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25 || press

Helena Silva

Con la llegada del sábado y de la clasificación, el ambiente en Ferrari era de nerviosismo y de ambición. Liderábamos el campeonato de pilotos y el de constructores. La situación no podía ser mejor para el equipo. Carlos y Charles parecían saberlo y se encargaron de infundir buenas sensaciones en nuestros compañeros.

Yo tenía una mezcla de ilusión y miedo agarrada al vientre. Esa buena racha no duraría eternamente y, aunque todos lo sabíamos, evitábamos visualizar un escenario que bajara a Charles del primer puesto.

—Han sido unas semanas ajetreadas, ¿no?

Joris me sonrió.

Llegó esa misma mañana para documentar el fin de semana de Leclerc. Solo habíamos cruzado un par de palabras, así que usé ese pequeño descanso de mi trabajo y socialicé un poco con el amigo de Charles. Los chicos andaban por el paddock dando alguna que otra entrevista para distintos medios de prensa y parecía haber algo de tranquilidad. Además, la hora de la comida se acercaba.

—Y que lo digas —Resopló—. De Australia a Mónaco, de Mónaco a París y de París a Italia. Un no parar —Otros trabajos y encargos hacían que no pudiera seguirnos en todas las carreras del año, pero me alegraba que Imola estuviera en su calendario porque Charles apreciaba mucho su apoyo y su compañía—. ¿Cómo van las cosas por aquí? Escuché que te quieren ascender —dijo, acudiendo a la broma fácil.

—Qué va —Sonreí tímidamente—. Todavía no sé suficiente italiano como para que me pongan en primera línea.

Sonaba a chiste y a él le hizo especial gracia, pero para mí no era una posibilidad realista que algo así sucediera en un futuro cercano.

—Eso ya lo veremos —Vi cómo sostenía su cámara—. ¿Puedo echarte una foto? Ahora que eres una de las estrellas emergentes de Ferrari, sería un privilegio para mí —Me comentó.

—Eres peor que Carlos, ¿lo sabías? —Sus risas y lo bien que me había tratado desde el primer minuto me empujaron a acceder y así lo hice—. No soy muy fotogénica —aclaré, moviendo los cascos que descansaban en mi cuello.

Como un gran profesional, me dio las pautas exactas para que la fotografía saliera como tenía en mente. Fue bastante fácil porque solo debía estar en mi lugar de trabajo, sin mirar al objetivo de su Canon, pero temí estropear la imagen por no dar la talla. Por suerte, Joris supo sacar lo mejor de mí y comprendí que era increíble en su trabajo cuando me enseñó la pantalla de la cámara y encontré a una chica favorecida, incluso atractiva.

—Todo un detalle —Reprimí mi sonrisa y lo miré a los ojos—. Gracias, Joris.

—No es nada —Se alejó un poco, revisando el carrete—. Se me olvidaba —dijo de repente—. Quería mandárosla, pero no he tenido tiempo de hacerlo estos días ... —balbuceó.

Volvió a acercarse, comprobando algunos datos que aparecían en pantalla.

—¿Mandaros? —Incidí en ese verbo y en su número plural.

Tras un par de comprobaciones, cogió su teléfono móvil.

—Sí. Ni siquiera recordaba haberla hecho, pero en el avión, mientras revisaba el carrete y pasaba a mi portátil las fotos de Australia, me di cuenta de que presioné el botón en el momento adecuado —toqueteó algunas cosas que escapaban a mi comprensión—. Ahí la tienes —Apuntó, justo en el instante en que mi móvil temblaba en el bolsillo de mis vaqueros—. ¿Te ha llegado?

—Creo que sí —Lo saqué y me apresuré a entrar en la app de mensajería—. Estoy abriendo la aplicación de ... —Me quedé en blanco. Contemplar aquella imagen rebasó mis sentidos y temblé de pura impaciencia—. Esta foto ... —Chupé mi labio inferior, los ojos se me cristalizaron—. ¿Por qué la hiciste?

No era tan secreto como creía y me aterrorizó, pero, más que eso, temí mi propio reflejo.

Si ver y entender que Charles siempre tenía una forma de mirarme, una forma encriptada y nítida a la vez, que revelaba cuánto me quería, descubrir que yo le doblaba en esa tarea fue ... Fue aterradoramente valioso para mí.

En esa foto solo estábamos él y yo. No hacíamos nada especial o destacable. Debió fotografiarnos después de que Charles se ganara la pole en Australia porque la puesta de sol inundaba la fotografía de un cálido tono anaranjado. Mientras yo recogía y guardaba algunos documentos en el muro de Ferrari, me resultaba imposible rehuir la dulce sonrisa que dominaba en el rostro de Charles. Le admiraba, aunque él no se fijaba en el despiadado examen a través del cual evaluaba la felicidad en que estaba sumido tras obtener la primera posición en la parrilla.

Nada más. Solo eso.

El terror me heló la sangre, pero también actuó como una droga, disparando mis niveles de serotonina y desesquilibrándome, tal y como Charles me desestabilizó aquella noche en Baréin.

Yo también miraba a Charles como si fuera el único hombre en mi vida. Puede que lo fuera, sí.

—Porque hacía mucho que no veía esa sonrisa en Charles y quise inmortalizarla —La voz de Joris me devolvió al presente—. No hace falta que digas nada —Opinó. Muda, levanté la vista y él esbozó una escueta mueca—. Se me da bien observar. Es mi trabajo —Me explicó—. Quería que la tuvieras —Señaló, algo tímido por tomarse las confianzas de capturar un momento privado. Nunca pensé que otra persona estaría observándonos cuando más desprotegidos nos sentíamos—. Al fin y al cabo, tú eres la razón por la que vuelve a estar tan feliz, Lena.

El picor en mis pupilas fue toda la advertencia que necesité para recoger con el nudillo de mi dedo índice una lágrima que no quería mostrar a nadie.

—Yo ... Es una fotografía preciosa —Le sonreí, muy agradecida—. Muchas gracias.

—Gracias a ti —Joris era un buen amigo de Charles y sabía que no estaba hablando por hablar—. Y no temas; mi lema es ver y callar. Eso hace un buen fotógrafo —Infló su pecho y ensanché mi sonrisa—. Solo espero ser uno de los privilegiados que lo sepan antes que la prensa —Bajó el tono, guardando el secreto debidamente.

—Descuida. Serás de los primeros —Le aseguré.

Aunque ya estábamos probando a querernos, todavía era demasiado pronto. Al menos, así lo sentía. En el momento en que me viera capaz de recibir las críticas y la habladurías de todo el mundo, me prometí que tendría una conversación con Joris. Los dos queríamos a Charles y él estaba demostrando que aprobaba esos sentimientos que seguían ocultos al resto.

—Ser VIP es increíble —Bromeó, risueño, y acarició mi espalda antes de encaminarse hacia la salida del box—. Suerte en el trabajo, Lena.

—Igualmente, Joris —Me despedí.

El resto de la mañana marchó bien. Los últimos entrenamientos libres resultaron siendo más complicados de lo previsto por culpa de una llovizna suave que nos forzó a cambiar varias veces de neumáticos, pero los tiempos de Charles y Carlos se mantuvieron estables y todos pudimos descansar a la hora de comer.

Charles y Joris se marcharon a comer junto con Pierre y Albon, así que acudí a Carlos e Isa y llamé a Julia para que nos acompañara.

Apenas había saludado a Charles aquella mañana. Sentía su ausencia demasiado. No sabía si Joris le había enviado esa fotografía también, pero, si así hubiera sido, el monegasco no abrió la boca ni dio señales de haber revisado sus mensajes.

La falta de interacción con él hacía que mi pecho se resintiera, pero lo entendía. Charles tenía un rol en el equipo y yo otro distinto. Al no estar a cargo de su radio, charlar era una operación más complicada.

—¿Es usted la señorita Silva?

Una chica que rondaría mi edad me interceptó antes de llegar al box de Ferrari, a las puertas del mismo, y no tuve más remedio que detenerme y atenderla para no ser la viva imagen de la arrogancia.

—Sí, la misma —respondí en inglés.

—Lo imaginaba. No hay muchas mujeres en el box de Ferrari —Su marcado acento británico era agradable al oído—. Ah, disculpe —Extendió entonces su brazo y yo lo observé, todavía confundida por lo que quería de mí—; soy Lissie Mackintosh, reportera. ¿Me dedicaría unos minutos?

—¿Para una entrevista? —cuestioné, reacia—. Lo siento, pero no hago esas cosas —Le expliqué con educación.

Traté de sonar comprensiva con ella y con su trabajo, pero no me entraba en la cabeza que aquello estuviera sucediendo tan rápido. Si bien sabía que terminaría ocurriendo y que me enfrentaría a los medios de comunicación por mí misma, creí que me quedaban unas semanas hasta la primera toma de contacto.

Habiéndole negado la exclusiva que perseguía, reorienté mi camino y sobrepasé tanto a la joven británica como al cámara que la acompañaba.

—Por favor —insistió—, me he pasado todo el día intentando convencer al señor Binotto para que me conceda algo de tiempo.

Al escucharla, frené mi incipiente caminata y di la cara. Se mostró un poco más aliviada tras ver que esas palabras habían tenido el efecto esperado. Obviamente, si Mattia daba directrices, no bastaba con esconderme de los periodistas. Sin embargo, me molestaba que no hubiera hablado conmigo sobre el asunto.

—¿Mattia ha accedido? —Mi pregunta debió parecerle inocente y torpe.

—Sí, ¿es tan sorprendente? —Sonrió, simpática.

—Bueno, lo es porque en mi contrato no hay nada que me obligue a ser un personaje público para la escudería —Escupí y, por su semblante, deduje que no auguraba una contestación afilada como esa, así que me aclaré la voz y busqué el método correcto para enmendarlo—, pero imagino que está bien —Jugué con el anillo en mi dedo—. Ya lo hablaré con él más tarde.

No entendía muy bien por qué había decidido en mi lugar, por qué me había vendido a los medios sin consultarme primero si me sentía cómoda. No lo entendía y eso generó en mí una pequeña grieta que resquebrajó la confianza que había depositado en Mattia Binotto desde que llegué a la Scuderia.

—Genial —Se relajó, agradecida de que no me hubiera opuesto en rotundo—. De verdad le agradezco que ...

—No me hables de usted, por favor —Le pedí, un tanto cohibida por esa inmensa cantidad de respeto—. No soy lo suficientemente mayor, o eso espero —Suavicé la charla adrede.

Aunque mis tácticas de socialización no habían mejorado mucho, estaba esforzándome por estar a la altura. Esa chica no parecía una de esas periodistas agresivas y desalmadas, sino todo lo contrario. Hablar con ella podría dejarme más tranquila porque, siendo realistas, no todos los reporteros que encontrara a partir de entonces me tratarían con esa amabilidad y paciencia.

—Claro —Su risa era dulce y encajaba a la perfección con su imagen: encantadora y amigable—. Perdona, es la costumbre. Todos aquí son mayores que yo —Me susurró, accediendo a esa cercanía que estábamos construyendo entre las dos.

—¿2000? —Probé suerte con su año de nacimiento.

—No. Soy del 99 —Me dijo—. Parezco más joven. Me lo dicen siempre —comentó, tomándolo como un halago.

—Creo que es por la energía que desprendes —Lo justifiqué—. Yo soy del 98. Es un placer conocerte, Lissie —En dicha ocasión, yo le tendí la mano, corrigiendo esa mala reacción que me había llevado a rechazar la suya en un principio—; puedes llamarme Lena.

No me guardaba rencor alguno por ese rechazo inicial. Mientras estrechábamos la mano de la otra, me alegré de que no se lo hubiera tomado como una ofensa personal. No era mi intención ser maleducada con la prensa, pero esa horrible costumbre de escapar y actuar a la defensiva cuando alguien intentaba meterse en mi cabeza fue demasiado y metí la pata.

—Es un sentimiento mutuo, Lena —Lissie fingía que nada de lo anterior había llegado a ocurrir, empezando de cero—. Déjame decirte que te admiro muchísimo. Lo que haces no es nada fácil —declaró, fomentando el flujo de sangre que ascendía por mis mejillas—. Corrígeme si me equivoco, pero juraría que nadie tan joven, y mucho menos una mujer, ha ocupado un puesto como el tuyo en ningún equipo de Fórmula 1 —habló, maravillada con mi puesto n Ferrari.

—Es probable —Le concedí—, aunque no disfruto de que me idolatren por eso. Conozco a otras mujeres que lo harían mucho mejor que yo —Escudarme en esa verdad fue positivo, pues mentir h vanagloriarme de mi debut en el equipo no haría más que alimentar el reflejo de una persona que no respondía a mi nombre y apellidos—. Además, solo son prácticas; Mattia Binotto puede echarme si le apetece —aclaré, sonriéndole.

Eso no era del todo cierto porque el contrato validaba mi trabajo allí durante la primera mitad de la temporada. Nadie, ni siquiera Mattia Binotto, tenía la potestad para echarme hasta el día uno de septiembre.

—Yo no estaría tan segura —espetó Lisse—. Parece que le estás salvando de más de una polémica complicada.

Ah, ya estábamos llegando a ese punto en la conversación.

Sin saber cómo salir airosa de la suposición de aquella chica y bajo su expectante mirada, eché una ojeada al fondo de la calle en busca de una excusa que funcionara.

—Ah, bueno, sobre eso ... —Empecé a decir, sintiéndome más y más acorralada con el paso de los segundos.

—¿Helena? —gritaron desde la entrada del box.

Yo me giré y Lissie se inclinó hacia su izquierda para comprobar que la audición no le fallaba. Por mi parte, no necesitaba volverme; tenía su voz clavada en lo más hondo. No reconocerle aquello habría sido un sacrilegio.

Una diminuta zona de mi cerebro quiso ir hacia él y monopolizarlo hasta la hora de la clasificación, pero, para la suerte de todos, supe controlarlo.

—¿Charles? ¿Pasa algo? —interrogué, contrariada.

Debería estar con los mecánicos y con Xavi, poniendo a punto los últimos detalles. Aunque faltaban unas dos horas para subirse a su coche, él tenía la costumbre de acompañar al equipo hasta el final. Solo podía producirse la excepción de que los nervios acabaran con su confianza y Baréin era el único recuerdo de un escenario tan pesimista. Imola no estaba siendo ni la mitad de duro para él.

La mirada que acompañaba su bonita sonrisa era el claro ejemplo de que tenía esperanza en la clasificación de esa tarde.

—No, nada en particular —Me contestó, posicionándose a mi lado para saludar a la reportera británica—. Hola, Lissie.

—Hola, Charles. ¿Cómo va todo? —reaccionó la joven británica.

Su interés y la confianza que parecía haber entre ambos me sugirió que ya se conocían. Lissie debía llevar un tiempo trabajando en Fórmula 1 porque Charles no entablaba amistades aleatorias con periodistas de los alrededores.

—Bastante bien. Por lo que veo, todo va increíble para ti. Me alegro mucho —La felicitó y ella agrandó su sonrisa a modo de agradecimiento. Después de ese intercambio de buenas palabras, Charles apoyó su mano izquierda en mi espalda baja. Ese gesto me transmitía una serenidad de la que él no era consciente—. ¿Te importa que me la lleve un momento?

Con la extrañeza bailando en mis ojos, ubiqué en su sien la marca del casco. Acababa de retirárselo; esas líneas curvas en su piel eran demasiado notables.

—No. Por supuesto que no —Ella lo empujó a secuestrarme sin acritud alguna—. Es toda tuya.

Satisfecho, me sujetó con más firmeza.

—Gracias.

Yo me di la vuelta, caminando hacia la fachada roja de nuestro cuartel general. Él, en silencio, me guió hacia una zona apartada, buscando alguna esquina que pudiera resguardarnos de las curiosas miradas de Lissie Mackintosh, que no nos quitó el ojo de encima mientras estuvimos en su rango de visión.

—¿Qué pasa? —susurré, algo preocupada por su extraño comportamiento—. Me estás asustando.

Pero entonces llegamos a un punto ciego desde el que nadie podía vernos y Charles, después de revisar el perímetro, me pegó a una de las paredes externas del box.

—No te alarmes, tesoro —Sonrió para mí. Era un experto en bajar mis defensas y miedos—. Un pajarito me dijo que te habían visto hablando con Lissie aquí fuera —Lanzó otra mirada sobre mi cabeza—. ¿Quiere entrevistarte?

Al posar sus hermosos orbes verdes en mí, sentí que estábamos haciendo algo incorrecto, a escondidas de todo el mundo. En realidad, si lo pensaba un poco, eso hacíamos.

—Sí. Ya lo ha acordado con Mattia —Le di la información por la que preguntaba.

—¿En serio? —Fue perdiendo la paz y sus cejas se arquearon progresivamente—. Es una buena chica, pero puedo inventarme una excusa para que vuelvas conmigo al box.

Alguien, algún compañero, había hecho un comentario sobre mi encontronazo con Lissie fuera de la carpa y él lo escuchó. No tardó ni medio minuto en salir del monoplaza, dejar a un lado la pruebas que estaban realizando, y sacarse el casco junto a la máscara protectora para ausentarse con alguna excusa poco convincente como ir al baño.

Mientras la escena se recreaba en mi mente, me atreví a objetar.

—¿Por qué?

Charles se despeinó el cabello, deshaciendo un par de rizos que se habían formado al retirar la caperuza roja a toda prisa.

—Pues porque no te gusta ser el centro de atención —contestó lo más evidente y lógico, pero pronto se dio cuenta de que las cosas no iban tan mal como presintió—. Supuse que estarías incómoda, aunque creo que no estaba en lo cierto —Concluyó, asimilando que sus especulaciones fueron erróneas.

Me emocionaba que hubiera temido por mi situación. Su prioridad había sido yo. ¿Cómo no emocionarme si estaba desequilibrando la balanza a mi favor?

No obstante, la terquedad, que tan bien me caracterizaba, arrollaba cualquier sentimiento que amenazara con desvelar esa faceta de supuesta sumisión a sus tiernos intentos por cuidar de mí y protegerme de la maldad que existía entre la prensa. Además, no estaba bien que aplazara asuntos importantes por mi seguridad. Objetivamente, eso era lo último que quería si íbamos a ser pareja en un futuro no muy lejano.

Mi orgullo hacía que quisiera avanzar y superar el pánico al huracán del ojo público. Charles también lo sabía, pero temía que no pudiera manejarlo sola.

Las primeras veces pueden ser aterradoras, ¿no?

—Bingo —La sonrisa creció en mis labios—. No te preocupes. Está siendo muy amable y, bueno, si Mattia ha dado su permiso, no tengo mucho de lo que quejarme.

—Sabes que no tienes que pasar por el aro, ¿verdad? —Señaló, barajando la posibilidad de que estuviera forzándome a ello solo porque así lo había dictaminado Mattia—. Este no es tu trabajo —esclareció.

Dividida, acallé la vocecita que chillaba de pura exaltación y me escondí tras la Helena que se mantenía firme y erguida frente a la mohína mirada de Charles Leclerc.

—Sé defenderme solita, Leclerc —Le recordé—. No tienes que venir en mi auxilio.

—Ya lo sé —Admitió por sí mismo—. Solo me preocupé por ti —Justificarse de aquella manera exhibía todavía más esa ansiedad a raíz de la cual corrió en mi busca.

—Si lo sabes —Presioné un par de dedos sobre su pecho—, regresa a tu posición, piloto.

Hizo un ruidito de decepción que bien podría haberle postulado como principal candidato al premio a mejor actor del paddock.

—Y yo que venía con las mejores intenciones ... —Sus alegatos se tambaleaban.

—Gracias, pero puedo valerme por mí misma —Y me obligué a ser la responsable de aquella relación sin nombre—. Vete antes de que alguien venga a buscarte —sugerí.

Viéndome tan predispuesta a superar ese miedo a los medios de comunicación, se resignó.

Su intervención no era imperativa en absoluto. Muchas veces, Charles se preocupaba por mí porque, al fin y al cabo, yo estaba en desventaja delante de personas que se movían por el mundo de la Fórmula 1 como peces en el agua. Me había aclimatado bastante bien al funcionamiento del equipo y demás aspectos que tener en cuenta tras convertirme en una de las ingenieras de pista de Ferrari, pero el hermetismo de nuestra familia no ayudaba si alguien venía de fuera con argumentos inquietantes.

Era la novata de Ferrari. Un blanco fácil si así lo decidían.

—Si es Lissie, me quedo más tranquilo ... —Exhaló, descansando.

—Dudo mucho que vaya a acorralarme con preguntas malintencionadas —Me reiteré en lo que él ya había pensado.

Va bene —dijo, rindiéndose.

Aún así, el pánico que bombeaba mi estresado corazón estaba ahí. No había desaparecido por la repentina visita de Charles y mi memoria actuó con gran atino al recoger aquella noche en Australia, cuando, subida al coche que le habían prestado, me aconsejó que no intentara cargar con todo yo sola.

La debilidad no es algo de lo que debes avergonzarte, Helena. Puedes apoyarte en Charles si crees que te dará fuerzas para luchar por lo que quieres. No es ningún pecado querer la ayuda de terceros y, mucho menos, si hablamos de él.

—Charles —Giró la cabeza, alertado, y me observó—, ¿me veo bien? —Esa pregunta se escurrió desde mi boca, empapada en una embarazosa palpitación que él vio al instante—. Es decir, ¿estoy presentable? —Imaginaba que mi aspecto desaliñado no era apto para una cámara y quería su opinión más sincera—. No he usado un peine desde esta mañana y ...

Dio un paso al frente, encerrándome entre su cuerpo y la pared roja que bloqueaba mis espaldas. Primeramente, alzó su mano hasta mi cabello y yo enmudecí. También clavé la mirada en su cuello, sonrojada y asustada de que alguien nos descubriera siendo tan cercanos. Evaluó mi imagen como si ser estilista fuera su pasión oculta y cogió la goma elástica que recogía mi corta melena en un desastroso globito que se había desmoronado a lo largo de la mañana.

Con ambas manos, agarró el accesorio y lo condujo por mis hebras negras hasta dar con la forma natural de mi cabello, con suaves ondulaciones y puntas revueltas que lo volvían más llamativo.

—Sin esto te ves incluso más bonita —Me mostró el coletero junto su mejor sonrisa y se lo colocó en la muñeca—. Perfetto —rozó una parte de mi cabello con sus yemas, asegurándose de que todo estaba donde debía estar—. Enamorarás a las cámaras, chérie. Confía en mí —Acabó su labor como estilista recién licenciado.

Clavé mis perplejos ojos en los suyos. No retrocedió ni un solo centímetro.

Una palpitante sonrisa se adueñó de los músculos de mis labios.

—Me fiaré de tu criterio —Acepté, consciente de que me había sonrojado como una adolescente enamorada—. Una cosa más —dije antes de que emprendiera su camino de vuelta.

—¿Mmh?

Prolongar aquel rato era mi objetivo, por lo tanto, dejé que el silencio corriera entre nosotros. El rugido de los coches y de la música que se desparramaba por todo el recinto creó cierta expectación en el gesto de Charles.

—Gracias por haber pensado en mí —Le confesé al cabo de unos segundos.

Un relampagueante centelleo en sus facciones ocasionó que aquellos hoyuelos protagonizaran la razón de su atractiva apariencia. Seguía sin comprender cómo tenía el privilegio de contemplar su emocionado rostro y ser yo la causante de esa felicidad.

—¿A pesar de no haber acertado? —preguntó, divirtiéndose.

—Sí —Me sintió tan severa que sus ojitos se endulzaron en un pestañeo—, a pesar de eso.

Charles se inclinó hacia mí, pero yo no me aparté porque había echado de menos unos minutos a solas con él.

—¿Quieres un consejo de alguien que tiene cámaras a la espalda casi todo el día? —Asentí—. Sonríe como lo estás haciendo ahora. Una sonrisa tuya vale más que mil declaraciones —Me piropeó como el galán que era—. Además, parecerás más amigable si lo haces.

Su broma fue suficiente para dinamitar mi buena voluntad.

—Ja, ja, ja. Muy gracioso, Perceval —Le reí la gracia, sin ánimos de bromear.

Volvió al ataque con su media sonrisa, coqueta y seductora.

—Eres una preciosidad, que no se te olvide —Resaltó para subir mi moral—. Y no cambies a tu piloto favorito por un par de focos, ¿vale? —Exageró al final.

—No lo hago —Me defendí. Cada vez era más doloroso mantener las manos lejos de su pecho, pero lo soporté a duras penas—. Dile a Carlos que estaré ahí antes de que me eche en falta.

Por estar fingiendo que no deseaba regresar al box y tener la excusa perfecta para permanecer en la misma estancia que él sin preocuparme de que alguien nos encontrara, Charles optó por acusarme directamente.

—Tsk, eres malvada —proclamó en voz baja.

Echó un rápido vistazo al lugar donde suponía que Lisse Mackintosh aguardaba a realizar aquella entrevista.

—Puede —No se reprimió y provocó el beso que habíamos pospuesto durante esa conversación. Debido al ímpetu que empleó Charles, caí hacia atrás y choqué de lleno con la carpa—. Por Dios —logré pronunciar en mi español natal mientras luchaba con las maniobras ofensivas de sus labios, que no se alejaban de mi boca ni un milímetro. Martilleé sus pectorales, acobardada—, márchate, Charles —Supliqué, ahogándome en sus intensos besos.

Aunque mis palabras decían una cosa, la fuerza con que sostenía la tela de su mono de carreras no comunicaba lo mismo.

Contra sus ganas de saciarse, se impulsó lejos de mí y succionó sus comisuras descaradamente.

Yo, acalorada, no fui capaz de mirar en otra dirección. La codicia me cegaba. A él también. Ninguno fue capaz de asegurar la zona porque esa endemoniada atracción que nos condenaba día a día estaba alcanzando cotas insostenibles.

Ciao, bella —Se despidió, retrocediendo.

Puse ambas manos tras de mí con tal de agarrarme a la pesada lona que había evitado mi caída.

Ciao.

Encandilada con su caminar, vi cómo le hacía un gesto a Lissie y sonreía. Después de que entrara al box, entreabrí los labios y respiré hondo.

El impertinente sonido de mi corazón parecía haberse instalado en mis conductos auditivos, solapando cualquier estímulo sonoro diferente al vívido recuerdo de los chasquidos que marcaban el final de cada beso que Charles me había robado.








🏎🏎🏎

Semana sin Fórmula 1 = semana troste (〒︿〒)

Peeeeero, es menos triste si Fortuna se actualiza
(˵ ͡° ͜ʖ ͡°˵)

Vemos que la prensa está empezando a fijarse en Helena más de lo esperado y que ella intenta afrontarlo de la mejor manera posible porque en algún momento tendrá que vencer sus miedos 🥹🤧
Charles también se preocupa por ella en ese sentido, pero sabe que es Helena la que debe salir adelante por sí misma. Aunque él siempre esté ahí, dispuesto a ayudarla, es consciente de que aceptar esa ayuda implica muchas cosas a los ojos de Lena.
De igual forma, se siente muy orgulloso de ella

Más cositas: el maratón llegará cuando Fortuna alcance los 50k 🤓

Queda bastante poco, así que supongo que lo haré la semana que viene. En el momento en que llegue a dicha cifra, anunciaré en mi tablón la dinámica que seguiré, pero, probablemente, cogeré una horquilla de días (desde x día hasta x día) y subiré un capítulo nuevo cada noche. Ya os iré informando uwu

Sobre la playlist, creo que la subiré en los próximos días. Estén atent@s 🥰

Espero que os haya gustado el capítulo de hoy y que paséis buena noche 😊

Os quiere, GotMe ❤️💜

8/4/2023

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