20 || vinyl & photo
Helena Silva
La cena fue fantástica, tal y como me aseguró que sería. A pesar de salir con el estómago lleno, me habría gustado hacer el esfuerzo de comer un solo plato más. Charles quedó maravillado con mi gran apetito. Yo temí que le asustara tener al lado a una chica tan glotona, pero, cuando le expresé esa duda, él solo me dijo que siguiera comiendo porque incluso algo como eso, cotidiano y normal, me hacía terriblemente atractiva.
Cerca de medianoche, salimos a dar un paseo para que toda esa comida bajara un poco. Él se rio de mi extraña costumbre, pero era lo que se hacía en España, así que insistí un par de veces hasta que me ofreció su brazo y caminamos por las calles despejadas de Módena.
A quién quería engañar; solo se me antojaba pasear de su mano durante un rato. La oscuridad de la noche nos ayudaba a pasar desapercibidos y me apetecía muchísimo actuar como una pareja corriente aunque fuera a esas horas.
Solo habían pasado unos minutos desde que nos marchamos del restaurante. Descendíamos una calle bastante larga cuando mis ojos atraparon un local abierto. Las luces se iluminaban casi toda la acera, por lo que fue inevitable que me fijara en la tienda.
Una tienda de discos.
En el escaparate principal decía que no cerraban hasta la una de la madrugada. Sorprendida, le pedí a Charles que entrásemos. Mientras lo hacíamos, le expliqué que mi abuelo tenía una enorme colección de vinilos antiguos. Aunque hubiera fallecido hacía ya más de ocho años, su recuerdo no me abandonaba. Siempre que podía y regresaba a casa, añadía algún disco a los estantes. De alguna manera, el paso del tiempo consiguió que la colección de mi abuelo materno se convirtiera también en la mía.
El amor por la música siempre había estado ahí, desde pequeña, pero, además, sentía esa afición como una conexión con mi abuelo y mi madre, estuvieran donde estuvieran.
Al entrar, saludamos al propietario; un hombre de mediana edad con aspecto bohemio que nos recibió en un italiano cerrado, similar al resto de ciudadanos de esa región.
Entusiasmada por la cantidad de discos y de vinilos que tenía la tienda, me pasé un rato revisando los estantes. Él sostuvo mi mano en todo momento, feliz de que yo me mostrase con esa naturalidad.
—¿Qué tipo de música te gusta? —Me preguntó tras unos minutos allí—. Sé que usas el jazz como terapia, pero estoy seguro de que no es lo único que escuchas. Tarareas demasiado como para que sea lo único —apuntó, dando en el clavo.
—Me siento expuesta —Sonreí y continué observando las filas de vinilos—. Suelo escuchar r&b, aunque también consumo mucha alternativa y soul —Le revelé.
—Yo soy muy básico, entonces —comentó.
Ojeó una de las largas filas de vinilos para tratar de dar con algún álbum que reconociera.
—También escucho pop actual. No estás solo en eso —Me sonrió, agradecido de que intentara valorar sus gustos musicales—. Ariana Grande, Taylor Swift, The Weekend ... —enumeré.
—¿Y de alternativa? —Me interrumpió. Parecía verdaderamente interesado en lo que pudiera contarle acerca de mis preferencias—. ¿No hay muchos subgéneros? —cuestionó.
Mis ojos se agrandaron debido a la ingente oleada de felicidad que me atropelló al escucharle preguntar aquello. Hacía mucho tiempo que no tenía ese tipo de conversación con alguien y, siempre que mostraban interés por saber algo más de mi refugio favorito, mi amor por la música prendía una gigantesca llama.
—Sí, pero yo tiendo más al pop-rock, r&b estadounidense —Le expliqué, recibiendo una mirada de comprensión de Charles—. Artic Monkeys, Cigarettes After Sex, Lana del Rey, Chase Atlantic ... —Justo entonces señalé uno de los vinilos que había visto al llegar a esa sección y lo empecé a sacar de su lugar—. Y mis favoritos —Le ofrecí la pieza.
—The Neighbourhood —Leyó el nombre del grupo.
—¿Te suenan?
—Puede, pero no recuerdo ninguna canción —dijo con total sinceridad.
—Algunas se han hecho conocidas por vídeos en redes sociales —Contextualicé un poco la fama que había adquirido el grupo en los últimos meses.
El sonido de un teléfono me perturbó brevemente, aunque pronto ubiqué el nacimiento de aquel desagradable ruido tras el mostrador de la tienda. El dueño respondió a la llamada en un italiano cerrado y brusco, opuesto a lo que estaba acostumbrada.
—¿Me harás una playlist? —Me propuso de pronto—. Creo que necesito ampliar mi espectro musical un poco —Bromeó.
—¿Quieres que la haga? —inquirí, terriblemente emocionada de que se interesara en mi opinión y criterio musical.
Charles me escrutó un tanto sorprendido, como si en su cabeza no pudiese concebir que yo no esperara unas palabras similares.
—Claro, chérie —Colocó su mano derecha en mis lumbares, cariñoso—. Tengo curiosidad. No sé cuántas veces te he visto trabajando con los auriculares puestos —Rescató un recuerdo que a mí también se me hacía común—. Son una parte más de ti, al parecer.
—Soy una introvertida de manual, así que siempre vuelvo a la música —Me expuse mientras recomponía la hilera de vinilos al meter de nuevo aquel que había ojeado—. Deberíamos irnos —hablé—. Se está haciendo tarde y conducir a estas horas no debe de ser muy cómodo —Le expresé cuál era el zumbido que no me dejaba respirar en paz a pesar de estar rodeado de cientos de atractivas distracciones.
—¿No te llevarás ninguno? —Me contempló, confundido.
Negué, consciente de que sería un peligro meter en la maleta una pieza tan delicada.
—Ah, no. Queda casi un mes hasta que lleguemos a España y me pasaría estas semanas con un miedo horrible a que el vinilo se rompiera en la maleta. Es muy arriesgado viajar con ellos —Le puse al corriente de lo que me había rondado la mente desde que entramos a aquel lugar.
—Tiene sentido, sí —Se abrazó a mi cintura.
Esperó a que echará a caminar hacia la salida. Dijo algo, despidiéndose del dueño, y me abrió la puerta como un caballero que no necesitaba pero que me gustaba sentir cerca.
—¿Qué es lo último que has escuchado tú? —Rescaté el tema de conversación durante el trayecto de regreso a su coche.
—Pues ... —Dudó unos segundos—. Creo que a Harry Styles.
—También me gusta —Le comuniqué.
—¿Es cierto que sacará álbum pronto? —Atacó, bastante ilusionado con ese rumor.
Esa faceta suya me gustaba muchísimo.
En el trabajo, siempre abordábamos los mismos asuntos porque así lo requerían las situaciones que se nos ponían por delante a diario. Sin embargo, charlar de otras cosas como si fuéramos amigos de toda la vida que ni se habían visto en años me hacía terriblemente feliz. Sentir aquella paz me confirmaba lo que ya imaginaba: que Charles y yo nos complementábamos mejor de lo que nadie habría podido. Al menos yo tenía esa sensación de no haber estado con ninguna persona que me hubiera dado esa tranquilidad y confianza.
¿Él también sentía eso? No se lo pregunté. No quise romper el cordial intercambio de recomendaciones musicales al que había llegado.
Esa noche, volví a quedarme en su casa. Ya no hizo falta que le pidiera nada, pues ambos fuimos a su cuarto y dormimos juntos. Parecía que habíamos desbloqueado un huidizo sentimiento mutuo de querer dormir en los brazos del contrario, sin que hubiera necesidad alguna de pedir permiso ni de rogar por aumentar el grado de intimidad.
Descansé, con él a mi lado, y me cuestioné si realmente había experimentado un descanso sano como aquel. Solo recordaba a mi madre y la calidez de sus abrazos, cuando me metía en la cama de matrimonio de mis padres a medianoche y me acurrucaba contra ella para dormir sin miedo a los monstruos que acechaban en las oscuras esquinas de mi habitación.
No tenía ni idea de qué hora sería cuando noté a Charles moviéndose y rehuyendo mi cercanía. Solo fue una lejana sensación, aunque más pronto que tarde se transformó en una escena viva y creíble porque la suave voz de Charles era inconfundible a mis agudos oídos.
—Pierre? Ça va? —Estaba ronco, demasiado dormido como para responder a una llamada de teléfono—. Oui ... Dormais, mais ne t'inquiète pas ... —Carraspeó y yo me giré hacia él. Entreabrí mi ojo derecho, extrañada de que Pierre le buscase en mitad de la madrugada—. Que veux-tu dire?
Si sumábamos a mis penosas clases de francés el aire somnoliento que envolvía mi oxidado traductor interno, era obvio que no entendería la razón por la que Charles sonaba un tanto preocupado.
Así pues, desorientada, me escurrí entre las sábanas de franela y usé un par de dedos para rozar los firmes músculos de su espalda baja.
—Charles ... —balbuceé, a punto de trabarme con tan solo decir su nombre—. ¿Qué pasa?
Se dio cuenta de que me había despertado, así que abandonó la incipiente conversación con su amigo y extendió su mano por mi cabello revuelto, tranquilizándome. Ni siquiera supuso un problema que le hubiera hablado en un español adormilado y descompuesto. A decir verdad, comprendió mis palabras bastante rápido.
—No pasa nada. Vuelve a dormir, chérie —Fruncí los labios y me forcé a abrir más los ojos—. Todo está bien —Se inclinó, besando encima de mis hebras. Después de aquel dulce gesto, optó por levantarse de la cama e ir saliendo de su habitación—. Ce que tu dis ... Tu m'as envoyé la photo? —Me revolví en la cama, cada vez más contrariada por sus cuchicheos—. Oui, oui. Je l'ouvre. Un moment ... —Él estaba ya fuera, en el pasillo—. Ah, merde —Me resultó difícil oír aquella maldición—. Qui l'a vu? Tout le monde? —Distinguí su suspiro—. Pierre, il n'est pas possible que ...
Al cabo de unos segundos, salí de la cama, abandonando el calor que me ofrecía, y fui en busca de Charles, que seguía hablando con Pierre en un tono bajo, de pura incredulidad. Cuando le localicé en medio del salón, desconecté mi canal auditivo y centré todas mis energías en analizar ese tic nervioso que se apoderaba de él cuando se enfrentaba a algo que no sabía cómo controlar.
Mentiría si dijera que no empecé a temer un motivo de peso porque el semblante de Charles no me daba ninguna seguridad. Quería averiguar qué demonios estaba contándole Pierre Gasly a las cuatro de la mañana, uno de los pocos días de descanso que tenían al año, pero suponía que debía ser urgente. De lo contrario, no habría interrumpido el sueño de Charles. Aún más sabiendo que estábamos juntos.
Entonces, después de unos minutos cargados de frases en un francés fluido que escapaba a mi entendimiento y de un vaso de agua, se despidió de su compañero de profesión y dio por finalizada la tensa llamada.
Con la mandíbula apretada, me observó.
—¿Es grave? —Me atreví a decir.
—Creo que no —reconoció él, revisando aquello que brillaba con fuerza en la pantalla de su móvil—, pero sé que no te va a gustar —Señaló, temiendo una mala reacción por mi parte.
Yo, más y más confundida, fruncí el ceño.
—¿A qué te refieres?
Charles recuperó el aliento y decidió acercarse. Pasó tras la encimera de la cocina, alcanzándome. En el momento en que me enseñó la fotografía que Pierre le había enviado, creí que me había alarmado innecesariamente, pero, tras unos cuantos pestañeos y una revisión más exhaustiva de la borrosa imagen, di con su cabello almendrado y mi camisa blanca favorita.
Una fotografía de la noche que pasamos en la discoteca de Melbourne, en Australia. Aunque, para nuestra mala suerte, no era una fotografía cualquiera, inocente y ordinaria, sino lo opuesto, pues se trataba de la evidencia de aquel beso que hicimos público debido a la desesperación y a la penosa gestión de la tensión amorosa que se había forjado entre nosotros.
—A esto —murmuró.
🏎🏎🏎
En honor a que mañana es el GP de Baréin y tengo fé en Charles y Carlos, he aquí un nuevo capítulo de Fortuna uwu
Como veis, hay un foto por ahí de ellos dos bastante acaramelados, aunque este problemita se desarrollará mejor en el próximo capítulo :3
Después tenemos a The Neighbourhood como el grupo de música fav de Helena, pero me gustaría aclarar que ella nació de la discografía de The Neighbourhood. Literalmente, su vida y personalidad nacen de una curiosa combinación de varias de sus canciones y por eso mismo quería tener la deferencia y el detalle de meterlos en la historia 😊
Ojalá mañana tengamos mucho que celebrar ♡✨🏎
Os quiere, GotMe 💜
5/3/2023
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