32 || yearning
Helena Silva
Mi pecho, henchido, se preparó para recibir una bocanada de aire fresco. Mis talones viraron como viran las velas de un barco. Por último, mis chispeantes pupilas tomaron el rumbo correcto y todo se alineó en mi urgida mente.
Tan pronto como estuvo al alcance de mi mano, me aferré a la solapa de su chaqueta negra. Primero identifiqué el logo amarillo de Ferrari, después miré hacia arriba y recordé que la distancia se había reducido gracias a mis tacones. Unos seis centímetros me alejaban de su metro ochenta, pero podían solventarse sin problema.
Su cabello, de un bonito castaño, fundido con tonalidades cenizas debido a la luz, estaba desordenado para darle un aire más juvenil del que ya tenía. No obstante, la barba de varios días ejercía la fuerza opuesta y le ayudaba a proyectar una imagen más madura y adulta. Aquella pequeña sonrisa que llevaba consigo por doquier le sumaba un extra a la serenidad que, en su interior, ya se había volatilizado.
El choque que sentí al encontrar sus ojos verdes fue fulminante.
—Hola ... —murmuré, supeditada a la fragancia de su perfume dulzón—. ¿Dónde estabas?
Charles puso su áspera mano en mi espalda. Eligió la zona que mi vestido no tapaba y revolucionó toda mi piel, que chillaba de emoción porque estaba siendo tocada por el monegasco al que había reclamado sigilosamente desde que llegué a ese yate.
—Por ahí —Mantuvo ese tono bajo, casi ilusorio—, hablando con señores a los que olvidaré mañana y mirándote —Sus comisuras se estiraron, dulces—. Creo que he pasado más tiempo del que debería haciendo eso último.
—¿Durante más de una hora? —Sucumbí ante una sonrisa tonta y enamorada que llevaba su nombre.
—Sí —Asintió, pegándose a mí hasta que su vientre empujó mi costado izquierdo—. Sei una delizia agli occhi —dijo a escondidas del resto—. ¿De dónde has sacado el vestido? Creía que no traías ninguno a Miami —Resaltó aquel detalle.
Obnubilada, sujeté más su vestimenta.
—Lily y Julia me ayudaron a conseguirlo —Le hice conocedor de dicha información. Charles bajó un poco la mirada, pero detuvo su inspección antes de llegar a mi vistoso escote. La ambición bloqueó mi moderación habitual y, midiendo con dificultad la longitud de mi sonrisa, le pregunté—. ¿Te gusta?
Le había echado tanto de menos que solo ansiaba oír sus piropos, verle desgastar con la mirada la tela de mi vestido y cargar el calor de sus dedos en distintas partes que él deseara tocar después de haberse contenido.
Pero estáis en un acto público, Helena, y vuestros amigos están ahí, justo detrás de ti. Tienes que establecer un ritmo que podáis ...
Charles entornó sus párpados, recogiendo la provocación que le había disparado a quemarropa.
—¿De verdad necesitas mi respuesta? —inquirió, totalmente descentrado.
—Sí —Borracha de él, cerré mis dedos en torno a la solapa que ya había maltratado demasiado.
Él hizo lo propio y, servicial, escurrió un par de sus dígitos bajo la espalda de mi vestido. Al sentirlo tocando un lugar que nadie podía palpar, un convulso suspiro escapó de mis labios.
A continuación, se inclinó. La punta de su nariz rozó mi cabello suelto y sus palabras viajaron como una bala hacia mi oído.
—È splendido —Me pareció notar que miraba hacia otra parte, pero no reparé más en ello y me apoderé del susurro que estaba legándome—, ma non quante te, cara mia.
Atraída por él y por la agitación que me asfixiaba, apreté mi mandíbula. No le dio tiempo a moverse; antes de que pudiera corregir mi arrebatado movimiento, ya tenía mis brazos recorriendo sus costados y mi barbilla descansando en su firme hombro derecho.
Charles no sabía cómo rechazar mis abrazos. De tal forma, lo recibió con un abrazo del mismo nivel. Me estrujó, fervoroso. La desesperación teñía también sus gestos.
Aquel no fue un abrazo como el que compartimos Pierre y yo, que destilaba aprecio y respeto mutuo. En esa ocasión, pegué tanto mi pecho al suyo que Charles sintió el trazo de mis senos y ... Nadie sabe cómo se sintió, pero derrocó mi determinación a ser responsable y controlar esos impulsos de locura que me atacaban cuando él llegaba.
Había estado toda la noche haciéndome las mismas preguntas.
¿Cómo puedo sentirle en mí si no sé dónde está?
¿Cómo es posible que lo sienta a mi alrededor a pesar de que no está ahí?
Porque él está dentro de ti, Helena.
No hay otra respuesta.
No era un abrazo entre amigos. No lo era. Podría definirse como un reencuentro entre amantes, entre dos personas que habían pasado eternidades buscándose, pero no podría confundirse como el reflejo de una amistad que se veía lapidada por un amor próspero y boyante.
Por primera vez en horas, respiré y sentí que el oxígeno calaba en mis pulmones.
—Temí haberte deslumbrado y que no vinieras a verme —Le compartí mi mayor miedo.
¿Y si se había molestado conmigo por haber aceptado la invitación de alguien más? ¿Y si no quería acercarse a mí porque la incomodidad de conocer a ese chico le corroía la sangre?
El hundimiento de las yemas de sus dedos en mi espalda desnuda desechó la inseguridad, que huyó de mi cuerpo, ávida.
—Es una ceguera que estoy dispuesto a soportar —farfulló, devoto a ese sintomático abrazo.
—Mmh ... —No tapé mi sonrisa. La potencié y mis labios empezaron a doler—. La tua ragazza aveva bisogno di te, Leclerc —Me despojé de lo superfluo y dije lo que quería decir.
Charles emitió un sutil ronroneo.
—Eccomi qui, tesoro —aseguró, sosteniéndome—. Eccomi qui —Exhaló con alivio después de tenerme en sus brazos.
—Yo ...
Quería explicarle tantas cosas que me precipité a hablar, pero mi discurso ni siquiera tomó forma porque una tercera persona que no estaba invitada se incluyó a la fuerza.
—¿Helena? —dijo mi nombre completo, sorprendiendo a todos—. ¿Nos presentas?
Viendo que no me movía, Charles se encargó de alejar las manos de mi complexión. Mi cara de circunstancia era más que evidente, así que él reforzó su hermosa sonrisa para apoyarme en silencio.
Retrocedí, alisando la tela de mi vestido.
Tenía la sensación de que había hecho algo más que darle un abrazo a Charles. Imaginé que nuestros espectadores también lo consideraron así.
—Sí, ah ... —Retiré mi mano de su chaqueta y observé a los tres chicos que juzgaban aquel afectuoso abrazo—. Él es Rafael del Pino, Charles —Le puse al corriente—. Nuestras familias son amigas desde que éramos niños.
Cuando contemplé las miradas de Carlos y Pierre, me di cuenta de la razón oculta por la que se habían acercado a saludarme. Si entretenían al apuesto chico que había estado a mi lado toda la noche, Charles no tendría problemas para llegar hasta mí y disfrutar de unos segundos conmigo. Naturalmente, debería hacer las presentaciones pertinentes, pero, si sus amigos iniciaban una conversación amistosa con el desconocido, atraparme desprevenida, por la espalda, le daría algo de margen, tal y como había sucedido.
La traviesa mueca de Carlos me confirmaba que no estaba imaginando un escenario surrealista en absoluto.
—Encantado, Rafael —Avanzó Charles, con su mano abierta y su mejor sonrisa—. Soy Charles Leclerc, piloto de Ferrari, como Carlos.
—Un placer, Charles —Tomó su mano y la apretó, decidido—. No sabía que Ferrari tenía un piloto francés —Señaló, asombrado.
La gente que no formaba parte del mundo de la Fórmula 1 no sabía el nombre de los pilotos. Ocurría a menudo. Sin embargo, aquel comentario pesó más que ningún otro por la nacionalidad que estaba atribuyéndole a Charles sin venir a cuento.
Con cuidado, Carlos miró hacia su derecha y se mordió el labio al tratar de contener la risa.
—Soy de Montecarlo —Le informó.
Pierre también se relamió las comisuras, divirtiéndose a costa de un malentendido que le recordaría a Charles hasta agotar su paciencia.
—¿En serio? Disculpa —Se disculpó Rafa—. Tu nombre es muy francés —bromeó, relajado.
—Y el tuyo es muy italiano —rebatió Leclerc.
—Efectivamente —Rafa me miró y yo me enderecé, esperando a que continuara—. Decidme, ¿cómo es trabajar con Lena? Esta es una faceta suya demasiado sociable —Se rio, generando las risas de un Gasly que no podía aguantar más—. Todavía se me hace raro.
Por la esquina de mi ojo, vi que Charles se tocaba la manga de su camisa.
—Es que ya es de la familia —dijo Carlos—. Estamos muy felices de que eligiera Ferrari. Trabaja como la que más y nos lo pone muy fácil —Le comunicó a Rafa, que se enorgulleció de mi desempeño en el equipo italiano—. Conducir es coser y cantar cuando la tenemos en radio.
—Que seas tan adulador me asusta, Carlos —Le sonreí, pudorosa.
—Eso significa que te tiene mucho cariño —argumentó mi amigo de la infancia con cariño. Después, posó sus oscuras pupilas en el piloto que seguía a mi lado—. ¿Y tú, Charles? —Este dejó de tocarse el puño y atendió al reclamo—. Por lo que me ha dicho, se ocupará de tu radio este fin de semana. ¿Confías en ella? —Curioseó.
No lo pensó. Antes de que Rafael pudiera pestañear, Charles ya había dado su opinión.
—Le confiaría mi vida.
Un siniestro silencio se propagó entre nosotros. Todos, menos yo, miraron a Charles con los ojos abiertos de par en par.
Si estaba buscando ser el chico más obvio del universo, lo conseguiría.
—Bueno, es lo que hacemos con nuestros ingenieros de pista —Salió Pierre en su auxilio, aunque Charles lucía conforme con su tajante declaración—. Confiamos en ellos a ciegas durante la carrera. Son nuestros ojos y oídos —Generalizó el piloto de Alpha Tauri.
Mientras Rafa asimilaba las palabras de Pierre, yo pensé que Charles lo hacía adrede. Ojalá no fuera así, pero todos nos percatamos de que el monegasco pretendía marcar unos límites invisibles.
—Un trabajo muy importante, desde luego —Aceptó él, enjuiciando la reacción de Charles.
Bastante satisfecho, Leclerc lo confirmó otra vez.
—Imprescindible, sí —reiteró.
El reloj siguió avanzando hacia la medianoche y nuestro círculo social fue abriéndose. Cuando quise darme cuenta, más de diez personas se habían reunido en torno a nosotros. Los dos pilotos de Ferrari flanqueaban mi derecha y mi izquierda mientras que Rafael conversaba con un señor que debía conocer de sus negocios.
De repente, me encontré en una distendida charla liderada por Sergio Pérez, Toto Wolf, Mattia Binotto y Charles Leclerc. George Russell, Carmen Montero y Julia también participaban, pero se oía más la voz de Charles, que discutía entre risas con Checo. El mexicano parecía muy encaprichado con la idea de reclutarme para Red Bull.
Ya habían pasado varios minutos dedicados a un asunto que me sacaba los colores a velocidades estratosféricas.
—Deberíamos probar a robárosla, Charles —sugirió el piloto de Red Bull—. A lo mejor nuestra suerte mejora.
Ellos no necesitaban suerte. Christian Horner, un rato antes, me contestó que en su equipo no creían en ilusiones de ese estilo.
—Ni en broma, Checo —Se quejó al ver peligrar mi estancia en Ferrari.
—Esa reacción es sospechosa, amigo —rio el contrario.
—Entiéndelo como quieras. Debisteis luchar por que se quedara en Red Bull —Le echó en cara.
Yo me sentía tan abrumada que agradecí no haberme puesto ni un ápice de colorete. Digerir tantos comentarios buenos sobre mi rendimiento laboral era difícil, pero se me hacía todavía peor presenciar cómo los jefes de otros equipos jugaban a ese tira y afloja.
—Sí, el mercado de pilotos no será lo único interesante a final de año —Aportó Toto Wolf.
—¿También la queréis en Mercedes? —Se lamentó Carlos, haciéndose el preocupado—. Mattia, esto se está poniendo feo —Le habló a nuestro superior.
El italiano comenzó a reír a la par que Wolf.
—Tendremos que hacerte una oferta que no puedas rechazar, Lena —Se dirigió a mí.
No podía sacarme de la cabeza mi conversación con Horner, que también quería incluirme en su plantilla.
—Eso ya lo veremos —Volvió Toto a la carga—. Nosotros sabemos pelear por lo que queremos —Y me miró con una determinación aterradora.
¿Yo en Mercedes? Nunca me lo planteé.
—La temporada es muy larga —Me pronuncié después de que todos mostraran sus cartas—. Muchos cambiaréis de opinión con respecto a mí —declaré, sobrecogida.
—Permíteme que lo dude, querida —cuestionó el jefe de Mercedes. Su soberbia sonrisa me lanzó un escalofrío que reptó a lo largo y ancho de mi espalda—. Tu potencial es prometedor. Pondría la mano en el fuego —No estaba dispuesto a cambiar de opinión.
Ellos siguieron hablando y, en algún momento, el tema cambió. Muy aliviada, hice de oyente mientras charlaban animadamente sobre la próxima cena oficial de los jefes de equipos. Entonces, en medio de aquel devenir de voces, noté que Charles se tocaba el puño por centésima vez en la noche.
Contrariada, me separé de Carlos y recliné mi cuerpo hacia él.
—¿Qué te pasa?
Me visualizó, sobresaltado.
—¿Qué?
Me acerqué para que viera mi movimiento de barbilla.
—Tu muñeca —dije—. No has dejado de tocarla.
—Ah, esto ... No es nada —Sin embargo, no soltaba la prenda—. El gemelo derecho no quiere quedarse quieto —Me contó, peleando con el accesorio.
—¿Es molesto? —Intenté que posara sus ojos en mí, pero estaba demasiado ocupado en arreglar aquel problema con su ropa—. Espera —Atrapé mi bolso bajo mi brazo izquierdo y cogí el suyo, tirando de él para tener un mejor campo de actuación. Encontré rápidamente la pieza de plata—. Mi madre me enseñó a colocar los gemelos de pequeña. Son un quebradero de cabeza —confirmé.
Un vago recuerdo surcó mi memoria. El aroma a lavanda que mi madre rociaba en las camisas de papá y sus directrices a la hora de enganchar los gemelos con forma de rombo en la manga de mi padre. Siempre acababa besando mi frente. Esa era su manera de darme las gracias por el esfuerzo de colocar aquello que él no conseguía controlar.
¿Cuál fue la última vez que le puse los gemelos a papá? No lo recordaba.
Acomodé la manga del modo correcto, pues Charles no había pinzado bien el pliegue, siendo motivo más que suficiente para que estuviera dándole guerra.
En menos de diez segundos, arreglé el desaguisado.
—Lo son. Gracias, chérie —Me lo agradeció en voz baja.
Algunos tintes de amargura bañaron mi sonrisa.
Al dejarlo libre, rocé el metal de sus anillos y solté su mano. Tampoco quería recrearme en un contacto que daría de qué hablar entre los presentes.
—De nada —murmuré, feliz de haberle ayudado—. Comprueba que lo he ajustado bien.
Se masajeó la zona, asegurando que mi intervención había sido de mucha utilidad.
—Comprobado —respondió mientras me miraba a los ojos, pretencioso.
Aquella breve intimidad que mostramos en público pasó inadvertida para todos excepto para una persona. La misma persona a la que, después de apartar la mirada de Charles, descubrí recogiendo esas pesquisas.
Rafael rechazó mis orbes en cuanto estos se cruzaron con los suyos.
Una incómoda sensación me revolvió el estómago.
Charles no lo vio, pero cargué con esa presión en el pecho el resto de la velada.
Más tarde, cuando las manecillas de mi reloj de música ya daban las doce y cuarto de la noche, el aviso de que los fuegos artificiales se lanzarían en la bahía en apenas cinco minutos corrió como la pólvora. Muchos decidieron subir a proa para ver el espectáculo en su verdadero esplendor.
Lily y Julia me insistieron en que debíamos subir. No pude negarme porque casi toda la sala optó por tomar la escalinata y elegir un buen sitio antes de que aquella celebración diera comienzo. La Fórmula 1 atraía a miles de personas a la ciudad y, lógicamente, se hacían más exhibiciones y eventos, reivindicando la importancia del deporte.
Sin abrir la boca, Julia me tomó de la mano y yo recogí la falda de mi vestido. Subir todos aquellos escalones no fue cansado, pero, una vez fuera, solté un suspiro.
El mar estaba en calma, aunque la perseverancia de un viento suave bajaba la temperatura más de lo que habría cabido esperar. Me arropé con el chal rojizo que traje conmigo y sujeté mi bolso de mano.
Al lanzar la mirada al cielo, me fijé en que allí no se veían las estrellas que tanto me gustaban. Había demasiadas luces artificiales opacando el cielo nocturno de Miami. Era una pena que no pudieran apreciarse los faroles más bonitos que existían en el mundo.
Julia le enseñó su móvil a Lily. Supuse que se trataba de algún vestido al que había echado el ojo en la boutique que visitamos esa tarde, así que me dediqué a buscar algo que mereciera mi plena atención.
Obviamente, sentir su brazo en mi cintura se llevó el primer lugar en la competición. Me arrastró lejos de mis amigas, a la caza de algún punto ciego de la proa de aquel yate que nos diera un poco de privacidad a pesar de estar rodeados de decenas de parejas y conocidos del paddock.
Charles se detuvo cerca de la puerta que nos dio paso a la superficie porque casi no había iluminación que nos delatara allí. En aquella esquina recóndita, el piloto buscó el camino a mi boca. Para su mala suerte, yo interpuse mi mano, que terminó sobre sus labios, impidiendo que me besara.
—Hoy no, Charles —Le negué, dolida con mi propio veredicto—. Te llevarás mi pintalabios —Le expliqué, apenada.
Se rindió tan pronto como escuchó mis palabras. ¿Cómo haría para quitarle el color rojo de las comisuras? La barra que Julia me había prestado era difícil de remover. Si lo hacía, si cumplía su capricho, todos verían el carmín rojo alrededor de su boca.
Resignado a la nada, se acomodó a mi lado y esperamos a que los fuegos inundaran el techo nocturno. Pensé que se había enfadado por rechazar sus besos, pero no fueron más que unos segundos de silencio que finalizaron cuando dijo algo que nunca habría imaginado.
—Todos te desean en este barco.
Quedé muda por un momento. No obstante, remendé aquel parche en tiempo récord.
—¿Qué estás diciendo, Leclerc? —Me esforcé por bromear con su imperturbable declaración.
—Lo que oyes —Prosiguió, bastante serio—. Red Bull, Mercedes ... Y ese chico.
Los nervios treparon por mi pecho, salvajes. No logré aplacarlos. Fue imposible.
Él también se ha dado cuenta.
🏎🏎🏎
Actualización rápida e inesperada porque c viene race week y quería celebrarlo 😎🤙🏻
Btw, ¡¡¡feliz Día del Libro!!! 📖📖📚📚📚📚♡♡♡
Os quiere, GotMe 💜❤️
23/4/2023
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