48 || fix it up
Helena Silva
El rostro de Charles me destruyó. No pude hablar. Solo escuché lo que tenía que decirme. Parecía que un hilo invisible había cosido mis labios mientras lloraba con un estupor inhumano del que él fue consciente. Me vio perder el habla, perder la razón y la lógica, pero estaba tan decepcionado conmigo que no hizo ni dijo nada al respecto.
Porque eso pasaba; Charles estaba terriblemente decepcionado de mí.
¿Esperaba una reacción diferente? Puede, pero sabía que no la obtendría. Sabía que si volvía a ser una egoísta de manual, él no me lo perdonaría. Sabía que no lo tomaría como un tiempo necesario para ambos y tampoco llegué a explicárselo, así que se fue de mi habitación creyendo que estaba planteándome romper nuestra relación de verdad.
Y no era así.
Por Dios. Claro que no.
¿Cómo iba a querer alejarme de él para siempre?
Solo necesitaba unos días para aclarar mis sentimientos, ponerlos en orden, sin que su presencia me nublara. Si seguía tan cerca de mí, tocándome a escondidas y perturbando mis reflexiones, nunca podría tomar una decisión sobre nuestra relación porque no quería eso. No quería sentir ese horrible sentimiento, parapetado en mi pecho día y noche, de estar haciendo algo mal. Algo deleznable. Incluso criminal. Quererle no debía sentirse de esa forma. Era insoportable.
Después del encuentro con sus hermanos y su madre el jueves pasado, me di cuenta de que él también lo vivía con un dolor que únicamente yo podía aliviar y no era capaz de mirarlo a los ojos sabiendo que amarme le brindaba más sufrimientos que alegrías.
Y, aunque mis intenciones eran buenas, no supe gestionarlo. No supe y ese error me llevó a otro, y a otro más, hasta que Charles explotó y me dejó claro que no soportaba jugar a las escondidas y que, más que ninguna cosa, lo que quería era poder estar conmigo, delante del mundo entero, con cámaras o sin ellas. No le importaba.
Al marcharse, reconocí lo que estaba sucediendo y lo que acabaría ocurriendo si no reaccionaba.
Porque el amor es un sacrificio, como bien dijo él, y yo no estaba haciendo el sacrificio necesario para que pudiésemos salvarnos del destino de las parejas que empiezan sin un rumbo y que, al cabo de pocos meses, deciden cortar por lo sano si así evitan un mal mayor.
Amar es sencillo. Lo complicado es hacer que ese amor valga la pena.
Yo no estaba siendo su refugio. Ya no lo era. Yo misma había causado ese cambio y, a pesar de los fallos que Charles pudiera haber cometido, quien tenía la culpa de que no avanzásemos no era él.
Me arrodillé a los pies de la cama, tratando de aceptar lo jodidamente cobarde que había sido desde que nos conocimos en Baréin y todo el daño que le había hecho en silencio.
Charles no me negó nada de lo que le pedí durante esos dos meses y medio. Nada. Siempre estuvo dispuesto a esforzarse por ambos y a sacrificar su tiempo para hacerme feliz mientras que yo ... Yo solo le hundía en una espiral de miedos que nadie merecía. No velaba por él, sino por mí. Me protegía a mí misma del miedo al rechazo público que tuvo que sufrir mi madre en aquel entonces. No quería vivir lo que ella vivió, pero, ¿a qué precio?
¿Iba a poner en riesgo nuestra relación? ¿De verdad iba a llevarlo al límite?
Las rodillas me dolían como si un par de gruesos alfileres se me hubieran clavado en la carne, perforando el hueso y agravando mi llanto, que se desató antes de que Julia entrara en el cuarto y cerrara tras de sí. Entre sollozos y espasmos, la sentí arrodillarse frente a mí y, pronto, tuve sus manos en mis hombros, sosteniéndome.
—Eh ... ¿Estás bien? —Retiró algo del rímel que se había corrido de mis ojos con las lágrimas.
Como un golpe de realidad, miré hacia la puerta cerrada.
—¿Se ha ido? —le pregunté.
Ella asintió y me agarró con suavidad.
—Sí. Se ha ido.
—No —Me impuse al impulso de derrumbarme por completo—. Dile ... Dile que vuelva —La mirada de Julia estaba cargada de pesar. No acostumbraba a mostrarme cuando las emociones podían conmigo y no debía ser un plato de buen gusto para ella—. Tengo que ...
—Créeme, Lena —Me detuvo, anclándome al suelo—. No es un buen momento para que habléis. Ya habéis tenido suficiente por hoy, ¿no te parece? Estaba hecho polvo y tú también lo estás —Rozó mi mejilla y contempló lo mal que me encontraba. Sabía que lo más sensato era dejarlo ir, pero pensar que había hecho añicos la confianza que depositó en mí me ahogaba. Temblando, abracé a Julia y seguí llorando, enrabietada con la Helena Silva que había demostrado ser—. Joder ... Pensé que lo arreglaríais. Lo siento mucho —Masajeó mi espalda.
Ciertamente, no habíamos solucionado nada. Solo nos reprochamos cosas. Necesitábamos reventar y quejarnos de todo lo que el contrario había hecho mal, pero el resultado no fue nada reconfortante y nos lanzó a un estado de sensibilidad infernal. Entre todos esos asuntos que quedaron en el tintero, estaba su conversación con mi padre, que me perturbaba a diario. Además, Charles no me había reconocido que vio a Charlotte en aquel restaurante. Habló de unos amigos, no de ella. No era más que una nimiedad que se camuflaba con mi inestabilidad como una culebra, buscando morder a la presa en el momento más indicado y cazarla. Yo, la presa, no tenía energías para discernir una estupidez como esa de lo que verdaderamente importaba después de que Charles se hubiera marchado.
Todo me lastimaba. Incluso su falta de sinceridad en aquel asunto.
Un largo minuto de gimoteos y lamentos le dio a mi voz la pequeña pausa que ansiaba.
—Solo lo he jodido más ... —balbuceé, hecha pedazos.
Julia fue la buena amiga que siempre era conmigo y abusé de su disponibilidad y paciencia. No recordaba un episodio como aquel desde hacía años. Si pretendía relacionar esa enajenación mental con algún suceso anterior, tenía que retroceder a la época en que mi madre falleció, cuando me encerraba en mi habitación para no escuchar a mi padre llorar y golpearlo todo hasta hacerse heridas en los nudillos.
Y, a pesar de lo ocurrido, ninguna de mis pesadillas se comparaba con el sentimiento de haber echado a perder la única relación que siempre quise y nunca pensé que llegaría a disfrutar.
—Es posible, pero Charles te quiere. Acaba de decirlo —Julia intentó consolarme con lo primero que le vino a la cabeza. Supuse que había escuchado parte de la discusión desde el pasillo. Otros huéspedes también debieron oírnos—. Seguro que ...
Me agarré a su espalda, hincando la barbilla en su hombro mientras las gotas se estampaban en la tela de su camiseta.
—Yo también le quiero, Julia ... —susurré.
No era ningún misterio para ella.
La respuesta a cómo lo descubrí tampoco era muy compleja.
Aquella conversación que tuve con mi abuela, una vez él ya se había ido de Jaén, me forzó a reconocer que, por muchas similitudes que hubiera entre mi madre y yo, no éramos iguales. Yo proyectaba mis miedos en función de lo que ella vivió, tanto en vida como en muerte.
No le había contado toda la historia a Charles. No me atreví, aunque explicárselo nos habría ahorrado todas esas discusiones. O, al menos, la última de ellas.
Una vez fallecida, alguien a quien nunca identificamos se ocupó de alimentar el rumor de que Águeda Silva Osório, la esposa del famoso y aclamado empresario Pedro Rivas Fernández, había engañado a su marido durante un período de tiempo más largo del que nadie podía imaginar. Mis abuelos trataron de aislarme de los malos comentarios de la gente, que, sin saber nada de mi madre, incluso dudaron de la paternidad de mi padre, convirtiéndolo en la verdadera víctima del trágico accidente que se llevó a mamá. A mí me miraban con pena.
¿Por qué diablos me miraban con lástima? Yo lo había tenido todo, incluyendo el amor de mi madre.
Los pueblos son así, pero la noticia se extendió por la ciudad y la comunidad, perjudicando también a los negocios de mi padre. Algunos de sus socios dejaron de trabajar para él porque no querían que los escándalos amorosos de otro les salpicaran profesionalmente y eso enfureció a mi progenitor, que se aislaba más del mundo.
Todos hablaban de la aventura de mi madre y yo me enteré por unas niñas de mi clase. Acababa de empezar el instituto, una etapa difícil, repleta de cambios, y, en lugar de encontrar amigos, me topé con enemigos en potencia que hablaban a mis espaldas y sugerían que mi familia estaba maldita y condenada a la infelicidad por las desacertadas decisiones de una madre que nunca pensó en proteger a su hija.
La única chica que no huyó de mí fue Julia.
Ya nos conocíamos. Todo el mundo se conocía en esa pequeña ciudad, pero ella no se acobardó por los cuchicheos y me hacía compañía en los recreos. Parecía que éramos nosotras dos contra el resto de la raza humana.
Ese primer año de instituto fue horrible y, probablemente, mi miedo a desagradar a la gente venía de aquellos meses tan traumáticos. Solo tenía a Julia y a mis abuelos. Rafa tampoco sucumbió a mi mala imagen pública, aunque estudiaba fuera, así que solo nos veíamos en vacaciones. Gracias a que todavía quedaban ciertas personas que me querían por quien era y no por lo que se dijera de mi familia, aguanté mi etapa escolar hasta la graduación. Estaba tan desesperada por irme de Jaén que elegí la universidad más alejada, en Inglaterra, y me negué a pasar más de tres días al año en ese sitio. Todavía temía que las vecinas de mi abuela hablaran de lo que pasó cuando me vieran. Todavía me asustaba encontrar a alguien que recordara el siniestro en el que murió mi madre y todo lo que se habló sobre mi familia después.
Si se lo hubiera contado a Charles, a lo mejor, habría comprendido por qué no buscaba escándalos sobre nosotros. Me costó varios meses de secretismo aceptar que no sería igual, que no había nada de malo en hacer pública mi relación sentimental con él porque era un motivo de celebración que dos personas se quisieran y no una condena. No lamentaba quererle. Era una bendición que pudiera sentirme tan plena y radiante.
El amor marchitó a mi madre, pero a mí me daba alas y aprendería a usarlas.
—¿Y por qué no se lo has dicho? —inquirió Julia, preocupada.
—No lo sé —Gemí—. No lo sé.
Me arrepentía de no haber dicho las palabras adecuadas y de haberme amparado en el amor libre de Charlotte porque Charles solo quería el mío. ¿Quién podría saberlo? Había un alto porcentaje de que aquello muriera en unos meses, en unos años, pero, en aquellos momentos, él me quería. Solo a mí. Y yo no podía pensar en amar a nadie más, aunque ese día pudiera llegar.
—Podrás hacerlo mañana. Tranquilízate —Insistió ella.
—No sé si puedo mirarle a la cara después de esto —Me avergonzaba haber dudado tanto sobre cómo decírselo y haber terminado todavía más distanciados que no me creía capaz de nada—. Le he hecho llorar ... —Apreté los dientes, rememorando su cara de derrota—. Ha sido ... Ha sido horrible ...
Me di cuenta de que nunca le había visto llorar hasta ese día.
Mi llanto continuó, más intenso y despiadado para mis pobres nervios. Julia no me soltó. Las dos, abrazadas y tiradas en la alfombra de mi habitación, pasamos un largo rato entre lágrimas que espesaban el ambiente. Ella también lloró conmigo. Julia podía ser bromista, dicharachera y sincera, aunque pudiera hacer daño a alguien. Es decir, era lo contrario a mí, pero también simpatizaba con sus amigos y sufría su dolor como si el daño se lo hubieran ocasionado a ella. Su empatía era digna de admirar. Le agradecía muchísimo que fuera mi amiga y no se lo decía tan a menudo como lo merecía.
—De verdad ... —Se sorbió la nariz—. ¿Por qué lo vuestro es tan complicado? Debería ser sencillo ... ¿Por qué no lo es?
Yo lo complico, Julia. Yo lo complico todo.
Media hora más tarde, Julia rebuscaba el pijama en mi maleta. Yo estaba en el baño, humedeciendo un algodón con líquido desmaquillante. Al verme el rostro, me hallé hecha un desastre por el rímel que se me había corrido por las mejillas. Rechazando dicho retrato, salí del cuarto de baño en ropa interior y empecé a restregarme la bolita de algodón empapado por los mofletes.
Caminando descalza por la habitación, recorrí la estancia con la mirada y me fijé en mi móvil, que seguía sobre la mesa, a un lado de los papeles que Charles apartó al subirme encima del mobiliario. Casi como un autómata, fui hasta la mesa y pulsé la pantalla.
Diez llamadas perdidas de Charles Leclerc.
Cinco mensajes de texto sin responder.
No quise leer los mensajes, así que toqué en las llamadas y descubrí que la última de ellas, realizada a las 20:57 p.m., venía acompañada de un mensaje en el buzón de voz. Ni siquiera sabía que me podían dejar mensajes grabados. No debí desbloquearlo, pero mis manos se movieron solas y, al instante, la voz de Charles sonó a través del altavoz del teléfono.
—Helena, soy Charles. Ah ... Debo haberte llamado unas ocho veces ya y no ... No sé qué te ha ocurrido. Tu móvil da señal, así que ... Supongo que estás bien, pero me tienes preocupado —Se escuchaban voces de fondo—. No tengo el número de Julia y ... ¿Debería ir a tu hotel? Creo que no sería lo mejor. Por las cámaras y por la gente, ya sabes —Noté un pinchazo en el pecho y otro más en los lagrimales—. Además, siento que no estás aquí por decisión propia. Si es así, perdóname. Debí organizar algo más privado. No quería que te sintieras agobiada, tesoro. Lo siento. Lo siento mucho. Ojalá hubiera elegido mejor ... —Mi vista se nubló en un par de segundos. Oír cómo se disculpaba por haber preparado una cena para nosotros me hundió en el fango de nuevo—. Bueno ... Llámame cuando puedas, ¿de acuerdo? Solo quiero saber que estás bien. Es lo único que quiero —Entrecerré los ojos y Julia acarició mi hombro, apesadumbrada—. Buenas noches. Te veo ... Te veo mañana. Sí. Hasta mañana —Pensé que el mensaje se acabaría, pero su voz volvió a hacerse eco en mi cuarto—. Descansa, por favor. Bonne nuit, ma vie.
Si dijo que no vendría a mi hotel, ¿cómo de angustiado debió sentirse durante la cena para presentarse allí de repente?
La cabeza me dolía inmensamente. Sentía que iba a reventar de tanto llanto y, unos instantes después, Julia me engulló en un abrazo que no evitó mis lágrimas, pero que, a pesar de todo, no me hizo sentir la persona más hipócrita y deleznable del planeta.
Pasó un buen rato y mis ganas de llorar se revirtieron. Ya en la cama, con Julia a mi lado, intentaba cerrar los ojos y abandonarme al cansancio que acumulaba desde que pisé Mónaco. La densa oscuridad de la habitación no me ayudaba a dejar de imaginar finales fatales para la relación que apenas nos unía a Charles y a mí mediante un delgado hilo que estaba a punto de romperse.
—Le dije que no quería esto, que no quería la relación que tenemos ahora —le expliqué a Julia entre susurros—. Que teníamos hasta ahora, más bien —corregí.
Ella no se había dormido. Su respiración era irregular.
—Pero él te hace feliz, ¿verdad? —dijo tras unos segundos, lejos de comprender la razón que tuve para decir aquello.
—Sí. Es que ... Me refería a que no quería sentirme mal por quererle —revelé—. El malestar que siento no viene de ver a Charlotte paseándose por el paddock, sino de no estar en paz conmigo misma. Lo veo en el box y solo quiero darle un beso de buenos días y sonreírle hasta que me duelan los labios. En Maranello, fingimos y hablamos exclusivamente de trabajo. Nos susurramos cosas cuando los demás no prestan atención y hacemos planes que nos protegen del ojo público. No quiero eso, Julia. Ya no lo quiero —Era sencillo decírselo a ella, pero contárselo a Charles fue prácticamente imposible—. Sabía que le estaba haciendo sufrir al ocultarlo. Lo noté el otro día. Apenas me tocó mientras su madre estuvo de visita. Evitaba mirarme. Evitaba estar conmigo porque estar juntos es un peligro. Todos se darían cuenta y se supone que soy yo la que quiere que nadie lo sepa, pero es imposible vivir en la sombra siempre —Apunté, con los ojos cerrados para frenar el picor de un llanto incipiente—. Puede que yo no brille, pero él nació para brillar y lo estoy apagando —expresé—. Creí que necesitaba tiempo para asegurarme del tipo de vida que quiero tener con él y no es verdad. No necesito pensar nada —Julia se agarró a mi brazo, escuchándome hablar con una sinceridad que incluso a ella le sorprendía—. Sé que quiero un futuro con Charles desde que fuimos a Jaén y sentí que el único hogar que quería conservar estaba en él. Y él ... Ahora él está convencido de que me estoy replanteando mis sentimientos a pesar de que nunca los he tenido más claros —Era la persona más estúpida del universo y quería una vida a su lado. No estaba del todo segura de si ambas cosas eran compatibles—. No he sido capaz de explicárselo por miedo, otra vez, y se ha ido con el corazón roto. Se lo he roto, Julia —repetí, afrontando mi error.
—Y puedes recomponerlo —prometió ella, abrazándose a mí bajo las finas sábanas—. Puedes arreglarlo. Has abierto los ojos. Eso es lo más importante. Ahora te toca ser valiente y recuperarlo —me alentó—. Tienes que conseguirlo porque no puedes perder al hombre de tu vida por una inseguridad que construyes tú sola. Tienes que estar segura de que lo haces brillar más que nadie en el mundo. Tú no te ves, no os veis cuando estáis juntos, hablando de trabajo o de lo que sea, pero yo sí y te prometo que nunca había visto una conexión como la vuestra. Os hacéis mucho bien —Me comunicó. Casi podía ver su sonrisa bailando en la opaca habitación—. Por eso tienes que olvidarte de rumores, del fantasma de Charlotte y de las gilipolleces que tu padre te ha hecho creer. Vales más que todos ellos. Eres mi amiga. Lo sé perfectamente —Ojalá hubiera podido sonreírle. No entendía qué había hecho para merecer a una amiga como ella—. Sé que eres increíble y Charles también lo sabe y te quiere por ello —sentenció.
¿Por qué había dejado que nos alejáramos tanto? Nunca quise que las rencillas se impusieran a los sentimientos. Nunca.
Las parejas tienen problemas. Es completamente normal. Lo que no es normal es tenerle pavor a un amor que solo me ha dado alegrías. Arreglar dichos problemas debe ser lo primero ahora. Los dos hemos fallado en varios puntos, pero todo ha sucedido por mi culpa, porque no consigo abandonarme a lo que él me ofrece.
Nuestros problemas pueden revertirse, ¿verdad?
🏎🏎🏎
Ese pódium de Charles y el carrerón que se ha marcado Carlos hoy en Austria merecen un capítulo de Fortuna ♡👏🏻🥹🤧
Well, ya vemos que Helena y sus traumitas le jugaron una mala pasada a la hora de explicarle a Charles ese "necesito tiempo sin ti", pero la parte buena de todo este lío es que nuestra nena ya se ha dado cuenta de que quiere una vida con el monegasco.
Ganamos, mi gente 🫶🏻🤧
Nos vemos la semana que viene con un nuevo capítulo que nos pondrá más cerca de la reconciliación (o eso espero xD) ❤️❤️
Fotitos de nuestros ganadores ✨
Os quiere, GotMe ❤️💜
2/7/2023
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