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52 || respuestas

Helena Silva

—¡Eh, eh! Quieto ahí, Max —Unas risotadas nerviosas huyeron de la garganta del hombre—. ¿Qué estás haciéndole a la joven de Ferrari? Hay muchas cámaras por aquí, amigo —El invitado sorpresa ancló su mano al brazo de Max. Lo sentí enseguida porque dejó de ejercer fuerza sobre mi piel—. En tu lugar, yo me lo pensaría dos veces antes de montar un escándalo. Vuestra cordial conversación podría malinterpretarse, ¿no crees?

Un poco más tranquila, recogí mi brazo. Las huellas de sus dedos quemaban, traspasaban mi dermis y se tatuaban en mis músculos. Las quemaduras imaginarias no iban a apagarse pronto. Así pues, fui educada y observé al hombre que me había salvado de un titular en prensa o de una disputa que podría haber acabado con más violencia de la permitida.

Bastaron unos instantes para que mis pupilas recorrieran su figura e identificaran al otro piloto español que conducía un Fórmula 1 en aquella temporada.

El laureado Fernando Alonso, ni más ni menos, sostenía a Max por el hombro, marcando los límites que yo, por centésima vez, no había logrado delinear. Parpadeé con urgencia y acaricié mi brazo herido, recibiendo una ojeada cargada de preocupación por parte del asturiano.

—No es cordial —dije yo.

—Bueno, eso ya lo veo —Alonso me sonrió, cuestionando si mi estado era bueno o si estaba al borde del desmayo—. Helena Silva, es un placer conocerte —añadió.

Yo asentí, terriblemente avergonzada por haberme mostrado de esa forma delante de una de las personas que más admiraba en nuestro deporte.

—Lo mismo digo —le devolví las palabras.

—Bien —Afirmó—. Hechas las presentaciones, me veo en la obligación de pedir que te marches, Max —El susodicho miró a su compañero y rival de pista, sintiéndose traicionado y vilipendiado por alguien a quien debía respetar tanto o más que yo—. La señorita Silva no está en condiciones de aguantar tus rabietas. ¿No es así? —inquirió, mirándome con los orbes bien abiertos para no perderse mi reacción en vivo y en directo.

Tomé aire y medí mis temblores como buenamente pude.

—Justamente —reconocí.

No miré a Max en ningún momento. No recopilé el valor para hacerlo.

—Deberías meterte en tus asuntos, Fernando —Escupió.

Max habló con tanto asco que temí acabar salpicada del veneno que parecía tener dentro.

—Y tú en los tuyos, amigo mío —dijo Fernando con cierta soltura.

Sabía manejar a los jóvenes que pretendían subir más alto de lo permitido y no se achantaba por un par de amenazas. Era digno de elogio.

No me di cuenta de que Verstappen se había marchado hasta que Alonso rozó mi antebrazo con un par de dedos, sobresaltándome. Al mirarlo a los ojos, vi un atisbo de miedo poco usual en un hombre de su talla, como si le asustase de corazón que no me encontrase bien.

Gracias, pero no hacía falta que me ayudara —le agradecí, todavía abochornada por aquel numerito del que había sido partícipe.

—Sí —Se apartó de mí unos centímetros. Percatado de que necesitaba algo de espacio, guardó adecuadamente las distancias y no volvió a tocarme—. Tienes mucho valor para enfrentarte cara a cara con Max y me da la sensación de que no es la primera vez que tenéis problemas. Le habrías puesto en su sitio, pero no creo que una discusión pública os beneficie a ninguno de los dos —confesó, muy acertado en su enjuiciamiento de la situación. Después de su análisis, se apresuré a pedirme disculpas—. Lo siento. No quería ...

—No importa —Le regalé una tímida mirada junto a media sonrisa—. Gracias de todos modos.

—No hay de qué —Su sonrisa se hizo más grande—. ¿Estás bien?

La pregunta estuvo acompañada de un gesto dirigido a mi brazo. Mi mano izquierda seguía anclada a él, protegiéndolo de cualquier ataque que pudiera hacerme daño. Rápidamente, lo solté y fingí una mejoría poco realista.

—No se preocupe —carraspeé.

El rubor ardía en mis mejillas.

—¿Me hablas de usted? —comentó Alonso. Ante esa apreciación, tuve que mostrarle el rostro y afrontar su amable semblante como si no estuviera muriéndome de la vergüenza—. Sé que soy mayor, pero todavía estoy en buena forma —se rio, haciéndose el gracioso.

—Lo siento —me disculpé—. No estaba insinuando que ...

—Tranquila, solo bromeaba —aclaró, bastante alegre—. Por cierto, enhorabuena por ese segundo puesto de Carlos. Tengo entendido que has tenido un papel muy importante.

Lo último que podía ocurrió aquel día sería algo así; tener delante a Fernando Alonso, que, además de ayudarme con el estúpido de Verstappen, estaba alabando mi trabajo en la escudería italiana. ¿Solía halagar a los demás con tanta facilidad? Nunca me pareció un hombre extremadamente abierto y su felicitación me dejó fría como el hielo.

—Eso parece. Muchas gracias —le agradecí otra vez—. Trabajar con Carlos es un lujo.

Agarré mejor mis cosas. No sabía cómo reaccionar ante esas buenas palabras.

—Juraría que él opina lo mismo de ti —adivinó el experimentado piloto de Alpine—. Y Charles también —Al decir el nombre del monegasco, algo en mí se reactivó. Él debió notarlo también—. Antes me ha mareado de verdad; solo hablaba de ti y de lo increíble que eres.

—¿Lo has visto? —me apresuré a preguntar.

—¿A quién? —dijo, ligeramente confundido.

—A Charles —señalé.

—Hace como una hora, sí —Esos datos más concretos eliminaron todas mis esperanzas. En silencio, miré hacia la entrada del local—. ¿Lo estabas buscando?

Alonso ladeó la cabeza, curioso por averiguar de dónde venía ese nerviosismo.

—Sí, pero no es nada importante —desmentí, aunque de una forma poco convincente—. Carlos y Charles son excelentes compañeros de trabajo. Los dos me lo ponen muy fácil —Traté de desviar su atención a otro punto de la conversación.

—A la vista está, sí —me dio la razón y observó cómo guardaba mi móvil en el bolso con unas claras intenciones de salir de allí—. ¿Te marchas ya?

Su interrogación me desconcertó, pero logré articular una respuesta a su curiosidad.

—Será lo mejor.

La angustia por perseguir la estela de Charles sucumbió a la necesidad de recibir aire fresco y poner tierra de por medio entre Max Verstappen y yo. No quería encontrármelo bajo ningún concepto, ni sola ni acompañada. Me habría emponzoñado de no ser por la interrupción del piloto español y estaba en deuda con él, pero mis fuerzas se esfumaban y lo único a lo que podía a esas horas era regresar al hotel y descansar un poco.

Lo cierto era que no encontraría a Charles por mucho que lo buscara y no me apetecía que notara el malestar en mi postura o en mi expresión. Se me había revuelto el estómago después de ver el fuego en las cuencas negras de Max y Charles tenía la intuición, la capacidad de leer donde no había texto y de descifrar mis sentimientos fácilmente.

No le arruinaría la noche así.

Poner mis pensamientos en orden tampoco estaría mal. Teníamos varias semanas de trabajo en Maranello con el fin de estar listos para Bakú y lo idóneo sería que Charles y yo hablásemos largo y tendido. Esa charla requeriría de unaprofunda fuerza de voluntad por mi parte, así que aprovecharía el breve receso antes de volver a pisar suelo italiano y afrontar la dura realidad.

—¿Y te importaría que un viejo como yo te acompañe? —Fernando me retuvo. No di más que un pequeño paso hacia delante, pues mis ojos se fijaron en los suyos, simpáticos y cálidos. Con aquel gesto me recordó a mi tío y a lo directo que era a la hora d inmiscuirse en mis asuntos—. Ni Carlos ni Charles me perdonarían que te dejara sola después de lo que sea que te haya pasado. Yo tampoco me quedaría tranquilo —explicó—. Además, creo que estamos en el mismo hotel —Terminó con una sonrisa natural y grácil.

La imagen del hermano mayor de mi madre, tan protector y bueno, adueñándose del papel de un padre que se preocupa por sus retoños más que de sí mismo, tiró de mi lengua y desplegó una contestación que satisfizo el dos veces campeón del mundo.

—Supongo que Fernando Alonso no es peligroso más allá de la pista —le concedí.

La curva de sus labios era tan similar a la de mi tío Leandro que no pude negarle su petición. Él siempre me había tratado bien. Siendo su única sobrina, no era de extrañar que me cuidara como si fuera su propia hija, la favorita a sus ojos. Él no había tenido ningún hijo en sus cincuenta y tres años de vida. Por eso, cuando me quedaba en casa de mis abuelos, él no desperdiciaba ni un minuto de su tiempo en ir de visita. La mayoría de los recuerdos de mi infancia no eran buenos, pero algunos se salvaban. Mi tío siempre apareció en ellos. Él y mamá alegraban los días más tristes y jugaban conmigo para alegrarme, para hacerme olvidar la ausencia de mi padre y suplir el vacío con risas y excursiones por el campo.

Quería mucho a mi tío. Muchísimo.

Mi lado más sensible consiguió que cediera a los deseos de un extraño que me inspiraba confianza a montones.

—Tú lo has dicho —Asintió él.

Los destellos verdes de sus ojos me siguieron hasta la entrada del edificio. La puerta principal estaba apenas concurrida, en comparación a ña cantidad de gente que la bloqueaba cuando Julia y yo llegamos a medianoche. Al pensar en mi mejor amiga, decidí enviarle un mensaje, citándola en el hall del hotel más tarde.

El piloto se detuvo a saludar a varias personas mientras yo le escribía a Julia. Pronto, se reunió conmigo y tomamos rumbo al hotel donde varios equipos del paddock se habían hospedado esa semana.

—¿No te importa caminar? —inquirí, cruzando la calle.

—Qué va —Zarandeó la mano derecha—. Últimamente me apetece mucho tomar caminatas de madrugada. Debe de ser por la edad —se burló de sí mismo.

En ese paseo de vuelta al hotel, me di cuenta de que las similitudes con mi tío eran varias, aunque no se lo revelé por pudor y por falta de confianza. Acabábamos de conocernos y no veía apropiado confesarle una intimidad como aquella. Aunque no le conté sobre mi familia, hablamos todo el camino de viajes y de anécdotas que el asturiano recordaba como si hubieran sucedido el día anterior. Su magnífica memoria me sorprendió, al igual que su habilidad de hacer reír a los demás. Era muy bromista.

A mitad del trayecto, rescató un tema que yo no esperaba.

—Antonio Lobato me ha hablado de ti.

El comentario me pilló desprevenida.

—¿En serio? —exclamé—. Lo conocí en el Gran Premio de España. No pensé que hablaría de mí —expuse con timidez.

—Bueno, todo el mundo habla de ti —Su afilada sonrisa parecía ser sincera—, pero yo solo escucho a unos pocos —Agregó.

—Pue espero que te dijeran cosas buenas —le sonreí.

—Antonio está encantado contigo —No dudó de la admiración de su amigo y comentarista—. No sé si has oído los comentarios públicos que ha hecho sobre ti, pero te pone por las nubes.

—Seguro que exagera —Le quité hierro.

Era cómodo tener una conversación en castellano. Un regalo, más bien. Con Julia siempre hablaba en nuestro idioma natal, pero había pocas personas más con las que pudiera disfrutar de ese descanso lingüístico. Carlos y Xavi también me daban la oportunidad, aunque casi siempre me sabía a poco.

—No creo —Me mordí el interior de la mejilla y lo escuché con atención—. Tanto él como yo llevamos muchos años en esto y sabemos reconocer a un diamante en bruto cuando lo hay. Eres un orgullo para todos los españoles que siguen nuestro deporte —me halagó abiertamente.

—Muchas gracias —Sostuve con fuerza la falda del vestido y continué subiendo la pendiente mientras mis mofletes se iluminaban bajo las farolas del centro de Mónaco—. No sé si es talento. Solo sé que me esfuerzo para estar a la altura —especifiqué.

—Y estás cumpliendo con creces —declaró Alonso.

—Bueno ... En Ferrari siempre se puede ser mejor —argumenté.

—Ciertamente —admitió él—. Cuando estás en Ferrari ... Sé lo que se siente —Sus palabras me llevaron a mirarlo. Había algo de nostalgia en su voz y en su mirada, que apuntaba a un lugar desconocido para mí del sendero que atravesábamos—. Es tu hogar. Quieres que lo sea porque, de alguna manera, ellos tienen la esencia de la Fórmula 1 y te atrapa —dijo, dando de lleno en el asunto—. Necesitas dar lo mejor de ti. Te lo piden el cuerpo y el corazón.

Sí. Esa era la sensación en la sede de Ferrari. Un equipo con tanta historia debía apuntar alto, sin importar los inconvenientes. Todos en la fábrica se tomaban su papel como algo fundamental para el correcto funcionamiento del equipo porque lo era. Nadie resultaba prescindible. Hasta el último mecánico de Maranello ponía su grano de arena en los proyectos, yendo más allá de la Fórmula 1. Pertenecer a un grupo de gente tan entregada y comprometida con su labor me hacía mejor y amaba que mis latidos se revolucionaran cada vez que entraba en Maranello.

Me preguntaba si ocurriría igual en otros equipos, pero algo me decía que nada se comparaba con el ambiente de Ferrari y esos aires melancólicos que rondaban a Fernando aquella madrugada me confirmaron lo que ya sospechaba.

—Es sacrificado, pero es un esfuerzo que hago con mucho gusto —desvelé en voz alta.

La brisa nocturna agitó mi cabello y tuve que devolver un par de mechones tras mi oreja derecha.

—Sí. Supongo que sí. Aunque a todo el mundo no le funciona —aseveró—. Estar allí, quedarse, es más complicado de lo que parece en un primer momento. Ya sea por interés, por devoción o por amor a nuestro deporte, aguantar en la Scuderia es difícil.

Su reflexión sacó a flote ese miedo latente del que no me deshacía.

Me mantuve pensativa durante unos segundos. Llevé ambas manos tras mi espalda, meditabunda.

—Como persona que lo ve desde fuera del equipo ... —Empecé a exponer—. ¿Crees que no encajo allí?

Alonso esperó. Dio unos cuantos pasos, digiriendo mi cuestión y analizándola con todo lujo de detalles.

—¿Lo dices por algo concreto? —Curioseó.

No sabía si estaba haciendo bien al preguntarle a un rival, pero quería sacarme esa espinita que se clavaba más y más en mi pecho.

—Varias personas están convencidas de que no es mi sitio y ... Supongo que quiero la opinión de alguien que entiende y que ha vivido dentro de Ferrari —le fui completamente sincera al respecto; no ganaba nada mintiendo.

—¿Estás segura de que te fías de mí? —La melodía de una suave risa me arrancó la décima sonrisa del paseo—. Podría estar planeando una forma de traerte a mi equipo —espetó, haciéndose el gracioso.

—Podrías intentarlo, pero no tengo ningún interés en Alpine. Lo siento —me reí.

Nos habíamos presentado formalmente veinte minutos atrás y parecía que nos conocíamos desde los inicios de la temporada. Fernando era formidable relacionándose con el resto, aunque sentía que no se comportaba de ese modo con todo el mundo y que quería entablar una relación de amistad conmigo. No había intereses porque ya debían de haberle advertido que se toparía con una chica terca y enfocada en su carrera profesional, sin ansia de traicionar a la familia que le había dado la bienvenida. El único objetivo que vislumbraba en su simpatía era el de saciar su curiosidad acerca de la joven española que había acabado en el muro de Ferrari y podía permitirme estar relajada si solo se trataba de eso.

—Yo tampoco tengo mis ilusiones en Alpine, la verdad ... —me confesó, abandonando las bromas por un instante para compartir sus planes privados y profesionales conmigo—. Bueno, sobre lo que me preguntas ... ¿Me permites un consejo? —pidió mi permiso antes de entrar en materia.

—Claro —lo miré, expectante.

Alguien experimentado y curtido en el campo de batalla del automovilismo podía mostrar sus cartas o, simplemente, echarle una mano a la novata que, en el fondo, también aceptaba críticas constructivas si venían de las personas adecuadas.

—Escúchate a ti misma —declaró, firme—. Eso no quiere decir que no escuches a los demás, pero eres nueva en esto y pueden aprovecharse de tu falta de experiencia o de tus inseguridades. No digo que las tengas, aunque sería muy normal que las tuvieras. En realidad, todos pasamos por ahí. Incluso yo —Se incluyó en dicho grupo de dubitativos—. El principio es duro porque buscas tu lugar entre tantos equipos y personas a las que admiras que ... Es natural dudar cuando te llegan ofertas suculentas. Ofertas que, en otras circunstancias, tomarías sí o sí —confirió—. Sin embargo, lo importante es cómo te sientas tú en el equipo. Debe ser algo recíproco. Puedes dar la vida por ellos, por tus pilotos, pero también necesitas recibir algo más que un sueldo. Necesitas sentirte querida —concretó al final.

En realidad, no auguraba un consejo tan emocional como aquel. Entendí que incluso el gran Fernando Alonso era humano y que los grandes pilotos dudan. Al fin y al cabo, son humanos y mortales. Muchos se echan una capucha y fingen ser los amos de un cortijo que los sigue allá donde vayan y las palabras de Alonso me hicieron pensar que él nunca se atribuyó habilidades o derechos que no le correspondían.

A mi mente viajaron los momentos que pasaba con Carlos y Charles, con Mia, Ricky y Xavi. Xavi era más difícil de tratar que los demás, pero nos llevábamos bien. Aprendía de todos ellos y me arropaban como si fuera un pollito recién nacido, aunque no menospreciaban mi trabajo ni desmerecían mis fallos. Al contrario, me enseñaban a corregirlos y a forjarme una entidad como ingeniera.

—Me siento querida —dije.

—¿Y es suficiente?

Si dudas significa que tu determinación no es tan férrea como creías.

—No lo sé —musité.

Un Porsche pasó a nuestra izquierda y rugió con intensidad, despertando a una Helena que todavía no encontraba su sitio.

—Esa es la respuesta que buscas —Guió mis ideas.

No estaba equivocado.

—Supongo que sí —Inhalé—. Gracias.

—No hay de qué. De todos modos, para los ingenieros, todo es un juego de estrategias. Juega tus cartas, Helena —me aconsejó sabiamente—. La temporada es larga y estoy seguro de que muchos llamarán a tu puerta.

Ser fiel a mis principios era fundamental para mí. No obstante, la tozudez no podía bloquear los múltiples futuros que ya se estaban presentando. Si no estaba destinada a quedarme en Ferrari, encontraría la paz en otro equipo.

Charles también lo sabía y procuraría que charlásemos sobre ello en Maranello. Era uno de los puntos de la lista.

—Eso haré —Entrelacé mis dedos y me prometí abrazar todas y cada una de las ofertas de trabajo que me llegaran a lo largo del año—. La paciencia es una virtud.

—Lo es —Confirmó.

—Ah, y prefiero que mis amigos me digan Lena —le informé.

El edificio de nuestro hotel se erigió a pocos metros. Al girar una esquina, la voluptuosa entrada nos saludó entre luces y farolas que alumbraban la zona.

—¿De verdad? —Subimos los últimos peldaños—. Vaya, entonces Charles no debe de ser tu amigo —especuló de repente—. Solo decía Helena esto y Helena lo otro.

Me chupé los labios, consciente de que el Charles borracho era más evidente y cristalino. Si Fernando Alonso se había percatado de que la relación que nos unía no se limitaba a la de compañeros de trabajo, otros podían haberlo visto en la actitud de Charles. Sin embargo, guardar el secreto ya no estaba en mis objetivos y ocultarlo deliberadamente solo me haría sentir más cobarde.

Me detuve frente a la imponente cristalera. Un par de puertas giratorias captaron mi atención.

—Charles es más que un amigo —hablé.

Se hizo el silencio y él desgranó el mensaje que había en mi aclaración.

—Ya veo —Su pausa me dio a entender que lo había captado—. Es un buen chico y un piloto brillante.

—Sí —El sonrojo me dejó indefensa—. Es una persona maravillosa.

El hall estaba vacío. Solo localicé a un empleado tras el mostrador principal.

—Pues también te deseo suerte con él, aunque creo, sinceramente, que ya has ganado esa batalla —comentó el veterano.

Con la vergüenza carcomiendo mis mejillas, modifiqué su suposición.

—Es una lucha más larga de lo que pensaba.

El final de esa pelea conmigo misma se acercaba, pero parecía que siempre surgía algún problema que lo retrasaba.

—Los esfuerzos merecen la pena. No desistas, en ninguno de los casos —Me volví hacia él, observando la tranquilidad que transmitía al hablar. Se sentía a gusto en mi presencia y yo, siendo una persona bastante asocial, había estado relajada y serena desde que intercedió por mí en el club—. No sé dónde terminarás, pero debería ser aquí, en Fórmula 1 —Extendió su mano derecha hacia mí—. Hacen falta talentos como tú, Lena, y espero que sigas en primera línea durante mucho tiempo.

No tenía ni la menor idea de lo que ocurriría al acabar la temporada. Había muchas incógnitas uno todas me daban la seguridad que tanto ansiaba, pero aprendí a valerme por mí misma en el peor momento de mi vida y sobreviví. Por lo tanto, embarcarme en una aventura sin rumbo fijo no debía quitarme el sueño. Superé obstáculos peores después de que muriera mi madre. Además, no estaba tan sola como en aquel entonces. Incluso desconocidos como Antonio Lobato y Fernando Alonso apostaban por mi labor en el deporte y eso fortalecía mi espíritu a unos niveles insospechados.

Saldrás adelante, Helena.

Agradecida, agarré su callosa mano y la apreté con suavidad.

—No me moveré de aquí, Fernando —le aseguré, sonriendo de oreja a oreja.

Veinte minutos después, salía de la ducha. Mientras mareaba mi cabello con una toalla para secarlo cuanto antes, revisé la hora. Todavía tenía algo de tiempo, así que me tiré sobre la cama y cerré los ojos en un último intento por descansar.

Cinco segundos de paz fue todo lo que reuní, pues el tono de llamada de mi móvil alertó de que alguien quería contactar conmigo a pesar de ser tan tarde. Solo se me ocurrió que Julia quisiera saber de mi paradero, pero la pantalla no mostraba su nombre, sino el del chico que había buscado desesperada hasta que un par de pilotos se cruzaron en mi camino.

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Con una sonrisita bailando en mi boca, desbloqueé la llamada.

Sí?

Ah, Helena —El ruido y la música se colaban por el altavoz a raudales. Deduje que seguía en el club—. Acabo de ver tus llamadas perdidas. Perdóname. Dejé el móvil en una mesa del reservado y no ... —dijo, justificándose.

—No pasa nada —Lo frené—. ¿Te lo estás pasando bien?

Sí. Creo que sí —admitió Charles—. ¿Y tú?

—Ya no estoy allí —Peiné mi cabello mojado con un par de dedos—. Necesitaba tumbarme un rato y volví al hotel.

¿De verdad?

—Tengo un vuelo en tres horas —le recordé.

Al decir aquello, casi pude ver cómo abría los ojos en grande y se insultaba entre dientes.

Joder, es cierto. Y yo aquí llamándote cuando ... —se lamentó.

Pero yo no quería que se culpara por una nimiedad.

—Gracias por llamar, Charles —lo interrumpí adrede.

Su nombre sonó más melódico de lo normal. Había añorado llamarlo así, sin sentimientos encontrados ni malestares estúpidos como los que me habían perseguido esos días.

Hubo una pausa en la conversación y me valió para imaginar la sonrisa que estaría intentado controlar en algún pasillo de aquel local laberíntico.

¿Querías decirme algo? —se pronunció de nuevo.

Inspiré con tanta fuerza que él debió escucharme.

—Quería decirte muchas cosas —reconocí.

Hablas en pasado —indicó.

—Quiero decirte muchas cosas —volví a decir, más suave que la primera vez.

Charles se aclaró la garganta. Solía hacerlo siempre que quería ocultar su emoción.

¿Cómo cuáles? —preguntó.

Entrecerré los ojos. Me notaba cansada después de la ducha caliente, pero había sufrido por falta de sueño en otras ocasiones y no me encontraba tan mal como debería.

—Son demasiadas —especifiqué.

Puedo escucharte toda la noche, chérie —No tardó ni un segundo en exponer su desesperación por oírlo y fue tan tierno que, irremediablemente, se me escapó una risa tonta —. ¿A qué viene esa risa? —me espetó, riendo más que yo—. ¿Sigues borracha?

—Te dije antes que casi no he bebido —le rebatí—. Es que ... Esta conversación me está recordando a las primeras llamadas que nos hacíamos. Eran torpes y bonitas —comenté con un halo nostálgico abrazándome—. Muy bonitas.

Solo habían pasado unos meses y sentía que llevábamos milenios juntos. No estaba segura de que fuera bueno sentirlo así. ¿Fuimos demasiado rápido?

Helena, sé ... Sé que no todo será bonito. No quiero pintarlo como un cuento de hadas porque habrá problemas. Ya los estamos teniendo —Apuntó, dando en el clavo—, pero también sé que, si es por ti, merecerá la pena. No importa lo que pase, confío en que podremos avanzar —Su escueto discurso agitó mis pensamientos negativos y, de pronto, solo quería creer ciegamente en nosotros—. ¿Sigues sin querer responderme?

Me había quedado callada porque su voz sedaba mi alma en sentidos utópicos. Mi lado más egoísta planteó un escenario en el que le pedía que continuara hablando de cualquier cosa con tal de no perder la cadencia de sus frases ni ese deje afrancesado que se inmiscuía en su inglés a todas horas.

Me noté aturdida y, para remediarlo, cambié de posición. Me tumbé sobre mi costado izquierdo, llevando conmigo el teléfono. No quería perder su voz.

Él era mi fuente de consuelo.

—Estaba pensando en qué podrías haberle dicho a Fernando Alonso sobre mí —Rescaté de la hemeroteca más reciente.

¿Quién te ha dicho que he hablado con él?

Charles sonó muy sorprendido y algo lento, como si hubiese repetido mis palabras mentalmente antes de realizar la pregunta.

—Un pajarito —bromeé.

Hmmm ... —Aquel ronroneo se ensartó en mí. Deseé haberlo sentido en mi nuca o en alguna zona que me produjera una sensación aún más erógena—. Puede que le haya dicho lo buena ingeniera que eres y lo valiosa que te has vuelto para el equipo. Puede que le haya dicho algo más, como que me encanta escucharte en mi radio y que cuento los días para el próximo fin de semana, para tenerte cerca sin excusas baratas —Mis comisuras se habían extendido demasiado y tuve que controlar la sonrisa a cambio de conservarlas—, pero no me acuerdo bien, así que ...

—No sabía que el alcohol te hiciera más adorable de lo habitual —le acusé de un delito que debería estar penado por la ley.

Palpé las sábanas de mi cama.

¿Cuánto tiempo hacía que no dormíamos juntos?

¿Crees que soy adorable borracho? —se carcajeó, encantado por el rumbo que tomaba aquella llamada—. ¿Estás coqueteando conmigo? Lamento decirte que no tienes oportunidad.

—¿No? —Me mordí el labio inferior, pero no pude aplacar la sonrisa.

No. Hay una chica esperándome en Maranello —declaró con una seguridad aplastante e impropia de alguien que hubiera bebido más de lo habitual.

—Esa chica tiene mucha suerte —dije yo—. Pensé que los pilotos tenían aventuras constantemente.

—¿De dónde has sacado eso? ¿Otro pajarito? —exclamó, tratándolo de escándalo.

—Lo oí por ahí —Evité la explicación real, esa en la que mi abuela repitió dicha idea hasta que me marché de Jaén—. Entonces, ¿no quieres venir a mi hotel? —insistí—. Puedo dejar la puerta abierta para ti, Charles Leclerc.

Ni mi tono seductor ni la posibilidad de reunirse conmigo consiguieron que Charles desbaratara su teatro.

Solo la quiero a ella —Afirmó, impasible—. No me interesas ni un poquito, tesoro.

—¿Serías tan amable de decirme su nombre? —proseguí con la historia que él había iniciado—. Me gustaría mirarla mal la próxima vez.

No sabes quién es —declaró, muy tranquilo—. ¿Te suena el apellido Rivas?

Con media sonrisa en los labios, sentí otra avalancha de reposo.

—No. No me suena de nada —mentí.

Es una pena —Él suspiró con fuerza—. Todo el mundo debería conocerla.

Me descubrí haciendo un puchero a la nada. Esa copa de vodka debía tener efecto retardado.

—Con que me conozcas tú, es suficiente —Rompí el juego.

Protegeré nuestra privacidad —Hundí el rostro entre las sábanas blancas—. Haré lo imposible para que las cámaras nos dejen tranquilos. Te prometo que podrás ser tú misma, sin miedo a que los demás saquen de contexto cada gilipollez.

—Yo también quiero prometerte algo —expuse.

¿El qué? —Había desconcierto en su voz.

—Te prometo que la chica que te espera en Maranello dirá todo lo que necesita contarte cuando os veáis allí.

¿Y por qué no ahora? —Actuó impaciente, algo raro en él.

¿Podía decirle lo que sentía y no ser injusta con nuestros sentimientos? No. Si hablaba, estaría dejándolo en una agonía difícil de soportar.

—Porque no puedo decir cuánto te quiero sin tenerte delante —le fui más sincera que nunca—. Necesito mirarte a la cara cuando lo haga.

El ajetreo de la fiesta que seguía a su alrededor fue todo cuanto oí en los siguientes segundos. No le culpaba porque era la primera vez que lo expresaba de forma directa. Charles no tenía ninguna duda del amor que yo sentía, pero suponerlo y creerlo eran estados muy diferentes a escucharlo de mi propia boca. Si a eso le sumábamos el hecho de que sus sentidos no estaban al cien por cien, habría apostado mi mano derecha a que el rubor embarró su tez tanto como para olvidar que tenía unas cuerdas vocales útiles a su disposición.

Tuve que revisar la pantalla para asegurarme de que la llamada seguía en curso.

Te he ... ¿Te he dicho alguna vez que tengo un jet privado? —Cambió de tema.

—¿Tienes uno? —Contuve una risa.

Bueno, técnicamente no es mío. Me lo prestan, pero puedo llevar a quien me apetezca y podría llevarte a cualquier parte del mundo —explicó—. No tendrías que coger ese avión dentro de tres horas.

—No es justo que a mí me lleven como a una reina y que el resto de ingenieros y mecánicos tengan que coger un avión en clase turista —me quejé, poco ilusionada por el plan que me proponía.

Tu sei la mia regina —Atacó él de vuelta.

—Deja las zalamerías, Charles —le pedí. Al parecer, la bebida también le hacía más perseverante—. Para empezar, ¿por qué me subiría a ese jet? ¿Qué gano con eso?

Haríamos las paces —abrevió.

—¿No ha sido suficiente lo de antes? —Agudicé el oído.

No.

Su cabezonería me hacía mucha gracia. Yo tendía a ser la obtusa en nuestra relación y él se estaba comportando como un niño caprichoso en esos momentos. No me molestaba. Charles no era una persona egoísta, y menos conmigo, así que tuve un instante de debilidad y quise concederle cualquier antojo que demandara.

—Podemos hacer las paces por teléfono —Me mantuve en mis casillas, estricta.

Tampoco —se negó.

—¿Y por qué no? —Indagué en su decisión.

No podemos follar por teléfono —dijo con toda naturalidad.

El sobresalto me obligó a sentarme en la cama. Lancé un suspiro de indignación que a él debió divertirle soberanamente.

—¿Quién ha dicho que hacer las paces signifique ...?

Yo. Lo he dicho yo —me interrumpió.

Con cierta sorna, sonreí a la pared de la habitación y miré mi móvil.

—Vale —respondí—. ¿Sabes lo que digo yo?

Sorpréndeme, mon amour —solicitó Charles.

—Buenas noches —me planté.

Él se removió con una celeridad asombrosa.

¡Sé cuál es el número de tu habitación, Rivas! —alzó la voz, aunque intercambiando mis apellidos para que nadie pudiera identificarme como su interlocutora.

—¡No tendré sexo contigo en un avión privado que ni siquiera es tuyo, Leclerc! —le reclamé la idea tan inadecuada que había dejado caer mientras me reía por la inverosimilitud que bañaba ese escenario.

Mis carcajadas se prolongaron un poco más de tiempo, haciendo las delicias de los embotados sentidos del chistoso chico que se empeñaba en una locura como aquella.

Puede que no consiga que lo hagamos a mil pies sobre el suelo, pero esas risas me sirven —alegó, dichoso—. Tengo la sensación de que han pasado meses desde que te oí reír.

—Sí —admití—. Ha sido una eternidad.

Una eternidad será lo que tendré que esperar para volver a casa —lloriqueó al otro lado de la línea.

—Ya estás en casa, Charles —le corregí yo.

No estoy hablando de Mónaco, chérie —comentó, muy relajado.

La emoción de su mensaje me dejó muda.

—Son ... Son menos de cuarenta y ocho horas —logré contestar.

¿Y te parece poco? —Atacó de nuevo.

Parpadeé varias veces, pero la picazón en mis ojos no remitió. Por el contrario, ayudó también a que se me cerrara la garganta y a que me debatiera con mi lado más objetivo porque, en un arranque de irresponsabilidad, podría haberme puesto en pie y haber salido de mi cuarto para reunirme con él. Me templé en cuestión de segundos, reprimiendo esos impulsos que me habrían echado a su brazos si no hubiese tenido una cabeza funcional sobre los hombros.

—Se está haciendo tarde —Intenté escapar de su picardía.

Proclamándose vencedor, escuché cómo reía. Su risa característica me sacudió el pecho. Embelesada con el sonido, aguanté la respiración.

Deberían darme un premio por ser la única persona capaz de convertirte en la chica más tímida del universo —se jactó del poder que ejercía sobre mí—. Piénsalo, ma belle ... Yo estoy solo, tú estás sola ... —Siguió diciendo como un completo deslenguado. Naturalmente, me esforcé mucho para no romper a reír—. ¿Por qué no podemos hacernos compañía, eh?

—Cállate ... —Me cubrí el rostro con la mano, notándolo hervir.

Charles me dio entonces un pequeño descanso. Solo se oían las voces lejanas de personas que pasaban por el mismo pasillo en el que se había cobijado para hablar conmigo, aunque cortó aquel flujo de ruidos inconexos tan pronto como su frágil paciencia se evaporó.

¿No quieres que pase a recogerte? —propuso, más sobrio y formal—. Puedo llevarte al aeropuerto.

—Ni hablar —Moví la cabeza—. Has bebido. Nada de conducir esta noche. Quédate allí y pásalo bien, ¿vale?

De acuerdo ... —Resopló sonoramente.

Medité cómo terminar esa llamada sin resquebrajar mi corazón y sin maltratar más aún el suyo.

¿Por qué no podía huir con él y olvidar todo lo demás? ¿Por qué nuestra vida no podía ser más sencilla? ¿Por qué yo no podía afrontar nuestros sentimientos de un modo más sano?

Los reproches estaban bien: me obligaban a analizar determinadas conductas que solía tratar con normalidad y que, desde luego, tenía que cambiar si quería una vida a su lado.

No lo pienses tanto, Helena. A veces, no se trata de pensar, sino de actuar.

Respiré y entreabrí los labios, dispuesta a regalarle esa alegría que no pude transmitirle horas antes.

—Tu amigo me interrumpió y no pude decirte que me encantaría intentarlo porque quiero que seas muy, muy, muy, muy feliz. Creo que, a pesar de todo, soy capaz de darte esa felicidad y de ser feliz a tu lado —Tragué saliva, sonrojada y esperanzada—. Nunca he sido infeliz contigo, Charles. Non c'è futuro infelice con te —Paré, me rearmé y puse el broche final a mi réplica—. Esa es mi respuesta. Buenas noches, campeón.

No le di la oportunidad de hablar. Sin nada más que añadir, pulsé el botón rojo y colgué.

Eché al aire un largo suspiro y cerré los ojos.

Había sido un día infinito. Parecía no tener un fin a la vista, pero me había sacado tal peso de encima al decirle aquello que tenía la sensación de haber descansado durante doce horas seguidas.

Sintiéndome en paz conmigo misma, me desplomé sobre el cómodo colchón y escuché el estrepitoso pálpito de mi corazón que, alterado, felicitaba a una Helena que había sido capaz de abrirse como Charles merecía.

Helena Rivas Silva.

El sonido de un mensaje en mi bandeja de entrada movilizó mi brazo. Cogí el teléfono y leí sus palabras en la pantalla bloqueada.

Charles 🏎

Non essere sciocca, Rivas
Tu mi rendi sempre felice

3:01 a.m.

Buona notte, cara mia ❤️

-39h:28m:21s

3:02 a.m.

Esa cuenta atrás me hizo sonreír.

—Supongo que ahora también me llamará así ... —farfullé, aliviada, mientras releía los mensajes.

Porque él acepta quién eres y tú también debes aceptarte, con lo malo y lo bueno.








🏎🏎🏎

Capítulo largito para celebrar la pole del niño en Spa uwu

El invitado sorpresa era don Fernando Alonso y parece que le han hablado muy bien de Lena 😏😏
¿Que significará eso? ¯\_(˶′◡‵˶)_/¯
Encima aparece en Fortuna justo hoy que es su cumple xDDDD
MAGIC ALONSO, MI GENTE 🧎🏻‍♀️🧎🏻‍♀️🧎🏻‍♀️

Btw, os veo muy intrigadas acerca de Max y su comportamiento hacia Helena
¿Qué creéis que pasa ahí? 👀

Espero que la conversación telefónica haya servido para reafirmar esa reconciliación entre Charles y Helena 🫶🏻
Veremos qué pasa en Maranello dentro de unos días 🙄

Os quiere, GotMe 💜❤️

29/7/2023

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