49 || stay out!
Helena Silva
Después de una noche en vela, sobre las seis y media de la mañana, mientras Julia dormía plácidamente a mi lado, conseguí contagiarme un poco de ese sueño que la tenía inconsciente desde la una de la madrugada. Dormí casi dos horas, aunque cada veinte minutos mis ojos se abrían de par en par. No pasaba más de treinta segundos estando lúcida, así que aquella extraña siesta fue suficiente para ponerme en pie cuando mi alarma resonó en el cuarto y ambas comenzamos a vestirnos como zombis dispuestas a vagar por las calles de una ciudad fantasma.
También me sentí sin rumbo fijo durante el desayuno. No obstante, tan pronto como llegó Carlos al comedor, tuve que reinventarme a mí misma y charlar con él sobre los detalles de los test del sábado como si todo estuviera magníficamente bien y en mi cabeza solo hubiera lugar para la carrera.
Para mi suerte, Carlos estaba muy concentrado en la carrera y su espíritu e ilusión eclipsaron la gran mayoría de los pensamientos negativos que me embargaban. No fue necesario que fingiera una tranquilidad inventada porque me mantuve bastante ocupada durante las comprobaciones del coche.
La breve reunión de ingenieros y pilotos intentó tumbar la determinación de hacer mi trabajo lo mejor posible. Cuando vi a Charles entrar en la sala, ni siquiera localicé a Xavi a su lado. Él tampoco lo pudo evitar y se fijó en mí. Parecíamos dos imanes que luchaban a contracorriente, empeñados en alejarnos a pesar de la evidente atracción que nos unía. Si bien yo no lo rehuía, Charles lo hacía con mucho descaro y me dolía, igual que le dolía a él apartar la mirada cada vez nos tropezábamos por el box.
Estar instalada en el garaje de Carlos junto a Ricciardo me ayudó a no tenerlo tan cerca como de costumbre, pero no sabía si eso era un alivio o o todo lo contrario porque la herida del pecho se me desgarraba si no lo veía cada pocos minutos o si no escuchaba su voz, su risa.
Por lo que oí, Charlotte y la familia de Charles estaban arriba, en la zona vip de Ferrari, donde las celebridades tenían todos las comodidades del mundo para apenas ver un par de minutos de la carrera y grabar algún vídeo que subir a Instagram. Sabía que su familia y que Charlotte no entraban en ese grupo de gente, pero seguía molesta con la situación que se dio el jueves. Su madre se había portado mal conmigo y lo lamentaba de corazón porque tenía el presentimiento de que no habría futuras oportunidades para volver a presentarme como alguien más que la ingeniera novata de Ferrari.
Carlos no me notó ausente, pero Riccardo sí lo hizo. Media hora antes de que se apagaran los semáforos, el ingeniero de pista de Carlos que supervisaría mi trabajo aquel domingo me preguntó. Dijo que parecía nerviosa y, efectivamente, lo estaba. Los motivos que él acuñó a mi ansiedad no eran los correctos. No lo saqué de su equivocación y agradecí los consejos que me brindó. Debía darlo todo por el equipo y por Carlos.
En un último esfuerzo, ojeé el garaje de Charles. Estaba bastante vacío y pude distinguir su figura, sentada en un banco de madera, mientras se hidrataba y escuchaba a Andrea. Su rictus, duro y tenso, fue captado en cámara. Muchos habrían achacado su seriedad a la tensión previa a subirse al bólido y nadie más que nosotros dos conocía la verdadera razón detrás de la sombra que se cernía sobre su rostro. Un rostro que siempre era amable y que, esa mañana, no se correspondía con el Charles Leclerc que todos esperaban encontrar en su casa, Mónaco.
Me habría gustado desearle suerte, pero creí que no sería conveniente. No sabía cuándo tendríamos tiempo para hablar, a solas, y explicarle el significado de mis palabras, que seguían atormentándole después de una larga noche en la que dormir no había sido su prioridad. Quería decirle que no debía temer por mis sentimientos, que únicamente crecían y atestaban cada hueco de mi ser. Sin embargo, no podía enfrentarme a su cara de decepción otra vez.
Preocupada por su estado de salud, regresé a los monitores y me repetí una y otra vez que sobreviviríamos a ese día tanto él como yo y que obtendríamos unos resultados buenos que animarían al equipo.
Haz tu trabajo como corresponde, Helena. Está en tus manos que Carlos conserve esa segunda posición. Confía en ti misma.
Aquel día pasó a la historia de la Fórmula 1 y de Ferrari: fuimos el primer equipo en sabotear a uno de sus propios pilotos y hacer que perdiera la primera posición en Mónaco, cuando un suceso de tal calibre es prácticamente imposible a ojos de cualquiera que luche por el pódium en esa ciudad.
Y nosotros lo jodimos todo.
Aunque no fui yo, lo sentí por Charles tanto como si hubiese sido mi fallo.
La estrategia fue pésima en su caso. No se hizo lo correcto. Estuve en las reuniones de planificación y nadie valoró que pudiera hacerse algo así en una carrera tan importante. Dejaron que Checo tomase la ventaja en la primera parada de bóxers y tardaron demasiado en meter a Charles con el primer cambio de neumáticos. La lluvia tampoco fue nuestra aliada entonces, pero no supieron aprovecharla correctamente. Incluso a Riccardo y a mí nos costó. Los dos lloramos sangre y nos devanamos los sesos para evitar que Carlos perdiera también su posición y gracias al buen ojo de Carlos y a la suerte, pudimos hacerlo.
—La pista se está secando muy rápido. ¿Posibilidad de poner neumáticos secos? —me preguntó Carlos.
Ricciardo, que seguía a mi lado, puso mala cara. No estaba seguro de que fuera lo más idóneo en esas condiciones. La carretera continuaba mojada y los neumáticos de Carlos debían aguantar unas ocho vueltas más. Aquella era la estrategia original y podíamos
—Es muy arriesgado —dijo él tras apartarse el micro de la boca.
—Lo sé ... —suspiré—. Ningún piloto lo ha comentado por radio —Volví a colocarme el micro para hablar con Carlos—. ¿Lo sientes así? Puede que pierdas grip al principio y quedan muchas vueltas por delante. Será difícil —indiqué.
—Tiene que ser ya, Lena —Se le oía apresurado—. Podré manejarlo.
Mordisqueé mi labio inferior.
—Vamos a comprobarlo —le contesté.
Riccardo no me sacó del error porque ni él sabía qué nos daría la ventaja respecto al resto de equipos en una carrera tan impredecible. Simplemente, esperó a mi lado, mientras yo comprobaba los datos y las distintas probabilidades a las que nos enfrentábamos en los próximos minutos.
Debía elegir ya. Dudar solo nos restaría segundos y nos complicaría cualquier estrategia.
Entonces, le pasé el aviso a Xavi, que me dio un escueto asentimiento. El pobre parecía sobrepasado por los acontecimientos que habían echado a Charles de la cabeza de carrera. Insistí una segunda vez y no hubo respuesta por su parte. No podía perder el tiempo en su confirmación y continué con los avisos. Los mecánicos de Carlos se pusieron en pie, sacando las llantas de seco que el piloto había solicitado. Estábamos arriesgando mucho, pero la sensación de Carlos era fundamental. Quien rodaba no éramos nosotros, sus ingenieros, sino él, y tomaría la responsabilidad si aquella decisión también nos arrebataba el pódium del español.
Me mantuve en silencio hasta que Carlos se acercó a la última curva para que el resto de equipos no supiera si estábamos haciendo una finta de manual.
—Box, ahora, Carlos —irrumpí en nuestro canal de radio—. Box en esta vuelta —repetí—. ¿Me copias?
—Te copio —dijo al instante—. Gracias.
Con una pequeña sonrisa en los labios, sentí la presión de la mano de Riccardo en mi hombro. Solo podíamos confiar en haber hecho lo mejor para Carlos.
Su coche entraba en el pitlane. No me giré porque debía monitorear los tiempos de su parada, pero mi superior sí que se volvió, percatándose de algo más, algo ajeno a Carlos.
—Charles entra —espetó Riccardo en mi oído.
—¿Qué? —exclamé.
Descuidé por un segundo mi trabajo y observé el segundo monoplaza rojo entrando en el carril.
Había avisado a Xavi con más tiempo para que lo tuviera en cuenta y las estrategias de ambos pilotos no se solaparan o entorpecieran. ¿Por qué había decidido meter a Charles en box en el momento más inoportuno?
Los mecánicos estaban cambiando las ruedas de Carlos, pero no terminarían a tiempo y Charles tendría que esperar tras su compañero, perdiendo tiempo y posibilidades de remontar.
—¡Mantente fuera! —escuché decir a un Xavi que, incluso por radio, parecía muy agitado—. ¡Mantente fuera!
Charles solo necesitó medio segundo para reaccionar con la violencia verbal esperable.
—¡Joder! ¡Joder! —Creí ver su brazo golpeando el volante, pero no pude contemplar nada más y regresé a mi posición frente a los monitores del muro, donde varias cifras me confundieron—. ¿¡Por qué!? —El dolor en su voz me carcomió los tímpanos y dudé acerca de mi cometido. Él estaba a pocos metros de mí, viendo pasar la última oportunidad de obtener un resultado decente en casa —. ¿¡Qué ...!? ¿¡Qué estáis haciendo!?
—¡Posición 5 de neumáticos! —gritó Xavi y Charles se colocó en el culo del coche de Carlos—. Posición 5 de neumáticos —le pidió al monegasco que, con la misma incredulidad que el resto del equipo, intentaba analizar una jugada que no tenía ni pies ni cabeza.
Después de sudar como nunca y de agarrarnos a un clavo ardiendo, logramos que Carlos mantuviera su posición y subiera al pódium en representación del equipo. Charles quedó cuarto y Ferrari estuvo en la boca de todos por haber sacado a uno de sus pilotos de la primera posición a base de malas estrategias y de decisiones inauditas. Aunque debíamos estar de celebración, las felicitaciones por el puesto de Sáenz no sabían bien. La prensa se encargó de recordarnos durante toda la tarde que no supimos gestionar la situación y, por primera vez desde que me uní a Ferrari, les di la razón absoluta.
Había pasado media hora desde que la carrera acabó. Los ingenieros de pista estábamos reunidos en la sala de reuniones, haciendo uso de dicho espacio y contrastando la información que teníamos de ambos coches, además de interrogar a Xavi por lo sucedido en pista. Binotto todavía no se había pasado por el lugar a pedir explicaciones, por lo que Riccardo y yo aprovechamos esos minutos para averiguar qué falló, que había ocasionado tal desastre y cómo había sido posible que Charles quedase en tan mala posición.
Estábamos escuchando las débiles e insuficientes justificaciones de Xavi cuando la puerta de la sala se abrió de un golpe seco. Asustada, me levanté de mi silla y busqué a Mattia. A pesar de que no era alguien que perdiera los papeles con nadie, tenía todo el derecho del mundo a montar un numerito.
Sin embargo, el intruso no respondía a ese nombre, sino al del piloto que había salido peor parado.
—¿¡Qué mierda ha sido eso!?
Los gritos de Charles iban dirigidos a una única persona y todos allí éramos conscientes, incluyendo a Andrea, que llegó detrás de Leclerc y cerró la puerta rápidamente con el objetivo de aislarnos del resto del paddock.
Xavi, dándose por aludido, se levantó de su asiento y caminó hacia Charles.
Imaginé que esa semana en Mónaco le estaba pasando factura porque nunca me habría atrevido a decir que lo vería frente a su propio ingeniero de pista con un gesto como aquel. Estaba irritado, decepcionado y sudado. Ni siquiera se había cambiado de vestimenta. Seguía con el mono encima y el calor que abrasaba Mónaco, augurando un verano todavía más caluroso que el anterior, hacía que la tela de la pesada prenda se le pegara al cuerpo, dejándole apenas algo de hueco para respirar.
—Cálmate, Charles —se pronunció Xavi con muy mala cara—. Lo siento, pero no ...
—¿Que lo sientes, Xavi? ¡Estábamos en primer lugar! —le recriminó con mucha verdad y pocos modales—. ¡Es prácticamente imposible que alguien con pole position en Mónaco pierda su posición durante la carrera y, fíjate, parece que nosotros somos la excepción! —Pensé que los ojos se le saldrían de las cuencas y que le vena de su cuello estallaría. No estaba armando demasiado escándalo, pero Charles cargaba con un cabreo inmenso—. Primero una parada tardía y demasiado larga y después la cagada de tenerme en cola.
—Escucha, todos lamentamos mucho lo que ha pasado —dijo Xavi en un intento por apaciguar el ambiente.
—Lamentarlo no va a arreglarlo.
La contundencia de su voz paralizó a todos los presentes.
¿Nadie le había vista tan molesto antes? Esa fue la sensación que tuve mientras observaba la discusión entre Xavi y él y me mantenía al margen a pesar de querer interceder porque, al fin y al cabo, el ánimo de Charles ya estaba enturbiado gracias a mí y a esas palabras tan desacertadas que lo sacaran de la habitación de mi hotel antes de poder explicar un poco mejor lo que había estado deliberando durante los últimos días.
—¿Acaso podemos arreglarlo a estas alturas? —le rebatió Xavi, un poco más agrio que al inicio de la ingrata conversación.
El monegasco se adelantó, forzando su ceño y mostrando una cara de muy pocos amigos.
—¿Me ves con ganas de bromear? —expresó.
Se había acercado más a Xavi. Había un destello de rabia en sus ojos que me evocó la noche anterior y ese aire angustioso que nos apresó a los dos.
—No. Te veo muy alterado —declaró el ingeniero.
—¿Y cómo quieres que esté? —Sus nervios se intrincaban cada vez más—. ¡Otra vez! ¡Ha pasado otra vez! —apuntó, dolido porque su propio equipo se la había jugado—. Sabías lo importante que era para mí este Gran Premio y hemos acabado ...
—Charles.
Al intervenir yo, Charles se calló y un importante silencio acompañó el duro intercambio de miradas entre nosotros. Varias escenas y sensaciones me atormentaron durante los instantes en que Charles analizó mi semblante. Era la primera vez que se atrevía a hacerlo desde que llegamos al paddock y un escalofrío me desconcentró, pues la mezcla de sus heridas y del recuerdo estaba grabado en sus cristalinas retinas.
—¿Qué? —inquirió.
Su tono era más moderado. Se contuvo de forma deliberada.
—No ha sido culpa de Xavi —falseé la información que él creía poseer.
Charles no se perturbó ni una chispa.
—¿Entonces?
No me importó que su enfado estuviera fundamentado y fuera razonable. No me importó que Xavi tuviera la culpa porque ya se enfrentaría a Mattia y supuse que culparme a mí misma evitaría que ellos siguieran peleando.
—El error ha sido mío —le comuniqué, bajo la escéptica atención de todos.
Él tampoco se lo tragó.
—¿Tuyo? —Levantó las cejas, receloso.
Yo también era humana y podía cometer un fallo en carrera. No estaba exenta de meter la pata, pero incluso Charles conocía mi rendimiento y deducía que algo así era difícil. Aún así, mentí por un bien mayor porque sabía perfectamente que se arrepentiría de discutir con Xavi. Él no disfrutaba de los enfrentamientos. Ya debía estar lamentando nuestra discusión y no quería que añadiera a sus hombros otro peso que le costara la salud mental.
—Sí —asentí—. No se lo dije a tiempo.
No era verdad y Charles presintió que estaba fingiendo adrede, pero habló con la misma agresividad que habría utilizado si hubiese confiado ciegamente en mi palabra.
—Genial —Me regaló una mueca—. ¿Te apetecía terminar de joder el fin de semana?
No supe decir si fue el cambio en mi rostro o el crudo silencio que lo siguió. Charles se deshizo de esas ganas de luchar y tragó saliva mientras contemplaba cómo mi tez empalidecía, cómo la sangre dejaba de fluir a lo largo y ancho de mis venas y trataba de tragar su resuelta y desagradable contestación.
Ni siquiera transcurrieron dos segundos y él ya me miraba con un arrepentimiento profundo e incómodo de vislumbrar.
—Eh, tío —Sentí el cuerpo de Riccardo a mi derecha—. Contrólate, ¿quieres? Esas no son formas de hablar a nadie, y menos a Lena —me defendió.
No fui capaz de permanecer erguida. Tan pronto como tuve control sobre mis músculos, giré la cabeza lo necesario como para apartar la vista de él. Mirarle a los ojos me quemaba en más sentidos y maneras de las que podría haber imaginado jamás. Recordé que el amor no debe doler y pensé si estábamos en lo cierto.
Me pregunté si realmente nos hacíamos bien el uno al otro porque parecía que solo nos estábamos haciendo daño.
Noté que Charles avanzaba un poco. Iba a disculparse y necesitaba con mucha urgencia oír dicha disculpa, pero la puerta se abrió por segunda vez de un modo estrepitoso y ajeno a quienes allí vivíamos una escena de lo más tensa.
No miré al visitante. No me moví. Si hubiera querido, Charles podría haberme tocado.
La irrupción de su compañero de equipo en la sala reprimió ese instinto que lo lanzaba hacia mí.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Carlos, notablemente preocupado—. Tus gritos se escuchan desde fuera, Charles —alertó al susodicho.
Este, cohibido, recuperó su templada conducta habitual. Volvió a ser él mismo.
—Nada —musitó en un inglés que se marchitaba por momentos—. Me están esperando en el corralito de prensa —comentó de pronto. Solo ahí levanté la barbilla y me fijé en el resplandor de sus ojos verdes. Charles los escondió de mí tan rápido como pudo, pero yo ya había visto las lágrimas invadiéndolos—. Felicidades por tu pódium, Carlos —felicitó al español con un apretón en su hombro y marchó a la salida.
—Gracias ... —masculló Carlos, buscando respuestas en rostros que, como el mío, no le ofrecían más que confusión—. Y siento lo de antes.
Charles se enfiló hacia la puerta.
—No ha sido tu culpa —aseguró antes de desaparecer de nuestra vista.
El sonido metálico de las escaleras resonaron durante unos segundos largos en los que nadie dijo ni una palabra.
—Disculpadlo, chicos —intervino Andrea, desconcertado—. Está muy nervioso. Lena, lo traeré después para que se disculpe por haberte hablado así —me dijo, prometiendo que encontraría un momento para dejarnos solos.
Pero me di cuenta de que no quería estar a solas con Charles porque, en esa tesitura, solo acabaríamos hiriéndonos más, injusta e innecesariamente.
—No te preocupes, Andrea —murmuré—. Ve con él. No lo dejes solo.
—Claro —afirmó el entrenador personal de Charles—. Lo siento. De verdad —se disculpó delante de todos y siguió a Charles.
Todavía estaba procesando lo que había sucedido en cuestión de un minuto.
Varios pinchazos en mis globos oculares anunciaron que el llanto también me perseguía, así que bajé los párpados y me concentré en respirar.
—¿Qué pasa? —Carlos estaba confundido. Era natural—. Nunca lo había visto tan histérico.
—No lo sé —farfulló Xavi—. Sabía que estaría molesto por el desastre de la parada, pero esto es demasiado ...
—¿Te encuentras bien, Lena? —La pregunta de Carlos me obligó a abrir los ojos y luchar contra ese maldito ardor que no me había dejado tranquila desde que puse un pie en aquella ciudad—. Estás blanca como el papel ... —dijo, acercándose con el fin de sostener mi brazo cariñosamente.
—Sí, sí. Estoy bien —confirmé, sin poder mirarle a la cara.
—Nunca pensé que se enfrentaría a Lena de esa forma —declaró Riccardo, también cerca de mí.
¿Acaso temían que me desplomara en mitad de la sala de reuniones? Bueno, en realidad, no era un escenario tan descabellado.
—¿Que se ha enfrentado a ti? —se escandalizó Carlos—. ¿Qué mierda dices, Ricky?
—Lo que oyes. Lena le ha dicho que era la culpable de todo y ha reaccionado peor que mal —le explicó, breve y conciso.
—Pero eso no es verdad. No ha sido tu culpa —rebatió el madrileño, agarrándome con cuidado y siendo todo lo directo que podía—. Tú misma me confirmaste que solo yo entraría en pits en esa vuelta.
Y así había sido. Después de dar la confirmación a su parada, le dije que Charles seguiría en pista. Un simple aviso rutinario y normal. Nadie me dijo que entraría tras Carlos. Nadie me dio la información correspondiente y eso me dejaba libre de culpa en el asunto.
—No tenías que haberme cubierto, Lena —indicó Xavi, cabizbajo—. Fui yo el que malinterpretó tu información. Diste el aviso a tiempo. Yo la cagué —aclaró en voz alta—. Gracias por defenderme, pero no te merecías esos gritos.
No hubo manera de levantar la cabeza y agradecerle su sinceridad. Si miraba a alguien, había un alto porcentaje de que las gotas empaparan mi rostro y no era la imagen que quería dar a mis compañeros.
—Sí que me los merecía ...
Al decir aquello, Carlos reaccionó con más ímpetu.
—¿Qué estás diciendo? —Agitó levemente mi extremidad—. Eh, Lena. ¿Qué te pasa?
Tendría que explicarle tanto que la garganta se me cerró. Me echaría a llorar como una cría pequeña si le decía algo, por poco que fuera, y no me sentía preparada para una charla tan compleja. Además, Carlos no se merecía nada triste en una jornada tan buena. Debía salir y llevar la barbilla bien alta, con todo el orgullo del mundo tras una carrera tan espléndida y ejemplar.
—Nada —Agarré su mano, pero no le di el privilegio de observar el suplicio en que se había tornado mi cara—. No me pasa nada, Carlos.
—¿Crees que soy gilipollas? —insistió—. ¿Habéis discutido? ¿Sabes por qué está así? —se interesó por el estado de nervios que había dominado a Charles.
—Carlos, te esperan en el corralito —dijo alguien desde la entrada.
No había tiempo para charlar. Todos le esperaban fuera y no podía entretenerse en escuchar mis historias. Tampoco pretendía contarle lo ocurrido en el hotel ni los problemas ni las sombras que nos acechaban a Charles y a mí.
—Malditos periodistas ... —dijo entre dientes—. Diles que bajaré en cuanto ...
—No. Vete —Lo empujé hacia la puerta—. Tienes que disfrutar de tu segunda posición. Baja. No te entretengas.
Se detuvo, sopesando sus deberes y preguntándose si podía luchar contra estos a pesar de que le exigían un tiempo de cara a los medios y unas obligaciones a las que no debía dar la espalda.
Con ambas manos, me agarró de los hombros, intentando llamar mi atención y mirarme a los ojos de una vez por todas.
—¿Quieres que hable con él? —me preguntó en castellano.
—No —me negué a complicar las cosas.
—Pero te habló muy mal, Lena. Te levantó la voz y no es justo que ... —Comenzó a decir.
—Ya debe de estar arrepintiéndose —Analicé la tonalidad rojiza de su mono—. No es tan grave. Hazme caso.
Pero lo era y tenía que arreglarlo pronto. Antes de que fuera muy tarde y nuestra relación se desmoronara debido a su propio peso.
Entonces, Carlos me abrazó. Me avergonzó tanto reconocer que había necesitado ese abrazo, altruista y empático, que no logré articular ni un mísero agradecimiento. Solo le devolví el amable gesto y reprimí el temblor que amenazaba con controlar varias partes de mi cuerpo.
No podía venirme abajo. Estábamos en un punto crítico del campeonato que también atentaba contra mi relación con Charles y mi objetivo era mantener a flote su liderazgo, pero no iba a olvidarme de nosotros y de todo lo que sentía por ese chico. Aunque me hubiese hablado de aquella forma y me doliera, no me cabía ninguna duda de que, de haber estado en su lugar, después de una carrera tan complicada y los sentimientos hechos un manojo irreconocible, habría actuado incluso peor que él. No lo justificaba ni me conformaba. Quería sus disculpas. Merecía esas disculpas por su parte. Sin embargo, yo también tenía que pedirle perdón por haber sido una cobarde de manual.
—Ese segundo puesto es tan mío como tuyo, ¿vale? —Masajeó el centro de mi espalda y yo tomé una gran bocanada que me sirvió para no desfallecer—. Alégrate, por favor —suplicó él.
—Claro —afirmé, abrazándole de vuelta.
Carlos se fue y, en un abrir y cerrar de ojos, volvía a estar sola junto a los ingenieros de posta de ambos pilotos. Ellos empezaron a hablar. Sus palabras no eran nítidas a mis oídos. Todo se me hacía extraño y extremadamente difícil. Ni siquiera lograba limpiar mi conciencia después de permitir que Charles se marchara con los ojos llorosos en lugar de retenerlo allí unos instantes más y forzarle a disculparse.
—¿Lena? —me llamó Riccardo al rato.
Mis lágrimas eran visibles para ambos, pero lo noté con algo de retraso y no pude ocultárselo. Las contemplaron en absoluto silencio, dándome unos segundos que empleé en sonreír y degustar aquel sabor salado.
—Ah, lo siento, chicos —Eché un vistazo a la puerta cerrada y me encaminé hacia ella, huyendo—. Decidle a Mattia que estoy en el baño, ¿de acuerdo? Vuelvo enseguida.
Abrí de un tirón y bajé los peldaños de la escalera de metal a toda prisa.
Necesitaba unos minutos sin nadie más que yo misma para aclarar la mente y volver a sentirme un poco más sosegada. Tenía la percepción de la realidad alterada. Todo se escuchaba muy fuerte, las personas se movían realmente rápido y yo no seguía aquel frenético ritmo. No era capaz.
🏎🏎🏎
Después de un domingo de estrategias horribles para Ferrari en Silverstone, aquí traigo la mítica parada doble que le costó el pódium a Charles en el GP de Mónaco de 2022 👏🏻🤡
No voy a añadir mucho porque solo hay sufrimiento y no quiero meter más el dedo en la llaga 🙂👍🏻
Solo diré que la semana que viene puede que no haya capítulo. Intentaré tenerlo a tiempo, pero a lo mejor no lo consigo, así que os aviso de antemano 💫
Os quiere, GotMe ❤️💜
9/7/2023
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