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42 || traitor

Helena Silva

Esa noche, recogimos tarde. Aunque la clasificación marchó como habíamos predicho y Charles se quedó con la pole, Carlos había sufrido más de lo esperado. Su tercera posición era estupenda, pero no cumplía con los objetivos del equipo ni del piloto español. Apuramos hasta bien entrada la noche y cenamos en la sala de reuniones. Así pues, cuando salí del box, Charles ya estaba mandándome su mensaje de buenas noches y pidiéndome perdón por no aguantar despierto ni un minuto más.

Él tenía que descansar. No me molestaba que se marchara a dormir antes de que yo volviera al hotel. Entraba en el abanico de posibilidades desde que me encerré en la sala con Riccardo.

El hotel quedaba cerca del circuito. Regresé dando un paseo. Había permanecido anclado a una silla durante más de cinco horas y necesitaba estirar las piernas un poco. Quince minutos después, llegué al gran edificio que acogía a la mayoría de los equipos y trabajadores que participaban en el Gran Premio de España. Había unas cuantas personas en la recepción porque no era muy tarde. Apenas las once y media de la noche.

No conocía a ninguno de los clientes que charlaban en el hall del hotel, así que pasé cerca de ellos, ignorando por completo de lo que hablaban, y me dirigí hacia los ascensores. Estaba tan cansada que mi cabeza no funcionaba correctamente. Cuando identifiqué la figura masculina que esperaba a las puertas del único ascensor funcional y quise retroceder, fue demasiado tarde. Él se percató de mi presencia antes de que pudiera desaparecer y me vi obligada a tomar el mismo ascensor.

No tenía ni idea de que les hubieran asignado el mismo hotel que a nosotros, pero, si lo pensaba, era bastante lógico.

—¿Cómo estás? —preguntó al cabo de unos segundos sin intercambiar palabra guía.

—Bien. Estoy bien —dije, incómoda—. ¿Y tú? ¿Arreglaste lo que tenías que hacer en Madrid?

—Sí. Eso está solucionado —Aclaró.

—Me alegro.

Mi padre no era paciente conmigo. Normalmente, mi forma de ser, mi ácida actitud, hacía que perdiera los papeles. Por eso mismo, traté de guardar las formas y respetar el esfuerzo que había realizado al venir durante un fin de semana entero hasta Barcelona. Podría haberse escudado en su trabajo, al igual que hizo cuando fui a Jaén, pero no había sido de ese modo y, aunque me costase reconocerlo, le agradecía que hubiera tomado ese pase para acompañar a Ana y a David. Significaba más de lo que me gustaría.

Mientras aguardábamos a que el ascensor bajara del último piso, comentamos alguna que otra cosa sobre el hotel y la comodidad que suponía no tener que tomar un taxi cada vez que quisieran ir al circuito.

Justo en el momento en que el marcador se iluminó con el número cero, mi padre cambió el tema a uno mucho menos ameno.

—Ferrari te está dando una oportunidad de oro. Muchos matarían por tener lo que tú tienes ahora mismo —comentó y las puertas metálicas se abrieron.

No entendía qué le llevaba a hablar sobre mi trabajo en Ferrari.

—¿Crees que no lo sé? —Tuve la sensación de que había sido muy agresiva y atenué mi tono. Entramos al ascensor y replanteé la manera de expresar aquello—. Yo también habría matado por conseguirlo. Por suerte, bastó con tener un excelente expediente y sobrevivir a un año de prácticas no remuneradas en la F2 —Le recordé algunos de los méritos que me habían acercado al trabajo con el que había soñado durante tantos años.

Había sacrificado mucho para obtener aquella beca que la FIA lanzó, a la caza de nuevos talentos. Además, el mundo del automovilismo y del motor ya no cerraban sus puertas a las mujeres y ellos eran quienes más se beneficiaban al acoger en su seno a jóvenes promesas como Julia o como yo. Esa iniciativa reflejaría una imagen renovada de un mundo que ya no era exclusiva del sexo masculino.

El ascensor comenzó a moverse después de que yo presionara el botón de la décima planta y él pulsara el de la décimo segunda.

—He hablado con Mattia —Me comunicó de sopetón—. Es un hombre comprometido con su trabajo —Dio su opinión sobre el jefe de mi equipo—. Le he propuesto ser accionista principal de la marca a cambio de tu permanencia en Ferrari.

Ahí estaba. Ahí estaba el verdadero motivo de su viaje a Barcelona.

—¿Que has hecho qué? —Exigí que lo repitiera porque no podía creer que hubiera hecho tal brutalidad.

—Lo que oyes. Buscas un puesto fijo, ¿no? Eso es lo que obtendrás si Binotto acepta mi propuesta —explicó, como si no fuera nada grave—. De todos modos, cuando decidan prescindir de ti, siempre puedes volver a casa. Hay un lugar para ti en la empresa desde que ...

La fina línea que me había contenido hasta entonces se rompió. Estallé. Estallé con la misma cuestión de siempre.

—¿Quién demonios te ha dado vela en este entierro? —Lo encaré, mucho más enfadada de lo que él era capaz de ver—. Es mi vida, no la tuya. Te dejé ... Te dejé muy claro que no quería trapicheos, que no quería favores de nadie ni compromisos que te ... —Intenté que entrara en razón y que reconociera su error antes de que fuera a mayores.

—Parece que ha oído rumores que te relacionan con otros equipos y no está contento con ello —Cortó mi intervención, convencido de que había obrado bien.

Me daba igual que Mattia estuviera mosqueado conmigo por haber hablado con Horner. Además, si realmente le había molestado que charlara con el jefe de equipo rival, primera debería haber convocado a mí, para resolver cualquier problema o malentendido. ¿Por qué mierda le contaba eso a mi padre? Yo era la ingeniera de Ferrari y mi padre no tenía nada que hacer en esa falta de comunicación entre una trabajadora más y su jefe. Nada. Absolutamente nada.

Y aquella historia no le daba ningún derecho a proponer un trato que incluía dinero. No iba a comprar mi puesto en la escudería. Eso estaba fuera de los límites.

—No es asunto tuyo, papá —Escupí, cabreada.

—Lo es porque está en juego tu futuro —rebatió él.

—¿Cuándo te ha importado mi futuro? —Volví al ataque.

—Siempre —dijo, solemne.

Me di cuenta de que no había formulado la pregunta como debería y sonreí, desbordada de una rabia que no sabía cómo contener dentro de mí. Socarrona, analicé las estrías que recorrían aquellos anchos y gruesos pedazos de metal. Si no salía de ese ascensor, la charla se volvería oscura e hiriente y no deseaba llegar a tal punto porque conocía cuál sería el estado en que terminaría todo.

—Puede que no haya escogido las palabras correctas ... —Me relamí los labios y traté de medir el rechazo que rezumaba con cada sílaba—. ¿Cuándo te ha preocupado mi felicidad? —Me giré, mirándolo directamente a unos ojos que ya no reconocía—. Porque cuando te dije que quería estudiar una ingeniería y viajar por el mundo persiguiendo veinte coches de carreras, no te tembló el pulso y me  echaste de casa —Ese recuerdo no había desaparecido con el tiempo. No para mí—. Todo porque no quería hacerme cargo de tus viñedos —Completé las insuficientes razones que él utilizó para dejarme en la calle, sin familia y sin recursos.

Cada vez que esas escenas me golpeaban la memoria, recuperaba la seguridad de haber obrado como debía. Él fue quien me repudió durante meses por no seguir el camino que había allanado para la torpe y soñadora de su hija mayor. Si hubiera callado y agachado la cabeza tanto como mi padre quería, nunca me lo habría perdonado a mí misma. Aquel suceso me ayudó a ver en él a un hombre que solo quería colocarme en un trabajo donde no pudiera crear problemas ni polémicas. Ser la cara pública de un equipo de la reputación de Ferrari era lo contrario a eso y le irritaba sobremanera que pudiera hundir la imagen de una familia que ni siquiera era mía ya.

Porque siempre sería la cría estúpida que destrozó su matrimonio, que la arrebató a la misma esposa que ya no le amaba y que le traía constantes disgustos por decisiones que no deberían importarle en lo más mínimo.

—Eso pasó hace años —contestó, esquivando mi mirada.

No te hagas el dolido. No sientes dolor alguno por lo que pasó.

—Años, dices ... —Apreté la mandíbula—. Si no estuviera en un equipo como Ferrari a día de hoy, ¿dirías lo mismo? ¿O me lo echarías en cara? —Mi acusación tenía todo el sentido del mundo y papá lo sabía, pero guardó silencio, exponiéndose a sí mismo como lo que era—. ¿No me recriminarías nada por ser mediocre o por no haber recibido la beca?

Me observó sin pestañear siquiera, reconociendo lo que yo me temía.

Si no hubiera llegado por mí mismo hasta aquí, me tacharía de fracasada y de inútil. Acababa de reconocerlo. Ni siquiera tenía la decencia de camuflarlo de alguna manera o de mentirme a la cara. Se lo calló porque la realidad era esa y seguiría pensando que no estaba preparada para afrontar un puesto de trabajo tan dedicado y estresante como al que aspiraba en esos momentos.

—Ser leal a la mano que te da de comer es lo que te mantendrá a flote en un mundo como este, Helena —Me aleccionó, obstinado—. Si coqueteas con más gente, Ferrari retirará la confianza que ha depositado en ti. ¿Lo entiendes? —Su altanería me generaba angustia, ganas de vomitar.

—Yo soy fiel a mis principios. A nadie más —Sentencié.

El ascensor se detuvo en mi planta y, tan rápido como abrió las puertas, bajé.

—¿De verdad? —Levantó la voz y soltó el comentario más rastrero que se le pasó por la mente—. ¿Igual de fiel que tu madre?

Un fogonazo de la discusión que nos distanció todavía más en Navidad me forzó a parar en mitad del pasillo. Furiosa, di media vuelta y contemplé cómo salía del ascensor, preparándose para humillarme y pelear conmigo otra vez.

—¿Es porque me parezco tanto a ella que no lo soportas? ¿Es eso? —Critiqué su falta de apego hacia mí.

En lugar de mi padre, parecía que se trataba de un tipo vulgar y rabioso que no podía aceptar el estilo de vida que había elegido.

—No he dicho nada que no sea verdad —Se defendió él.

—¡Es mentira y lo sabes! —Su calma reventó mis barreras de contención—. ¡No me vengas con tus malditas leyes porque fuiste tú el primero en traicionar a mamá! —grité, iracunda.

—Yo no la traicioné —dijo, casi ofendido por la crudeza de mis gritos.

—¿No? —Cerré mi mano en un puño para luego señalar directamente a él, acusativa—. Porque recuerdo muy bien cómo me cruzaste la cara aquella noche. Esa es una traición mucho peor que buscarse un amante —Exploté, reprochándole algo que nunca había exteriorizado en su presencia—. Ella confiaba en que, a pesar de no ser una buena persona, serías el padre que su hija necesitaba. Y no lo fuiste —Él me escrutaba, resentido y molesto con mis afirmaciones. Si le jodían era porque estaba dando en el clavo y no soportaba que estuviese en lo cierto—. Sigues sin serlo —Concluí.

—¿Por qué? ¿Porque no aplaudo que hayas escogido un trabajo que te acabará matando? ¿Eso me hace un mal padre? —exclamó, excusando lo que hacía a toda costa.

Esa arboleda de sentimientos contrahechos me lapidaba día y noche y, entonces, mientras él me acusaba por no ser la hija perfecta, mansa y sumisa, que habría querido, me sentí destruida y agotada de luchar contra alguien que nunca me querría sinceramente.

—Porque no eres capaz de apoyarme ni de alegrarte por mí, ni siquiera ahora que mi situación está mejorando —Le di la respuesta que más me atormentaba—. Me esfuerzo muchísimo para que Ferrari valore contratarme oficialmente. Binotto sabe que estoy buscando un puesto fijo, algo a largo plazo que me permita seguir aquí, en primera línea, aunque sea por un par de años, pero todavía no me ha dado nada a lo que aferrarme —Binotto seguía a la espera de algo que yo no adivinaba. Solo habían pasado un par de meses desde que firmé aquel contrato y estaba siendo precavido. No obstante, una cosa no excluía a la otra y, si quería velar por mi permanencia en el deporte, debía estar atenta a todas las hipótesis— . Red Bull ha lanzado sus cartas y puedo responder a ellas si me apetece. Tú conoces a Christian Horner. Piensa como un hombre de negocios. Arriesga cuando es necesario y gana. Sois iguales en eso —Precisamente porque lo conocía y compartía su modus operandi con el hombre de Red Bull, sabía que era un sabueso de primera y que, si no estaba contento conmigo, se las arreglaría para sacarme de su equipo. Yo también lo sabía, pero apostar por alguien así no tenía por qué ser un error—. Están viendo potencial en mí. ¿Por qué no puedes entender que tengo madera para esto? Incluso Mercedes ha admitido que lo hago bien. Yo ... Solo quiero que reconozcas mi trabajo y que confíes en lo que soy capaz de hacer como ingeniera de pista —Le abrí mi corazón, rota—. ¿Es tanto pedir?

Sí. Era mucho pedir.

Sus ojos, rivalizando con un par de cráteres, inertes y mortuorios, no dieron señal alguna de arrepentirse o de confiar en mis habilidades.

—Espera sentada, entonces.

Sus palabras no eran sorpresa para nadie. Sabía lo que obtendría de aquel enfrentamiento y, aun sabiéndolo, me tiré al vacío.

Con los ojos lacrimosos, me armé de un valor que se diluía en mi sangre.

—Si fuera David, y no yo, sería diferente, ¿no es verdad? —inquirí, herida.

No titubeó. Sus facciones eran duras y sombrías.

—Él no es como tú. No se echa a llorar por perder en los karts —Me despreciaba, igual que en el pasado—. Tiene más arrestos.

Los labios me temblaron.

—Él es un hombre hecho y derecho, sí —dije, cargada de ironía. Estaba comparándome con un niño que acababa de cumplir ocho años. No iba a competir contra él ni contra nadie por su cariño. No sería justo para mi hermano—. Y yo soy la chica que no llegará a nada en la vida porque lloraba de vez en cuando —Se lo concedí, afectada, desmoronada—. Gracias por demostrarme que eres el mismo de siempre.

El calor de esas espesas lágrimas me acribilló, igual que mil avispas clavando sus aguijones en cada membrana y recoveco de mi cuerpo.

¿Tan decepcionante fue criarme? ¿Veía a mamá en mí y me hacía pagar por cosas que no pudieron resolver en vida? ¿De verdad creía estar obrando en mi favor? ¿De verdad se había persuadido a sí mismo hasta el punto de creerse omnipotente y responsable de mi destino si nunca tuvo interés en conocer ni un poco de mis gustos o mis aspiraciones?

Seguí mi camino hacia la habitación que me salvaría de respirar un oxígeno emponzoñado por su presencia.

—Cuando te saquen de ese muro y no tengas a donde ir, vendrás a verme —Sorbí brevemente mi nariz y continué andando en línea recta—. ¡Solo ahí entenderás que yo tenía razón!

—Nunca, ¿me oyes? —No le mostré mi rostro por esas lágrimas eran solo mías—. ¡Nunca! —vociferé—. Nunca me verás arrastrándome frente a ti —Cogí la tarjeta del bolsillo trasero de mis pantalones—. Ya no soy la niña débil que se dejaba patear por su propio padre. Es mi vida y yo decido lo que hago con ella. No tú.

Mi fuerza iba decayendo. Después de gritarle y preservar mi honor como persona libre e independiente, esas ganas de guerrear estaban largándose y me vendría abajo delante del único ser vivo al que no quería entregarle ni una jodida pizca de mis turbulentas emociones. 

—¡Eres igual de orgullosa que Águeda! —denunció, como si estuviera cometiendo un delito horrible—. ¡Ese maldito orgullo la condenó a ser una infeliz!

—Prefiero ser miserable a vivir de ti y de tus jodidas empresas fraudulentas —Contraataqué, llorando.

Sentía que había perdido, que había fracasado por no saber cómo oponerme a la perversa voluntad de mi padre, que manchaba el recuerdo de mi madre como le apetecía si de esa manera podía hacerme sangrar de verdad.

—Eres una desagradecida, Helena. No comprendo cómo has acabado así —Me insultó.

Enfurecida, demolida y con las mejillas empapadas, pasé la tarjeta sobre la zona indicada y la puerta de mi cuarto se desbloqueó. El agudo pitido me dio un pequeño empujón para replicar y salvar la pésima barricada que todavía se erguía a mi alrededor.

Viré la cabeza hacia mi derecha, ofreciéndole una nítida perspectiva de mi demacrado gesto.

No se inmutó. No reaccionó tras ver lo que había ocasionado con sus bonitas intenciones de regalarme un puesto fijo sin hablar conmigo primero. Él no aceptaba que fuera una equivocación. En su opinión, no lo era. Había hecho algo magnífico por mí, por su ingrata hija. Esa a la que no respetaba. Esa a la que denigraba y de la que se burlaba en cuanto tenía ocasión.

—¿No lo comprendes? —proferí con sorna—. Mírate a un espejo y a lo mejor empiezas a verlo más claro.

Entré y él se quedó sin poder reprocharle nada más. El portazo que di opacó el sonido de su voz. No lo oí. No oí su respuesta. Me esforcé por no hacerlo. Tiré a un lado de la entrada el bolso y presioné ambas manos sobre mis orejas para bloquear todo ruido que pudiera confundir con sus malos deseos.

—¿Qué mierda pasa en los hoteles, eh? —Me eché a llorar como una mocosa de cinco años. Sollocé, abatida—. ¿Qué mierda pasa? —musité, cerrando los ojos de pura ineptitud.








7:30 a.m. del 22 de mayo de 2022

Llevaba más de media hora sentada en aquella silla, esperando a que abrieran el el ala del desayuno a los huéspedes para poder llenar mi plato vacío de algo que me mantuviera relativamente activa durante el largo día que tenía por delante.

Apenas había dormido tres horas porque la discusión con mi padre se repetía, igual que un disco rayado, y no me dejó descansar bien en toda la noche. Fue horrible. Cada vez que intentaba apagar el cerebro, mi subconsciente volvía a la carga y me lo prohibía. Así que, con tan poco descanso, solo me quedaba desayunar y enfrentarme a la radio de Carlos y a una carrera de más de sesenta vueltas. El objetivo era que Carlos ganara en su país. No podía fallarle al equipo.

Algunos empleados comenzaron a llevar platos con bollería recién horneada a las mesas del buffet. Entonces, una mano que conocía bien acarició la espalda de mi camiseta roja de Ferrari.

—Dichosos sean los ojos —habló con ese melódico ritmo que le perseguía incluso sin emplear el francés—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí? Ni siquiera has respondido a mis mensajes —Dejó su móvil en la mesa, a mi izquierda—. Pensé que estarías durmiendo todavía.

La mesa que había elegido era de tamaño redondo y podía albergar a unas cuatro personas, pero Charles tomó asiento a mi lado, obviando el resto de sillas.

—He dormido muy poco —Mi suspiro le puso sobre aviso.

—Sí —Acomodado ya en aquella silla, sostuvo mi barbilla y analizó mejor la palidez que impregnaba mi tez—. Tienes mala cara, tesoro —corroboró, preocupado—. ¿Qué ha pasado?

Me fijé en su rostro y en lo descansado que parecía. No podía sino alegrarme de que hubiera cosechado unas cuantas horas de sueño. Él las necesitaba mucho más que yo. Sin embargo, al examinarme mis demacrado facciones, ese buen humor con el que había despertado se extinguió en un abrir y cerrar de ojos.

—Nada —murmuré, observando el plato limpio que tenía frente a mí.

Charles retiró su mano de mi piel y adoptó una postura más severa.

—Helena, habla —demandó—. Vamos.

No tenía ánimos para contarle todo lo que ocurrió la noche anterior en apenas cinco minutos, pero no sería justo callarme después de qué él mismo se hubiera dado cuenta de mi mal aspecto.

—Me encontré ... Me encontré con mi padre ayer por la noche, al volver al hotel —Le dije, desanimada—. Discutimos, como siempre —resumí.

—Ayer parecía bastante pacífico, ¿no? —comentó Charles.

—Ya te dije que no puedes fiarte de él —Negué con la cabeza, profundamente decepcionada.

—Seguro que no fue tan grave ...

Esa afirmación me molestó mucho. Muchísimo, en realidad.

Lo miré, irritable, y me gané una mirada suya de absoluta confusión.

—Estoy diciéndote que discutimos. No nos dijimos cosas bonitas, Charles —Le señalé, menos simpática.

—Entiendo que estás molesta con él, pero, ¿qué hizo exactamente? —preguntó, un tanto escéptico.

¿Acaso no se fiaba de lo que le estaba relatando? ¿Era eso?

—Meterse en mi trabajo —contesté, haciéndole ver que algo así era más que suficiente para hacerme saltar como un alarma antiincendios.

—Muchos padres intentan controlar a sus hijos —respondió y echó a un lado el servilletero—. Es más habitual de lo que crees y ...

—Mi padre no es como el resto de padres —Lo frené en seco.

¿Intentaba minimizar algo de lo que no había sido testigo? En otra tesitura, no me habría importado explicarle detalladamente su fantástica decisión de entrometerse en mi futuro laboral como si yo no tuviera nada que decir en el asunto, pero, que tomara el bando de mi progenitor, aunque fuera con la intención de suavizar mi enfado, ejerció el efecto contrario.

—Lo sé, Helena, pero —Se relamió las comisuras, consciente de que, con su defensa a ultranza, estaba consiguiendo que perdiera mi paciencia—, a lo mejor quería ayudar y no ...

—No. No quería ayudar —Le impedí continuar. Entendió que no debió haberse posicionado de ese modo tan pronto como posó sus orbes en mi gesto de desagrado—. Quería jugar con mi futuro a su antojo. ¿Me estás escuchando acaso? —Mi recriminación sonó peor de lo que pretendía—. Él no es así —reiteré—. Cuando mete las narices en la vida de los demás es para ...

—Buenos días, chicos —dijo alguien tras de mí—. ¿Interrumpo?

Mi boca se movió por sí sola. Curvé los labios en una mueca irónica y la sombra de Max Verstappen se escabulló por mi derecha. El piloto de Red Bull agarró el asiento libre a mi lado y lo echó hacia atrás para sentarse.

—Sí —La sequedad en mi voz le hizo especial gracia, pues sonrió ampliamente—. Interrumpes.

—Directa al grano, cómo no ... —balbuceó al tiempo que se sentaba a la mesa.

Charles siempre era el más templado en esas situaciones, por lo que, con mucho tacto, se dirigió a su rival y lo saludó con toda la amabilidad que pudo reunir, que, por cierto, no fue demasiada. Esa incipiente discusión o confrontación de opiniones que estábamos compartiendo no le permitió ser más cordial. Claramente, tampoco se sentía a gusto teniendo allí al metomentodo de Max.

—Hola, Max —Encaró al entrometido que había interrumpido nuestra conversación—. ¿Necesitas algo?

—Sentarme —Le indicó al monegasco con una gran sonrisa—. ¿Estáis solos? Os acompaño —Se incluyó en el grupo del desayuno de forma automática—. Los desayunos son más divertidos si hay más gente a la mesa, ¿no creéis? —Cuando acabó de decir aquella tontería, solté una risotada muda que, para mi mala suerte, notó enseguida—. ¿De qué te ríes, Helena? ¿Qué es tan gracioso? —Se interesó mientras ojeada el vaso de cristal que le correspondía.

—De lo hipócrita que eres —Lancé el dardo sin piedad alguna—. De eso me río.

¿Qué mierda le pasaba a ese chico? ¿Por qué tenía que buscarme las cosquillas fuera como fuera? Ya había mucha tensión entre nosotros desde Miami y creí, tonta de mí, que él también haría lo necesario para evitarme hasta nuevo aviso. En mi inocencia, pensé que, al menos, me dejaría en paz unas semanas más.

Me equivoqué de principio a fin.

No iba a darme ni una pequeña tregua. Era la primera vez que no tropezábamos, cara a cara, desde Miami y el muy imbécil se lo estaba pasando de maravilla viendo la incomodidad en el temblor de mis pupilas, que viajaban de una esquina a otra de la mesa.

—Vaya. Tu ingeniera se ha levantado de mal humor, ¿no, Charles? —Sus risas resonaron a nuestro alrededor.

Escucharle reír así me produjo cierta angustia.

—Max, por favor —Le pidió Charles, conciliador—, deja de ...

—No estoy haciendo nada —Max levantó ambas manos y, a continuación, picoteó un poco del trozo de pan que los camareros habían colocado antes de que ninguno de los dos llegara al salón—. Vamos, Charles. Solo quiero hablar con vosotros —mintió a propósito—. Sé que Helena y yo podemos llevarnos mejor si ...

—No me llames Helena —espeté, borde.

Los tres presentíamos que aquello no terminaría como una amistosa reunión entre amigos, pero, por unos segundos, guardamos un denso silencio que Max desmembró, retomando su plan inicial de exasperante hasta hacerme explotar en público.

Charles también veía que su objetivo era el de pincharme con un objeto inventado y puntiagudo.

—¿Y qué prefieres? ¿Señorita Silva? —Se mofó, a lo que yo me mordí la lengua y tomé una gran bocanada de aire—. Seguiré tus preferencias al pie de la letra. Eres más quisquillosa de lo que recordaba, ¿sabes? —Interpretó, incansable.

Él podía tener unas ganas envidiables de molestarme. No obstante, mi furia estaba rozando los límites que me permitía experimentar. Por lo tanto, no fue una sorpresa para ellos que me pusiera en pie, arrastrando la silla en un golpe seco y consistente.

Aunque me resultó complicado posar la mirada en el neerlandés que sonreía de oreja a oreja, feliz de haberme alterado tanto como le apetecía.

—Lárgate —exigí.

Su mueca de burla acrecentó la acidez en mi estómago.

Al parecer, me ponía enferma solo con tenerle cerca, pero era mucho peor que eso porque recordar el miedo que pasé en el pasillo de aquel hotel me pinzaba las entrañas. La agresividad de su ojos y la furia a la que me sometió aquella mañana no habían desaparecido. De repente, el brazo derecho me palpitó, indicando que mis músculos tampoco habían olvidado el dolor y la frustración de no saber cómo detenerle.

—Tengo el mismo derecho que tú a desayunar en esta mesa —aseguró Max. Igual que había tomado asiento, se incorporó, encarándome sin ningún tipo de escrúpulo—. Te guste o no.

Me empecé a poner nerviosa. Inconscientemente, empujé unos centímetros la silla hacia atrás, retrocediendo.

—No quiero que te acerques a mí —declaré lo único que ese niñato debería respetar—. Vete —Insistí de nuevo.

—¿Y qué vas a hacer? —Avanzó, aproximándose más a mí de lo que podía soportar. Agaché la cabeza, echando por la borda aquel pulso y dándole la victoria en una bandeja de plata—. ¿Llamar al de seguridad? —Se burló.

No podía mirarle. La diferencia de altura me asustaba. Max levantó su mano derecha en mi dirección y a mí me vino ese flashback de mi infancia, con mi padre a punto de abofetearme. Nunca había relacionado aquel trágico suceso con nadie más. Max Verstappen inauguró esa parte de mí que podía tener pánico a un hombre diferente. Un hombre que no era mi padre.

La camiseta roja de Charles se interpuso entre él y yo, frenando lo que quería hacer Max. Coló la mitad de su cuerpo para que no me alcanzara y bloqueó ese rastrero intento por aplacar mi fuerte carácter.

—Ni se te ocurra ponerle la mano encima.

Lo percibí agresivo. Muy agresivo. No estaba actuando como el chico manso y comedido de siempre. El peligro de que un tercera persona me estuviera intimidando le había forzado a sacar una faceta suya a la que no estaba acostumbrada.

—¿Ahora eres su guardaespaldas, Charles? —Bromeó Max, detonando la primera barrera que contenía su fuero interno—. ¿Qué pasa? ¿Le fuiste con el cuento después de lo de Miami? —Me imputó—. ¿Tan mal lo pasaste? Solo fue una riña de nada ...

—Cállate —advertí.

Mi voz no se imponía al tono de Max y Charles se dio cuenta de que la incomodidad que me generaba el piloto de Red Bull se había trocado en algo peor.

—¿Por qué iba a callarme? —Me replicó él—. ¿Es que querías guardar el secreto o algo así? No te preocupes, que por mí puedes contárselo a todo el mundo —Su sarcasmo era odioso—. La que más tiene que perder aquí eres tú.

—¿Qué mierda estás diciendo? —Se metió Charles.

Al hacer pública su ignorancia sobre ese tema, Max supo que podía ocasionar un daño mayor. El desgraciado vio la oportunidad y la cogió sin dudarlo.

—¿De verdad no lo sabes? —Había un amigo de risa en la cuestión y yo me arrepentí de no haberle hablado de aquello a Charles—. Bueno, puede que no te contara sobre nuestra discusión, pero sí debes saber que Horner la está convenciendo de que os deje. ¿O no? —Siguió con la bromita de desmantelar los pocos secretos que tenía a ojos del monegasco.

A pesar de todo, tenía una suerte inmensa de que Charles, de alguna extraña manera que no lograba explicar, ya se hubiera imaginado que ciertos jefes de otros equipos podrían haber contactado conmigo. No pasábamos tanto tiempo juntos como nos gustaría y, evidentemente, había cosas de las que él no había sido partícipe, incluyendo aquella conversación con Christian Horner que me había abierto una puerta hasta entonces cerrada para una chica en prácticas que no disfrutaba de la seguridad de un contrato a largo plazo.

Él había oído los rumores. Había escuchado de la propia boca de Toto Wolff, entre otros, que varias personas importantes aspiraban a conquistarme en términos puramente profesionales.

Así pues, no mostró debilidad ante las palabras de Verstappen. Charles encubrió su desconocimiento y regresó al enigma que más le interesaba.

—¿Qué tipo de discusión fue? —No era una pregunta, sino una reclamación—. ¿Helena? —Me llamó, buscando que respondiera.

No respondí. No pude hacerlo.

—Pero no seas tan intenso, mate —Se le acercó Max, despectivo—. Solo hablamos de algunas cosas y la felicité por su cumpleaños.

Cualquiera habría intuido el mensaje enquistado en esa oración. Charles no fue menos inteligente que la media y, más furioso de lo que nunca se había revelado en mi presencia, agarró el costado de la camiseta de Max y se pegó a él.

No podía observar su rostro, pero sabía qué habría encontrado y no me agradaba nada de nada.

Con el miedo como aliado, me impulsé y sostuve un pedazo del rojo vino de su camiseta de Ferrari. Lo estrujé entre mis dedos. Solo haciendo fuerza pude canalizar ese maldito temblor en mi extremidad.

—Charles ... —dije a su espalda.

Mi murmullo no evitó que le hablara con el mismo desprecio del que tanto alardeaba ese que ostentaba el título de campeón del mundo.

—Déjate de gilipolleces, Max —La ira en su tono me aterró—. Si le hiciste algo, te juro que ...

—No me hizo nada —Volví a tirar de su ropa, palideciendo.

Quedé blanca como el papel.

Si alguien me hubiera mirado en esos momentos de estrés, habría visto a un fantasma.

—Hazle caso —Le invitó un Max que lo estaba pasando de lujo—. O no lo hagas —Apostó por lo opuesto—. Parece que también te ha estado mintiendo a ti y yo no defendería a alguien que está jugando conmigo y con mi equipo.

Envalentonado, se echó encima del cabrón que me estaba pisoteando, aunque no llegó muy lejos porque mi agarre moderaba mínimamente sus ansias de impartir una justicia poco ética. Una justicia que las cámaras y los espectadores que comenzaban a llegar a las mesas repartidas por la sala no compartirían ni entenderían.

—Si la insultas a ella, me insultas a mí —Expuso Charles—. Insultas a Ferrari —Añadió para que no pareciera tan personal—. Creo que nunca has tenido motivos para tratarme mal, así que compórtate y ten la poca decencia de decirme lo que pasó. Me lo debes —Estableció una amenaza que nadie habría esperado oír del piloto estrella de Ferrari—. Me lo debes por no haberte dicho una sola mala palabra en todos estos años. Yo sí he tenido razones y lo sabes, Max —Desacreditó la maldad de Max.

Él se limitó a esbozar una grotesca sonrisa de superioridad.

—Para poca decencia la de ella. Juraría que disfrutó de nuestro encuentro —Se regodeó, cual opresor entrenado en el arte de la misoginia.

De no haber sido por la forma en que clavé mis dedos, Charles no se habría contenido. Sentí la inercia de su cuerpo, que buscaba echarse contra su rival por un comentario malintencionado que me pintaba como algo que no era. Algo de lo que ninguna mujer debería sentirse acusada.

Max me estaba difamando. Estaba burlándose de un escenario que en su mente parecía ser terriblemente divertido, pero que, en mis recuerdos, no era más que un momento digno de olvidar. Me pisoteó y, a pesar de que no había ninguna prueba de ello, mi cabeza gacha y la impetuosa labor de detener a Charles gritaban que no decía mentira alguna. Por supuesto, se esforzaba en tergiversarlo y ofrecer una versión mucho más truculenta. Charles sabía que no había ocurrido nada imperdonable, pero la impotencia le nublaba el sentido.

La rabia también venía de no haber impedido que el gilipollas de turno me hiciera daño, física o psicológicamente. No importaba la clase de perjurio que hubiese cometido Max Vertappen.

Charles —clamé su nombre—. Charles, por favor. No lo empeores —Mi ansiedad hizo que hablara en castellano y que, a la vez, observara el panorama. Las pupilas claras de Max me llegaron a la mismísima alma—. Os están mirando. Por favor —Le repetí, desesperada por detener su cabreo.

Sujeté su cintura, usando ambas manos para que no se lanzara en busca de una pelea que no podía darse bajo ningún concepto.

Colérico, no se zafó de la cadena humana que recreaba con mis brazos. No podía pedirle que aguantara ese arrebato porque se lo había ocultado. Fui consciente de que, si se enteraba por alguien que no fuera yo, es decir, Max, se cabrearía como nunca. No debí callarme aquello, pero tampoco sentía que hubiese hecho algo reprensible.

—La próxima vez ... —Empezó a decir el monegasco.

—¿Vas a amenazarme? —Max permaneció inmóvil, retándole.

No entres a su juego —Mi español se coló en sus oídos, zumbando con la voz de la razón de mi parte—. Es justo lo que quiere.

Yo caí en sus provocaciones y ese fue mi fallo. No quería que Charles imitara mi metedura de pata.

Un par de personas comentaron al otro de la mesa central que allí estaba pasando algo raro, así que Charles soltó a Max y lo miró con desdén y asco.

Charles no se lo perdonaría.

Mientras le alejaba de él, comprendí que, pasara lo que pasara entre ellos en próximas carreras, podría perdonar cualquier cosa menos eso. Al involucrarme, había sentenciado la relación que tenían desde niños. Nunca fue cordial, pero existía. Más bien, subsistía a los desplantes de Verstappen. Hasta ese momento, Leclerc nunca había tenido problemas a la hora de soportar sus bobadas.

Hasta ese momento.

Lo empujé un poco más, creando una distancia sustancial. No volví la cabeza hacia Max. No le di el placer de ver mis ojos llorosos.

—Buena suerte en la carrera, Charles —deseó, impasible—. Lo mismo va para usted, señorita Silva.

Mi mirada se extravió hacia los sponsors que adornaban la camiseta de Ferrari. Al tener mi mano derecha apoyada en el vientre de Charles, noté su abdomen fuertemente contraído. El rencor no le dejaba respirar bien.

—Joder, vete de una maldita vez —maldijo Charles.

Por increíble que pudiera parecer, Max bajó la pistola que había cargado durante esos minutos y se marchó.

—Adiós, chicos —dijo antes de irse a la otra punta del salón.

Su enfrentamiento terminó.

Al principio, no pude creer que hubiéramos sobrevivido a una pelea verbal entre Max y Charles. Si alguien me hubiera dicho que esos dos habían estado a nada de golpearse, nunca lo habría creído. Era algo inverosímil. No entraba en mi cabeza que pudiera suceder un escenario tan surrealista, pero yo había sido el motivo de su confrontación y me avergonzaba que fuera de ese modo. Me avergonzaba y me decepcionaba tanto haber contribuido a que Charles perdiera los papeles que agarré mi móvil de la mesa y, sin decir ni un sola palabra, tomé el camino hacia la salida, en dirección a una de las puertas del salón.

Charles no tardó en moverse y seguirme.

—Helena —Escuché cómo hacía chirriar una de las sillas que obstaculizaba su persecución—. Helena, espera.

El tono de su voz había vuelto a la normalidad y ... Sinceramente, debería de haberme detenido. Él no se merecía que me escabullera para no proporcionarle la explicación que le correspondía. Sin embargo, Charles tuvo que atravesar toda la estancia y perseguirme fuera de la misma hasta agarrar mi brazo derecho en mitad del silencioso pasillo, frenándome en seco.

Mi acto reflejo de apartar el brazo fue la pista que necesitaba para relacionar aquellas dolencias que atribuí al cansancio y al exceso de trabajo durante las jornadas siguientes al Gran Premio de Miami. A pesar de lo que acababa de ocurrir, pensó con una claridad asombrosa y dedujo qué me había hecho Max en aquel choque de opiniones que protagonizamos a espaldas del mundo.

—¿Qué quieres? —Le pregunté, cabizbaja.

Intenté que no notara mi aversión a la presión de su mano en mi antebrazo, pero no sirvió de nada porque él ya lo había notado.

A veces olvidaba lo perspicaz que era Charles para esos asuntos.

—¿Fue en el brazo? —inquirió, convencido de que así había sido—. ¿Por eso te estuvo doliendo esos días?

Dije la frase que me había repetido a mí misma con tal de no ir a la Federación Internacional y poner una denuncia a Max Verstappen que no llegaría a ninguna parte por ser él alguien respetado y yo una vulgar ingeniera en prácticas del equipo contrario.

—Y qué más da ...

Charles solo tenía acceso visual a la mitad derecha de mi rostro. Aun con tan poco, observó perfectamente que incluso a mí me molestaba no reclamarle a Max ese atraco a mano armada. Mi sentido común podía llegar a ser un verdadero obstáculo para hacer lo que debía hacer con tal de reparar mi resquebrajado orgullo.

—¿Qué más da? —exclamó, desengañado—. Helena, usó la fuerza bruta y te hizo daño —Ante mi mutismo, decidió que recriminármelo podría ser más fructífero a esas alturas—. ¿Qué más da? ¿En serio? —Le había decepcionado y saberlo dolía mucho más que ese jodido cardenal que apenas fue visible durante la semana y media anterior—. ¿No ibas a decírmelo?

—¿Qué iba a conseguir? ¿Que te pegaras con él? —Me giré, perforando sus ojos con los míos. Esa fue la única manera que se me ocurrió para defender mis ideales—. Porque eso es lo que querías hacer ahí dentro, Charles. Dos pilotos de prestigio, adultos, peleándose por una estupidez —protesté.

Incrédulo, volvió a dar sus argumentos.

—Te tocó —Señaló, muy acertado—. El muy cabrón te ...

—No me importa —Zanjé, testaruda—. Y a ti tampoco debería importarte —proclamé, defraudada de mí misma y de las decisiones que había tomado.

No lograba digerir que yo, Helena Silva, la chica más éticamente correcta que conocía, estuviera diciendo algo tan humillante.

—¿Te estás escuchando? —Me reclamó, enfadado.

—Sí —Solo pude aguantarle la mirada durante un par de segundos.

—¿Y lo de Horner? —Embistió de nuevo. Aquel fue un golpe bajo incluso para Charles—. ¿Ni siquiera pensabas contarme eso?

Iba a hacerlo. Se lo habría contado cuando tuviera más claro si decantarme por Red Bull realmente beneficiaría a mi carrera como ingeniera de comunicaciones. No me apetecía crearle inseguridades porque, por el momento, Ferrari había estado a la altura de mis expectativas. La Scudería había cumplido con lo que esperé de ella al firmar aquel contrato en el despacho de Binotto. Me habían tratado bien, muy bien, y no quería que Charles pensara que no me sentía a gusto en su hogar. No habría sido lo correcto, pero, ¿a costa de qué? ¿De no decirle la verdad? Estábamos juntos, nos respetábamos, y lo mínimo que se esperaba de mí era que pudiera responder a la sinceridad de Charles con una transparencia similar. Él esperaba de mí esa franqueza y, paradójicamente, quien no había estado a la altura de lo que se le exigía, era yo.

Mi defensa consistió en atacarle de vuelta, herida, pues no lo hice con ninguna mala intención y había algo de desprecio en sus palabras que no toleraría.

—¿También vas a reprochármelo? —Le devolví la pregunta, ofendida.

—No estoy reprochándote que ... —Intentó aclarar.

Lo intentó, pero no no me quedé allí para escuchar su explicación.

—Suerte en la carrera —dije, yéndome.

Que no se lo hubiera dicho no le daba derecho a pintarme como una criminal. ¿Acaso no podía guardarme ciertas cosas para mí? Habría sido temporal. Probablemente, después de Mónaco o Bakú, con seis o siete carreras a las espaldas, pudiera tener una idea más nítida de lo que quería de cara a la próxima temporada. No obstante, ese año estaría con Ferrari. Se lo prometí cuando visitamos Maranello por primera vez. Le prometí mi año, así que no debería temer por un cambio de última hora. En agosto, al finalizar mi contrato parcial, tendría una charla con Mattia y estamparía mi firma en el contrato de los meses restantes.

O eso creí hasta que Charles me miró como si hubiera llevado a cabo la peor traición posible.

—¡Helena! —gritó mi nombre. Yo continué bajando los escalones, parpadeando con efusividad para no romper a llorar—. ¡Joder! ¡No seas terca y hablemos de esto! —Descendiendo el último tramo de escalones, me pareció oírle maldecir—. Mierda ...








🏎🏎🏎

Aquí estamos otra vez 🤡

Este capítulo iba a subirse mañana, pero después de que la maldición de Mónaco haya actuado hoy con la penalización de tres puestos a Charles, creo que no hace falta esperar a la carrera porque la situación es bastante mala 🫠🫠
Así que, como lo que ocurre en este cap tampoco es precisamente "bueno" 😅, he preferido subirlo hoy con la idea de que mañana solo pueda mejorar 🥲

Como veis, Helena está pasando por un bache emocional importante y Charles ... Bueno, podríamos decir que no reacciona como debería con ella, pero es humano que se moleste por el silencio de Lena, así que ambas partes han estado equivocadas y acertadas por igual, supongo 😓😓

Ya veremos cómo lo solucionan

Disfruten de la carrera en Mónaco mañana y buenas noches 🫶🏻✨

Os quiere, GotMe ❤️

27/5/2023

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