19 || safe place
Helena Silva
Atravesamos el gran edificio y, llegando a la otra punta, Charles me invitó a pasar a una sala que, a simple vista, se encontraba algo oculta. Si alguien iba hasta allí debía ser porque sabía lo que buscaba, de lo contrario, sería una casualidad que acabase en esa esquina de la base general de Ferrari. Tampoco había ningún indicador en la puerta, detalle que me resultó más confuso e inexplicable, pues todos los salones tenían una placa identificatoria.
Crucé el umbral con Charles siguiendo a un escaso metro de distancia, que tardó en alcanzarme porque fue a encender las luces. Mientras él llegaba a mi lado, me ocupé de entender el sentido de aquella exposición de coches de carreras que se extendía a lo largo del lugar.
Así pues, eché a caminar, observando los numerosos de serie de los distintos vehículos. Por lo que había averiguado sobre la escudería roja, solían recordar mucho a los que una vez estuvieron ahí, en lo más alto del podio. Recordaban incluso a aquellos que no lo habían logrado.
Cuando vi el número del tercer coche, me detuve. Intenté hacer memoria porque, por un segundo, creí que estaba confundiendo los dígitos y que las horas leyendo los manuales de Ferrari todavía no eran suficientes para ponerle nombre al piloto que condujo aquel vehículo.
La presencia de Charles, a mi derecha, corroboró que no eran simplemente sospechas.
—¿Es el coche de ...? —me pronuncié a los pocos segundos.
—Sí —me respondió antes de poder formular la pregunta completa. Contuve el aliento, admirando la pintura intacta de la parte externa—. Sus prácticas en Ferrari fueron con esta hermosura de aquí. Es precioso, ¿verdad? —se acercó más a las barreras que impedían un acercamiento peligroso al montículo.
Las escenas de aquel día viajaron a cierta velocidad en mi mente, sintiendo una mezcla de admiración y de tristeza que debía ser mucho peor en el caso de Charles.
—Sí. Es increíble —traté de sonreír.
A pesar de que nunca llegó a ser su coche, Jules Bianchi lo condujo en varias ocasiones, durante los meses previos al desastre. Ferrari lo habría fichado. Tenía un potencial asombroso y encajaba perfectamente con la imagen de la marca. Era todo lo que los italianos querían para su futuro inmediato, pero la vida no quiso que ocurriera de tal modo y se llevó a un piloto excelente antes de poder brillar como podría haberlo hecho.
El nudo en mi garganta se endureció más, regresando a una época en la que apenas pensaba deliberadamente por todo el sufrimiento e intranquilidad mental que me atizaron sin cesar. Después de la muerte de mi madre, todo se desmoronó. La Fórmula 1 me ayudó muchísimo a sobrevivir, sin embargo, la muerte de Jules marcó un punto de inflexión en mí, en mi forma de afrontar un duelo que no conseguía superar aunque lo intentara con todas mis fuerzas.
De repente, su voz me sacó de esos pensamientos.
—¿Quieres subir?
Me volví hacia él, incrédula.
—¿No debería estar prohibido? —inquirí.
Por la suavidad de su gesto, deduje que las prohibiciones generales no se aplicaban si se trataba de uno de los pilotos del equipo. Meneó la cabeza ligeramente y levantó las cintas de seguridad para darme paso.
—A él no le molestaría y es el único a quien tengo que pedir permiso —sonrió—. Vamos —extendió su brazo izquierdo, ofreciéndome un apoyo firme antes de subir el escalón—, yo te ayudo.
Me habría negado si no hubiera sido por esa pequeña parte de mí, más fanática e impulsada por el honor que suponía aquello, que gritó desde los entresijos de mi pecho y empujó mis movimientos para agarrar su mano.
Una vez encima del montículo que soportaba el peso del coche, Charles me dijo cómo entrar en el asiento sin problemas. Seguí sus instrucciones, aunque, al final, necesité que él moviera la posición del mando.
Suspiré, mirando el panel de control. Mientras tanto, él se apoyó en el borde del vehículo y examinó de cerca mi rostro de ilusión. A pesar de lo estrecho que era, no podía evitar sentirme feliz por experimentar algo así.
—No entiendo cómo podéis pasar tanto tiempo aquí encajados ... —bromeé, analizando detenidamente cuánto habían cambiado los controles en los últimos ocho años—. Acabaría desarrollando una claustrofobia horrible —aseguré.
—¿No te gustan los sitios estrechos y cerrados? —dijo con un toque de ironía en sus palabras.
—¿A ti sí? —lo miré a los ojos, descubriendo que me había observado desde el primer momento—. Yo ni siquiera soy capaz de echar el pestillo al cuarto de baño por miedo a quedarme encerrada —le mostré una mueca.
Mi odio a los espacios cerrados había ido en aumento desde que era adolescente. Lo controlaba bastante bien, pero siempre había algunas excepciones.
—Sí ... —rio suavemente—. Eso te pega mucho —asintió.
Comprobé el mando, los controles ... Todo lo que estaba a mi alcance, en realidad. Charles me fue explicando ciertas cosas sobre la conducción de un bólido como ese y, aunque mis conocimientos me permitían saber la respuesta antes de que él realizara la pregunta, dejé que hablara sin ningún impedimento. Me gustaba la emoción que desprendía al hablar de su pasión más arraigada, así que callé y escuché hasta el último de sus apuntes sobre la dicción o la inestabilidad de su estructura.
Al cabo de unos minutos, cuando la voz de Charles se hubo extinguido por completo, aproveché que había depositado la mano derecha en una de las esquinas de la cabina para alargar un poco mi brazo y atraparla.
Levantó la vista y chocó con mis ojos casi al instante.
—Siento lo que le pasó —lamenté su pérdida años atrás como fan, pero, ciertamente, contemplar el apenado semblante de Charles lo hacía más doloroso a pesar de no haberlo conocido en persona.
Se inclinó, presionando la boca contra el dorso de mi mano para agradecerme aquel comentario sobre el que fue, y siempre sería, su mayor referente.
—Si he entendido algo después de que mi padre, Anthoine y Jules se fueran, es que la vida es injusta por naturaleza —bajó la mirada, como si cargara con un peso enorme del que todavía no se había liberado—. Podemos echar la vista hacia otro lado e ignorar toda la mierda que sucede, pero sigue estando ahí —tragó saliva, visiblemente agotado de no tenerlos consigo—, nos guste o no —concluyó.
—Tienes razón —agarré algunos de sus dedos—. Hay personas que se marchan demasiado pronto —ese pálpito de tristeza me sacudió de pies a cabeza—. Todavía me pregunto la razón por la que tuvo que ser mi madre. Sé que no obtendré ninguna respuesta que me satisfaga, pero no puedo evitarlo —el silencio de la sala me dio la razón—. Saber que las personas que amas no volverán es insoportable a veces.
Había días mejores y días peores, pero la nostalgia podía llegar a ser una verdadera enemiga. Por mucha buena voluntad que pusiera, no siempre lograba combatirla. Era horrible y, al mismo tiempo, lo único que me quedaba de ella realmente. Echarla en falta era todo lo que podía hacer para honrarla y que su recuerdo siguiera vivo.
Charles se agachó un poco más, rascándose el cabello por la desesperación que le causaba.
—Daría tantas cosas por tenerlos hoy aquí ... Ah, joder —maldijo. Al no estar muy acostumbrada a escucharlo hablar de ese modo, apreté su mano, haciéndole saber que lo entendía demasiado bien—. Hacía mucho que no me dolía de esta manera —reconoció, cabizbajo.
—Es bueno que duela, Charles —le dije, intentando animarle aunque fuera imposible—. El dolor también es una forma válida de recordarlos.
Trató de esbozar una sonrisa, rota en mil pedazos.
—Supongo que lo es —hizo una pausa, sosteniendo también mis dedos, agradecido con los intentos que estaba haciendo por consolarle—. Hace años que no visito su tumba. Siento que él está aquí y no bajo esa lápida, en Mónaco —me reveló, apesadumbrado—. Lorenzo es mi hermano mayor, pero con Jules siempre fue diferente. Anthoine y él se parecían en eso. A los dos los he querido tanto como a mis propios hermanos y ya no están —se detuvo para controlar el temblor en sus palabras. No era su intención romper a llorar, por lo que se recompuso y continuó—. Quería que conocieras a mi padrino, a mi ejemplo a seguir junto con papá. Solía decirme que el esfuerzo es la mayor bendición que puede existir. Recuerdo que me decía lo afortunado que era por haber nacido con un don para los karts, para los coches de carreras, pero enseguida lo contrarrestaba con que eso no servía de nada si no trabajaba duro. Papá también me lo repetía hasta la saciedad, aunque Jules añadía que nunca debía olvidar el factor sorpresa —meditó al respecto. Algo le vino a la mente. No obstante, se recuperó rápido—. No lo esperamos, pero puede colapsarlo todo si se lo propone. Lo relacionaba con el destino, con la suerte que tenemos. Él no tuvo suerte en Japón y odio al mundo por ello, pero tú me recordaste que la suerte, en mayor o menor medida, también puede traer algo bueno —relajó su ceño fruncido, a lo que yo esbocé una débil sonrisa—. El día que te vi en el box —exhaló, más aliviado de lo que esperaba—, pensé que Jules tenía la verdad universal porque no era posible que estuvieras allí. Rompiste todos mis esquemas, Helena, y ... Estoy tan feliz de que lo estemos intentando ... —no podía apartar la mirada de sus infalibles ojos verdes—. Sé que tendremos que poner mucho esfuerzo para salir adelante, pero también sé que todo ocurre por algo. Algo hizo que nos encontráramos aquella noche —lucía muy convencido y eso ayudó a que se viera mucho más tierno de lo habitual—. Puedes tomarme por un lunático, pero estoy seguro de lo que digo —insistió.
Entrelacé más aún nuestros dedos, creando un enredo total.
Me di cuenta de que, después de tantas semanas viéndonos prácticamente a diario, no le había contado la razón por la que decidí meterme en una profesión que formara parte de la Fórmula 1.
—El accidente de Jules me recordó a mi madre —expuse, sin previo aviso—. Su accidente de coche ocurrió dos años antes. El mismo día —Charles abrió en grande sus ojos, impactado por la noticia—. Cuando lo vi por televisión, me eché a llorar durante horas. No podía parar —solo había hablado de aquello con mi psicóloga y, por suerte, logró que pudiera verbalizarlo sin echarme a llorar—. Pensé en lo duro que debía ser estar ahí metido, sin poder salir, asfixiándose hasta perder la consciencia —detuve la descripción—. Y decidí esforzarme por ser una ingeniera de radio que pudiera avisar a tiempo de cualquier peligro y que, llegado el momento, también pudiera acompañar al piloto para que no se sintiera abandonado. Puede parecer un poco retorcido, pero hoy estoy aquí por Jules, Charles —pestañeó, asimilando que mis decisiones, de alguna manera, estuvieron influidas por la injusta muerte de Jules Bianchi y su macabra conexión con la ausencia de mi madre—. Me hizo revivir lo que pasó con mi madre y el dolor accionó algo que no sabría explicar. Tres años después, me matriculé en la universidad, en Inglaterra, y decidí que llegaría a la Fórmula 1.
Cerré los labios, temblorosos e inseguros de lo que acababa de sacar a la luz y del peso que podían tener en Charles una declaraciones como esas.
—¿De verdad? —acertó a decir, sorprendido.
Asentí.
Había conmoción en su mirada y sentí un arrebato de salir de la cabina para abrazarme a él. A duras penas logré contener el impulso y sustituirlo por un exhaustivo examen de sus facciones.
—Sí —le confirmé.
Podía parecer una locura. En realidad, si lo pensaba mejor, era una locura. Que el accidente de Jules Bianchi me hubiera animado a seguir una carrera completamente diferente a la que quería mi padre, que estuviera en Maranello aquella noche, subida en el monoplaza que le perteneció durante unos meses y que lo habría lanzado al estrellato, se debía a él y la conexión que estableció con mamá sin pretenderlo.
Charles tenía muy presente a Jules y, sabiéndolo, debí haberme percatado antes de que dicha coincidencia hacía que nuestra relación estuviera destinada a ser eso; una relación real. Nada de quedar como simples amigos que habrían terminado evitándose, alejándose, por no saber lidiar con unos sentimientos demasiado intensos.
—Las casualidades no existen —se desmarcó él, devolviéndome a un presente en el que Jules ya no estaba, pero que se las había arreglado para que nos encontráramos—. Prefiero pensar que Jules te trajo hasta aquí. Tenía que conocerte. Es un hecho —sonrió, un poco más animado.
—No exageres ... —me estaba sonrojando a pasos agigantados.
—No exagero —acarició mi mejilla, disfrutando de aquella visión de mi creciente pigmentación—. Sabes que nunca lo hago —lo sabía, pero saberlo no quitaba que escucharlo me zarandeara el corazón—. No sé cómo explicarlo, Lena. De repente, perdí el miedo que le tenía a esta temporada. Me diste una seguridad que no logro comprender —alargó la caricia, con cuidado de no tocar mis gafas—. Como si hubiera visto por primera vez a mi otra mitad y ya no hubiera forma de sentirme vacío —declaró, seguro de sí mismo y de lo que sintió la primera vez que nos tropezamos—. En inglés se le llama de una manera ... —masculló dudoso.
—My safe place.
Ni siquiera lo pensé porque esa idea que me planteaba ya estaba en mi cabeza desde hacía semanas. Al oír mi respuesta, la sonrisa de Charles se potenció hasta el punto de tener que morderse el labio para no revelarse inmensamente feliz.
—Sí. Tú estás siendo eso para mí —mis comisuras comenzaron a subir—. Cuando te miré en esa fiesta ... Entendí que no podría olvidarme de ti aunque quisiera. Incluso en una sala abarrotada como aquella, solo podía fijarme en la chica de ceño fruncido que intentaba mantener el equilibrio —su descripción me hizo suspirar, pero ya temía que mi torpeza había sido la protagonista en nuestro primer encuentro, así que no lo tuve muy en cuenta y abandoné las ganas de montar un drama. Charles no apartó los ojos de mí ni un momento—. Nunca deseé la atención de nadie hasta que tuve la tuya, Helena —me explicó, alimentando mi vergonzosa reacción.
Agarré su mano, que todavía se paseaba por mi cutis.
—Pero no preguntaste por mi nombre —aquel comentario le arrancó una dulce risa—. ¿Sabes lo decepcionada que me fui de allí? —exclamé, visiblemente sensible por sus bonitas palabras.
—Tenía que comprobarlo —se acercó y besó mi pómulo, pidiéndome unas disculpas silenciosas—. Tenía que comprobar si la teoría de Jules funcionaba después de haber encontrado a la persona correcta —presioné los labios. Apenas controlaba la sonrisa—. Y vaya si funcionó —señaló, a punto de cubrir mi boca con la suya.
Frené sus intenciones al colocar mi mano izquierda en su pecho, sobre sus clavículas. Charles, atento a mi sonrojo, esperó a que hablara porque comprendió que estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para exponer lo que supuso aquel encontronazo fortuito entre ambos desde mi tímida perspectiva.
—Te habría buscado por todo el paddock, Charles —dije, firme.
Perfiló mi labio inferior, sonriendo cálidamente ante mi valiente sinceridad.
—¿Lo habrías hecho? —cuestionó, aunque no lo dudaba en absoluto.
Esos aires altaneros le volvían terriblemente atractivo. En especial cuando los combinaba con un tono de voz tan sedoso y afrancesado, identificando aquel como uno de sus puntos débiles. Ser directa tenía ese efecto en él y merecía la pena actuar de tal manera si obtenía sus centelleantes orbes de vuelta.
—Habría disimulado un poco —retrocedí unos centímetros, detalle que le alegró al instante. Entrecerró sus ojitos, exultante—, pero lo habría hecho como una tonta —reconocí. Sus hermosos hoyuelos consiguieron que me quedara en blanco durante unos segundos—. Creo que te habría añorado toda mi vida si no lo hubiese intentado —bajé la voz gradualmente.
—Incluso si te hubieses ido con Red Bull, incluso si te vas con ellos después de esta temporada —planteó la posibilidad—, sabes que habría acabado así, ¿no? —mi asentimiento le bastó—. Hay cosas que son inevitables. Esto era inevitable, chérie.
Su tono sonó tan grave que recordé los escalofríos de aquella noche, cuando me salvó de acabar en los brazos de un desconocido que no era él.
—Puede que lleves razón, pero tendrás que trabajar mucho para que me quede, Leclerc —enfaticé, bromeando—. Te prometo este año. Un año que dedicaré a Ferrari, a ti y a mí misma —lucía conforme y satisfecho con ello—. Los tres merecemos un poco de atención.
Rocé su cuello con mis dedos, llegando a esa barba de varios días que nunca se quitaba.
—Puedo trabajar con un año —aceptó el reto que le proponía.
No impedí que pegara su nariz a la mía en busca de provocar el beso al que me estaba resistiendo.
—No es por aumentar tus expectativas —añadí a su pensamiento de retenerme en Ferrari cuando mis prácticas concluyeran—, pero solo necesitaste diez minutos para provocarme el mayor cortocircuito de la historia, Charles Leclerc —contuve una risa, indignada con mi incapacidad de oponer resistencia si era él de quien hablábamos—. Incluso había hecho las prácticas de invierno con Red Bull —señalé.
Hizo el amago de besarme, pero retrocedió a tiempo y solo sentí la forma de sus labios, como una ráfaga de viento incontrolable.
—Tú solo necesitaste cinco segundos para que no pudiera dejar de mirarte, Helena Silva —jugó con mis comisuras, retrasando el momento en que cayera de lleno en sus provocaciones.
—Odié mucho el clima frío de Inglaterra ... Esto es mucho más cálido —extendí la mano por su mandíbula y cuello con el fin de que tuviera el camino despejado. Noté su pulso, que aceleraba el ritmo por momentos—. No sabía que una persona podía hacerme sentir como en casa —farfullé, rozando también sus belfos.
—¿Le saco ventaja a esos toros del norte? —se sonrió, cada vez más cerca.
—Mucha ventaja ... —y se empujó contra mi boca en el beso más tierno que había recibido nunca. Lo manejó con una maestría digna de sus habilidades y yo me preocupé de guardar las formas porque estaba muy ansiosa por llevar mis manos a su nuca y pedirle que me sacara del coche para tener un mayor rango de actuación. El beso no se prolongó más de diez segundos, tras lo que mi voz fluyó con una naturalidad alarmante—. Después de lo de anoche ...
Cuando entendí lo que iba a decir, callé. Por su parte, Charles asumió que mi lado más introvertido estaba condicionando aquellas palabras, tiñéndolas de un color turbio y oscuro. Por tanto, volvió a besarme, con más cariño y ánimo que en un inicio, para que no perdiera esa confianza de repente.
—¿Qué pasó anoche, tesoro? —pestañeó, haciéndose el inocente—. ¿Ronqué demasiado? ¿Te asusté? —no logró contener unas risas.
—Tú no roncas, idiota —me reí con él y acabé sosteniendo su rostro con más decisión para no desfallecer en el intento—. No sé cómo decir estas cosas sin morirme de la vergüenza, pero ... Después de lo de anoche —me chupé las comisuras, con ambas mejillas echando humo—, creo que estoy enamorándome de ti a una velocidad de vértigo —la sonrisa de Charles se ensanchó. Debió parecerle adorable que me costara tanto decirlo, cosa que me alivió bastante—. Quería ... Quería que lo supieras —terminé mi alegato.
Con el latido de mi corazón en los oídos, observé cómo se relamía los labios. Apenas lograba contener la emoción, que escapaba de los pequeños movimientos de su boca o que vivía en la timidez que vislumbraba cuando intentaba mirarme por más de cuatro segundos.
—Mmmh ... —echó un vistazo al mando del vehículo, pero, rápidamente, regresó a mí—. ¿Quieres que te cuente un secreto?
Me penetró con sus faroles verdes. Ese fulgor en sus pupilas delataba una verdad que trascendía cualquier otro sentimiento del que hubiésemos sido partícipes a lo largo de nuestra vida. No había nada que se le comparara y sabía que él también le tenía algo de miedo. Cualquier persona en su sano juicio habría temblado por la intensidad que corría entre nosotros.
—¿Qué secreto? —pregunté, sin pista alguna.
Guardó silencio y, apretando mis dedos entre los suyos, puso en palabras su declaración.
—Yo ya lo estoy de ti. Y es la mejor sensación del mundo —ante mi pasividad, añadió algo más de lo que era mucho menos consciente—. Te lo dije en Australia, mientras estabas borracha como una cuba —señaló, recordando unas escenas de las que yo no podía disfrutar.
—¿Ya hemos tenido esta conversación? —reí, nerviosa—. Maldito alcohol ...
Mi relación anterior quedaba ya demasiado lejos en el tiempo, pero no fue ni la mitad de sincera de lo que estaba viviendo con Charles. Nunca dijo que estuviera enamorado de mí. Nunca me lo demostró más allá de unas cuantas palabras bonitas y de huidas para escapar de mi padre cuando todavía era menor de edad. Más bien, fue una forma de escapar de una realidad que ambos detestabamos. Nos ayudamos mutuamente, pero nunca sentí una conexión como aquella, mientras Charles sostenía mi mano y decía quererme a pesar de ser la mujer más imperfecta del universo.
Ladeó la cabeza, interesado en mi actitud evasiva.
—Pero ahora estás sobria y lo has dicho —evidenció.
Me armé de valor y dije lo que estaba pensando.
—Sí, y puedo repetirlo —le garanticé.
Hizo chocar mi nariz con la suya, colmándome con todos esos mimos que nunca creí desear tanto.
—Da dove viene questa malizia, ah? —entrecerró los ojos, divertido.
Con valentía, tiré suavemente de su cuello. Enterré algunos dedos bajo la tela del jersey y él se adelantó para concluir lo que había empezado.
—Non lo so, ma sono così solo con te —argumenté, defendiendo ese ataque de osadía.
Me mostró media sonrisa.
—È un sollievo ...
Su mano serpenteó por mi nuca hasta que nuestras bocas se encontraron en un beso que pasó de la castidad a la agresividad en un pestañeo. Fue escalando y, si hubiéramos gozado de unos minutos más, no habría sido imposible romper el contacto. Sin embargo, el ruido de la puerta por la que habíamos entrado nos avisó de que la soledad ya no estaba de nuestro lado y Charles, después de alejarse de mí y tocarse las comisuras, se puso en pie para comprobar de quién se trataba.
Al parecer, uno de los guardias de seguridad se extrañó al ver las luces de la sala encendidas y pasó a ver si había alguien. En cuanto vio a Leclerc sobre el montículo, comentó algo en italiano que apenas descifré. Charles, procurando ocultar mi figura tras su cuerpo, le respondió en el mismo idioma, disimulando como un actor de primera clase.
Mientras me aseguraba de que el pulso volviera a su ritmo, aguardé a que su escueta conversación terminara. Con el sonido de la puerta, él me tendió su mano.
Debían estar a punto de cerrar las instalación, así que, en silencio, alargué ambos brazos. Comprendió lo que le pedía al instante y, dispuesto a cumplir mi petición, me ayudó a incorporarme y, sin mediar una sola palabra, me agarró de la cintura. Una amplia sonrisa acompañó al resto de mi semblante cuando Charles me levantó en el aire. Fue una pena que, al poner mis pies sobre la tarima de metal, mi excusa para abrazarme a él se esfumara.
—Gracias por traerme aquí —le dije antes de bajar el escalón.
—No las des —le quitó importancia—. En realidad, creo que Jules también se habría quedado prendado de ti. Te habrías llevado muy bien con él —reconoció.
—¿En serio? —sonreí; me hacía tremendamente feliz que creyera aquello—. Debo causar furor entre los franceses —bajé del montículo detrás de él.
—Pero yo no ... —comenzó a replicarme.
Seguía resultándome muy gracioso esa aversión suya a que confundieran su nacionalidad, incluso si no era más que una broma al respecto.
Para callar su queja, deposité un corto beso en sus labios. Dicho gesto rebajó bastante la actitud de rechazo por su parte.
—Aunque prefiero al monegasco que será campeón del mundo este año —me aferré a su brazo, contemplando la calidez que derrochaba al mirarme—. Lo siento por Jules, pero su ahijado ha conseguido otro título más. Ojalá pudiera darle las gracias por haberte protegido tan bien.
Su semblante de agradecimiento incondicional bombardeó mi pecho indiscriminadamente.
—Helena, ¿crees que tengo tanta suerte como dicen? —me interrogó.
Sabía que aquel asunto le dolía.
Muchos criticaban que solo era un tipo con suerte, que, en realidad, no destacaba en nada, como si fuera un piloto más del montón, a pesar de haber ganado suficientes campeonatos antes de llegar a la Fórmula 1 y de ser la prueba viviente de que un equipo como Ferrari, sin ser el mejor de la parrilla, tenía oportunidades de batir récords y de llegar al podio si sus pilotos tenían los conocimientos y las habilidades necesarias. Esa era la clave de los buenos resultados registrados en la Scuderia Italiana aunque siguiesen criticando a Charles y a Carlos por determinados fallos que, muy a menudo, ni siquiera tenían relación con el trabajo de los chicos.
La suerte es algo que se persigue y que otros envidian. También es un pretexto demasiado utilizado por aquellos que no soportan el éxito de uno de los corredores con mayor potencial de la actualidad.
—¿Por haber tenido a gente como Jules y Anthoine a tu lado? —arqueó las cejas y asintió a mi pregunta—. Sí, pero no estás en Ferrari simplemente por suerte. Sabes lo que es trabajar duro y por eso, tanto ellos como yo, estamos orgullosos del hombre que eres hoy —respiró hondo. Mi opinión no era diferente a la suya o la de su familia y amigos, pero me la pidió porque le importaba. Le importaba saber cómo lo veía desde fuera—. Quiero dejar esto claro: da igual cómo terminemos, juntos o no; siempre podrás contar conmigo como amiga y como compañera —aclaré el último punto con la mayor fiabilidad posible.
Esperó un poco, degustando la manera en que intentaba subirle el ánimo.
—También tengo suerte de que tú estés aquí —y me tomó de la mano.
Sonreí.
—No eres el único con suerte —le devolví el cumplido.
Se aproximó a mí, regalándome otro de sus suaves besos, y marcó el final de aquella escapada para visitar el lugar de Jules dentro de Maranello.
—Demasiado sentimentalismo por hoy —entrelazó nuestros dedos lentamente—. ¿Nos vamos?
Iniciamos el camino de vuelta.
—¿Dónde has reservado? —me interesé.
A punto de llegar a la salida, se giró y me ofreció una gratificante sonrisa.
—En uno de mis restaurantes favoritos, tesoro —abrió la puerta para mí y apagó las luces del lugar—. La migliore pasta di tutta Italia. Ya lo verás —prometió en un tono de lo más adorable.
🏎🏎🏎
-20 días para que vuelva la F1 🛐
Espero que os haya gustado el capítulo y ... Poco más que añadir xD
Eso sí; gracias por el apoyo a la novela, de verdad 🤧
Os quiere, GotMe 💜
12/2/2023
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