31 || another partner
Helena Silva
—¿Lena?
Dejé esas carpetas sobre la silla.
Recordaba aquella voz de los días de mi infancia, de mi adolescencia, pero nunca creí que la escucharía en Miami.
Al girarme, su nombre ya estaba en mi boca.
—¿Rafael? —respondí.
Incrédula, vi a ese chico del que apenas sabía y con el que había pasado tantos buenos ratos mientras vivía en Jaén.
Su barba había crecido bastante. También había cambiado un poco el corte de su cabello moreno, aunque su porte y esa radiante sonrisa seguían intactas. Igual que en mis recuerdos.
Él se acercó a mí, extremadamente contento, y me engulló en un nostálgico abrazo.
—No me puedo creer que seas tú —dijo en nuestro idioma natal.
No entendía por qué estaba en el box. No entendía nada.
—¿Ser quién? —Me reí.
—La ingeniera de la que todo el mundo habla —Su contestación me sonrojó al instante.
Con el bochorno de dicho reconocimiento subiendo por mis mejillas, Rafa se alejó de mí, rompiendo aquel abrazo. Cuando nos miramos, sentí que no era el mismo chico que había firmado parte de mi vida en el pasado. Había algo en sus ojos, en su semblante, que le hacía diferente. Una diferencia que no me daba la seguridad de antaño.
—No es para tanto —Le aseguré, incómoda por sus halagos—. ¿Qué haces aquí? ¿No estabas por España? —Desvié el foco de la conversación hacia él.
—Sí, pero tenía algunos compromisos en Miami —Me explicó, sonriendo—. Cosas de bolsa, ya sabes.
—Cosas que no me interesan mucho, sí —pegué mis manos a la tela de mis pantalones vaqueros.
Rafael disfrutó de mi humor como si hubieran transcurrido años sin disfrutar de él. Habían transcurrido años. Había transcurrido tanto tiempo desde la última vez que nos vimos, que no estaba muy segura de ver en ese chico al joven que fue uno de mis mejores amigos durante los meses más duros e insoportables que recordaba haber vivido.
Su compañía me hizo mucho bien en aquella época. Le debía agradecimientos que nunca salieron de mí y que, de alguna forma, me hacían sentir en deuda con uno de los primogénitos de la familia del Pino.
—Exacto —Aceptó mi escueta broma—. Resulta que me llegó la invitación para venir a la carrera de Miami y pensé en pasarme por el paddock. Solo conozco a una Helena Silva capaz de llegar al pináculo del deporte y estar en boca de todos, así que quise comprobarlo por mí mismo —Expuso el inocente motivo por el que había entrado al recinto del circuito.
Antes de responder, Andrea me saludó desde la esquina opuesta del box. Me pregunté dónde estaba Charles. La devolví el gesto con mi mano derecha y Rafa intentó seguir la trayectoria de mi saludo.
—Solo estoy empezando —Aclaré—. No hay ningún mérito en que hablen de mí por un par de carreras. Mi aparente fama puede esfumarse muy rápido —Incidí en lo efímera que podía ser mi aparición en los medios de comunicación.
—Sí, la fama puede ser pasajera, pero tengo la sensación de que contigo no ocurrirá así —Apostó, confiado. El color castaño de sus orbes me confundió momentáneamente. ¿De verdad lo sentía de esa manera? Alguien gritó mi nombre. Cuando identifiqué a Xavi al fondo de la sala, Rafael comprendió que no podía robarme más minutos—. No quiero entretenerte —Alegó—. Todavía tengo que ir a saludar a Binotto. Fue él quien me invitó.
Era extraño que el propio Mattia Binotto enviara una invitación de su puño y letra. Supuse que conocía a la familia de Rafa. Al fin y al cabo, incluso fuera de la península ibérica se escuchaba su apellido.
—Creo que está en la sala de reuniones —Le dije—. Saliendo del box a la derecha —Quise orientarle.
Apoyó sus dedos en mi brazo, eliminando la poca distancia que nos había separado desde que entró.
—Me alegro mucho de verte, Lena —Parecía sincero. Yo también me alegraba de saber de él—. ¿Irás a la recepción que hay esta noche en el puerto? —Se interesó en mi asistencia a esa reunión.
—Ah, no —negué—. Recuerda que no me gustan las cenas de gala —Apelé a su memoria y Rafa asintió, consciente de que nunca disfruté de los eventos sociales—. Además, es algo reservado para la élite. Aquí no soy más que una chica en prácticas, Rafa —Le expresé, bromeando.
Xavi agitó su brazo en alto, llamándome.
Iba a despedirme del viejo amigo que había aparecido por sorpresa, pero me lo impidió al plantear una posibilidad que yo no habría considerado nunca.
—¿Y si te pido que vengas como mi acompañante? —preguntó, deseoso de que la vacilación evolucionara a un nivel superior y diera mi beneplácito— ¿No lo harías? —Insistió, lastimero—. Hace mucho que no nos vemos y presiento que no encontrarás ni un pequeño hueco para mí en tu apretada agenda —Estaba en lo acierto. Pudo verlo en el reflejo de mis pupilas negras—. ¿Te parece bien?
Concluí mi relato.
Julia lo había escuchado con atención mientras me esperaba fuera del probador de aquella tienda. Subí los tirantes del vestido y oí su voz.
—¿Te pidió que fueras con él? ¿En serio?
—No sé por qué reaccionas así —exclamé, tirando de la tela para que subiera por mis piernas—. No tiene nada de raro. Somos amigos desde que éramos pequeños —Puntualicé—. Ya sabes que mi padre y el suyo se conocen desde el colegio.
—Lo que no me entra en la cabeza es que le hayas dicho que sí —dijo, confundida con mi decisión—. Tú no aceptas la invitación de nadie y menos si se trata de un acto oficial.
Ni siquiera yo entendía qué hacía en una tienda de ropa en Miami, probándome vestidos a menos de una hora de que diera comienzo aquella recepción. ¿Qué lograría yendo?
En un primer momento, le dije a Rafael que no podría. Había mucho que hacer antes de la clasificación y llegar tarde al hotel no me dejaría trabajar antes de dormir. Sabía que esa práctica no era saludable para mí, pero yo me encargaría de la radio de Charles y sentía cierta presión. El mismo jefe de equipo de Ferrari había depositado su confianza en mí. Quería que obtuviera un buen resultado y mi desempeño era igual de importante que el de Charles. No podía decepcionarle.
—Mattia me pidió que lo hiciera como un favor —Le revelé a mi amiga.
—¿Un favor? —repitió, extrañada—. ¿Qué clase de favor es ese?
Fue entonces cuando decidió que iría. Aún no se lo había confirmado a Rafa por mensaje porque no tuve ni un minuto de descanso desde que terminé de trabajar.
—La familia de Rafa tiene mucho dinero. Es una de las más adineradas de España —Le comenté a Julia.
—Lo sé —dijo ella.
Rafael y Julia habían coincidido alguna vez en mi casa. Nunca establecieron lazos de amistad. Solo se llevaban bien. Con el paso del tiempo, él empezó a centrarse en su futuro como heredero de una empresa prometedora que generaba millones al año. Nuestra relación se enfrió irremediablemente. Sin embargo, todavía nos guardábamos mucho cariño. Al menos, yo lo veía así.
Por su parte, Julia, al no haber entablado mucho trato con mi amigo, no llegó a conocerle de la misma forma que yo.
—Binotto cree que podría estar interesado en invertir y patrocinar a Ferrari —Le conté lo que me había dicho María Binotto después de que Rafael se marchara del box—. Quiere que se le trate como un cliente en potencia. Un cliente VIP, por así decirlo. En cuanto supo que nos conocíamos ...
—Ya —Resopló, atacando cabos—. Y para que esté contento, tú tienes que asistir a la recepción con él —Llegó al final de la historia.
Me acomodé el escote.
Ese vestido se ajustaba a mí. Era un verdadera locura que encajara tan bien en un cuerpo como el mío. Al no estar precisamente delgada, siempre tenía problemas para encontrar una talla intermedia. Las piezas únicas siempre me producían dolores de cabeza, pero aquel tuvo el efecto contrario, pues todo estaba en su sitio.
La pega que rescaté fue que mi pecho sobresalía más de lo que esperaba.
—Sí. Debería haberme negado, pero ... —Suspiré, contemplando mi imagen en el ancho espejo del probador—. También me asusta la reacción de mi padre. Rechazar a Rafa podría hacerle enfadar y no quiero eso —Tragué saliva y bajé la mirada—. Ya lo he defraudado mucho —Mi susurro se perdió en el amplio cubículo empapelado de espejos. Después, revisé mi perfil. ¿Cómo demonios podía hacerme una cintura tan bonita? ¿De qué estaba hecho ese vestido?—. No voy como su pareja, sino como su amiga. No hay nada de malo —Argumenté en mi defensa.
—¿Y Charles lo sabe?
Ah, Charles.
Volví a tragar.
—No —Mi respuesta quedó en el aire durante unos segundos. No quería que eso me preocupara, por lo que agarré la tela blanca que me ocultaba a ojos ajenos y Julia se giró con la finalidad de evaluar mi aspecto—. Solo hemos hablado de los entrenamientos. No ha habido tiempo para más —Concreté, mirándola.
¿Acaso estaba haciendo mal al aceptar la propuesta de Rafa?
Boquiabierta, Julia repasó hasta el último pliegue de la prenda.
—Joder ... —Escupió y me hizo dar una discreta vuelta para comprobar que me quedaba fantástico—. Pues se morirá de celos cuando te vea tan guapa y cogida del brazo de otro —Juró, alucinando.
Por primera vez desde que accedí a esa relación, me pregunté si a él le molestaría lo que iba a hacer. Para empezar, no éramos pareja, ni siquiera bajo secreto de sumario. Había besos, roces y promesas de futuro, pero ni rastro de exclusividad tan cerrada que no me permitiera acompañar a un antiguo amigo a una cita social. Además, él no me negaría nunca algo que quería, aunque ese algo fuera ir con otro hombre a una recepción pública. Si pensase que se atrevería a prohibírmelo o a reclamarme, mi enamoramiento se habría desvanecido tras los primeros días.
Confiábamos en las decisiones del contrario. No hacía falta que justificara mi elección. Charles no se sentiría sustituido ni rechazado, pero la duda germinó en mi interior después del comentario de Julia.
—Charles no es celoso —declaré, un tanto inquieta—. Lo entenderá —Necesitaba autoconvencerme de ello. Pensativa, hundí mi vista en la parte delantera del vestido—. ¿No es mucho escote? —Lo moví, insegura de que esa imagen fuera correcta para una recepción formal.
—No, no. Es perfecto —prometió Julia al tiempo que alejaba mis manos del vestido—. Aprovecha que tienes pecho y enséñalo por las que no tenemos —Me empujó.
—Julia —Le reclamé, avergonzada.
No tenía ningún complejo con mi pecho, solo ... Solo evitaba mostrarlo porque era más cómodo hacerlo. Estar alerta, cerciorándome de que nada se había movido sin mi permiso, me suponía un estrés innecesario. Me encontraba mucho más relajada usando camisetas anchas, cómodas y seguras.
—¿Qué pasa? —dijo, ofendida—. Es la verdad. Estás preciosa —Me agasajó con voz dulce y, al momento, se echó hacia un lado—. Lily, ayúdame a convencerla de que este es el vestido correcto —Suplicó a la golfista profesional que nos había guiado por las calles de Miami.
Ella se asomó al oír que la buscábamos. Habíamos estado hablando en español todo el rato, por lo tanto, Lily desconectó de la realidad y nos dejó conversando. En cuanto regresamos al inglés, se integró en la charla y dio su más sincera opinión sobre mi vestuario.
—Definitivamente, ese es el vestido —sentenció, incapaz de negar el buen cuerpo que me hacía—. Te queda increíble, Lena —Yo le sonreí, agradecida de que me vieran tan favorecida. Lily cogió las riendas y levantó su brazo derecho para llamar a la dependienta que nos había atendido desde que entramos a la boutique—. ¡Perdone, nos lo llevamos!
—Pero ... —balbuceé, dudosa.
Nunca había llevado una prenda tan vistosa. A decir verdad, nunca me había sentido tan atractiva y elegante. No obstante, mi afán por dudar de todo, incluso de lo indudable, salía a flote cuando menos lo buscaba.
—Nada de peros —Me interrumpió Julia con una mirada amenazante—. Calla y cámbiate. Tenemos que volver al hotel y arreglarnos. Ya se nos está haciendo tarde —Salió del probador. Estática, vi cómo tiraba del tejido de terciopelo rojo que colgaba frente a mí—. Vamos —Me animó.
Y así llegábamos a mi entrada al yate, con todos esos pares de ojos escrutándome y juzgando si mi vestido negro era realmente apropiado para un encuentro de alta alcurnia como aquel.
Julia se marchó antes de que pudiera retenerla a mi lado. Una sonrisa de nerviosismo hizo tiritar mis labios rojos. ¿No le pedí que estuviera pegada a mí hasta que descubriera alguna cara conocida?
Apurada, intenté controlar mi ritmo cardíaco. No quería perder el control de mis inestables nervios, así que interpreté el papel de una chica con una seguridad titánica. No estaba detrás del muro de Ferrari, donde me sentía a salvo. Al revés; tenía que enfrentar uno de mis peores miedos antes de que acabara conmigo.
A esto se le llama aprender y crecer, Helena. No te vengas abajo.
No me moví ya que tampoco sabía hacia dónde ir. Claramente petrificada, dediqué esos momentos de pánico a recorrer los rostros de aquellos que tenía más cerca.
Ninguno era Charles.
Él tenía la obligación de asistir, al igual que Carlos. Ferrari exigía su compromiso en esa clase de reuniones. Mi esperanza radicaba en dar con ellos antes de que la gente se preguntara qué hacía allí parada como una farola. No pensé en Rafael, que también debía andar por el lugar, sino en el monegasco que tanta calma me transmitía. Lo necesitaría si me disponía a hacer frente a la noche.
—¡Helena!
Deseé con toda mi alma que Charles me hubiera visto llegar, que hubiese dejado relegado la conversación que estuviera manteniendo y que hubiese ido hacia mí, pero no fue él quien salió a saludarme.
La decepción invadió mis facciones. Por suerte, Rafa estaba tan contento de verme que no lo notó.
—Hola, Rafa —Recibí sus afectuosos besos en ambos pómulos.
—Me dijiste que no vendrías —Sus brillaban de la emoción.
—Cambié de planes —Recogí un mechón de cabello tras mi oreja—. Me sabía mal no venir. A lo mejor no tenemos otra oportunidad de hablar —Evidencié.
Apoyó su mano en mi espalda. Aunque no la dejó muy abajo, rozó justo una zona que mi vestido no cubría. Sentía un escalofrío por la cercanía y traté de apartarme sin que diera la sensación de que huía de su caricia.
—Me haces muy feliz, de verdad —dijo, sonriente—. Y estás increíble —Avivó el sonrojo contra el que me peleaba desde que bajé la escalinata—. No recuerdo haberte visto tan guapa nunca —Fingió meditarlo.
Él también estaba muy bien vestido. Me habría gustado decirle algo agradable porque aquel esmoquin negro le sentaba de maravilla, pero no conseguí articular palabra. Tímida a rabiar, toqué la tela de su chaqueta.
—Por Dios, no seas pegajoso —Mi agresivo castellano le provocó unas cuantas risas.
—Usted perdone, señorita Silva —Se burló al sentirme tan cohibida—. ¿Quieres algo de beber? —Me preguntó, haciéndose pasar por un galán de primera categoría.
—Lo siento, pero no —Decliné la oferta y fui caminando junto a él hacia una de las mesas—. Mañana trabajo y necesito estar muy lúcida.
—Cierto, cierto —Sonrió, amable.
La velada avanzó lentamente. Rafa y yo hablamos de muchos temas, nos pusimos al corriente de la vida que había pasado mientras no participamos en el día a día del otro y recordamos viejos tiempos. Fue un buena forma de relajarme, aunque cada pocos minutos echaba la mirada a mi alrededor en busca de unos ojos esmeralda que sentía desde alguna esquina de la sala.
De repente, un desconocido se acercó a saludar a Rafa. Nos presentó y no me pasó desapercibido que lo hizo como si yo fuera su acompañante. Aquel señor debió imaginar que era su pareja, pero llevó la conversación a un terreno de negocios que me dejaba como una simple oyente.
Así pues, sintiéndome excluida del asunto que tenían entre manos, me eché hacia un lado y agarré una bebida después de confirmar que no llevaba nada de alcohol. Notaba la boca un poco seca después de hablar tanto y no podía quedarme sin voz teniendo la clasificación en menos de veinte horas.
Meneé la copa, aburrida, y, de repente, alguien preguntó por mí.
—¿Helena Silva? —dijeron a mi izquierda.
Sorprendida, me giré.
—Sí, soy yo —Solté, apresurada. Sin embargo, cuando puse rostro a aquella voz de hombre, quedé estupefacta—. Christian Horner —musité, más bien para mí misma.
Desgraciadamente, el jefe de equipo de Red Bull lo escuchó y, divertido por descubrirme asombrada de su aparición, esbozó una afable sonrisa. Múltiples arrugas pintaron su semblante; los años pasaban factura a cualquiera, pero no recordaba que se viese tan mayor.
—Ese es mi nombre, sí —Extendió su brazo hacia mí—. Encantado de conocerte.
No me entretuve y dejé aquella copa sobre la mesa que tenía a mis espaldas. En un segundo, me hallaba sacudiendo con suavidad la callosa mano de la cabeza de familia del exitoso equipo que había llevado a la cima del pódium a un joven Max Verstappen.
—El placer es mío, señor —hablé, incapaz de creer que estaba conociendo a alguien a quien había admirado durante años.
—Por favor —Me pidió—, olvida las formalidades.
Sonreí una chispa.
—Claro, disculpe.
Él volvió a sonreír. Incluso soltó unas pocas risitas. Torpe de mí, tardé en entender que se reía de mí insistencia en llamarle de usted a pesar de que, de forma contradictoria, estaba afirmando que dejaría hacerlo.
Hacer el ridículo en las presentaciones importantes era una de mis especialidades, aunque al señor Horner se le antojo gracioso y adorable que la nueva ingeniera de la escudería italiana cometiera el mismo fallo en menos de diez segundos.
Muy amable, me preguntó acerca del jetlag. Quiso saber sobre la experiencia que estaba viviendo. ¿Me gustaba viajar por el mundo? ¿Sentía que esa era la profesión que siempre soñé? En mi cabeza no habría cabido un escenario como ese, con Christian Horner interesándose por mi perspectiva ahora que me encontraba dentro del mundo de la Fórmula 1. Era de lo más surrealista, no obstante, sentirme escuchada por alguien tan reconocido y aplaudido me llenaba de orgullo.
—Creo ... Corrígeme si me equivoco, ¿de acuerdo? —dijo de pronto—. Creo que has tenido algún problema con Max, ¿no es así?
Oh, con que sabe que no me llevo bien con su piloto estrella.
—Bueno ... Yo no diría que ha sido un problema como tal. No hemos congeniado mucho, aunque tampoco he hablado tanto con él —Justifiqué esa poca afinidad que había surgido desde que comenzó la temporada—. No puedo estar del todo segura. Es probable que se sucedieran una serie de malentendidos entre nosotros —Intenté suavizar el tema, pues tampoco creía que mereciera la pena darle más valor.
—Lo hayan sido o no. Me gustaría pedirte disculpas —manifestó, dejándome sin palabras—. Conozco a ese chico —Sonrió con algo de amargura—. Tiene madera de campeón, pero también tiene mal genio y puede ser un maleducado de primera si se lo propone —declaró en contra del piloto que tan felices los hacía.
Esa crítica me valió para ver que Christian Horner no era un padre que se vendaba los ojos, fingiendo que su hijo predilecto no metía la pata nunca y que cualquier cosa que hiciera siempre sería motivo de celebración por parte del equipo. Al poner en relieve los fallos de Max, comencé a ver al jefe de Red Bull de otra manera. Más humano y contestatario para con su familia. Si se debía corregir algo, si había algo que explicar, lo haría. Limpiaría la imagen de Max aunque tuviera que arrodillarme y pedir perdón al mundo entero. Eso le honraba. Su actuación gritaba a los cuatro vientos cuánto amaba que los contratiempos se recondujeran antes de que fue imposible arreglarlos.
—No te preocupes —Analicé le pena que bailaba en sus orbes azulados—. Ya está olvidado. Además, tengo un carácter fuerte y no suelo conformarme con estar callada —Ante mi sinceridad, Horner asintió y mostró una sonrisa de cordialidad que le acercaría a cualquiera—. Dos no pelean si uno no quiere —Añadí, adjudicándome la culpa que me pertenecía.
Siendo justos, mi paciencia desaparecía si hablábamos de Max Verstappen. Si bien él se comportó como un auténtico idiota, yo no me quedé atrás y quise rivalizar con un tipo que no merecía mis minutos, mis palabras ni mi rabia. Yo caí directa en su juego porque era débil cuando tocaban a Charles y a Carlos. Ellos no tenían por qué tragar los desplantes de estúpidos que no podían ver más allá de su propio reflejo.
—Me gusta eso —reconoció aquel hombre. Con curiosidad, contemplé su gesto de aprobación—. Hay que ser valiente y dar la cara cuando algo nos parece injusto.
Ligeramente ruborizada, asentí.
—Gracias.
Una pausa me brindó el tiempo para observar al resto de invitados. No me cansaba de buscar a Charles a pesar de que la situación me invitaba a todo menos a eso.
—Escuché que empezaste tus prácticas con nosotros —comentó con suma tranquilidad.
¿Había decidido sacar ese asunto por alguna razón que yo no conocía?
—Así fue —afirmé.
—Y nos dejaste —Continuó diciendo.
—Sí ... —Jugué con mis labios, extendiendo más aún la capa de pintalabios.
—No vengo para pedirte explicaciones, Helena —anunció, muy sosegado.
—Lena, por favor —Le frené, obteniendo una nueva mirada suya—. Prefiero ese apodo —Puntualicé.
—Por supuesto —Me satisfizo, gustoso—. Como decía, solo me llama la atención que apostaras por Ferrari —Defendió su posición—. Por lo que he oído, parecías bastante satisfecha con el trato que te dimos en Navidades.
Así que había investigado sobre el corto período de tiempo que fui una de las suyas. No llegué a encontrarme con él ni una sola vez, por tanto, se había interesado en mí; había preguntado a todas las personas que se cruzaron en mi camino en invierno. Era la única prueba que necesitaba para ratificar lo que Horner estaba insinuando a lo largo de esa charla: quería saber cuál fue el fallo.
¿Por qué no me quedé en el grupo de los vencedores?
—Es cierto —No mentí—. No tuve ninguna queja de Red Bull durante esas semanas. Simplemente ... Cambié de parecer —Observó mi mueca, tratando de leer mi gesticulación y aferrarse a cualquier indicio que le diera la clave para comprender mi decisión final—. Pensé que quería unirme a Red Bull, a los triunfadores —Los adulé y él me sonrió, agradecido—, pero mis ideas fueron cambiando y la duda mató mi determinación —Rememoré todas y cada una de los interrogantes que inundaron mi mente en aquellos momentos—. "¿Qué pasaría si pruebo con los coches rojos?" "¿Tan malo será?" —Una genuina sonrisa surcó mis comisuras—. Esas preguntas no me dejaban dormir y confío mucho en mi intuición. Si dejo de creer al cien por cien en algo, entonces debo reformularlo —La revelé mi modus operandi—. El resultado fue firmar con Ferrari.
Mi completa explicación le bastó para concebir mejor mi forma de ser.
—Tienes la mentalidad de una ganadora —Emitió su juicio, empeorando notablemente mi rubor—. ¿Te lo habían dicho alguna vez? —Ensanchó la sonrisa, encantado con la lectura que estaba haciendo de mí.
—Sí —Abandoné la modestia por un momento—. Se lo debo a mi padre.
Aunque me doliera hablar de él, aprendí mucho de sus métodos, de sus estrategias y de su capacidad de gestionar los recursos que tenía a la hora de proyectar un futuro prometedor. Papá era un emprendedor y un empresario nato. Yo no recorrí la senda que quería, pero siempre tuve en cuenta sus consejos. Hasta que dejó de dármelos, claro.
—Pedro también es muy fiel a sus principios. Concuerdo contigo.
Alcé la cabeza y vi cómo daba un trago a su bebida.
—¿Conoces a mi padre? —proferí, ojiplática.
No era imposible. Es decir, mi padre tenía muchos contactos, muchos amigos, y sus círculos no hacían más que expandirse. El éxito de los viñedos le abría muchas puertas al cabo del año, así que no me extrañaba que hubiera dado con el eslabón que le remolcaría al hogar de aquellos toros ingleses.
Christian Horner movió la cabeza, afirmándolo.
—Nos presentaron hace unos años en Londres, en una cata de vinos que organizaba vuestra bodega —Me puso al tanto de algo que desconocía por completo—. Hemos mantenido el contacto desde entonces —Parecía alegrarse de haber entablado esa relación de amistad—. Hace un par de meses que no hablo con él. ¿Cómo se encuentra? —Me preguntó, expectante.
Eso debería preguntarlo yo, que llevo casi cinco meses sin comunicarme con él.
No supe qué decir. Aquel era mi punto débil, mi flanco más indefenso, y Horner debió sentirlo ante mi notorio titubeo.
—Bien —Mi sequedad no salvó la respuesta—. Supongo ... —murmuré para mis adentros.
De repente, el jefe de Red Bull se giró en dirección contraria. Un tipo que no me resultaba familiar reclamó su presencia en un pequeño grupo de señores. Todos miraban hacia nosotros, esperando que Horner se olvidara de mí y atendiera debidamente sus demandas.
—Alguien me reclama por allí —Los saludó, cortés. Se colocó más cerca, bajando el tono—. Me ha gustado mucho hablar contigo, Lena.
Me había librado de una buena.
—Igualmente, Christian —Le devolví esas gratas palabras.
Dispuesto a ir al encuentro de aquellos hombres, hizo el amago de volverse, pero recordó algo que no había dilucidado y regresó.
—Tengo una última pregunta —proclamó.
—Soy toda oídos —Agarré mis manos, deseando escucharle.
Él se mordisqueó el borde de su labio inferior, sopesando cómo formular la cuestión sin ser demasiado directo.
—¿Planeas prolongar el contrato con Ferrari al acabar la temporada? —Lanzó su dardo, sin dar rodeo alguno.
Si su plan consistía en parecer vulnerable, lo estaba logrando con creces.
Impactada, intenté recomponerme. No quería que me viera dudar otra vez, aunque lo hacía. Cualquier persona en mi lugar se habría preguntado si iba en serio, si realmente buscaba reclutarme para su causa en los meses venideros. Ya no estaba tanteando el terreno sin más: me estaba proponiendo una escapatoria a la escudería liderada por Mattie Binotto.
No podía responderle nada comprometido. No tenía las armas para hacerlo y quería salvaguardar mi lugar dentro de Ferrari tanto como estuviera en mi mano.
—No lo sé —dije, entrando en unas arenas movedizas de las que no sabía salir—. Imagino que dependerá de lo que me ofrezcan y de lo que yo busque a final de año —Condensé en una sola oración.
Repitió aquel movimiento que señalaba su venia.
—Estoy de acuerdo —Respiré, menos agitada tras saber que no le molestaba mi falta de garantía—. Como bien has dicho, las personas cambian con el tiempo.
—Sí —Le regalé una mueca—. Es ley de vida.
Se adelantó unos centímetros y besó mi mejilla igual que un padre despidiéndose de su hija antes de salir de viaje.
—Pues, si tus aspiraciones de futuro evolucionan y las tornas giran, ven a verme —Me sugirió, bastante seguro de que recordaría aquella sustanciosa propuesta—. Tendré una oferta sobre la mesa para ti. Sin compromisos, tranquila —prometió—. Quedará entre tú y yo.
—Muchas gracias por considerarme apta para entrar al equipo, pero ... —Había una cosa que me echaba atrás.
Sin embargo, Horner ya era consciente de que esa cosa que me preocupaba podría interponerse en su tarea de lanzarme una cuerda y tirar de ella, orientándome hacia el box de Red Bull.
—Max también cambiará —atestiguó, a lo que yo guardé silencio, sintiéndome como un libro abierto—. No será un impedimento si de verdad deseas darnos una oportunidad —Su cálida sonrisa me perseguiría en sueños. No me cabía ninguna duda—. Hablamos pronto.
Con la misma naturalidad que le empujó a hablarme, decidió marcharse.
—Suerte en la clasificación —exclamé por pura educación.
—La suerte no existe —tildó, complacido—. Solo el trabajo duro —Me corrigió—. Adiós.
—Adiós —musité antes de que se retirara finalmente de mi espacio personal.
Lo sentía como algo bizarro, pero la actitud que tuvo Christian Horner conmigo fue casi como ... Como volver a una época en que tenía y presumía de un padre maravilloso del que estaba orgullosa. Un padre con el que ya no intercambiaba nada. Un padre que vislumbré en el jefe de equipo de Red Bull. Un padre que me habría encantado conocer más.
Poco después, Rafa vino a curiosear. No quise interrumpir y esperó a que terminara de conversar con aquella eminencia del deporte. Él me interrogó acerca de la charla y, muy a su pesar, apenas obtuvo algunas pinceladas de lo que hablamos.
Insistió más de lo que predije y creí que tendría que inventar algo para que se olvidara del jefe rival. Cuando Pierre entró en mi campo visual, sonriendo ampliamente, vi la salvación personificada.
Sonrió con esa picardía a la que empezaba a acostumbrarme y se entrometió entre Rafa y yo.
—¡Lena! —Me llamó—. Estás preciosa. La mujer más radiante de todo el barco, si me apuras —Me arrolló en un cordial abrazo.
Rafa, desconcertado, se apartó y observó la escena.
Pierre debió ver en mi rostro una llamada de auxilio que nadie más percibió. Le debía una y, agradecida, se lo hice saber al acariciar su espalda.
—Gracias, Pierre —Nos separamos—. Tú no te quedas atrás —Le tiré un piropo.
—Merci —respondió. Habiendo completado su misión de rescate, se dirigió hacia el joven que no le quitaba el ojo de encima—. ¿Quién es tu amigo? ¿Nos presentas?
—Ah, él es Rafael del Pino —Rafa le tendió su mano, más simpático—. Somos amigos de la infancia —Agregué a la descripción—. Pierre Gasly, piloto de Alpha Tauri —Recité el currículo del francés.
Había un leve halo de sospecha en los ojos de Rafael. Fingí no percatarme porque era más fácil ignorar las pistas que iba dejando para mí.
—Es un placer, Pierre —Le saludó.
—Lo mismo digo. Tengo un primo en Italia que también se llama Rafael —Aportó Pierre, bromeando un poco para relajar el ambiente—. Quizá lo conozcas.
—Bueno —Mi acompañante se carcajeó—, mi nombre es bastante común en la costa mediterránea, pero es posible —Encogió los hombros, aceptando el chiste—. El mundo es un pañuelo.
La lengua me picaba. Quería preguntarle a Pierre por el paradero de Charles, puesto que él debía conocerlo. Era una necesidad de vida o muerte a esas alturas de la noche.
—Desde luego —Rio—. ¿Por qué estás aquí? —Trató de averiguar sin éxito, ya que la sombra conocida de uno de mis pilotos llegó desde las espaldas de Rafael—. Mira quién viene por ahí. Carlos, acércate —demandó.
¿Dónde habían estado todo ese tiempo? ¿Por qué aparecían de golpe ambos?
El madrileño se coló entre Pierre y Rafa, que parecía nuevamente perdido ante la avalancha de rostros desconocidos. Sin ninguna clase de disimulo, me escrutó, entrecerrando los ojos.
—Buenas noches, chicos —Saludó a los varones y, luego, se enfocó en mí—. ¿Te conozco? —Su intento de hacerme reír funcionó a las mil maravillas—. Tu cara se me hace familiar ...
—No bromees, Carlos —Supliqué, sonrojada—. Si supieras cuánto me ha costado salir del hotel ...
Él, al contrario que Pierre, no invadió mi parcela. Extrañamente, se quedó al lado de Rafa.
—Pero si estás fantástica, Lena —arremetió contra mi falta de autoestima.
Correspondí con una sonrisa que bien podría haberse considerado la más sincera de la noche. En realidad, había sonreído tanto durante esa última hora y media que solo sentí cierto alivio cuando percibí el amparo de los chicos que formaban parte de mi vida en el paddock.
—Gracias por el cumplido —dije—. No os conocéis, ¿verdad? —Rafael sacudió la cabeza—. Rafael del Pino, te presento a Carlos Sainz —Hice de anfitriona.
—No nos conocemos, pero he oído hablar mucho de ti, Carlos —Estrechó su mano y siguió abusando del castellano para hablar con él. Si no me confundía, habría jurado que se sintió más cómodo al saludar a Carlos—. ¿Puedo tutearte? —preguntó, respetuoso.
—Claro —Sainz le cogió del hombro, asegurando que quería generar esa cercanía y complicidad entre ambos—. Encantado de conocerte y disculpa que no haya ...
Las palabras de Carlos persistieron en el aire, pululando alrededor de mis oídos, pero mi mirada se desentendió de aquella escena y todo mi cuerpo volcó su atención en acoger la inminente presencia del hombre que había rastreado en todas las paredes y mesas del salón.
Desesperada por girarme, la respiración se me cortó.
Él sabía lo que hacía.
Rozó mi brazo desnudo con la fibra de su chaqueta, reclamándome para sí como buen codicioso. Solo eso y me tenía a su merced.
—Buona notte, Helena —Envió su mensaje en suaves susurros que yo acaparé al segundo.
🏎🏎🏎
Sé que dije que la actualización llegaría durante el fin de semana, pero tengo algunos capítulos terminados y me apetecía publicar el siguiente, así que aquí estamos 🤓
Horner ya le ha echado el ojo a Helena. Nuestra protagonista tiene mucho potencial como ingeniera de pista y al jefe de Red Bull no se le escapa nada uwu
Ya veremos qué ocurre en un futuro con este asunto 👀
Mientras tanto, tenemos a Rafa siendo muy cercano con ella y a Charles haciendo su entrada triunfal al final 7u7
Recordemos que él no sabe quién es el amigo de Helena y que, al no poder decir que están juntos públicamente, siente que Helena se le escurre entre los dedos. Creo que es bastante humano que vea al chico misterioso como una amenaza, aunque en realidad no lo sea ♡
Con suerte, nos vemos este finde 👽
Os quiere, GotMe ❤️💜
20/4/2023
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