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35 || invitación

Helena Silva

La noche llegó a su fin antes de que me diera cuenta.

Los invitados ya estaban en tierra y todos comenzaron a despedirse, deseándose suerte para la clasificación. Rafa hizo lo propio con Carlos y Charles y, entonces, Julia saltó gritándome feliz cumpleaños. Incluso aquellos que no me conocían se enteraron de la importancia de esa fecha gracias a la efusividad de mi amiga, que se tiró contra mí y me abrazó hasta casi ahogarme.

Feliz cumpleaños, compatriota —Me felicitó Carlos junto a dos besos en mis mejillas—. ¿Por qué no sabía nada? Tu cumpleaños es una fecha que todo el equipo debería conocer —aseveró.

—Lena siempre es muy reservada para estas cosas, Carlos —Le explicó Julia.

Feliz cumpleaños, Lena —Se acercó Rafa, besando también mis pómulos.

Gracias, Rafa —Le di las gracias y me dirigí al piloto español—. No suelo decirlo. Perdona, Carlos.

—Estás perdonada porque no puedo enfadarme con la cumpleañera —Me sonrió.

Miré entonces a Charles, que me observaba con una cálida sonrisa en sus labios.

—Seguro que este año sí que he sido la primera en felicitarte, ¿verdad que sí? —dijo Julia, convencida de que nadie se le había adelantado.

—No, Julia —Reí un poco—. No lo has sido.

Charles dio un paso al frente y yo supe lo que haría. Cuando estuvo lo suficientemente cerca de mí, dejó caer su mano en mi cintura.

—¿Qué? ¿Cómo que no? —berreó Julia.

Besó mis mejillas igual que su compañero de equipo y mi amigo antes que él, pero sus besos fueron diferentes. Todos lo percibieron.

—Felicidades, Helena —Me felicitó por segunda vez en la noche.

Soltó mi cuerpo porque no era necesario que me tocara ni un ápice para que levitara allí mismo.

—Gracias, Charles —Le susurré.

Un rato después, los asistentes de la recepción empezaron a marcharse. Si bien nos habían citado en el circuito bastante tarde, pues la organización del ajetreado fin de semana así lo había obligado, todos los pilotos querían regresar al hotel pronto. Descansar era crucial. Se jugaban la vida cada vez que subían a su monoplaza; la falta de sueño podría hacerles fallar. Su vida dependía de ello.

Carlos sacó la llave del coche que le habían prestado esa semana y nos miró a Julia y a mí.

—Tenemos asientos libres en el coche. ¿Os llevamos? —Se ofreció, cordial.

—Iba a llamar a un taxi, pero si no os importa ... —habló Julia, agradecida con la idea del madrileño.

—Claro que no —Se unió Charles a la conversación. Rápidamente, me pidió una respuesta—. ¿Helena?

No había ninguna razón por la que negarme. Por tanto, me preparé para aceptar de buen grado su ofrecimiento.

—Sí, me parece ...

La mano de Rafael, que todavía estaba a mi lado, me impidió continuar la oración. Sostuvo mi brazo desnudo y, sorprendida, guardé silencio. Él me contempló con ojos cándidos que revelaban planes diferentes a los que se habían puesto sobre la mesa en los últimos segundos.

—¿Puedo abusar un poco más de tu tiempo? —Me preguntó, lastimero—. No tengo problema en llevarte al hotel después —Prosiguió.

Buscar el semblante de Charles estaba fuera de mis opciones. Al haberle mirado, la duda de no estar haciendo lo correcto me habría invadido, así que lo evité a toda costa y me decanté por regalarle unos pocos minutos más de la noche a ese viejo amigo a quien no había visto en años.

—Entonces, me marcho con Rafa —Les comuniqué a los tres.

Deliberadamente, me detuve menos tiempo en Charles. Apenas pasé mi mirada sobre su tirante rostro. Sin embargo, él mismo rompió aquel feo rechazo por mi parte y se aproximó a mi posición de nuevo.

No le importó en absoluto que Rafael estuviera analizando y cuestionando todos sus movimientos y volvió a besar mi cachete. En dicha ocasión, solo besó mi mejilla izquierda a modo de despedida.

La suave brisa de la madrugada llevó sus palabras a mi oído.

—Te veo luego, tesoro —musitó.

Y se marchó junto a Carlos y Julia.

Dijo que no soportaba ver cómo me tocaba. No lo soportaba y, aún así, hizo de tripas corazón y se fue al hotel, dejándome con ese chico aunque le doliera hacerlo.

¿De verdad merecía a Charles?

Esa fue la pregunta que rondó mi cabeza durante el cansado viaje en el Lamborghini de Rafa. Aunque le escuchaba comentar esto y aquello y le respondía como buenamente podía, siendo amable en todo momento, no había nada más en mi extenuación mente que regresar al hotel y subir al duodécimo piso. Necesitaba besar a Charles antes de dormir o perdería la maldita razón.

Rafael habló y habló, pero, al final del trayecto, me excusé con que estaba agotada. Él lo comprendió y yo, en el fondo, me sentí mal. Era un acto rastrero. Quería despedirme y volver con el hombre que más merecía mi tiempo. No obstante, que eso fuera cierto no implicaba un mal comportamiento que hiciera sentir como un cero a la izquierda a Rafa.

De tal modo, aguanté dentro de su vehículo durante más de cinco minutos. Ya habíamos llegado a la entrada del hotel en el que nos hospedábamos casi todos los equipos, pero continué charlando con él hasta que le prometí quedar en algún punto de la temporada, cuando nuestros horarios dieran una breve tregua y pudiéramos vernos. También le di mi número de teléfono.

La despedida fue normal. Lo único que destacaría sería su cercanía. Se pegó demasiado a mi boca cuando me besó el pómulo y lo noté. Claro que lo noté.

Al bajar del deportivo, agité mi mano y esperé a que el coche desapareciera. Solo entonces me permití recoger una gran bocanada de aire fresco y tranquilizarme. No quería admitirlo, pero había temido que pudiera decir algo que me pusiera en un apuro. Algo como "oye, Lena, me gustas" o "Lena, ¿te molestarás si te digo la verdad?".

Para mi alivio, nada similar ocurrió.

Vaciada de aquel cúmulo de ansiedad, entré al gigantesco edificio. El hedor de la noche no era perceptible en el recibidor del hotel y lo agradecí, ya que la bajaba de temperatura norteamericana no acompañaba a esa clase de viajes nocturnos.

Levanté la mirada, sintiendo los pies doloridos y el cuello un tanto rígido.

Ah, pero todos esos signos de cansancio se desintegraron cuando vi al joven piloto de Ferrari conversando con el recepcionista que tenía turno de noche.

Difícilmente logré contener la sonrisa y avanzar por el amplio recibidor.

El claro sonido de mis puntiagudos tacones golpeando el suelo captó su atención. Él desvió la vista, posponiendo su amigable charla con aquel chico que debía haberle pedido un autógrafo, y me encontró allí.

Aunque los saludé a ambos, no me detuve y continué caminando hacia los ascensores.

Sabía que Charles no estaba en la recepción por pura casualidad. No existían las casualidades si se trataba de él y de su profundo desagrado hacia el tipo que me había traído en coche.

A pesar de que ya había sobrepasado el lugar en el que ellos se hallaban, Charles no usó ninguna estrategia decente para despedirse del trabajador. Se limitó a alegar un agotamiento incuestionable y fue detrás de mí. No conocía la vergüenza ni la discreción, eso era seguro.

Mientras esperaba a que las puertas de metal se abrieran, él me alcanzó y, sin ningún tipo de comedimiento, se colocó a mi lado. Ni siquiera se había cambiado de ropa. Debió pasar todo el tiempo abajo. Desde que llegaron al hotel, no hubo tanque o tifón que le moviera de la entrada.

Tras unos segundos sin hablar, partió la tensión entre ambos en dos mitades perfectas.

—¿De qué te hablaba? —inquirió, bastante relajado.

—De su yate —respondí, atenta a la inminente apertura del ascensor.

Las puertas se abrieron de par en par y yo entré primero al cubículo. Charles me siguió muy de cerca. No había nadie en el ascensor, por lo que continuó irradiando ese celo tan adorable que apenas había descubierto tras la grata velada.

—Yo también tengo un yate —comentó como si ser dueño de un barco de lujo no fuera ningún mérito.

En realidad, no lo era, pero decidí callarme y disfrutar de sus ocurrencias.

Sonreí ligeramente. Las puertas empezaron a rechinar, cerrándose poco a poco.

Él se quedó junto al panel de botones, mirándome fijamente. El golpe final de la máquina nos avisó de que ya podíamos elegir un destino dentro de las veinte plantas que formaban parte del conglomerado.

—No me digas ... —Fruncí el ceño, bromeando.

Charles pulsó el número siete y, seguidamente, el doce.

—¿Te ha invitado a su yate? —Siguió con su particular investigación.

El ascensor comenzó a subir tras recibir las órdenes del monegasco.

—Puede —Crucé mis brazos y apoyé la cintura en la última pared, bastante alejada de él—. ¿No me vas a invitar al tuyo? —Le provoqué.

—Puedo invitarte a un sitio todavía mejor —Contrarrestó, confiado.

Se guardó ambas manos en los bolsillos de sus pantalones de etiqueta. Al reclinarse contra el espejo doble, su mirada se enturbió. Un débil pellizco aceleró el ritmo de mi corazón. Ya había pasado por mucho esa noche, pero Charles parecía decidido a matarme definitivamente.

—¿A dónde? —Me hice inocente a sus ojos.

—A mi habitación —dijo con una naturalidad aplastante.

—¿Y por qué iría a tu habitación? —Sonreí.

Mis comisuras temblaban, reclamando que esa picardía se convirtiera en algo diferente.

—Porque soy un exitoso piloto que corre para Ferrari en Fórmula 1 —Apuntó hacia su mayor atractivo.

Con un suave pitido, las puertas se abrieron en mi piso.

No me moví.

Quería comprobar cuánto podía soportar. Cuál de los dos perdería primero aquel pulso inhumano en el que nos jugábamos la vida. No era ninguna exageración. Charles y yo nos tomábamos muy en serio los retos, tanto en lo personal como en lo laboral, y me apetecía empujar esa atracción al límite.

—¿Esa es la forma que tienes de llevarte chicas a la cama? —Ensanché mi sonrisa—. Porque es horrible.

Él reconocía su torpe frase para ligar, pero se sintió como un ganador cuando las placas metálicas volvieron a encerrarnos.

—Sea horrible o no, sigues aquí —Alardeó.

Negándome a cederle la victoria, le planté cara.

—Eso no significa que funcione.

Los números iban cambiando en la pantalla que Charles tenía a sus espaldas. Cada vez eran más altos: ocho, nueve, diez ...

—¿Entonces, qué significa? —replicó, suspicaz.

El recuerdo de aquella fiesta en Baréin, cuando me atrapó en plena oscuridad y se las ingenió para que accediera a pasar unos pocos minutos con él dentro de un espacio estrecho y agobiante, salió a relucir. Mirándole, me di cuenta de que había ciertas similitudes entre nuestro primer encuentro y ese gracioso viaje en ascensor.

Sus habilidades de seducción no habían mejorado mucho. Sin embargo, yo no había dejado de ser una increíble blandengue si me hablaba con ese cariño.

—Podría haber muchas interpretaciones —Me posicioné—. Por ejemplo, que quiera dormir en una cama mejor que la mía —señalé, haciéndole reír por un momento.

Se estaba conteniendo y lo hacía muy bien. Si él no se hubiese mantenido erguido, yo no habría estado a la altura. Habría corrido hasta él para culminar lo que empezamos en el pasillo de aquel yate.

Atravasé el espacio con mis tacones agujereando el cargado ambiente justo a tiempo; el ascensor se abrió al ritmo perfecto y yo continué caminando hacia el frente.

"Primera puerta visible cuando sales de los ascensores".

Observé el marco, de un elegante color blanco idéntico al de mi puerta, unos pisos más abajo. La manivela era idéntica, pero la ranura de la tarjeta estaba al lado contrario. Me gustó examinarlo porque todavía no había subido hasta allí desde que llegamos a Miami.

El puntiagudo sonido de mis pasos se detuvo pronto. Al parar, sentí muchísimo la tela de mi vestido. La sentí en mis rodillas. En mis muslos. En mi estómago.

Escuché sus pisadas.

—¿Quieres dormir?

Me chupé los labios y respiré.

—Necesitamos dormir, Charles —contesté a su pregunta.

Él se acercó, sigiloso cual depredador que avista a su presa, indefensa y despreocupada. Su chaqueta entró en contacto con mi brazo, crispando todo mi cuerpo como si de una reacción alérgica se tratara.

—¿Y no necesitamos nada más? —No se cansaba.

Apenas me separaban unos centímetros de su puerta y aprovechó esa corta distancia para empujarse contra mi cuerpo desde atrás. Tuve que avanzar, apoyando mis dedos en la madera tallada. Charles no frenó.

—No ... —Su mano reptó por mi cintura y sentí su aliento en la zona que mi cabello no cubría, próxima a mi cuello—. Hoy no ...

Entonces, sin más demora, envió su peligrosa mano a mi muslo interior. Yo contuve la respiración, impresionada por la estimulante fricción de la tela contra mi piel.

Charles, en su agonía, besó el hueco tras mi oreja y afianzó su brazo, acorralándome y eliminando la remota posibilidad de que me apartara.

—Dime eso cuando te quite el maldito vestido —Emitió con voz grave y demandante.

Mi pulso se aceleró en cuestión de segundos. Exaltada, intenté cortar el progresivo camino hacia mi entrepierna y agarré su mano.

—Charles ... Estamos en el pasillo ... —Resalté, aunque sabía que nada detendría su ambicioso recorrido.

Viendo que retenía su mano dominante, se ayudó de la otra para comenzar a levantar la larga falda.

Si alguien salía de su cuarto, nos descubriría en una postura de lo más peculiar. Una postura que no podría justificarse con una mentira piadosa ni pintándola como un malentendido que pudiera ser considerado cierto.

—Eso no te importaba hace unas horas —susurró.

—Hace unas horas ... —Mis piernas quedaron descubiertas y Charles, atraído nuevamente por aquel accesorio, retorció la tira del liguero—. Hace unas horas, no era yo, ¿entiendes?

—¿No?

—No, porque tú ... Tú me conviertes en otra persona ... —balbuceé, sintiendo cómo sus caricias acallaban mis quejas.

No me percaté de su movimiento hasta que oí el pitido de la puerta. Había sacado la tarjeta y la había pasado por el lector sin que yo lo notara. Al instante, desbloqueó la manivela y me echó hacia dentro. Conservé el equilibrio de puro milagro, pues aquellos zapatos no me daban tregua ni siquiera entonces.

—Sí ... —Pulsó el interruptor de la luz—. Helena Silva no me dejaría hacer esto.

Al tirarme contra la primera pared del cuarto, di un pequeño grito. Él cerró la puerta de un choque seco por el que incluso las bisagras se vieron afectadas y chirriaron.

Su frenético resuello se me contagió pronto y, antes de que reconociera lo que estábamos buscando, ya me había enganchado a su chaqueta cerrada. Al mismo tiempo, Charles se izó como una vela al viento y me confinó bajo su ancho cuerpo.

—De verdad ... —Quise oponerme a su asalvajado proceder.

Pero él no iba a dejarlo estar.

La presión de sus dedos me enervó de una forma despiadada. En cambio, Charles se lanzó a por mis labios, decidido a llevarse consigo todo mi pintalabios por enésima vez esa noche. En primer lugar, fue a mi desprotegida boca. Después, en pleno acto de emancipación, encaramó sus manos debajo de mi vestido y estiró con fuerza mis ligas de lencería negra. Lo hizo con tanta fuerza que, al soltarlas, un repentino latigazo marcó mi piel. Me erguí, sacudida por un escalofrío.

—Lo haremos rápido y después ... —Tironeó de los cierres del liguero, sobreexcitado—. Después dormiremos todo lo que tú quieras, chérie ... —Me prometió, desesperado.

Mandándolo todo al diablo, agarré la corbata que había llevado para la recepción y empecé a desatarla a una velocidad que podía rivalizar con la energía que él estaba poniendo en desabrochar mi liguero.

El click de mis enganches de metal se escuchó como una verdadera liberación.

Yo deshice rápidamente el nudo de su corbata y recogió los desenfrenados besos que no se cansaba de regar por mis labios.

—Pero no quiero que sea rápido ... —Aclaré, entregada a lo que tuviera que suceder entre nosotros.

Charles se quitó la chaqueta, que cayó al suelo de la habitación. Yo, por mi parte, me saqué ambos tacones y los eché a un lado para que no molestaran. La diferencia de altura me abrasó, aunque a él le encantó sentir esa distancia natural a la ya nos habíamos acostumbrado.

—Mierda ... —maldijo, acariciando la base de mi cuello con su insistente mirada—. No me lo estás poniendo fácil, Helena.

Atrapé la corbata desanudada y la extraje del lugar que había ocupado en el cuello de su camisa para luego lanzarla lejos de su complexión.

—Te avisé —Recibí sus jadeantes inhalaciones en mi boca—. Te dije que no soy fácil de tratar ...

—Es verdad ... No lo eres ... —Me concedió, muy concentrado en bajar la media transparente que no le permitía tocar directamente la dermis de mi pierna izquierda—. Y estas medias tampoco —refunfuñó.

—Olvídate de las medias ... —dije, enfrascada en sacar los primeros botones de su camisa de los respectivos ojales.

—¿Quieres que te las deje? —Sonrió ampliamente contra mis comisuras. Debió imaginar un escenario que le agradó más de lo correcto—. Podría romperlas.

Pero no dijo aquello con lástima. No había atisbo alguno de advertencia o miedo a destrozar mi prenda. Más bien, parecía que quería rajarlas de lado a lado. Hacerlas jirones sin ningún tipo de pena.

—Quiero que entres en razón ... —supliqué para que escuchara la voz de la sensatez, aunque no era la mía.

—Entraría en razón si no estuvieras desvistiéndome —Indicó.

Bajó cuanto pudo la delicada fibra de mis medias, sin separarse de mí ni romper con aquellos besos.

—Tú empezaste ... —Le inculpé.

El sudor en mis manos hacía que fuera más lenta a la hora de desabotonar su impecable camisa. Apenas había entreabierto un par de ellos y Charles ya estaba tirando de la estrecha cremallera que comprimía mi vestido.

Ma vie ... —Ese tono de querella me despistó durante unos segundos. Eligió aquella laguna y, habiendo bajado la cremallera por completo, paseó la palma de su mano derecha por mi hombro, librándose del tirante de mi vestido y contemplando la cinta de mi sujetador—. Empezaste tú gimiendo de esa forma tan encantadora ... ¿Cómo era? —Lo deslizó también, besando mi piel una vez estuvo desnuda.

Pegué mis muslos el uno junto al otro, nerviosa.

—No te burles de ... —Y ese gemido que Charles perseguía resurgió de sus antiguas cenizas.

El motivo de su retorno fue que él, con una confianza abismal, abandonó mi brazo y se enfocó en mi pecho. De repente, sentí sus dedos serpenteando bajo el aro de mi sujetador. Solo rozó la base de mi seno izquierdo, pero bastó. Me ericé de pies a cabeza, excitada por su atrevimiento y por lo bien que me sentí cuando tanteó el terreno.

Oui ... Juste comme ça ... —habló, suave y satisfecho—. Vas a ser una buena chica, ¿verdad? —Me robó un beso.

Mis dedos se olvidaron de sus botones, demasiado extenuados gracias a las pequeñas caricias que regalaba al nacimiento de mi pecho, subiendo más y más. Tuve que clausurar mi vista y apretar los párpados, incapaz de mantener la compostura. Charles sintió cómo curvaba la espalda con la excitación por las nubes.

—Charles ... No me digas lo que hacer ... —Le recriminé, agitada.

Suspiró sobre mi barbilla.

—Abre los ojos ... —Cumplí su petición sin rechistar. El verdor de sus iris se me clavó como una aguja—. Creo que te gusta más de lo que parece ... —Anotó, sonriendo.

—Voy a ... —Cortó el flujo de mi voz al acariciar mi aureola.

—Vas a matarme. Ya lo sé ... —aseguró y apretó los dientes, puesto que mi mano derecha se había atrincherado en el bulto que me prohibió tocar en el baño de aquel yate—. Y joder si lo vas a hacer —Se echó contra mí, besándome para canalizar la lujuria desmedida que le alejaba más de detenerse.

A partir de ese momento, todo se volvió un caos. Charles intentaba desabrochar el mismo sujetador que me ayudó a enganchar la semana anterior y yo, perdida en el placer que me ofrecía con su roce, aflojé el cierre de su cinturón y me ocupé de sacárselo en un rápido gesto.

La hebilla resonó al caer a nuestros pies. Él, mordiendo mi labio inferior, se apartó ligeramente, dándome espacio para que tirara de sus pantalones mientras que, con mi otra mano, trataba de bajarme las bragas negras por los muslos.

Era algo difícil de conseguir con él devorándome los labios y se complicó todavía más cuando dos porrazos secos y directos hicieron temblar la puerta de la habitación.

Sobresaltada, me aferré a Charles. Ambos nos miramos a los ojos y aguardamos a que la persona se identificara.

—Lord Perceval, abre la puerta —dijeron.

Consciente de que era Carlos, exhalé más tranquila. Aun así, no podía quedarme allí porque estaba parcialmente desnuda y, siendo sincera, por mucho que apreciara al piloto español, no me apetecía mostrarle mi desaliñado aspecto.

—¿Qué mierda pasa en Miami? —Se preguntó Charles entre dientes, con todo el cabello revuelto y la camisa desarreglada—. ¡Voy! —exclamó, soltándome.

Yo me agaché, cogí del suelo su chaqueta, mis tacones, mi bolso y mi chal rojo y me recoloqué la ropa interior que resbalaba por mis muslos para poder caminar lejos de la entrada.

El semblante de Charles era nefasto. Parecía que una apisonadora le hubiera triturado las energías mientras se acomodaba los pantalones y la camisa entreabierta.

Sin hacer ruido, sonreí a las sábanas y tomé asiento en su cama deshecha. No esperaba que alguien nos impidiera intimar, pero podía considerarlo una señal de que no era el día indicado. Y no lo era. Teníamos casi todo el fin de semana por delante y el reloj de su mesilla marcaba las dos y cuarto de la madrugada.

Sentada en el colchón, dejé nuestra cosas a los pies de la cama y observé cómo abría la puerta, recibiendo a Carlos con una tambaleante sonrisa.

—¿Carlos? —Yo no lograba ver al invitado sorpresa desde mi posición, así que me dediqué a arrastrar por mis pantorrillas esas medias que Charles no había conseguido quitarme—. ¿Qué haces aquí tan tarde?

—Solo venía a que me devolvieras la corbata —Le informó.

En cuanto dijo aquello, solté un largo suspiro.

La corbata estaba tirada en el suelo. Fue la única prenda que no me llevé antes de ocultarme.

Miré a Charles, que sonreía por compromiso.

—Ah, claro. Un segundo —Se giró, buscando mi ayuda. Había sido yo quien se la arrebató del cuello, por lo que fui yo quien apuntó con el dedo índice el lugar exacto, justo detrás de él, donde descansaba el accesorio de nuestro amigo. Comprendiendo lo grotesco de la escena, dobló su cintura y agarró la corbata. Un segundo después, se la tendía—. Aquí la tienes.

Avergonzada, palpé mi frente y aparté parte de mi pelo.

Por si no había quedado bien claro cuál era el deporte de riesgo que practicaba Charles a esas horas, aquel momento tan incómodo lo resaltó por encima de cualquier duda que tuviera Carlos.

—Gracias —Se lo agradeció.

El madrileño debía tener una sonrisa bastante grande surcando su rostro. Una sonrisa con la que quería transmitir su aprobación a toda esa chistosa situación.

—Podría habértela dado mañana —comentó Charles.

—No, no, no —negó, efusivo—. No quiero que la utilicéis en juegos sexuales raros. Mi ropa, mi propiedad —Dejó en claro.

Estuve a punto de reír. Por suerte, terminé de sacarme las medias y retuve aquella carcajada.

—Bueno, eso no ... —Charles intentaba defenderse.

Buenas noches, Lena —Carlos levantó un poco la voz—. ¡Y feliz cumpleaños otra vez!

¿Hicimos demasiado ruido al entrar en la habitación? Era una posibilidad. Carlos se quedaba en el cuarto contiguo al de Charles y nuestros apresurados y estrepitosos movimientos al acceder le avisaron de que Charles había subido en compañía de la única persona a la que esperaría en el hall del hotel. Es decir, a mí.

Charles se rascó la nuca, totalmente atrapado.

¡Buenas noches, Carlos! —Lo saludé—. Perdona que no salga, pero no estoy presentable.

Me lo imaginaba, tranquila —Quitó importancia a mis reticencias—. Perdón por interrumpir, pero supuse que todavía no ... Ya sabes —Imaginar sus gestos me hizo reír en voz baja—. No hagáis mucho ruido, ¿vale? —Le pidió a Charles al final—. Quiero dormir esta noche.

Este, ruborizado, asintió a su entrometido compañero.

—Seremos buenos, mate —afirmó, aferrado al marco de la puerta.

Mordisqueando el interior de mi mejilla, me incliné y cogí una camiseta negra que sobresalía del borde de su maleta a medio cerrar. La tomé, risueña.

—Eso espero —Deseó—. Nos vemos mañana.

¡Adiós! —Me despedí en la lejanía.

—Nos vemos —dijo Charles antes de aislarnos de nuevos inconvenientes o visitas inesperadas.

Cerró la puerta y se aseguró de que no podría abrirse de sopetón. Una vez confirmado, se volvió hacia mí y yo no logré reprimir unas cuantas risotadas.

Su cara era muy graciosa. Él también lo sabía y no la modificó ni una chispa porque adoraba hacerme feliz.

Cuando pude recuperarme del ridículo, intenté mantener una mirada seria y consecuente con lo que acababa de pasar. Me aclaré la garganta y lo examiné detenidamente.

—¿Y bien? —inquirí con curiosidad.

—Se me ha bajado el jodido calentón del susto —Me respondió. Las risas fluyeron como una cascada desde mi boca y empecé a notar cierta molestia en la barriga de tanto troncharme—. No te rías —Exigió, frunciendo el ceño para parecer humillado de verdad. Él aprovechó mis risotadas y se acercó a la cama. Frente a mí, siguió hablando—. Ahora tengo que volver a ...

El sujetador mal ajustado hacía que mis pechos se vieran más exuberantes de lo debido y, aunque dijera lo contrario, una parte de su ser seguía con unas ganas horribles de desnudarme y echarse sobre mí.

—Lo digo en serio, Charles —Traté de corregir la posición de mis senos al mover el brassier—. ¿Tienes un preservativo acaso?

Era una muy buena pregunta a la que le dolió muchísimo contestar.

—¿Puedo pedirle uno a Carlos? —Propuso, agarrándose a un clavo ardiendo.

—No. Nada de pedir cosas prestadas —Cogí su camiseta entre mis dedos, atrayéndolo—. Son las dos de la mañana y en poco más de diez horas tienes que conseguir una pole —Le recordé que una victoria de la temporada estaba en juego y él besó con suavidad mis comisuras—. Me lo prometiste, ¿recuerdas? —Piqué sus labios por segunda vez, suplicando— Por mi cumpleaños.

—No pongas ese tono de voz ... —musitó, consciente de que había perdido la batalla.

—¿Por qué no?

Mi inocencia podía ser cruel. Muy cruel. Y él tenía que cargar con algo así porque no había más remedio. En lo más hondo, reconocía que la noche no propiciaba que nos tocáramos como amantes. Si nos quitábamos la ropa y teníamos sexo, no podríamos parar hasta que amaneciera. Charles no dudaba al respecto y yo tampoco.

—Porque sabes que haré cualquier cosa que me pidas —Expuso, rendido a mi solicitud.

Acaricié su cuello con ambas manos y batí mis pestañas del modo más cautivador que guardaba entre mis habilidades.

—Tengo que quitarme las lentillas y desmaquillarme —expliqué—. ¿Me dejas ir al baño?

Se apartó de un malhumor adorable.

Una vez de pie, le di un último beso en compensación y me coloqué la camiseta que le había cogido prestada por encima del vestido negro que se me escurría por el vientre. La fuerza de la gravedad hizo su trabajo y, al estar ya desabrochado, la elegante pieza de color negro se arrugó contra el suelo.

Lamentablemente para Charles, su camiseta era ancha y tapaba de manera estratégica todas las curvas y zonas de mi cuerpo que él mismo había palpado minutos atrás.

—Juegas sucio —Me echó en cara, decaído.

Con una sonrisa triunfante, me saqué el sujetador y lo lancé a su cama. Charles, indignado, resopló. Todo había terminado, incluyendo su erección, claro.

—Muy sucio, sí —Acepté mientras recogía mi bolso y marchaba hacia el baño.

Encendí la luz y entré al cuarto. Abriendo mi bolso, ubiqué tanto el botecito para las lentillas como el pequeño kit de maquillaje que me salvaría de llenar su almohada del rímel negro que recorría mis pestañas y que cada vez me molestaba más.

—¿Te enorgullece maltratarme? —Planteó Charles, apareciendo tras de mí.

Se reclinó contra el marco de la puerta, evaluando lo poco atractiva que me hacía ver aquella camiseta suya. No obstante, conocía esa mirada y tenía la certeza de que estaba valorando cómo convencerme de que sería mejor dormir sin ella.

—¿De verdad te molesta que no nos acostemos esta noche? —Fingí como una actriz de primera clase.

Me mostré alicaída y preocupada por algo que, como bien había señalado él en otras muchas ocasiones, no debía suponerme ningún estrés.

Charles se alarmó al instante y caminó en busca de enmendarlo como fuera.

—No, tesoro. No, no —Clarificó, asustado de que mi interrogante tomara consistencia y se añadiera a mi lista de inseguridades. Pronto lo tuve anclado a mis caderas y besando mi pómulo. Sus disculpas eran sinceras—. Solo estaba bromeando. Puedo esperar a que ...

—Eres muy tierno, Charles —Acaricié una de sus manos, sintiendo el frío acero de su anillo favorito—, pero yo también estaba bromeando.

Lo miré a través de aquel espejo y solo obtuve una mirada desafiante que podría haber aplacado mis aires bromistas si no lleváramos dos largos meses viéndonos prácticamente a diario, conviviendo en el box y en las salas de reuniones. Si estuviéramos empezando a conocernos, me habría sentido mal y habría intentado remediar mi insolencia, pero no sucedió así.

—Tú ... —Entrecerró los ojos, criminalizando mis falsas palabras.

—¿Sí? —dije, sonriendo sin vergüenza alguna, y tomé el frasco de líquido, destapándolo con todo el cuidado del mundo.

Moví la cabeza hacia arriba con la idea de retirarme la primera lentilla. Sin embargo, una fortuita cachetada a mi trasero, apenas protegido por la fina tela de su camiseta, me sobresaltó hasta el punto de saltar en mi sitio, estupefacta.

—Cuando te tenga desnuda en mi cama —Comenzó a argumentar—, ni se te ocurra pedirme que te cubra la boca. Da igual en qué ciudad estemos y a quién tengamos en la habitación de al lado —Me retó a través de nuestro reflejo, retrocediendo lentamente hacia la salida del baño—. Todo el mundo se enterará de lo que te estaré haciendo —Me apuntó con su dedo, acusador—. Estás avisada.

—Vuelve a hacer eso y veremos quién sale perdiendo más, Leclerc —espeté, recordando el insaciable hormigueo de aquel orgasmo.

—¿No te ha gustado? —exclamó, presumiendo de sus dotes para averiguar mis preferencias incluso antes de que yo las identificara.

Enrabietada con él y con mi reacción corporal a su descarado ataque, hundí las pupilas en su figura, viendo cómo se preparaba para salir de allí.

—No voy a responderte —declaré, eludiendo lo que él, en su mayor momento de vanidad, quería escuchar.

Charles sonrió. Su vena más ególatra vio la luz.

—Yo gano, chérie —Se declaró como campeón de la primera ronda.

Se esfumó, volviendo al cuarto a cambiarse de ropa.

Maldito engreído —farfullé en español, ofendida y excitada por su bendita culpa.

—¡Eh! —gritó—. ¡Un respeto al arrogante que te ha regalado un bonito orgasmo por tu cumpleaños!

Sonreí en grande, incapaz de creer que nuestra relación pasara de besarnos como locos a pelear igual que dos niños pequeños que discuten por cualquier tontería.








🏎🏎🏎

Estamos en otra race week 😎😎😎😎
It's Miami timeeee 🏝️🏝️🏝️🏝️🏝️🏈🏈🏈🏈

El domingo o el lunes habrá otra actualización porque tengo varios capítulos escritos 😏😏

Os quiere, GotMe ❤️💜

4/5/2023

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