33 || mon coeur
Helena Silva
—¿Te refieres a Rafa? —Me hice la tonta.
—¿A quién si no? —Embistió, fuerte e irónico.
Un tanto asustada, toqué mi bolso. Jugué con la cremallera mientras ideaba alguna escapatoria que pudiera funcionar. Lamentablemente, no encontré ninguna que evitara aquella conversación entre Charles y yo.
—¿Te ha molestado que viniera como su acompañante? —Me atreví a preguntárselo.
—No. Algo así no me molestaría nunca —Respiré tranquila después de saber a ciencia cierta que esos temores eran infundados—. Es tu amigo y estás en tu derecho de ir con quieras a esta recepción o a cualquier otra —afirmó, aceptándolo con toda la nobleza que había en su interior—. Lo que me molesta es la forma en que te mira —confesó al final.
—Charles, él no ...
—Tú te niegas a verlo, Helena, pero yo lo veo claro —Sacó mis trapos sucios sin pudor alguno.
Al principio, creí que solo eran imaginaciones mías. Hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos, por lo que ... Podía haberme confundido. Era más que probable que hubiese visto fantasmas donde no había más que una relación cordial y estrecha de años.
Pero los indicios estaban ahí. Eran claros. No había nada concreto que me pusiera la piel de gallina, sino un cúmulo de miradas y roces que ocultaban una verdad poco agradable.
—¿Ah, sí? —La bola en mi garganta se hacía cada vez más grande e insufrible—. ¿Y qué ves? —Le pregunté.
—Que te desea —Liberó, equilibrando la balanza—. Los dos te miramos del mismo modo —Ponderó desde su perspectiva.
Enterré la vista en el suelo.
—Estás equivocado —Me opuse, empequeñecida.
Si nadie más lo sentía, sería coser y cantar. Fingiría estar ciega y, con algo de suerte, Rafa captaría mis rodeos y se arrepentiría antes de cometer un fallo que arruinaría la relación que habíamos protegido desde que teníamos recuerdo.
—Tú también lo notas, ¿verdad? —Charles no se cansaba de atacar.
—No, yo ... —Mi pobre defensa no llegó a mucho.
—Quieres confundirlo, pero tu intuición no falla —Era terrorífico saber que podía presentir mis pálpitos con esa facilidad—. Nunca lo hace, chérie.
Una imagen, entintada y vieja, correteó dentro de mí.
Si hubiera estado en otra situación y no acorralada por las certeras palabras de Charles, no me habría detenido a pensar en algo que sucedió de niños. Se produjo porque éramos puros e inocentes, porque no teníamos nada que perder. De lo contrario, nunca habría dado a pie a que Rafa hiciera lo que hizo.
Mordisqueé mi labio. La necesidad de contárselo a Charles me abrumaba, así que no lo pospuse ni un segundo más y le informé de un infantil episodio protagonizado por mí y por Rafael.
—Él fue mi primer beso —musité.
A pesar de las incesantes voces de la gente que teníamos frente a nosotros, mi voz encontró su camino. La mueca en el rostro de Charles me lo corroboró.
—No sé si necesitaba saber eso ... —dijo, claramente dolido.
—Éramos unos mocosos —Corrí a justificar, preocupada de que lo tomara como una mala señal—. Ni siquiera me gustó —Recalqué.
Bajo mi impaciente mirada, Charles entrecruzó ambos brazos sobre su pecho y contempló el manto oscuro que todos observaban.
—Apuesto lo que sea a que él disfrutó por ti —aclaró, bastante frustrado.
Sospechando lo que ocurría, verbalicé la conjetura a la que había llegado después de vivir de cerca su brusca presentación y las altaneras miradas que se intercambiaron ambos.
—Charles —Lo llamé, pero él no se giró—, ¿estás celoso?
Inapelable, emitió una solitaria carcajada. Intentaba hacerse el ofendido, lo que me resultaba aún más inusual.
—¿Celoso? —clamó al cielo, resentido. Dos segundos después, dejó caer su mentón, y me concedió aquella acusación—. Sí. Lo estoy —No lo encubrió con un sentimiento distinto.
Al reconocerlo, mi corazón impulsó serotonina a diversas ramas de mi estresado organismo. De los nervios que me ocasionó saberlo, aguanté la respiración.
—Podrías ... Podrías haber intentado negarlo, ¿sabes? —protesté, sonrojada hasta la mismísima médula.
No se demoró y me dio la explicación a su estado.
—Estoy celoso porque estaba seguro de que nadie, absolutamente nadie, podía anhelarte más de lo que yo lo hago —expresó, revelando un acaparamiento que no había compartido conmigo hasta entonces. Le irritaba que otro hombre me quisiera en un sentido romántico y que no tuviera la decencia de disimularlo frente a los demás—. ¿Te gusta? —Su pregunta me paralizó. Charles no me miraba. No era capaz de hacerlo—. Sé sincera, por favor.
Al igual que le avergonzaba sentirse de esa manera y preguntarme por algo que ya debería tener claro, yo también me moría de la vergüenza. No sabía que la exclusividad de nuestra no-relación amorosa era tan valiosa para él y ese desconocimiento hirió mi propio orgullo.
Debí marcar mejor las distancias entre Rafael y yo. Charles había pasado una noche difícil a raíz de mi indiferencia. Si hubiera impedido según qué roces, probablemente, no se habría sentido frustrado. Estaba en mi poder frenar las muestras de cariño que Rafa tenía conmigo. Al fin y al cabo, Charles no podía reclamar nada como suyo.
—Rondarán los quince años de amistad y nunca me ha gustado —dije, sin atisbo de duda—. No va a empezar a hacerlo ahora —Se lo aseguré.
Soltó una larga exhalación y el miedo huyó de él.
La poca luz que alumbraba la proa complicaba bastante mi examen a su semblante, pero me pareció ver que sus facciones se relajaban, se destensaban, devolviéndole la seguridad de que no sentía nada más por el heredero español.
Quería sentirme mal por haberle hecho dudar. Quería culparme a mí misma. Sin embargo, durante un instante, invertí los papeles y planteé una escena en que Charles fuera del brazo de una chica a la que quería, desde el cerco de la amistad o no.
La ausencia de una etiqueta que definiera nuestra relación generaría temores en ambos. Hasta que no formalizáramos lo que teníamos, siempre podría surgir ese miedo a que el contrario pudiera enamorarse de un tercero.
—Grâce a Dieu ... —susurró en un francés cerrado que me costó traducir.
El embarazoso momento no le permitió girar el rostro y concederme la mirada que había estado buscando desde que renegué de sus labios.
—¿Piensas que Rafael quiere ser más que mi amigo? —Me encogí, cohibida.
Alejé mi mano derecha del bolso, pues lo estaba agarrando con demasiada fuerza.
—Agh, encima tiene nombre de actor porno ... —escupió, enrabietado.
—¡Charles! —Salté, golpeando su brazo.
Aquel comentario inaudito pintó una jovial sonrisa en su cara. Pude discernir cómo sus ojos se achicaban y unas cuantas arrugas los adornaban, indicando que se había desahogado tras soltar una apreciación de tan mal gusto.
Todo el dilema que me había hecho compañía se desintegró al verle sonreír con tanta efusividad. Como si hubiera leído mi mente, viró la cabeza en mi dirección y me ofreció un plano completo de su rostro.
—Llevo la razón en esto, Helena —habló—. Ese tío siente algo por ti. No estoy loco —Exculpó sus especulaciones—. Aunque quieras negarlo, has debido notarlo. En cómo te toca o en cómo te habla ... No lo sé, pero, joder —maldijo, renegando de mi obstinación—, es evidente.
Cansada de mentirme, dije lo único que sabía con seguridad.
—No dejaré que sobrepase la línea —afirmé.
—Ya lo sé —respondió Charles.
—No. No lo sabes —declaré, combativa. Él podía temer que comenzara a querer a alguien que no me ofrecía una relación turbulenta como la nuestra, pero yo también tenía mis recelos—. Le aprecio mucho y ojalá no intente nada porque, si lo hace, no seré capaz de ser su amiga —Fui contundente—. Es un chico guapo y atractivo y ...
—Está podrido de dinero —Añadió en su afán por suavizar la fatiga que reflejaban mis ojos.
Su familia ostentaba gran renombre en España, en media Europa. Algo difícil de superar. Incluso Charles conocía a los del Pino. Su empresa de infraestructuras era multimillonaria y atraía a muchas más personas de lo normal. Rafa, un par de años más mayor que yo, estaba en edad de tener pareja y de plantearse formar una familia. Así lo querían sus progenitores, al menos. Y yo no encajaba en esos planes de futuro. Mis objetivos estaban muy lejos de ese paisaje idílico, familiar y acogedor, que mi amigo debía estar persiguiendo.
—Sí, lo está —Le concedí—, pero el dinero me es indiferente —No era una sorpresa para nadie que su poder adquisitivo me importara poco—. Lo único que quiero es que me diga la verdad —dije, aletargada. Charles me observó como si hubiera escuchado la cosa más triste del mundo—. Siento que ya no le conozco y eso me hace sentir tan mal, Charles ... No sé cuál será su reacción si lo rechazo. Por eso no puede ocurrir —Mis sentimientos eran nítidos, transparentes—. Las cosas deben seguir como hasta ahora.
Ahí estaba de nuevo mi pavor a enfrentar la realidad.
Si me pagaran cada vez que pensaba en que las cosas se torcerían en mi terreno más personal por intentar ser valiente, ya estaría cubierta de oro. Era muy curioso el contraste entre mi vida laboral y mi intimidad, pues la primera nunca se había visto afectada al tomar malas decisiones o callar cuando debía hablar. Por el contrario, en privado, seguramente no había ninguna chica más asustadiza que yo.
Sentí una delicada presión sobre el dorso de mi mano. Charles estaba rozándome la piel con su dedo índice, llamando a mi puerta.
—Las personas cambian —Me recordó—. Ya no quiere tu amistad, y lo entiendo. Yo tampoco me conformé con ser tu amigo —Frente a mi quietud, retrocedió y apartó su mano de la mía—. Aunque no tardé quince años en comprenderlo —Se dijo para sí.
—Tú eres tú y él es él —Puntualicé con la intención de distinguirlos justamente.
—¿Y qué nos diferencia? —inquirió Charles, todavía mirándome a los ojos.
Había una lista enorme. Infinita. Si me lo proponía, podría enumerar tantos detalles que no habría un fin real. Charles quería escucharlo de mi boca para, así, restaurar su orgullo herido.
—Todo —No me contuve—, pero la mayor diferencia que hay entre vosotros es que —Llevé mi brazo a su mano sin siquiera mirar hacia ella y anclé mis dedos en los suyos. Charles sonrió, abrazando mis finos dedos—, aunque haya venido con él, solo quería estar contigo.
Una respuesta tan sencilla como esa valía más que cualquier comparación, por minuciosa y detallada que fuera. Charles me dio la razón cuando avanzó, acortando los centímetros que nos alejaban.
El primer estallido de luces multicolores iluminó el cielo entonces, mientras besaba mi cabello.
—Feliz cumpleaños, ma vie —Me susurró.
Los fuegos artificiales se sucedieron. Yo los contemplaba, pero él solo tenía sus titilantes pupilas puestas en mí.
—Gracias —Le regalé una mirada de agradecimiento—. Eres el primero en felicitarme.
No había revisado mi teléfono en toda la noche, así que no sabía si eso era realmente cierto. En lo que nadie podía ganarle era en haberme felicitado en persona. Ya habían transcurrido más de treinta minutos del siete de mayo. Treinta largos minutos en los que ni una sola persona me felicitó.
A decir verdad, yo fui la primera en olvidar que había llegado el día. Si Charles no lo hubiera dicho, mi mala noción del tiempo habría hecho su papel. Antes de dormir, a lo mejor, lo habría tenido presente.
Esbocé una gran sonrisa y Charles la grabó en su retina, encandilado.
—Me gusta ser el primero en todo —Mi risa de cerdito bendijo sus oídos entre una detonación y otra—. ¿Puedo darte mi regalo?
¿Un regalo?
Me pilló por sorpresa.
—Te dije que no quería nada —mencioné lo que comentamos la semana anterior, al llegar a Miami.
Él apretó más su mano, estrechando la mía con un cariño descomunal.
—No es un regalo de las características que crees, tesoro —avaló, confiando en su criterio.
Todavía riendo, le pedí más datos.
—Entonces, ¿qué características tiene? —Agité nuestras manos unidas. Empezaba a sentir curiosidad por ese supuesto regalo—. Vamos, cuéntame.
Charles se relamió los labios, meditando sobre cómo exponerlo sin ser muy esclarecedor.
—Es algo ...
—¿Sí? —Me refugié en el castellano, que se confundía con lo melódico del italiano.
—Algo que siempre va conmigo. Algo que debería haberte dado hace tiempo —explicó. Un tierno destello en sus ojos me aisló de lo que ocurría en el yate—. En realidad, siempre supe que sería el regalo perfecto para ti.
Intrigada, le apremié.
—¿Qué es? —Pero Charles me miraba y me miraba, absorto en la emoción que había en mi rostro—. ¿Qué pasa, campeón? —Volví a reír para que no contemplara mi sonrojo tanto—. ¿Te estás arrepintiendo? ¿Ya no quieres dármelo?
Las explosiones de colores buscaban distraerme.
—Quiero dártelo.
El reflejo de todos esos tonos brillantes implosionaban en sus ojos, que dejaban de ser verdes por momentos.
—¿Y qué te lo impide? —Le provoqué.
Cierta seriedad fue pintando sus rasgos.
—La posibilidad de que salgas corriendo —dijo, alarmándome.
—¿Por qué saldría ...? —La confusión empañaba mis palabras.
Y lo dijo como quien se saca una navaja del alma.
—Mon coeur —recitó, prudente—. Je t'aime, Helena.
Paralizada, contemplé la cara de adoración de Charles.
Estaba tan jodidamente enamorado de mí que no soportó guardarse esa confesión ni un minuto más. No podía.
Mientras el espectáculo aéreo avanzaba y las voces de sorpresa llenaban la cubierta de aquel barco, me di cuenta de que yo no era capaz de articularlo. No logré devolverle ese manifiesto porque, aunque me doliera admitirlo y al mismo tiempo me hiciera horriblemente feliz, él me quería más de lo que yo lo quería a él.
Acababa de demostrarlo.
Por eso creyó que huirías. Porque lo sabe.
Siempre fue de ese modo. Desde el maldito principio.
En Baréin, la primera vez que me vio y sintió cómo me escapaba entre sus dedos.
Cuando le pedí que solo fuéramos amigos y él accedió a una relación incompleta.
En su apartamento, en Italia, cuando se conformó con ser algo y a la vez nada después de escuchar mis miedos.
Allí, en Miami, al morderse la lengua y apretar los dientes desde que me vio llegar, con Rafael como pareja.
En toda mi vida, solo le dije esas dos palabras a mis abuelos, a mi madre y a mi padre. A nadie más. No hubo ni una maldita vez que pensara en decirle aquello a otra persona. Nunca.
Pero Charles estaba frente a mí, con los ojos cristalinos que anunciaban un llanto prematuro, y todo lo que deseé fue poder expresarme de la forma en que él lo hizo. Y no pude.
¿Es porque no le querré tanto jamás? ¿Es porque me sigue asustando el compromiso? ¿Es porque los traumas no me dejan respirar? ¿O es porque todavía no me atrevo a decir algo que considero la mayor prueba de amor?
No lo sé, pero sé una cosa: aunque no pueda decírselo, puedo abrazar lo que él me está entregando y protegerlo hasta que lo iguale. Estoy segura de que lo igualaré, de que lo superaré y de que Charles esperará a que ese día llegue.
Quise darle tanto que nada salió de mí.
Así que, doblegando mi penosa iniciativa, decidí que le daría todo lo que tenía en esos instantes.
Me adelanté y fundí mi boca con la suya en un beso incontrolable. Charles lo recibió. Lo recibió famelico, como si no hubiera tenido esa oportunidad hasta esa misma noche. Me besó con un ímpetu similar al que yo revelé.
Embriagada, anclé mis brazos tras su cuello y agarré con determinación el bolso para que no cayera al suelo de proa. Su cierre de metal habría hecho un ruido muy alto, pero no lo sujeté por ese motivo, sino por la rabia contenida y la decepción de ser una negada para demostrar el amor que sentía.
Él condujo sus manos a mi espalda, sosteniéndome hasta el punto de clavar los dedos en mi carne. Estaba desesperado, desesperado por aferrarse a mí y no soltarme. Yo también compartía esa angustia que se transformaba en una pasión absurda y enloquecida.
Entendí que, en algún momento de la noche, la idea de perderme fue creíble a su juicio. Nunca había visto a Charles entrando en pánico, pero solo el pensamiento de que hubiera podido ocurrir me empujó a besarlo con mayor intensidad.
No voy a ir a ninguna parte. Lo juro.
Charles boqueó sobre mis labios, temblando.
—¿Lo aceptas?
Mis besos no cesaban. Él apenas tenía tiempo de hablar, pero probó suerte porque le urgía escucharlo. Necesitaba oírlo.
Asentí, sin abandonar aquellos besos, irresponsables y desalmados.
—Sí ... —balbuceé entre chasquidos y caricias húmedas—. Claro que sí ...
Puedo aceptarlo. Aceptaré todas las veces que lo necesites, Charles. Porque te quiero y te querré mucho más de lo que imaginaré jamás.
Me condenaba a mí misma a amarle aunque no supiera cómo hacerlo. Aprendería y le haría el hombre más feliz del universo. En mitad de esa noche de mayo, solo ansiaba quererle hasta que mi corazón estallara de pura soberbia.
🏎🏎🏎
CELEBRANDO LA PRIMERA POLE POSITION DE LA TEMPORADA COMO ES DEBIDO
YESSSSS, BABY, P1!!!!!!
Después de la tremenda vuelta que se ha marcado hoy Charles en Bakú, no podía quedarme como si nada e ignorarlo, así que aquí tenéis el siguiente capítulo de Fortuna 😎🤙🏻❤️
También me gustaría hacer algunas aclaraciones sobre la perspectiva de Helena.
En primer lugar, no es que no quiera a Charles. Helena quiere a Charles con locura. Muchísimo.
El problema está en sus trust issues y en esos otros issues que llevan el nombre de su querido padre 🤡 y que no le permiten ser del todo sincera consigo misma ni con el resto del mundo porque, genuinamente, cree que no es capaz de querer a Charles como se merece. Cree que no estará a la altura de lo que él necesita, pero él no necesita nada en especial.
Con este capítulo queda bastante claro que lo único que necesita Charles es a ella. Nada más.
No necesita un amor exacerbado ni unas palabras que, como acaba de demostrar, no es capaz de decir por el momento. Simplemente, la quiere. Ese "je t'aime" es todo lo que debería importarle a Helena, aunque no sea así y piense en otras cosas.
Es inevitable para mi nena 🤧
Justo por eso, porque sabe que no puede decirle que también lo quiere, opta por darle un beso que Charles no se espera, para dejarle bien claro que siente algo igual de fuerte por él, aunque no se vea preparada para declararlo. Ni siquiera en privado.
¿Cuánto durarará esta fase de impotencia para nuestra Helena?
No mucho, esperemos 🤓
Dicho lo cual, recemos por un buen fin de semana para los chicos y que mantengan este buen ritmo en la carrera del domingo y mañana, en la Sprint. Sobre todo Carlos, que hoy no estaba muy cómodo con el coche :/
Con algo de suerte, volveremos a vernos por aquí durante el finde, así que no se alejen demasiado de la novela 7u7
Os quiere, GotMe ❤️🏎
28/4/2023
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