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45 || Mónaco

Helena Silva

El jueves de la semana en Mónaco fue más relajado de lo que esperaba. Al menos, hasta la hora de la comida, que trajo consigo una visita repentina. Una visita que no entraba en mis esquemas, pero que, a la vez, era más que comprensible para cualquier miembro del equipo.

Sobre las dos de la tarde, mientras revisaba una de las estrategias con Riccardo, ciertas voces llegaron a mis oídos y ambos nos desconcentramos de la tarea. Cuando distinguí la familiar sonrisa de Arthur, me erguí en el asiento del muro y escudriñé la vista hasta identificar al chico de cabello oscuro y a la mujer que acompañaban al hermano menor de Charles.

En el momento en que la piezas encajaron en mi saturada mente, no pude hacer otra cosa que bajar d mi taburete y disculparme con Riccardo, que no comprendía muy bien a qué venían esas prisas.

Claro, él no sabía que acababa de ver a la madre de Charles y a su hermano mayor en el garaje del monegasco, saludando a algunos de mis compañeros.

No quería parecer desesperada ni nerviosa, a pesar de lo estaba, así que descendí del montículo con cuidado y aguardé a que Arthur reclamara mi presencia.

—¡Lena! —chilló, sonriente—. ¿Cómo estás?

Salió al pit lane, a mi encuentro.

—¡Hola, Arthur! —exclamé, sacándome la gorra para abrazarlo correctamente—. Ocupada, pero bastante bien —Fue un abrazo cálido y familiar bastante breve—. ¿Y tú? —Palmeé su espalda con cariño.

—Más o menos como tú. Hoy me toca ser el guía de mamá por el paddock —Nos separamos y yo observé la camisa blanca de manga corta que llevaba el menor de los Leclerc. El Cavallino Rampante estaba cosido en su pecho, más o menos donde debía latir su corazón—. Lleva años viniendo y sigue pidiéndome que se lo enseñe todo como si fuera la primera vez —Su sonrisa lo iluminó todo.

La forma en que sus comisuras se alzaban me recordaba a Charles. Los hoyuelos también estaban ahí, adornando su afable semblante.

A veces parecían dos gotas de agua, sí, pero mis latidos no reclamaban la atención de nadie más que su hermano mayor. Las similitudes físicas no me invitaban a confundir mis sentimientos, sino lo opuesto. Mirar a Arthur solo me hacía reafirmar que aquello no era simple atracción. Había mucho más detrás de mi relación con él.

—Es una buena forma de vivir la experiencia —Asentí, sonriendo también. De pronto, me di cuenta de que Charles llevaba más de dos horas sin dar señales de vida—. Charles no está. Se marchó hace un rato con Joris y Mia porque ...

—Ya sé que Charles anda por ahí dando entrevistas, tranquila —Me calmó—. Venía porque quería saludarte —confesó, bien orgulloso de su objetivo inicial.

A pesar de todo, no estaba hecha de piedra. Por tanto, aquel comentario tan inocente me ruborizó en un santiamén.

—Pues muchas gracias por el detalle —le agradecí, sonrojada.

—De nada —Me guiñó un ojo, tan galán como su hermano—. Además, quería echarte un cable. Es mejor que yo te presente a mamá —dijo al tiempo que me agarraba del brazo.

—¿Qué? —Empezó a tirar de mí—. No, Arthur. Espera un momento —Ante mis suplicantes palabras, detuvo su caminata hacia el garaje de Charles y me observó—. Yo ... Yo no sé si Charles ...

¿Conocer a su madre?

No, no, no.

—Esto iba a pasar tarde o temprano, ¿no crees? —me preguntó, divertido.

—Sí, pero ...

Había estado tan ocupada trabajando que ni siquiera pensé en que la siguiente parada era en Mónaco y en lo que eso acarrearía. Además de tener el doble de cámaras alrededor de nuestro box, estaba claro que la familia de Charles se presentaría en algún momento del fin de semana. Aunque no había dicho nada al respecto, cualquiera sabía que su madre y sus hermanos harían una aparición, tarde o temprano.

Y lo peor de todo era que Charles no andaba cerca.

—Es normal que te presente a mi madre. Charles lo haría si estuviera aquí —explicó él—. Al fin y al cabo, eres la nueva ingeniera de Ferrari. Hasta que mi querido hermano añada ciertos matices a esa presentación —Esbozó media sonrisa.

—¿Matices? —repetí.

¿Charles ya le había dicho que nos estábamos conociendo? Me cuadraba mucho más que se hubiera fijado en cómo nos tratábamos, pero mi cabeza no daba para más. Había un peligro inminente para el que no me había preparado en absoluto.

—No te pongas nerviosa —dijo Arthur, metiéndome en el garaje—. No es tu suegra ni nada parecido. Todavía no —rio, regodeándose en sus vandálicos actos.

Parpadeé, sintiendo la mirada pesada. Al ver a la señora Leclerc, que hablaba animadamente con Xavi, creí que me desmayaría delante de todo el mundo.

¿De verdad estaba ocurriendo así?

Dios mío ... —mascullé en un castellano teñido por el pánico.

Primero me di de bruces con su hermano mayor, Lorenzo. Arthur corrió a presentarnos antes de que pudiera zafarme de la encerrona en la que me había metido.

—Lolo, ella es Helena Silva, la nueva ingeniera de pista —Yo sonreí al mayor de los tres hermanos con cara de circunstancia—. Todos la llaman Lena.

—Casi todos, sí —La voz de Charles golpeó las esquinas de mi mente—. Lorenzo, ¿verdad? —Me acerqué a él y besé sus mejillas—. Es un placer conocerte.

—El placer es mío, Lena —La sonrisa típica de los Leclerc tumbó mis miedos en menos de medio segundo—. Eres la nueva estrella emergente de Ferrari y, por lo que dice Charles, serás toda una eminencia en el deporte dentro de poco —me aduló, amable.

—A Charles le gusta exagerar con eso —Evité reírme, aunque quise hacerlo por los nervios que se me agarraban al estómago—, pero gracias por la confianza.

¿Tanto había hablado de mí? ¿Le había contado a sus hermanos algo de lo nuestro o solo había comentado que mi trabajo en Ferrari era excelente? Tampoco creía que eso último fuera verdad, así que añadí dicho asunto a la extensa lista que estaba elaborando en secreto desde que nos dijimos adiós en Cataluña. Si Charles se las ingeniaba para desocupar una de sus noches mientras estuviéramos en Mónaco, también le preguntaría sobre la información que le había dado a su madre o a sus hermanos. Me daba mucha curiosidad saber qué les había dicho sobre mí.

El amago de una sonrisa tildó aquel pensamiento de un dulce rumor, suave y palpitante a la par.

Maman! —El grito de Arthur nos sobresaltó tanto a Lorenzo como a mí—. Maman, viens. Je voudrais te présenter quelqu'un de très important —recalcó el más pequeño.

La mujer, unos centímetros más baja que yo, se despidió rápidamente de Xavi y vino hacia nosotros. Al ver que esa persona tan importante era la nueva chica de Ferrari, sus ojos brillaron de la emoción. A lo mejor estaba angustiada y por eso lo sentí con esa intensidad, pero nunca habría esperado que la madre de Charles fuera hasta mí y besara mis pómulos, terriblemente simpática.

—¡Ah! Tú eres Helena Silva, ¿no es así? —Se retiró un poco sin siquiera tener la certeza de que yo era la chica en cuestión—. No nos conocemos, pero, con todo lo que me han contado Charles y Arthur sobre ti y con lo que dicen por televisión, diría que ni siquiera son necesarias las presentaciones —Esbozó una sonrisa maternal y viva que me aguó los ojos al instante—. Yo soy Pascale, la madre de Charles —se presentó.

Su cabello teñido de un rubio casi platino era un poco más largo que el mío y le daba una luminosidad a su rostro increíble. La rejuvenecía. No sabía su edad, pero no me cabía ninguna duda de que esos aires tan alegres y aquella imagen desenfadada ayudaban a que todo el mundo le echara menos años de los que debía cargar sobre los hombros.

Había mucho de ella en Charles. El puente de su nariz, la forma de su cara y la serenidad de su semblante. Por desgracia, nunca podría volver en el tiempo y conocer a su padre mientras estuvo allí, con vida, y saberlo me dolía. Por eso mismo, tener la suerte de conocer a su madre le daba mucho más valor a aquel encuentro tan inesperado por ambas partes.

Era una manera de incluirme en la vida de Charles y me hacía sumamente feliz poder conocer en persona a la mujer más importante de su vida.

Me habría encantado presentarle a mamá.

Por un momento, la imagen de su madre y la mía encontrándose por primera vez se apoderó de mis deseos. Nunca se cumpliría, pero tuve la seguridad de que se habrían llevado de maravilla. Las dos cargaban con un espíritu especial y enérgico que las habría conectado en pocos minutos.

—Encantada de conocerla —dije, observando la tonalidad verde de sus pupilas—. Charles ... Charles habla maravillas de usted. Me alegro de que esté aquí —le confesé.

—Mi hijo es un zalamero de primera clase —Lo definió de un modo bastante apropiado—. Siempre tiene algo bueno que decir sobre mí, pero no te lo creas todo. Su palabrería puede ser engañosa —reflexionó, orgullosa de que su hijo fuera de esa manera.

Sí. Charles siempre tenía algo bueno que decir de los demás. Podría tacharlo de adulador y no se equivocaría. Sin embargo, sus intenciones iban más allá de querer agradar a los demás.

—Bueno, un hijo siempre debe tener buenas palabras hacia su madre —opiné—. Es ley de vida.

Pascale Leclerc me escudriñó con detenimiento. Yo me fijé en que sus comisuras buscaban una escapatoria para sonreír, pero ella las contuvo a fuerza de voluntad.

—Sí, eso es cierto —Me dio la razón, escrutándome sin perder detalle alguno de mis facciones.

Viéndome sometida a aquel examen, huí de sus profundos ojos castaños y me refugié en la mirada dulce de Arthur, que estaba bastante satisfecho con la reacción de su madre. Yo no podía sentirme más desconcertada, pues no sabía si había cometido algún fallo o si había dicho justo lo que Pascale quería oír, pero no tuve que exteriorizar mi crisis nerviosa porque el único Leclerc que realmente tenía la potestad de arrebatarme el aliento hizo su entrada triunfal en el box, salvándome de una horrorosa muerte por asfixia.

Maman! —clamó Charles, trotando hasta nosotros. Se había dado mucha prisa en volver y no podía estarle más agradecida—. Que fais-tu ici? Tu ne m'as pas dit que tu viendrais demain? —preguntó, jadeando ligeramente.

C'est comme ça que tu salues ta mère? —exclamó ella.

Aunque pudiera sonar ofendida, aceptó el abrazo de su hijo como si no lo hubiera visto en años. Aquella escena me pellizcó el alma, y empeoró cuando vi la sonrisa de Charles.

Pardon, pardon ... —Se disculpó, abrazándola con toda la dulzura del mundo contenida en sus brazos. Entornó los ojos y, al hacerlo, me encontró allí, enarbolada como una vela y esforzándome por no parecer hecha de mantequilla espesa. Retrocedió un poco y rompió el abrazo con su madre por mí—. Helena, ¿ya os han presentado?

Hacía días que no me miraba a los ojos, y cuando me miró, volví a la vida. Un chute de energía abrió mis pulmones y pude respirar de nuevo. Fue como si todo volviera a la normalidad entre él y yo.

—Sí —Una cálida burbuja de emociones estalló en lo más hondo de mi garganta—. Arthur se ha encargado de hacerlo —concreté.

—Sí, Charles —Su madre le tomó del brazo—. Has llegado justo a tiempo. Helena y yo estábamos ...

—Prefiere que la llamen Lena —dijo Charles.

Algo tan simple como eso. Un comentario tan inocente, puro e insulsamente banal que me recordó cuánto podía sentir en un espacio tan reducido como lo era mi pecho. Me removió todos los órganos y mi boca quiso reclamar su nombre, pero no podía montar un numerito delante de su familia.

—Sí —Desvié las pupilas hacia su madre—. Prefiero Lena, aunque usted puede llamarme como más le guste.

—Pues Lena entonces —Sonrió—. Es un apodo muy bonito.

—Gracias —dije yo.

La amabilidad de aquella mujer lo suponía todo para mí. Significaba que yo merecía su cordialidad y eso ya era más de lo que aspiraba a conseguir la primera vez que nos viéramos.

Maman, Helena y yo ... —Charles desgranó aquel corto silencio y sus palabras retorcieron algo en mi vientre—. Helena y yo somos buenos amigos y no ...

—¿Piensas que voy a asustarla, hijo? —Sus carcajadas provocaron sonrisas en sus hijos.

Charles no quería que se notara su nerviosismo, pero yo lo sabía. Probablemente, todos, menos su madre, sabíamos que el piloto de Ferrari estaba luchando consigo mismo para no decir a los cuatro videntes que no era una ingeniera más con la que había entablado una amistad. Arthur ya me había confirmado que conocía lo que se escondía detrás de mi relación con su hermano y me habría arriesgado a decir que Lorenzo, aun sin conocerme de nada, también percibía la tensión entre nosotros.

Charles no quería acercarse a mí. Estaba guardando las distancias deliberadamente y sus hermanos habían pasado demasiados años a su lado como para no sentir la precaución en los gestos y en las medias sonrisas del chico.

Ellos lo notaron, pero su madre no sintió nada en absoluto. Me alegré de que así fuera.

—No, es que ... —Charles titubeó, sonriendo y mareando el cabello en la parte posterior de su cabeza—. ¿Os parece que comamos todos juntos hoy? —preguntó, esperanzado.

—¿Puedes hacer un hueco para nosotros, Lena? —se pronunció Lorenzo con una sonrisa surcando su rostro.

Necesité unos segundos para entender que me hablaba a mí y que quería saber si podría acompañarlos en esa comida familiar.

—¿Yo? —El mayor asintió, casi riendo por la sorpresa en mi voz—. Me encan ...

—Charles —Pascale me interrumpió, pero ninguno creyó que lo hiciera con maldad—, no te lo dije para que no te estresaras más de la cuenta, pero invité a alguien hoy —le comunicó a su hijo.

Él, restándole valor a esa información, frunció su ceño y se esforzó por leer el semblante de la mujer que lo había criado y que lo trajo al mundo.

—No importa que hayas invitado a alguien —A Charles no le molestaba que su madre hubiera invitado a nadie. Estaba bien con ello—. Podemos comer todos sin ningún problema.

—No. No lo entiendes —Su madre le tomó del brazo con más decisión, preparándole para el hachazo final—. He invitado a Charlotte.

Un hilo grueso se partió por la mitad en mi pecho. Sentí dolor. Sentí la hemorragia. Sentí confusión. Sentí una vertiginosa bofetada empalando mi alma de una forma hiriente y malograda. Como si me golpearan y doliera mucho. Muchísimo. Como si doliera ríos de sangre y me desollara de dentro hacia afuera, pero no llegase a matarme porque mi corazón se resistía a sucumbir a un desplante de tal nivel.

La cara de Charles era un poema. Incluso su madre, que parecía no tener más que buenas intenciones con su atrevimiento, vio en las facciones de su hijo un resentimiento y un halo de desprecio que debió clavarse en su sien igual que una bala encaminada a destrozar sus sesos.

—¿Qué? —espetó Charles, claramente indignado.

Cualquiera que lo conociera, pensaría que estaba enfadado. Furioso. Extremadamente decepcionado. A lo mejor sí que sentía una mezcla de todas esas emociones, a pesar de todo lo que significaba sentirlas.

Pascale no llegó a responder al escueto y dolido interrogante de Charles. Una voz desconocida para mí se esparció por el box, de esquina a esquina, revolucionando el ambiente de trabajo de los mecánicos y las charlas de nuestros ingenieros.

Ciao, ragazzi! —Aquella voz femenina me puso la piel de gallina—. Come stai?

Su aplastante energía acalló las múltiples voces que hablaban en los entresijos de mi mente. Cientos de palabras que no me gustaban en absoluto silenciadas, sentenciadas, por la melódica voz de una chica a quien solo había conocido a través de fotos y rumores a los que nunca presté mucha atención.

Al parecer, eso estaba a punto de cambiar.

Charlotte! —Todos tratamos de buscar con la mirada al mecánico que salió al encuentro de la visitante. Era Ale. Me llevaba bien con él—. Cosa stai facendo qui? —Le preguntó, engulléndola en un abrazo de bienvenida.

Yo no lograba ver más que su cabello almendrado, liso y brillante, mientras correspondía aquel saludo con un abrazo de regreso.

Visitare alcuni vecchi amici. Questa è la mia città, Ale. Non lo ricordi? —Rio ella, feliz de que la recibieran así. Algunos de mis compañeros también la saludaron, aunque pocos se acercaron a besar sus mejillas—. Bonjour à tous.

Una orquesta de voces contestaron, tanto en italiano como en francés.

Esperando, callada y temblorosa, me percaté de que su dominio del italiano era exquisito. Perfecto, en realidad.

Sujeté mis manos, bajando la mirada hacia la punta de mis deportivas.

No me apetecía mirar a la antigua pareja de Charles. De pronto, toda la curiosidad que en algún momento tuve se diluyó en el aire y me dejó en un soledad aletargada de la que no me escapé hasta que Arthur tomó la iniciativa.

Lotte, pourquoi es-tu ici? —inquirió, muy sorprendido.

Je ne peux pas le croire ... —Oí que decía Charles entre dientes.

En mi interior no había enfado. No había rabia. No había nada más que un descampado yermo, desprovisto de cualquier sentimiento maligno que hubiera amenazado con perturbar mi tranquilidad durante los últimos meses.

Ahora que estaba a segundos de conocer a Charlotte, me sentí como un huevo vacío. Una cáscara que se resquebrajaba, pero que no guardaba nada dentro.

La joven llegó primero hasta Arthur, abrazando al menor.

Pascale m'a donné un laissez-passer et j'ai pensé que je pourrais venir dire bonjour —dijo y echó un vistazo a la que fue su suegra durante años antes de clavar los ojos en Charles—. Salut, Charles. Ça fait un bail. Ça va?

Era muy guapa. Igual de guapa que una modelo de pasarela.

Su piel apenas estaba tostada por el sol. Alta, preciosa y sonriente, tal y como se mostraba en las fotos. Sus ojos, grandes y castaños, reflejaban felicidad. Estaba feliz de ver a Charles, claro.

No había nada que desentonara con la imagen que había creado de Charlotte Siné porque era idéntica a lo que alguna vez pensé que sería. Una calcomanía. Una copia exacta.

El gesto de Charles cambió. Fue lo primero que noté cuando alcé la barbilla y me di el lujo de observar mejor a la chica que besaba dulcemente sus mejillas. Era más suave. Su ceño se había relajado, aunque no desapareció por completo.

Oui, ça fait un moment ... —Colocó por un instante su mano derecha en la espalda de ella—. Très bien, et toi?

Maintenant? —Charlotte sonrió—. Heureux de te revoir. Je veux dire, je suis très heureux de vous voir tous.

Se dirigió también a Pascale, que la escrutaba con un orgullo infinito, y a Lorenzo, que no comprendía esta reunión.

Bien sûr ... —farfulló Charles, luchando contra la incomodidad. Sus ojos viajaron a mí y, de repente, tuvo que enfrentarse a una presentación que nunca había planeado—. Ella ... Ella es Lena, nuestra nueva ingeniera —Me señaló, a lo que Charlotte viró su atención y me observó con sus hermosos ojos marrones—. Debes haber escuchado hablar sobre ...

—Sí. Es un placer, Lena —Caminó y plantó dos suaves besos en mis pómulos. Solo entonces me obligué a despertar—. Se habla mucho de ti en Mónaco. Eres toda una celebridad. Yo soy Charlotte, la ... Bueno, una amiga de la familia —Forzó la sonrisa.

No quería dar una mala sensación a esa chica, así que utilicé mis clases de francés para simular que estaba a la altura de la situación. No lo estaba. No estaba preparada para algo tan violento, pero tenía que fingir que no me afectaba.

Ravie de vous rencontrer, Charlotte —Le devolví el saludo y la sonrisa, aunque la mía no salió muy natural.

Oh, tu parles français? —exclamó, grácil.

Juste un peu. Je ne pense pas pouvoir vous suivre pendant longtemps —comenté, moderando el tono.

—Pero tienes muy buena pronunciación —Afirmó, maravillada con un detalle de lo más nimio.

—Estudié el idioma un par de años en el instituto y olvidé la mayor parte —Di a entender que mis conocimientos eran escasos—. Charles ha estado ayudándome a hablarlo, pero me quedo con el italiano. Es mucho más parecido al español —reconocí.

Su sonrisa me hacía cosquillas en el vientre. Como si ... Como si quisiera sonreír tanto como ella. Sin sentirme apresada por mí misma.

—Estoy segura de que puedes manejar ambas lenguas perfectamente —Aseguró, dándome un voto de confianza que la hacía una persona noble y educada a rabiar—. Al principio es un poco lioso, pero no creo que haya nada más complicado que el español —Soltó un par de carcajadas, haciendo memoria—. Intenté aprenderlo en la universidad y fue un caso perdido. Tenéis todas esas conjugaciones y cambios ... Me volví loca, de verdad —se sinceró conmigo.

Conmigo. Con una total desconocida. Con la chica que, en secreto, tenía alguna clase de relación sentimental con el hombre al que había amado hasta hacía pocos meses. ¿Quién podía negarme que no siguiera sintiendo algo más que cariño y estima por Charles? Solo ella, y no era una pregunta que estuviese dispuesta a formular.

Lo peor de todo era que quería sonreírle. Dolía porque estaba siendo la chica simpática que imaginé que sería. Dolía horrores.

—Es bastante difícil para los extranjeros, sí. Aunque tiene sus trucos. Si los conoces, es mucho menos complejo —Expuse, todo lo cordial que pude.

—Entonces debería pedirte algunas clases. No me vendría nada mal saber castellano —Asintió, animada. El brillo de sus pendientes me desconcentró brevemente—. Ah, Kika —Llamó a alguien, girándose hacia la entrada por la que había llegado al box de Ferrari—, ¿puedes venir? —Y, a los tres segundos, una chica joven y morena se aproximó a nosotros con una radiante sonrisa—. Chicos, ella es una amiga. Kika Cerqueira. No quería venir sola y me acompañó.

La chica parecía más pequeña que Charlotte, pero, a lo sumo, un par de años. Su piel, mucho más morena, hizo que me cuestionara si ese era su tono y si se había bronceado recientemente. También cabía la posibilidad de que tuviera que tomar el sol durante todo el año por su trabajo. Por el estilo y la gracia que tenía al moverse, imaginé que era modelo o que trabajaba en el mundo de la moda.

El cabello de Kika caía por su espalda en bonitos tirabuzones castaños. Charlotte tenía un corte unos cinco centímetros bajo el hombro, así que me sorprendió que su amiga tuviera una melena tan despampanante.

—Encantada —dijo en general. Después, se enfocó en mí exclusivamente—. Tú eres Lena Silva, ¿no? Me hace mucha ilusión conocerte —Agregó, acercándose para besar mis mofletes.

—Vaya, muchas gracias —Ensanché la sonrisa, ruborizada.

—No hay de qué. Ver que hay mujeres exitosas en un mundo que hasta hace poco era de hombres me llena de orgullo —Justificó su afán por encontrarse con la nueva ingeniera—. ¿Te va bien en Ferrari?

Acostumbrarme a tantos halagos estaba siendo la parte más difícil de trabajar allí, expuesta al público y a diversos comentarios que iban del amor al odio.

—Sí, estoy muy contenta con el equipo.

—¡Cierto! —Dio un pequeño saltito y su efusividad se disparó—. He oído que eres mitad portuguesa. ¿Es así? —Insistió.

Sus rasgos la convertían en una de las chicas más hermosas que había visto nunca. Incluso más que Charlotte. Me pregunté si ella era consciente de que su simpatía la volvía tres veces más atractiva, pero concluí que debía saberlo. Parecía la clase de persona que sabía lo que hacía, que sabía cómo destacar por encima del resto.

Al poco, me di cuenta de que todos aguardaban a que respondiera, curiosos de mis posibles raíces portuguesas.

—Mi madre era de Portugal, sí —le contesté, algo tímida.

Nadie se había interesado demasiado por mi vida privada desde que llegué al equipo. Charles ya contaba con toda mi ficha personal, así que él no se mostró impresionado cuando hablé. Él se limitó a controlar una sonrisa traviesa y contenerla en sus labios.

—¿De verdad? Yo soy de Portugal —clamó Kika—. ¿Hablas el idioma?

—No mucho —Se llevó un chasco, aunque tuvo la deferencia de no revelarlo a mis ojos—. Lo utilizo para charlar con mi abuela, pero cada vez me cuesta más. En realidad, no había conocido a ninguna portuguesa de mi edad —Le sonreí, algo emocionada.

—¿Lo ves? —Se dirigió a Charlotte, eufórica—. Te dije que era una buena decisión venir, Charlotte.

—Eso parece —Primero me observó a mí, como si hubiera encontrado a una amiga repentinamente. No se entretuvo mucho y echó una ojeada a la familia Leclerc—. ¿Os apetece que vayamos a comer?

Aquella proposición borró las sonrisas en mí y en Charles. Nadie lo notó.

—Me parece perfecto —declaró Pascale.

¿Por qué parecía tan contenta? ¿Tan ...? ¿Tan satisfecha con toda esa situación? Ella misma había admitido que fue su idea invitar a la ex de su hijo, pero, ¿no estaba metiéndose en la vida de Charles con demasiado ahínco? ¿No debía ser decisión de él si quería incluir a Charlotte en esa comida que, antes de su llegada, ya estábamos planeando?

Tu as fini les entretiens, Charles? —le preguntó Charlotte.

Charles me miró, incómodo.

Ah, oui —Confirmó, mirando también a Arthur, que tampoco compartía lo que había hecho su madre—. Nous parlions d'y aller tous ensemble, mais ...

—Podemos ir todos, hijo —Sus energías masacraron mi espíritu. Esa mujer estaba deseando que Charlotte y Charles pasasen tiempo juntos—. No vas a dejar que las chicas coman solas, ¿no? Sería un gesto muy feo por tu parte —Picoteó la moral de su hijo.

¿Siempre lo tuvo en mente? Mónaco era, sin ninguna duda, la ciudad idónea para organizar ese reencuentro.

Charles nunca me había hablado de que su madre amase tanto a la que fue su nuera. Porque estaba encandilada con ella. Viéndola, aferrada al brazo de Charlotte, comprendí que la fatalidad se cernía sobre mí. No había oportunidad para la chica nueva. Nunca la hubo. Y saberlo de primera mano me machacó el alma de un golpe limpio, certero y terriblemente doloroso. Me agujereó el pecho. Pensé que estaba sangrando. Tal fue mi paranoia que llevé la mano derecha al lugar donde mi órgano vital parecía haber detenido sus rítmicos movimientos para hallar una normalidad que no se compaginaba con la herida que sentía en mis carnes.

No había nada allí, pero yo estaba destruida.

—No. No lo decía por eso —Intentó decir Charles, que no sabía muy bien cómo arreglar el desaguisado de su madre— . Helena ... —Vocalizó mi nombre.

Levanté la mirada hacia él y vio la decepción en la forma de mis cejas, en el fruncimiento de mis labios, en el mohín de mi nariz.

—Lena debe de tener mucho trabajo por delante, ¿no? —Dio por hecho Pascale Leclerc.

Otro golpe. Más hiriente. Más profundo. Definitivo.

—Lo cierto es que sí —No supe de dónde salió mi voz, pero agradecí que lo hiciera. Habría sido muy violento quedar muda de golpe—. No os preocupéis por mí —Quise sonreír, pero fue imposible—. Riccardo me está esperando para terminar de cuadrar unos datos.

Me está echando. No quiere que esté en esa mesa, comiendo con ellos.

Ni siquiera trató de camuflarlo.

Lo dijo. Sin más. Dijo lo que sentía. No tomó en cuenta mis sentimientos. Me lanzó a la basura delante de sus hijos y de dos chicas que notaron el feo desplante. Su ansia por juntar a su hijo con la mujer a la que alguna vez quiso reveló una faceta cruel para la que no estaba lista.

—¿Estás segura? —Intervino Lorenzo con el rostro sombrío—. Podemos esperarte.

Su esperanza no me alcanzó. No había nada que pudiera cambiar el hecho de que aquella mujer me había barrido a un lado como quien barre el polvo de la entrada de su casa. Como si no fuera nadie.

—Gracias —Tragué saliva con tanta fuerza que creí que me desgarraba la tráquea—, pero es estadística y nos llevará un buen rato sacar los números.

Excusas.

Riccardo y yo habíamos terminado el análisis de las telemetrías hacía poco más de quince minutos.

—Bueno, supongo que no se puede hacer nada —dijo un Arthur de lo más desanimado—. Dejaremos esa comida para otro momento, pero nos la debes. Que no se te olvide —Me sonrió, disculpándose conmigo en silencio.

Primero me abrazó él y después fue Lorenzo.

—No se me olvidará, Arthur —Prometí, cabizbaja—. Me alegro de verte.

—Lo mismo digo, Lena —Acarició mi hombro.

Ambos se retiraron, siguiendo a su madre, que ya estaba marchándose mientras hablaba con Charlotte como si no se hubieran visto en años. Contemplando aquella escena, me sentí desplazada y humillada a la vez. Nunca habría pensado que ese primer encuentro con la madre de Charles sería así. Nunca lo habría saboteado hasta el punto de crear un espectáculo como el que acababa de vivir.

No desperté de mi ensimismamiento por voluntad propia, sino al sentir el calor de su mano en mi antebrazo, seguido de un cándido beso en mi mejilla. Estaba roja de vergüenza y, al besarme, él sintió ese calor en sus labios.

—Perdónala, por favor —Me susurró.

—No pasa nada —Batí mis pestañas.

Se apartó unos centímetros, digiriendo lo ocurrido.

—Te llamo más tarde —dijo, retrocediendo.

Ni él sabía cómo hacerme sentir mejor después de que su madre me ignorara tan cruelmente.

—Vale —balbuceé.

Vi cómo se marchaba con su familia. Me quedé sola, en mitad del box, y quise llorar de verdad. No lo hice, pero el ardor en los ojos me persiguió durante mucho más tiempo de lo que me habría gustado reconocer.

A última hora de la tarde, todavía sola, mi móvil empezó a vibrar sobre el teclado del ordenador que me habían asignado en el muro. Cuando leí su nombre en la pantalla, me aclaré la voz y revisé que ya no quedara nadie a mi alrededor.

—¿Sí? —dije tras desbloquear la llamada.

Me gustaría haber vuelto al box, pero tengo una cena en ...

—No te preocupes, Charles —Respiré hondo—. Lo entiendo.

Reacomodé el móvil contra mi oreja derecha y cerré la carpeta con todos esos documentos dentro. Mis huesos dolían una barbaridad. El cuello me mataba; estaba rígido como un tronco y agarrotado como pocas veces antes.

Una llamada por teléfono no era lo que quería, pero supongo que es una solución ... —Carraspeó y moderó su voz, lo que me llevó a pensar que un chófer le acercaba al lugar donde cenaría—. Yo ... Siento mucho lo de antes, Helena. No entiendo cómo mi madre ha sido capaz de traer a Charlotte. Es ... Es ...

—Humillante —Aquel adjetivo me perforó la lengua y ardió como mil demonios—. Pero ella no sabe nada. No puedo culparla —Acabé susurrando.

Esto no debería haber pasado —Incidió él, muy inconforme con los tejemanejes de su progenitora.

Nunca me contó que Pascale adoraba a Charlotte como si fuera la hija que nunca tuvo. Que no hubiera salido de sus entrañas no la hacía menos hija suya. Esa era la sensación que me dio después de vivir sus interacciones y comprender que jamás llenaría el hueco que esa chica dejó en la madre de Charles. Era superior al hecho de que ya no estuvieran juntos. Parecía que, sin importar el curso que tomaran los acontecimientos, Charlotte Siné siempre sería la mujer perfecta para Charles.

—Pero ha pasado y no hay manera de revertirlo —Admití, resentida—. No quiero hablar de ello. Olvidarlo es más fácil.

Recordarlo me pisoteaba el orgullo.

Helena.

—¿Mmn? —Pasé mis dedos por la cubierta roja de la carpeta.

Sabes que entre Charlotte y yo no hay ... —Intentó aclarar el malentendido.

—Ya —Lo frené.

No quería escuchar esa posibilidad porque era la posibilidad que su madre deseaba a toda costa y solo hacía que me sintiera como una intrusa, una ladrona, que estaba perpetrando en su familia, a sus espaldas y sin su bendición.

Hablo en serio —dijo, más duro y seco—. Eso se acabó.

Cerré los ojos, recuperando las fuerzas para hablar.

—Lo sé. De verdad —farfullé, sometida a una mujer que ni siquiera parecía estar luchando por recuperar el hombre con el que yo estaba.

Antes tenías la mirada triste —Señaló, endulzando sus palabras.

—Es falta de sueño —Me relamí las comisuras, forzándome a no mentir demasiado—. Necesito dormir —Las venas palpitaban en mis sienes, agresivas y sedientas de mi energía vital—. Me sentiré mucho mejor después de dormir.

Guardó silencio. Respetó mi media verdad porque sabía que no había sido un trago amable. Estaba hundida en mí misma, en la incapacidad de sobreponerme a una cuchillada de esas magnitudes por ser débil e insegura.

Charles no supo qué más decir.

¿Quieres ...? —Insinuó, apenado.

—No, no —Agarré mi móvil, conteniendo los impulsos que me pedían aceptar la idea—. Tienes compromisos importantes esta semana y estaría incómoda reteniéndote cuando una ciudad entera te busca por todas partes.

Dormir con él habría sanado más cortes de los que creía tener, pero me castigué por actuar como una estúpida.

Gracias por tomártelo tan bien —habló Charles—. No todo el mundo aguantaría algo así.

Algo así.

¿A qué se refería? ¿A la presencia de su ex en el paddock, a su decisión de no hacer nada o al desplante de su madre?

—A veces hay que ser fuerte, aunque uno no quiera —opiné, herida.

Lo que más me lastimaba era que Charles no hubiera levantado un dedo por evitar ese acercamiento temporal con Charlotte. No podía, lógicamente. Si hubiera dicho algo, el escándalo se habría echado sobre su sombra. No me cabía duda de que lo había consultado con Mia, quien le aconsejaba sobre todo lo que tuviera relación con su imagen pública.

Si echaba del paddock a Charlotte, siendo ella una cara conocida en Mónaco, la noticia se esparciría como la pólvora por la ciudad y el equipo no necesitaba rumores de ese tipo. Sería un escándalo muy engorroso y yo lo sabía, pero no podía sentirme más maltratada e ignorada. Incluso por él.

Sé que no puedo hacer nada para arreglarlo y que tendrás que ver a Charlotte en el box porque no puedo echarla sin más —Reconoció, abriendo mi piel en el proceso—, pero hay una reserva a mi nombre para el sábado a las ocho y media de la tarde en el Luis XV. Reserva para dos —Recalcó al final con algo de esperanza.

Todavía tenéis mucho de lo que hablar. Enfadarte contigo, con Charles y con la situación no ayudará a solucionar los problemas que estáis experimentando.

—Reserva para dos en el Luis XV a las ocho y media —repetí y escribí la hora y el nombre del restaurante en una esquina de mi agenda abierta.

Sí. El sábado —dijo, aliviado.

—El sábado ...

¿No te apetece? —preguntó.

Había un deje de preocupación en su voz.

Relájate, Helena. No seas injusta.

—¿Tengo que vestir de etiqueta? —Me interesé.

Nunca había cenado en un restaurante de Mónaco y suponía que habría unas normas a seguir.

Bueno ... Un vestido no estaría mal, aunque no hay protocolo para que cenemos juntos —explicó él.

Casi podía ver sus hoyuelos. Me tranquilizó. Pensar en su suave sonrisa anestesió mis músculos uno a uno. Ni la mejor droga habría logrado tal hazaña.

—No voy a llevar nada que me haga ver despampanante, Charles —Me defendí.

Sentí los labios relajados, preparados para dar la bienvenida a una tímida sonrisa.

Estarás despampanante con cualquier cosa, tesoro —Aseguró.

Me mordí la mejilla. Necesitaba controlar esos impulsos que tenía mi boca.

—¿Y la gente? —dudé.

He pedido una mesa apartada —mencionó Charles—. Muchas personas importantes van allí y, si no quieren ser vistas, solo tienen que pedirlo en recepción. No habrá problema —Parecía seguro de lo que decía, así que no lo percibí como una amenaza—. Yo llegaré antes y pediré que nos atienda alguien de confianza.

El ruido de un motor lejano me retuvo durante unos segundos. Eché la mirada hacia mi derecha. El pit lane estaba deshabitado. No había nadie. Ni un alma.

Apoyé mi codo derecho sobre la superficie inclinada de mi mesa en el muro y enterré los dedos en mi cabello suelto tras pasarme el teléfono al oído contrario.

—Está bien —Acepté.

Escuché su voz, pero solo fue un pasivo ruidito de afirmación lo que discerní.

Después de cenar ... Bueno, no sé cómo acabará la noche, pero me encantaría ... —Carraspeó, inquieto—. Me encantaría que vinieras a casa. A mi casa. Sin personas que nos incordien.

Sonreí.

—Eso dependerá de muchas cosas, Leclerc.

Estoy dispuesto a luchar para llevarte a casa conmigo, chérie —argumentó con un ímpetu admirable.

—¿Quieres pelear? —Mi sonrisa creció irremediablemente—. Porque ...

No —Me interrumpió—. Quiero luchar por ti. Y voy a hacerlo.

Separé los labios. Quería rebatir su determinación con algo real y solo pude esperar y volver a sellar mi boca, aspirando en secreto a una noche como la que me prometía. Una noche para nosotros.

La delirante sensación de sus besos por todo mi cuerpo, llegando a sitios que nadie más había adorado, fue terrible, nefasta. Me doblegó. Me hizo una marioneta que respondía a sus deseos porque deseaba yacer desnuda en su cama, entre sus brazos, víctima de sus caricias y promesas.

Habían pasado tantos días sin sentirlo de verdad que aquel escenario me atacó. Fue aplastante para mi endeble ego, tan aplastante que de mis comisuras escapó un superficial suspiro. La sangre me subió a la cabeza. Lo sentí. También sentí que mi fuerza de voluntad se desvanecía ante el calor de su pecho y la vertiginosa humedad de su lengua en mi piel.

Mierda. Lo echaba muchísimo de menos.

Maldigo esta limusina y maldigo no poder estar allí para verte sonrojada —musitó Charles.

—No estoy sonrojada ... —Rechacé.

Bajé la mano y masajeé el nacimiento de mi cuello, acalorada y con un potente sonrojo que habría iluminado media ciudad si no anduviera con la cabeza gacha. Mi corazón palpitaba enérgico, percutiendo contra la palma de mi mano al tiempo que imaginaba mil y un escenarios en su apartamento en los que la ropa no era la protagonista.

Lo que tú digas, ma vie —Su ambiciosa carcajada caló en mí como una lluvia torrencial. Imparable y suicida—. Lo que tú digas ...

Mientras charlaba con Charles de aquellos planes tan apetecibles, alguien escuchaba y grababa en su memoria mis palabras. Una persona, una mujer, a la que había conocido esa misma tarde y de la que no habría sospechado jamás. Una mujer que, a escondidas del mundo entero, parecía tener más de un motivo por el que echar a perder mi relación con Charles Leclerc.








🏎🏎🏎

Semanita sin F1, pero no sin Fortuna 😎🤙🏻

Apareció Charlotte 🤡 y Mónaco traerá muuuuchas curvas 🤡🤡🤡

Me voy ya a la cama, que hoy ha sido un día muy largo, pero quiero leer vuestras teorías sobre lo que pasará ahora que ha aparecido Charlotte en escena 🤓

Os quiere, GotMe ❤️💜

8/6/2023

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