34 || porte-jarretelle
Helena Silva
La trampa de mis besos duró más de un minuto, pero Charles se acordó de la sensatez que yo había dejado atrás al lanzarme a sus brazos.
—Chérie, tu pintalabios ... —Señaló, creando algo de distancia entre nuestros rostros.
—No importa ... —Exhalé, encajando mi pecho y el suyo.
Charles tiró por la borda su responsabilidad, sumiéndose en la neblina que ya me había capturado a mí. Primeramente, agarró mi cintura y, a los pocos segundos, sentí cómo me levantaba en peso. Solo fueron unos centímetros, suficientes para cargar contra la puerta que nos había dado la bienvenida al llegar.
Tuvo cuidado de no golpearme con ella y de llevarme tras aquel duro pedazo de metal. La punta de mis tacones entró en contacto con la mullida alfombra que asfaltaba todo el pasillo. En cuanto mi espalda chocó con la pared, cerca de la esquina que nos resguardaba de la cubierta del yate y de ojos ajenos, solté mi bolso. Cayó como un témpano, pero el sonido hueco solo alcanzó nuestros oídos. Apenas lo escuchamos, pues el retumbar de los fuegos artificiales sobrecogía todo el lugar.
Metí los dedos en su pelo, obsesionada con la suave sensación de sus mechones en mi piel.
De repente, Charles empezó a descender. Abandonó mi boca y repartió decididos besos mientras bajaba por mi cuello desnudo. Nunca había tenido los labios de alguien allí y fue el tiovivo de emociones más placentero que experimenté en mis recientes veinticuatro años de vida.
—Cualquiera podría aparecer —habló sobre mi clavícula.
—Me da igual —murmuré.
—¿Te da igual? —repitió él, creyendo haber oído mal.
Apoyé mi cabeza en la pared. No quería que parara. Me moriría si se detenía.
—No me hagas repetirlo ... —determiné torpemente.
—Joder ... —blasfemó.
Sentí que el delgado manto resbalaba desde mis brazos, precipitándose en la alfombra junto con mi bolso. Si no hubiera caído por sí solo, Charles me lo habría arrancado del cuerpo. Por un momento, creí que me desnudaría porque me tocaba como si fuera a hacerme el amor.
¿Alguien me desearía como me deseaba él? No. Lo vi imposible y quise que así fuera.
Querer y desear eran sentimientos distintos, pero Charles los aunaba demasiado bien.
Si bien había podido sentirme querida y deseada por varias personas a lo largo de mi vida, nunca había encontrado a alguien que reuniera ambos afectos. Yo tampoco había cargado con esa mezcla. Él era el primer hombre al que quería sinceramente y por el que me sentía atraída.
Regresó a mi boca, adueñándose de la pigmentación roja que, minutos antes, le prohibí remover.
—Prométeme que serás mi acompañante la próxima vez —Me suplicó, ahogado en su nerviosismo—. Prométemelo.
—¿Te ha entrado miedo a perderme? —Bromeé con algo que no debería ser objeto de burla.
Empujó su nariz contra mi mejilla, doblegándome a su antojo.
—Me enfada que te ponga las manos encima —declaró, frunciendo el ceño—. No lo aguanto, Helena ...
Con el objetivo de sacarle esas malas sensaciones del cuerpo, encerré su cara entre mis manos y le obligué a mirarme.
—Nadie va a tocar lo que solo tú puedes tocar, Charles.
Le gustó. Fue un chute de energía a ese ego que se tambaleaba con el barco después de verme junto a otro hombre.
—¿Y qué es eso que solo yo puedo tocar? —preguntó.
El inicio de su sonrisa se me contagió. Acerté a controlar esos impulsos de mis labios, que colapsaron bajo los agresivos besos de Charles.
—No lo sé —Abrí la boca, escasa de aire—. Dímelo tú.
Ni siquiera supe qué hice para aguantar aquel gemido dentro. Que metiera la mano por la abertura de mi pierna pudo haberme vuelto loca y, milagrosamente, resistí el impulso de la demencia más absoluta. No entendí cómo y no me cupo duda de que Charles tampoco dio con la explicación a mi fortaleza.
Entonces, topó con el accesorio que no se veía, pero que había cargado toda la noche debajo del vestido.
—¿Llevas un liguero? —Formuló la pregunta aun sabiendo mi respuesta.
Emití un débil sonido de afirmación, seguido de un largo suspiro provocado por la presión de sus yemas en el elástico del liguero negro.
—Julia me obligó —Logré proyectar mi voz con coherencia—. Ponerte medias es muy incómodo si no ... Si no hay algo que las sostenga —Apabullada, miré al techo. Varias lámparas de araña colgaban, amenazantes y fisgonas—. Sobre todo con esta clase de vestidos.
—Recuérdale a Julia que le debo una comida ... —Embistió contra mi desprotegido cuello, besándolo y mordiéndolo.
—Tendrás que darle alguna explicación ... —dije, asediada.
Recorrió toda la tira del liguero de mi pierna izquierda y metió un dedo para hacer presión entre el accesorio y mi muslo.
—Lo haré encantado, chérie ...
No perdió ni un segundo y, después de un simple parpadeo, ya tenía su mano reptando hacia mi entrepierna. Esa sobrecarga emocional me pedía gritar, pero, por suerte, me las arreglé y usé mis propios labios para canalizar la insensatez del siglo.
Al usar dos de sus dedos en mis bragas negras, mi puño se volvió más férreo en torno a su pelo. Tiré ligeramente de sus hebras castañas, a lo que él regó mi yugular con una exhalación que se asemejaba peligrosamente a un jadeo.
Solo me estaba tocando y lo disfrutaba más que si estuviera obteniendo esas mismas caricias por mi parte.
—Charles ... —Lloré su nombre.
Sus dedos viajaban sobre mi sexo.
Intentando mantener mi voz a raya, yo me concentraba en no cerrar las piernas y darle espacio suficiente. No fue necesario más que eso, unos cuantos segundos de caricias con la tela de mi ropa interior de por medio, para que mi vientre empezara a retorcerse y mis ovarios reclamaran algo que ni siquiera era suyo.
No sabía que estaba haciendo. No quería saberlo. Si hubiera pensado en lo que hacíamos, mi hermosa capacidad de estropearlo habría acabado con el primer encuentro sexual que Charles y yo nos estábamos permitiendo.
Dejar la mente en blanco era bastante fácil si él trazaba esos círculos justo encima de mi clítoris.
¿Cómo sabía que estaba allí?
Porque te retuerces cada vez que lo roza, Helena. No es ningún misterio.
—¿Hace cuánto que no te masturbas? —Me preguntó de repente.
Buscó mi boca a ciegas y se tragó mis palabras. Después de aquel beso de contención, esperó sobre mis temblorosas comisuras a que reconstruyera la contestación que iba a regalarle en primera instancia.
—Mucho —Tragué saliva—. Muchísimo ...
Ni siquiera recordaba la última vez. No conseguía recordar nada mientras Charles realizara diestros giros de muñeca a las puertas de mi sensible sexo.
Sentí su sonrisa en mis labios.
—¿Eso significa que te correrás rápido?
¿Quién estaba pasándolo mejor? ¿Él o yo? Porque me lo cuestionaba cada pocos instantes.
—Sí ... —Jadeé.
Satisfecho, me besó tanto que respirar se convirtió en una labor casi inviable.
—Vale ... —Calmó su propio frenesí—. Iré despacio ...
—¿Despacio? —inquirí.
Succionó mi labio inferior en un beso deshecho y sinuoso.
—Tu ne veux pas? —Contraatacó en su idioma natal y yo sentí la primera contracción del orgasmo.
—No me hables en francés ... —Me quejé, víctima de la sonoridad de esa lengua—. Solo quiero que me toques, Charles ...
Una de mis manos, la derecha, cayó de su nuca hasta su costado, donde desabroché el único botón que cerraba la chaqueta. Así pude introducir mi brazo bajo la prenda de vestir, implorando por el calor de su cuerpo.
Se percató de que ese incentivo hacía que me excitara más e ignoró mis necias protestas. También inclinó su torso, acercándose a mi escote más de lo que podía soportar.
—Vous en êtes sûre? —Levantó con suavidad la tela de mis bragas. Yo, sobreestimulada, hinqué mis uñas en su camisa blanca y dejé escapar un gemido lloroso que a él le hizo la boca agua. El primero que Charles oía de mí—. Mierda ... —farfulló, empapando su dedo índice con mis flujos. Estaba tan excitada que aquello debía parecer un lago—. Llevo queriendo hacer esto tanto ... Tanto tiempo ... —reconoció, a punto de bajar la mirada.
Aunque habían pasado meses enteros, sabía lo que quería decir aquel suave tirón en mi pelvis. No obstante, lo percibí con mucha más intensidad de lo que recordaba. Creí, tonta de mí, que nadie podría hacerme sentir mejor que yo misma, que nadie me tocaría de un modo tan acertado.
Lo sientes el triple porque es Charles quien lo hace esta vez, Helena.
Las advertencias se sucedían. Colapsaría en cualquier momento. Él lo noto después de acariciar la entrada a mi interior. No hacía falta que me masturbara de un modo más vehemente. La penetración era solo un adorno en aquella ocasión, así que tomó su tiempo en aprender la forma y el grosor de todos mis pliegues, que habían esperado con paciencia a que el monegasco los atendiera.
Después de colmar sus caprichos y de oírme sollozar de puro placer, comprendí que empeoraría y que los tiernos gemidos pasarían a algo más.
Cogí su mano izquierda, apoyada en mi cintura, y reclamé su atención.
—Tápame la boca ... —rogué.
Él, unos centímetros más alto, entrecerró los ojos ante mi repentina petición.
—¿Es algún fetiche del que no me habías hablado? —Se regodeó.
Observé el carmín esparcido por sus labios y el halo negro en que se habían desfigurado sus pupilas. No apartó la mirada cuando aceleró el tranquilo ritmo que estaba empleando para estimularme. Sin aliento, apreté mis dedos en su brazo y gemí. Su semblante de complacencia fue todo lo que vi durante esos instantes. Una inmensa bola de fuego amenazaba con incendiar mi susceptible matriz.
Intenté recopilar aire. Un aire que él me arrebataba mediante besos impulsivos.
—Por favor, Charles ... —Pude decir finalmente.
Se ayudó de la tela de mi ropa interior para crear esa fricción enfermiza en mi feminidad. Con un par de dedos hacía la finta de penetrarme y, con los restantes, empujaba la fibra de la prenda, masturbándome a dos bandas.
—¿No pararás de decir mi nombre? —Me acusó, divertido.
Te encanta que lo haga, pensé.
—No ... No puedo ... —hablé, entrecortada.
Debió apiadarse de mi voluble estado, pues me entregó un lascivo beso, el último, y llevó su mano a mis comisuras.
Él sabía perfectamente que guardar silencio era la prioridad. A pesar de que los fuegos artificiales seguían golpeando nuestros tímpanos, ¿quién nos podía confirmar que mis gritos serían lapidados por los fuertes golpes?
—D' accord, chérie ... —Se preparó, colocando mejor sus dígitos sobre mi boca. Tiritando, me sujeté a su muñeca. Rocé su reloj de plata y el brazalete que llevaba esa noche. Charles se pegó a mi oído, besando algún lugar entre mi oreja y mejilla—. Tu veux bien gémir pour moi? Veux-tu? —No me cabía en la cabeza cómo era capaz de traducir aquellas instigadoras palabras, pero lo hice y, junto con sus múltiples caricias, terminé por correrme entre débiles gritos. Esa bendita sensación que había olvidado electrocutó mis fibras nerviosas—. Voilá ... —susurró, consciente de que había alcanzado el clímax—. Shh ... Silence ... —pidió, cauteloso. Las pequeñas convulsiones de mis muslos le dieron un deleite absoluto—. Très bien, ma belle ... Vous avez été super —Me aduló—. La próxima vez hablaré en italiano. ¿Te parece? —Se mofó del efecto que tenía en mí su plurilingüismo.
Todavía afectada, retiré su mano y me preparé para insultarle. No obstante, retrasé mis intenciones unos segundos porque, al mover su brazo, algunos de sus dedos se colaron en mi boca entreabierta. Tocó mi lengua y yo me vi reflejada en la oscuridad de sus ojos. Charles se regocijó con aquella escena que rezumaba lascivia y sensualidad a partes iguales.
—Serás capullo ... —dije, desatada.
El erotismo no duró mucho y Charles se echó a reír. Apartó la mano de mi boca.
—Ya veo que el sexo también te pone agresiva —bromeó y comenzó a sacar sus dedos de mi feminidad, arrancándome un sonoro suspiro—. Estás temblando mucho, Helena —Apuntó, entornando sus párpados.
—Por tu culpa ... —Continué con mi pequeño berrinche, cerrando ambas piernas para no perder las fuerzas por completo—. Joder ...
Acomodó su mano izquierda en mi espalda baja. Fue un buen soporte que le agradecí con una mirada.
—Agárrate a mí —Me sugirió, caballeroso. Llevé mis dos manos a su traje de chaqueta, encontrando cierta estabilidad—. Eso es ...
Por primera vez en toda la noche, mis tacones negros de aguja fueron realmente incómodos.
—Esto es peor que un calambre ... —expresé.
El cosquilleo no se marchaba de mi entrepierna.
—¿Peor o mejor? —Se sonrió.
Su chistecito estuvo cerca de hacerme reír.
—Piensa con la cabeza correcta, ¿quieres? —Palpé su pecho.
—Es complicado, tesoro ... —Traduje el mensaje oculto—. ¿Te sientes bien? —cuestionó.
—¿Después del mejor orgasmo de toda mi jodida vida? —Ser irónica no evitó que aquel delicioso calambre me forzara a juntar los muslos—. Sí ... Creo que sí ... Por Dios ... —clamé en español.
Charles dio un beso a mi barbilla. Verle tan feliz me hacía pensar que nada ni nadie podría arrebatarle la sonrisa.
—Gimes de una forma adorable —Me informó.
Aunque ya no tenía sus dedos en mi sexo, los mantenía sobre mi piel y formaba figuras en ella gracias a la abertura del vestido que tanta libertad le había otorgado para tocarme como le vino en gana.
—¿Gracias? —Esbocé una sonrisa, abrazándome un poco a sus costados—. La próxima vez te atenderé a ti, va bene?
—No apresures las cosas —Me frenó él—. He hecho lo que quería hacer. No es un intercambio. No se trata de eso —aseguró, preocupado por que lo tomara como un deber.
Aunque le agradecía infinitamente que bajara las marchas necesarias, no había cosa que me atrajera más que hacerle sentir una milésima parte de lo que me había dado en esos pocos minutos.
—¿Estás diciendo que no quieres que ...?
—No he dicho algo así —Se plantó, anhelándolo incluso más que yo.
—Ya me lo parecía ... —Reí para luego callar y echar la vista a la bóveda de aquel pasillo. Un sigiloso temblor regresó a mis muslos internos y suspiré—. Mmh ...
¿Es que no iba a acabar? Justo cuando pensaba que ya no había más, alguna sacudida tardía hacía su aparición. Ciertamente, aquel orgasmo no era similar a los que había logrado yo. Seguía sedando mis músculos, que habían sufrido de un estrés y de contracciones muy consistentes.
—¿Todavía tienes espasmos?
Sin quitarme la vista de encima, olvidó mi liga negra. Contemplé cómo se metía ese par de dedos, índice y corazón, en la boca. Inspiré, demasiado excitada como para no interpretar aquel gesto de la manera que él quería. Incitando a que mis palpitaciones regresaran, se chupó mis líquidos de los dedos y relamió sus comisuras.
El tono rojo de mi pintalabios era la prueba de un delito del que no me arrepentía.
—Es que lo has hecho rematadamente bien —admití, sincera.
—Muchas gracias —Se retiró las falanges de la boca—. El liguero ha sido un aliciente con el que no contaba.
—También le daré las gracias a Julia ... —murmuré, obteniendo un nuevo beso suyo, más suave y sosegado.
Y, pronto, había devuelto su posición original a esos dedos que habían hecho jodidas maravillas en mi sexo. Tiró del elástico del liguero, subiendo y tomando el enganche que unía las piezas lenceras.
—Quiero quitártelo ... —reveló encima de mis desgastados belfos.
—Ni en broma, Leclerc —negué, recobrando la conciencia.
—¿Por qué? —Fingir ser inocente era una de sus prácticas favoritas. Sostuvo aquel eslabón metálico a sabiendas de que estaba jugando con mi paciencia—. Solo tengo que soltar el ...
Después de un silencio sepulcral, las voces de todos los invitados llegaron a través de la puerta abierta de cubierta. Estática, dirigí mi atención hacia esa zona, reconociendo pasos de tacones que, por supuesto, no eran míos.
Charles también lo escuchó.
Esa gente volvía al interior del barco, pero mi vestido mostraba más carne de la que debería, su cabello ya no guardaba ninguna armonía y su boca no se había limpiado por arte de magia; estaba pintada de un maquillaje rojizo difícil de quitar.
Por impulso, me agaché y recogí tanto el chal como mi bolso.
—Al baño —Le espeté, aterrada—. Ya.
Fuera suerte o no, los aseos más cercanos estaban a unos metros, al girar la primera esquina del pasillo que nos había visto intimar sin prejuicio alguno. Gracias a que Charles me cogió de la cintura, llegué a los baños casi volando. Él tenía la fuerza para levantarme en peso y yo necesitaba esa ayuda, así que no dudó en brindármela.
Intentó que el golpe sordo de la puerta no alarmara a los invitados y me empujó contra ella. A toda prisa, echó el cerrojo. No había más remedio que hacerlo, pero no olvidó mi rechazo a esa clase de objetos y, en voz baja, me pidió disculpas. En agradecimiento, le atraje a mí y acaricié su mejilla izquierda. Charles respiró hondo y cerró los ojos, pidiendo al primer dios que lo escuchara que no nos diera más sustos como ese.
Aquellos baños no estaban clasificados por sexo. No sería ningún escándalo que Charles saliera del cuarto y fingiera normalidad, camuflándose entre la gente, pero el pintalabios en su rostro impedía que se marchara.
De repente, alguien trató de abrir, aunque tropezó con que la puerta estaba cerrada a cal y canto.
—¿Hay alguien? —Charles separó sus labios, pero yo los tapé y negué con la cabeza. Ante la falta de respuesta, esa mujer a la que conocía bien se cansó de esperar—. Creo que está ocupado —explicó a la persona que iba con ella.
—Vamos al que hay abajo —dijo nuestro amiga Lily—. ¿Has visto a Lena?
—¿No estaba detrás de ti? —preguntó Julia, alejándose de los baños.
Exhalé aliviada cuando sus voces se desvanecieron.
Si Charles hubiera hablado, Julia le habría esperado fuera con tal de preguntarle por mi paradero. Nos habríamos arriesgado demasiado.
Una vez estuve segura de que no había nadie al otro lado, me separé de Charles y fui al lavabo en busca de un nuevo apoyo. Mis piernas temblaban de pánico y mi semblante era el de alguien que acababa de experimentar el suceso más traumático de toda su irrisoria existencia.
—Joder —mascullé, mirándome al espejo—, estoy roja como un tomate.
Charles caminó hacia mí mucho menos alterado.
—Un tomate precioso —declaró.
Iba a darle el sermón de su vida por parecer tan despreocupado después de haber estado al filo de la mismísima muerte. Sin embargo, no pude. Cuando me giré, persiguiendo su mirada, hallé una paz que no tenía parangón con ninguna otra ocasión en que nos hubiésemos mirado a los ojos. Tuvo la ventura de que mis débiles energías no eran rivales para su imponente figura. De no haber sido así, le habría dicho tantas cosas que habría deseado coserse los oídos para no oírme hablar nunca más.
Esas mismas reclamaciones también iban destinadas a mí. Al fin y al cabo, fui yo a quien no le importó que nos vieran en esa tesitura. Él solo se dejó llevar por el anhelo y por mi irreflexiva conducta. Aunque tuviera parte de la responsabilidad, no se comparaba al peso de la mía.
Colocó su mano en la superficie del lavabo de mármol blanco y aguardó a mi lado.
—No podemos volver a hacer algo así en público, Charles —dije, apaciguando los nervios que escapaban por mis cervicales—. ¿Qué habría pasado si ...?
—Cállate ... —susurró.
Sorprendida, le di la mirada más criminal de la historia.
—¿Me has mandado a callar? —Le acusé.
—Sí —Asintió.
Todo lo que obtuve fue su aspecto pacíficio y una caída posterior que protagonizó en completo silencio para apoderarse de mis labios. ¿Acaso no se cansaba de besarme? Me preguntaba aquello a pesar de que yo tampoco aborrecía esas dulces atenciones a las que recurría con frecuencia.
Completamente derrotada, permití que abrazara mi cintura, que me acorralara con besos sumisos y que pusiera el broche final al atrapar mi sonrojado pómulo en la palma de su mano.
Se llevó consigo uno de mis quebradizos suspiros y el chasquido de nuestros labios le proclamó ganador de una lucha que ni siquiera había comenzado.
—Tienes mucha confianza en ti mismo, ¿no? —Arremetí contra sus escurridizas tácticas de seducción.
Con ambas manos sobre el borde del lavabo, me encerré entre el caro mueble y su cuerpo. Su chaqueta continuaba desabrochada y la camisa parecía revuelta. Mi agarre también había generado caos en su impecable vestimenta.
—Toneladas —Me confirmó, risueño—. Sé que no podemos arriesgarnos tanto, lo sé muy bien —Movió un mechón de mi cabello, convenciéndome lentamente de que aquella locura había traído más sentimientos positivos que negativos—, pero ahora no estoy pensando en eso.
—¿Y en qué piensas? —Le seguí el juego.
Me contempló, hipnotizado.
—En cómo te brillan los ojos —contestó, cariñoso— y en que la tengo bastante dura —Añadió, rompiendo el romanticismo del momento.
Me esforcé por no sonreír. Lo último que quería era reírme de las posibles complicaciones que había desencadenado nuestro encuentro de carácter puramente carnal.
—Lo siento —lamenté. El rubor hirvió en mis mejillas—. ¿Quieres que te ayude? —Me ofrecí.
—No —Declinó, convencido de que podía manejar su percance sin que yo interviniera—. Solo tengo que pensar en algo que no seas tú —Clarificó.
—Charles, puedo ...
No me atreví a acercar mi mano a su erección, pero él vio ese plan antes de que pudiera desplegarlo y se apresuró a impedirlo al coger mi muñeca con sus grandes dedos.
—Si me pones un dedo encima, creo que terminaríamos follando —Apostó que lo haríamos y a mí no me cupo duda de que así sería si no echaba el freno a tiempo—. No quiero que lo hagamos en los baños de un barco, Helena.
Sonaba decidido a evitar aquella situación.
—No es un barco cualquiera —corregí su descripción y la completé—. Es de lujo.
Sonrió, feliz de que me lo tomara con esa naturalidad. Aunque bromeara al respecto, me estaba diciendo que quería profundizar en lo que acabábamos de descubrir. Quería ir más lejos. Mucho más lejos. Y lo peor era que no me desagradaba la idea.
No me sentía preparada, pero la calidez de sus brazos podía nublarme el entendimiento fácilmente. Charles estaba prohibiéndoselo a sí mismo porque sabía que, a lo mejor y solo a lo mejor, mis defensas se vendrían abajo.
—Pero no quiero que nuestra primera vez sea así —Se resisitió y rozó mi mentón con su dedo índice—. ¿Tú sí?
No. Yo tampoco.
Si él pensaba que no debía tocarle para sortear baches, mantendría mis manos bien alejadas del bulto en sus pantalones. Que estuviéramos bajo el resguardo de cuatro paredes no hacía menos probable que alguien nos encontrara.
Teníamos que salir cuanto antes y volver con el resto o empezarían a sospechar. Que una persona desaparezca no es tan raro, pero que sean dos ya no es tan usual. En especial, si esas dos personas éramos nosotros.
No me apetecía sentir más miradas de aprensión por parte de Rafael. Así pues, empuñé el bolso que me había acompañado toda la noche y lo abrí. Saqué de un bolsillo las toallitas desmaquillantes que traía en caso de emergencia y se las mostré.
—¿Me dejas quitarte el pintalabios? —Le pedí.
Aceptó al segundo.
—Adelante, tesoro.
Extraje la primera toallita del sobre y dejé mis cosas sobre el lavabo. Mientras evaluaba todo el carmín que se me había llevado de mi boca, sostuve su pómulo. El picoteo de su barba en mis dedos se convertiría en la mayor adicción que habría de afrontar a esas alturas de mi vida.
—Cierra los ojos e imagíname con uno de esos monos de mecánico: roto, feo y lleno de grasa —Mi sugerencia agrandó su sonrisa.
Me fijé en sus hoyuelos y quise besarlos. No lo hice porque necesitaba tener más control que él, pero fue una labor ardua.
—No alimentes mis fantasías, por favor —suplicó.
Desde luego, su imaginación estaba a un nivel inalcanzable.
Avergonzada de mi fracaso, probé a no tocar mucho su piel y retiré unas manchas rojas que tenía encima de su labio superior, en su bigote.
—Perdón —Callé y valoré una opción que realmente sirviera—. ¿Quieres que hable de trabajo? Para que se te baje el calentón —Especifiqué.
Charles me miró con cariño y sopesó mi propuesta durante unos segundos.
—Sí, eso siempre funciona —Consintió.
Diez minutos más tarde, con mi vestido correctamente colocado, su ropa intacta y la erección bajo mínimos, añadí una capa de pintalabios a mis comisuras y salimos del baño.
Caminamos por el pasillo juntos, aunque sin llegar a tocarnos, hasta que avisté la eterna escalinata que pedía a gritos que me cayera rodando y recogí de nuevo la falda del vestido. Pero, antes de usar ambas manos en aquella tarea, Charles dobló su brazo derecho hacia mí y me obsequió una hermosa sonrisa de galán nato.
—¿Me permite, señorita?
La luz, el ambiente y lo favorecido que estaba Charles con aquel traje hecho a medida me invitaron a reducir la distancia. En cuanto agarré su brazo, rodeándolo con mis dedos, todo se sintió mucho más cómodo y natural.
—Por supuesto, caballero —acepté su respetuosa invitación.
Me adherí a él, acercando mi pecho a su brazo y deslizando mis dígitos sobre la excelente tela de su chaqueta. Mi único anillo acarició el material fibroso de su prenda con anhelo.
Charles me ayudó a bañar los escalones, del primero al último, y continué cogida de su brazo. Cuando ubicamos a Julia, Rafa y otros conocidos, nos dirigimos a su encuentro. Solo me separé de Charles en el instante en que Rafael posó sus ojos negros en mí y me sentí verdaderamente expuesta.
Alguien le preguntó a Charles por nuestra tardanza. Él supo responder con la maestría de un gran mentiroso.
—Dimos un rodeo —comentó, sonriendo—. Es un yate enorme.
🏎🏎🏎
P3 para Charles en Bakú!!!!
Y capítulo movidito por aquí 😏😏😏
Creo que, aunque Helena está tomándose el tiempo que necesita para poner en orden sus sentimientos y ser la mejor versión de sí misma, hay cosas de las que no tienen por qué privarse 😈😈
Sean novios o no, hay algo entre ellos. Eso es evidente. Así que, un poco de intimidad no está fuera de los límites 🤓
Igualmente, espero que no se os esté haciendo "pesado" este proceso de aceptación que está viviendo Helena. En mi opinión, es más que necesario que vaya a su ritmo, en especial sabiendo que Charles respetará cualquier decisión que tome. Para que pueda existir un futuro sólido y adecuado entre ellos, Helena tiene que vencer algunos miedos. Creo que se nota el porqué su relación avanza tan lentamente 😅😅
La semana que viene toca GP de Miami y tendremos nuevos capítulos para celebrarlo 😊😊
Os quiere, GotMe ❤️💜
30/4/2023
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