22 || time
Helena Silva
Me fijé en que sus comisuras se habían hinchado.
De pronto, tomó conciencia de lo que estaba pasando entre nosotros y, lentamente, bajó la mano que jugaba con mi brasier de encaje.
—¿Es que estoy siendo demasiado ...?
—No. No lo malinterpretes —Me apresuré a aclararlo porque no quería ver ese temor en su rostro—. Tú no estás haciendo nada mal —Le dejé bien claro—. Hace tiempo que no lo hago y, en realidad, la última vez fue un verdadero desastre —Recordar lo desagradable que fue hacía que mi libido cayera en picado—, así que no me siento muy bien cuando se plantea la situación.
El pánico que tenía al decir aquello en voz alta no era ninguna broma. Charles debió percibirlo, pues, un segundo más tarde, me regaló una bonita sonrisa en la que podía apoyarme sin sentir culpa o miedo a ser deshonesta con la persona que me estaba abriendo su vida.
—No te agobies. No nos tenemos que apresurar —dijo, tan amable como siempre—. Será cuando te apetezca.
—Pero eso no quita que me atraigas —Le expuse mis deseos más escondidos—. Porque lo haces, y mucho.
—Ya lo sé —Asintió—. Hay un momento para todo, chérie. Y todavía no es el momento de que te demuestre cuánto se puede disfrutar si es con la persona correcta. Lo entiendo —Estaba siendo sincero y ... Joder, Charles nunca comprendería cuánto le agradecía que fuera íntegro y comprometido con el respeto que me correspondía por derecho—. ¿Tan mal fue la última vez? —añadió al final.
—Horrible —Suspiré—. No me gustó ni un poco. Se ocupó de su placer y se olvidó de mí por completo. Me sentí usada y tirada, como un trapo sucio —Le puse al corriente de algunos de los sentimientos que me acompañaron esa noche.
Rozó mi barbilla con su dedo índice, reclamando mi atención y dirigiéndola a sus ojos verdes nuevamente.
—Haré que dejes de pensar así, ¿vale?
Su propuesta me hizo sentir un poco más feliz. Un poco más valorada. Un poco más humana.
—Quizá en un mes o en ... —Intenté darle una cifra estimada.
Justificarme lo empeoraría, aplazarlo deliberadamente también, pero esa necesidad de decir algo que le diera cierta seguridad acerca de mi determinación a seguir adelante solapó todo lo demás.
Su ceño fruncido llegó antes que su voz.
—No pongas una fecha límite, por favor —dijo, dando sepultura a mi tonta exculpación—. Estará bien, sea cuando sea.
Su pelo, alborotado, y aquella mirada de persuasión creaban un aura angelical a su alrededor. No era perfecto y yo tampoco lo era, pero estaba tan segura de que era perfecto para mí que no podía pensar en otra cosa que no fuera en su sosiego y aceptación.
—Eres un sol —Le aventé dicho piropo sin previo aviso.
Una mueca de satisfacción cruzó su cara de lado a lado. Las arruguitas alrededor de sus orbes contribuyeron a la conformación de la combinación más hermosa que había visto nunca.
—Lo sé —Se vanaglorió, abandonando todo rastro de humildad tan pronto como vio la oportunidad.
—Y un ególatra —Contrarresté mi valoración anterior.
—¿De verdad? —Fingió sorpresa y recibió con gusto el beso que me encargué de plantar en su apetitosa boca—. Me gustaría escuchar más de esos calificativos que me atribuyes —Se relamió, disfrutando del momento—. Por ejemplo, ¿qué piensas de mí cuando estoy subido en el monoplaza?
—Que tu es incroyable —contesté en un francés impecable.
—Filou —dijo de soslayo.
—¿Qué significa eso? —Le pregunté.
Me interesaba mucho aquel vocablo que escapaba al arsenal léxico que me había ido construyendo después de unas semanas estudiando el idioma.
—Que serás la única causante de que me crea mejor de lo que soy —Me puso en contexto.
—Tienes los pies en la tierra —argumenté a su favor y esa tonta sonrisa tembló en sus labios por segunda vez consecutiva—. Algo así no sucederá.
Aparté un mechón de su frente y él se abrazó a mi cintura, verdaderamente complacido de que siguiera subida encima de su cuerpo y no estuviera valorando un descenso cercano.
—Dime más.
Le colmaría de halagos si así lo quería. A ninguno de los dos nos cabía ninguna duda de que lo haría hasta que quedara afónica.
—¿Más? —Decidí jugar un poco con sus tiernas súplicas—. ¿Charles Leclerc quiere que le regale los oídos? —Él no hacía más que agrandar su sonrisa—. Creí que estabas cansado de que la gente te repitiera lo fabuloso que eres.
—Y lo estoy, pero no si viene de ti —apeló a la Helena que, por puro instinto, caía en sus encantos una y otra vez—. Maintenant, on fait des câlins.
—¿Estás usando un vocabulario extremadamente complejo a propósito, Leclerc? —Le eché en cara.
—Oui —bajé ligeramente la cabeza para besarle. El temblor en sus comisuras, resultado de su tierno intento por sostener la sonrisa sin flaquear, convirtió aquel beso en algo de mucho más valor—, parce que j'ai honte de te demander cela —Se defendió, luchando a contracorriente.
El chasquido de mis labios diciendo adiós a los suyos me generó una dulce sensación en el estómago.
—Bien —Tomé aire y examiné mejor la humedad que brillaba en su labio inferior—, je suis désolé de te dire que je l'ai parfaitement compris —Retarle de aquella forma me divertía una barbaridad.
A él, además de estirar su bonita sonrisa, le calentaba. Se lo veía en el gesto, en sus ávidos pestañeos, en la grave vibración que se adueñaba de su tono.
—Ah, putain ... —maldijo.
—También he entendido eso, campeón —Proseguí mientras acariciaba su barba con mis nudillos.
—Genial ... Ya no puedo usar mi lengua materna para ocultarte nada —Lloriqueó.
—¿Es que lo hacías? —La ofensa cubrió mi semblante.
—¿Quién ha dicho eso? —Se hizo el despistado.
Me fue inevitable reír. Charles secundó aquellas risas con otras más suaves y genuinas.
Después de desinflarme como un globo, recurrí a nuevos besos que él me concedió de buen grado y que prolongaron un poco más la insensata llama que se propagaba dentro de ambos.
—¿Quieres que te consienta de verdad? —inquirí, alejándome más de su cara para poner distancia. Necesitaba recuperar la seriedad—. Sabes que no soy una chica cariñosa.
Charles, perfectamente de acuerdo con esa afirmación, dio unas pinceladas a mis mejillas, reteniéndome a pocos centímetros.
—Lo eres conmigo, tesoro —Me delató.
—Dios mío ... —Rodé los ojos y él volvió a reír—. Eres un embaucador —dije, indignada.
—Gracias. Estoy aprendiendo de la mejor —Me la devolvió.
—Te insultaría, ¿sabes? —arremetí contra su indomable espíritu de lucha.
—¿Y por qué no lo haces? —Siguió, incansable.
Sus retos me revolvían el vientre porque, al final del día, solo él había logrado que me alterara y que me emocionara con algo tan simple como una conversación a mitad de la madrugada.
—Porque solo se me ocurren cosas buenas —reconocí, obteniendo una mirada dulce y agradecida de Charles—. El juego dejaría de ser gracioso.
El deleite dibujaba sus facciones y a mí me daba un gusto horrible verle tan ilusionado. Esos destellos que se desperdigaban por sus oscurecidas pupilas eran semejantes a los que solía mostrar al equipo cuando se subía al coche que, algún día, le garantizaría un copa que había ansiado ya durante demasiados años.
Entonces, tiró de mi cintura y toda su atención giró en torno a mi boca y a las múltiples maneras que se le ocurrían con tal de colmarla de caricias.
Sin apenas desligarse de mis labios, se paró a pensar en lo que nos depararía el itinerario laboral a lo largo de aquellas semanas en Italia.
—Los preparativos empiezan mañana, ¿no?
Pedía que se lo confirmara y así lo hice.
—Sí —Desplacé mi mano a través de los tirabuzones de su sedoso cabello—. Carlos practicará primero en Maranello. ¿Cuándo vendrás? —Picoteé sus comisuras—. Mattia no estaba seguro de los días que colocaría tus prácticas.
—Tengo unos compromisos que atender primero —Me comunicó—. Un par de entrevistas y una sesión de fotos con Armani en Milán —Hizo memoria, cansándose de solo recordarlo—. Creo que aplazaré los entrenamientos al lunes.
Debía haberle dado muchas vueltas y sabía que no le agradaba la idea de posponer sus entrenamientos hasta la semana siguiente.
—El lunes me marcho a Imola para prepararlo todo en el circuito —expliqué.
—Entonces no nos veremos hasta el jueves de la semana que viene —Acertó, apenado.
—Por lo que veo, dos días durmiendo contigo deben tener un merecido castigo —dije a modo de broma.
—¿Lo consideras un castigo, chérie? —Levantó sus cejas, tomándoselo a risa—. Solo será una semana.
—¿Siete días sin tenerte cerca? —Me contuve y seguí con el chiste a pesar de que lo decía muy en serio—. Puede que no esté tan mal —Sonreí, dolida con esa planificación que me privaría de su compañía.
Charles lo notó. Él siempre notaba el significado detrás de mis palabras. Así pues, actuó como mejor supe y me atrajo a su torso desnudo con la intención de regalarme un delicado beso. Por el contrario, su mirada decayó, al igual que mi espíritu.
—Oye ... —Me llamó—. Te llamaré, ¿de acuerdo?
Moví la cabeza, convencida de que lo haría.
—Eso espero, Leclerc —murmuré.
Me besó una y otra vez como compensación por todos los días que no nos veríamos.
—¿Pasaría algo si te acerco a Maranello mañana? —Me preguntó al cabo de un rato.
Yo, incrédula, lancé una carcajada irónica al aire.
—No he conocido a ningún hombre al que le guste más el riesgo que a ti, ¿sabes? —Le solté, anonadada.
—Soy piloto de Fórmula 1, Silva —trató de justificar sus atrevidos movimientos—. Lo llevo en la sangre —Esbozó una peligrosa sonrisa—, aunque tenerte encima es más arriesgado que una curva cerrada de Bakú.
Al decir aquello, me di cuenta de que estábamos muy pegados. Muchísimo. Desde luego, no habría sido inusual que su excitación se precipitara. Ninguna persona, por muy cuerda que estuviera, podría soportar un reto como ese sin sufrir una cadena de consecuencias para las que yo no estaba lista todavía. Puso por delante mis deseos, los respetó, y nada me hacía más feliz que saber cuánto le importaba mantener la calma.
—Hace unos minutos estabas suplicando mimos. ¿Has cambiado de idea? —Le piqué un poco más.
—No, pero una postura que no invite a que mi amigo despierte sería mucho más cómoda —Apuntó, siendo el chico sincero y responsable del que me enamoraba a pasos de gigante.
Guardé un breve silencio.
—¿Tanto disfrutas esto? —Ponerle a prueba era una de mis actividades preferidas.
—Mon dieu—Al reclinarse contra el cabecero de su cama, la panorámica que me invitaba a sobreanalizar bastaba para que decidiera parar. Él no era el único que sentía peligrar nuestro reciente pacto de abstinencia—, tu ne peux pas imaginer.
Su mueca hablaba por sí sola.
—Hora de bajar, sí —Palmeé su hombro y levanté mi pierna, bajando de su mullido regazo.
Charles vio cómo, en lugar de tumbarme a su lado, recogía mi teléfono móvil en busca de alguna notificación interesante. Por lo tanto, intuyó que Mk somnolencia se había evaporado con nuestra extensa y reveladora charla nocturna.
Se acercó a mí, cubriendo parte de su pecho con las sábanas.
—¿No tienes sueño? —Quiso comprobar si sus sospechas eran ciertas.
—No. Ya no.
—¿Una película? —Propuso a pesar de que el reloj marcaba las tres y media de la madrugada y de que tendríamos que madrugar.
Interesada en su plan, dejé mi teléfono en la Mesilla, junto al suyo, y me encogí, recogiendo algo del calor que irradiaba su cuerpo.
—Claro —respondí—. ¿Cars?
—Y ahora me dirás que te recuerdo a McQueen.
Tras agarrar el mando de la televisión, se echó en la cama. Aproveché la oportunidad y me encajé contra su costado izquierdo. Él solo tuvo que bajar su brazo para poder acariciar mi melena oscura.
—Me recuerdas a McQueen —reconocí.
—¿Por qué dice eso todo el mundo? —Parecía ofendido por no entenderlo.
Eso me parecía jodidamente adorable, pero me lo tragué y le di la explicación más básica y evidente.
—Porque es rojo y corre más rápido que el rayo —expuse.
—Pero es un chulo al principio —Se quejó como un niño pequeño.
—Ups ... —Me reí.
Él no lo era. Por supuesto que no. Sin embargo, hacerle rabiar era extremadamente divertido. Se lo compensaría con esos mismos que quería, así que me permití ser un tanto molesta.
—Bellisimo ... —exclamó, aunque le costaba contener la sonrisa.
Después de poner la película en la televisión de su cuarto, Charles se escurrió de tal forma que acabó apoyándose en mi hombro derecho. Yo no pude hacer otra cosa que enterrar mis dedos en su pelo y jugar con sus mechones hasta que su respiración se tornó monótona y tranquila.
No había pasado ni siquiera el primer cuarto de hora del largometraje cuando percibí que el sueño había supuesto su perdición.
No le culpaba. Había sido un día muy largo y, sobre todo, exhausto. Charles desempeñó el papel de guía turístico mejor de lo que imaginé y no se me ocurría un modo mejor de agradecérselo que acariciando su cabello mientras descansaba tanto como necesitada para volver a su rutina en unas horas.
Mientras veía una de mis películas favoritas de Disney, decidí poner en mi story de Instagram la foto que saqué durante nuestro bonito paseo por la calles de Módena. También le di las gracias al chico que me acompañó en la experiencia, aunque no di su nombre y dejé que mis escasos seguidores se quedaran con las ganas de averiguar quién había estado conmigo todo el día. En realidad, los únicos que lo sabían eran Carlos y Julia.
A pesar de que yo también estaba agotada, mis niveles de energía se estabilizaron bastante y pude terminar la película con mis cinco sentidos. Él, por el contrario, inspiraba hondo, pegado a mi pecho. Para no despertarle, mantuve aquella posición hasta las seis y media de la mañana. Con todo el cuidado del mundo, salí de la cama y Charles, bien dormido, se instaló en el lugar donde yo había permanecido tumbada. Sonriendo, cogí su bata y ropa limpia y me marché a la ducha.
No entendía muy bien cómo no tenía ni una pizca de cansancio acumulado, pero, tras aquella ducha de agua caliente, me desperté por completo, preparada para enfrentarme al primer día de trabajo en las instalaciones de Maranello.
A las siete en punto, fui a la cocina y cogí un par de huevos del frigorífico. Aunque mis dotes culinarias no eran nada increíbles y apenas me defendía con comidas y recetas básicas, recordé un comentario reciente de Charles y encendí su placa de inducción.
Acabé bastante rápido de cocinar, pero tuve que responder a unos correos urgentes y, al final, no eché la comida en un par de platos hasta las siete y media. A esa hora, decidí que despertar a Charles sería lo más acertado. No estaba segura de que hubiera puesto una alarma, así que yo haría de su despertador particular.
Al entrar a su habitación, confirmé que seguía en la parte izquierda de la cama. Si bien se encontraba boca abajo, sus resoplidos se escuchaban perfectamente. Cuando me senté en el borde del colchón y coloqué mi mano en su amplia espalda, estuve a punto de cambiar de planes para que pudiera dormir cinco horas más.
—Charles ... —En un primer momento, no obtuve ninguna reacción de su parte—. Se te enfriará el desayuno ... —Continué repasando su columna vertebral con algunos de mis dedos.
Empezó a girarse. Su cara, aplastada contra las sábanas, estaba en una posición que hacía que sus labios estuvieran algo abultados. Se aclaró la voz y trató de enfocar mi figura con unos ojitos hinchados que me pellizcaban el corazón.
—Quelle ...? —Se trabó, adormilado—. Quelle heure il est?
—Les ... —Me propuse responder en francés—. Il est sept heures et demie —Él se sonrió, conforme con la constestación—. ¿Lo he dicho bien? —Indagué.
—Magnifiquement, chérie —alabó mis avances en el idioma.
—Merci —dije, satisfecha con aquel reconocimiento—. ¿Estás muy cansado? —Puse mi mano en su cabello revuelto.
—En absoluto —Aclaró mientras se estiraba—. La película ... —Observó el televisor apagado—. ¿Terminó hace mucho?
—Hace un par de horas, aunque te quedaste dormido enseguida.
—Lo siento —Bostezó—. Eres demasiado buena dando mimos y no pude soportarlo —Me confesó.
—Mea culpa —Esbocé una sonrisa, reconociéndolo.
A decir verdad, las ojeras bajo sus orbes se habían reducido bastante a pesar de no haber acumulado ni seis horas de sueño. Aunque me preocupaba que eso le afectara al hacer ejercicio aquella mañana, tuve la impresión de que Charles no estaba endulzando la realidad y que se sentía bien.
—¿Has desayunado ya? —Me interrogó, recogiendo a su vez mi mano y llevándosela a la boca.
Tenía un extraño fetiche con besar mis dedos y yo lo disfrutaba incluso más que él.
—Todavía no. Quería desayunar contigo —Le expliqué.
—Espera —Calló, alertado de algo que yo entendí—. ¿Huelo a omelette?
Lucía sorprendido y yo, en lugar de desechar dicha ilusión, alimenté la emoción que se desdibujó en su rostro.
—Ayer dijiste que se te antojaba, aunque no sé si te gustará porque en España ... —Quise excusarme en caso de que no le gustara la tortilla francesa que hacíamos en casa.
Sin embargo, incrédulo, se incorporó y me enfrentó cara a cara.
—Helena, ¿me has cocinado una jodida omelette y crees que no la voy a disfrutar? —exclamó, indignado por lo que estaba suponiendo—. ¿Por quién me tomas? —Añadió, defraudado.
—Por un francés quisquilloso —Me burlé, abochornada.
—No soy francés y tampoco soy quisquilloso con la comida —Se quejó con bastante razón.
Mis conocimientos sobre cocina escaseaban y no sabía preparar más que algunos platos sencillos y socorridos. Vivir sola durante mi etapa como estudiante universitaria habría sido mucho peor si la beca no hubiera incluido tres comidas al día en la cafetería de la universidad. Aún así, el menú de Inglaterra no tenía nada que ver con un buen puchero de mi abuela o cualquier comida española, por simple que esta fuera.
—Suelo olvidarlo —Lancé un suspiro y me gané una mala mirada suya—. Además, no soy una excelente cocinera, así que ...
—Pero huele de maravilla —Su insistencia era más adorable de lo que podía soportar.
—¿En serio? —Dudé.
—En serio —contestó, sentenciado su opinión—. Ven aquí —Tuve que acercarme y recibir aquel beso porque, de no haberlo hecho, Charles se las habría arreglado para mostrarse vulnerable y herido tras mi aparente rechazo—. Gracias —murmuró, todavía besándome.
Era ridículamente tierno. Me derretía que actuara de aquella forma porque, en parte, quería creer que reservaba esa faceta para cuando estábamos solos.
—Aún no la has probado —respondí, un tanto tiquismiquis adrede.
Si no apelaba a mi humor, la rojez en mis mofletes se adueñaría de la situación por completo.
—Pero te he probado a ti y sabes de maravilla, tesoro —bromeó también, llevándome al límite.
Muy sonrojada, carraspeé sonoramente y me aparté un poco de su atrevida mueca.
—Mi turno empieza en una hora —recordé.
—Hablaré con Mattia ... —dijo de repente.
Sabía que solo estaba bromeando, pero no pude evitarlo y me giré, asustada de que hubiera un atisbo de verdad en sus palabras.
—No hablarás con nadie, Charles —Establecí como norma inquebrantable a partir de ese preciso instante.
Charles agrandó la sonrisa, sintiéndose tremendamente bien consigo mismo.
—¿Te he dicho ya que tu atractivo se triplica cuando te pones mandona? —Intentó pincharme y adularme a la vez.
No lo pude resistir y me tiré contra él.
Me quemaba no tener los arrestos para hacer nuestra relación pública, pero estaba dándome un tiempo que no iba a desperdiciar con miedos ni con peticiones que entorpecieran lo que apenas surgía entre nosotros.
Llegaría el momento en que todos lo sabrían y podríamos mirarnos sin esa tela de camuflaje que debíamos cargar de aquí para allá. Llegaría.
—Llamaré a un taxi después de desayunar —Me chupé los labios, apurada.
—De eso nada —Negó, sentándose correctamente sobre la cama—. Dije que te llevaría y lo voy a hacer.
—¿No te molesta? —pregunté.
Me levanté, seguida de él. Primero se desperezó y, luego, hizo crujir su cuello con una facilidad sorprendente cuanto menos.
—Me molesta no verte en una semana, Helena —desveló. Después, empleó su mano derecha para retirar algo de mi pelo en busca de que el contacto físico se prolongara todo lo posible—. Eso sí me molesta.
No había ni un destello de mentira en sus ojos.
Coloqué mis dedos en su estómago desnudo y el picor subió por mi muñeca y antebrazo al instante.
—Le he puesto Camembert a tu omelette, por cierto —Le informé, más animada.
—Ah, joder —maldijo en inglés, provocándome una carcajada especial que resonaría en mi cabeza durante esa larga semana que teníamos por delante—, no sabes cuánto te adoro —concluyó antes de besarme de nuevo.
Exhaló, maravillado y agradecido con el pequeño detalle que agregué al broche final de nuestra pequeña escapada italiana.
De camino a Maranello, vi los mensajes que dejaron Carlos y Julia al ver mi story.
[carlossainz55 respondió a tu historia]: Sisi, muy bonito todo, pero me debéis esa cena. Díselo a lord Perceval de mi parte 😚
[julia__gomez respondió a tu historia]: PREPÁRATE PARA UN BUEN INTERROGATORIO A LA HORA DEL ALMUERZO, CARIÑO. QUE NO NOS VAYAMOS A VER HASTA EL LUNES NO SIGNIFICA NADA (^·^). Love u 🫰🏻
A la hora de la comida, sin Charles cerca, mi pantalla de bloqueo se iluminó. Su mensaje me sacó una sonrisa incontrolable.
[charles_leclerc respondió a tu historia]: le plaisir était pour moi, ma vie ❤️🩹
🏎🏎🏎
Ese segundo puesto en la Quali de hoy merece un capitulillo de Fortuna 😎
Ojalá Charles remonte mañana y salga pronto de la 12ª posición, aunque, conociéndole, seguro que escala rapidísimo y alcanza en nada a los primeros <3
Mientras tanto, todo marcha bastante bien en la novela, con estos dos siendo preciosos y entendiéndose a la perfección 🤧
Probablemente no haya actualización por aquí la semana que viene, pero seguro que habrá una dentro de dos semanas con el siguiente GP 🤙🏻🏎
A cambio, haré lo posible por subir un capítulo de Answer el fin de semana próximo, pero no prometo nada porque apenas he empezado a escribirlo xD
Ojalá mañana les vaya muy bien a los chicos ヽ(≧∀≦)ノ ❤️ y que Alonso, aka el padre de todos los españoles, se lleve otro podium o la 33 🤓💚
Os quiere, GotMe 💜
18/3/2023
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