21 || your gaze
Helena Silva
Nerviosa, examiné con detenimiento la imagen, y, al acabar, eché la vista a su mesa. Necesitaba unos momentos para procesar lo que estaba sucediendo. La neblina de un sueño demasiado pesado todavía me perturbaba la mente. Inocentemente, quise creer que no era más que una pesadilla incontrolable, de esas que uno nunca espera tener pero que debe soportar hasta que, por algún motivo externo, despierte en una realidad más benévola.
—Esto ... Esto era a lo que me refería —Di un paso atrás y Charles bajó su teléfono, atento a los gestos que acompañaban a mis torpes palabras—. Un escándalo es lo peor que podía ocurrir. Es ...
—Helena, mírame —Se las arregló para sostener mi brazo, evitando así que retrocediera más—. No es ningún escándalo. Soy un hombre sin ataduras ni compromisos. Puedo estar con quien me apetezca —dijo. Era convincente y no parecía muy molesto por la filtración de aquella fotografía, pero yo no podía pensar con tanta claridad—. Solo es un chisme del montón. Ni siquiera se ven nuestras caras en la foto —Aseguró, sosegado.
Sabía que llevaba la razón y que nadie podía reprocharle nada, ni a él ni a mí, pero la posibilidad de que aquello se volviera mucho más grande, me asfixió. No podríamos controlarlo. La gente hablaría, supondría cosas estúpidas solo por ser la nueva pareja de Charles Leclerc.
¿Estás preparada para esto, Helena? ¿Estás preparada para que todo el mundo te mire y te juzgue sin conocerte?
Ya has vivido esa historia antes y es horrible, ¿lo recuerdas?
Ahí me di cuenta de que no guardaba los arrestos necesarios. No podía enfrentarme a esa situación. Aún no.
—No quiero que esto nos pase factura —Le fui sincera, intentando que la voz saliera de mí sólida y fuerte—. No quiero que hablen de nosotros cuando ni siquiera sé si ese "nosotros" llegará a buen puerto —Me atreví a observar su semblante. Miedo y pena. Una combinación como esa no debía perjudicar a Charles, pero lo estaba haciendo, y todo por mi culpa—. No ... No estoy lista para que cuestionen mi cariño por ti ni ...
—Hablaré con la prensa si es lo que te preocupa —Me frenó en seco, desesperado por bajar mi histeria y convencerme de que no estábamos en una posición tan complicada—. Nadie va a dirigir nuestra relación —declaró. Verle tan decidido y concienciado de lo que debía hacer, me calmó. Él no solía poner ese tono ni esos ojos fuera del paddock—. No haremos nada público hasta que estés segura de que vale la pena estar conmigo —Aseguró, tomando mis brazos entre sus manos.
De repente, un latigazo de culpabilidad asestó un golpe diestro en mi espalda. El escozor recorrió también mi estómago.
No deseaba que lo pasara mal a raíz de mis devaneos y tontas suposiciones.
—Sé que vale la pena, Charles —Sujeté sus dedos, acercándome a él—. No es eso lo que me preocupa —Traté de justificarme.
Ese nerviosismo se estaba marchando. Cuando Charles recogió mi enrojecido pómulo en su amable mano, solo pensé en todo lo que teníamos por delante, en que los baches seguirían ahí, esperándonos por doquier, pero que no estaría sola a la hora de sortearlos.
—Ya lo sé. Solo ... Entiendo tus inseguridades. Compartimos algunas de ellas —Junto con una pequeña sonrisa, acarició mi piel—. Lo único que quiero es que te sientas bien estando conmigo. No quiero condicionantes ni fotógrafos molestos. No quiero eso para nosotros —Corroboró lo que ya sabía. No obstante, escucharlo me relajó más de lo que él podía prever—. Al menos, por ahora —Puntualizó, pegándome a su corpulenta figura—. Ir a paso lento y seguro. Acordamos que sería así, ¿recuerdas? —Apeló a mi memoria.
Yo respiré profundamente y me así a su torso en un abrazo. No lo cuestionó. No se pronunció al respecto. Me abrazó, levantó una barrera contra los contratiempos ajenos a nosotros y creó un espacio protegido, seguro, al que no llegasen rumores o comentarios de terceras personas.
—Y eres un hombre de palabra —farfullé mientras apoyaba mi barbilla en su hombro.
—Lo soy —confirmó, orgulloso de poder autoproclamarse como tal.
Meditabunda, empujé ligeramente mi boca contra su dermis tostada.
—Siento haberme alterado —Entorné los ojos.
Al mismo tiempo, procuré cerrar mis brazos alrededor de su espalda.
¿Desde cuándo me resultaba tan sencillo pedir disculpas? Desde la muerte de mamá, batallé con una inoportuna incapacidad de hacerlo con papá, con Ana, que no tenía culpa alguna en mi pésima estabilidad emocional, incluso con mis amigos más cercanos. Julia sabía cuánto me costaba pedir perdón porque, al hacerlo, reconocía mi desastroso modo de vivir.
Y Charles ... Charles también era conocedor de ese lastre con el que cargaba, pero no me dolía hacerlo con él presente. ¿Por qué debería irritarme? Nunca juzgó mis decisiones. En cualquier caso, me aconsejó si lo creía conveniente, pero nada más.
—No lo sientas —Peinó mi cabello. Un detalle tan simple logró que mis ojos se aguaran—. Puedes enfadarte, molestarte o maldecir cualquier cosa que necesites sacar de dentro. Este es nuestro lugar seguro. Sin flashes ni opiniones maliciosas. Solo estamos tú y yo aquí y quiero que te sientas libre, que seas como eres siempre —Asentí, desahogada—. No te sientas mal por levantar un poco la voz o por quejarte. Incluso tu impaciencia me gusta —Aclaró, haciéndome sonreír.
—Tú y tus extraños fetiches —Luché contra esas lágrimas poco deseadas—. Casi lo olvidaba —Reí escuetamente. Después, en completo silencio, incliné mi cabeza contra la suya—. Lo siento —repetí—. Ha sido superior a mí —expuse—. Puede que siga siéndolo durante un tiempo.
No quería engañarle. Decir que sería un camino de rosas no arreglaría nada, así que no lo dije. Ni siquiera me lo planteé.
—Ya está. Aprenderemos a gestionarlo —expresó a modo de consuelo—. No te angusties, chérie.
Volvimos a su cuarto poco después. Una vez allí, nos sentamos contra el cabecero de la cama y le pedí que me dejara ver la fotografía de nuevo. La miré y la miré hasta que, de alguna retorcida forma, empecé a encontrarla agradable.
—¿Quién crees que pudo hacerla? —Le pregunté, con su brazo tras mi nuca y los ojos puestos en la pantalla de su iPhone.
—No lo sé —Suspiró—. Algún fan. Alguien que me reconociera, supongo —Sí, debió ocurrir algo similar en aquella discoteca de Melbourne—. Lo bueno es que la inclinación de la foto y lo borrosa que se ve ayuda a que no sepan si soy yo. Pierre me ha dicho que muchos creen que es él —comentó, dejándome más tranquila.
Me tomé unos segundos antes de hablar.
—Es una foto bonita.
—Hace un rato la odiabas —Me rebatió él.
—Puedo cambiar de opinión, ¿no? —Soné más alegre a pesar de que no era mi intención en absoluto.
—Claro que puedes, tesoro —Besó mi cabeza, cariñoso—. ¿Quieres que te la envíe?
—Por favor —concluí, analizando con suma atención la manera en que me acogía a su ropa, desesperada por corresponder a esos besos que no recordaba demasiado—. Siempre nos toman fotos en grupo. Esta es la primera en la que solo somos nosotros dos —aclaré para él.
¿Estarían hablando en redes sociales? ¿Estarían buscando información sobre la chica que besaba al supuesto corredor de Fórmula 1? No quería entrar en Twitter, pero la curiosidad me mataba lentamente.
—¿Por qué no haces una ahora? —propuso Charles.
Nadia sabe que eres tú. Nadie sabe que es Charles. Nadie lo sabe, así que olvídate de la paranoia y céntrate en él, Helena. Quién sabe cuándo tendréis algo de tiempo para estar juntos fuera del paddock.
—¿Ahora? —Levanté su móvil y salí de la aplicación—. Todavía tengo los ojos pegados, Charles —bromeé.
—Pon la cámara, vamos —Me animó con dulzura.
—No sé cómo posar y tampoco sé dónde tienes la cámara ... —contesté, como si pudiera excusarme.
Localicé el icono de la cámara más pronto que tarde. Sin embargo, cuando el cuadrante nos reflejó y tuve una buen visión de ambos, además de identificar algunos de mis mechones revueltos, contemplé el perfil de Charles. Él tenía los ojos clavados en mí como si fuera la primera vez que me veía.
Aquella noche en Baréin, si hubiera tenido un mínimo de luz en el que refugiarme, ¿habría descubierto una mirada como esa? Una mirada que desbordaba amor y aprecio por alguien con quien no compartía mucho realmente, pero a quien amaba con una incondicionalidad sorprendente.
Charles era altruista con el resto del mundo y amable con todo el mundo. Habría confundido esa parte de personalidad de no haber sido por el centelleante brillo que desprendía entre un parpadeo y otro. Parecía no querer cerrar los ojos ni un milésima por temor a perder algún momento previsiones e insustituible.
—¿La has encontrado? —Le escuché decir.
Esperé, ojiplática, porque la escena que me mostraba su cámara era mucho más interesante que darle una respuesta.
—Sí —El monosílabo se escurrió entre mis labios.
Al instante, me vi a mí misma sonriendo. No era más que una sonrisa sutil que se camuflada endemoniadamente bien con mi aspecto serio. Esa sonrisa protagonizó una fotografía que quedó inmortalizada en su carrete de fotos después de que mi dedo presionara el botón y se escuchara un lejano "click".
—¿Has sacado la foto? —preguntó a la vez que se apoyaba en el cabecero de madera.
No me quitaba los ojos de encima. No lo hacía, y eso aumentaba mi ego sin remedio.
—Sí —musité, dejando caer la mano junto a su móvil en mi regazo.
—¿Y qué ocurre? —Lanzó la pregunta, interesado en mis breves contestaciones—. ¿Tan mal salgo en pantalla? —Rio un poco.
—No. No es nada parecido —Le saqué de su adorable error.
Ladeé mi rostro y pensé ... Pensé en lo débil que me hacía sentir cuando posaba sus pupilas en mí, aunque sólo transcurrieran un par de segundos. Una debilidad que no me había dado el lujo de sentir hasta entonces. Una debilidad satisfactoria como pocas que me succionaba el valor para luego triplicarlo. Me drenaba, me vaciaba, y, más tarde, se encargaba de recomponerlo todo en secreto, a espaldas del resto del mundo.
—¿Entonces? —insistió.
Mi boca estaba seca y mi garganta constreñida.
—No sabía que me mirabas de esa manera —Le confesé, reteniendo un sonrojo al que no me apetecía sucumbir.
—Siento una extraña devoción por ti, tesoro —manifestó, como si estuviera relatando una verdad universal de la que no me había dado cuenta por estar completamente ciega—. Siempre te miro así.
¿Siempre? ¿Desde que nos presentamos en el paddock de Baréin o desde que me arrastró a aquel cuarto en una fiesta de la que quería escapar a toda costa?
—Aún no me han salido ojos en la nuca, Charles —Probé a defenderme, pero mi risa nerviosa lo echó a perder.
—Cierto. Aunque es mejor que no me pilles cuando lo hago —reflexionó, atrapándome de lleno—. Las miradas dicen mucho y sería mucho peor si el equipo fuera consciente de lo que pasa entre nosotros.
Pestañeé y busqué sus orbes.
Me moría. Joder, me consumía con cada injusta explicación acerca de lo mucho que me amaba sin llegar a decirlo. Porque no lo decía. No lo decía, pero él y yo lo sabíamos y no estaba segura de aprender a soportar aquellos bruscos vuelcos que sufría mi corazón. ¿Qué pasaría cuando lo pusiera en palabras, sin rodeos ni vueltas de tuerca para evitarme un fulminante infarto?
Oh, señor. ¿Lo amo tanto? ¿De verdad? ¿Qué es esto? ¿Por qué no puedo frenarlo ni bajar el ritmo? ¿Por qué me picotea la mente? ¿Por qué siento que algo estallará en mi interior si no lo detengo a tiempo?
¿Por qué no controlo mis propias acciones? ¿Qué tipo de poder tiene Charles sobre mí?
Esa última cuestión volvía una y otra vez, rebobinaba en múltiples direcciones hasta hacerse un amasijo de voces que no distinguía.
Me aferré a él con la tonta esperanza de que obtener algo de equilibrio en medio de aquel estrafalario baile con mis pensamientos, pero fue en vano; cuando caí en la cuenta de lo que estaba haciendo, ya me había sentado sobre su regazo y él perforaba mis dilatadas pupilas con las suyas, atacándome a conciencia.
—¿Qué haces? —Objetó, pues no había predecido mi repentino movimiento.
Yo tampoco lo habría adivinado.
Sostuve con decisión sus hombros, aunque Charles, mil veces más relajado que yo, levantó sus trabajados brazos y apoyó las manos tras su cabeza. Encontró una postura cómoda y permitió que le estudiara tanto como mis lagrimosos ojos necesitaban.
—Ya no me apetece sacar esas fotos —anuncié.
—No? —Media sonrisa. Media sonrisa fue suficiente para que mis latidos se dispararan y mis sentidos confundieran, solaparan, la realidad con una dimensión paralela que giraba en torno a una melodía intensa y armoniosa—. Preferisci arrampicarti sopra di me? —inquirió con cierta sorna.
Me sentía como una de esas canciones repetitivas y eufóricas que se pusieron tan de moda a mitad de la década pasada. Canciones que podías escuchar sin cansarte.
Una canción de Taylor Swift. Eso era. Una canción que me absorbía, que me generaba complacencia y sentimientos nuevos. Me producía serotonina, adrenalina y cólera por experimentar situaciones que nunca creí que llegarían a mi vida. Una canción envolvente y adictiva que podría cantar a pleno pulmón si supiera la letra y, más aún, si no hubiera decidido que degustar la boca de ese chico era mi prioridad.
—Sí —Tomé su nuca, perdiéndome en la curvatura que regía sus rosadas comisuras, y lo besé, envuelta en un halo seductor del que Charles se había apropiado durante esos días—. Voglio molto di più.
¿Cómo mierda acerté a decir las palabras correctas?
—Mamma mia ... —refunfuñó Leclerc. Yo me fijé en que aquella posición pronunciaba la forma de sus músculos y me dispuse a tocarlos, atraída por todo lo que emanaba el piloto, que, al mismo tiempo, se dejaba embrujar por mi irracionalidad y por la proximidad de nuestros cuerpos. Con mis chispeantes dedos recorriendo sus bíceps, dejé cierto espacio para que hablara antes de precipitarse contra mis húmedos labios—. Sei una ragazza molto sfacciata.
Puede que lo sea, pero es tu culpa por despertar a una Helena que nunca ha vivido tan libre como lo hace estando contigo.
Traté de contenerme por mi seguridad y apenas lo conseguí. Si alguien conocía el secreto para resistirme a él, no me vendría mal algún consejo. Ah, pero imaginé que nadie entendería la locura de aquellos besos ni la demencia que me causaba con cada succión a mis labios.
Cuando metió su mano izquierda bajo la camiseta que usaba como pijama y atrapó entre sus dedos un pequeño pedazo de la tela de mi sujetador de encaje, entreabrí los ojos. Al encontrarse en mi espalda, no sentí un peligro real. No obstante, tuve que detenerme a mí misma y agarrar su antebrazo antes de que subiera más.
—Charles, creo que no puedo hacer esto ... —balbuceé encima de su boca.
—¿Hacer qué, Helena? —Me robó un nuevo beso y decidió esperar a que retomara la palabra.
—Intimar —Especifiqué, avergonzada.
🏎🏎🏎
Nuevo cap para cargar pilas después del desastre de Baréin 2023 🤡🤙🏻
Esperemos que los chicos tengan más suerte en Jeddah la semana que viene 🤧
Aunque puedo decir que, independientemente de lo que ocurra en la próxima carrera, habrá una actualización el sábado por la noche, igual que hoy ♡
Btw, estos serían algunos ejemplos de la carita que tiene Charles siempre que ve a Helena trabajando en el box 🥹
Aunque esta última sería la más representativa ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
Se queda embobado, como si no hubiera nadie más allí y solo pudiera mirar a la chica sentada frente al set de radio ༼༎ຶᴗ༎ຶ༽༼༎ຶᴗ༎ຶ༽༼༎ຶᴗ༎ຶ༽
Es curioso porque casi siempre la ve de espaldas, pero no hace falta más para que desvíe la mirada ✨
Os quiere, GotMe 💜
11/3/2023
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro