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50 || il più fortunato

Helena Silva

Para mi alivio, la tarde terminó pronto y pude regresar al hotel tras escabullirme de las decenas de cámaras que esperaban a los ingenieros de Ferrari en cada esquina del recinto con la intención de sonsacarnos información y saber mas del fallo humano que había sacado a Charles del pódium. No volví a encontrarme con él esa tarde. De alguna retorcida forma, el destino parecía estar alejándonos adrede, aunque no sería por mucho tiempo porque Bakú llegaba en menos de dos semanas y yo era la encargada de su radio allí, así que tendríamos que hablar cuanto antes para llegar a un acuerdo y manejar la situación como mejor pudiéramos, teniendo en cuenta nuestra relación y los objetivos del equipo.

Al llegar a mi habitación, dejé mi bolso en el suelo y tiré el móvil sobre la cama. A continuación, me lancé al colchón y no duré ni un minuto despierta porque el sueño y el cansancio acumulados me engulleron en un santiamén.

No soñé absolutamente nada, pero descansé. Unas horas más tarde, con la llegada de Julia a mi habitación, la oscuridad de la inconsciencia me dejó libre y escuché las alegres palabras de mi mejor amiga mientras me incorporaba en la cama.

Ella, al tener la segunda llave que abría mi cuarto, solo tuvo que pasar aquel pedazo de plástico por el lector y entrar como un verdadero torbellino.

—Vístete. Vamos, se nos hace tarde —ordenó Julia.

—Estoy vestida —dije, desperezándome.

—Con tu camiseta de Ferrari, sí, ya lo veo —señaló, muy indignada—, y no pretenderás salir de fiesta así.

—Es que no pienso ir a ninguna fiesta, la verdad ... —aclaré, entrecerrando los ojos por la fuerza de las luces recién encendidas.

—Helela Rivas Silva.

Abrí los ojos. Estaba tan cansada que podría dormir cinco horas más del tirón. ¿Pensar en salir de fiesta cuando apenas lograba tener los párpados levantados durante dos segundos? No sabía si Julia estaba demente o si me había despertado en una realidad alternativa en la que el sueño era sobrevalorado por todos, excepto por mí, claro.

Si no dormía mis horas, me convertía en la persona más desagradable y antipática que el universo hubiera recibido alguna vez. Ya tenía demasiadas cosas en la cabeza como para añadir un descanso deplorable, de esos que me ponían hecha una furia.

Me estiré, acoplando fuerzas de la nada, y apoyé la espalda sobre el cómodo colchón.

—No me gusta que me llames por mis dos apellidos ... —refunfuñé.

Que lo hiciera implicaba una riña y no era simpatizante de los sermones. Los odiaba desde pequeña.

—Y a mí no me gusta que seas una perezosa —Atacó de nuevo—. Los chicos están en una discoteca del centro. Carlos me ha suplicado que te lleve y que lo pases bien y yo estoy muy de acuerdo con él.

Un tanto desconcertada, contemplé el techo blanco de mi habitación y digerí lo que Julia acababa de decir.

—¿Los chicos? —repetí, suavizando la voz.

Esa ventana medio abierta se cerró con la siguiente intervención de Julia.

—Charles no está allí —me comunicó. Yo respiré mejor después de saber aquello y me centré en contar los pasos que daba a través de la estancia—. Vamos, Lena —me animó—. Solo quiero que te despejes y que te diviertas un poco. Necesitas reírte un rato. ¿Sabes que la risa alarga la vida y que, a este paso, te morirás antes de los cincuenta?

Una pequeña sonrisa osciló en mis comisuras resecas.

—Sí, claro ... —balbuceé.

—Lo digo en serio —expuso, escandalizada por mi claro escepticismo—. Vas a vestirte con el vestido que te he traído y vamos a ir a esa discoteca. Deberías estar celebrando la segunda posición de Carlos. También ha sido gracias a ti —recitó. Sonaba molesta. Le molestaba mi comportamiento. Incluso a mí me irritaba ese agotamiento emocional—. ¿Vas a dejar que lo celebre solo? Casi todo vuestro equipo está hibernando o de camino a Maranello —justificó la soledad a la que se exponían mis pilotos aquella noche—. No es justo que te pases el resto de la noche aquí durmiendo para evitar llorar —incluyó en su discurso motivador—. La Lena que yo conozco no haría eso por ningún hombre. Ni siquiera por Charles Leclerc —sentenció, más agria que nunca.

Aunque Charles fuera el principal motivo de mi escasez de energías, no era solamente por él y por nuestras constantes discusiones. Me sentía frustrada conmigo misma y la incomodidad influía mucho en ese halo soporífero que me envolvía. Además, pasar la noche anterior en vela no me había beneficiado ni una chispa de cara a reconsiderar las decisiones tomadas y planear una manera sana y sólida de charlar con él sin vernos acorralados por nuevos enfrentamientos que nos harían retroceder en círculos.

—Mi avión sale a las nueve de la mañana —le expliqué, todavía bocarriba sobre la cama.

Escuché cómo sacaba algo de mi maleta. Probablemente buscaba mi neceser, donde guardaba el maquillaje y los cosméticos que viajaban conmigo de una esquina del mundo a otra.

—Ya has dormido como cuatro horas desde que volviste. Son las once y media —Aquel dato me hizo suspirar, consciente de que había razón en su monserga—. Estaremos de vuelta en el hotel antes de las tres. Te lo prometo —Ante mi silencio, insistió aún más—. ¿Por favor?

Casi podía ver sus ojos de cervatillo, radiantes y pardos como un bosque otoñal, plagado de colores cálidos y tonos hogareños.

—Agh ... —Me masajeé las sienes con mi mano derecha y guardé un breve silencio. Derrotada, hablé—. ¿Qué vestido es?




Freal Luv (ft. Marshmello, Chanyeol & Tinashe) - Far East Movement

Embutida en un vestido de paño suave, de un color azul marino oscuro, que tenía alguna que otra son holgada y me dejaba respirar correctamente, llegué a aquella discoteca del brazo de Julia. Ella no se cansaba de animarme y de recordar todo lo bueno que había sucedido ese día. No era poco; el P2 de Carlos debería ser todo en lo que pensara. Por supuesto que quería celebrarlo. Esa posición tan ventajosa me hacía creer que pronto llegaría su primera victoria en el deporte y que, con algo de suerte, yo participaría en dicha hazaña.

Mientras elucubraba sobre todo ello, llegamos a una de las salas principales y mi ser más social tuvo que salir de su cueva para recibir las felicitaciones de los conocidos y desconocidos con los que nos tropezábamos. Había caras de nuestro equipo y compañeros de otras escuderías que me abordaron de camino a la barra, gritando para que los oyera por encima de la música house que sonaba en la abarrotada sala. Carlos y Lando la habían reservado, pero, durante la primera media hora que pasé por allí con Julia, no hubo rastro de ellos.

Solo me había tomado una copa. No me apetecía beber. Ni siquiera había cenado, así que tomar cantidades ingentes de alcohol aquella noche no era mi objetivo. Solo me dediqué a despejar la mente y ocuparla en el ritmo de las canciones o en las risas de Julia, tan pegadizas como siempre.

Antes de darme cuenta, estaba con mi mejor amiga, perdida en medio de la pista de baile. No me importó sentir otros cuerpos a mi alrededor. El lugar estaba lleno, pero me sentía mucho más liberada que cuando desperté de la siesta. Rara vez me notaba tan bien en un club. Mi cuerpo debía estar pidiendo un respiro después de soportar toneladas de tensión que, poco a poco, fueron evaporándose y me dejaron disfrutar, como una chica normal, de algo tan corriente como dar vueltas en un club y olvidarme del trabajo, de mis relaciones frustradas y de ese corazón que se resquebrajaba en mi pecho.

Al rato, miré al lugar que Julia había ocupado gran parte de la velada, a mi derecha, para descubrir que su cabellera rubia oscura ya no estaba por ninguna parte. La llamé varias veces. No hubo respuesta alguna. La música estaba demasiado alta. No podía encontrarla dando gritos, por lo que analicé todo lo que pude a la gente que tenía relativamente cerca.

Ella no aparecía y yo empecé a preocuparme.

El pánico no me ganó la partida. Lo gestioné como una adulta a la que le gustaba poco verse sola en una multitud de rostros borrosos y luces de vibrantes colores que me cegaban cada cinco segundos.

Ocurrieron varias cosas durante esos minutos de agobio.

Primero, tragué saliva y pestañeé ansiosa. También saludé a algunos conocidos del paddock por decoro y me moví de aquel punto de la sala para tener otra perspectiva. Me alejaba del mayor cúmulo de personas cuando una mano rozó mi espalda. Un chico me confundió con otra persona y se disculpó, pero yo no dije nada y me giré. Al hacer un movimiento tan descuidado, los tacones negros me jugaron una mala pasada y estuve a las puertas de caer de bruces contra el suelo.

Me habría partido la crisma de no ser por un segundo brazo que se presentó ante mí justo en el momento oportuno. Atraparon mi cintura al vuelo y, a pesar del desconcierto que sacudía mis sentidos, identifiqué sus músculos tan pronto como los sentí pegados a mi vientre, a modo de cuerda que me socorrió con una certeza que ya había percibido en anteriores ocasiones.

Solo conocía a un hombre cuyos reflejos fueran así de rápidos. En realidad, conocía a más de uno, pero él los demostraba de un modo distinto. Un modo que había registrado en mi fuero interno como si se hubiera convertido en una parte de mí. Podía reconocerlo con los ojos cerrados y fue mi memoria muscular la que se aferró a su antebrazo, recuperando el equilibrio.

Me incorporé con apremio y, de repente, fui acorralada por un extraño calor que oprimió mi garganta. Lo miré bajo los fuertes focos de luz y me pregunté por qué estaba allí. Julia dijo que no asistiría a ese club.

Obviamente, su información no estaba actualizada porque Charles Leclerc tenía su brazo rodeando mi cintura a pesar de que ya no había peligro de que me cayera. Me abrazaba las caderas con fuerza, temeroso de que volviera a desestabilizarme. Para huir de tal escenario, mi primer impulso fue tomar su costado, agarrando la camisa beige que ocultaba su torso de las miradas que comenzaban a fijarse en el piloto de Ferrari. Me percaté de lo que hacía, pero no me retracté de empuñar la tela de su camisa. Ni siquiera me arrepentí de hacerlo cuando levanté la cabeza y nuestros ojos colisionaron bruscamente.

No hubo palabras. Duramos una eternidad mirándonos. No estuve segura de haber parpadeado ni una sola vez. Él sí parpadeaba. Era su método más fiable para asimilar que me tenía a pocos centímetros de distancia y de que no era ningún espejismo.

La mezcla de tonos se derramada en su tez y aquel color almendrado que la bañaba de día se tornó más oscuro, más atractivo, más despiadado.

Unas olas abrasadoras alcanzaron mis mejillas. Lenguas de fuego atraparon mi cuello y perdí la capacidad de hablar por completo. No obstante, alguien pasó por detrás de mí y, al hacerlo, me empujó todavía más contra el pecho de Charles, que no dudó en recogerme y romper el contacto visual. Si bien evitó una aparatosa caída doble, no esquivó mi cuerpo.

Evitarlo debe de ser lo último que quiere.

Frente a mí, el cuello abierto de su camisa hizo desastres en los intrincados cauces de mi sistema respiratorio. Vi su piel tostada y me pregunté si tocarlo estaba ya lejos de mis posibilidades. No supe responderme a mí misma porque esos quince centímetros que le alejaban de mi metro sesenta y cinco se divirtieron conmigo y con mi crisis nerviosa. Estar tan pegada a él volvía mucho más evidente la diferencia de tamaño y aplacó cualquier amago de rebelarme contra una cercanía que me mataba y me daba la vida a partes iguales.

Inmóvil, permanecí en la misma posición, prohibiéndome apoyar los dedos en su cálida piel, hasta que la música se detuvo y todos reclamaron una explicación que llegó pocos instantes después, con el sonido agudo de un micrófono conectándose y una voz que Charles y yo conocíamos perfectamente.

Tan pronto como adiviné que se trataba del piloto español de Ferrari, puse ambas manos en su estómago y las utilicé como un resorte que creó una brecha entre ambos.

—¡Hey, hola a todos! ¿¡Se me escucha!? —repitió Carlos, a lo que Charles y yo nos giramos y lo buscamos en lo alto del escenario—. ¡Un segundo de atención! —pidió él, sonriente. Llevaba una camisa blanca holgada y, detrás de su cuerpo, ubiqué a Lando, toqueteando algo en la mesa de mezclas—. ¿¡Dónde está Helena Silva!? —inquirió tras obtener un silencio decente. Todo el mundo empezó a buscarme, mirando en varias direcciones—. ¡Lena! ¿Dónde te has metido? —No fui consciente de que Charles levantó su brazo, ayudando a que el rostro de Carlos se iluminara—. ¡Ahí la veo! ¡Enfocadla, por favor! —Habiendo verbalizado esa petición, tardaron apenas dos segundos en enfocarme con uno de los faroles del escenario con cuidado de no deslumbrarme. Igualmente, el impacto de la luz me forzó a entrecerrar los ojos y alzar mi brazo derecho. Sentí entonces la mano de Charles en mi espalda baja, que me ofrecía un punto de apoyo y seguridad. En especia, eso último—. ¡Justo ahí! ¡Perfecto! —Se aclaró la garganta y prosiguió—. ¡Sé que no te gusta ser el centro de atención, pero es injusto que no se reconozca tu trabajo, amiga! ¡Señoras y señores, quiero un fuerte aplauso para la ingeniera que me ha acompañado hoy hasta el segundo puesto! —Mientras me acostumbraba a la intensidad lumínica, sonreí y procuré no hacerme pequeña ante los vítores de los presentes—. ¡Más fuerte! —gritó Carlos—. ¡Vale, vale! ¡Ahora dejad que diga algo!

La multitud rio a carcajada limpia tras el comentario del alegre piloto que, a mi juicio, se mostraba tan feliz porque ya debía haber tomado alguna que otra bebida.

Su gran sonrisa era transparente como el cristal de las copas que se levantaban en el aire. Me fue imposible no relajar el gesto. También fue imposible no reclinarme con suavidad contra la mano de Charles, que pasó a ser su brazo entero y, al final, también su costado derecho.

—¡Los he visto más rápidos, Carlos! —berreó Lando, desesperado.

—¡Cállate, Lando! —le ordenó al contrario. El temblor, causado por unas risas que no llegué a oír, se extendió a través de la extremidad de Charles—. ¡Lena, ¿me estás escuchando?! —Levanté mi pulgar para él y Carlos agarró la copa que había subido al montículo. La levantó a modo de brindis. Muchos lo imitaron y el detalle me sonrojó más de lo habitual—. ¡Espero que te quedes con nosotros mucho tiempo! ¡Haremos cosas muy grandes juntos! ¡Charles también lo sabe! ¿¡No es verdad, Lord Perceval!? —No moví la cabeza, pero no me cabía ninguna duda de que habría encontrado la sonrisa más radiante y sincera que Charles había dado en toda la noche—. ¡Tenemos mucha suerte de tenerte en el equipo y estoy seguro de que este es solo el principio! —Emocionada, llamé su atención con unos cuantos aspavientos e imité su posición, con un micrófono invisible en la mano—. ¿¡Qué pasa!? ¿¡Quieres hablar!? —Asentí, enérgica—. ¡Joder, que alguien le lleve un micro! ¡Esto no se ve todos los días! —Sus risotadas se extendieron a lo ancho de la sala y siguieron sobrevolando el lugar hasta que un empleado apareció a nuestro lado y me tendió el micro encendido—. ¡Silencio! ¡La joven promesa de Ferrari va a decir unas palabras!

Toqué un par de veces en el micrófono para asegurarme de que funcionaba y cogí aire.

—¿¡Cuántas copas llevas encima, Carlos!?

Nuevas risas se esparcieron por los rincones, acompañando las amplias sonrisas que iluminaban todo a su paso.

De reojo, vislumbré el flash de una cámara. No me importaron en absoluto las fotos que hicieran de aquella escena.

—¡Unas pocas! —respondió a gritos.

Su contestación agrandó mi genuina sonrisa.

Eché un vistazo a mi alrededor. Había decenas de personas mirándome y yo no podía identificar ni a la mitad de ellas, pero quise ser agradecida y dar unas palabras en público. La ocasión lo merecía. Además, la figura de Carlos sobre aquel escenario me animaba a expresar lo que muchas veces guardaba por esconderme de la prensa y de sus preguntas incómodas.

—¡Gracias a todos por venir y apoyar a mis chicos de Ferrari! ¡No se merecen menos! —me limité a decir, ganándome más aplausos de los que una simple ingeniera de pista recibía en su carrera—. ¡Y tú! —Señalé a mi amigo madrileño—. ¡Escúchame bien antes de que pilles la borrachera de tu vida! —Lando se echó a reír, preparado para pinchar la siguiente canción—. ¡Lo próximo es tu primera victoria, ¿de acuerdo?! —grité.

Entre los fervorosos gritos de la gente, Carlos se las arregló y continuó con su discurso. Yo bajé el micrófono y me centré en escuchar su voz.

—¡La primera, la segunda y la tercera! ¡Llegarán si estás con nosotros! ¿¡No creéis!? —La euforia bañó el club—. ¡Bien, bien! ¡Una ronda de chupitos para todos! —Aquello caldeó más los ánimos, pues la mayoría coreó su nombre—. ¡Y quiero...! ¡Shh! ¡Dejadme terminar! —suplicó entre risas—. ¡Quiero otro jodido aplauso para el rey de Mónaco! —espetó, refiriéndose, claramente, al chico que estaba a mi lado—. ¡Sé que hoy no ha sido el gran día que esperabas y que hemos cometido errores, pero te quiero ver más feliz, mate! ¡Piensa que te llevas a Lena en Bakú! —La inercia del momento me hizo sonreír como una niña a la que felicitaban por algo que la hacía muy feliz—. ¡Los números están de tu parte! ¡Charles Leclerc, amigos! —Los aplausos y las voces se multiplicaron—. ¡Il più fortunato di tutta la città!

De repente, Charles se inclinó y me arrebató el micrófono, acercándolo a su boca.

—¿¡Afortunado por qué, Carlos!? —interrogó a su compañero.

Al pronunciarse, el revuelo a nuestro alrededor se acrecentó y el significado oculto en aquel intercambio de inocentes preguntas pasó desapercibido para todos excepto para mí. El alcohol no había causado ningún estrago en mi organismo y comprendí lo que quería transmitir Carlos.

Ruborizada, sentí los dedos de Charles delineando una de las costuras del vestido que Julia me había prestado.

—¡Tú sabes por qué! —aseguró Sainz—. ¡Esta va por ti y por Lena! —alegó y alzó de nuevo su bebida, sentando un precedente en el local—. ¡Hoy no celebro solamente mi segundo puesto! ¡También celebro tenerte como compañero y la llegada de Lena a nuestras vidas! —Dio un largo trago al refrescante licor y se dirigió al piloto de McLaren—. ¡Dale, Lando!

El más joven le robó el micro.

—¿¡Estás sustituyéndome públicamente por Charles y quieres que pinche para celebrarlo!? —exclamó, fingiendo sentirse humillado—. ¡Solo por esta vez! ¡Lena se lo merece! —levantó su copa, mirándome en la distancia —. ¡Tú no, Charles! —concluyó, bromista.

—¡Yo también te quiero, Lando! —Leclerc siguió con la broma—. ¡Felicidades, amigo! —felicitó de nuevo a Carlos, que no cabía en sí de felicidad.

—¿¡Y esos chupitos!? —exigió el español—. ¡No veo a la gente bebiendo!

El ambiente recuperó la vida, pero algo cambió cuando Lando abandonó el juego de platos y eligió la pista que sonaría durante los siguientes minutos. El estruendo resonó en mi carne y viajó por mis poros. Entendí que la fiesta comenzaba en ese momento y que lo que había vivido solo era el aperitivo. El plato fuerte llegaba de la mano de los ganadores.

A pesar del ruido, varias personas se acercaron a nosotros. Querían felicitarme, invitarme a una copa y muchas cosas más que no pude escuchar debido al duro ritmo de la canción de estilo tecno por la que Lando se había decantado.

Sería descortés si no aceptaba, si no me quedaba con ellos, pero no quería eso. Tampoco quería que Charles me soltara, aunque ejecutó dicho movimiento antes de que pudiera retroceder hacia su cuerpo y arroparme con su presencia.

El vacío que dejó al retirarse me tambaleó.

Una de las jóvenes que se habían interesado por mí, sostuvo mi brazo. ¿Planeaban acorralarme, acapararme el resto de la noche?

La velocidad de mi corazón era idéntica a la base instrumental de aquella canción.

Una tercera persona gritó el nombre de Charles, pero yo ya no podía tirarme hacia él. Tenía los flancos bloqueados por caras desconocidas que sonreían y gritaban.

No dejes que me vaya a otra parte, por favor.

No lo expresé en voz alta, pero, sin importar que no separara los labios, el abrigo de su mano se cernió sobre mi hombro desnudo. Le oí disculparse con aquellos individuos. Después, tiró de mí, alejándome de la jauría humana que se lanzaba sobre mí, y me sujetó. Yo tuve la increíble idea de agarrarme de su ropa otra vez y caminar en la dirección que Charles marcaba, yendo él un paso por delante y yo siguiéndole hasta que empujó la pesada puerta de la sala. El chirrido quedó atrás, ya que Charles apretó la marcha y atravesó el pasillo antes de que alguien lo reconociera.

—¿Charles? —lo llamé y él recogió con más delicadeza mi muñeca—. ¿A dónde vamos?

No obtuve respuesta, aunque me escuchó sin problema. Iba a repetir la cuestión, pero unas voces que se aproximaban le forzaron a reformular su estrategia y me arrastró hacia un pasillo más pequeño que se interconectaba con el principal. Al cambiar la trayectoria, me desequilibró un poco y, antes de recuperar la estabilidad, él me echó hacia un hueco en la pared del que nunca me habría percatado. Había espacio justo para una persona, para mí. Sin embargo, él se adentró en la oquedad. La mitad de su cuerpo quedó fuera y yo, encerrada contra la pared de hormigón, recibí su profunda mirada.

Charles impedía que la luz del estrecho callejón me encandilara. Mi pulso volvió a dispararse, consciente de que estábamos solos y de que él había buscado la forma de que lo estuviéramos. Soltó mi brazo y llevé ambas manos a las paredes que me rodeaban, huyendo en todo momento de su cuerpo y del magnetismo que intentaba tumbar mi cordura.

Me estaba quedando muda, así que hablé.

—¿Charles? —insistí, dubitativa.

El color verde de sus orbes ya no guardaba rastro de las sonrisas que había protagonizado en la sala.








🏎🏎🏎

Capítulo nuevo para sobrellevar esta semana de sequía en f1 ^^

No tengo mucho que decir porque ando de viaje, pero creo que ya se va viendo que esta mala racha no durará eternamente 🥹

¿Qué querrá Charles?

¿Le pedirá perdón?

¿O se lo pedirá ella?

¿Arreglarán los problemas que tienen?

¿Helena le declarará su amor por fin?

¿Lo harán en el baño de la discoteca?

¿Saldrá bien esta vez?

Lo averiguaremos la semana que viene 🤭

Btw, ayer vi a Checo Pérez en Madrid haciendo trompos y algunas vueltas con el RB7 que condujo Vettel en 2011 y con el que ganó el Mundial de F1 ese año y sigo sin creérmelo 🤡
Sigo de viaje y estoy muerta de cansancio, pero está mereciendo mucho la pena ^^
Mi fanatismo por la Fórmula 1 está creciendo todavía más y eso siempre es bueno xDD

Nos vemos pronto ♡♡♡

Os quiere, GotMe 💜❤️

16/7/2023

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