46 || rendez-vous
Helena Silva
El jueves intenté hacer oídos sordos. Sin embargo, el viernes, las voces corrían de un lado a otro e incluso los equipos de televisión que se acercaban para pinchar la imagen de nuestro box hablaban sobre la increíble e inesperada aparición de Charlotte en el paddock, como invitada de Ferrari, nada menos. Por mucho que quisiera encerrarme en una burbuja y aislarme de todos los comentarios sobre la actual relación de Charles con su antigua pareja, era imposible. Lo escuchaba todo el tiempo.
"¿Entonces, han vuelto?"
"Si está aquí es porque hay algo entre ellos, ¿no?"
"Ojalá vuelvan y lo hagan oficial pronto. Siempre fueron mi pareja favorita del paddock".
"Deberían darse otra oportunidad. La química que había entre esos dos era impresionante, ¿no crees?"
"Sería una pena que no se tratase de un acercamiento. Parecían estar hechos el uno para el otro".
"Ella siempre venía a los Grandes Premios y lo apoyaba más que nadie".
"Charles no debería dejarla escapar".
"Estoy seguro de que, dentro de poco, tendremos una confirmación".
"Charles no está respondiendo a las preguntas de los periodistas, pero es evidente que esconde algo".
Me volví loca. Después de escuchar a medio mundo ensalzar aquella relación que yo nunca conocí, perdí el sentido y me sumí en una ciénaga de negrura.
Puede que tengan razón, llegué a pensar.
El viernes por la tarde, después de comer, me encontré atrapada en una conversación con Charlotte y Kika, que pasaban la mayor parte del tiempo en el box y habían descubierto una extraña satisfacción en charlar conmigo.
—Hay lugares preciosos en Mónaco —comentó una Charlotte de lo más animada—. Ojalá pudiera llevarte a ver algunos, Lena. No es justo que te marches sin verlos.
Estaba contenta.
Todos esos susurros que viajaban a nuestro alrededor la hacían sacar pecho y enorgullecerse de haber aceptado la invitación de Pascale. No sabía si había sido su plan desde el primer momento, pero, desde luego, lo estaba disfrutando con creces. Que la gente recordara cariñosamente su noviazgo con Charles era un regalo para ella y su sonrisa no trataba de ocultar esa emoción desbordante.
Debía seguir sintiendo algo por él. Llegué a la conclusión de que seguía queriéndolo al cabo de unas horas.
—Es lo que tiene este trabajo. Apenas me deja tiempo para descansar, así que el turismo es algo bastante complicado —Jugué con mi botella y observé cómo nuevos invitados de Ferrari se paseaban por el box—. Ah, cierto —Recordé—. ¿Sabéis cuál es el restaurante Alfonso XV? No sé por dónde queda.
Creí que hablar de un local de la ciudad que tan bien conocían me ayudaría a sacar un tema de conversación más interesante. Además, saber de su ubicación me sería muy útil. No le había preguntado a Charles por la dirección del lugar y no quería molestarlo.
—Claro. Es de los más conocidos. —Me respondió Charlotte, feliz—. Tiene muy buena reputación y su comida es deliciosa.
—¿Por qué? ¿Tienes alguna cita allí? —Se entrometió Kika con una curiosidad ingente.
—¿Qué? —exclamé— No. Qué va —Les sonreí a ambas, midiendo mis desquiciados nervios en secreto—. Si hacer turismo está fuera de mi alcance, imaginaos tener una cita. En absoluto —Solté unas pocas risitas, ojeando el box—. Oí a uno de los mecánicos hablar sobre el restaurante y también a Mia. Solo me entró curiosidad.
Mi mentira funcionó a la perfección.
—Pues deberías visitarlo, Lena —Kika rompió el pesado silencio—. Yo puedo darte las indicaciones para llegar desde tu hotel. ¿Te las envío? Creo que no está muy lejos, aunque te recomiendo tomar un taxi para llegar hasta allí. Es más cómodo —Se ofreció, tan encantadora como siempre.
Era un detalle que quisiera explicarme cómo llegar al restaurante. Apenas nos conocíamos y no había nada que la empujara a ser tan amable conmigo. Agradecérselo no bastaba. Su gran sonrisa me hacía sentir mal, incluso. Como si debiera estar en deuda con su buen hacer.
—Bueno, estaría genial. Dudo que pueda ir, pero no me vendría mal tener la información. Gracias, Kika —Le agradecí.
Ella sacó su teléfono móvil, visiblemente contenta de poder echarme una mano.
—No es nada. Ojalá puedas probar sus brochetas o su pudin. Agh ... —Dejó los ojos en blanco por un instante—. ¿Recuerdas lo rica que está la lasaña que hacen, Charlotte? —Se dirigió a la monegasca, que apenas tardó en sonreír—. Se te derrite en la boca. Es una fantasía —Me hizo sabedora de las experiencias previas que tuvo en aquel restaurante de renombre.
Lo decía con una emoción adorable. Logró que me interesara por aquel local.
—Sí. Deberíamos volver pronto —Asintió Charlotte—. ¿Por qué no vamos las tres? —Me miró también a mí.
—Si encuentro un hueco, os avisaré —prometí.
No podía caerme mal. Me sentía tan rastrera y mentirosa por sonreírle como si no luchara ni una pizca contra la batidas de celos que no fui capaz de negarme. Sabía que, si no nos gustase la misma persona, ser amigas, o intentar serlo, se convertiría en más que una mera posibilidad.
—Seguro que volverás a Mónaco —Se aferró a mi brazo, esperanzada—. Acordaremos una visita cuando tengas una tregua de tanto viaje.
—Sí —Observé su mano sobre mi piel—. Suena bien.
El viernes acabó y yo pude descansar medianamente bien esa noche. Sin embargo, el sábado fue un día mucho más largo. Más agotador.
Después de la clasificación y de algunas declaraciones que tuve que dar a varios medios a petición de Mattia Binotto, regresé al hotel y comencé a prepararme para la cena. Charles no me había dicho nada, por lo que nuestros planes seguían en pie y yo me moría de ganas por estar a solas con él y olvidarme del estrés que me generaba una carrera tan importante para el equipo. Con el caos de España tan reciente, teníamos que sobreponernos a las malas lenguas y demostrar que el campeonato no se nos escaparía y eso incrementaba mis dolores de cabeza, sin contar con la presencia de Charlotte y las repetidas suposiciones que hacía el paddock acerca de su inminente reconciliación con Charles.
—Te queda como un guante. De verdad.
Julia, sentada al borde de mi cama, comía una bolsa de patatas y observaba con mucha atención el conjunto que había elegido para esa noche. Era bastante simple: una sola pieza, un vestido de color verdoso que se adecuaba perfectamente a mi cintura y la realzaba con cierta elegancia. La pinza hacía que mi pecho estuviera recogido y que no tuviera que preocuparme por el escote. En definitiva, era cómodo y fino.
Lo compré cerca de Maranello y pensé que sería una buena idea llevarlo para la cena que Charles me prometió. Al suponer que sería en su casa, tampoco escogí una prenda muy llamativa. No valoré ningún restaurante para esa cita, pero no me parecía que fuera un mal vestuario. Sin embargo, el temor a no estar lo suficientemente mimetizada con aquel entorno de lujo y derroche me creaba un pequeño nudo en el pecho. Aunque no fuera mi estilo, no quería llegar a ese restaurante y desentonar con el resto de clientes. No quería sentirme una extraña con tanto dinero a mi alrededor.
—Gracias —Le respondí, mirándome en el espejo de la habitación.
—No me suena —Se llevó otra patata a la boca—. ¿Te lo compraste hace poco?
—Sí —Asentí—. El martes, mientras estaba en Italia. Tenía que hacer unas compras en la ciudad y lo vi en un escaparate. Mi abuela siempre dice que el verde es uno de los colores que mejor me sienta, así que ...
—No le falta razón. Charles también estará de acuerdo —Me sonrió a través del espejo—. Entonces ... ¿Compraste este vestido tan bonito y ceñido expresamente para que él te lo quite hoy? —inquirió, entrecerrando los ojos. Yo bajé la vista, tentada a negárselo, pero ese escenario me dejó sin palabras—. ¿Eso es que sí? —Saltó Julia, boquiabierta—. ¡Joder! —exclamó.
Intenté borrar esa deducción suya.
—No ... No estaba pensando en que me lo quitara —Aclaré, sonrojada—. Solo que ... Si termina haciéndolo, creo que no me molestaría —Mi voz se fue deshaciendo hasta que únicamente quedó un tenue murmullo.
Julia no dijo nada más durante los siguientes minutos. Observó con mucha atención cómo me ponía un par de pendientes plateados de tamaño mediano y ajustaba mi reloj de muñeca. También me puse el anillo de mi abuela y el de mi madre, el que tiene forma de serpiente.
De repente, Julia se decidió a arreglar mi pelo antes de que me marchara. Yo no veía que fuera necesario, pero no paró hasta que tomé asiento frente al tocador y dejé que cogiera el cepillo. No me hizo nada espectacular porque sabía que me lo quitaría a la más mínima oportunidad. Solo me peinó el cabello y cogió una horquilla plateada de la cajita que utilizaba como joyero habitualmente.
Por su forma de respirar, imaginé que estaba dilucidando una pregunta que no era fácil de formular.
—¿Eso quiere decir que ya estás preparada para asumir el peso de una relación real? —dijo por fin.
Ah, esa pregunta. Claro.
—No lo sé —Acerté a decir al cabo de unos segundos.
—Mmmh ...
Encontró la manera de recoger parte de mi pelo a un lado. Me sentía rara. No solía variar mis peinados y, aunque me quedaba bien, no ayudaba a que estuviera segura de mí misma.
—Julia —La llamé.
—¿Sí?
Apesadumbrada por los pensamientos que habían planeado sobre mí esos últimos días, me miré las manos.
—¿Y si no sale bien? —Dudé.
Ella notó el requiebro en mi voz.
Había sido una semana horrible en cuanto a la gestión de mis sentimientos. La opinión de toda esa ciudad que rezaba públicamente para que Charles y Charlotte volvieran me asfixiaba más que una marea de humo. Humo tóxico que cala en los pulmones y se aferra a tu interior como un intruso que no desea abandonar su nuevo refugio.
—Por favor, Lena —clamó, diría que casi escandalizada—, ¿con el cuerpo que te hace ese vestido? Ni siquiera llegareis a su apartamento —bromeó adrede. Solo así consiguió provocar en mis labios, pintados de suave color rosado, una triste sonrisa—. Hay un noventa por ciento de probabilidades de que te lo arranque en su 488 Pista —Planteó, convencida.
—No hablo de eso, Julia —Corregí, más abatida.
Me conocía bien. Mis miedos eran claros a sus perceptivos sentidos. No importaba qué dijera para relajarme porque la angustia seguiría enraizada en mí cual planta trepadora. Fuerte y gruesa. Vivaz y traicionera al oasis que le permite vivir.
—Pues ese debería ser tu único problema esta noche, amiga —Argumentó, intentando subir mi ánimo.
—Ojalá fuese tan sencillo ... —Suspiré, un tanto temblorosa.
Concluyó su tarea. La horquilla brillaba sobre mi melena oscura, a la derecha, unos centímetros encima de mi oreja. Mi imagen era hermosa, pero yo no me sentía de tal modo, sino algo desgraciada.
¿Por qué? ¿Por qué no podía sentirme afortunada por tener esa cena? Arreglaríamos lo que necesitase arreglo y dormiríamos juntos, aislados de cualquier rumor erróneo, y yo podría descansar por primera vez en días y él también, y ya no habría más problemas que me cortasen la respiración repentinamente.
Julia se agachó y besó con dulzura mi mejilla, espolvoreada con un poco de colores rojo que daba vida a mi rostro.
—Solo tienes que ser sincera contigo misma y con él. No entres en pánico —Rozó mi barbilla con un par de dedos. Tragué saliva, temerosa de la verdad que había en sus palabras— . Dile lo que sientes —Dio un suave apretón a mi hombro—. Todo irá bien. Ya lo verás.
¿Y cómo hago para hacerlo si me siento más insegura que nunca?
Estos días en Mónaco no han ayudado en absoluto. Es todo lo que sé ahora mismo.
La tirantez en mi estómago era el aval que confirmaba ese miedo.
Junto a esa desazón quemándome las entrañas, me despedí de mi mejor amiga, salí del hotel y pedí un taxi. Al entrar a los asientos traseros del vehículo, di mis indicaciones de no ir a una velocidad desmesurada durante el viaje y comuniqué mi destino al señor que, amablemente, me dio conversación en un inglés bastante comprensible. Todo parecía estar bien, pero, a mitad de camino, nos tropezamos con un accidente de tráfico que obstruía la calle principal de Mónaco. La cola de coches era más larga de lo normal, según me explicó el taxista. Dijo que los accidentes eran frecuentes, en especial en las semanas de Fórmula 1 y que, por eso mismo, no solía recomendar a sus conocidos que cogieran un taxi para atravesar la ciudad. Lamentó que me ocurriera aquello porque llegaría tarde a mi cena y me animó a seguir el camino andando, pero los tacones no eran mis aliados en dicha travesía y tampoco quería que alguien me reconociera.
Su comentario me llevó a pensar la razón que habría tenido Kira para decirme lo contrario. Confié en ella cuando me sugirió tomar un taxi, pero debía saber que viajar en coche por Mónaco no era la forma más rápida de recorrer sus calles, así que cuestioné su buena voluntad. Aunque, ¿qué la podía haber empujado a darme unas indicaciones corruptas? No debió percatarse de que habría más tráfico. Además, en ningún momento le dije que tuviera una cita importante en aquel restaurante.
Solo había sido mala suerte.
Viendo que la hora se me echaba encima, abrí mi bolso con la intención de coger el móvil y mandarle un mensaje a Charles sobre mi retraso. Entonces me percaté de que el teléfono no estaba allí, que lo había olvidado en el mueble de mi habitación, y no había manera de comunicarme con Charles o con Julia. Acepté que la suerte no estaba de mi parte aquel día y respiré hondo, preparándome para una espera del todo injusta.
Dieron las ocho y media, las nueve menos cuarto y, a pocos minutos de las nueve menos cinco, el taxista se detuvo frente a la puerta del Luis XV. El simpático señor me deseó suerte y volvió a disculparse por un atasco del que no tenía culpa alguna. Yo le pagué, agradecida con él, y me bajé del vehículo mientras mi corazón descarrilaba cada vez que las agujas del reloj contaban otro segundo. Otro segundo que marcaba mi tardía llegada a una cena que Charles había preparado con antelación y que no empezaba bien para mí.
Sosteniendo la larga falda, subí los escalones del edificio señalado y localicé el cartel que apuntaba a la entrada del lujoso restaurante. Con cuidado de no matarme al caminar, me detuve en mitad de la interminable subida y recuperé el aliento a duras penas. Escruté las puertas giratorias del edificio, ahogándome en la falta de oxígeno, y retomé la escalada de aquella escalera infinita. Sin embargo, antes de llegar al último tramo, los paneles transparentes del hall del restaurante me permitieron identificar a Charles.
Él estaba dentro, cerca del mueble de recepción.
Avancé un poco más, terminando con esos endemoniados escalones. Sentí un hilo de sudor frío en mi espalda, pero el cansancio no me retuvo más tiempo. Necesitaba ir con él y explicarle la razón de mi tardanza. No le había dado plantón. No quería que me viera como una irresponsable. No estaba jugando con sus esfuerzos por restablecer nuestra relación.
Y, entonces, vi a alguien más a su lado.
Charles no hablaba con el recepcionista ni con un empleado del local. No era nadie similar. La mujer a la que sonreía llevaba un nombre y un apellido que se había incrustado en mi cabeza a lo largo del fin de semana. Si lo escuchaba una vez más, algo se rompería. Más bien, oí cómo una arteria, una parte de mi organismo primario, se separaba de mi sistema circulatorio con un golpe seco.
Mi pecho ardía y yo solo podía observar cómo Charlotte Siné se reía de alguna gracia de Charles. Cómo él intentaba medir su enorme sonrisa y fracasaba. Cómo evitaba que un cliente despistado golpeara la espalda de Charlotte. Cómo la pegaba a su cuerpo. Cómo agarraba con firmeza la espalda de una chica que lo miraba embelesada. Cómo yo no era esa chica. Cómo, a pesar de mis sentimientos, no podía ser la mujer que él tomara de la cintura abiertamente.
Esa imagen tan cercana e íntima entre dos personas que habían compartido años de sus vidas juntos hizo añicos mi estresado corazón.
Debía ser por todo lo que se había hablado esa semana sobre la idónea reconciliación de la pareja, por las bonitas opiniones de mis compañeros de trabajo, por el desplante de su madre, por la soledad a la que me había arrojado yo misma esa semana. Me vi encerrada, como una espectadora más de la historia de amor que protagonizaba el hombre al que más quería en esos malditos instantes. Una historia de amor de la que yo no era partícipe en absoluto y que tendría que estar más que lapidada, pero que no dejaba de resurgir de sus cenizas, atacándome constante y despiadadamente.
Estaba ... Agotada. Exhausta. Drenada de toda energía. Me habían vaciado de voz y voto y lo peor era que no podía culpar a nadie más que a mí de sentir ese agujero en mi ser. ¿Acaso era humana a esas alturas? ¿Después de semanas, meses, negándome un amor que desbordó mis venas desde que lo conocí, me atrevía a seguir ofuscada en una laguna incierta de miedos y pánicos varios? Porque Charles no merecía mi indecisión. No merecía vivir en una neblina inexacta, tóxica y desgraciada.
¿Vas a entrar ahí, Helena? ¿Te atreverás a decirle a Charlotte a la cara que estás enamorado del mismo hombre que ella? ¿Dejarás que te juzgue y que cuestione tu amor por él? ¿Lo harás?
También me sentí traicionada y herida. Charles estaba con Charlotte y no importaba cuál fuera la razón detrás de su encuentro.
Giré sobre mis talones.
Las lágrimas serpenteaban por mis mofletes. Ni siquiera había notado el picor en mis ojos, agrio y puntiagudo como estacas clavándose en mi piel y desollándola.
¿Por qué lloras? ¿Tienes derecho a sentirte mal?
Como si una mole de cemento tapiara todos mis sentidos, desorientada, puse un pie delante del otro y bajé la escalinata de color gris que me había hecho sudar en poco más de dos minutos. Descendí lentamente los escalones, respirando a ritmos dispares y preguntándome qué había hecho durante mis veinticuatros años para ser una persona tan ... Tan ... Idiota y cruel.
Tú te lo has buscado, Helena. Tú has elegido ser así. No pidas explicaciones a nadie. Sabes perfectamente que huir es fácil, atractivo, y que lo haces siempre que encuentras el más mínimo indicio de que las cosas se complicarán y alguien saldrá lastimado. Prefieres herirte a ti misma porque crees entender tu dolor y crees que soportarlo apaciguará tus ambiciones, pero no estás haciendo lo correcto.
Sabes que lo lamentarás si no entras a ese restaurante.
Avergonzada del atentado que estaba planeando para nuestra relación, continué el descenso. Continué llorando en silencio, con las gotas quemando mis mejillas y la garganta totalmente bloqueada.
Cuando entré en el taxi, el hombre comprobó por el retrovisor que se trataba de la misma chica a la que había acompañado hasta allí.
—¿Señorita? —Ante mi silencio y las gruesas lágrimas que vio en mi pálido rostro, se preocupó por mi condición—. ¿Y su cita? ¿Se ha cancelado?
—Eso parece —dije, apagándome ante sus bonachones ojos pardos—. Disculpe, pero, ¿podría llevarme al puerto? —Logré pedirle.
Ni siquiera reconocía mi voz. No reconocía nada de lo que estaba haciendo.
Estás poniéndole en una bandeja de plata la oportunidad de volver con él. ¿Crees que alguien te lo agradecerá? ¿Crees que Charles estará de acuerdo con tu retirada? Se supone que ya no la quiere. Se supone que lo que hubo entre ellos está muerto y enterrado.
¿Y qué más da que no la quiera? Tú no lo quieres a él. Si lo quisieras, nunca te marcharías.
—Claro —Marcó el vehículo como ocupado y puso el intermitente, pero no se incorporó a la carretera—. ¿Se encuentra bien?
No puedo bajarme de este coche. No puedo.
—Sí —Exhalé, llorando a mares. Un leve hipido echó por tierra mi afirmación y enturbió el semblante de aquel amable desconocido—. Solo necesito pasear un poco —balbuceé.
Tú eres una mentirosa de manual. Ella no se esconde. Ella brilla a su lado. Tú solo te apagas y lo apagarás a él también si no cambias estos arrebatos tuyos de insolencia y egoísmo.
¿Cambiar? ¿Cómo vas a cambiar si estás tiritando como una hoja, Helena?
Charles Leclerc
20: 53 p.m. Restaurante Luis VX - Mónaco
Habían pasado más de treinta minutos desde que tomé asiento en una de las mesas reservadas del restaurante y Helena no aparecía. Tras los primeros quince minutos, pensé que podría ser un retraso, sin más, pero la hora se acababa y ella no daba señales de vida. Comencé a llamarla, una y otra vez, pero no obtenía respuesta alguna. Por un segundo, me asusté. ¿Y si le había ocurrido algo? Después, traté de ser objetivo al respecto y dar con una explicación. Si ese fuera el caso y Helena hubiese tenido un accidente, Julia me habría llamado. Yo no tenía el teléfono de su amiga, así que ella habría buscado la manera de contactar conmigo para justificar que Helena no hubiera llegado.
Ya eran casi las nueve de la noche. Mis pupilas se encontraban permanentemente ancladas a las puertas de cristal de aquel salón más privado y alejado de posibles paparazzis a los que había estado evitando toda la noche. ¿Era por eso? ¿Por las cámaras? Le prometí que haría lo indecible para librarme de cualquier molestia o incomodidad y ella parecía satisfecha con esas condiciones.
Varias personas entraron al salón, pero ninguna respondía a su nombre y el estrés de la semana hizo mella en mí mientras aguardaba. Con la cabeza adolorida, me levanté de la silla y miré por milésima vez mi reloj. Odiaba llegar tarde. Helena odiaba faltar a su palabra, aunque siempre había excepciones y deduje que la presión y la ansiedad de ser vista en público conmigo pudo con su determinación. Definitivamente, había decidido dejarme plantado.
No me enfadaba que hubiera decidido no presentarse. Lo que me dolía era no haber recibido ni un mensaje con el que me avisara de que esa cena se cancelaba, que no nos encontraríamos aquella noche.
Salí del salón, acomodándome la americana negra para ocultar el nerviosismo que me desarmaba. Cuando llegué a la recepción, el mismo joven que me atendió al llegar se interesó por mi situación y yo le dije que me iría, que mi acompañante no tenía la intención de venir, después de todo. Él me dio una mirada de lástima que rechacé rápidamente. No quería que nadie sintiera pena por mí. Debí haber elegido otro lugar para nuestra cita. Incluso mi apartamento habría sido una buena localización, pero me obcequé en que fuera especial, en que tuviera un buen recuerdo de Mónaco y no empaticé con Helena y con su terror a la exposición pública.
No lo hice. Maldita sea. No lo hice.
—¿Charles? —Por un instante, creí que sería ella, agobiada por haberse retrasado tanto, pero el timbre de su voz no era aquel y me giré hacia la entrada del edificio sabiendo que la mujer que me llamaba tenía otro papel en mi vida. Charlotte, tan elegante como siempre, se acercaba a mí. Su sonrisa me hacía recordar momentos pasados, agradables en su mayoría—. ¡Qué casualidad! —exclamó, risueña.
—Sí. Menuda casualidad —Le sonreí un poco y recibí su abrazo—. ¿Vienes a cenar? ¿Sola? —pregunté, extrañado de ver a nadie a su lado.
—No. Fue idea de Kika —Aclaró—. Lleva todo el día diciendo que quiere cenar aquí y, al final, me ha convencido. Se ha encontrado con unos amigos ahí atrás.
Ella se apartó un poco y me permitió ver cómo, a un par de metros de la entrada del restaurante, su amiga charlaba con unas desconocidas muy bien vestidas.
—Ah, claro.
Humedecer los labios fue todo lo que supe hacer. También bajé la mirada, pues no me importaba en absoluto cuáles fueran las circunstancias que la hubieran llevado a ir a aquel lugar esa noche. Solo pensaba en Helena. No había hueco para nadie más en mi interior.
—¿Y tú? —inquirió, curiosa. El choque de sus finos y largos pendientes atrapó por un segundo mi atención—. ¿Estás esperando a alguien? ¿Joris, tal vez? —Abrió sus ojos castaños en grande.
—No. No espero a Joris —contesté, desmintiendo su suposición—. Es alguien a quien no conoces.
—¿De verdad? —Retrocedió brevemente—. ¿Es una chica?
Me toqué el anillo del dedo anular.
—No. No es ninguna chica —Mentí de nuevo.
—Perdona por preguntar algo tan privado —Se apresuró a reparar su entrometida actitud—. Solo tenía curiosidad y no ...
—Tranquila —Mi sonrisa quebrada no bastó para que ella se lo creyera, pero no insistió más—. En realidad, parece que no va a venir —Le indiqué, decepcionado.
—Debe de haberle surgido un imprevisto —Evaluó por sí misma.
—Sí. Debe de ser eso —Secundé. Entonces, mi mano derecha se movió por puro instinto y atrapó su espalda antes de que un camarero despistado volcara el contenido de unos cócteles sobre Charlotte—. Cuidado.
El muchacho se percató rápidamente de su torpeza y agarró la bandeja de plata con un gesto de arrepentimiento impetuoso.
—Perdonen, perdonen, de verdad —Se disculpó repetidas veces.
—No es nada —Alegó Charlotte, amable y empática—. Gracias —me dijo una vez el joven se hubo marchado—. Entonces ... —titubeó—. ¿Por qué no cenas con nosotras? Has venido hasta aquí —Señaló, más animada—. No es justo que te vayas sin más.
Sabía que debía irme porque el paradero de Helena era una incógnita que no me gustaba, pero habría sido muy descortés por mi parte negarme al instante. Habría sido más que evidente que no deseaba cenar con ella y yo no era así. No me podía comportar como un maleducado con Charlotte. No se merecía que le aventase una mala excusa para escaquearme de su inocente encerrona. Así pues, le mostré mi teléfono móvil y, rescatando una sonrisa ladeada, expuse mi decisión.
—Voy a llamar una vez más. Para asegurarme de que no ha pasado nada grave —expliqué.
—Por supuesto —me invitó a hacerlo.
Me iría después de esa última llamada. El plan consistía en intentar contactar con Helena y justificar mi marcha de alguna manera que pareciera medianamente creíble.
La idea sonaba bien en mi mente. Asimismo, me aparté del recibidor y de Charlotte, que se identificó con su nombre y apellido para reclamar la mesa que tenían reservada, y volví a pulsar sobre el contacto de Helena. Conté diez pitidos. Quince. Veinte. Nunca había esperado tanto y, de repente, un contestador automático habló al otro lado de la línea. Sobresaltado, como si me hubieran pillado cometiendo un delito castigado por la ley, callé y, luego, tras unos segundos de indecisión, balbuceé una respuesta que se caía a pedazos.
Después de dejar aquel mensaje grabado, musité unas palabras de desconcierto.
—Où es-tu, Helena? —Contemplé el mar de luces y a varios taxis yéndose de la zona—. Où es-tu ...?
La voz de Ricardo me sacó de esas cavilaciones y todo se complicó. Con la llegada de varios amigos, grandes amigos, que también tenían una bonita relación de amistad con Charlotte, mi ruta de escape se fue al garete y la posibilidad de ignorar sus insistentes súplicas se esfumó en un suspiro.
No podía negarme a ellos. No podía y estaba ... Estaba tan cansado emocionalmente que sentí la estridente necesidad de quedarme con las personas que mejor me conocían para recuperarme. A menudo, por mi estilo de vida y por el poco tiempo que pasaba en casa, olvidaba que ellos eran un gran bálsamo en mi vida. Olvidaba que ellos eran también una parte de mí a la que no quería renunciar.
Se enteraron de mi situación y decidieron que cenaríamos todos juntos, como en los viejos tiempos. Yo solo pude revisar la pantalla vacía de mi móvil y asentir, prometiendo que, si al final de la noche no había recibido noticias de Helena, iría a su hotel.
No era la mejor elección, pero ella no facilitaba la comunicación y, de algún modo, también me frustraba. Me frustraba mucho que se negara a arreglar las cosas cuando no era imposible que solucionásemos las diferencias que habían aparecido con el paso de las semanas.
Una charla lo arreglaría. Estaba seguro.
🏎🏎🏎
Well, después de una Quali horrorosa, llego yo con un capítulo como este 🤡🤡🤡
Vamos a aclarar una serie de cosas porque sé que muchas no entendéis el comportamiento de Helena y que lo criticáis constantemente. Entiendo que lo hagáis, pero os aseguro que nadie es más crítica que ella consigo misma.
Helena sabe que lo hace mal. Lo sabe, igual que no sabe cómo corregirse a tiempo porque nunca se ha encontrado en una situación como esta. Para empezar, nunca se había enamorado. Nunca había tenido ese miedo a decepcionar a una persona porque no tiene un recuerdo consistente de lo que ocurrió con su padre y siempre ha sido un decepción para él, pero lo que pasa con Charles es distinto porque quien metió la pata en un primer momento es ella y Helena, para bien o para mal, tiene un carácter fuerte y es orgullosa. Si no hubiera tenido un mínimo de orgullo, nunca habría llegado tan lejos. Se ha construido a sí misma y se ha apoyado sin ayuda d terceros porque nadie más lo ha hecho.
Reconocer que te has equivocado en algo puede llegar a ser muy difícil y creo que todos podéis entenderlo. Y no estoy hablando de su discusión con Charles en España, sino del tipo de relación que tienen ellos dos, escondidos y alejados del mundo. Ninguno está cómodo así, aunque esto ya lo veréis en los próximos capítulos.
Solo quiero dejar claro que, a pesar de ese orgullo, también es insegura. Una combinación fatal. Después de pasar varios días rodeada de tanta gente que idolatra la antigua relación de Charlotte y Charles, se ve más perdida todavía y creo que es humano.
¿Debería haber entrado en ese restaurante? Probablemente.
¿Lo ha hecho? No, pero es un error que tiene que cometer para darse cuenta de muchas cosas. Trust me.
Así que, por favor, no seáis tan dura con ella. No es perfecta. Yo la diseñé para que no lo fuera, pero es humana y se puede empatizar con la encerrona en la que se encuentra ahora mismo.
Además, no es la única que comete fallos aquí. Charles se queda en el restaurante. A pesar de todo y sin saber a ciencia cierta si Helena está bien (imaginad que hubiese tenido un accidente, por ejemplo), decide quedarse allí, con Charlotte presente, recordemos. También hay que sumar el hecho de que no marca ningún límite con su ex. Es decir, Charles nota que ella está intentando algo y, aun así, deja las cosas estar. Deja que ella se pasee por el paddock como si nada, no desmiente la suposiciones de los periodistas y cena en la misma mesa que ella esa noche. Evidentemente, por la relación que tienen Helena y él, Charles no puede decirle a Charlotte qué está con alguien, pero nada le impedía poner los puntos sobre las íes y decirle que no se haga ilusiones porque no van a volver.
Y no lo hace.
Los dos se equivocan. Tienen derecho a equivocarse y no tiene por qué ser malo, a fin de cuentas. A veces, las relaciones humanas se complican y ambos están sometidos a un estrés que, en mi opinión, sí es inhumano. Creo que es natural que esto suceda.
Dicho todo esto, os pido paciencia con Helena (y Charles también) y con la manera que tiene de gestionar lo que sucede entre ellos ♡
Esperemos que mañana ambos Ferrari lleguen y se mantengan en zona de puntos y que el Nano tenga una buena carrera 🫶🏻
Nos vemos la semana que viene ✨
Os quiere, GotMe ❤️💜
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