36 || happy birthday
Helena Silva
El teléfono vibró bajo mi mano y, todavía medio inconsciente por el sueño, abrí levemente los ojos. La habitación estaba completamente a oscuras. No entraba ni un rayo de sol por las rendijas de la persiana a pesar de que ya eran las ocho y media.
Todo estaba en calma.
Las manos de Charles me sujetaban el estómago y sus sonoros resoplidos se perdían en mi cabello suelto. Aquella era la sensación más hermosa y satisfactoria con la que podía despertar el día de mi vigésimo cuarto cumpleaños y habría dado cualquier cosa por prolongar esos segundos a su lado.
De hecho, lo hice.
Esperé los siguientes siete minutos sin hacer nada más que eso. Es decir, me mantuve en la misma posición hasta que la segunda alarma movilizó mi móvil. Estaba silenciado con el objetivo de no perturbar el descanso de Charles, pero conocía a la perfección ese odioso temblor en la palma de mi mano. Sabía que no podía pasar dos horas más en su cama, mientras él me abrazaba y parecía no haber ni una sola responsabilidad de la que debiera ocuparme como buena adulta.
Así pues, aquel fue mi propio regalo de cumpleaños; dormir seis magníficas horas sin interrupciones y dejar que el tiempo transcurriera durante siete bonitos minutos que concluyeron demasiado rápido.
Después de eso, me escapé de sus brazos.
La operación consistía en no despertarlo antes de tiempo. Me vestiría, recogería mis cosas y saldría de su habitación a hurtadillas con tal de que él durmiera una hora más. No era yo la que se subía a ese coche y necesitaba tener todos sus sentidos al cien por cien, sino Charles. Por eso, siempre antepondría su descanso al mío. Era una regla inquebrantable para mí. No la rompería nunca.
Todo iba a las mil maravillas. Ya me había puesto el sujetador, había recogido las medias que tiré al suelo y me había colocado esas horrorosas lentillas en el baño. Estaba poniéndome el vestido en la oscuridad más absoluta cuando su voz arruinó definitivamente mi plan.
—¿A dónde vas?
No podía ver nada, pero me giré hacia la cama y traté de localizar a Charles.
—A mi habitación —contesté.
—No tenemos que estar en el circuito hasta las once menos cuarto ... —dijo, muy adormilado.
El sonido de un bostezo arrancó a mis labios la pequeña sonrisa que me acompañaría hasta salir de su cuarto.
—Los parámetros de tu coche no se establecerán solos, Leclerc —Le expliqué, metiendo los tirantes del vestido por mis brazos.
—El trabajo te matará algún día, chérie —argumentó, acusador.
—Mira quién fue a hablar —Me agaché un poco para ponerme los tacones—. Intenta dormir un rato más. Necesitas estar descansado.
—¿Y dices eso mientras te vas? —exclamó, un tanto molesto con mi decisión de marcharme cuando aún podíamos dormir en total tranquilidad—. Tú eres mi descanso, Helena.
Mi sonrisa amenazó con crecer en un abrir y cerrar de ojos. No refrené ese gesto tan instintivo porque, al fin y al cabo, Charles y yo compartíamos ese sentimiento. Igual que él me consideraba el mejor método para que su calidad de sueño aumentara exponencialmente, en mi caso también ocurría algo parecido. De ahí que agotara esos últimos minutos en la cama aunque los números y los gráficos me esperaran en la mesa de mi habitación.
—Unas palabras preciosas, pero tengo que irme —Comprobé que la parte trasera de los zapatos no me molestaba y me erguí, guardando las medias dentro del bolso—. De verdad —insistí.
Era importante que repasara la información que teníamos después de los entrenamientos libres. Ir a aquella recepción retrasó mucho mi tarea como su ingeniera de pista provisional, así que me tocaba madrugar un poco para lograr estudiar el papeleo a fondo y estar al nivel de lo que se esperaba de mí en Miami.
—Mmh ... —Ronroneó, debatiéndose entre ser un insolente o ser obediente—. Viens ici —Me pidió, finalmente.
Encendió la lámpara de noche más cercana al lado que yo había ocupado en su cama, revelando que se había echado sobre el lugar que dejé vacío después de levantarme. Charles no llevaba nada de cintura para arriba y, aun estando boca abajo en la cama, tal y como más le gustaba dormir, los músculos de su espalda desnuda se contrajeron realmente bien bajo mi mirada. Haciendo crujir los muelles de la cama, se volvió, descansando la cabeza en aquella almohada, con la intención de tener un buen ángulo y mirarme.
Caminé hasta allí en silencio. La alfombra impedía que mis tacones resonaran por toda la estancia. Con extremo cuidado, como si fuera un espejismo que pudiera romperse en cualquier momento, me senté al borde del colchón y toqué su cabello sin ejercer apenas presión.
Al despertar, Charles siempre se mostraba más vulnerable, más relajado, y yo solo podía tocarle con la delicadeza que su etéreo aspecto exigía.
—¿Qué necesitas? —Le pregunté, suavizando mi tono.
Él extendió su brazo derecho, dispuesto a sostener mi rostro y analizarlo mientras entrecerraba los ojitos. Tenía que acostumbrarse a toda esa carga lumínica primero. A mí me resultó extremadamente tierno que hiciera aquel esfuerzo.
—Comprobar que no hay ojeras —Me puso el corriente.
Realizó su chequeo en silencio. Con mucha paciencia, acarició mi pómulo y se aseguró de que mi cutis, limpio de maquillaje, no tuviera señales de una falta de sueño que se había hecho habitual desde que llegamos al continente americano.
Él ya estaba hecho a los cambios de horario. Llevaba casi toda su vida viajando de una punta a otra del mundo. Yo, por el contrario, no conseguía acostumbrarme a ese ajetreo. Tardaría en hacerlo.
—No hay nada de nada —Asintió, conforme. Dejó caer su mano a las sábanas y observó cómo me giraba un poco—. ¿Me subes la cremallera? —Charles se inclinó, tomando el eslabón y subiéndolo. En cuanto lo soltó, me volví hacia él y le di las gracias—. Gracias —No lo resistí y me eché hacia adelante. Charles saboreó aquel beso con mucho gusto, aunque sus manos permanecieron lejos de mí esos cinco largos segundos—. Te veo en el desayuno —dije, levantándome.
—Mmh ... Feliz cumpleaños —Me felicitó por tercera vez.
Con una sonrisa bailando en mis labios, fui a la puerta de la habitación y agarré la manivela.
—Duerme, por favor —Le insté, preocupada por haberle despertado—. ¿Charles? —Lo llamé ante su indiferencia—. Quiero una respuesta.
Vi cómo alargaba el brazo en busca del interruptor de la pequeña lámpara. Un segundo más tarde, todo se sumió en una pesada oscuridad.
—Te quiero ... —alegó como despedida.
Mi corazón reaccionó de la misma manera; volcándose y regresando a su lugar en mi pecho mientras mi pulso intentaba competir con los monoplazas de cualquier equipo de Fórmula 1.
—Creo que hoy sí huiré —Me arrepentía de no volver a la cama con él, pero mi trabajo seguía siendo la prioridad. Probablemente, siempre lo sería—. Hasta luego, campeón —Tiré de la manivela, abriendo.
—Adiós ... —balbuceó, a punto de caer rendido.
Cerré tras mi paso. Antes de ir a los ascensores, confirmé que nadie salía de su habitación en ese preciso momento. Me preocupaba que algún ingeniero que se hospedara en aquella planta bajara a desayunar justo entonces. No habría sido raro en absoluto.
El ascensor se abrió para mí y entré sola en él. Pude respirar aliviada una vez las puertas me aislaron del duodécimo piso. Ya no me vincularían con el piloto monegasco de Ferrari. No había pruebas de que hubiera pasado la noche en su habitación. Al pensar en ello, me sentí como una traidora, incapaz de reconocer públicamente lo enamorada que estaba de Charles Leclerc.
Andaba tan perdida en mis ideas autodestructivas que no me percaté de que el ascensor se había detenido en el número diez hasta que parpadeé y vi al fantasma de Max Verstappen delante de mí.
Nos miramos fijamente el uno al otro. Parecía una competición por averiguar cuál de los dos apartaría la mirada primero. Max perdió en ese tonto reto. Bajó la cabeza y entró en el ascensor, impidiendo que las puertas se cerraran.
—Hola —Me saludó.
Era inaudito. Al menos, desde mi punto de vista.
¿Por qué demonios iba a querer saludarme como una persona normal después de haberle insultado sin ningún escrúpulo? Él tampoco se había comportado bien conmigo. Tenía más de un motivo para no dirigirme la palabra y fingir que no me había visto esa mañana.
—Hola —dije.
Podría ser rencorosa con la gente que lo merecía, pero no maleducada. Si alguien me increpaba, no me quedaría callada. Si alguien me hablaba con un mínimo de cordialidad y respeto, yo haría lo mismo.
Se apartó de mí cuanto le fue posible y pulsó el botón de la planta cero. Yo también retrocedí un poco. Evidentemente, a ninguno de los dos nos agradaba pasar ni treinta segundos en el mismo espacio. Un espacio cerrado, sofocante y aislado del resto de la humanidad.
—¿Has vuelto ahora de fiesta? —preguntó de la nada—. No te tomaba por ese tipo de persona.
—No —Me crucé de brazos, pero recordé que el escote de ese vestido era muy pronunciado y no me di el lujo de lucir enfadada o incómoda aunque lo estuviera. Llevé ambas manos a mi espalda y encontré una posición en la que mi espalda se mantuviera recta—. Me quedé a dormir en la habitación de una amiga —Mentí.
—¿Y no os hospedáis en la misma planta?
¿A qué venía ese interrogatorio?
—No —Volví a negar—. Ella está con Mercedes —Me justifiqué sin necesidad de hacerlo.
—Ah. Entiendo —Se resignó.
La corta charla terminó pronto, pues el ascensor llegó a la séptima planta y yo me apresuré a bajar.
No quería pasar más tiempo cerca de él.
—Adiós —Escupí, cortante.
Empecé a rebuscar la tarjeta en mi bolso y, por alguna maldita razón que me molestaba soberanamente, noté esos endiablados nervios que había querido evitar desde que Charles y yo nos besamos en Australia.
¿Acaso Max sospechaba algo? ¿Había bajado la guardia? ¿Era eso?
No di más de tres pasos fuera de la cabina de metal.
—Helena, espera —Intentó detenerme y, muy a mi pesar, lo consiguió—. Es tu cumpleaños, ¿no? —Él aguardó a que me girara y le ofreciera un primer plano de mi escéptico semblante—. Felicidades.
Creer que había sinceridad en sus palabras era lo más sensato. Sin embargo, algo no me olía bien. Aunque su rostro estuviera en paz y no me mirara con la agresividad y el rechazo de siempre, no era tan estúpida. No me tragaba que solo le apeteciera felicitarme después de los encontronazos que habíamos tenido en ese par de meses.
—Gracias, pero no quiero tus felicitaciones —Ser borde era mi especialidad, así que me aferré a ella como si la vida me fuera en mostrar mi lado más insoportable y espantarlo—. ¿Qué buscas realmente, Max? —Le interrogué, desconfiada.
Él mismo reconoció que ser amable conmigo no funcionaría. Yo no era lo suficientemente ilusa como para creer que él se había bajado de aquel ascensor, persiguiéndome, con la inofensiva idea de felicitarme por mi cumpleaños.
Cualquiera podría vernos en aquel pasillo y ser espectador de la discusión que estaba a punto de comenzar. Max sabía que aceptaría sus falsas palabras por simple cortesía, porque había algo más. Sus ojos azulados me lo decían y él, observándome serio y tenso, también expulsaba ese malestar.
—Sé que Christian planea traerte al equipo —Estableció la verdad detrás de su afán por retenerme.
Ciertamente, Max y yo no nos tropezamos en ningún momento durante la recepción de la noche anterior. Aunque no me esforcé mucho por evitarlo, él sí debió poner de su parte para no acabar en la misma conversación en que participaba la novata de Ferrari.
—¿Te parece mal? —Su irritación se veía a la legua y mi pregunta apretó más aquel visible fastidio.
Christian Horner parecía confiar mucho en el criterio de un lunático como Max. Además de tratarlo como si fuera su propio hijo, le hablaba de sus futuros planes para el equipo, pedía su consejo y opinión en todo lo referente al buen funcionamiento de Red Bull. Eso honraba a Horner porque significaba que lo consideraba un peón imprescindible en la familia que habían creado, pero yo no estaba tan segura de que Verstappen mereciera tales grados de confianza. Su infantilismo debía haber provocado más de un problema que Horner se encargaba de solucionar. Como un padre que va detrás de su hijo pequeño, pidiendo disculpas por los destrozos que este causa.
—Sí, porque no eres de fiar —Expectoró, claramente enfadado con la posibilidad de que me uniera a Red Bull.
—¿Ah, no? —Me reí, poco impresionada.
—¿Quién haría sus prácticas con la escudería que ostenta el campeonato y se marcharía a un equipo fracasado? —Me incriminó.
Intentaba ridiculizarme, imputarme en un delito que solo existía en su atrofiada mente. Atraparme en un error que, desde luego, no había cometido.
—Charles y Carlos están por encima de ti este año —Di la vuelta, irascible—. ¿Tengo que recordártelo?
—No ganan un campeonato desde 2007. Quince años —Señaló.
—Sé contar.
—Pero no parece que sepas razonar —Me insultó.
Cabreada con él y sus deseos de doblegarme, me acerqué un escaso metro. La diferencia de altura no me asustó en absoluto. Si había algo en Max que me hiciera sentir miedo era su mirada.
—¿De qué mierda vas? —Saqué la artillería pesada—. ¿Qué intentas conseguir insultando a tus compañeros? —exclamé.
Daba igual cuánto tiempo pasara cerca de ese chico; me haría una y otra vez la misma pregunta porque no me entraba en la cabeza cómo podía haber un piloto tan poco diplomático. ¿Qué tenía contra el resto de escuderías? ¿Por qué no podía apoyar y participar en el juego limpio y la competitividad sana que se esparcía por el paddock? ¿Qué le impedía ser trigo limpio en un deporte tan noble como la Fórmula 1?
—No son mis compañeros —declaró entre dientes.
—Ojalá Charles y Carlos tampoco te consideraran el suyo —Deseé de todo corazón.
—Ellos pueden ser mejores personas que yo, pero serlo no les ayudará a ganar —dijo, tachándolos de incompetentes.
—No necesitan eso para ganar —rebatí.
—¿Y qué necesitan? —Sonrió con burla—. ¿Te necesitan a ti?
Su comentario irónico fue todo lo que me hizo falta para desistir. No tenía tiempo que perder en una pelea que no arreglaría nada.
—Eres odioso ... —Le lancé mientras volvía al cometido de regresar a mi habitación.
Max se me adelantó y se apoderó de mi antebrazo con una fuerza aterradora. Por primera vez en su presencia, temí que me hiciera alguna clase de daño físico. La manera en que clavaba sus dedos en mi piel era preocupante porque revelaba la ingente cantidad de rabia que guardaba para sí.
—¿Y qué si lo soy? —Alzó la voz. No continuó con su pataleta hasta que mis ojos respondieron a las demandas de los suyos—. Tú eres incluso peor que yo por jugar a dos bandas.
—¿¡A dos bandas!? —grité, exasperado por sus jodidas acusaciones—. ¿Quién está jugando a dos bandas? —Moderé mi tonalidad al recordar que estábamos en el pasillo y que no quería montar un numerito—. Las ofertas que me lleguen no son de tu incumbencia. Nadie más que yo va a decidir sobre mi futuro, así que ve a Horner y llórale para que rompa ese contrato antes de que piense en firmarlo —Le animé a suplicar con tal de que su jefe de equipo se olvidara de mi posible fichaje—. Ser la ingeniera de pista de alguien como Checo no estaría mal, ¿sabes?
Nunca aceptaría esa plaza en Red Bull si se me ataba a Max. Aunque Christian pusiera la mano en el fuego por su piloto estrella y me prometiera un inminente cambio de actitud en el neerlandés, no aceptaría nada que forzara a pasar más de cinco minutos al día con él. Había hablado con Checo y el mexicano, como muchos otros, se comportan como una persona afable. Parecía fácil de tratar y sus charlas eran muy amables. De tal forma, un puesto como ese no se me hacía repulsivo, sino bastante atractivo. Todo dependería de la letra pequeña del supuesto contrato y de la evolución de mi relación con la escudería italiana, pero nunca me echaría atrás por un par de amenazas. Ni siquiera si venían de Max Verstappen.
Con los orbes inyectados en sangre, tiró de mi brazo, llevándome contra él.
—¡Cualquiera que no sea yo, ¿verdad?! —vociferó.
—¡Exacto! —No titubeé. Dudar frente a personas inestables como él podía ser el peor error—. Cualquiera que no seas tú —Reiteré, más asustada de lo que admitiría jamás—. Y ahora suéltame o te prometo que llevo esto a la Federación para que te sancionen por acosar a la única persona que se atreve a decirte lo horrible que eres —Lo desafié.
Después de sopesarlo durante unos segundos, se cansó del escándalo que había generado en apenas un minuto de reloj y me liberó el brazo. Veloz, lo aparté de su alcance y di un tembloroso paso en dirección contraria.
¿Le molestaba que mi trabajo se desperdiciara en otro equipo? ¿O simplemente le jodía que no reconociera su valor como campeón del mundo? ¿Era yo la única que le aplaudía? ¿Por eso me miraba con los ojos de un maniático?
—Nunca podré llevarme bien contigo —confirmó algo que estaba escrito desde Baréin.
—¿En serio? —Mi vena suicida me obligó a saltar, a pesar de que él ya se estaba retirando de la guerra—. Se supone que eres el más rápido, Max. ¿Eso no se aplica a la hora de pensar? Porque eres el último en darse cuenta de que tú y yo no congeniamos —Golpeó con fuerza el botón de llamada del ascensor—. No mientras seas así.
Estaba jugándome la vida entera al encararme a él, pero, si no lo hacía, mi voluntad se habría visto opacada por esa ira desmedida que forjaba su amargo carácter. Ya tuvo la ocasión de hundirme después de la discusión que tuvimos en Australia y no denunció mi mal proceder.
El ascensor todavía no llegaba y Max, enfurecido, me ofreció una vista privilegiada de su blanco rostro.
—No cambiaré por ti ni por nadie, Silva —Se aferró a su desagradable conducta.
—Yo tampoco —Tragué, nerviosa—, así que lárgate.
Esperé allí incluso después de que se hubiera ido. Tuve miedo de que supiera cuál era mi cuarto, de que, en su locura, volviera en otro momento y aporreara mi puerta, pensando en sacarme los ojos de las cuencas o algo peor.
No se atrevería a llegar a ese nivel, pero, mientras entraba a mi habitación, noté el picor de unas lágrimas que nunca quise sentir por culpa de Max Verstappen.
¿Por qué me había hecho tan pequeña frente a él? ¿Por qué me costó tanto sacar mi lado más combativo?
Esas preguntas me siguieron toda la mañana y no cesaron de haber ruido en mi atareada mente hasta que fue mi turno y la clasificación se quedó con mi total y absoluta atención.
Antes de salir del hotel, me puse el anillo de mi madre, aquel que parecía una serpiente, en honor a ella y a que, en España, era el día de la madre. Mi homenaje no llegaba a más, pero palpar la pieza de plata que reservaba para días especiales me sirvió de mucho aquel día.
Charles obtuvo la pole y yo pude continuar mi jornada laboral algo más relajada. Todo habría estado bien, sin ningún sobresalto más, pero Charles decidió que mi cumpleaños no acabaría así.
Durante la corta entrevista que dio a la prensa después de conseguir el primer lugar, habló de su confianza en el coche y del gran trabajo del equipo y cerró sus declaraciones públicas diciendo que era un día importante porque la ingeniera que le había ayudado a lograr esos resultados cumplía años. Me lo dedicó delante de todo el maldito mundo, en directo, y, naturalmente, una de las cámaras que teníamos en el box pinchó mi imagen. Aquel detalle no se malinterpretó porque solo fue un guiño a mi buen trabajo. Todos en el box aplaudieron el gesto y contribuyeron a que mi sonrojo se viera en las casas de cientos de miles.
Un bonito reconocimiento para la chica nueva de Ferrari.
Carlos se apoderó de la segunda posición, así que había celebración en el box. El ambiente era cómodo, sí, pero todavía tenía clavada la escena que protagonizamos Max y yo esa mañana en el hotel y no me las ingeniaba para olvidarla.
Por la noche, cuando Charles y yo nos subimos al ascensor, rechacé la rutina y sostuve su mano. Él no dijo nada; dejó que me acercara a su brazo y esbozó una sonrisa. Dos noches consecutivas, el ascensor paró en la séptima planta y, dos noches consecutivas, elegí no bajar.
Un rato más tarde, Charles repasaba las estrategias en su libreta y yo me encontraba con la cabeza en su regazo, comprobando los tiempos entre la clasificación de Imola y la de Miami. Ambos estábamos en su cama, pero él tenía la espalda apoyada en el alto reposacabezas para una posición más desahogada. La verdad era que yo no adivinaba una postura más relajada que esa, así que continué tumbada.
De repente, el estridente sonido de mi teléfono móvil irrumpió la silenciosa sesión de estudio que llevábamos a cabo.
Miré la pantalla, sorprendida de que alguien me buscara a esas horas, y leí el nombre de la mujer de mi padre. Ana.
—¿Quién es? —preguntó Charles, garabateando algo en la libreta.
No me moví. En lugar de alejarme, contemplé mejor las tres letras.
—Mi hermano —Le contesté.
Sabía que llamaba por mi cumpleaños. No había misterio alguno, pero Charles quiso enredarlo un poco más de lo necesario.
—Pon el altavoz. Quiero escuchar esto —Bromeó para rebajar mi tensión.
Se había dado cuenta de que me había puesto rígida y quiso apaciguar mis terrores nocturnos con un comentario chistoso.
Sonreí, en deuda con él por ser tan opuesto a mí.
—Como si fueras a enterarte de algo —exclamé, más divertida.
Se propuso replicarme. Sin embargo, fui más ágil y, antes de que pudiera quejarse de mi insulto hacia su pésimo conocimiento de castellano, desbloqueé la llamada y el grito de mi hermano pequeño llenó la habitación.
—¡Lena, feliz cumpleaños! —chilló, ilusionado.
Su adorable felicitación agrandó la sonrisa que ya recorría mis comisuras.
Eché mis notas a un lado de la cama.
—Muchas gracias, David —Le agradecí, feliz de escuchar sus enérgicos gritos.
A sus siete años de edad, realmente me cuestionaba si su capacidad pulmonar era idéntica a la del resto de sus amigos porque no había conocido a un niño que le gustase más la práctica de gritar de aquí para allá. Era muy educado, pero, siempre que podía, hablaba a gritos. Imaginaba que radicaba en la emoción de hablar conmigo después de un largo mes sin contacto.
—¡De nada! ¡Mamá, felicita también a Lena! —reclamó a su madre.
—¡Felicidades, Lena! —Se pronunció Ana—. ¿Cómo estás?
—Muy bien. Gracias, Ana —Le dije.
—Anoche vimos la clasificación y David quería llamarte, pero le convencí de que esperara a por la mañana —Me comentó.
—¿Allí es de noche ahora? —inquirió el menor.
—Sí, es noche cerrada, pero podíais haberme llamado después de la quali. Habría sacado un rato para hablar con vosotros —aseguré.
—No, no. Primero va tu trabajo —declaró Ana.
Ella siempre se había comportado como una madre conmigo, aunque yo no permití que fuera una madre a tiempo completo. Solo había tenido una madre y nunca deseé que alguien más la reemplazara. Con el nacimiento de David, comenzamos a llevarnos mejor, como si fuéramos tía y sobrina. Era la relación que más encajaba para nosotras.
La mano de Charles aterrizó en mi cabello suelto. Al acariciarme, volví en mí, evitando una serie de recuerdos que no quería revivir.
—¿Sabes qué? —Saltó David de repente—. Vimos tu entrevista.
—¿Mi entrevista? —Fruncí el ceño.
—Sí, esa en la que una chica muy guapa te preguntaba cosas de tu trabajo —Concretó más.
La imagen de Lissie haciéndome preguntas en Imola aporreó mi memoria rápidamente. Ni siquiera sabía que ya se había publicado en redes, por lo que me sentí un poco avergonzada. No había tenido tiempo de agradecerle a la británica por ensalzar tanto mi trabajo en la escudería.
—Vale, ya sé cuál dices —Asentí—. ¿Te gustó?
—¡Me encantó! —Reí en voz baja—. Mis amigos la han visto también y no dejaban de decir lo guay que era mi hermana.
—¿Presumes de tener a tu hermana en Ferrari, David? —Indagué, aunque conocía la respuesta.
—¡Claro que lo hago! —Noté cómo Charles aguantaba la risa ante la efusividad del pequeño—. ¿A que ves a Carlos Sainz todos los días?
Ahí estaba otra vez su idolatría por el piloto español.
—Sí, lo veo a diario —admití.
—¿Y es simpático?
—Muy simpático —dije yo.
Doblé mis piernas, pensando en lo contento que estaría si lo viera en persona.
—Ojalá pudiera conocerlo —Casi podía imaginarlo dar saltitos de pura alegría—, ¡pero Leclerc también es increíble! —Al decir aquello eché la cabeza más atrás, comprobando la creciente sonrisa en los labios de Charles—. No había nadie más rápido que él hoy. ¡Ni siquiera Verstappen! —afirmó, eufórico.
Aunque nunca le había escuchado hablar de Charles, me hizo particular ilusión que fuera justo entonces, mientras estábamos juntos y él lo escuchaba todo. Su control de mi idioma no era muy bueno, pero su sonrisa no engañaba a nadie. Que hablar castellano se le complicara no implicaba que fuera incapaz de entender algunas cosas.
Bastante segura de que había entendido el halago de mi hermano, me incorporé, dejando vacío su cómodo regazo.
—¿Crees que es increíble? —Repetí sus palabras adrede.
Charles me miró, molesto de que le impidiera peinar mi pelo. Para que no recurriera a ese argumento, gateé hasta sentarme a su izquierda.
—¡Sí!
Él dejó la libreta, centrándose en mí.
—Yo también lo creo. Hoy estuvo impresionante. Incluso a mí me sorprendió —Deslicé mi brazo por su espalda y me aproximé, besando su mejilla. El destello en sus ojos verdes me dio diez años de vida—. ¿Tú qué opinas, David? ¿Ganará la carrera de mañana?
Charles me mostró sus hoyuelos.
—¡Si tú estás con él, seguro que gana, Lena! —Apostó, muy decidido, y yo me incliné con el objetivo de besar uno de sus tiernos hoyuelos—. ¡Hemos visto que te ha felicitado en la tele y que después has salido tú!
Se ladeó unos centímetros, empujándome a besar sus labios en lugar de bordearlos. Tras un ligero beso, Charles rozó mi pómulo.
—Ha sido todo un detalle por su parte —hablé, agradecida.
Unos minutos después, David se desconectó de la conversación porque un amigo suyo había llegado para jugar y pasar el día. Al parecer, verían la carrera juntos en casa.
—Ana, ¿estaréis el domingo que viene en la finca? —Me atreví a preguntarle después de charlar un rato.
—Sí, ¿por qué lo dices? —Se escucharon algunos golpes de cacerolas.
Debía de estar a punto de preparar el desayuno.
—Estaba pensando en pasarme por Jaén antes de llegar a Barcelona —Me recogí un mechón detrás la oreja y analicé la forma que Charles tenía subrayar sus anotaciones trilingües—. La próxima carrera es allí, dentro de dos semanas.
Hubo un breve silencio entre ambas.
—¿Dices que vendrás a casa, Lena?
—Sí —Ensalivé mis comisuras—. Eso estoy diciendo. ¿Papá ...?
Ese era mi mayor miedo: que mi padre no quisiera verme en su casa.
—A tu padre le hará muy feliz que nos visites —Se apresuró a afirmar algo de lo que yo tenía serias dudas—. Te lo aseguro. David se pondrá muy contento. Y yo también, qué narices —Echó unas cuantas risas al aire, emocionada—. Hace siglos que no te vemos.
—Unos meses solamente —Puntualicé.
—¿Y no es mucho? —Me reclamó Ana—. Prepararé tu habitación.
—No me quedaré a dormir, Ana —Negué al momento.
—Eso dices ahora, pero ...
Comenzó a buscar razones por las que debía dormir allí, así que me rendí. No quería luchar con ella sobre ese asunto porque yo podía ser la mujer más testaruda del mundo, pero Ana también. No tenía los ánimos para resistirme a su invitación.
—Está bien, está bien —Suspiré—. Veré si puedo ausentarme un poco más del trabajo —Me posicioné en un punto medio que la dejara tranquila.
—Perfecto —dijo, satisfecha con mi alto al fuego.
Bien. Tocaba la otra parte. La parte más difícil.
Toqueteé el teléfono. Terminé poniéndolo sobre mis rodillas, ansiosa.
—¿Sería ...? ¿Sería un problema que alguien más viniera conmigo? —Lancé la pregunta.
Ella no sospechaba nada de que hubiera empezado a conocer a alguien y sabía que su reacción sería histórica. Nunca había llevado a casa a un chico. Por lo tanto, me tocaba camuflarlo y desdibujarlo un poquito.
—¿Traerás a Julia de visita? —preguntó.
—No. No es Julia —Corregí su suposición.
Se detuvo, oliendo la verdad.
—¿Es un chico?
—Técnicamente, sí —Respiré hondo—. Es un compañero de trabajo. Quiere ver los viñedos y ...
—Un compañero de trabajo, ya —comentó, burlona.
Su sexto sentido no fallaba y me habría encantado contarle lo que Charles y yo teníamos, pero no estaba lista.
—No estoy mintiéndote —Le dije, apurada.
—Pero no me estás diciendo toda la verdad —Acertó de pleno.
—Tampoco es así —Suavicé la voz.
—De acuerdo ... Vendrás con un chico. Un chico que trabaja contigo en Ferrari —Recabó la información que ya sabía y llegó a una conclusión demasiado precipitada—. ¿Es Carlos Sainz?
No pude evitarlo; me reí como una tonta, llamando la atención de un Charles que había vuelto a concentrarse exclusivamente en su libreta roja.
—No —Controlé con algo de esfuerzo mis carcajadas—. No es él.
—David se volvería loco si fuera él —rio ella también.
—Le llevaré una gorra y una camiseta firmadas —Prometí, sonriente.
—Eres una hermana mayor fantástica —Me ensalzó como alguien que, en mi opinión, no era—. ¿Te lo había dicho ya?
—Cada vez que llamo. Sí —Mantuve las curvatura de mis comisuras bien alta.
—Trae a tu amigo —Aprobó, tan comprensiva como siempre—. Yo hablaré con tu padre y le convenceré para que se comporte con nuestro invitado sorpresa.
Mi padre. El mismo que no se había dignado a felicitarme. Era una trivialidad y lo sabía, pero, que no hubiera cogido el teléfono para cruzar ni dos palabras conmigo, decía mucho de él. Evidentemente, el rechazo hacia su hija mayor había ido en aumento desde que nos vimos en Navidad.
—Gracias —La boca se me secó de solo pensar en mi progenitor—. ¿Está ...? ¿Cómo está? —Logré decir.
Ana se dio cuenta del cambio en el tono de mi voz, mucho más alicaída y triste.
—Muy bien —Me comunicó—. Ahora anda encerrado en el despacho, pero puedo ...
No me cabía duda de que Ana le había dicho que me llamarían y que, al igual que las últimas tres veces, había optado por meterse en su despacho hasta que esa llamada finalizara.
Algo dentro de mí se sintió tan mal que quise romper a llorar. Por suerte, había aprendido a medir mis llantos a las mil maravillas.
—No quiero hablar con él —Expuse—. No lo molestes.
Porque eso hacía. Mi sola existencia le molestaba.
—Lena ... —Ana trató de mediar.
—No te preocupes —Recobré un poco de energía para que no se preocupara—. Ocúpate de David y su amigo. No quiero entretenerte más. Aquí es muy tarde y ...
Sí. Hora de salir pitando antes de que la situación se desplome por completo.
—Está bien —Cedió ella—. Suerte mañana. Te estaremos apoyando.
—Gracias —Carraspeé, quitándome las ganas de llorar—. Hasta la semana que viene.
—Hasta la semana que viene, Lena —Se despidió.
Al cortar la comunicación con España, tiré el móvil a la cama y recogí más las piernas, pegándolas a mi pecho.
Charles cerró la libreta y apoyó la cabeza en aquella pala de madera para luego girarla hacia mí y examinar mis compungidas facciones.
—¿No has hablado con tu padre? —interrogó, percatándose del problema principal.
—No —Dejé el mentón en lo alto de mis rodillas—. Estaba ocupado.
Comprendió que hablar de ello no me alegraría y orientó la conversación a un extremo completamente diferente. No me apetecía seguir abriendo una herida tan dolorosa y él supo descifrar mi desánimo a la perfección.
—Tu hermano cree que soy genial —Rescató de la reciente charla telefónica.
Incluso a mí me había resultado curioso que David dijera algo así. Solo esperaba que esa aparente idolatría por el piloto de Ferrari que no se apellidada Sainz surtiera efecto cuando se lo presentara en unos días.
—Pero Carlos sigue siendo su favorito. No lo olvides —Le sonreí, un tanto apagada.
—Tengo camino por recorrer todavía ... —Lo asimiló con deportividad y guardó silencio durante unos segundos—. ¿Sabes qué he descubierto? —habló de nuevo—. Tu voz cambia cuando hablas español —expresó su hallazgo.
—¿De verdad? —Mi sonrisa surgió de una forma más natural.
—Sí. Suena ... Terriblemente sexy —explicó mientras lo recordaba.
Gracias a su tonta interpretación, esturreé alguna que otra risilla por el cuarto. Charles se dio por complacido después de oírme reír, aunque solo consiguiera un par de risotadas medio rotas.
—Por Dios, Charles —Lo miré, distraída—, solo estaba hablando con mi hermano de siete años.
—¿Y?
Ni siquiera intentó defenderse.
—Eres un depravado —dije en castellano.
Él acomodó la nuca mejor en el reposacabezas, sin despegar su mirada de mí.
—Joder —maldijo.
—Acabo de insultarte —exclamé, sonriendo.
—Pues sigue haciéndolo —Me invitó a soltar más insultos.
—Estás mal de la cabeza ... —farfullé, echando la vista al techo de su habitación.
Mientras él hacía unos cuantos estiramientos, necesarios después de estar tanto tiempo sentado en la cama, yo me dediqué a masajear el brazo que Max había intentado estrangularme por la mañana. Lo había estado palpando varias veces desde lo ocurrido, asustada de que me saliera algún cardenal o de que el dolor se prolongara. Apenas sentía una leve molestia en el músculo del antebrazo que se iría después de dormir, pero Charles se percató de la ruta de mis dedos.
—¿Te duele el brazo? —dijo, curioso y preocupado.
No le había contado nada de lo que pasó con Max. No quise que tuviera la cabeza en otra cosa, así que me lo callé y seguí adelante.
—Ah, no. Solo lo siento cargado —Alejé la mano izquierda de mi extremidad—. Creo que debería hacer más ejercicio —argumenté.
—Podrías acompañarme —dijo él.
—¿Y estar una hora levantando pesas como loca? —exclamé, irónica—. No es un plan muy atractivo.
—Dos horas —Corrigió el dato.
—¿Dos? ¿Al día?
—O dos y media. Depende del tiempo que tenga —Me aclaró.
Viendo que el tema había cambiado y que ya no hablábamos de mi brazo, me hallé más descansada.
—Pues olvídate de llevarme contigo —sentencié—. Toleraría una caminata, una excursión o algo así, pero dos horas entre máquinas es imposible —reiteré mi nula capacidad de hacer deporte durante más de cuarenta y cinco minutos.
Charles ya conocía ese lado de mí. A pesar de que él era todo lo contrario, le parecía bien que yo no fuera una amante del ejercicio. Aquella resultaba ser otra de esas incógnitas que me obligan a cuestionar cómo era posible que, siendo tan distintos, nos completáramos.
Entonces, sentí su mano derecha en mi rodilla. Acarició la zona, absorto en algo que escapaba a mi entendimiento. Al poco, alzó la mirada y chocó con la mía. Su forma de mirarme era cándida y dulce.
—Tenías una sonrisa preciosa mientras hablabas con ellos —reveló, sonriendo al rememorar mi rostro—. Los quieres mucho, ¿verdad? —Levantó las cejas.
Ese cúmulo de emociones me golpeó duramente en el momento en que Charles recalcó mi supuesto amor hacia una familia que ya no consideraba mía. No obstante, como bien había percibido él, fuera o no parte de esa casa que me parecía tan lejana e inaccesible, todavía había en mí una Helena que añoraba el lugar que había dejado de ser su hogar.
Durante mi infancia, lo fue todo, y, años después, nada era igual.
—Sí —murmuré.
Porque quería a mi hermano. También quería a Ana. Y, a mi manera, amaba a mi padre. Si no lo quisiera, no me dolería que evitase hablar conmigo el día de mi cumpleaños. Si no lo quisiera, mi cuerpo no me exigiría pedirle perdón por asuntos sin resolver, a pesar de que yo nunca tuve la culpa de los malditos sucesos que nos abocaron a esa ausencia en la vida del otro.
Sugestionada por la sensación de haber hecho las cosas mal, fui hacia Charles y me senté a horcajadas en su regazo. Con cada pierna a un lado de su cuerpo, me abracé a su cuello y enterré la cara entre sus hebras.
No quería llorar. Cabezota, tomé una profunda bocanada de aire y me agarré a él.
—¿Qué pasa? ¿Qué tienes, tesoro? —Colocó ambas manos en mi espalda, acariciándola—. ¿Es por haberte dedicado la pole? ¿Te ha incomodado? —No hablé. Meneé mi cabeza ligeramente y luché contra esas lágrimas que ardían en mis ojos a modo de castigo—. Te he notado extraña todo el día, Helena. Antes ... Antes me diste besos de repente —explicó, haciéndome sonreír con amargura—. Tú no me das besos sin motivo —dijo, bromista.
Las lágrimas fueron alejándose y, al cabo de un largo minuto de silencio, encontré la voz que me faltaba para calmar sus preocupaciones.
—No me ocurre nada, Charles. Estoy bien —Él distinguió la mentira enseguida, pero fingió no haberlo advertido—. Solo quiero un abrazo —No le engañaba en eso—. Igual que quería besarte antes.
El día de mi cumpleaños solía ser así. Feliz y triste. Nunca supe qué parte pesaba más al acabar la jornada.
—D' accord —Su abrazo se hizo más impetuoso—. Tendrás todos los abrazos que necesites, ma belle.
🏎🏎🏎
Hoy es el cumpleaños de Helena ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
7 de mayo ♡
Cumpliría 25 años si existiera porque recordemos que la historia sucede en la temporada pasada, en 2022, y que ella nació en el 98 ✨
Feliz día de la madre también!! ♡♡♡
Me he dado cuenta de que, después del trompo de Charles ayer en la quali de Miami, hoy saldrá séptimo. Unos capítulos atrás, cuando acababan de llegar a Miami en la novela, ella le dijo que el siete es su número favorito. También es el favorito de Charles 🤧
Se me hizo bonito que justamente hoy, que es el cumple de Helena, aunque haya sido un fallo suyo, salga séptimo en la carrera 🥹
En honor a esta coincidencia, le creé una cuenta de Instagram ficticia a Charles, tal y como algunas de vosotras sugeristeis 🥰
@charl3s__leclerc
Oremos por él y por Carlos, que sale detrás de Checo y puede hacer un carrerón ❤️❤️
Como veis, la relación entre Max y Helena no parece arreglarse, sino que empeora por momentos 🙁🙁
Si Charles se entera de lo que pasó entre ellos esa mañana, ya podéis imaginaros cómo se pondría el piloto, así que se lo guarda para evitar un desastre 🫤
¿Será buena idea callar?
🤷🏻♀️
También tenemos el viaje que harán a Jaén a la vuelta de la esquina 😙
Nos vemos la semana que viene!! 🫶🏻
Os quiere, GotMe ❤️💜
7/5/2023
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