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28 || delicate

{Delicate — Tailor Swift}

Helena Silva

La llegada a Miami fue estresante. En el aeropuerto, confundieron mi maleta y, cuando fui a reclamar, me explicaron que, debido a un error, la enviaron a Nueva York y que tendría que pasar un par de días sin ella. Todo el papeleo que tuve que rellenar no fue nada bueno para mi agotamiento. Tantas horas sin apenas dormir, con desagradables turbulencias y dos niños en los asientos traseros gritando durante todo el maldito viaje.

Al llegar a nuestro hotel, solo quería tirarme a la cama y cerrar los ojos quince horas seguidas. Por desgracia, tenía que hacer comprobaciones con los datos que me pasaron los ingenieros jefes y no pude descansar realmente hasta las once de la noche. Aunque no me quedaban energías, fui a la ducha con la esperanza de espabilarme y poder seguir con mi trabajo.

No es necesario decir que fracasé estrepitosamente.

Después de secar un poco mi cabello y agradecer por tenerlo corto, me miré al espejo del cuarto de baño. Las bolsas oscuras bajo mis orbes no eran ninguna broma, así que me lavé los dientes y salí para vestirme con la única muda de ropa limpia que había traído en mi bolsa de mano.

Si mi maleta no llegaba, tendría que pedirle a Mia una camiseta de Ferrari que usar a la mañana siguiente. Con esa idea en la cabeza, agarré mi teléfono y busqué su contacto en la agenda, pero una llamada entrante de Charles truncó mis planes.

Tan pronto como leí su nombre en la pantalla, deslicé la línea verde y activé el altavoz. Estaba terminando de vestirme con los pantalones cortos que guardaba siempre para emergencias, por lo que lancé el móvil sobre el colchón y lo saludé.

—Hola, señorito Leclerc.

Hola, señorita Silva —Continuó mi tendencia, alegrándome la noche con una tontería como esa—. ¿Llamo muy tarde?

El reloj de pared marcaba las once y media.

—No —Le tranquilicé—. Acabo de salir de la ducha, pero estoy taaaaan cansada —exageré, con mi estamina bajo mínimos.

Cada segundo que pasaba, más tensos sentía los músculos. El dolor de cabeza que engendraba mi falta de sueño era preocupante, sin lugar a dudas.

Ha sido un día agotador —dijo él, afectado también por un viaje tan largo—. El jetlag tampoco ayuda.

—No ayuda en absoluto —Le di la razón—. Creo que anoche dormí menos de tres horas. Ni siquiera sé cómo sigo despierta —Me lamenté.

Masajeé mi cuello y eché la mirada al techo de la habitación.

¿Estaba hospedado en la suite de lujo? No tenía la certeza de que le hubieran dado el cuarto VIP en esa ocasión, pero un rumor en el pecho me pedía saberlo.

Entonces te dejo descansar, chérie —concluyó sin previo aviso—. Mañana nos vemos, d'accord?

—Charles —Impedí que colgara.

Con mis pupilas puestas en la pantalla, comprobé que el tiempo de llamada subía.

No quería sonar desesperada. No quería estar desesperada por verle o por alargar aquella conexión telefónica aunque nos veríamos en persona en pocas horas. Sin embargo, lo estaba. El anhelo al que me sometió su voz podría haber hecho que sacrificara tiempo de mi sueño con tal de apurar aquella conversación.

Helena —Su respuesta fue mi nombre.

No contuve la sonrisa que se formó tras oír mi nombre, con esa sonoridad que solo él podía otorgarle.

—¿Por qué siempre haces eso? —Le acusé mientras me sentaba al borde la cama—. Siempre que digo tu nombre, dices el mío automáticamente.

Porque me gusta hacerlo y porque sé que a ti también te gusta —Argumentó, haciéndolo ver incluso más sencillo de lo que era. Su suposición era bastante cierta, así que no le recriminé nada—. ¿Evitas que me vaya solo por eso? —Curioseó.

Esos aires bromistas aligeraban el peso de mis ojos. No me encontraba a punto de desfallecer si escuchaba sus irónicos comentarios.

—No. Esa era la primera pregunta —expliqué, divirtiéndome de verdad.

Bien —A él también le gustaba que nos hablásemos con naturalidad, que yo fuera transparente—. ¿Cuál es la segunda? —Me preguntó, demostrando un notable interés.

Pensé muy bien esa pregunta porque su trasfondo debía albergar una carga que ni siquiera él pudiera obviar.

—¿Sabes cuántos pisos nos separan?

Charles guardó unos segundos de silencio. Imaginé que estaba intentando no sonreír a pesar de que nadie más que la pared de su cuarto vería esa privilegiada sonrisa.

Unos cinco, creo —Ilustró—. Planta doce. Primera puerta visible cuando sales de los ascensores.

—Eh, eh, alto ahí —No logré frenar mis risas, que rebotaron de una esquina a otra y atravesaron mi teléfono—. Has respondido a cosas que no he preguntado —Expuse.

Pero eran datos de lo más interesantes y estoy seguro de que querías saberlos —Se defendió hábilmente—. No puedes negármelo.

El tono de su voz hacía evidente que estaba pasándolo en grande y que tampoco le apetecía cortar nuestra charla nocturna. Esos eran mis ratos favoritos, cuando la noche cerrada incrustaba nuestras palabras en la privacidad más absoluto, ya fuera en presencia del otro o en la distancia.

—Claro ... —Terminé concediéndoselo—. Tengo una pregunta más —Le expresé.

Piensa detenidamente en ella —Me concedió—. Todo genio que se precie responde tres preguntas. Ni una más, ni una menos.

Pasarían meses, años, y no dejaría de sentir ese torrente abrasador de energía colmando mis mejillas. Por suerte, ningún espejo podía delatarme, pero yo estaba al tanto de que me sonrojaba como una niña cada vez que le decía cosas que solía guardar para mí misma.

A raíz de ese enfermizo nerviosismo, cogí mi móvil y me puse en pie.

—¿Y si no es culpa del jetlag, sino de dormir sin ti? —Formulé una incógnita cuya respuesta ambos conocíamos de sobra—. Cinco plantas son ... Son muchas plantas —Me pareció confundir sus pasos con los míos— y nos espera más de una semana en Miami.

Él ya se había puesto en marcha. No necesitaba ni una palabra más para entender que ya me había cambiado a un improvisado pijama y que mi resistencia al sueño era más débil que nunca. La cama me gritaba que volviera con ella, que olvidara al joven piloto de Fórmula 1 que había reservado unos minutos de su noche exclusivamente a esa llamada telefónica conmigo.

Entonces deberíamos encontrar una solución para que puedas descansar como es debido —No había rastro de burla o broma en su conclusión.

Fui hacia la entrada de mi habitación y, una vez frente a ella, agarré la manivela.

—Planta siete. Número setenta y ocho —El pitido que desbloqueaba el seguro llegó a sus oídos perfectamente—. Puerta abierta —La entreabrí unos centímetros y me aseguré de que no había nadie en el pasillo. Después de haber hecho las comprobaciones pertinentes, me apoyé en el marco de la puerta y cancelé el altavoz, llevándome el aparato a la oreja—. Ayer pedí en recepción que me dieran el piso dieciséis, pero lo tenían todo ocupado.

No importa —Discerní el remoto pitido de la puerta de su habitación, pero me mordí el labio inferior y callé—. El siete es mi número favorito —Me reveló.

Todavía estábamos conociéndonos. Además, para nuestra mala suerte, no teníamos apenas tiempo para dedicarnos. El trabajo acechaba a todas horas. Charles siempre andaba de reunión en entrevista y de entrevista en sesión de fotos. El resto de su día consistía en simuladores y prácticas con las teliometrías de carreras anteriores.

En mi caso, obviando el aspecto mediático, tampoco podía escaparme para estar con él. Ni siquiera podíamos acogernos al almuerzo o a la hora de la comida porque siempre había alguien que quería hablar con él, desde jefes de Ferrari hasta patrocinadores y reporteros. Todos en el paddock pasaban más tiempo a solas con Charles Leclerc que yo.

De ahí que nuestro recurso más común fueran las llamadas y los mensajes. Nos veíamos en el box, sí, pero charlar era algo imposible estando lejos de Maranello.

Después del par de noches que dormimos juntos en Italia, apenas habíamos avanzado en el plan de conocernos y era frustrante.

—Qué casualidad; también es el mío —Jugué con la manga de mi camiseta—. Mi cumpleaños cae en un siete.

Caí en la cuenta de que aquella fecha nunca había salido de mi boca desde que nos presentamos, así que, lógicamente, Charles no sabía cuándo era mi cumpleaños.

¿De qué mes? —Indagó.

Llené mis pulmones.

—Siete de mayo —Le contesté.

Algunos ruidos me llevaron a pensar que ya se había montado en el ascensor.

Eso es dentro de seis días, Helena —Se percató, confundido por la revelación que suponía aquello—. ¿No pensabas decírmelo? —Me atacó.

Él sonaba dolido. Nunca fue mi intención, aunque entendía que se sintiera algo excluido de mi vida personal. Si bien yo no aireaba información privada a personas que apenas entraban en mis círculos de amistad, Charles no se incluía en ese grupo. Era mucho más que eso.

—No se había dado la situación —Me justifiqué como mejor pude—. Además, tampoco es algo importante. Dejé de celebrar los cumpleaños después de la muerte de mi madre —Le puse en contexto para que no se molestara por mi silencio—. Ya no tengo la ilusión de cuando era niña —admití con moriña.

Pero yo quiero celebrarlo contigo —Se rebeló contra mis pobres explicaciones y una sonrisa pintada de tristeza adornó mi semblante—. ¿Qué te apetece hacer?

—Es el sábado que viene, Charles —Recordé para ambos—. La clasificación va antes que una fecha cualquiera.

Echaba de menos los años en que esperaba con emoción ese día. Solo guardaba buenos recuerdos de aquella época. Una época dorada que se esfumó de un cruel plumazo. Si añoraba mi cumpleaños no era por la fiesta ni por los regalos, a pesar de que siempre me hicieron ilusión, sino por ese cuadro familiar y hogareño que no se repetiría nunca más.

Entristecida, examiné las estrías de la madera oscura de aquel marco y seguí su recorrido hasta que el suelo les bloqueaba la trayectoria.

No es una fecha cualquiera. Mi chica cumple veinticuatro añitos —Arremetió, brindándome su entusiasmo, cálido y protector—. ¿Acaso no es un motivo suficiente para tirar la casa por la ventana? —declaró. La exaltación con la que hablaba contrastaba mucho con mi resignación—. ¿Quieres algo en especial? —Continuó.

Su esfuerzo por hacerme desear esa fecha era impagable, insustituible.

—Que consigas la pole no estaría mal —Le comenté, barriendo hacia mi terreno.

Puedo conseguirte el primer puesto, pero no me refiero a eso —Mi puerta chirrió suavemente—. Algo que quieras. Algo que solo quieras pedirme a mí —Concretó con su irreflexiva dulzura.

Descansé durante un instante. Al bajar los párpados, todas las carencias que me caracterizaban se alinearon, pidiendo más protagonismo.

Sin darle una respuesta, cambié mi posición. Dando la cara al par de ascensores que había a mitad de amplio pasillo del hotel, resoplé.

Charles no se contentaría si le decía que verle era el mejor regalo que podría pedir. Por lo tanto, elegí la segunda estrategia e intenté escabullirme de sus tiernos ruegos.

—¿Te crees tan importante, Perceval? —Bromeé. El picor en mis lagrimales enaltecía un cansancio que me estaba arrastrando al límite de lo que podía soportar, humanamente hablando—. Verte bajar del ascensor estaría genial —Terminé por reconocer.

Tres segundos después, las puertas de metal se abrieron de par en par. Salió del ascensor con un chándal color crema que le sentaba demasiado bien. Parecía estar hecho de esa tela mullida que invitaba a achuchar al propietario y no me avergonzaba aceptar que quería comprobar si aquel material era tan suave como parecía.

En cuanto me localizó, reacomodó su teléfono. El reflejo de su cándida sonrisa enturbió mi perezosa mirada.

Hecho —Comenzó a dirigirse hacia mi puerta. El silencio del pasillo le obligaba a bajar la voz—. ¿Nada más? ¿Tengo que creerme que no deseas nada más que ver esta hermosa cara? —espetó, complacido—. No recordaba que mi ingeniera de pista se conformara con tan poco.

—Es el efecto de Charles Leclerc, me temo —Apretó su paso, deseoso de llegar hasta mí—. Una cosa tan simple puede mejorar mi día en un momento —Ante su proximidad, di por finalizada la llamada y bajé mi brazo—. Gracias por venir —Pero la única respuesta que obtuve fue un efusivo abrazo con el que me extrajo un pequeño grito. Al levantarme en peso, sufrí un repentino desbalance—. ¡Eh! —Mi zarandeo le causó más diversión—. ¿Quieres matarme? —dije, escandalizada.

Charles me ayudó a encontrar un punto de apoyo en su cintura. Tras enroscar mis piernas a su alrededor, él entró a mi habitación. Si alguien nos pillaba in fraganti, estaríamos metidos en un gran problema.

—En absoluto —Negó, firme—. Quiero que tengas una vida larga y próspera. A ser posible, conmigo a tu lado —Empujó la puerta, cerrándola con mayor fuerza, pues utilizó su propia espalda para dicha tarea—. ¿De verdad no hay nada que te haga ilusión? —Puso ojos de lástima.

Mis dedos se pasearon sobre la capucha de su chaqueta. La fibra acolchada era una bendición al tacto y me recreé en aquella peregrinación por su nuca.

—Hay algo —El vigoroso abrazo de sus manos en torno a mis muslos me hizo tragar saliva—. He estado pensándolo desde hace unas semanas —Desnudé mis cavilaciones.

Como si supiera lo que estaba ocasionándome con tal roce, realizó delicados bucles sobre mi receptiva piel.

—Lo que sea, tesoro —Abrió la veda.

La pigmentación rosada de sus labios era uno de mis colores favoritos. Sus ojos también rivalizaban por un puesto que, de igual forma, ya tenía escrito su nombre.

Un par de de sus mechones resbalaron entre mis dedos. Había necesitado tanto tocarlo que me permití esos segundos de pausa para recargar mis baterías antes de desfallecer definitivamente.

—Que me acompañes a Jaén cuando estemos en España —Le propuse. Charles me escudriñó atentamente, ilusionado—. Será muy extraño que los dos nos ausentemos el mismo día, pero me gustaría que vinieras. Desde que lo dijiste, me he dado cuenta de que no quiero volver sola a esa casa —Saqué a relucir con la misma timidez que habría experimentado si le estuviera pidiendo una cita.

Un viaje era mucho más que una cita y cabía la posibilidad de que su horario no encajara. Había muchas razones por las que Charles debería rechazar mi proposición. Sin embargo, regresar al que debería ser mi hogar nunca me había resultado tan difícil como entonces. El pánico que se enredaba en mi estómago al barajar esa escapada a la ciudad que me vio crecer y sufrir no podía competir con los nervios previos a un examen importante durante mi etapa universitaria. Ni siquiera se aproximaba a lo que sentía cuando encendía la radio después de una mala ronda de entrenamientos con los chicos.

Percatado de mi miedo, se acercó y depositó un breve beso en mi barbilla.

—Y no irás sola —La presión empezó a descender y mis labios iniciaron su ascenso—. Haremos ese viaje juntos —declaró, sin ninguna duda.

—¿No opondrás ningún tipo de resistencia? ¿Ninguna pega? —Charles agitó un poco su cabeza, sonriendo—. No tienes por qué hacerlo.

—¿Qué problema podría poner si fue idea mía? —Señaló, muy acertado—. ¿Acaso quieres una confrontación directa? ¿No estabas cansada? —Me presionó para que dejara de buscar excusas que no aparecerían.

Conmovida, realicé un escrutinio a fondo de su dulce semblante. No estaba segura de si radicaba en mi enamoramiento o de si eran imaginaciones mías, pero lo veía más feliz. Le encantaba que confiara en él con más frecuencia, que me relajara y que me apoyara en su compañía.

—Nada de discusiones nocturnas —dije, abandonándome al amor que sentía por él—. Quiero que me lleves a la cama, Charles.

¿Cuándo podré decirle que me consume y que, al mismo tiempo, me da la vida?

Sin alejar sus manos de mis piernas, se adelantó y cubrió mi boca con la suya, ansioso por demostrarme que el sentimiento era mutuo aunque no me creyera capaz de ponerlo en palabras.

La sucesión de besos se prolongó hasta llegar a los pies de la cama, donde Charles se subió y buscó un pequeño respiro mientras avanzaba a través del colchón sin soltarme. Sus horas de gimnasio me sorprendían cada día más. ¿Cómo podía levantarme en peso sin perder el equilibrio?

Bella mia ... —masculló, asediado por nuevos besos a los que yo di rienda suelta—. Mi mancava tutto questo —Llegando a la mitad del colchón, me dejó caer contra este. Él se colocó sobre mí, respondiendo a esas caricias devotamente—. È una meraviglia ... —reivindicó, deslizando sus manos bajo mi camiseta.

Se detuvo antes de llegar al epicentro de mi espalda. No había ropa interior que detuviera su éxtasis, así que lo frenó él mismo. No quería hacerme sentir incómoda y había respetado en todo momento lo que le expliqué en Bolonia. La línea entre estar lista o no era muy difusa y, si le sumábamos ese cansancio que vapuleaba mis barreras, no me habría atrevido a detenerle. Que lo hiciera por sí mismo fue un detalle que agradecí de corazón.

—¿Abrazarme antes de dormir? —Me regodeé.

—Hablaba de la cama promedio de hotel —comentó, palpando el colchón y provocando mi sonrisa—. Había olvidado cómo se sentía ...

—Idiota —Mi insulto sonó de todo menos agresivo.

Charles también lo percibió así, puesto que su mirada se ablandó y sacó sus manos de mis lumbares para perfilar mi rostro y arrebatarme unos cuantos besos.

—Mierda, también he echado en falta tus insultos, tu malhumor extremadamente adorable —Apuntó para luego desviar sus sonoros besos a otras zonas de mi cara—, ese ceño fruncido, tus mejillas sonrojadas, el olor a coco de tu champú ...

Inhaló mi aroma como si fuera una de las mejores drogas que hubiera degustado nunca.

—Vale, vale ... —Mis risitas nerviosas no le retuvieron. Ese cosquilleo que nunca había sentido se trasladó a la punta de mis dedos y corrí a agarrar su cálida chaqueta—. No necesito oír más.

—Pero podría seguir —Disipó cualquier recelo que pudiera haber nacido en mi interior a pesar de que no había evidencia de ninguna—. Echo tanto de menos pasar tiempo juntos, mirarte y no tener que pensar en nada que no seas tú ... —manifestó. Su sinceridad era aplastante—. También te echo de menos en la radio —Exteriorizó, aunque compartíamos ese anhelo—. Escucharte me tranquiliza.

Acaricié su mejilla, agradecida de que él no tuviera impedimento alguno a la hora de hablarme de lo que no les gustaba de nuestra relación secreta, que, por ser secreta, nos limitaba a actuaciones mucho más reservadas y escasas. Apenas podíamos conversar sin sentir varios pares de ojos analizando nuestros gestos, como si vieran en nuestras cortas charlas esa atracción de la que no sabíamos escapar.

—En Miami soy toda tuya —Charles me miró, incrédulo—. Ya lo he hablado con Mattia.

—¿De verdad? —exclamó, emocionado.

—A cambio —Rescaté la parte mala de esa concesión—, en España y Mónaco estaré con Carlos. Ese es el trato —Le puse al corriente.

Mónaco sería una fecha indudablemente importante para Ferrari y para él. A los dos nos gustaría trabajar juntos esa semana, pero el reparto ya estaba decidido. Charles no haría saltar las alarmas de nadie al reclamarme como su ingeniera de radio durante el Gran Premio de Mónaco. No era lo más adecuado si queríamos prolongar el anonimato de nuestra relación en el box y evitar las sospechas de la prensa.

Asintiendo, apartó algunas de mis hebras y besó con delicadeza mis comisuras.

—Creo que podré soportarlo.

—No esperaba menos de mi campeón —contesté, satisfecha con su diplomacia y profesionalidad.

Acomodándose en la cama, estiró su brazo derecho y me lo entregó a modo de almohada. Yo lo usé con mucho gusto y con cuidado de no ejercer mucho peso en sus músculos. Se recostó a mi lado, recorriendo de una esquina a otra mi rostro como si no lo hubiera visto en años.

Bajo el yugo de su intensa mirada, me pegué a él. Al poco tiempo, mis bostezos interrumpieron su examen visual. A cambio, se dedicó a evaluar el grado de fatiga que cargaba a mis espaldas. Debió percatarse de mis ojeras, pero no lo destacó.

Tu es très fatigué? —Me preguntó, queriendo cerciorarse.

Oui ... —Otro bostezo cortó el flujo de mi voz—. Pero tengo tantas cosas en las que pensar que puede que no sea capaz de pegar ojo ... —Elucubré.

—Para eso he venido, Helena —Justificó aquella improvisada aventura entre pisos.

—¿Para ser mi almohada? —Toqué su bíceps, atraída por el calor que emanaba su cuerpo.

—Sí —corroboró. Preocupado por mi falta de descanso, abarcó mi pómulo con su mano izquierda, deteniéndose en esos surcos negros que rara vez marcaban mi faz—, y para alejarte del escritorio antes de que te desmayes —Resopló, temeroso—. Tienes que cuidar de tu salud.

—Mmmh ... —Llevé mi boca a la piel de su brazo, descubriendo una posición perfecta para caer rendida—. ¿Puedes mandarle un mensaje a Mia desde mi móvil? Necesito que mañana me preste una camiseta del equipo.

Charles tomó mi petición, satisfecho con esa delegación de labores.

—¿Y la tuya? —dijo, extrañado.

—En Nueva York, creo ... —balbuceé, terriblemente adormilada.

—¿Han perdido tu equipaje? —Ahondó en el asunto de mi maleta.

—Eso parece —Batí mis pestañas y tomé una larga bocanada, preparándome para dormir tanto como estuviera a mi alcance—. ¿Puedes preguntárselo?

—Claro —afirmó—, pero primero quiero ver cómo duermes. Vamos —dijo con apremio. Frente a mis ojos abiertos y a una descarada inspección por mi parte, me plantó cara y formuló la pregunta que se estaba haciendo—. ¿Por qué me miras tanto? —Su perplejidad lo envolvía en una nube de incredulidad que hacía brillar las facciones que amaba en secreto—. ¿No estabas derrotada?

Y lo estoy, pero tenerte aquí, después de tantos días sin apenas pasar tiempo contigo, me impide malgastar ese descanso en una dimensión diferente a la tuya.

Aún no he soñado con él. ¿Es distinto en su caso? ¿Qué tipo de sueños son? ¿Esperanzadores, sobre el futuro, o poco prometedores?

Mi visión se perdía por momentos. Me las arreglé para mantenerla a flote mientras Charles rociaba mi cabello de relajados mimos.

—A veces te miro y tus ojos me ... Me eclipsan tanto que ... Finjo que eres mío todo el maldito tiempo —confesé, sacándome una espina que me había acompañado desde que nos conocimos—. Es lo más egoísta que he hecho en años, Charles —murmuré.

Desde que mi madre murió, mirar por mí misma se había vuelto una verdadera batalla. ¿Quién era yo para sentirme mal o despreciada por mi padre? Nunca pude saber cuánto lo lamentaba él, pero oía su llanto por las noches. El mundo no giraba a mi alrededor y, a pesar de que aprendí a aceptarlo de la peor manera, siempre que estaba con Charles, ese botón se desempolvaba en un santiamén. Solo quería presionarlo y sentirme especial. Me hacía sentir especial, pero añoraba más. Añoraba un todo que nunca tuve y que parecía factible cuando solo éramos él y yo.

Se inclinó y besó mi frente.

—No es egoísta —Descartó—. Si lo fuera, entonces, ¿qué palabra me describe a mí? —Su sonrisa me hizo bien. En lugar de proliferar aquel sentimiento de culpabilidad, bañó mi borrosa mirada de una conciliación que necesitaba más que nada—. Sé que no estás de acuerdo, pero no voy a discutir contigo mientras tengas esa carita de sueño —Picoteó mi mejilla y yo, cediendo ante su oposición, me apoderé de su robusto brazo—. No cuando tienes que descansar y recuperar fuerzas —Solo quedaba un hilo de su voz que iba de un lado a otro—. Ecco ... —susurró, cariñoso—. Sii una brava ragazza e dormi. Ho bisogno di te questa settimana, tesoro —Manteniendo los ojos cerrados, percibí la trazada de sus dedos en mis hebras—. Tutti avremo bisogno di te.

Un asunto delicado que él supo suavizar magistralmente, como siempre que le contaba lo que mis demonios repetían una y otra vez.

Había muchas más cosas detrás de esas palabras. Muchas cosas de las que no me apetecía hablar porque sangraría por heridas que deberían haber cicatrizado tiempo atrás. No quería ver cómo me venía abajo frente a él. No era capaz. Todavía no.

Las yemas de mis dedos recorrieron una zona de su brazo, agradeciéndole la empatía y la paciencia con las que me cuidaba.

Esa calma solo la encontraría en él y no había argumento que me convenciera de lo contrario.

Avrai bisogno di me? —Articulé aquella pregunta con mis últimos segundos de lucidez.

Imbuida en su loción de afeitar y en las huellas de calor que dejaba su mano por diferentes lugares de mi cuerpo, escuché su remota y consoladora respuesta.

—aseveró—. Per tutto il maledetto tempo ...

"Sometimes I wonder when you sleep
Are you ever dreaming of me?
Sometimes when I look into your eyes
I pretend you're mine, all the damn time".


[lilymhe respondió a tu historia]: AAAAH, ya estás allí!! La semana que viene me tendrás por Miami 😎 y espero comer contigo un día, Lena

[carmenmmundt respondió a tu historia]: ¿En qué hotel estás, Lena? 👀

[isahernaez respondió a tu historia]: Ojalá pudiera ir 😔😔 ¡Pasadlo muy bien por mí! ❤️❤️

[landonorris respondió a tu historia]: 🔥🔥🔥








🏎🏎🏎

Tercer capítulo del maratón (˵ ͡° ͜ʖ ͡°˵)

Mañana más y mejor

Os quiere, GotMe ❤️

13/4/2023

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