44 || lo siento
Helena Silva
La carrera acabó y yo pude respirar sin sentir aquel nudo en el estómago. Habían sido, con diferencia, las sesenta y seis vueltas más estresantes de toda mi vida. No llegamos al podio porque el tiempo se nos escapaba. Carlos logró pasar a Hamilton a una vuelta del final y podíamos considerar aquella remontada como una victoria a título personal. Todos lo celebraron de ese modo en el box. Incluso Binotto me felicitó por manejarlo tan bien. Yo no pensaba que hubiese sido la hazaña del año, pero me conformaba con haber ayudado a Carlos a traer unos cuantos puntos a casa.
Después de una entrega de trofeos vacía de pilotos españoles, nuestros garajes empezaron a vaciarse de invitados y de compañeros de trabajo que concluían aquel día con un sabor agridulce del que yo tampoco me libraba. La retirada de Charles había afectado al ambiente en Ferrari más de lo debido. Max estaba a pocos puntos de él, cerca de robarle la primera posición en el campeonato y no era algo que divirtiera a nadie.
Mi tarde se repartió entre un par de reuniones bastante breves y dar algunas declaraciones a medios españoles que insistían en que compartiera mis pensamientos sobre aquellos resultados públicamente. Mattia me había dado carta blanca en ese sentido, pero yo no quería sobresalir más que el resto de ingenieros, entre los que se encontraban Xavi y Riccardo. No buscaba estar por delante de gente a la que admiraba. Mi trabajo no consistía en robar la atención de nuestros pilotos y lucirme más que nadie. Por ende, solo accedí a dar entrevistas que no fueran muy engorrosas y a hablar con Lissie durante unos minutos.
También conocí a Antonio Lobato y me hizo tanta ilusión que casi no pude dejar de sonreír. Nadie que me hubiera visto hablando con el famoso periodista de nuestro deporte habría imaginado que mi equipo no había dejado de sortear obstáculos ese fin de semana. Antonio, muy amable, me dio su número de teléfono y Toni Cuquerella, que se portó estupendamente bien conmigo, aseguró lo mucho que le habría gustado a Pedro de la Rosa conocerme. Yo me puse más Roja que el semáforo de salida porque todos ellos eran unos grandes referentes en mi vida profesional y privada y me costaba creer que tuviéramos la oportunidad de entablar una relación cordial y charlar como si no nos acabasen de presentar, pero así era y me hacía muy feliz ser tan privilegiada. Lamentándolo mucho, me despedí de ambos al cabo de diez minutos. Me desearon lo mejor en el equipo rojo y fui a toda prisa a la salida del paddock después de recibir una llamada de Ana, que me esperaba allí junto a David.
El box de Ferrari no estaba lejos, así que, mientras me despedía de ella y de David, varios compañeros se pasearon por allí, preparados para volver al hotel. Algunos mecánicos e ingenieros habían marcado el aeropuerto como su destino: tenían la intención de tomar un avión que los llevara a Maranello cuanto antes. Yo seguiría ese mismo ritual en menos de media hora.
Tras besar las mejillas de Ana y preguntarme por qué mi padre se había ido antes que ellos, me agaché y quedé a la altura de David, que vino corriendo a abrazarme y a felicitarme por esa cuarta posición de Carlos. Besó mi pómulo, extremadamente cariñoso y, con una sonrisa bailando en mis labios, observé el resplandor que iluminaba sus ojos.
Él se acercó a mí, susurrándome algo al oído que Ana no llegó a escuchar.
—Lena, no te enfades con Charles —Me rogó, dejándome muda—. Él te quiere muchísimo —Defendió al monegasco.
—¿Y tú cómo sabes eso? —inquirí, confundida.
—Porque yo sé muchas cosas —Se galardonó a sí mismo, bien orgulloso de sus conocimientos.
Me sorprendía, pero tampoco limitó mi capacidad de reacción.
—Dame otro abrazo. Venga —Le apremié antes de que se fueran a buscar un taxi que los llevara al aeropuerto.
Así, los vi desaparecer del paddock y me quedé sola. Igual que al principio.
No había podido hablar con Charles. Cuando me retiré los cascos y salté de mi lugar en el muro de Ferrari, él ya se había esfumado junto a Mia para completar su ronda de declaraciones programada. Muchos me felicitaron por el buen trabajo, pero no quería felicitaciones. Solo quería tener unos minutos con él para pedirle perdón y arreglar aquella cadena de malentendidos y asuntos sin resolver entre ambos antes de que cada uno viajara a un país diferente y no nos encontráramos hasta el próximo jueves, en Mónaco.
Por lo que tenía entendido, Mattia y Laurent Mekies, nuestro director deportivo, seguían en la sala de reuniones, acordando algunos detalles del Gran Premio de Mónaco que debían hablar antes de marchar al norte de Italia. Yo me despedí de algún que otro rezagado con el que me tropecé volviendo al box y agarré mi teléfono móvil del bolsillo de mis pantalones negros. Entré en mi agenda y pulsé el apartado de favoritos, donde tenía en rojo a Charles, cuando levanté la mirada y vi al hombre que no abandonaba mi pensamiento apoyado en mi asiento del muro.
El sol no le molestaba porque la pequeña cortina bloqueaba los rayos de cintura para arriba, pero distinguí sus Ray-Ban negras. Con los brazos cruzados, imaginé que estaba esperándome, así que, aunque estaba feliz de que hubiera hecho el sacrificio, caminé en línea recta y reprimí el cúmulo de emociones en mi interior.
Llegando al muro, subí el escalón y le pregunté por su presencia allí.
—¿Qué haces aquí?
—Esperar a que volvieras —respondió con toda la normalidad del mundo.
—¿Y tu avión? —Apilé mis hojas de cálculo en una pequeña montaña que guardaría en mi bolso.
—No sale todavía —Me informó.
Charles subió el mismo escalón, posicionándose a mi lado. Yo, altiva, tomé asiento en mi silla y procuré que mi equilibrio no se fuera al diablo.
—Lo perderás si no te vas —Evidencié, releyendo la misma numeración una y otra vez.
En silencio, se sentó en el taburete de mi izquierda. Los muelles del asiento metálico chirriaron bajo su peso. Me pareció ver cómo se sacaba las gafas de sol. Jugó con ellas durante los siguientes diez segundos, mientras prestaba atención al movimiento de mis dedos sobre aquellos folios llenos de garabatos y números.
—¿Sigues enfadada? —preguntó.
—No.
—No soy estúpido, Helena —Se quejó de mi falta de sinceridad, aunque pronto recuperó su tono de siempre y exhaló, negándose a discutir otra vez—. Aunque esta mañana me comporté como uno —balbuceó.
—No me digas —dije entre dientes.
—Helena, por favor —Apoyó su mano derecha sobre la pila de papeles, impidiendo que continuara con una tarea innecesaria—. ¿De verdad quieres que esto siga hasta que nos veamos en Mónaco? —Tragué saliva. Mi mirada atrapó una de sus pulseras—. Porque yo no.
No saber gestionar esa clase de momentos podía jugarme una mala pasada y no quería que Charles malinterpretara mi áspero carácter como una indicación de que prefería estar enfadada con él durante toda una semana.
—Yo tampoco —Me suavicé.
—Bien —Su suspiro acompañó al traqueteo de mi alterado corazón—. Entonces, deja que me disculpe.
Al instante, giré la cabeza y busqué sus ojos verdes.
—¿Disculparte? —Charles me escrutaba y me di cuenta de que esos asientos no estaban tan alejados el uno del otro—. Soy yo la que te mintió y no ...
—Porque no pensé en las razones que podrías tener para mentirme. Si es que quieres llamar a eso mentir —Sus labios se quebraron en una mueca—. ¿Acaso lo hiciste para hacerme daño? —Clavó sus ojos en mi rostro, reclamando una respuesta que sabía de sobra—. ¿Mentiste porque te apetecía herir mis sentimientos?
¿Hacerle daño? Nunca haría algo adrede con el objetivo de perjudicarle. Nunca.
—Todo lo contrario —dije en voz baja.
—Pues eso es más que suficiente para que te pida perdón por echártelo en cara y por caer en las provocaciones del gilipollas de Max. Era lo que estabas evitando desde el primer momento y yo fui directo a él como un irresponsable —Dedujo que ese había sido el principal motivo por el que no me atreví a decirle lo que ocurrió en Miami. Acertó—. Perdóname.
Volví la mirada hacia aquellos folios garabateados, decepcionada conmigo misma.
—Es mi culpa —declaré abiertamente—. Yo caí en sus provocaciones primero.
—Echarnos las culpas no solucionará nada —Argumentó Charles, dando en el clavo.
—Lo sé —murmuré, cabizbaja.
Mis lagrimales comenzaron a picar.
—Solo ... Solo tengo un par de minutos antes de que Andrea venga a buscarme, así que ... —Explicó, comprobando la hora en su reloj.
No le dejé continuar. La presión en mis ojos se trasladó a la zona superior de mi pecho, comprimiendo mis órganos y cortándome el flujo de aire.
—Tendría que habértelo contado, pero ... Pasé un miedo horrible aquel día, Charles ... —En cuanto dije su nombre, notó que algo no estaba bien y se inclinó hacia mí, tomando mi antebrazo para que sintiera su cercanía—. No quería preocuparte ... No quería que te enfrentaras a él ni que ...
—No pasa nada. Estás bien. Ahora estás bien y eso es lo único que importa —Justificó mi hermetismo y mi silencio—. ¿Sigue doliéndote? —Zarandeé levemente la cabeza en el preciso momento en que una lágrima rodaba por mi pómulo—. Cara mia ... —Abrí los ojos para evitar que más gotas cayeran, pero él sabía que estaba luchando contra una fuerza mayor—. Non piangere ... No malgastes lágrimas en ese gilipollas ... —Me suplicó y acarició mi piel con cuidado.
¿Cómo no iba a querer contarle un episodio tan traumático? Quise decirle absolutamente todo desde que entré a mi habitación en Miami, aterrorizada y reviviendo escenas protagonizadas por mi padre la noche que mamá falleció.
¿Cómo no iba a sentirme fatal después de haberle hecho sentir menospreciado? Aunque Charles no me lo dijera, ese había sido uno de los sentimientos que le sacudió cuando Max le confesó que habíamos intercambiado algo más que meras palabras en Miami. Fue más que una discusión. Su agresivo talante y mis dudas reivindicaban que hizo una dura mella en mí.
—No lloro por él —Aclaré mientras me limpiaba esas malditas lágrimas.
—Tampoco debes llorar por mí. Estoy bien —Sin embargo, la tensión que invadía su semblante no decía lo mismo y lo vi, a pesar de lo enturbiada que se hallaba mi mirada—. Chérie ... No me mires así —Se quejó el monegasco—. Tengo que coger un avión en media hora y me quedaré aquí si no cambias de actitud —Trató de defenderse.
Igual que él podía ver a través de mí, yo también había desarrollado ese don. Había dolor en el fondo de sus pupilas. Sin importar por quién hubiese sido provocada dicha molestia, me sentía como una villana de manual por no haber hecho las cosas mejor.
—Lo siento —Llegó mi turno de pedir disculpas—. Siento no haberte contado lo de Horner ni lo que pasó con Max. Quería hacerlo, pero no era tan fácil —Charles asintió. Tampoco había sido coser y cantar para mí. Después de sorber mi nariz, me las arreglé para posar la vista en él sin sentirme la peor persona sobre la faz de la tierra—. Y siento mucho tu DNF.
Charles me obsequió media sonrisa.
—Yo también lo siento —Plasmó aquel pesar que había cargado todo el día en palabras y, luego, deslizó sus dedos hasta mi mano. Sostuvo mi extremidad y la atrajo hasta su boca para repartir un par de besos en el dorso de la misma—. Siento mucho esto —Se lamentó, tensando el ceño—. Siento no tener ni cinco minutos para hablar de lo que hemos hecho mal —No podíamos cambiar su horario sin más y tendríamos que cargar con ello—. Reservaré una noche en Mónaco para nosotros. Ti piace? —Volvió a presionar sus comisuras contra mi mano, pidiéndome perdón de todas las formas posibles.
Sí. Quedaban temas en el tintero que no habíamos tocado como era debido. La oferta de Red Bull y aquella charla que mantuve con Christian Horner debían de estar rondando su cabeza mucho y yo necesitaba que estuviera tranquilo al respecto.
Apoyé la mejilla en mi mano derecha y me recliné hacia delante, usando esa posición para contemplar el gesto de Charles. Absorta en los tirabuzones de su cabello, controlé esos impulsos de tocarle. Debía bastarme con los besos que estaba repartiendo a lo largo y ancho de mi mano izquierda.
—No tienes por qué ...
"No tienes por qué sacar tanto tiempo para nosotros. Es un esfuerzo del que podemos prescindir."
Me habría gustado decir algo así porque era su ciudad natal. Tendría muchos más compromisos y cenas de lo habitual. Todo el mundo querría pasar unas horas con él en Mónaco. Dedicar una noche entera a que charlásemos largo y tendido era imposible desde mi punto de vista, pero Charles podía ser incluso más terco que yo si algo se le metía en la cabeza y yo ... Para qué engañarme; también añoraba estar a solas con él.
—Lo necesitamos, Helena —Me frenó de repente. Al bajar mi mano y observarla, pensativo, mis alarmas cambiaron a un color rojo intenso—. Necesitamos hablar de muchas cosas.
—¿Ha pasado algo más? —Mi pregunta no fue contestada y aquello me puso más nerviosa—. ¿Charles? —Insistí.
Se crujió el cuello y tomó aquella pausa para comprobar que Andrea no estuviese a nuestras espaldas aún.
—No le caí muy bien a tu abuela, pero creo que la peor faceta de mí se la ha llevado tu padre —Me dijo.
—¿Qué te ha dicho? —inquietudes, desesperada por saber qué estupidez había hecho mi padre en esa ocasión.
—Tenías razón sobre él —Reconoció, recordando que nuestras desavenencias iniciaron esa mañana porque él no lograba creer que aquel hombre tuviera tan malas intenciones—. Exigió que me olvidara de ti. ¿Puedes creértelo? —Se sonrió, divirtiéndose por lo ridículo que sonaba—. Como si pudiera olvidarme de la mujer que me roba el aliento —musitó, examinando mi cara, marcada por unas lágrimas que no desaparecían. Dispuesto a inclinarse más y a besarme, la voz de Andrea, al otro lado del garaje, le forzó a tomar un atajo y besar mi mejilla, como amigo—. No fue nada grave. He sobrevivido, ¿no? —Su broma no era graciosa y mi pálido semblante le transmitió aquel mensaje—. Te lo explicaré mejor en Mónaco.
Serpenteó entre los dos asientos y bajó del muro dando un sutil salto.
—¿Y por teléfono ...? —Me levanté del taburete de metal.
Andrea nos saludó en la distancia, aunque ninguno le devolvió el amable gesto. Estábamos demasiado concentrados en exprimir esos pocos segundos.
—No. No quiero que haya más malentendidos —Cogió las Ray-Ban y se las puso para protegerse los ojos. Tendrían que atravesar parte del paddock a pie hasta llegar a los aparcamientos— Arreglaré mi agenda para que ...
Mi salto no fue tan relajado como el suyo. En realidad, hizo falta que me sujetara al asiento para no trastabillar y montar una buena escena de despedida en la pit lane. Charles estuvo a punto de lanzarse a por mí, pero me recompuse a tiempo y no hubo nada que lamentar. Con mis ojos húmedos y una angustiosa necesidad de detenerle, cogí su brazo izquierdo antes de que se uniera a Andrea.
El ardor en mis orbes era insoportable.
No quería que cogiera ese avión. Algo me decía que nuestra situación no se estabilizaría si se iba de España y yo ... Por primera vez desde que empezamos esa relación a espaldas del mundo, sentí que podía perderlo.
—Charles —Lo llamé—, ¿sabes lo que me ha dicho David antes de irse?
Entendió rápidamente a lo que me refería. Una sonrisa extraviada decoró su serio rictus.
—Ese niño ... —farfulló, camuflando esa sonrisa tan genuina tras un telón de incredulidad.
Imaginé que había hablado con David en algún punto de la mañana y que, ya fuera por la suspicacia de mi hermano o por su miedo a que esa pelea se prolongara demasiado, habían comentado algo sobre nuestra discusión del desayuno.
Llevé mi otra mano a su brazo, anclándolo a mí.
—¿Desde cuándo envías a mi hermano pequeño para hacer las paces? —Bromeé, sonriendo con cierta amargura.
La curiosa mirada de su entrenador personal nos enfilaba. Sentía sus ojos viajar hacia mis manos y hacia el rostro de su estrella del motor. Charles también lo notaba y no me tocó de vuelta. Se reprimió porque estábamos expuestos a alguien que no tenía ni idea de lo que pasaba entre él y yo.
—No fue así ... —Señaló.
"No le pedí que te convenciera de nada. Puedo arreglar esto solo".
Ensanché mi sonrisa, aunque la barrera que formaban sus gafas de sol no me permitieron contemplar el brillo de sus ojos esmeralda.
La pena me ahogaba, pero intenté que Charles no reparara en ese sentimiento maligno.
—¿Me prometes que lo solucionaremos en Mónaco? —Le consulté, inquieta.
—Te prometí que cuidaría de nuestra relación y es lo que haré —Abanderó aquel discurso con el que me convenció de que darnos una oportunidad era el acierto de nuestras vidas.
—Esa promesa es de dos, Leclerc —rebatí, dura conmigo misma—. No quiero arruinarlo. No quiero que ...
Charles cogió mi mano izquierda con su derecha.
—Solo es un bache —Minimizó los daños y se mostró esperanzado para que yo no titubeara—. Podemos superarlo.
Esperó a que asintiera y se debatió si besar mi mejilla por segunda vez entraría en el margen de error. Andrea no nos quitaba la mirada de encima, así que podría sospechar que la amistad no era lo único que nos unía. Al final, soltó mi mano y se preparó para regresar con el hombre que le acompañaba a todas partes.
—Charles —Su nombre se resbaló entre mis labios, que suplicaban atención. Ni quiera pensé en las consecuencias; estaba tan necesitada de algo que me fortaleciera de cara a Mónaco que incluso me amparé en el italiano para reclamarle aquella intimidad de la que nos privábamos siempre que había alguien por los alrededores—, nessun bacio di addio? —Ladeé la cabeza como ruego.
Ya se había despedido de mí. Ya había recibido ese beso, casto y decente, pero no era lo que mi corazón suplicaba y Charles tampoco se sentía completo ni satisfecho con un adiós tan ordinario.
Había pasado casi una semana desde que intercambiamos una caricia en condiciones. Desde Jaén, en realidad. Podíamos ser muy moderados, siempre lo éramos, y debíamos serlo entonces. Debíamos, pero no queríamos.
En Baréin, Charles llegó a mí como un terremoto y lo hizo de nuevo en mitad de la pit lane del Circuit de Barcelona-Catalunya. Me bloqueó con un beso que había añorado durante toda la semana. Un beso que yo encajé como buenamente pude, apoyando mi mano en su mejilla para sentir cómo abrasaba mi boca en una embestida indispensable si pretendíamos aguantar a una sequía que, aunque no lo sabíamos entonces, sería de semanas.
A lo mejor yo sí lo presentía y por eso le di vía libre y me aferré a él como loca. No estaba segura. No estaba segura de nada excepto de que habría guardado en una botellita de cristal aquellos segundos en los que solo me preocupé de abarcar todo el amor que me profesaba en un acto tan pequeño.
Andrea fue testigo de aquella afectuosa despedida y de cómo Charles se acogía a mi cintura con una energía monstruosa, descorchando la ansiedad que había oprimido mi sistema respiratorio.
Rocé su barba con las yemas de mis dedos y luché internamente con la histeria que me causaba dejarle ir. Él acarició mi espalda al sentir ese temblor en mis comisuras. Inhaló algo de aire sobre ellas y me preguntó acerca de lo que habíamos desencadenado con aquel beso.
—Cosa dico ad Andrea? —Rozó su nariz con la mía, expectante.
Ese tipo de pasión no se podía esconder y mucho menos a una persona que pasaba casi todo el día pegado a Charles, como era el caso de Andrea Ferrari. Tampoco se me hacía creíble que no hubiera sospechado algo de nuestro comportamiento. Al igual que Joris, acompañaba a Charles en casi todos sus viajes. Le conocía mejor que yo y mejor que muchos de sus amigos, así que no debió ser una sorpresa insólita para él.
—La veritá —Me así a su hombro, consciente de que Andrea no merecía ser un ignorante más—. Dille la veritá.
Le había alegrado que me atreviera a compartirlo con alguien de su círculo más cercano y me demostró ese contento con un beso para el que no estaba preparada.
—Mi mancherai, tesoro —susurró, sin apenas separarse de mis labios entreabiertos.
—Anche tu mi mancherai —Hice de tripas corazón y lo empujé lejos de mí—. Dai —Lo eché hacia Andrea, que nos miraba ojiplático a menos de cinco metros. Alborotada, limpié una lágrima tonta que había hecho su descenso tarde y les deseé un viaje tranquilo a ambos—. Buon viaggio, ragazzi.
Charles comenzó su camino hacia el garaje de espaldas a su entrenador. De tal forma, pudo vocalizar dos palabras mudas que solo yo leí en sus rosadas comisuras.
"Ti amo".
—Sí ... Buon viaggio, Lena —contestó Andrea, conteniendo la sonrisa.
El mayor cogió a Charles por la espalda en el mismo momento en que dejó de mirarme y tomaron rumbo hacia la salida. Escuché sus cuchicheos y la suave risa de Charles antes de que se marcharan del box de Ferrari.
"La verdad. Dile la verdad".
Recordé mi respuesta.
¿Y cuál es la verdad, Helena?
No sois nada. Seguís sin ser nada.
🏎🏎🏎
Well; fin de semana nefasto, a pesar de ser en casita 🫠🫠🫠
Ni la 33 ni la segunda ni nada 🫠🫠🫠🫠🫠
El año pasado Charles hizo DNF y esta vez tampoco ha conseguido puntos. Sobre todo lo lamento por Carlos, que se merecía llegar al pódium en España por fin, pero no ha podido ser porque tienen un coche horrible este año 🙂🤙🏻
En este capítulo vemos que tanto Helena como Charles tienen voluntad de arreglar las cosas. Ojalá sea así, aunque Mónaco 2022 trajo muchas turbulencias para el equipo y puede que me aproveche de eso para que todo se líe un poco más 🤓
Ando algo más desahogada de trabajos estos días y voy a intentar escribir bastante para poder traeros pronto otro maratón. Fortuna ha duplicado sus visitas en menos de dos meses y esos 100k tienen que celebrarse de alguna forma ✨😊🫶🏻
Nos vemos la semana que viene ♡
Os quiere, GotMe ❤️💜
4/6/2023
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