14 || bienvenida
Helena Silva
El vuelo terminó desesperándome más y más conforme pasaba el tiempo. Estar dentro de aquel vehículo, sobrevolando medio mundo, durante más de veinticuatro horas, se volvió demasiado pesado y cansado. Dormí más de lo que debía porque no había nada productivo que hacer allí, por no hablar de que su repertorio de películas era horrible y me refugié en listas de reproducción de todos los estilos y géneros que logré encontrar para que el viaje se hiciera un poco más ameno.
Julia durmió mucho también. Según me contó, ella y los chicos regresaron muy tarde al hotel esa noche. Apenas pudo pegar ojo antes de su reunión con el equipo directivo de Mercedes. En ese sentido, me sentí afortunada de que Charles hubiera protegido mi descanso, incluso por encima del suyo propio.
Tres horas antes de aterrizar en Italia, un mensaje suyo llegó a mi teléfono y, al instante, sonreí como una tonta. Solo preguntaba si todo estaba yendo bien, pero nuestra conversación duró más de media hora porque no nos ceñimos a hablar del pronóstico meteorológico. Charlar con él, aunque fuera vía mensajería móvil, me relajó tanto que estuve a punto olvidar que seguía aprisionada en aquel pájaro de metal.
Ese era el efecto de Charles Leclerc en mí. Lo mejoraba todo, aunque la situación que estuviera viviendo no tuviera aparente arreglo.
Comentamos cientos de cosas y a la vez ninguna, pero divagar de esa manera logró que mi pobre paciencia sobreviviera a las últimas horas sin pisar tierra firme.
Me prometió que estaría fuera del aeropuerto a las tres en punto. Al principio, me mostré reticente a que alterara su horario de sueño por recogerme. Me negué y él insistió hasta que acepté su cabezonería, me gustase o no la idea. Y me gustaba. Claro que me gustaba. Solo trataba de ser responsable y mandarlo a la cama a una hora decente, sin embargo, Charles me aseguró que había reservado el día siguiente para estar conmigo, para que tuviéramos esa cita.
Finalmente, me rendí.
Luchar contra él no era tan sencillo como lo pintaban, así que cedí. Sabía que también lo hacía para que no me viera obligada a tomar un taxi. Enfrentarme a esa ansiedad justo después de un viaje tan largo era lo último que necesitaba. En lugar de eso, pasar un rato en su Ferrari, mientras reducía la velocidad y me tomaba de la mano, era mucho más apetecible.
Mi amiga se despertó de su tercera siesta unos minutos antes de que activaran la megafonía del avión y nos avisaran de que el aterrizaje se produciría pronto. Estaba demasiado adormilada, por lo que no le hablé de mi charla con Charles hasta que la grava golpeó de lleno nuestros zapatos y la suave brisa italiana enredó mi cabello. Se lo expliqué mientras esperábamos nuestras maletas y ella, ilusionada por mi avance, me empujó a salir del aeropuerto en cuanto cogí mi maleta de la cinta corredera. Quise esperarla, pero no me dejó hacerlo. En su opinión, estar con el piloto de Ferrari era mucho más urgente. Me animó a buscarle y, aunque me opuse en un primer momento, no fui capaz de negarme a sus autoritarias demandas.
Con la promesa de que cogería un taxi y me avisaría al llegar a nuestro hotel, yo arrastré mi maleta por el desértico edificio. No había nadie a la salida del aeropuerto, exceptuando tres o cuatro taxis frente a las puertas principales y un coche negro que tenía la inconfundible forma tan aerodinámica y peculiar de la marca italiana.
El chico que esperaba apoyado en el capó, levantó su mano cuando me vio salir. La gorra y las gafas de sol impedían que alguien, por algún casual, reconociera a Charles Leclerc en aquel hombre que apenas destacaba. En realidad, su coche brillaba más que él, pero deseché la broma porque las ganas de abrazarlo aplastaron mi buen humor.
Caminé todo lo rápido que la pesada maleta me permitía. Él se sacó las gafas. Me fijé en su chaqueta de cuero negra y en la sonrisa que pintaba su bonito rostro. Llegando a su posición, solté mi maleta y me abracé a su torso, a lo que se carcajeó. No sé demoró y me devolvió el abrazo, levantándome en el aire incluso.
Su calidez restringió el viento y la humedad que había en el ambiente esa madrugada. Me aisló de cualquier mal, recogiéndome con unos brazos que no me cansaría de sentir. Era imposible que me negara a mí misma la calma y el amor que nos profesabamos en un gesto tan simple como un abrazo. Completamente imposible.
—¿Me has echado de menos? —dijo en ese inglés afrancesado que había añorado como loca.
Las puntas de mis deportivas rozaron la carretera de nuevo, aunque no me separé ni un milímetro de su cuerpo. Estaba avergonzada por haber actuado así porque nadie lo conseguía menos él y no me terminaba de acostumbrar a buscar tanto contacto físico en otra persona.
—¿Eso es una pregunta, Leclerc? —exclamé con una ironía desbordante.
Sus carcajadas me abrigaron, tal y como prometía desde el instante en que cruzamos miradas.
—Yo también a ti, chérie —respondió a lo que extraía de mis palabras y depositó un casto beso en mi cabello.
No han sido ni dos días. ¿Cómo puedo haberle extrañado tanto?
Después del reencuentro auspiciado por la serenidad de la noche, Charles cogió mi maleta y la llevó al maletero de su impresionante Ferrari. Sin ninguna duda, era mucho más hermoso que aquel que le prestaron en Australia. El número dieciséis, grabado en tinta blanca sobre la pintura negra del modelo, me tuvo entretenida mientras él guardaba mis enseres.
—¿Cuál es tu hotel? —preguntó, acercándose a mí.
Abrió la puerta del copiloto, indicándome que podía entrar cuando quisiera y ocupar un lugar que pocos tenían el privilegio de ostentar. El dispositivo se accionó y la puerta subió en perpendicular, con esa forma característica que albergaban los vehículos de la marca.
Observando los asientos perfectamente tamizados, pensé en darle el dato que me pedía. Al final, me decanté por formularle una nueva pregunta.
—¿Tu apartamento queda muy lejos?
Su silencio fue repentino y adorable. Mordiéndome la lengua, dejé de examinar la tapicería de su coche. Al girarme, encontré sus ojos abiertos de par en par. Que tratara de asimilar lo que implicaba mi interrogante le hacía ver más atractivo de lo que era propiamente justo.
Se rascó la perilla. Tragar la sorpresa que le había provocado fue lo único que pudo hacer.
—A medio camino, en realidad —su fugaz sonrisa me apretó el corazón—. ¿Y Julia? ¿No venía contigo?
El paradero desconocido de mi amiga le supuso un inconveniente del que no se había percatado.
—Sí, pero no quería molestar. Tomará un taxi —le comenté. Charles asintió, conforme con la noticia de que estaríamos solos—. Entonces, ¿está bien que vaya? —quería su respuesta.
Me miró, intenso y decidido.
—Dije que estabas invitada. No he cambiado de opinión, Lena —confirmó.
—Lo sé —y suspiré—, pero solo dormiremos —declaré mi postura.
—Dormir está sobrevalorado —dijo él.
El calor me subía por las mejillas cuando clavé mis ojos en su divertida sonrisa.
—Charles —le reclamé, sonrojada.
Movió su mano derecha y rodeó el vehículo para tomar asiento dentro, dando por finalizada aquella tierna discusión.
—Me remito a lo que dijiste aquella noche. Creo que entiendo a lo que te referías —su tono de burla dejaba entrever algo de sinceridad—. Aunque debo advertirte de que no tengo nada de sueño. El jetlag es horrible —entró al coche y esperó a que yo lo hiciera. Luchaba por contener la risa, pues sabía distinguir cuando andaba de broma a la perfección—. ¿Apruebas que me pase la noche mirándote? —me preguntó, curioso. La puerta se cerró y el sistema de seguridad del coche se activó junto al panel de control—. Verte dormidita es lo mejor que he tenido el placer de presenciar en mucho tiempo. Esta es una oportunidad entre un millón —reivindicó.
Me coloqué el cinturón y Charles arrancó. El sonido del motor me asustó mínimamente. Al segundo, tenía su mano encajada con la mía como por arte de magia. Aunque no era magia, sino esa bonita capacidad de cuidarme que Charles Leclerc sacaba a relucir siempre que algo perturbaba mi tranquilidad. Incluso si no había amenaza alguna, él ya estaba ahí.
Sí. Lo había echado muchísimo de menos.
Menos inquieta, eché una ojeada a la forma en que los dedos de su mano izquierda agarraban el volante.
—Podría aprobarlo —barajé dicha posibilidad.
—¿Y qué necesitas? —ladeó la cabeza y mis pupilas viajaron a sus hoyuelos—. Mataría por ese aprobado.
Lo medité durante unos segundos.
—Que me recibas como corresponde —hice un mohín con la nariz—. Todavía estoy esperando la bienvenida de mi guía —exhalé, sobreactuando.
Su sonrisa creció hasta que la tuve sobre mí y me resigné a sentirla contra mi boca. La delicadeza con la que me besaba era insustituible. No había nada sobre la faz de la tierra que me hiciera sentir más querida, más viva. La liviana presión de sus comisuras, la forma en que apresaba mis labios entre los suyos y los besaba ... Todo ello me desbloqueaba un sentimiento nuevo y hermoso. Como si fuera la única mujer para él y mi corazón ya estuviera en su poder, bajo llave y a salvo.
¿Quejas? Ninguna. Charles besaba incluso mejor de lo que conducía. Aunque, puede que hubiera una escueta e insignificante reclamación que solo reconocí cuando se alejó de mí, rompiendo la romántica unión: fue demasiado corto.
—Benvenuta a Bologna, tesoro —susurró, bañando mis labios de oxígeno.
Su sabor inundaba mi boca, anestesiándome.
—Approvato —le devolví el susurro.
Sonriente, se acomodó en el lugar del conductor y pisó el acelerador con sumo cuidado.
—Eso ha sido fácil —exclamó.
Mi otra mano voló a sus nudillos. Acaricié nuestros dedos entrelazados. La incorporación a la carretera general fue cómoda, pasando prácticamente desapercibida a mis atentos sensores.
—Me has pillado poco exigente —sonreí ligeramente.
—Ah ... —exageró, con la mirada puesta en la calzada—. Sono molto fortunato —proclamó.
—Anch' io —dije, también en italiano.
Media hora después, llegamos a una urbanización que se encontraba a las afueras de Bolonia, en una zona apartada y rodeada de reservas naturales, en dirección a Módena. El autódromo Enzo e Dino Ferrari quedaba al otro lado de Emilia-Romaña, a casi una hora de camino, pero podía entender la razón que le llevó a elegir un apartamento como ese.
Allí se respiraba paz.
Cuando bajé del coche, esperando a que Charles lo guardase en la cochera, solo pude escuchar el rumor de las hojas. Por un momento, me vino la nostalgia de una infancia que ya había dejado atrás. Los viñedos, los patios de rosales de mi madre y esas tardes de juego hasta que el sol se ponía en mis queridas tierras andaluzas.
El recuerdo me mantuvo estática hasta que la mano de Charles se ancló a mi cintura.
—¿Entramos? —propuso.
—Sí —murmuré.
🏎🏎🏎
Un minuto para apreciar lo guapo que iba hoy Charles a recoger su premio:
Btw, todavía estoy asimilando su soltería y lo bien que cuadra la fecha con el momento en que Charlotte y él lo dejan en la novela 🤯
Justo un año antes, en diciembre de 2021
No seré yo vidente a largo plazo 🤡
Espero que los dos hayan terminado bien y que puedan encontrar a otras personas 🥹❤️
Como este capítulo ha sido cortico, es muy posible que el domingo suba otro, así que espérenlooo ✨✨
Os quiere, GotMe 💜
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