54 || elle, juste elle
Charles Leclerc
Solo me retrasé cinco minutos de la hora acordada. A las seis y treinta y cinco de la tarde del martes, entré en la cabina paralela a la sala donde hacíamos las simulaciones de carrera con el SF-22. El túnel de viento no estaba en activo, pero había varios ingenieros junto a Helena cuando me inmiscuí en su espacio de trabajo.
El chirrido de la pesada puerta fue el aviso que Antoine y Paolo recibieron para mirar en mi dirección y hacer un par de gestos de bienvenida. Helena solo miró de refilón. No interactuó conmigo porque debía saber que el intruso era yo.
—Ehi, ragazzi —dije en voz alta.
Mi buen humor era falso, pero solo ella estaba capacitada para percatarse de algo así.
Helena se apartó lentamente de los chicos, buscando un lugar más privado en el pequeño cuarto. Podríamos marcharnos de allí. Sin embargo, no estaba seguro de lo que ella quería, así que opté por acercarme tras cerrar la puerta y volver a aislar la sala del resto del edificio.
—Pronto, Charles —me saludó Antoine, sonriente.
Yo le devolví la sonrisa y caminé hacia el extremo contrario, pasando de largo a ambos chicos.
—Pronto ... —Palmeé la espalda de Paolo. En cuestión de segundos, me coloqué a la derecha de Helena. Ella se había echado contra la pared más apartada y estaba ojeando unos papeles—. ¿Helena? —la llamé, precavido.
No estaba siendo esquiva conmigo. No la noté molesta. Helena parecía ... Parecía entristecida y reflexiva. Su mente debía ser un verdadero hervidero. A pesar de esa mezcla de emociones, no se apartó de mí. Al contrario, sentí que se inclinaba en mi dirección.
—Hola —se pronunció.
Vi que apoyaba ambas manos en el panel de mando. Si no hubiera estado a su lado, habría tenido que su equilibrio estuviera flanqueando.
Paolo y Antoine rondaban a nuestro alrededor, por lo que guardé las distancias con ella y contuve las ganas de tocarla y de tranquilizarnos mutuamente. Me hice el despistado y comencé a rascar mi mentón al tiempo que controlaba la posición de nuestros compañeros.
Al cabo de un interminable minuto y medio contemplando a Helena pasar hojas sin sentido alguno, los dos intercambiaron apreciaciones sobre los últimos datos registrados en un tono más moderado. No querían interrumpir lo que tuviera que hablar con Helena. No se me ocurría ninguna manera de agradecerles el gesto, puesto que se apartaron y pusieron todas sus atenciones en el trabajo que estaban llevando a cabo.
No tendría una mejor oportunidad que esa y, por lo que había podido percibir, ella no quería irse.
—¿Has visto las fotos? —le pregunté entre susurros casi inaudibles.
Helena separó los labios, pero no me miró. Continuó con la mirada baja y mohína.
—Sí.
Ante su afirmación, me apoyé también en el panel de control y mordisqueé mi lengua, desquiciado por aplacar el malestar que estaba consumiendo a Helena.
—Tienen una explicación —proseguí yo.
—Lo sé —respondió ella al instante.
Lo sabe. Claro que lo sabe. No es estúpida. Ha debido imaginar algo, como que cené con mi familia y ella se nos unió, por ejemplo.
—¿Y no estás enfadada? —me interesé por sus sentimientos.
—¿Enfadada? —repitió, entrecerrando los ojos. Dio carpetazo a los papeles que habían ocupado su tiempo hasta entonces y levantó la vista. Perdida en la imagen de mi SF-22, que nos juzgaba desde la plataforma móvil del túnel de viento, continuó hablando—. Frustrada encaja mejor con cómo me siento.
Claro que lo estaba. Todo el mundo estaba convenciéndose de que había vuelto con Charlotte, aplaudiendo una relación que no regresaría nunca, le pesase a quien le pesase.
¿En qué situación se encontraba ella? A la sombra de una mujer que ya no tenía cabida en mi vida y que nunca podría soñar con lo que Helena Rivas Silva era para mí.
—Lo siento —me disculpé. El principal culpable era yo—. Todo esto es culpa mía.
—También es mi culpa —señaló ella.
—¿Tu culpa? —cuestionó su opinión.
—Porque esa noche era nuestra cita —Apuntó. Me pregunté cómo podía estar tan segura de que esa cena se produjo aquella noche, pero Helena siguió susurrando su explicación—. Cuando hablamos en el hotel no te dije la verdad. En realidad, sí que fui al restaurante —Saber aquello me bloqueó los músculos—, pero os vi juntos y estaba tan saturada después de tener a todo el mundo apostando por vuestra reconciliación que me marché —me reveló, claramente abochornada por la elección que tomó—. Lo que no sabía era que cenaste con ella —Sus hombros cayeron, cargando un peso insoportable.
¿Nos vio? ¿A Charlotte y a mí? ¿Juntos?
Helena se presentó en el restaurante. Acudió a nuestra cita. Solo se marchó cuando descubrió que estaba con Charlotte y decidió no luchar contra lo que fuera que pasaba en ese momento. No tenía fuerzas para oponer resistencia al devenir de los acontecimientos. Aunque sólo fue una casualidad que mi camino se cruzara con el de mi antigua pareja aquella noche, debió ser un trago difícil de asimilar.
Su cabeza estaba llena de ridículas ideas sobre el perfecto noviazgo que hubo entre nosotros.
¿Cómo no iba a largarse del lugar? Estaba siendo humillada, abandonada y maltratada y yo, en cierto modo, contribuí a que se sintiera así al no salir inmediatamente del edificio e ir a buscarla. Ella era mi prioridad, pero no lo fue en ese momento por puro despecho. Al dejarme plantado, me molesté tanto con su pánico a la realidad de nuestra relación que me quedé en el jodido restaurante.
Si me hubiese visto sometido a todos esos comentarios y rumores, probablemente también habría sucumbido ante la voz pública. Si hubiésemos intercambiado los papeles, si yo hubiese estado en su posición, observando desde el otro lado del cristal que charlaba con su antigua pareja, nada aseguraba que tolerara dicha imagen y aguantara una lluvia torrencial que nunca pedí.
Helena había soportado mucho. Mucho más de lo que se merecería nunca.
—Había más gente en esa mesa —Me apresuré a clarificar lo que debía estar perturbándola desde que vio las fotografías. Ella giró la cabeza unos centímetros. Apenas alcancé a distinguir su tembloroso suspiro—. El paparazzi tomó la perspectiva que le beneficiaba, pero no estábamos solos, Helena —Se lo habría jurado por mi vida si no hubiese tenido la ansiedad desbocada—. Yo también te mentí. No fui capaz de decirte que estuve con Charlotte. Te acusé de ser cobarde y yo era el mejor ejemplo de uno —Me apoyé en el frío material del panel central en busca de su rostro—. Lo siento mucho.
Se relamió los labios varias veces. Sus pupilas viajaban por todos los botones del panel, incapaces de detenerse en algún punto y descansar. Después, se sacó las gafas y, al hacerlo, un par de mechones se escaparon de su coleta. Puso las gafas a salvo, en una esquina de la mesa, y volvió a respirar con virulencia.
Helena hacía eso cuando los nervios empezaban a ganarle la partida y no podía permitir que se viera cohibida por un tema que pondría fin a una gran parte de sus temores.
—Lo hemos hecho todo más difícil sin quererlo —balbuceó y se palpó las sienes, provocando que más hebras se escurrieran de la cinta que le sujetaba el cabello.
La avidez de peinar su pelo obstaculizó mi respuesta. De repente, la voz de uno de los chicos hizo que los dos nos pusiéramos tensos en un pestañeo.
—Ciao, ragazzi.
Me volví hacia ellos, que ya abrían la puerta. Levantaron las manos a modo de adiós.
—Ciao, Paolo, Antoine —los despedí, apurado por olvidarme de ambos y centrarme en Helena.
Pasaron unos segundos hasta que el duro golpe del cierre formó un penetrante eco que rebotó en las paredes del cuarto.
Por fin solos, ella recuperó su voz.
—Tendría que haber entrado a ese maldito restaurante —se lamentó de las elecciones que nos habían empujado a discutir y a pelear—. Tendría que haber cenado contigo. Ahora ...
No fui capaz de tocarla, aunque sí de rebatir sus rotundas afirmaciones.
—Ahora tendríamos las mismas fotos —Incidí yo—. La única diferencia sería que tú estarías junto a mí.
Helena se giró. A pesar de no llevar sus gafas, sentí que miraba en mis ojos con más precisión que nunca. Una fina aguja me atravesó las cuencas cuando visualicé la abrumadora humedad en sus bonitos orbes negros. Las lámparas que nos vigilaban desde las alturas proyectaron sombra, pero el brillo no opacó sus lágrimas, más y más compactas.
—¿Y no tendría más sentido? —me preguntó con cierto enfado.
—¿Lo tendría? —dije, sin pensar en lo que significaba su pregunta.
—Sí, porque soy yo quien está contigo detrás de las cámaras, así que también debería estarlo delante de ellas, ¿no?
El significado de su declaración era claro y meridiano. Estaba contestando nuestra discusión. Estaba apostando por nosotros, por una relación libre y abierta al mundo.
Nunca comprendería cuánto le había costado asimilar que no quería dejarse engullir por el terror a la opinión pública y a todo lo que conllevaría aparecer a mi lado, como mi novia. Su recelo tenía mucho sentido, en especial después de que volviesen a relacionarme con Charlotte.
Aún así, no podía ocultar la emoción al saber que quería avanzar y no la camuflé con nada. Solo me acerqué más a su cuerpo, agarrando sus mullidas mejillas para que no apartara la mirada.
—¿Qué habríamos hecho si hubieras sido tú, eh? —Mis labios intentaban sonreír a pesar de las gotas que rebasaban sus titilantes ojos—. ¿No te tendría con un ataque de ansiedad aquí mismo? —inquirí.
—Puede ... —El amago de una sonrisa suya estuvo a punto de tumbar mi firmeza—. Pero sería el castigo justo por haber ocultado lo que siento por ti.
La alegría no cabía en mí. Mi hiperactividad era insufrible y tan solo acerté a desviar mis ojos al techo del cuarto que me estaba juzgando por ser el hombre más lleno y enamorado mientras la mujer a la que le debía esa fortuna luchaba contra unas lágrimas espesas y necesarias.
—Dieu le damne, Helena ... —Me mordí la comisura inferior.
—No puedo ... No puedo más con este silencio —me reconoció, tan valiente que la habría besado si no hubiera soñado con esa conversación durante semanas—. Sé lo que es vivir oprimida por los demás, pero ser yo mi propio verdugo se ha vuelto insoportable. Sobre todo si tú sales herido por mi culpa. No se lo has dicho ni a tu familia por respetar mis caprichos y sabía que te dolía. Lo noté en la visita de tu madre —reveló. Una vocecita interior me recriminó no haber sido más cuidadoso aquel día—. No te atrevías a mirarme a la cara, Charles ...
A Helena se le rompió la voz antes de acabar la oración.
—¿Cómo iba a mirarte a la cara teniendo a Charlotte allí? —dije, dándole unos segundos para reunir su fuerza de voluntad y arrojarla contra mí—. Estaba tan avergonzado de lo que había hecho mi madre que no ...
—Quiero que me mires y quiero mirarte cuando me apetezca —Las primeras gotas rebasaron sus ojos y yo comencé a limpiarlas. Helena necesitaba sacarlo todo, por lo que mi deber era limpiar sus mofletes y transmitirle la serenidad que ella no tenía ya—. Dije que no quería lo que teníamos y lo mantengo. No es sano ... Y me está ... Me está lapidando. Cada día es una piedra más grande que la anterior y la más pesada cayó en cuanto te fuiste de Jaén ... —Unas cuantas arrugas de frustración dibujaron esa calamidad en su semblante—. Me di cuenta de que quería presentarte como lo que eras y no como un compañero ni un amigo. Siempre has sido más que eso, Charles ... —Respiró con pesar—. Tú mismo lo dijiste: no estamos haciendo nada malo y ... —Un fantasma desconocido viajó por sus iris—. Esas fotos me han roto el corazón. No importa que no tengan valor ... —gimió, rompiendo a llorar, tal y como temí que pasaría—. Odio que el mundo crea que amas a alguien más ...
Esa última confesión la llevó a perder las energías, replegándose hacia la pared que guardaba su espalda. Sentí que se mantendría por sí misma, que no se desmayaría de pura extenuación, por lo que me di el lujo de continuar admirando sus gestos de alivio, entrelazados con otros tantos de dolor y angustia.
Había más. Había mucho más, pero primero debía calmarse y no hipar y sollozar descontroladamente.
—Va bien, ma fleur ... —Acaricié su rostro y ella sujetó mi mano izquierda—. Je suis tout à toi, m' entendez?
Arrastró mi mano a su boca. Sentí la forma de sus labios contra mi palma y un tierno pellizco descorchó mi corazón, que parecía estar desangrándose por Helena.
—Siento haber tardado tanto tiempo ... Siento haberte hecho sufrir ... —Entrecerró los ojos, llorando todavía más.
No podía retirar todas esas lágrimas. Su cara se había transformado en un campo húmedo y suave que me tenía atrapado.
—Sufrir ... ¿Cómo voy a sufrir si tenerte solo me da paz? —musité, siendo aquel un consuelo del todo insuficiente para sus pobres y desbordados lamentos.
Me incliné, preparado para arrodillarme si con ello lograba que amainara su llanto. Elegí un lugar en su piel y noté cómo besaba mi mano justo cuando yo presionaba mis comisuras bajo su ojo y las empapaba con el agua salada.
—Debe ser una vergüenza que te amen como yo lo hago ... —Logró decir.
Conmigo besando sus cachetes y tragando todas y cada una de sus lágrimas como si fuera un oasis en medio del desierto más árido, leí una tímida sonrisa contra las líneas de la palma de mi mano.
—Es una bendición, chérie ... Una bendición —Vertí mis palabras sobre la cascada que nacía en sus ojos—. ¿Tienes idea de todo lo que me das, de lo que significa para mí que estés cerca? Me aconsejas, me animas, me regañas —Fui enumerando—, te esfuerzas por cocinar mis comidas favoritas aunque eres más torpe que yo en los fogones, guardas un vaso de mi zumo favorito en todos los hoteles antes de que se acabe —Escuché su marchita risita y no pude sino esbozar una sonrisa amplia y cristalina—, procuras no despertarme cuando te vas de la cama por las mañanas —Señalé, a lo que ella pasó su brazo libre por mi costado y se agarró a mi camiseta, melancólica—, me escuchas incluso cuando tu batería social está bajo cero ... Me quieres de tantas maneras, tesoro ... —Expresar el amor podía llegar en mil vías distintas y ella las abarcaba todas en silencio. Consciente de que era cierto, se abrazó a mí y siguió llorando porque esa era otra manera de darme las gracias por notar los detalles y las conductas que mostraba a diario—. Volvería a enamorarme de ti una y otra vez, en esta vida y en todas las que vengan, et je ne le regretterais jamais. Jamais ... —Soltó mi mano izquierda y la utilicé para devolverle el abrazo y protegerla de los reproches silenciosos que se hacía a ella misma—. Pleure tant que tu veux. Je suis ici maintenant ... —Se aferró a mi ropa, rota y liberada a partes iguales—. Juste ici —susurré, besando sus párpados cerrados.
Con los minutos, Helena dejó de llorar a raudales. El flujo de agua fue constante durante un rato, tanto que sus mejillas no se secaban porque alguna gota rezagada se deslizaba desde el rabillo de sus ojos y volvía a mojar la zona.
Su respiración era uniforme y yo me entretenía en acompasar la mía con la suya mientras jugaba con la goma de su cabello. En algún momento, se la arrebaté y su melena oscura cayó suelta y agradable al tacto. Embelesado por su champú y por la sensación de sus hebras cosquilleándome la barbilla, enterré algunos dedos en su pelo y la sostuve contra mí.
—Charles ...
Su llamada fue lenta y segura. Como de costumbre, mi obsesión por el suave rizo que hacía al pronunciar la erre de mi nombre resurgió y tardé bastante en apartarme de ella, buscando la razón por la que requería de mi atención.
Comprobé que tenía los pómulos medio secos y la miré, deseando saber qué necesitaba.
—Dis-moi ... —Me mostré solícito.
Helena me transmitía tanta tranquilidad que no podía controlar mi lengua materna. Lo hacía siempre que me sentía sereno. Ella nunca se quejó de que lo hiciera. Aunque seguía sin dominar mi idioma, respetaba que lo hablara. Si lo pensaba mejor, el sacrificio siempre lo hacía ella. Aprender francés e italiano fue uno de sus objetivos desde que nos acercamos. Podíamos comunicarnos perfectamente en inglés, pero Helena intentaba que me sintiera relajado cuando charlábamos porque mi nivel con aquella lengua no era el mismo que el suyo.
Buscaba mi comodidad a toda costa y todavía se recriminaba por no amarme como le gustaría.
Yo conocía algunas expresiones en español, palabras sueltas y mal pronunciadas que no empleaba muy a menudo. No obstante, recordaba las más elementales y aquel vocabulario me sirvió para comprender lo que dijo entonces.
—Te quiero ... —Sus dedos, sobre mi camiseta, recorrieron mis costillas como si quisieran dejar huella. El castaño de sus pupilas me dejó sin aliento y ella, alertada del efecto que había tenido en mí, no pudo evitar sonreír tímidamente—. ¿Me has entendido? —continuó en un castellano fluido y con ese acento del sur que siempre me noqueaba.
Solo me defendí en francés.
—Tout à fait —Asentí.
La marca de sus dedos en mi pecho fueron desapareciendo, sustituida por un pequeño y paulatino tirón a la tela de mi camiseta.
Helena se apoyó mejor en la pared y yo me agaché, forzado por su maniobra ofensiva y por el espectacular fulgor que viajaba entre sus pupilas. No tardé mucho en discernir su plan y se me antojó tan adorable que acabó con mi cara de circunstancia y una sonrisa ladina pintó mi rostro, haciendo juego con su rubor, que también amenazaba con infectar mis pómulos.
Sus manos escalaron todo mi torso en pocos segundos. Las llevó tras mi cuello y la inclinación hizo su trabajo, pues la punta de mi nariz picoteó la suya. En ese intervalo de tiempo, tuve la oportunidad de aferrarme a sus caderas como si temiera que fuera a desaparecer.
—Bien —expresó en castellano.
—Bien —dije la misma palabra con la cadencia de mi idioma.
La veía tan feliz que habría pasado horas mirándola, pero Helena quería cerrar su confidencia con algo más y no se lo negué.
—Muy bien ... —repitió, sepultada por el júbilo.
Nuestras sonrisas murieron en aquel beso. Yo también colapsé en su boca. No había forma de morir más placentera que esa.
Nunca nos habíamos besado con un ímpetu como aquel porque siempre andábamos preocupados de cualquier ruido que pudiera significar el fin del encuentro, pero, en aquella ocasión, cuando alguien abrió la compuerta del túnel de viento, al otro lado del cristal, Helena solo sintió un escalofrío, casi premonitorio. Yo la recogí más, dispuesto a parar si ella me lo pedía. Una súplica que no llegó, ni siquiera después de que entraran más personas a la sala donde conservábamos mi coche.
Deslicé los labios, rozando su lengua en el proceso y obteniendo un débil gemido de su parte.
Un par de focos me forzaron a romper el vicioso beso que compartía con ella. Helena se sujetó a mi complexión y yo giré la cabeza hacia la amplia sala para contar tres mecánicos de Ferrari que debían disponerse a realizar un chequeo rutinario al SF-22. Mientras su boca reptaba por mi mejilla, verifiqué que nadie más cruzaba el portón abierto. Oí algunas voces, lejanas gracias al vidrio protector que nos separaba de aquel grupo de personas, pero mis deseos iban en una dirección opuesta a la de aquellos compañeros.
Solo podía pensar en besar a Helena hasta que se me durmieran los labios y nadie en esa ciudad pudiera arrebatarle mi absoluta atención.
Elle, juste elle.
—No me importa ... —masculló Helena contra mi pómulo.
Besó mi piel, realmente deshinibida, aunque sabía, por la tensión de sus músculos, que estaba haciendo un esfuerzo inmenso para no separarse de mí.
No pensé en las consecuencias ni usé la sensatez antes de volverme hacia ella y besarla. Ella se abrazó a mi cuello y yo disfruté de la sensación de sus curvas bajo mis nerviosos dedos, aunque no duramos mucho así, ya que la tomé en peso y su grito rompió el beso.
No perdí el tiempo y, aprovechando los pocos centímetros que la separaban del suelo, me agaché con ella enmarañada a mi nuca como si le fuera la vida en ello. Su chillido no fue muy imponente y aquella sala estaba insonorizada, pero fui conservador y caí de rodillas para que nadie nos viera ni escuchara.
—Pero a mí sí —Expuse, obteniendo su alarmada mirada. Helena temía haberse expresado mal, pero no era nada similar, sino mi propio afán por acapararla la mayor cantidad de tiempo humanamente posible—. No quiero que nos interrumpan —le sonreí, sentándola en mi regazo—. No ahora que puedo tocarte después de semanas sin ...
—No han sido ni dos días —me replicó ella mientras se acomodaba en mi regazo.
Aparté su cabello y admiré la emoción que derrochaba al mirarme.
—Meses, cariño—Me eché contra la pared, ajusté su cuerpo al mío y comencé a deslizar las comisuras por su boca entreabierta—. Meses.
Con sus risas de por medio, me alimenté de sus dulces labios y del calor que emanaba su piel.
Seguimos y seguimos, incapaces de parar. Si no hubiéramos estado tirados en el suelo de una salita de Maranello, nuestra ropa habría acabado muy lejos, allí donde nada me impidiera poner las manos en lugares que todavía no había explorado. Pero, para mi mala suerte, estábamos en una salita de Maranello, sin cerrojo echado y con altísimas posibilidades de que nos encontraran en una posición muy poco aconsejable para una ingeniera y su piloto.
Al cabo de un rato, los besos cesaron, reemplazados por un largo abrazo que también finalizó. Casi somnoliento, sentí el peso de su cabeza sobre mi hombro derecho. No había abandonado su asiento en mis piernas, pero se había desplazado de tal forma que ya estaba sentado a horcajadas, sino de lado. Su espalda miraba a una pared y la mía a otra.
Encajados en una esquina de la sala, Helena y yo guardábamos un silencio sepulcral. No se oía nada más que un rítmico pitido cada tantos minutos. Estar tan cerca de ella me permitía el lujo de escuchar sus inhalaciones, que se convirtieron en mi banda sonora favorita.
La palma de mi mano derecha estaba boca arriba y Helena trazaba sus líneas, una por una, con el dedo índice.
—¿Qué hacemos ahora? —dije yo.
La sentí sonreír sobre la tela de mi camiseta.
—¿Tú y yo?
—Sí —Agarré su fino dedo, deteniendo la ascensión por mi muñeca—, tú y yo.
Fingió pensarlo.
—Acabar con los secretos —propuso, decidida—. Empezando por los que hay nosotros y acabando por el secreto de que estamos juntos.
—No hay prisa para ... —Me dispuse a recalcar.
—No quiero vivir así, Charles —alegó ella.
Todo sería más sencillo si ese maldito paparazzi no hubiera publicado unas fotografías que me echaban a los brazos de otra mujer.
—Ni yo, pero tendremos que hablar con varias personas primero y estas jodidas fotos no ayudan a que te vean como el ángel que eres —Jugué con sus dedos, encajándolos lentamente entre los míos—. Se cebarán contigo. Dirán barbaridades, intentarán echar por tierra tu imagen, buscarán en tu pasado y quiero ... Quiero estar preparado para protegerte de toda esa mierda, Helena.
—Yo también puedo protegerme —se defendió.
—No estás acostumbrada a la exposición pública y nadie sabe lo crueles que pueden ser si se lo proponen. También están Mia y Mattia. Es un suplicio, pero ellos deben aconsejarnos sobre cómo manejarlo si queremos hacerlo oficial —Suspiré, hastiado del proceso que teníamos que afrontar y que ni siquiera había dado comienzo—. Somos compañeros de equipo. No eres una modelo reconocida que lleva media vida haciendo esto —bromeé un poco.
Ese comentario hizo que saltara como un resorte, echándose hacia atrás y buscando mis ojos.
—¿Preferirías que lo fuera? —me interrogó, algo ofendida por la comparación.
Su reacción era de todo menos preocupante. Una nueva sonrisa lideró mi semblante.
—Prefiero que nos guardemos las espaldas porque seguir viendo a la ingeniera de pista que va de un lado a otro del box con aceite por la cara es mi único deseo —le contesté, acariciando su barbilla.
Helena se inclinó y me dio un sonoro y superficial beso.
—Te conformas con muy poco —reflexionó.
Aliviado, masajeé su espalda baja con mi mano, que viajaba en círculos por sus lumbares.
—Me basta con que te hayas enfrentado a ese miedo y que hayas dado un paso al frente —confesé.
Entonces, su cara dio un giro que yo había estado esperando. La paz dejó paso a la tempestad. Enseguida supe que estaba luchando con sus propios demonios. Unos demonios a los que todavía no había tenido el placer de conocer ni saludar.
—Hay una razón por la que ...
—Sé que hay un motivo y me imagino que no es agradable de contar —aseguré y ella relajó ligeramente sus facciones—. ¿Te importa si lo dejamos para más tarde? —Mi sonrisa funcionó como un soborno de primera, puesto que Helena recuperó la mirada de distensión al instante—. Estoy cansado de verte llorar.
Asintió, conforme con posponer esa charla tan escabrosa.
—Está bien —dijo.
—Gracias —Fue mi turno de cruzar el espacio y robarle un cándido beso. Mis comisuras hormigueaban, reclamando más que un pico, pero recliné la cabeza y descansé contra la pared de cemento—. Ojalá fuera más fácil, pero la vida de un personaje público nunca lo es. Si yo soy un blanco perfecto, a esos buitres se les hará la boca agua contigo. Sé que tus miedos están relacionados con la repercusión que viene después y, por ese lado, tienes todo el derecho a querer que pasemos inadvertidos —le concedí—. Lo siento. No es la manera en que me gustaría presentarte como mi pareja.
Junto a unos segundos de mutismo, contempló las formas de nuestros dedos entrelazados.
—Lo entiendo —Cabizbaja, trató de imaginar los muchos finales que había disponibles si dábamos un comunicado esa misma tarde—. No podemos salir ahí fuera, plantarnos delante de las cámaras y decir que estamos saliendo cuando te vinculan con Charlotte. Eso sí que sería un escándalo —Se sonrió, lamentando profundamente las condiciones a las que nos arrojaba el mundo—. Solo hay un camino, ¿no?
—Si queremos hacer las cosas bien, debemos seguir un orden. Todo son estrategias, incluso en esto del ojo público, y a ti se te dan de maravilla —Intenté alentarla. Solo obtuve media sonrisa—. No pongas esa cara de preocupación —Abracé su mano con más fuerza—. No dejaré que te pase nada.
—No vas a cargar con todo tú solo, Charles —Se opuso a que la tuviera en un vitrina de cristal mientras todo el peso mediático se desplomaba sobre mis hombros—. Yo también hablaré con Mattia y con Mia —Me miró a los ojos, responsabilizándose de cosas que nunca quiso—. Te ayudaré en lo que pueda y trataré de ser ...
—No, no. Nada de ser más amable para caer mejor a los demás —decreté yo, rechazando cualquier cambio de actitud que estuviera valorando. Arrepintiéndose de haber dado a entender que sería capaz de modificar su imagen, se mordisqueó el labio, canalizando la vergüenza que le atizaba el rostro—. La gente ya te aprecia tal y como eres. No hay nada que debas cambiar. Solo sé tú misma. Mi Helena —Su sonrojo era hermoso y pude admirarlo con total libertad—. Cuando te obligas a sonreír más de lo normal es cuando te pillan y, si te pillan, tendrás problemas más grandes. La naturalidad es tu aliada, chérie. Voy a preparar el terreno para evitarte cualquier mal trago, pero crecerás tan fuerte como un roble porque eres así. Te sobrepones a las adversidades de una forma envidiable —La describí, orgulloso de su carácter y de que mi corazón la hubiera elegido a ella para descansar—. Esa es la esencia de un buen ingeniero de Fórmula 1 y una de las infinitas razones por las que me enamoré de ti —Terminé mi alegato a favor de que siguiera siendo la mujer a la que tanto amaba.
El rubor empezaba a remitir, aunque había llegado a su cuello y, al tener una tez tan blanca, habría podido verlo incluso si los focos se hubieran apagado y solo quedaran las luces de emergencia alumbrándonos.
—Entonces, me conformaré con participar en la reunión con Mattia. De momento —Hizo especial incisión en recalcar esas últimas palabras.
Helena podía ser infinitamente terca, incluso si se equivocaba. El orgullo ya le había jugado alguna mala pasada y en ese momento me demostró que quería ser lógica, que era consciente de lo difícil que sería nuestro noviazgo y de que ella siempre sería la presa favorita de los medios. Siempre lo supo y se negó a poner etiquetas a nuestra relación por dicha razón, pero estaba haciendo de tripas corazón por nosotros, por ese amor libre que merecíamos vivir.
Cegado por el sentimiento de una felicidad que apenas estaba formándose, me lancé hacia ella y la sujeté de tal manera que no pudiera rechazar la retahíla de diminutos besos que planté por su cara. Mi asalto acrecentó sus ganas de reír hasta que no lo soportó más y regó el cuarto con sus carcajadas.
Sentí que esos instantes en los que podía ser ella misma me alargaban la vida. Curaban todos los males que habían azotado nuestra relación y los reducían a cenizas.
Helena se pegaba a mí como un gatito buscando mimos y yo tuve que lidiar contra un inminente llanto porque le costaba horrores pedir esa clase de atenciones. Realmente estaba esforzándose por no tapar sus emociones, así que la rocié con besos durante lo que podrían haber sido años.
Mi boca descansaba en su hirviente mejilla. Ella se había abrazado a mi cuello otra vez, exhausta.
—Primero hablaré con la prensa y dejaré claro que esas fotos no significan nada —le prometí.
—Antes debes hablar con ella —replicó.
—¿Con Charlotte? —Su nombre me supo amargo.
—¿Cómo crees que se sentiría si se entera por los medios de comunicación de que ha estado construyendo castillos en el cielo? —Toqueteó algunos de los mechones de mi nuca—. No es mala chica. Se aferra a un clavo ardiendo, pero no puedo culparla. Tienes que aclarar las cosas con ella, Charles —me exhortó.
Charlotte ya no formaba parte de mí, pero fueron varios años viviendo a su lado y todavía recordaba con mucha vivacidad el día en que le hablé de mis sentimientos. Le hice un daño irreparable y me lo perdonó porque ni siquiera yo tenía la culpa de no quererla más.
No quería revivir aquello. Sin embargo, anteponer su dolor a la estabilidad que yo perseguía, con Helena y nadie más que ella, era un error. Claro que lo era.
Contemplé la pared contraria y degusté el chasquido de sus labios en mi cuello desnudo.
—Tendría que haberlo hecho antes —dije, arrepentido.
—Es posible.
—Muy posible —rectifiqué.
Estampó un segundo beso en mi yugular.
—Eso te pasa por ser tan bueno con los demás —explicó.
—¿Te quejas de mi buen corazón? —Lo exageré adrede.
Ella se incorporó, dejando mi pecho frío y deshabitado.
—A veces hay que poner límites —Sus ojos brillaban más que antes. De alguna forma, empatizaba con Charlotte—. Eso no quita que tengas un buen corazón. No puedes tener a todo el mundo contento. Ojalá hubiera otra manera —deseó entre susurros—. Sé que no quieres romperle el corazón dos veces. Sé que se quedará destrozada, pero ...
—Tiene que aprender a avanzar —Cerré su intervención—. Anclarse en el pasado solo le traerá problemas.
Esbozó una sonrisa rota.
—Tenemos algunas cosas en común, ella y yo.
—No voy a tolerar las comparaciones, tesoro —la increpé.
Esa era otra conversación que no tenía relación alguna con Charlotte y no íbamos a indagar en sus traumas sirviéndonos de ejemplos ajenos.
—Tienes razón. Lo siento —se disculpó—. Arregla las cosas con Charlotte, ¿vale? —Se lo confirmé con un gesto—. No me siento cómoda con todo esto. Y dile la verdad —dijo, refiriéndonos a nosotros—. No se merece que le mientas —Ante mi exhaustivo examen y largo silencio, preguntó por lo que me ocurría—. ¿Qué pasa?
—Nada —Me encogí de hombros—. Solo pensaba que tienes un corazón más grande que el mío.
—Sí, seguro —Sus ojos, de nuevo envueltos en la negrura natural, empezaron a sonreír antes que sus labios.
—No es ninguna broma, chérie —Insistí—. Estamos hablando de mi ex, de una amenaza para ti, pero tú la ves como una mujer buena a la que traicionarás porque no hay alternativa.
—En realidad, también quiero que hables con ella porque no me apetece ser la amante ni la rompe relaciones que se entrometió entre vosotros de cara al resto del mundo —Su objetivo era transformarse en una persona rencorosa y hosca frente a mí. Algo imposible, por cierto—. Prefiero evitar líos de ese tipo en un futuro, aunque supongo que muchos me señalarán igualmente. Es increíble cuánto la quieren —deliberó—. ¿Así parezco más egoísta?
Estaba tan embelesado con sus movimientos, con su voz, que se derretía en mis oídos y anidaba en cada esquina de mi cuerpo, que respondí estúpidamente lo primero que pude verbalizar.
—Me gusta que seas egoísta —parloteé.
—Tú y tus gustos ... —musitó, haciendo rodar sus perlas azabaches.
—Me gusta que digas lo que quieres —repetí la misma estructura.
—¿Por qué? —Realizó la pregunta y no perdió ni un segundo en cambiar de postura. De nuevo cabalgando mi cintura, con cada pierna a un lado de mi cuerpo, sentí aquel pinchazo de placer—. ¿Porque te quiero a ti? —promulgó sin timidez ninguna.
—Sí ... Justo por eso —Me besó con una lentitud que me excitó al triple—. Aunque me encantaría que lo repitieras. Solo para asegurarme de que ...
—Te amo.
Sonreí. Sonreí tanto que mis hoyuelos debieron salir de su escondite porque Helena se olvidó de seducirme con la mirada. Perdió la concentración y su interés se concentró en mi boca, besando sus esquinas de un modo adorable.
—Putain ... —blasfemé—. Cada vez suena mejor ...
Después de algunas risotadas, Helena volvió a los besos intensos. Besos que no deberíamos poder darnos a esas horas. Besos que me arrebataban hasta la última gota de paciencia y que me empujaban a pasar la lengua por lugares retirados y muy poco próximos a su húmeda boca.
—Ah bon? —Ladeó la cabeza, divirtiéndose muchísimo.
Su saliva debía llevar algún tipo de droga. No había otra explicación a que tuviera la sensación de estar alcoholizado cuando sus besos se hacían más profundos.
—Alors ... Tu es allé à notre rendez-vous —dije sin pensar.
Me hacía tan feliz que hubiera hecho ese esfuerzo por nosotros que me la habría comido a besos de haber podido.
—Juste parce que je voulais aller à ton appartement —respondió ella, menos vergonzosa de lo que esperaba.
—Ne me fais pas ça, belle ... —le supliqué.
Si elegía el francés para comunicarse conmigo, no había escapatoria. Mi corazón estaba lleno, colmado de ella y de sus caricias, pero no había nada que se comparara al tono grave que domaba su voz al hablar mi lengua.
—Pourquoi pas? —preguntó entre besos que apenas saciaban la hambruna con la que había batallado todos esos días—. Tu n'es pas contente, Leclerc?
—Tu ne veux vraiment pas qu'on sorte d'ici, n'est-ce pas? —Me dispuse a destapar sus verdaderas intenciones.
La curva de su sonrisa y el delicado roce de sus uñas en mis mejillas me marearon.
—¿Cómo se dice ...? —dijo en español antes de inaugurar un beso de esos que te dejan sin aliento. Succionó lentamente mi labio, haciéndome temblar. La indecencia se apoderó también de mí, pues no necesitó de más estímulos para que clavara los dedos en su cintura y fuera descendiendo al trasero que ocultaba tras sus vaqueros—. Tu dis des bêtises ... —Arremetió contra mis acusaciones, actuando como si no estuviera en lo cierto. Helena habría matado por prolongar ese rato juntos, pero el sonido de su teléfono móvil la trajo de vuelta al duro suelo. Mi mano, cada vez más cerca de su entrepierna, tampoco fue suficiente—. Xavi me está llamando, así que ... Aleja esas manos ...
—¿Cómo sabes que es Xavi? —Mordí con suavidad sus comisuras y ella me apartó las manos del cierre de sus pantalones en un abrir y cerrar de ojos—. Podría ser propaganda o ...
—Porque es el único que se atrevería a llamarme a sabiendas de que estamos juntos —me comunicó, alejándose y sacando su móvil de un bolsillo. Me enseñó la pantalla y, en efecto, Xavi Marcos era el engendro que me había privado de unos minutos más con ella. Puse los ojos en blanco, dando por acabada esa ronda de lascivos besos—. Ricky también lo sabe —Actualizó mi información al respecto.
—Perfecto ... —Soplé, enfurruñado—. La única forma de tenerte solo para mí implica llevarte a un lugar aislado y sin cobertura. Me lo apunto.
Helena revisó sus mensajes. Una mueca rompió la armonía en su semblante.
—Lamentándolo mucho, me toca trasnochar —Plantó su boca sobre la mía. Su beso me dejó los labios palpitando—. No te quedes esperándome, ¿vale?
Se alejó de mí, poniéndose en pie con cuidado de no caer de espaldas.
—¿Qué? —Mi sonrisa se esfumó—. Pero hoy ...
—El paquete de mejoras para Bakú está listo y hay mucho trabajo pendiente. Me iré tarde —explicó, recolocándose la camiseta que, en algún momento, yo había sacado de sus pantalones—. Lo siento —dijo mientras examinaba mi rostro decepcionado—. Nuestra conversación tendrá que aplazarse a otro día.
—Ah ... —Mi cabeza chocó contra la impenetrable pared—. Odio esto. Odio a Xavi y odio cuando te vas —revelé.
—Sigo aquí, tonto —se rio—. No seas malo con Xavi. No lo ha hecho a propósito —Entonces, me extendió su mano derecha—. ¿No vienes?
No había terminado de formular la pregunta y yo ya había agarrado su antebrazo para levantarme de un impulso limpio.
En pie, la miré, dichoso de que hubiéramos reconducido los fatídicos acontecimientos de la última semana.
—A donde tú quieras —declaré.
🏎️🏎️🏎️
Me pasé medio cap llorando, sip 😩😩😩
Si vosotras teníais ganas de Helena le contara la verdad y admitiera que quería esa relación más que nada en el mundo, NO OS PODÉIS NI IMAGINAR CÓMO ESTABA YO 😭😭😭😭😭
Obviamente, ahora se enfrentan al tema de las fotos de Charlotte y Charles y hará falta algo de tiempo (ni yo sé cuánto xD) hasta que lo hagan público, pero lo importante aquí es que Helena ya acepta que no pueden pasarse la vida escondiéndose y que los dos están muy felices juntitos ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
Nos vemos la semana que viene con el siguiente capítulo 🫰🏻🫰🏻🫰🏻
Os quiere, GotMe 💜❤️
6/8/2023
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro