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29 || keep it secret

Helena Silva

Primero sentí la calidez de su pecho y la hogareña sensación de sus brazos abrazándome. Después, aquella voz de mujer se hizo más nítida y sobrepasó las barreras del sueño. Todavía no me había movido, ni siquiera había abierto los ojos, cuando distinguí las palabras que llegaban a través de la puerta de mi habitación.

—¿Lena? ¿Estás despierta? —Mis párpados se izaron como resortes. El cuello desnudo de Charles fue todo lo que vi en ese momento—. ¡Traigo la camiseta que me pediste! —gritaron.

Conecté los cables a una velocidad aterradora.

Aunque quedé paralizada, comprendí que se trataba de nuestra compañera, la encargada de redes, imagen y publicidad de Ferrari y, además, una de las personas que pasaba más horas al día con Charles. Se podría decir que, allí donde Charles tuviera una cita o reunión, allí estaba ella. Era, prácticamente, la sombra del piloto monegasco que dormía pegado a mí en esos mismos instantes.

Con ese miedo subiendo por mi garganta, golpeé sus pectorales. No fui muy suave, pero tampoco le asesté un golpe terrible. Charles debería haberse despertado, sin embargo, su quietud me dijo que no sería un trabajo fácil.

—Charles —Lo llamé en susurros. Intenté moverme, atrapada, como si hubieran cercenado mis extremidades en algún punto de la noche—, Charles, despierta —Deslicé mi mano por su cuello, agobiada. Justo entonces empezó a reaccionar, muy aletargado y torpe—. Es Mia —Insistí.

Hizo el intento de desperezarse, soltándome en el proceso.

—¿Qué? —preguntó, ronco.

Yo, acelerada, cogí en mi puño un trozo de su sudadera desabrochada y reclamé su atención a cualquier precio.

—Mia está fuera —Le dije.

—¿Lena? —Su voz se escuchó claramente en el cuarto. Ambos nos incorporamos, sobresaltados—. ¿Te has quedado dormida? Son más de las siete y media.

Una sucesión de escenas se proyectaron desde mi mente y ninguna de ellas apaciguaba ese pánico que palpitaba en mi interior, así que me forcé a hablar para que no sospechara más.

—¡Voy, Mia!

Aparté el pelo de mi cara y procuré no sumergirme en la histeria que llamaba a mi puerta.

Charles, un poco más tranquilo, salió de la cama y masajeó sus sienes. El velo del pesado sueño no le dejaba pensar en paz. Al contemplar mi nerviosismo en primera línea, maldijo.

—Joder —Se tocó los labios, inquieto. Tras una breve pausa, continuó—. ¿Y qué hacemos?

Si lo encontraba en mi habitación, tendríamos que enfrentarnos a todo lo que habíamos evitado esas semanas anteriores: preguntas, dudas y juicios de otras personas que no conocían el vínculo que había entre nosotros.

Apreciaba muchísimo a Mia, pero no cabía en mi cabeza que esa encerrona acabara con una explicación urgida que incluso ella podría cuestionar. No podía valorar esa opción, por lo que, lamentando que mi inseguridad fuera tan traicionera, sostuve el brazo derecho de Charles. Él me contempló con los nervios a flor de piel.

—Esconderte —Decidí—. Eso hacemos.

—¿Y dónde ...? —Parecía dubitativo.

¿Debajo de la cama? ¿En el armario vacío? Ningún lugar era lo suficientemente bueno para evitar la catástrofe que nos sobrevolaba, pero la puerta entreabierta del cuarto de baño se proclamó vencedora.

—Al baño, rápido —Le arrastré hacia allí.

—¿Pasa algo? ¿Necesitas ayuda? —Se pronunció Mia, empezando a preocuparse por mi tardanza.

—¡No, no! —Eché a Charles dentro del cuarto. El corazón me iba a mil pulsaciones por minuto; aquel retumbar camuflado de bombeo sanguíneo obstruía el sonido que entraba por mis oídos—. ¡Es que tengo la habitación hecha un desastre! ¡Dame un momento!

—Eso es cierto ... —Confirmó él.

Ciertamente, el escritorio estaba plagado de documentos y de vasos de café vacíos. Si hubiera tenido mi equipaje, la escena habría sido mucho más dantesca.

—Por favor, Charles —supliqué, agobiada—, no hagas ruido.

—Pero ... —Su reclamación quedó en nada.

—Ssh ... —Lo mandé a callar y cerré la puerta en sus narices.

Me armé de todo el valor que había reunido en esos escasos segundos, adecenté un poco mi adormilado aspecto y tomé mis gafas de la mesilla de noche. Cuando abrí la puerta principal y sonreí a Mia, me repetí a mí misma que debía llevar a cabo el mejor papel de toda mi vida.

—¿Estás bien? —preguntó, frunciendo ligeramente el ceño.

—Ah, sí. Estoy genial —respondí mientras el pulso se me desviaba, convulso—. He dormido ocho horas, así que no puedo quejarme —Asentí, fingiendo una normalidad que no me pertenecía en absoluto—. ¿Y tú? ¿Cómo llevas el jetlag?

Mi amabilidad podría haberle hecho sospechar, pero Mia siempre dilucidaba mi vena más sosegada aunque la situación se estuviera desmoronando y, por una vez, esa lectura suya, tan bondadosa y benévola, ayudó a que mi mentira no se desmoronara.

—Lo soporto, que no es poco —habló, sonriéndome con la empatía por bandera—. Aquí tienes —Me dio la camiseta que Charles le pidió esa misma noche fingiendo ser yo—. ¿Puedo pasar? —inquirió de repente.

Dudé. Ella lo notó al instante, pero sabía que negarle la entrada sería un error fatal del que únicamente obtendría incomodidad y justificaciones baldías. No podía arriesgarme a que pensara que ocultaba algo.

—Claro, pasa —Me moví, dejando espacio. Durante ese pequeño fragmento de descanso, vi cómo la mano de Charles salía del cuarto de baño para coger sus Nike blancas—. Muchas gracias por prestármela —Reclamé su atención, que viajó de mi rostro hasta la prenda roja, y así le di un par de segundos a Charles para volver a esconderse en la oscuridad del baño—. Mia, ¿no tienes que ...?

—¿Acompañar a Charles en el desayuno? Sí —suspiró. Ella avanzó hasta la cama y se sentó en el filo de esta—. Ayer ya nos topamos con varios fans y hoy seguramente el hotel esté repleto, pero Charles no contesta mis mensajes —Me explicó, un tanto desesperada por la desaparición del chico—. Creo que a los dos se os han pegado las sábanas hoy —Bromeó.

—Sí, puede ser —musité, abochornada.

¿Por qué diablos no había sonado el despertador? Además, aunque se diera la posibilidad de que mi alarma no saltara a las siete en punto, Charles también tenía una configurada en su teléfono.

—¿Te importa que espere aquí? —La miré de nuevo—. Ya he subido a su planta y nadie abre la puerta. No sé dónde puede estar —Se lamentó.

—¿De verdad? —Fingí extrañeza y caminé hacia la silla donde había dejado mis pantalones vaqueros y mi sujetador negro la noche anterior—. Eso es raro.

¿Qué pensaría si me veía con la ropa desencajada y revuelta y lo relacionaba con la ausencia de Charles? No había ocurrido nada entre nosotros. Solo dormimos en los brazos del otro. No obstante, Mia no tenía en su conocimiento esa información y podría imaginar que se habían dado más que palabras amistosas a lo largo de la primera madrugada en Miami.

—Sí ... Puede que saliera con Joris anoche —Barajó, devanándose los sesos para hallar una razón que explicara su volatilización—. ¿Debería llamarlo otra vez? —Buscó mi consejo y palpó su móvil—. Tampoco responde a las llamadas.

En la apurada revisión del resto de mi habitación, me percaté de que el teléfono de Charles estaba entre las sábanas, apenas unos veinte centímetros detrás de Mia. A sus espaldas tenía la prueba de que el piloto no se había desintegrado y que, definitivamente, no había pasado esa noche en la suite de lujo que le habían designado.

El pánico me nubló la vista por un momento. Afortunadamente, recogí la ropa que necesitaría si quería salir de allí y proseguí con aquella peliaguda conversación.

—¿A Charles? —Mia movió la cabeza, afirmando—. No creo. Si salió, estará en el séptimo sueño —Intenté disuadirla con la premisa más vacilante de la historia—. No te responderá aunque quemes su bandeja de entrada.

—Típico de él —Me secundó. No entendía cómo confiaba en mi argumento, pero lo hacía. A lo mejor valoraba bastante mi opinión. No estaba segura—. Le preguntaré a Joris primero —Se decidió por una de las alternativas que no me asfixiaban.

Joris podía cubrir a Charles, pero, en el caso de que no lo hiciera por creer que su ayuda no era necesaria, ganaría tiempo para vestirme y bajar junto a Mia al comedor. Solo de esa forma podríamos agarrarnos a un clavo ardiendo y escapar de la encerrona airosos.

—Genial. Yo ... Yo voy a cambiarme —Le enseñé mi ropa—. ¿Te quedas aquí, entonces?

—Perdona —Su disculpa me desorientó—. ¿Quieres que me vaya mejor?

Sacudí mis manos, aterrada de que se levantara y ubicara su móvil en mi cama.

—No lo digo por eso, tranquila —Sonreí, nerviosa—. Podemos bajar juntas al desayuno y esperar allí a los chicos. Si me das cinco minutos, estoy lista —Le aseguré que no tardaría.

Conforme, cruzó ambas piernas.

—Perfecto. Así reviso el cronograma para hoy.

—Vale, pues ... —Me acerqué hacia el cuarto de baño, cuya puerta no estaba del todo cerrada—. Salgo enseguida —Y me escurrí dentro de la silenciosa estancia.

Ya dentro, cerré correctamente la puerta y encendí las luces a ciegas. Tras presionar la llave de la luz, apoyé mi frente sobre la fría superficie de madera.

—¿Estamos metidos en un lío? —El interrogante de Charles me hizo tragar saliva.

Lo estaríamos si no sacaba a Mia de mi cuarto pronto.

—Todavía no —Exhalé, volviéndome hacia él—, aunque tu teléfono móvil está en la cama. Justo detrás de ella —Fui más específica.

El estrés protagonizaba su pálido semblante. Si bien no estaba tan asustado como yo, también temía que el resultado de aquellas maniobras fuera desafortunado para la privacidad de nuestra reciente relación.

A él no le afectaba mucho que otros lo supieran, pero sufría por mí, porque era consciente de que necesitaba controlar los parámetros del romance que estaba surgiendo a toda costa. Mis malditos miedos requerían que sucediera de dicha manera. No dejaría en manos de nadie la seguridad de mi tranquilidad. Ni siquiera si ese alguien resultaba ser Mia, una de las personas en quien más confiábamos dentro de Ferrari.

—Mierda —Escupió, tocándose el cuello.

—¿Lo tienes en silencio? —Quise averiguar.

—Sí, pero el modo vibración se escucha igualmente —Me contó.

El sudor en la palma de mis manos no vaticinaba nada bueno. Un sudor frío, de esos que no te sueltan hasta que te tienen de rodillas, arrepentida por algo de lo que no te deberían tachar de culpable.

—Espero que no te llame —Susurré al tiempo que me sujetaba al lavabo de mármol blanco—. Dios mío ... —bisbiseé en castellano—. Esto va a acabar conmigo.

¿Vas a aguantar estos terremotos, Helena? ¿Podrás soportar las subidas y bajadas de adrenalina? ¿Lo afrontarás siempre como si el mundo fuera a despedazarse delante de ti? ¿Esa es tu intención?

La mullida fibra de su chaqueta entró en contacto con la piel erizada de mi brazo.

Tesoro ... —Me llamó, amedrentado.

Iba a mirarle, a mantenerme constante en el deseo que nos unía o a declararle mi derrota definitiva, pero la voz de Mia llegó como un trueno a través de la puerta.

—Joris dice que no está con él y que anoche no salieron a ninguna parte —declaró.

¿Estar con Charles no es importante para ti? ¿De verdad vas a rendirte? Aún no ha comenzado nada. Aún no has puesto nombre a tus sentimientos y le has sido sincera, así que trágate esos reproches y deja de preocuparle. No se merece ver cómo te rompes por terrores que solo habitan en tu maldita cabeza.

—¿Les has preguntando a Andrea o a Carlos? —hablé en alto—. A lo mejor está desayunando con ellos.

No. Está aquí. Conmigo.

—Voy a preguntarles —Me comunicó, aprobando la idea.

Respiré tan hondo que, por un instante, perdí el sentido de lo estaba haciendo.

La mano de Charles rozó mi brazo con cierta precaución.

—Vale ... —Bañé de saliva mis labios—. Podemos salir de esta —Me dije a mí misma. Segundos después, me aferré a su vigilantes facciones, que permanecían rígidas y atentas a mi plan—. Tú ...

Sí?

—Gírate.

No esperaba recibir esa orden. Lo vi en su semblante.

—¿Que me gire? ¿Por qué? —Exigió saber.

Le mostré la ropa que traía entre manos, aunque él ya se había fijado en ella.

—Tengo que cambiarme antes de que te llame por teléfono y descubra dónde estás —farfullé, sonrojada.

Nunca había llegado más allá de meter sus dedos bajo mi camiseta en caricias inocentes. Comprender que tendría que desvestirme con él presente hacía que mi sangre subiera a la estratosfera y pintara de un fuerte color granate mis mofletes. Si mi ritmo cardíaco ya era más que preocupante, verbalizar aquello me transportó de forma automática al siguiente nivel de retraimiento.

¿Había pensado alguna vez en ese momento?

Charles no se negó. Al contrario, retrocedió y fomentó la distancia entre ambos.

Supuse que mi obvio reparo ejerció un efecto de retroceso en él del que no habría podido escapar mientras yo me sintiera así.

—De acuerdo —Aceptó, alejándose.

Se detuvo en mitad del baño, ofreciéndome su ancha espalda y un picor de lo más traicionero.

En un principio, mi capacidad de movilidad se redujo a un porcentaje tan minúsculo que incluso mis pestañeos fueron bloqueados. Con los músculos chillando de pura impaciencia, apreté las prendas entre mis brazos y, sigilosa, hice exactamente lo mismo que Charles había hecho; di media vuelta y clavé mis acuosos ojos en la puerta que nos separaba de Mia.

Mirando en direcciones opuestas, guardamos total silencio. Lo poco que lograba oírse en aquel cubo de azulejos brillantes era la fricción de las distintas prendas que manejaban mis temblorosos dedos.

Para empezar, me coloqué los pantalones vaqueros. Me obligué a creer que Charles seguía con la mirada puesta muy lejos de mí y los abroché. Al sacarme la camiseta que había usado durante la noche, mi torso quedó expuesto. Desde su posición solo alcanzaba a ver mi espalda desnuda. Se sentía tan terrorífico como excitante que pudiera estar observándome y ese frenesí pulsó la tecla adecuada, ya que, en un arrebato por acelerar, introduje las asas de mi sujetador y las llevé a mis hombros. Cuando quise acoplar los pequeños anclajes, el sudor que resbalaba por mi mano lo convirtió en una misión imposible.

Luché con esos enganches durante casi un minuto, pero todo tiene su límite. Conocía ese sujetador mejor que a mí misma y, aún así, no pude ponérmelo como siempre hacía.

—Charles —Su nombre salió disparado de mi boca. Eché la mirada sobre mi hombro y así comprobé que él no me espiaba—, ¿puedes ...? ¿Puedes ayudarme con el cierre? —Entonces, se volvió levemente. El desafiante brillo de sus ojos hizo que retrocediera, regresando la vista al frente. El pavor de que me mirara no se marchitaba en absoluto—. No consigo ...

Al instante, sentí la punta de sus dedos en mis omoplatos. Paralizada, clausuré mis comisuras. Contemplar las marcas de aquella puerta se convirtió en un pasatiempo que me sirvió de refugio al percibir las suaves pinceladas que Charles repartía por mi constreñida espalda.

Delineó lentamente el trayecto de las tiras negras de mi sostén. Él, nada comedido en la tarea que tenía por delante, cogió ambas partes de la prenda y se propuso unirlas. Yo me encogí, ocultando cuanto pude mi pecho. No ganaba seguridad haciéndolo, pero me dio unos segundos para pensar y recordar que hacía mucho tiempo que alguien ponía sus manos en esa zona de mi cuerpo.

A pesar de que Charles me tocaba con calma y respeto, mi mente se incendió, imaginando tantos escenarios como ganas tenía de que mi pudor desapareciera. Si dejara de temer esa vieja historia acerca de no estar a su altura, de no ser lo que él anhelaba, lo habría arriesgado todo.

Sin embargo, notando la tensión, Charles fue el encargado de rebajar mis inconstantes resuellos. Precavido, unió los encajes sin problema y finalizó su excelente actuación tras dejar un suave beso en mi hombro derecho.

Rilassati —susurró contra mi piel—. Tutto é controllato. Ok? —Sabía que estaba esperando cualquier respuesta, por precipitada que fuera, pero solo le brindé un denso silencio—. Helena, escúchame —Me hizo girar al poner sus manos en mis brazos desnudos. Charles relajó su mirada y yo destruí el escudo que había forjado entre mi torso y él—. Ella no sospecha y, si lo hiciera y se termina enterando, ¿no crees que nos guardaría el secreto? No te pongas nerviosa, ma vie —Acarició mi barbilla, animándome—. No es tan grave como parece.

Mis brazos ya no entorpecían el camino de sus ojos hasta mis pechos, recién cubiertos por la tela del sujetador. Aunque no había ningún impedimento, aunque podía mirarme tanto como quisiera y quedarse con el más que generoso volumen de mis senos, no se precipitó y mantuvo sus pupilas conectadas a las mías.

—Lo siento —Me disculpé, ruborizada—. En realidad, no sé qué me pone más nerviosa: que Mia esté fuera o la poca ropa que llevo encima —Reconocí que mi pasividad partía también de aquella exhibición.

No era necesario que se lo confirmara, pues conocía muy bien el significado de mis movimientos evasivos, pero escucharlo de mi propia voz le otorgó algo más de confianza en lo que hacía.

Una endeble sonrisa surcó su semblante.

—Lo último no debería preocuparte —comentó—; me gusta lo que veo, con más o menos capas de ropa —Se tomó la licencia de apartar el cabello que enturbiaba su visión de mi rostro y siguió hablando—. Me gusta porque eres tú. No deberías tener dudas sobre eso.

Sus palabras de validación apaciguaron las tormentosas ideas que me torturaban sin descanso.

—Te pedí que no miraras —Le eché en cara, acudiendo a mi sentido del humor.

—No, chérie —Puso su mano entre mi mejilla izquierda y el comienzo de mi cuello—. Me pediste que diera la vuelta —clarificó con un deje de ironía.

Estuve cerca de sonreír.

—A veces eres inaguantable —manifesté.

Inclinándose, intentó encontrar el hueco que le llevaría al beso que había perseguido desde que volvimos a estar solos.

—Sí que lo soy ... —Se reveló como un orgulloso traidor.

No me molestaba que lo hubiera hecho, pero estaba segura de que no era verdad. Habría puesto mi mano sobre las brasas y apostado por su juego limpio. Solo estaba intentando levantar mi autoestima porque ese cometido era de sus favoritos: piropearme y crear una balda sólida a la que sujetarme, independientemente de las dudas que tuviera sobre mí misma.

A pesar de mi agradecimiento, estábamos en una situación complicada, así que me ladeé y esquivé su boca. Un tanto arrepentida, observé nuestro reflejo en el espejo.

Saqué la tarjeta de mi habitación del bolsillo de mis vaqueros y la introduje en uno de los suyos.

—Asegúrate de que está cerrado cuando salgas —Le solicité mientras tomaba la camiseta de Mia.

Él se apoyó en el lavabo, examinando el blancor de la piel de mi espalda, justamente interrumpido por el tono oscuro del sujetador que acababa de abrochar.

—¿Esa es la despedida que me vas a dar? — insinuó cierto desagrado.

—Es la que mereces, Leclerc —dije, pasando mi cabeza por el hueco de la camiseta.

—¿Por haberte mirado un poquito antes? —Tiró un poco de la prenda, ayudándome a bajarla.

—Así que lo has hecho —Le acusé.

—Bueno, intenté no hacerlo, pero ... —titubeó, haciéndose pasar por inocente.

Agité la mano, negándome a considerar sus divertidas excusas. Esa indiferencia no era real y Charles lo percibió al vuelo, pero calló y observó con atención cómo me inclinaba para lavarme la cara con algo de agua fresca.

—No quiero explicaciones —respondí y empecé a sacarme con la primera toalla que tuve a mi alcance.

Sin hacer ruido, se acercó a mí. Su proximidad me echaba hacia el límite, como si estuviera probando la facilidad con la que podía poner patas arriba mi exhausto corazón.

—¿Qué puedo hacer si me lo pones tan difícil? —Achacó sus indecentes actos a la tentativa que yo le suponía.

—¿Me culpas a mí? —No alcé demasiado el tono.

Me indignaba que intentara escaparse con el simple argumento de que se volvía un hombre más indecoroso, menos caballeroso, si me exponía a él de aquella forma. Aunque estuviera bromeando al respecto, ese impulso de queja podía con mi autocontrol.

Al mirarle, leyó la molestia en mi gesto. Su argucia surtía efecto en mí, tal y como deseaba. No había llegado el día en que pudiera medir mis arranques inquisitivos y lo utilizaría a su favor siempre que viera la oportunidad.

Se aproximó más. Yo no retrocedí, plantándome frente a sus acusaciones.

—De verdad ... —masculló—. No tienes ni idea de cuánto me está costando no tocarte ahora mismo —dijo con voz áspera.

—Tú te lo has buscado —Me giré nuevamente y atrapé mi bolsa de maquillaje. Sin embargo, después de analizar mi imagen en el espejo, me di cuenta de que las ojeras que tanto me preocupaban habían disminuido hasta ser casi invisibles al ojo humano. No necesitaba corrector porque la compañía de Charles ya había corregido todas mis marcas de cansancio—. ¿Cómo se dice en francés? ¿Un voyeur? —Me resistí a sonreír.

Empujó su pierna contra mi cadera.

—Me estás provocando adrede.

—¿Yo? —proferí, sin alterarme mucho—. ¿Por quién me tomas? —Busqué sus orbes a través del espejo.

No me devolvía la mirada. Charles se enfoca por completo en mí, en no caer en la tentación que habría creado para él.

—Cuando sacas esa obstinación, eres ... Eres la mujer más atractiva que he conocido nunca —proclamó, deslumbrado por el enamoramiento que sentía.

Por primera vez en esos minutos, me pregunté si había estado mintiendo o si, al contrario, había algo de certeza en sus explicaciones, por muy cuestionables que parecieran. Si me había mirado, entonces, ¿lo que vio había sido de su agrado?

¿No lo estaba exagerando con la intención de hacerme sentir mejor? Es lo que suele hacer la gente cuando quiere ... ¿Qué quieren conseguir? ¿Quedar bien con los demás? Puede, pero no es así con Charles. Él no tiene motivos para mentir a conciencia.

De repente, el calor de mis mejillas se trasladó a otras partes de mi complexión.

—Buen intento, Charles —balbuceé, tímida.

Se precipitó contra mi pómulo, besándolo y haciéndome perder el equilibrio. Aunque me aferré al borde del lavabo, su proximidad era peligrosa para mi contingencia. Sabía que no lo aguantaría, que me derrotaría y que caería como una pieza de dominó.

—Vamos ... —Ese susurro me destrozó y, tan pronto como pude, cambié de postura, permitiendo que Charles me echara contra la pared, persuasivo—. No me rechaces, Helena —dijo con lástima.

De pronto, rocé el jabón de manos y este cayó al suelo.

Si hubiera sido responsable y consecuente, habría frenado a Charles. Habría recogido el objeto caído. Habría reconducido mi actitud. Sin embargo, le di paso y olvidé aquel golpe para separar mis labios. Embriagada, relajé mis tensionadas extremidades y recibí el calor y la humedad de su boca.

Estremecida por entrar en contacto con su lengua, me hice tan pequeña y él tan grande que no me arriesgué. No arriesgué nada y me dejé llevar por la sensualidad de aquel beso porque ... No recordaba un solo momento compartido con Charles en que hubiera sentido esa picazón en mi vientre bajo. No lo recordaba, pero me prometí que, a partir de entonces, recordaría y protegería esa sensación como oro en paño.

No mentía. Si hubiera mentido, no me habría besado de la manera en que me besó.

—¿Está todo bien, Lena? —preguntó Mia al otro lado de la habitación.

Estuviéramos perdiendo el norte o no, el erotismo de ese beso colapsó todo deseo de ser correcta y deberme a mi trabajo, a la moralidad que siempre había regido mi vida adulta. Charles sepultaba ese esfuerzo bajo sus sigilosas y pasionales caricias. No le importaba que nuestra compañera andase a pocos metros. En lugar de apartarse, levantó mi barbilla con el objetivo de tener un mejor ángulo antes de atacarme por segunda vez y profanar mi cavidad a su gusto.

En un momento de lucidez, temí que Mia se acercara al baño. Mi silencio la pondría en alerta. Por tanto, moví mi rostro hacia la izquierda, rechazando a un Charles absolutamente descontrolado.

—Sí —grité para que ella me escuchara, pero solo conseguí decir aquello, pues él ya estaba reconduciendo su dirección—. Perfectamente ... —Y ahogó mis palabras en un beso sucio, desquiciado.

¿Un deseo desorbitado como ese estaba permitido? ¿No violaba las reglas de lo ético? Porque a mí me dio la sensación de que era lo más lascivo que había vivido en mis propias carnes nunca.

En pleno jadeo, desesperada por recabar algo de aire, Charles me mostró piedad. No supe cuánto necesitaba ese respiro hasta que lo agarré y una pequeña brecha nació entre sus despiadados labios y los míos, maltratados como pocos.

—¿Puedo desnudarte otra vez? —Formuló una pregunta que no entraba en mis expectativas.

Entendía que se refería a volver al inicio, un par de minutos en el tiempo, a esos instantes de nerviosismo, mientras yo me vestía y él podía disfrutar con la libertad que quería de esos lugares que todavía no había visto en riguroso directo. No obstante, mis cuerdas vocales cifraron una contestación diferente.

—No hables como si ya lo hubieras hecho ... —Arremetí, alterada.

—¿Si te narro detalladamente cómo lo hacía en el sueño que he tenido —Relamió sus comisuras, sediento de una experiencia que no lograba sacarse de la memoria—, me das permiso para demostrártelo?

Calmándome, succioné mis labios. No quería que se los llevara, así que se los negué escondiéndolos a sus ojos de depredador natural.

—Ni hablar —declaré—. Mia sigue fuera.

Quería que me sacara la ropa a tirones si así lo prefería. Quería perder toda esa vergüenza y entregarme a lo que estaba proponiéndome, pero no en unas circunstancias tan complejas.

¿Cómo iba a salir de ese cuarto de baño después de haber compartido más que unos besos con él?

Incapaz de imitar la moderación que brillaba en mí, masajeó mi mejilla.

—Eso hace que me apetezca más ...

El fino hilo de su voz cayó, derramado, en mi boca.

Esa ronda de besos fue más breve, pero igual de intensa. Cuando hallé la abertura, él apenas podía despegarse del sanguinario paisaje que estaba creando. Con mis labios hinchados y magullados gracias a sus agresivos asaltos, susurré la sucesión de palabras francófonas que me tenían atada de pies y manos.

—Charles Marc Hervé Perceval Leclerc ... —Traté de ejercer algo de fuerza contra su pecho.

Tras escucharme, retrocedió, no por sensatez, sino por una grata sorpresa que vi en sus pupilas verdes.

—¿Desde cuándo sabes mi nombre completo? —Dudó, jadeando.

Lo alejé más de mí y la trayectoria hizo que terminara a un lado de la ducha, justo detrás de la puerta.

—Desde que me encargo de tu radio —Resolví y aquel dato le motivó a sonreír con una maldad que me excitó súbitamente. Aproveché para volver a chupar mis labios—. Quédate calladito hasta que salgamos —Le di las pautas exactas.

Observé su nuez subir y bajar. Todavía estaba sofocado; sus pómulos enrojecidos, la boca entreabierta y brillante y su mirada retadora eran la prueba viviente de que necesitaría de unos minutos sin mí antes de dar la imagen de tranquilidad que todos buscarían cuando apareciera en el comedor del hotel.

Habíamos sobrevivido a la peor pesadilla de cualquier pareja primeriza. Aprender a parar aunque no quieras es ... Es horrible y estimulante a la par. Yo aún no me sentía recuperada, pero quedarme allí no era viable.

—Ni siquiera respiraré, chérie —juró el monegasco.

—Bien —espeté, respirando con dificultad. Me adelanté porque no podía irme sin más y él me entregó un último beso que no hizo justicia a los disparates que venían a mi cabeza—. Espero que me cuentes lo que soñaste, campeón —Murmuré, insolente. Después de grabarme a fuego la sugerente curvatura de sus labios, apagué las luces y abrí la puerta del cuarto. Mia, sentada en mi cama y ajena a lo que había ocurrido en el baño, me miró con la inocencia que anhelaba. Mis piernas temblaban ligeramente cuando llegué a ella—. Perdón, Mia. He tardado más de lo que pensaba —Me excusé, mintiendo con astucia—. ¿Bajamos? —Y sonreí.

Veinte minutos después, me levanté de la silla que había elegido y dejé la mesa. La voz de Carlos, que hablaba sobre algo con Andrea, me persiguió hasta la primera isla con comida. Eché un vistazo a mi reloj de muñeca, preguntándome por décimo quinta vez cuándo aparecería el piloto más joven de Ferrari.

Hambrienta, elegí un plato limpio y di un paseo alrededor de las distintas mesas del buffet libre. Al ver la máquina de zumos, me acerqué a ella y olvidé mi plato vacío a un lado de la atestada mesa.

Al estar tan descansada y despierta, la idea de tomar café huyó de mi mente como un cohete. Me apetecía algo frío. El tiempo en Miami era abrasador, por lo que quería algún líquido que enfriara mi interior antes de empezar un día cargado de reuniones y análisis de gráficas como el que tenía por delante.

Unos pasos livianos captaron mi atención, pero no me giré. Simplemente, me guié por mi oído y por mi buena memoria, que sabía a quién pertenecían dichas pisadas.

Bonjour, ma belle —Su aliento se entremezcló con mis mechones azabaches.

Mi sonrisa más sincera salió a flote. No alcancé a controlarla y él se deleitó al encontrarla presidiendo mi rostro.

—¿Qué ven mis ojos? —exclamé y presioné el botón reservado al zumo de naranja—. Charles Leclerc en persona.

—¿He tardado mucho? —inquirió.

Se apoyó en el filo de la gran mesa, mirándome. Yo, por mi parte, me concentré en el fluido anaranjado que llenaba mi vaso.

—Mia está desesperada —Le comuniqué—. Incluso ha pensado que te podrían haber secuestrado o algo así.

Resistí la tentativa de reír, pero Charles no lo logró.

—No iba desencaminada —Se aclaró la garganta, disimulando horriblemente mal—. Le pediré disculpas en un minuto —aseguró antes de fijarse en la variedad de sabores frutales que traía esa máquina—. ¿Hay zumo de melocotón? Merde, hacía siglos que no encontraba en los hoteles —Se apoderó de un vaso y lo colocó en la ranura indicada. El ruido del mecanismo evitó que las personas que escogían su desayuno al otro lado de la mesa se interesaran en nuestra charla matutina—. Antes no he podido decírtelo, pero tienes mejor aspecto —expresó, satisfecho con esa mejora.

Imaginaba que muchos se habrían percatado de la llegada de Charles, pero, por primera vez en semanas, no me sentí igual que un conejo a punto de ser cazado. Así pues, confiada, me giré y choqué de lleno con sus bonitos ojos.

—¿Por qué será? —Fruncí el ceño.

—¿Por tu nueva almohada, por ejemplo? —Planteó él, risueño.

Bajé la vista. Su vaso estaba casi lleno.

—Por ejemplo —admití—. Gracias por quedarte conmigo anoche.

Una vez el pitido sonó, el incómodo sonido de esa maquinaria industrial cesó. Alargué mi brazo izquierdo y cogí el vaso de zumo de melocotón. Se lo ofrecí, aunque Charles decidió escrutarme porque ese tiempo juntos estaba acabando y quería prolongarlo.

Él se marcharía a grabar para el canal de Ferrari y preparar algunas entrevistas que los medios americanos habían concertado para sendos pilotos de la Scuderia.

Yo me atiborraría a reuniones y a estrategias que tendría que explicarle al día siguiente.

Sonriendo, tomó el vaso de plástico y rozó a propósito mis dedos.

—Solo tienes que llamarme, chérie. Iré. Ya lo sabes —Le dio un trago a la bebida dulce y ojeó a la pareja de fans que nos espiaba a escasos metros de distancia. Sin realizar ningún gesto comprometido, sacó mi tarjeta de sus pantalones grises y la deslizó sobre aquella mesa—. Gracias a ti por abrir la puerta.

Tomé el pedazo rectangular de plástico y lo guardé donde correspondía.

Me sentía tan bien que no hubo pensamiento intrusivo que me molestara. Sin darme cuenta, tenía mi vaso en la mano derecha y, dos segundos más tarde, había cogido impulso para acercarme y besar uno de sus hoyuelos.

Ensalivé mis comisuras, rememorando el revuelto de sentimientos que aquel chico me había provocado a escondidas del mundo.

Su sonrisa fue consumida por la perplejidad que le generaron mis inesperadas acciones.

Silenciosa, recogí mi plato vacío y luché con la inmensa ola de emociones que rompía en mi pecho.

—Ten un buen día, Charles —Le deseé, alejándome.

¿Qué pensaría la gente que había contemplado mi muestra de afecto? No me importó. Esa novedad me alegró más que cualquier buena noticia. No duraría mucho tiempo con aquella actitud de indiferencia, pero me bastó con una vez para saber que debía trabajar en ello.

El semblante de ilusión con el que Charles me despidió merecía que invirtiera todo mi esfuerzo en superar el miedo a la opinión pública.

—Igualmente, Helena —dijo, maravillado.

Me marché de allí antes de que esos jóvenes reclamaran la atención del exitoso piloto de Fórmula 1 que se había llevado mi corazón.

—Charles, ¿puedes firmarnos las gorras?

El hecho de que tardara en responderles, me sacó una tonta mueca de pura satisfacción.

—Claro —afirmó él.








🏎🏎🏎

Cuarto capítulo del maratóNNNNN 🤙🏻🔥

Espero que estéis disfrutando de estos capítulos tanto como yo disfruté escribiéndolos ♡✨

Nos vemos mañana con el último cap 😊

Os quiere, GotMe ❤️

14/4/2023

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