía haber valorado esa posibilidad y haber llegado a una conclusión.
—El amor pierde a la gente —Rescató una filosofía bastante extendida. De pronto, la seriedad invadió su rostro—. Lo trajo a mi casa, en Jaén. Yo no estaba. No pude ver cómo se relacionaban con mis propios ojos, pero mi mujer está convencida de que no es un capricho. Helena nunca fue una niña caprichosa, tengo que reconocerlo —dijo, pesaroso. Si hubiese sido caprichosa, habría podido comprarla fácilmente y su vida sería más sencilla—. Jamás pensé que haría eso con un hombre y lo hizo. Va en serio, y él también —Mostró una nueva sonrisa, más arrogante que todas las anteriores—. Le habría encantado ver cómo su protegido sacaba los colmillos por ella. Tiene madera de campeón y, detrás de esa cara bonita, hay una sed de triunfo infinita —Se ayudó del cigarro para hacer hincapié en el carácter del joven—. Le hará de oro si consigue un coche ganador.
—Esa es la idea —contestó el ferrarista.
—Espero que así sea —opinó Pedro—. Y no se preocupe. Si mi hija no cambia y no le convence como pareja para Charles y como imagen de Ferrari, siempre podemos romper su relación. Quiero ser tolerante con ellos por ahora, pero todo se andará. Si no demuestra ser lo que espero, no me temblará el pulso al deshacerme de él —manifestó, sin pestañear siquiera—. No hay nada eterno en esta vida. En parte, siento que ella se quedaría aquí por Charles y estancarse por amor es uno de los peores errores que se pueden cometer.
El asentimiento de Mattia suponía cierta complicidad con Pedro Rivas, que era reacio a dar rienda suelta al supuesto enamoramiento entre su hija y el corredor de Fórmula 1.
—Entonces —Se aclaró la voz—, ¿unas fotos le parecen bien?
—Podríamos comenzar con unas fotos, sí —Accedió el señor Rivas—. Cuanto más íntimas, mejor —Un sonido llegó del móvil de Pedro, impidiéndole seguir con la charla. Revisó su bandeja de entrada y no tardó en levantarse—. ¿Significa eso que tenemos un trato?
Después de guardarse el teléfono y la pitillera, Mattia Binotto lo imitó, levantándose, y vio cómo el español apagaba el inexistente cigarro en el único cenicero que había en su mesa.
Rivas le tendió la mano y él la tomó sin dudar.
—Un negocio, más bien —dijo, sonriente—. Los dos salimos ganando, ¿no? Usted recupera a una hija, Ferrari consigue un inversor y yo mantengo a Charles justo donde quiero que esté.
—Ciertamente —Se soltaron las manos y el invitado dio por finalizada la reunión al caminar hacia la puerta—. Entiendo que puedo dejar en sus manos el tema de los paparazzis.
—Tengo algunos contactos. Descuide.
Mattia lo acompañó a la salida.
—Perfecto —Buscó en el interior de su chaqueta y sacó un pedazo de cartón rectangular—. Esta es mi tarjeta —Binotto la cogió con gusto—. Llame a mi número personal si tiene noticias o surge cualquier inconveniente.
—Le haré saber cualquier novedad —prometió.
—No se apresure. No hay prisa —Suavizó la situación.
—Usted dice que están muy enamorados —replicó Mattia.
Se recolocó la chaqueta, abrochándola de nuevo.
—Lo están, pero pueden estarlo todavía más. Cuanto más arriba llegas, más duele la caída —parafraseó, convenciendo así al jefe de equipo de Ferrari.
—Así que quiere esperar un poco —Sonrió él, impresionado de toda la maldad e inquina que guardaba aquel nombre hacia su propia sangre.
—Sí, aunque las fotografías nos vendrían bien cuanto antes —reconoció, precavido—. Es mejor asegurar una baza a nuestro favor.
Binotto se disponía a abrirle la puerta al conocido empresario cuando se detuvo, pues deseaba esclarecer una última cosa.
—Pedro, asumo que mi participación en todo esto no llegaría a oídos de nadie. Y, mucho menos, a Lena o a Charles —Dio por sentado—. No quiero que esto afecte a mi relación con él.
—Por supuesto —le garantizó, muy comprometido con ese proyecto que llevarían a cabo juntos—. Su papel será tan secreto como mis inversiones en Ferrari —declaró antes de palmear suavemente la espalda de su reciente socio.
Mattia, contento, hizo lo propio y también apoyó su mano izquierda en el hombro de Pedro.
—Ha sido un placer conocerle.
—Igualmente, Mattia.
Con una gran sonrisa iluminando su rostro, el italiano abrió la puerta.
—Si le apetece visitarnos en algún Gran Premio, tiene las puertas de Ferrari abiertas —Avaló un prestigio del que pocos gozaban.
—Muchas gracias —le respondió Pedro Rivas Fernández—. Nos veremos pronto.
—Eso espero —El padre de su empleado salió del despacho y su despedida terminó—. Que tenga un buen viaje.
Después de que Pedro Rivas se fuera, Mattia Binotto recorrió su despacho provisional varias veces. Eran vueltas sin sentido mientras cavilaba sobre algo que solo él podía saber realmente. Al cabo de unos minutos sopesando y elucubrando, fue hasta la mesa y recogió su teléfono móvil. No toqueteó mucho el aparato; en apenas diez segundos ya estaba llamando a un contacto.
Los pitidos cesaron al cuarto toque.
—Antonio? —interpeló a su conocido—. Sì, sono Mattia. Volevo chiederti un favore. Sarai a Monaco la prossima settimana? Ho bisogno che tu segua Charles. Sta uscendo con una donna e voglio confermare chi è ... —Aguardó unos instantes. Probablemente estuviera escuchando lo que ese tal Antonio le contaba—. Posso pagarti in anticipo —explicó él. Sonrió con alivio y le agradeció el favor—. Sempre così professionale, Antonio. Grazie mille. Mi aiuti molto in questo. Vieni a Maranello dopo Monaco e possiamo parlare con calma —le animó—. Mi piacerebbe vedere quelle foto quando le avrai. Perfetto —Ojeó la hora en su reloj de música y dijo adiós a Antonio—. Ciao, Antonio. Ciao.
Martes 31 de Mayo de 2022, despacho de Mattia Binotto, Maranello, Italia.
11:56 a.m.
Mattia Binotto presidía el cuarto tras su mesa de caoba. Un hombre de unos treinta y pocos años del solo supe su nombre, Antonio, estaba sentado frente a él mientras el jefe de equipo de Ferrari analizaba un IPad. El color de su tez se marchitaba, como si hubiera visto algo impactante en la pantalla de aquel dispositivo.
—Charlotte Siné? —preguntó Mattia, ojiplático—. Hai cenato con lei?
—Beh, c'erano altre persone a quel tavolo, ma hanno mangiato insieme, sì —le confirmó Antonio—. Non è successo molto altro. Se n'è andato da solo, anche se ero curioso che fosse andato direttamente all'albergo dove alloggiava la tua squadra. Non è stato lì a lungo. Venti minuti, al massimo —Mattia Binotto dejó el IPad sobre la mesa, intentando comprender lo que ocurría en esas fotografías—. Subito dopo è tornato nel suo appartamento.
Se masajeó la barbilla. Hicieron falta varios minutos en silencio para que Binotto murmurara unas pocas palabras.
—Ah ... È come se volesse scavarsi la fossa da solo ...
—Mi scusi? —inquirió Antonio, que parecía bastante despistado.
Mattia no llegó a darle ninguna explicación, ya que llamaron a la puerta cerrada de su despacho. Tanto él como Antonio se giraron y saludaron educadamente a un veinteañero vestido con la camiseta oficial de La Scuderia.
—Signore, abbiamo un gruppo di giornalisti alla porta che chiedono di lei. Vogliono intervistarti su quello che è successo domenica a Monaco —Mattia Binotto rodó la mirada y echó un vistazo a la hora que marcaba su reloj de pared—. Sono qui da ieri. Chiamiamo più sicurezza?
El individuo permaneció estático, a la espera de una orden de su jefe que llegó después de que Binotto reprimiera una pícara sonrisa.
—Non rilascerò alcuna dichiarazione. Ignorali —declaró su postura sobre esos periodistas—. Antonio, parla con il tuo contatto e pubblica le foto il prima possibile. Oggi —Antonio asintió con rapidez y tomó su móvil con el objetivo de seguir las instrucciones de su cliente—. Presto avranno qualcos'altro di cui parlare e dimenticheranno gli errori che abbiamo commesso a Monaco —Se regodeó en un tono grave por haber encontrado una solución a sus problemas más apremiantes.
18:24 p.m.
Binotto recibió una llamada mientras revisaba unos documentos. El nombre que apareció en la pantalla era Pedro Rivas. No se entretuvo y contestó. Se saludaron, pero, pronto, Pedro desveló el motivo real por el que le contactaba.
—¿Ha sido usted quien ha dado luz verde a esas fotos? —cuestionó.
—Sí —dijo Mattia—. ¿Debería habérselo consultado primero?
—No habría estado de más, pero es un buen movimiento. Le felicito —Mattia se relajó—. Después de esto, puede que mi hija termine dejando el trabajo y también al chico. A lo mejor es más sencillo de lo que creíamos —comentó el empresario español—. Si le soy sincero, no quería ser tan cruel. Prefería que Helena creyera estar eligiendo entre su puesto o su corazón, pero lo he estado pensando y no sé si tener un yerno como él beneficie a mi relación con ella. Si bien es más sensato que mi hija, puede que también sea más pasional. A lo mejor no ayuda a domar a la fiera, sino a asalvajarla todavía más —le explicó a su socio todo aquello que había tenido su mente ocupada—. Tengo en mente a un candidato que sería mucho más tranquilo. ¿Usted qué piensa, Mattia? —pidió su opinión.
Él se giró, dando la espalda a su mesa y contemplando el espléndido tiempo que hacía en Maranello a falta de un día para que junio llegara.
—Pienso que todavía es muy pronto para saberlo, pero cada vez estoy más convencido de que Charles haría lo que fuera por ella —se sinceró con el padre de la brillante ingeniera que le había salvado de un escándalo mayor en Mónaco—. Los he estado observando esta semana y han debido tener alguna pelea de pareja.
—¿De verdad?
—Sí, pero no ha durado mucho —clarificó al tiempo que observaba el 488 Pista entrando por el parking trasero del recinto—. Charles acaba de llegar a Maranello, antes de lo previsto, por cierto —Puntualizó—, y no me cabe ninguna duda de que ha venido a Italia cual perrito con el rabo entre las piernas, persiguiendo el perdón de su dueña. Su devoción por Lena puede jugar a nuestro favor, Pedro —manifestó, bastante seguro de que esa relación resistiría fuertes marejadas y ciclones.
—El tiempo lo dirá, amigo. El tiempo lo dirá —dijo Pedro, resignado a esperar.
El Ferrari de Charles Leclerc avanzó al interior del edificio. Debía haber mostrado su acreditación a los guardias de Seguridad que custodiaban aquella entrada.
—Si no es indiscreción, ¿quién es el otro candidato del que habla? —Su interés en esos temas no era muy habitual—. No creo que Lena esté interesada en más hombres.
Una sola risotada del señor Rivas ratificó la afirmación del chismoso italiano.
—¿Conoce a la familia del Pino? —preguntó Pedro—. El hijo mayor lleva años enamorado de ella.
Meanwhile on Twitter that same afternoon ...
🏎️🏎️🏎️
Well, aquí estamos con un nuevo capítulo de trapicheos entre empresarios de los que solo saben jugar sucio 🤡
El padre de Lena quiere hacer y deshacer a su antojo y Mattia busca tener controladito a Charles.
¿Lo conseguirán?
🤷🏻♀️
Ahora ya sabemos de dónde salieron esas fotos 😀
La parte buena de todo esto es que en Twitter hay algunas aliadas del CharLena y van a plantarle cara a las loquitas que lloran por Charlotte 😎
Espero que os hayan gustado los tweets uwu
Nos vemos el domingo con otra actualización ♡♡♡
Os quiere, GotMe 💜❤️
10/8/2023
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