23 || new meetings
Helena Silva
Imola. La cuarta carrera de la temporada estaba a punto de comenzar. Viernes, primer día del largo fin de semana que teníamos que superar, y Charles todavía no había hecho su check-in en la entrada del circuito.
Mientras que Carlos llevaba allí desde primera hora de la mañana, el monegasco no daba señales de vida. Lo último que supe de él fue un mensaje la noche anterior en el que me aseguraba que nos veríamos al día siguiente, pero aquel rencuentro no había sucedid. La hora del almuerzo y, por ende, la primera tanda de los entrenamientos libres se acercaban peligrosamente.
Una de las cosas a las que podía acogerme era que el rumor sobre aquella fotografía no parecía haber afectado al ambiente en el box. Tampoco se escuchaba mucho sobre la posibilidad de que fuese Charles el protagonista. Tal y como me dijo la semana anterior, lo poco que había oído incriminaba a Pierre. De alguna forma, me sentía culpable por esas acusaciones incorrectas y quería hablar con el amigo de Charles, pero no encontré el momento de salir y buscar a Pierre.
—Hola, ¿eres Helena?
Aquella voz evitó que siguiera pensando en la tardanza de Charles y me girara, abandonando también la comprobación de que la radio funcionara correctamente.
Una chica un poco más baja que yo, menuda y de cabello rubio y lacio, esperaba tras de mí con una sonrisa de oreja a oreja.
Supe de quién se trataba enseguida.
—Sí. Soy yo —Le respondí—. ¿Tú eres Isa?
—Exacto —Asintió, complacida de que la reconociera—. Es un placer conocerte —Después de los besos de presentación a los que estábamos acostumbradas en España, ella siguió hablando—. Carlos solo me dice cosas buenas sobre ti —Me reveló amablemente.
—Le encanta tener a otra española en el box, sí —Reí—. Que sepas que siempre acaba encontrando la manera de hablar de ti. No se cansa de repetirme que nos llevaríamos muy bien —repetí algunas de las palabras que Carlos decía a diario.
—Y para eso estoy aquí, para que comprobemos si su olfato no ha empeorado con los años —Bromeó, haciendo gala de un humor adorable y simpático—. ¿Te apetece que comamos juntas?
Contenta de poder entablar una relación de amistad con alguien de mi mismo pais, sexo y de una edad similar, le ofrecí una sonrisa similar a la suya. Las mujeres, muy a mi pesar, no abundaban en el paddock y la única fémina con la que podía relacionarme con total tranquilidad era Mia, aunque ella se me antojaba más como una madre postiza con sus labores de compañía y consejos sobre marketing y demás estrategias publicitarias. Estimaba mucho el tiempo que pasaba con Mia, pero conocer a Isa por fin era mucho más emocionante.
Para comenzar, quería dar una buena impresión de mí misma. De todas formas, no creía que Isa fuera alguien que juzgarse a nadie por el primer encuentro. Estaba confiada en ese sentido y, por lo tanto, podía ser Helena, sin forzarme a nada que obstaculizara mi personalidad real.
—Claro —accedí—. Y disculpa por no cenar con vosotros la semana pasada —Rescaté aquel asunto porque sentía que debía darle algún tipo de razón para no haber cenado con ellos cuando pudimos—. Charles ...
—No te preocupes por eso, mujer —Movió la mano y restó importancia al asunto.
—Es que ...
—Ya hablaremos sobre eso, Lena —Puso su mano en mi brazo, suavizándolo todo con el tono de su voz y con un gesto tan pausado como ese—. Tenemos todo el fin de semana para hacerlo —dijo en un intento por abrirme los ojos. De pronto, dos chicas entraron al box y su conversación empujó a Isa a girarse y comprobar la identidad de las jóvenes desconocidas—. Ah, te presento a Katerina y a Lily —Ellas ya se habían acercado lo suficiente a Isa, agradecidas de que nos presentara—. Las dos están aquí para apoyar a sus chicos —Me comentó.
No conocía a ninguna de las dos, por lo que no sabía quién respondía a cada nombre. Una de ellas, de aspecto más europeo, tenía el pelo largo y castaño, adornado con mechas rubias, mientras que la otra tenía rasgos asiáticos y el cabello negro como la noche recogido en una coleta alta. Ambas sonreían y no miento al decir que eran realmente guapas. No recordaba haber visto a ninguna chica tan hermosa por el paddock en lo que llevábamos de temporada.
—No esperaba conocer a tres wags el mismo día —Besé las mejillas de ambas chicas—. Encantada de conoceros. Soy Helena Silva, aunque prefiero que me digan Lena. Trabajo con la radio y ... —Empecé a relatar lo que hacía en mi puesto en Ferrari.
—No hace falta que te presentes —exclamó la chica de rasgos orientales, deteniendo mi discurso informativo—. Tu nombre está por todas partes últimamente —aclaró sin perder la sonrisa.
Me sonrojé a una velocidad de infarto y ser consciente de lo que había conseguido le arrancó un par de risitas.
—Es un poco vergonzoso ... —balbuceé con bastante torpeza.
—De eso nada —replicó ella, segura de que su opinión no era errónea—. Tienes una labor muy importante en el equipo y me encanta que una mujer demuestre que es más que capaz de llevar la voz cantante en decisiones que solo correspondían a los hombres —Expuso. La intensidad y firmeza que ponía al hablar era increíble. Resultaba evidente que era una mujer con las ideas claras y una voluntad de hierro—. Por cierto, yo soy Lily —Se presentó, despistada—. Golfista profesional y la novia de Alex Albon. Está en Williams.
Después de escuchar su nombre y agradecerle las bonitas palabras, miré a la otra chica.
—Entonces tú eres Katerina —Deduje.
—Katerina Berezhna, sí —contestó en un perfecto español que me dejó estupefacta—. Me alegro de conocerte, Lena.
Descubrí que Katerina había vivido gran parte de su vida en España y que controlaba el castellano a las mil maravillas.
Probablemente, ni ella ni Isa entendían el alivio que me transmitía tener cerca a otras españolas y poder utilizar un poco más de lo normal mi idioma natal.
Si bien era cierto que el portugués también formaba parte de mi vida, nunca viví en el país y, mucho menos, hablaba dicha lengua con alguien que no fuera mi madre o mi abuela. Mi abuela tampoco lo usaba mucho, así que me sentía más apegada al español y charlar con otras personas sin pensar en traducirlo todo al inglés primero suponía un respiro de aire fresco como no podían imaginar.
Katerina también me explicó que era la pareja de Pierre, información que no supe hasta entonces. Pensé que Pierre no estaba con nadie o, al menos, esa fue la sensación que me dio desde que Charles nos presentó formalmente antes de la carrera de Australia. No había compartido mucho tiempo con él, así que no me sorprendió demasiado, pero sí percibí cierta molestia o reticencia a compartir más acerca de su relación sentimental con el piloto francés.
Yo decidí que lo más sensato era aplazar la charla y justificarme gracias al trabajo que tenía que hacer para la Scuderia antes de la hora de comer.
—Bueno, termino en una hora y media —Les hice saber al cabo de un par de minutos—. ¿Estaréis por aquí? —pregunté.
—Estaremos por aquí —Me aseguró Isa—. Daremos una vuelta al paddock. Si quieres, nos vemos en la puerta a las dos en punto.
Buscó la aprobación de sus amigas, que no tardaron en asentir y volverse partícipes de la salida.
—Genial —Le contesté, relajada.
Las tres visitantes se marcharon y Binotto apareció para comentarme algunas cosas antes de ir a la reunión que tenían programada con los pilotos y los jefes del equipo. El box se quedó algo vacío una vez se fueron los cabecillas.
Yo me ocupé de comprobar el sistema de radio por tercera vez consecutiva y, tras suspirar con fuerza, Elio, uno de los mecánicos con los que mejor me llevaba, me indicó que necesitaba ayuda con el coche. A pesar de no controlar mucho sobre mecánica ni sobre los componentes del monoplaza de Ferrari, no fui capaz de negarme y terminé tirada bajo el coche mientras él me explicaba los cables que debía tocar para comprobar que no hubiera fallos. Un par de compañeros se nos unieron y pasé a ser una intrusa que disfrutaba más de la cuenta de toquetear un chasis ajeno e imponente.
El calor aún no había llegado al norte de Italia, pero el sudor bañó mi cuello más pronto que tarde y tuve que apartarme un poco de la fuente de calor de aquel bólido. El motor debía rondar los cuarenta grados, incluso sin estar encendido.
—¿Helena? —me llamaron.
Sonó lejano a mí porque el ruido que hacían los mecánicos solapaba todo lo demás y apenas me daba tregua. El martilleo de las llaves inglesas contra el metal hicieron que huyera, empujándome contra el exterior con ambas piernas. Quería averiguar quién había dicho mi nombre, aunque sólo había alguien que se dirigiera a mí así.
Cuando vi la tela de su mono rojo, desvié la vista hacia arriba. La respiración se me cortó por un segundo y él sonrió, triunfante.
—¡Ah, Charles! —grité para que mi voz se oyera más que las soldaduras y el chirriar de las barras de hierro—. ¿Ya estás aquí? Me pillas un poco ocupada —Intenté retirarme algo del sudor que me caía por el cuello y las sienes.
—¡Ya lo veo! —levantó la voz.
Los chicos soltaron las herramientas y saludaron a Charles. Él les preguntó si todo había marchado bien en su ausencia.
—¿Cómo fue tu sesión de fotos con Armani? —Interrumpí, jodidamente feliz de que estuviera allí.
—Muy bien —Agrandó la sonrisa y sus hoyuelos brillaron con luz propia—. Quedaron bastante contentos con el resultado —Se rascó la nuca, extrañado por la imagen que estaba analizando desde que entró al box—. ¿Se puede saber qué haces ahí tirada, tesoro?
Habría aguantado una débil risa si hubiera podido, pero no logró hacerlo a tiempo. Trató de camuflar el gesto que una tos falsa que me sacó los colores.
—Aprender —dije de repente. De tal modo, atrapé su atención y me apoderé del fulgor que bailaba en sus pupilas—. Mi punto fuerte no es la mecánica, pero me defiendo y estaba aprovechando que todavía no empezamos con los entrenamientos para conocer mejor a tu nave espacial. Es una maldita bestia —Mi broma le llevó a asentir, alegre. Me di cuenta de que seguía tumbada en la placa corredera y busqué una manera de ponerme en pie—. ¿Puedes ...? —cuestioné, extendiendo mi brazo derecho hacia él.
—Claro.
Reaccionó rápido y me ayudó. En realidad, no tuve que poner casi nada de empeño en incorporarme porque tiró con bastante fuerza de mí. Solo me apoyé en su cuerpo durante un momento y retrocedí, aclarándome la garganta.
—Gracias —murmuré—. Creo que tendrán listo el coche dentro de una hora y media —Charles contempló su coche, el que llevaba el número dieciséis, y yo continué limpiándome las manos en mis viejos pantalones vaqueros. No quería tocarle mientras tuviera grasa en los dedos—. ¿No había una reunión ahora?
Verle había reavivado mis ganas de afrontar el fin de semana con la mejor actitud.
—Sí —Ladeó la cabeza y me miró a los ojos—, pero quería verte.
Me repasé la barbilla con el dorso de la mano.
—¿Te volverás un irresponsable por mi culpa? —Quería bromear, pero estaba tan serio al decirlo que mi voz solo se tambaleaba, delatándome—. Me sentiré fatal si eso pasa, Perceval —Tragué saliva.
—Tu cara llena de grasa es mucho más interesante —Volvió a atacarme—. ¿Alguien te ha dicho que estás preciosa?
No estaba cohibido por tomarse tantas libertades, pero se guardó la mano en la cadera, allí donde su mono se doblaba y caía. Al parecer, él sufría de un sofoco similar al mío bajo aquella tela gruesa y protectora, ya que andaba por el box en manga corta.
Mis ojos, más traviesos de lo debido, robaron un pequeño vistazo y la imagen de sus músculos apretando el borde la manga de su camiseta de Ferrari hirieron mi paz mental en múltiples direcciones.
—No —Me mordisqueé la lengua—. Tú eres el primero —Le reconocí a pesar de que crispaba mis nervios injustamente.
—Bien —declaró, orgulloso.
No era el lugar para demostraciones de amor por mucho que las necesitásemos y se lo dije a través de una corta mirada.
—¿Nos están mirando?
—Nos están mirando —confirmó, endulzando la voz.
Me recogí un mechón que solía escaparse de mi recogido mal hecho.
—Entonces toca guardar las distancias —Le advertí con pesar.
Charles, por el contrario, eliminó la separación que me había servido para no abrazarle y se enfocó en algún punto de mi mejilla, llevándose con su pulgar uno de los pegotes de grasa que pintaban mi cara. Entre eso y el sudor, mi aspecto debía ser desastroso, pero lo que reflejaba en su rostro era bastante distinto; pareciera que me estaba viendo embutida en las mejores galas y no con el cabello revuelto y la piel embadurnada de líquidos poco escrupulosos que en nada se asemejaban a un maquillaje fino y luminoso.
La curvatura de sus cejas me brindó unos instantes de seguridad y la armonía del conjunto de sus facciones enterneció la escena.
—Me pides demasiado, Helena —musitó al tiempo que retiraba sus dedos, ya sucios, de mi espantosa faz.
Ya lo sé, Charles. Ya lo sé.
—Charles! —gritó alguien, todavía lejos.
Por inercia, di un paso hacia atrás y noté cómo mi corazón se disparaba. La adrenalina que suponía tocarnos en público no podía ser menos perturbadora y asesina. Sin importar quién hubiese llegado, no podíamos arriesgarnos a que imaginase cosas que tenían que quedar entre nosotros dos, en estricto secreto.
—Arthur? —preguntó Charles, dándome la espalda para saludar a ... ¿Arthur, su hermano? La curiosidad pudo conmigo y miré en su dirección para encontrar al chico del que tan orgulloso se sentía Charles. Se acercó a su hermano mayor y este le dio un cálido abrazo—. Je pensais que tu venais cet après-midi —Le habló en su francés natal mientras se fundían en aquella demostración de cariño mutuo—. Ça va?
—Oui —contestó el piloto de Fórmula 3—. C'était une surprise pour mon grand frère préféré —Ensanchó su sonrisa, satisfecho de haber conseguido que Charles se sorprendiera de verdad.
Se susurraron algunas cosas durante esos segundos y, aunque me sentí como una intrusa, hice lo posible por no escuchar nada y mantener mi vista en otra parte, regalándoles algo de privacidad a pesar de que no era la única persona del box que observaba el bonito reencuentro.
Valoré la idea de marcharme y darles la privacidad que merecían. Sin embargo, justo en el momento en que me disponía a retroceder y buscar la compañía del resto de ingenieros y mecánicos, la mano de Charles atrapó mi hombro izquierdo y no tuve más opción que quedarme allí.
—Arthur —Reclamó la atención absoluta de su hermano pequeño—, tengo que presentarte a Helena, nuestra nueva ingeniera de pista y sistemas —dijo, bastante entusiasmado.
Yo sonreí, un poco acorralada, y clavé mi tímida mirada en el joven alto y apuesto que reafirmaba lo que ya sabía: todos en la familia Leclerc tenían unos genes increíbles.
—¡Ah! —exclamó, con un halo de emoción titilando en sus orbes pardos—. ¿Eres Helena Silva? —Tras mi corto asentamiento, se acercó a mi cuerpo, invadiendo totalmente mi espacio personal, y se apresuró a sostener, devoto, mi mano—. He oído mucho de ti estas semanas.
Por suerte, agarró la mano que no estaba repleta de grasa, así que mantuve la postura y me ruboricé tanto como mi organismo exigía para no huir de allí.
—Así me llamo —Reí, torpe a rabiar por los nervios de conocerle—. Es un placer conocerte, Arthur —Sacudí mi mano y, por tanto, la suya, frente a la poco disimulada contemplación de una decena de espectadores—. Espero que los medios no me estén machacando —Mi broma le hizo reír con cierta gracia natural que me pareció realmente atractiva—. No estoy muy pendiente de lo que ocurre fuera del box —Me exhibí, sonrojada.
—Tranquila, casi toda la información que recibo viene de Charles y él solo habla maravillas de ti —explicó, muy confiado de que su fuente no le fallaría.
Como era obvio, deposité mis cinco sentidos en Charles, que empezó a rascarse la nuca, expuesto y sin ningún argumento neutral que justificara el haberle hablado a su hermano sobre mí.
¿Lo había hecho? Porque me hacía sentir mucho más importante de lo que debía ser en su vida y no era recomendable. El afán por encontrar motivos contundentes que me tiraran a sus brazos de una forma más inminente e irracional no podía ser recomendable para nadie que todavía dudaba de que una relación sentimental como esa fuera lo que había añorado.
—No sé si es una buena noticia —dije antes de volverme hacia Arthur, que me observaba con atención—. A veces creo que Carlos y él me sobreestiman. Aunque sobre todo él —cuchicheé con Arthur.
Arthur sonrió de oreja a oreja. Parecía divertirse con aquel tiroteo de verdades.
—¿Por qué tienes que exponerme de esa manera? —Arremetió Charles, bromeando para ocultar su incuestionable vergüenza.
—Porque eso hacen los hermanos pequeños: picar a los mayores —Le aleccionó el menor. De repente, bajó el tono de su voz y se inclinó hacia su hermano, aunque no se movió de aquella manera con la intención de que yo quedase excluida y no oyera su apunte—. Además, es tu castigo por no decirme que era tan guapa —comentó, propinándole un suave golpe con el codo.
Charles, frustrado con esa declaración, frunció su ceño.
—Sí te lo dije —Contradijo.
—Es verdad. Puede que lo hicieras —Inocente de mí, recibí la pícara sonrisa de Arthur y pestañeé, abrumada por su revelación y por lo que significaba, por el lugar en el que me dejaba—. Los amigos de mi hermano son mis amigos. Cuenta conmigo para lo que necesites, Helena —Acabó diciendo.
Con el sonrojo trepando mis mofletes, traté de aguantar la sonrisa y evitar la dulce mirada de Charles.
—Igualmente, Arthur. Y llámame Lena —Le pedí—. Todos mis amigos lo hacen.
—Lena, entonces —afirmó, dichoso de la cercanía que estaba demostrándole—. Aunque tú siempre te refieres a ella como Helena —Embistió de nuevo contra su mayor.
—Solo me lo permite a mí, así que para ti es Lena —aclaró el piloto de Ferrari.
No necesitaba marcar el terreno, pero aquel jueguecito con su hermano sacaba su lado más infantil. Una faceta que no había visto por mí misma hasta entonces, con Charles resistiéndose a esos comentarios inapropiados que incluso amenazaban con doblegar su férrea actitud.
Con ellos discutiendo amistosamente, reconocí que era cierto. Charles se había acostumbrado a llamarme por mi nombre completo, algo que solo hacía mi abuela desde que mi madre falleció. Y, a pesar del rechazo que me generaba escucharlo en la boca de otras personas, con él era diferente. Me gustaba la cadencia que le daba a mi nombre. Me gustaba que solo Charles lo usase.
—Eh, eh —Se quejó Arthur—. ¿De dónde viene ese monopolio? —Soltó mi mano, cargado de preguntas que Charles no iba a responder.
—De ninguna parte, Arthur —suspiró, exhausto y alegre al mismo tiempo, y cogió del brazo a su hermano—. Vamos, tengo una reunión con Mattia y los demás y tú vienes conmigo.
—Pero yo quiero quedarme con Lena y ponerte verde —Lloró el menor, adorable como pocos.
Había aprendido del mejor intérprete, desde luego. Cuando Charles se ponía de ese talante, nadie podía negarle nada de nada.
Rodó los ojos, consciente de que ese comportamiento tan insolente empeoraría a lo largo del fin de semana, pero, en el fondo, le divertía que su hermano no pusiera las cosas fáciles. Había echado de menos las peleas tontas y fraternales; lo veía en sus chispeantes ojos.
—En tus mejores sueños, courageux morveux ... —Escupió, tirando de él hacia la salida.
—Vaaaale —dijo, resignado a su momentánea derrota—. Encantado, Lena —repitió—. Nos vemos más tarde —Yo le obsequié con una amplia sonrisa de despedida—. ¿No te despides, Charles? —Continuó Arthur.
Ah. Él ya debía sospechar algo.
Se volvió por un segundo.
—Hasta luego, ch ... Helena —Corrigió rápidamente.
—Hasta luego, chicos —respondí yo, procesando que ese "chérie" nos habría delatado.
El más pequeño, sin moderar apenas la voz, siguió con la batería de interrogantes mientras se iban del box de la escudería italiana. Andrea los esperaba en la salida para indicarles el camino a seguir.
—Qu'allais-tu dire? Ce n'était pas son nom et ...
—Ne vas-tu pas te taire? —Charles intentó pararle los pies.
Apostaría lo que fuera a que no se libró de la insistencia de Arthur hasta que llegaron a la sala de reuniones reservada a Ferrari.
🏎🏎🏎
Dije que no habría capítulo nuevo este fin de semana, pero no me pude resistir 😎🤙🏻
Nos vemos la semana que viene con el GP de Australia ♡
Os quiere, GotMe 💜
25/3/2023
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