43 || advices
Charles Leclerc
Después de discutir con Helena, me arrepentí de haber juzgado su silencio.
Sabía que le costaba horrores contarme una verdad que podía dolerme. Porque me dolía. Claro que me dolía. Que no quisiera hablarme de su encontronazo con Max ni de que había salido malparada de la discusión, me mataba. El otro tema también me atormentaba. Aunque me iba a dormir y me levantaba con la aspiración de no sufrir cuando ella me compartiera sus planes de futuro, tenía la sensación permanente de que dolería independientemente del esfuerzo que pusiera en tomarlo de la mejor forma.
Helena solo quiso ahorrarme ese mal trago por el momento y yo había priorizado mi maltratado orgullo a su verdadera intención detrás de aquel silencio.
Ella podía haberse equivocado, pero yo también. Reaccionar como lo hice no solucionó nada. La tristeza en su semblante me lo confirmó. Creí que nada me dolería más que su deseo de no hablarme sobre algo tan importante como una agresión, más o menos grave, o una oferta formal de Red Bull, pero contemplar sus ojos, fatigados y decepcionados, fue mucho peor. Muchísimo peor.
¿De verdad te merecía la pena montar una escenita por una información que te habría terminado contando, Charles? No. No si eso perjudicaba nuestra relación o lastimaba sus sentimientos.
Al llegar al box, no logré sacar ni un maldito minuto para hablar con ella. Primero la vi viajando de la sala de reuniones al muro, comentando algo con Riccardo, que parecía estar satisfecho con lo que Helena le explicaba. Después, le perdí la pista y volví a localizarla hasta unos cuarenta minutos antes de que la carrera diera comienzo. Mientras me acababa mi botella de agua y buscaba cobijo bajo la sombra de un paraguas de Ferrari, analicé la forma en que se expresaba ella y cómo Mattia asentía a las palabras de la española. Estaban apartados del grueso de la gente que paseaba entre los coches, colocados en orden en la parrilla de salida, y nadie los molestó durante tres largos minutos. Tuve el presentimiento de que Binotto no había dicho lo que Helena quería oír por la mueca que se instaló en sus labios. El jefe de nuestro equipo la dejó sola, pues lo reclamaban para dar algunas declaraciones a un medio de comunicación italiano.
Helena se llevó la mano al cabello y se palpó los cascos rojos. Parecía que le molestaba tenerlos en el cuello, pero era la incomodidad de esa conversación lo que enturbiaba su imagen. Pronto se recuperó y fue hacia el coche de Carlos, que quedaba justo tras mi monoplaza. Saludó al piloto y compartieron impresiones.
Andrea, a mi lado, decía algo sobre el caluroso tiempo de Barcelona, pero no le escuchaba. Acabé con mi botella y él me la quitó de las manos, llamando para que me trajeran otra.
Entonces, Helena comenzó a abanicarse con la mano, agobiada por el calor, y se echó contra el muro. Sin contenerse más, lanzó una discreta mirada en mi dirección. Una mirada que yo capté gracias a la precisión de mis Ray-ban negras. No me había buscado desde que apareció en la parrilla y ni siquiera yo era capaz de entender cómo había hecho para resisterse a ello.
No sabía que mis pupilas habían estado en su figura durante casi diez minutos. Debió de haberlo notado porque su sexto sentido era magnífico para presentir mis indiscretas ojeadas. No obstante, al traer las gafas de sol puestas, mis ojos se escondieron de los suyos y no le di el placer de pillarme observándola.
Si quería pedirle perdón, lo haría correctamente. No serían unas disculpas lejanas y desatendidas. Nada de eso.
La carrera dio comienzo sin que cruzáramos palabra. Todo estuvo bastante bien durante la primera hora. Lideré al grupo hasta la vuelta veintisiete, con Russell a más de ocho segundos y un ritmo más que bueno. De repente, el motor falló. Perdió potencia hasta dejarme tirado y tuvimos que retirarlo.
El primer DNF de la temporada y yo sin hablarme con Helena.
Regresé al box después de dar unas pocas declaraciones a los medios y lo primero en lo que me fijé fue en que ella estaba nerviosa. Lo vi en la forma que tenía de soltarse el cabello y volver a atarlo. Carlos no había tenido una buena salida y, según me dijo Xavi por radio, sobre la séptima vuelta, derrapó y perdió diez posiciones. Temí que el estrés superara su capacidad de resolver problemas, pero, a pesar del arduo trabajo que le quedaba por delante, lo manejó como se esperaba. Poco a poco, Carlos recuperó el ritmo y la velocidad, adelantando a todos los que entraban en su rádar.
Yo no lograba alegrarme por su remontada porque estaba demasiado ocupado pidiendo explicaciones a los mecánicos. Ni siquiera Xavi encontró una razón decente que justificara aquel fallo. Un fallo que me había quitado la victoria y que nos limitó muchísimo el resto de la carrera. Que uno de los dos pilotos del equipo hubiese quedado fuera de puntos hacía que la situación de Ferrari empeorara mucho.
Para empezar, el primer lugar en el campeonato peligraba. Max escalaba en la tabla de posiciones como un animal y, con lo ocurrido en el desayuno, no hubo forma humana de que viera algo favorable en el escenario que estaba creándose para nosotros. Todo pintaba mal.
Hastiado de esperar que alguien respondiera a mis preguntas sobre el rendimiento del motor, me alejé del grupo que inspeccionaba la pieza en mi garaje. Me aparté del alboroto y ocupé un lugar en la esquina del garaje para tener una mejor costa del muro, buscando de nuevo la espalda de Helena.
Se había sacado la coleta por enésima vez. Los movimientos de su mano derecha se traducían en una ansiedad que también debía de estar llegando a los oídos de Carlos. Ambos solían ser bastante templados y pacientes. Hacían una buena combinación, así que intenté no preocuparme más por sus niveles de inquietud. Comprobé que su voz no se escuchaba muy alterada tras agarrar unos cascos y seguir la conversación y el intercambio de datos que se daban mutuamente.
La presencia de alguien a mi izquierda bloqueó las palabras de Helena en mis oídos. Moví el auricular para encarar al individuo que me buscaba.
—¿El coche está bien? —Al identificar al padre de Helena, me saqué por completo los cascos, dejando que colgaran de mi cuello—. Ha sido una pena.
—Ha sido una pena, sí —Asentí—. Creemos que se puede arreglar en poco tiempo. Estará como nuevo para la semana que viene.
No era cierto, pero quería ser esperanzador al respecto y no venirme abajo. También podíamos cambiar el motor sin penalizar. Por lo tanto, había más opciones. No estábamos encerrados en un callejón sin salida y saberlo me daba algo de alivio.
—El fin de semana próximo vais a Mónaco, ¿cierto? —inquirió él.
—Sí —Confirmé—. Vuelvo a casa. Es una carrera especial —Le sonreí, feliz de pasar unos días cerca de mi familia.
—¿Helena se encargará de tu radio allí? —Siguió con su ronda de preguntas.
—Ah, no —desmentí dicha posibilidad—. Seguirá con Carlos una semana más.
Me crucé de brazos, un tanto incómodo con aquel interrogatorio tan marcado. Parecía que había calculado las cuestiones al milímetro con el objetivo de llegar a algo que todavía no había revelado.
Mientras pensaba en la siguiente interrogación, me fijé en que observaba el muro y que, evidentemente, tenía la mirada clavada en su hija mayor.
—Charles, ¿me permites un consejo?
Contrariado, fruncí el ceño, pero no me giré hacia él y seguí mirando la espalda de Helena, que batallaba con la conexión por radio y algunos comentarios de Mattia Binotto, atento a los cambios en el monitor principal. Riccardo también estaba allí, supervisando las decisiones de la novata.
—Claro —Accedí.
No se lo pensó. Simplemente, escupió la idea que había contenido hasta entonces.
—No pierdas el tiempo con ella —dijo.
Respondí instantáneamente.
—¿Disculpe? —exclamé, incrédulo.
¿Acababa de decir que dejase a Helena porque, en su opinión, era una pérdida de tiempo? ¿No era ninguna broma?
No. Su padre no parece un hombre bromista.
—Creo que eres un chico espabilado que sabe lo que quiere en la vida y, por experiencia propia, te recomendaría que no jugaras a las casitas con mi hija. Deberías concentrarte en el campeonato —Con los ojos bien abiertos, escuché aquello que él llamaba "consejo"—. No digo que lo estés desatendiendo, pero yo no malgastaría ni un segundo en distracciones.
—¿Distracciones, dice? —repetí la palabra que había escogido para calificar nuestra relación.
Para templar la rabia que se propagaba en mi interior, miré a Helena. Riccardo palmeó su espalda cuando Carlos subió una posición. Estaban remontando, recuperando lo perdido, y yo me alegraba infinitamente de que sus logros aumentaran con cada día que pasaba haciendo lo que más le gustaba. Verla feliz me hacía feliz. Eso era lo único de lo que estaba seguro mientras oía el infundado sermón con el que su progenitor había decidido obsequiarme después de una mañana pésima.
No puede ser una distracción si me llena el pecho saber que está contenta de superarse y de crecer como profesional. Nunca ha sido una distracción. Comparar mi amor por ella con un entretenimiento me enfurecía y era necesario mucho para hacerme enfadar. Max ya lo había logrado unas horas antes y su padre iba bien encaminado.
—Quieres pasarlo bien. Sois jóvenes y no juzgo lo que haya pasado entre vosotros —Me concedió una posibilidad que tampoco se ajustaba a la realidad—. Tengo la sensación de que Helena sigue con su idea de trabajar en Fórmula 1 por ti. Encapricharse de alguien puede ser muy malo a vuestra edad. Os cortáis las alas pensando que es amor cuando no es más que algo pasajero. Ella no necesita eso y tú tampoco —declaró en contra de nuestros sentimientos.
No sabía que había visto él para creer que no lo que teníamos Helena y yo no era real. No lo sabía, pero conociendo la forma en que ella me había contado que su padre tergiversaba la verdad a su antojo, no me habría extrañado escuchar alguna estupidez. Decir que no había nada sincero entre nosotros, en sí mismo, era una soberana estupidez y cualquiera que nos tuviera un mínimo de aprecio, a ella o a mí, sabría que un disparate como ese no podía ser cierto.
Olvidaba que aquel hombre no tomaba en serio la labor de su hija. También olvidaba que Helena ya me había advertido de la facilidad con que cuestionaba el desempeño y la dedicación de los demás, en especial de ella. Esa discusión de la que me habló a primera hora de la mañana se hizo mucho más creíble a mis sentidos entonces. Había intentado rebajar la culpabilidad de Pedro Silva porque no quería aceptar que un padre fuera tan implacable con su hija, pero no estaba ayudándome a poder defenderle. Me arrepentía de haber suavizado los acontecimientos sin haber estado allí para juzgarlo.
La mirada de Helena, rota de dolor y con los ojos rojos de haber llorado, me confirmaba que no había sido una pelea del montón y que se había sentido ninguneada, despreciada y cuestionada como nunca.
Yo debería haberla creído a ciegas. Ese era mi papel, y no estuve a la altura. No fui lo que ella necesitaba.
Molesto con mis intenciones de no sangrar más su relación paterno-filial, hablé.
—¿Puedo preguntarle algo? —Soné lo más sosegado que pude.
—Por supuesto —dijo, solícito.
Actuaba como si no me estuviera diciendo que dejar a Helena era la mejor decisión que podía tomar para mi carrera profesional. Sin conocerme en absoluto. Sin tener ni un poco de interés por averiguar si mis sentimientos por ella eran válidos. Simplemente, vinculaba lo que había entre nosotros a vanos sueños de juventud. Me trataba como un insensato, como si no supiera nada de la vida y él tuviera la verdad absoluta.
Ahí entendí a qué se refería Helena cuando me dijo que su padre no era como el resto.
—¿Usted confía en su hija? —No le dirigí la mirada al formular la pregunta—. Sea sincero, por favor.
Ya tenía la respuesta, pero quería saber si no le temblaría el pulso a exponerse abiertamente.
—No. Tampoco creo que su lugar esté aquí —contestó, directo al grano—. He hablado con gente de Ferrari desde ayer y más de uno me lo ha confirmado. Ni siquiera en la Fórmula 1 —Especificó para que no hubiera duda alguna de lo que pensaba acerca de la labor de su hija como ingeniera—. Helena siempre fue buena con los números y sé que le sacaría mucho más partido a esa devoción numérica en un despacho. La bolsa habría sido una salida laboral más que recomendable para ella, pero siempre ha disfrutado llevándome la contraria —Me comunicó. De haber sido un mejor actor, me habría tragado que aquella posibilidad pudiera dolerle—. Supongo que por eso decidió estudiar esa ingeniería.
—¿Por llevarle la contraria?—incidí en la expresión por la que se decantó, mostrando mi recelo—. ¿Eso cree?
¿Podía su propio padre guardar una imagen tan mala de ella? En mi cabeza nunca había cabido un escenario escabroso y desolador como aquel hasta que lo tuve a mi lado. Helena nunca se tomó la realidad peor de lo que debía. Nunca vio fantasmas donde no había más que preocupación y un cariño difícil de exteriorizar.
—¿Y por qué iba a ser? Nuestra relación siempre ha sido difícil y empeoró cuando decidió alejarse del negocio familiar. Nunca fue una chica con las ideas claras. Indecisa, tímida y triste. Su adolescencia estuvo limitada por miedos que sigue arrastrando —La descripción que hacía de ella era deleznable cuanto menos porque ningún padre debería hablar de la criatura a la que había criado de esa forma, fuera verdad o no lo fuera—. El único motivo por el que habría elegido una profesión como esta es el de estar lejos de mí. Lo tuve claro desde que me dijo que se marcharía a Londres con una beca. Llevó todo el papeleo a escondidas y se desvinculó de mi apellido adrede. Me odia —Señaló, arrogante—. Odia cualquier cosa que tenga relación conmigo. Esa es la historia.
Aquella charla con su padre me abrió los ojos.
Sentía tanto no haber creído al pie de la letra lo que me contó que quise fustigarme durante el resto de la semana. Sin embargo, la ferviente obligación de dejarle un par de cosas claras a ese hombre fue mayor a cualquier otro reproche.
—¿Sabe una cosa? —No le di tiempo para interesarse por lo que me disponía a contarle—. Si mi padre no hubiera apostado por mis sueños, no estaría aquí —Establecí, lamentando que hubiera padres en el mundo capaces de ignorar y dañar a sus hijos como Pedro Silva lo estaba haciendo—. Él murió hace casi cinco años y siempre creyó en mí. Creía tanto en mí que ni siquiera dudó cuando le dije que Ferrari me había hecho una propuesta para ser segundo piloto en 2018. Todavía no tenía hueco en la Fórmula 1. Me faltaba media temporada en Fórmula 2 y le mentí deliberadamente para que pudiera descansar creyendo que había cumplido mi sueño. También era su sueño —recordé con una nostalgia que nunca me abandonaría—. Cuatro días después de su muerte, debía presentarme en Bakú para la siguiente carrera. Gané y sigo sin saber cómo lo hice —El atisbo de una sonrisa relajó mis facciones—. Le aseguro que, si él no hubiera sido mi fan número uno, no habría sido capaz de recomponerme. Fue la forma que elegí para rendirle tributo, para crecer como piloto y como persona, para sobreponerme al dolor. Para agradecerle por haberme criado con tanto cariño y con la esperanza de que conseguiría aquello que me propusiera —Concluyendo mi relato, di un paso adelante y le ofrecí mi semblante más despiadado porque no se merecía que fuera benévolo con él. El puente de su nariz y la manera en que fruncía los labios hizo que viera a Helena en una persona que no la quería sanamente, que solo buscaba reclamarle y herirla en vida—. Supongo que no fue su caso, pero, a veces, los hijos necesitamos que nuestros padres apuesten por nosotros ciegamente. Necesitamos que confíen cuando nosotros no somos capaces de hacerlo. Creo que ese es el amor más incondicional que puede existir y me encantaría que Helena también supiera lo que se siente. Ahora sé que algo así no va a suceder y le agradezco que haya ido de cara —La sombra que se cernía en su rostro evidenció lo poco que le gustaba escuchar mis palabras. No aceptaba críticas, pero no se cansaba de criticar a su hija. Irónico—. Quería pensar que su mala relación no era insalvable, pero esto no puedo justificarlo. Si usted no va a darle ningún voto de confianza, su equipo tendrá que esforzarse para que se sienta cómoda y querida por todos. Y sí; también hablo por mí —recalqué y juraría que percibí un ramalazo de desprecio en su impávido gesto—. Si estamos juntos o no, no es de su incumbencia. Si cree que estoy perdiendo el tiempo con Helena, no me ofende a mí: la ofende a ella, y es algo que no voy a tolerarle —Me planté, demasiado agresivo. Cualquiera que me oyera hablar, jamás pensaría que estaba manteniendo una conversación con mi futuro suegro—. Lo pasaría por alto porque he querido confiar en que había venido hasta Barcelona de buena fe, pero, sabiendo que no es así, no me deja más remedio que reprocharle su pésimo papel como padre. Además de meterse en su trabajo, intenta meterse en su vida amorosa, como si tuviera potestad sobre ella. No voy a dejar de quererla porque le apetezca a usted. Eso no va a pasar —Después de que una sonrisa burlona resurgiera en mis comisuras por momentos, proseguí—. Nuestra relación no es ningún capricho. No es ningún juego —Y clavé mi bandera de guerra frente a él—. Lamento que no podamos llevarnos bien, señor Rivas. Me habría gustado demostrarle a Helena que su padre no era tan desalmado como me había hecho creer, pero veo que llevaba razón —La seriedad de su rictus asustaba, aterrorizaba, y me paré a pensar en todas las ocasiones en que Helena le había reclamado algo. En todo el valor que debía de haber reunido para enfrentarse a un tipo de sangre fría como él—. No está aquí por mí ni por nadie más que por sí misma. No conoce a su hija si cree que trabajaría como ingeniera y haría su trabajo tan bien por un hombre —La voz de Andrea, mi entrenador y mano derecha, resonó en algún lugar del garaje—. Perdone; me llaman. Disfrute del resto de la carrera —Ya había dicho más de lo recomendado, así que me volví y ubiqué a Andrea al fondo del garaje con una mirada de extrañeza. Antes de emprender mi camino hacia él, regresé y lo encaré una última vez—. Ah, y hágame un favor; no se acerque a ella en lo que queda de día. Lo de anoche fue más que suficiente, ¿no le parece? —Mi inquina le enervó, pero no dejó que lo viera. Habría perdido de haberse mostrado transparente—. Ha sido un placer charlar con usted —dije, alejándome.
¿De dónde había sacado el valor para hablarle así? A lo mejor se me estaba contagiando algo de la forma de ser de Helena.
Tembloroso, alcancé a Andrea. Él me dio una nueva botella de agua y empezamos a caminar hacia el garaje de Carlos. No sabía muy bien cuál era el objetivo ni la razón de llamarme, pero tampoco me puso al tanto de ello. En lugar de hacerlo, me preguntó por el señor con el que había estado hasta hacía pocos instantes.
—Chi è quell' uomo? —Me siguió por el box—. Sono qui da ieri e ...
—È il padre di Helena —Le respondí.
Mantuve entre mis labios el pequeño tubo que me dejaba tragar el líquido de la cantimplora roja.
—Davvero? —Se pegó a mí, llegando a una esquina. Pedro Silva no podría controlar nuestro caminar desde allí—. Perché non si assomigliano affatto. Mi vengono i brividi solo a guardarlo —expresó particularmente bien lo que uno sentía cuando aquel señor de renombre no traía una sonrisa consigo.
—Sí —Andrea se apoyó en uno de los piquetes, sospechando del individuo que relacionaba con nuestra nueva ingeniera y de aquella charla que mantuvimos lejos del resto—. Fa paura —admití, huidizo.
La carrera avanzó. Carlos subía poco a poco en el listado de pilotos. Con cada puesto ganado, el box estallaba en palmas de ánimo hacia mi compañero. Había esperanza para el equipo y esos puntos salvarían el fin de semana de un final catastrófico. Necesitábamos la certeza de que no perderíamos mucho más de lo que ya habíamos perdido y todo estaba en menos de Carlos y Helena.
Sentado en un taburete del final de mi garaje, charlaba con Xavi.
Los mecánicos seguían revisando el motor de mi coche, así que estábamos a la espera de nuevos datos cuando una cabecita apareció en mi radar dando pequeños saltos y correteando a través del box.
David se agarró a mi pierna izquierda.
—Charles, siento mucho lo que le ha pasado a tu coche —Lamentó mi final en la carrera.
—Gracias por preocuparte, mate —Acaricié su cabello, agradecido.
Se encaramó un poco más a mí, haciendo sonreír a Xavi.
—No se lo digas a Carlos, pero quería que ganaras tú —Me confesó—. Eras el primero. Te merecías ganar.
Tanto mi ingeniero como yo sonreímos ampliamente ante el comentario del hermano de Helena.
—Será nuestro secreto. Muchas gracias —Le agradecí—. ¿El perdedor puede tener un abrazo de consuelo? —Bromeé.
—¡Claro! —Aseguró David antes de echarse sobre mí y aceptar mis brazos como soporte.
Mientras subía al niño a mi regazo y recibía ese abrazo suyo, Ale, uno de los mecánicos, llamó a Xavi y este se despidió de David con una palmada en su espalda. El menor le dijo adiós y se aferró a mi cuerpo con su efusividad habitual.
Al clausurar ese abrazo de consuelo, coloqué a David de forma que tuviera una visión especialmente nítida del box y, además, del muro, donde Helena seguía sudando de pura ansiedad.
—Desde aquí todo se ve mejor, ¿no? —David lo afirmó, agarrado a mi cuello—. Tu hermana está trabajando muy duro para que Carlos llegue al pódium —comenté, fijándome de nuevo en su espalda.
—Sí. Seguro que lo consiguen —exclamó, confiado. Esa confianza ciega agrandó mi sonrisa—. Ya está en sexta posición.
Una gran ovación declaró esa afirmación como incorrecta. Las pantallas repartidas por el garaje reflejaban el adelantamiento que acababa de realizar Carlos para subir una posición.
—En quinta —Respiré, más tranquilo—. Helena odia rendirse.
—Es una de las cosas que más odia en el mundo —Expuso el niño, conociendo a la perfección el carácter de su hermana mayor—. Aunque a veces se vuelve muy ... —Lo meditó, incapaz de recordar la palabra que mejor definía a Helena en según qué situaciones—. ¿Cómo se dice esa palabra? —Me preguntó, curioso.
—Cabezota —respondí por él—. Cuando se le mete algo en la cabeza, siento que es imposible hacer que cambie de opinión —Aporté mi propia percepción.
Alguna parte en mi explicación le invitó a pensar en que las cosas entre Helena y yo nos estaban en su mejor momento.
—¿Ya te has peleado con ella? —inquirió, muy avispado—. Sus discusiones con papá son muy feas —reconoció—. Intenta que no los escuche, pero no soy un niño pequeño, ¿sabes?
—Eres todo un hombre, sí —Revolví su cabello, afligido por el hecho de que hubiera tenido que oír un enfrentamiento tan complicado de resolver—. Discutí con ella esta mañana. Nunca habíamos discutido de esa forma —Revelé.
—Mamá dice que las primeras veces duelen mucho más de lo normal —contestó el pequeño.
Una sonrisa de pena se instaló en mi rostro.
—Supongo que tu madre tiene razón en eso —Manifesté.
—¿Y por qué os habéis peleado? —Se propuso indagar en el asunto que nos había distanciado recientemente.
No estaba seguro de que hablarle de aquello fuera a solucionar nada, pero no sabía con quién desahogarme. Nadie allí conocía el grado de intimidad de mi relación con Helena, así que David era mi última y única baza para aclarar lo acontecido y ordenar mis pensamientos.
—Por cosas de adultos —Generalicé.
Él no estaba contento de que evitara esa pregunta y me enseñó un puchero que contrastaba de maravilla con las palabras que se disponía a decir.
—Puedes contármelo —Garantizó, hinchando su pecho y proclamándose como un excelente consejero—. Ya tengo ocho años —Añadió que su edad había incrementado.
—Lo sé, campeón —Masajeé su espalda, en deuda con él por ser tan empático—. Pero, si te lo cuento, tu hermana no me lo perdonaría nunca. Lo siento —Me disculpé.
—Pídele perdón —espetó él, convencido de que eso lo arreglaría todo—. Si le pides perdón y le pones ojitos, seguro que te perdona. Siempre funciona —Me juró.
Sí. Lo más normal y lógico sería empezar por ahí.
—Es un buen plan —Suspiré—. Puede que te lo robe —Y sonreí nuevamente.
Parecía orgulloso de haberme dado esa pista. David mantuvo la barbilla en alto, contemplando con atención la pantalla más cercana. Carlos se había acercado bastante a Hamilton, que no lo estaba pasando bien con la degradación de sus neumáticos y perdía centésimas a un ritmo estrepitoso.
—Charles —Reclamó mis cinco sentidos y, dedicado a él, me olvidé de lo que ocurría en carrera a menos de diez vueltas del final—, ¿recuerdas lo que me dijiste cuando viniste a casa? —Sus grandes ojos oscuros trataban de leer mi cara y confirmar si aquello seguía en pie—. Eso de que te gustaba Lena —Bajó el tono de su voz.
Mientras nos tomábamos un descanso de la competición de karts y nos refrescábamos, yo me decanté por contarle que, de algún modo, estaba allí, en Jaén y en su casa familiar, porque su hermana me gustaba una barbaridad. El chico se lo tomó como una noticia increíble. Todavía recordaba el brillo en sus pupilas negras y la emoción con la que me preguntó sobre ese tema tan privado y secreto.
Más adelante, me cuestioné si había sido la mejor decisión. Ni siquiera era su piloto favorito. Decirle que estaba enamorado de su hermana mayor podría haber salido muy mal. Podría haber acabado en un final catastrófico, pero no fue así. En lugar de mostrarse reacio a mis sentimientos por Helena, me dio ánimos para conquistarla. Incluso me contó algunos detalles de la personalidad de su hermana que podían serme útiles si lo que perseguía era su aprecio. Yo ya estaba al tanto de aquellas curiosidades, pero se lo agradecí igualmente.
Pocos hermanos pequeños habrían aceptado con tanta diplomacia que otro hombre estuviera interesado en su hermana mayor. Me habría esperado una reacción diferente, así que, cuando vi que estaba de mi lado y que le encantaba que ese romance se produjera, me di cuenta de que ese niño valía millones.
Helena no mentía; era un chico comprensivo y maduro para su edad. Aunque su vena infantil saliera a menudo, en temas más importantes siempre razonaba y buscaba la manera correcta de comportarse.
—Lo recuerdo muy bien —Una esporádica sonrisa hizo mella en mis comisuras.
—¿Te sigue gustando? —Me interrogó, asegurándose de que mi confesión no había cambiado en esa última semana.
—Me gusta más que antes —Me esforcé por no reír.
Quedó satisfecho con mi aclaración.
—Pues la he estado observando y creo que a ella también le gustas —Me hizo conocedor de los resultados de su particular investigación.
—¿En serio? —Fingí una incredulidad de lo más artificial.
—En serio —Insistió, conmovido por aquel descubrimiento—. Y Lena no puede estar enfadada con las personas que quiere. Nunca ha estado molesta conmigo más de media hora y me quiere mucho.
Helena era incapaz de pillar un enfado que, en el fondo, sentía injusto. Sí, no disfrutaba recreándose en emociones dañinas, pero tenía derecho a estar molesta conmigo. No lo hice bien. Me merecía estar unas horas más sin tener la oportunidad de arreglarlo.
La pregunta era si podría aguantar tanto tiempo observándola en la lejanía, siendo consciente de que los dos teníamos una brecha en el pecho que no nos dejaba respirar.
—Te quiere muchísimo —Le di la razón y repartí unas pocas caricias en sus lumbares—. Dudo que su cariño por mí llegue a ese nivel —mentí.
Como si tuviera un don para descifrar a las personas, expuso la realidad que yo también conocía de primera mano.
—Yo creo que sí porque sonríe mucho cuando está contigo —Se precipitó a hablar.
—¿Sonríe mucho? —Analicé el convencimiento con el que opinaba.
Mis labios se estiraron demasiado. No bastaba con que intentara contener la sonrisa porque sus palabras me hacían feliz. Me hacía muy feliz que alguien más hubiera visto que Helena irradiaba algo tan bonito cuando estábamos juntos.
—Sí —Movió su cabeza de arriba a abajo, afirmándolo fehacientemente—, y le sale esa risa de cerdito tan graciosa —Sonrió ante la imagen que describía.
—Es cierto —No pude retener unas suaves risas en mi garganta. El sonido regó nuestro alrededor, despistando por un instante a Andrea, que charlaba con un ingeniero a pocos metros—. Parece un cerdito cuando se ríe —Secundé.
—Y sus ojos parecen corazones chiquititos —Se ayudó de sus manos para reflejar el tamaño al que se veían reducidos los orbes de su hermana siempre que me tenía cerca—. ¿Lo has visto?
Claro que lo he visto, David.
—Eres muy observador —Lo adulé, maravillado de que se percatara de tantos detalles.
—¿Es que tú no la miras? —Contraatacó, enérgico.
¿Mirarla? No puedo hacer otra cosa que mirarla. La miraría durante el resto de mis días. Quiero mirarla toda mi vida, sí.
Volví a hundir la mirada en su asiento del muro, comprobando que no se había movido ni un centímetro desde que posé mis ojos en su figura un par de minutos atrás.
—La miro todo el tiempo —No lo desfiguré; fui sincero. A lo mejor por eso David había dado su aprobación a que quisiese a su hermana. Al fin y al cabo, no había dicho nada que no fuera verdad—. He tenido novia antes, ¿sabes? —Le conté, arriesgándome a que no le gustara escuchar que había estado con más mujeres—. Salí con dos chicas antes de conocer a Lena, pero a ella la quiero tanto que no se parece a lo que sentía por esas chicas en casi nada —Terminé de hablar con la boca seca y mi corazón acelerándose.
—Porque Lena es mejor que todas tus otras novias —Simplificó él.
El amor que sentía por ella no podía calificarse como estándar. Si me hubiesen dicho que mis latidos se amoldarían a lo que una mujer hiciera antes de conocer a Helena, me habría reído a carcajada limpia.
Esas tonterías solo pasan en las novelas. En las películas.
Pero ella es tu única realidad ahora, Charles. Puede que Helena sea una utopía que nunca creíste factible. Es factible. Esa chica, cabezota, trabajadora y poco cariñosa, ha roto tus esquemas como nadie y te ha hecho ver una vida que deseas tanto como levantar el trofeo de campeón del mundo. Te ha hecho añicos y te ha recompuesto. Solo Helena podría hacer algo tan descabellado.
—Sí —La saliva descendió por mi tráquea—. Debe de ser eso —murmuré.
David se apresuró a comunicarme un punto del que no me habría preocupado nunca.
—Deberías pedirle que sea tu novia. Aquí hay muchos chicos que podrían enamorarse de ella —dijo, más objetivo que nadie.
Sí. El box de Ferrari estaba plagado de hombres y, por estadística, sería muy sencillo que se fijaran en una de las pocas mujeres del equipo. Además, la fama de Helena no hacía más que multiplicarse con cada carrera. Todos tenían sus ojos puestos en la española porque mostraba los arrestos necesarios para desenvolverse como una profesional a pesar de su falta de experiencia en campo abierto.
Naturalmente, era un peligro que mis compañeros se enamorasen de ella. Yo lo había hecho. ¿Quién podría prometerme que otros no caerían también? No obstante, aquello apenas me preocupaba. Ni siquiera me quitaba un segundo de tranquilidad al día porque yo era el afortunado al que Helena volvía después de cada jornada. Y, de alguna manera que no sabía explicar, sabía que seguiría siendo así.
—¿Eso crees? —Él asintió, intenso—. Seguiré tu consejo, David. El tuyo es un buen consejo —Recordé el amargo trago que me había hecho pasar su padre hacía menos de veinte minutos—. Aunque primero tiene que perdonarme —Miré al chico, olvidándome de las duras palabras que Pedro Rivas había escupido sin conciencia alguna.
—¿Quieres que te ayude? —Se postuló para un trabajo que no le correspondía.
—Tranquilo —Sonreí—. Creo que puedo hacerlo solo —Nadie más que yo podía disculpar la metedura de plata que había llevado a cabo con Helena—. Pero se me ocurre algo que podrías hacer.
—¿Qué es? —clamó, emocionado.
Helena era bastante reticente a las muestras de cariño con la mayoría de la gente. Por suerte, eso no se aplicaba a David ni a mí.
—Cuando acabe la carrera, ve a darle un abrazo y un beso, ¿vale? —El niño aceptó aquella misión sin dudarlo—. Seguro que se pone muy contenta —Señalé, a sabiendas de que un abrazo suyo podía revivir la autoestima de Helena en un segundo.
—Lo haré solo si tú le pides salir antes de visitarnos otra vez —Pactó, pícaro—. Tenéis que venir a casa como novios.
¿Tanta ilusión le hacía que formalizáramos nuestra relación? Era muy tierno que tuviese esas ganas de que fuéramos una pareja formal, pero a mí no me cabía duda de que todavía faltaba un tiempo hasta que pudiésemos ir por ahí de la mano.
—Trato hecho. Te lo prometo —No volvería a Jaén por un tiempo indeterminado, así que no era tan disparatado que la próxima vez me presentará como la pareja de Helena—. Aunque esto tiene que seguir siendo nuestro secreto, ¿recuerdas? —Puntualicé.
—Sí. Hasta que ella no te dé un beso delante de todo el mundo, yo tendré la boca cerrada —Aquel escenario ficticio fue demoledor para mi estabilidad anímica. Aunque fuera remoto y poco realista, anhelé con todas mis fuerzas que sucediera—. Ni siquiera se lo diré a mis mejores amigos —Se comprometió a guardar estricto silencio.
Eché la vista hacia el frente.
¿Qué porcentaje había de que Helena proclamara su amor por mí en público con un beso? Me parecía casi un sueño.
—Je doute que ça arrive ... —mascullé en mi idioma natal.
🏎🏎🏎
Capítulo del GP de España de 2022 en la semana del GP de Españita de 2023 😎🤙🏻
Ojalá los chicos tengan mucha suerte este fin de semana 🤧🤧
Mil gracias por los 100k en Fortuna y nos vemos el domingo!! ♡
Os quiere, GotMe 💜❤️
1/6/2023
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