04 || red bull
Helena Silva
Arabia Saudita. Segunda carrera de la temporada.
Nuestros entrenamientos ya habían acabado. Una mañana bastante intensa, a decir verdad. En especial por algunos problemas con el motor de Charles que preocuparon a todo el equipo. Aunque, por suerte, todavía nos quedaba esa tarde para arreglar los fallos antes de la clasificación del sábado.
Personalmente, quería revisar los tiempos de ambos pilotos, así que mi plan consistía en permanecer dentro del box de Ferrari almorzando cualquier cosa rápida con tal de no malgastar ni un minuto del limitado tiempo que teníamos. Sin embargo, en una de mis salidas al baño, saqué mi pase y descubrí que no se trataba del mío, sino el de Julia.
La noche anterior cenamos juntas en el restaurante del hotel y, al parecer, yo tomé su pase por error. ¿Cómo no me di cuenta de que traía dos conmigo cuando llegué esa mañana al box? Achaqué aquel despiste al ajetreo y a los nervios que se respiraban tras todos los exámenes realizados a los recientes problemas técnicos del monoplaza de Leclerc.
De todos modos, no podía dejar a Julia tirada y llevarme su identificación hasta el día siguiente, por lo que elegí el descanso de la comida para localizar a mi amiga y devolvérselo.
No contestaba al teléfono. Imaginé que andaría ocupada con su equipo y los preparativos de la carrera. Así pues, me lancé a la aventura y pedí algunas indicaciones a mis compañeros de Ferrari. Ellos me señalaron el camino hacia el box de Mercedes, detalle que agradecí de corazón antes de marcharme.
Ah, pero cuál fue mi sorpresa al cruzar esas calles y encontrarme frente al box de Red Bull. Se encontraba al lado del edificio de prensa, así que había mucha gente entrando y saliendo de ambos recintos.
Como dice el dicho, la curiosidad mató al gato y, a pesar de que me sentía muy arropada y feliz con la decisión de quedarme en Ferrari, mi pulso aumentó más de lo debido al examinar la fachada negra. Fue una metedura de pata monumental, pero no lo pude evitar y pasé al interior con la esperanza de que nadie reparara en la presencia de una chica con el polo rojo de la Scuderia Ferrari.
Aunque, claro, con tanta vestimenta oscura, era complicado no fijarse en una intrusa llamativa como yo.
Eché un vistazo al taller principal, abarrotado de técnicos e ingenieros que se preguntaban constantemente acerca de la puesta a punto en un inglés bastante claro.
¿Por qué sentía nostalgia de algo que nunca llegó a ocurrir? A lo mejor y solo a lo mejor, los primeros días, hasta la carrera en Baréin, preservé el tonto pensamiento de que podía echarme atrás y reconocer que fui emotiva por una vez en mi vida. Que me dejé influir por la ilusión que había en Charles al hablar sobre Ferrari, que mi deseo de formar parte de Red Bull no se iría por la borda de repente. Pero, allí, observando cómo trabajaba la competencia, acepté que mi situación había cambiado y que estaba bien con esos cambios.
Ese sentimiento de nostalgia se debía a la inmediatez con la que cambiaron las tornas puesto que nunca pensé que entraría en un equipo distinto. Mi meta final siempre fue fichar con Red Bull, algo que ya no me causaba ningún tipo de anhelo o arrepentimiento. Después de lo que vi en Baréin, entendí que, si el destino existía realmente, me había empujado al único lugar dónde debía estar aquella temporada.
—¿Qué tenemos aquí? ¿Una espía de Ferrari? —di un pequeño salto, aterrada, y giré la cabeza hacia el chico que me interrogaba—. Creo que vuestro cuartel general está por allí, preciosa —su media sonrisa me irritó.
El mismísimo Max Verstappen estaba a mi derecha, agitado y sudado después de los entrenamientos. El traje de carreras medio desabrochado combinaba bien con esa soberbia suya. Por otra parte, sus ojos azulados no dudaron en recorrer mi cuerpo, como si evaluara mi condición y los motivos por los que había puesto un pie en su terreno.
—Ah, sí —me aclaré la voz, nerviosa—. Perdona la interrupción —bajé un poco la barbilla e intenté escabullirme por su izquierda.
Él se posicionó delante de mí, impidiendo que diera un paso más.
—¿Eres nueva? Pareces un poco perdida —comentó, altanero.
—Lo estoy —le contesté, frunciendo el ceño—. Pensaba que el box de Mercedes quedaba a este lado.
Mi explicación habría servido bajo cualquier pretexto porque era cierta. Solo que, si hablabamos del chico que maldijo y despotricó abiertamente de Ferrari una semana antes, resultaba evidente que no bastaría con una excusa tan simple y pobre como esa. Él me veía como un conejito atrapado en la madriguera del zorro más astuto y malvado de toda Arabia Saudita. Estaba en su territorio, bajo sus normas, y escapar no era una opción que pudiera contemplar.
—¿También quieres sacarles información a ellos? —levantó una ceja, divertido—. Vaya. Binotto se ha puesto las pilas por fin —escupió con una arrogancia que atacó duramente a mi autoestima.
No obstante, mostrarme débil ante los tíos como él solo alimentaría su chulería. Mantenerme impasible y seria se me antojaba la mejor elección si tenía pensado salir de aquel box en los próximos segundos.
No debiste entrar, Lena. Ya sabes lo que pasa cuando provocas al enemigo.
—¿Puedes dejarlo? —hice una mueca—. No quería molestar. Ya me estoy yendo, ¿lo ves? —y bordeé su cuerpo para retomar mis intenciones de regresar con Ferrari cuanto antes.
Max Verstappen debería haberse olvidado de mí, pero, nada más lejos de la realidad, optó por perseguir a una completa desconocida a través del largo pasillo que conectaba la salida de Red Bull con el pabellón de prensa.
—Pero esto es divertido —declaró con unas ganas de molestarme injustificadas—. ¿Por qué has venido? No me suena tu cara.
Al menos, en eso, parecía lúcido.
—¿Qué es esto? ¿Un interrogatorio? —y ahí estaban mis malas maneras, despertando gracias al estúpido de turno—. Responder a tus preguntas es lo último que haría —le hice saber.
Todavía recordaba el nerviosismo de Charles y lo mal que debió sentirse mientras escuchaba a un par de engreídos tirar por tierra su trabajo y esfuerzo. Mirar a Verstappen conseguía que me hirviera la maldita sangre, que empezara a burbujear en mis venas y añorara decirle la mierda de profesional que era por despreciar a sus contrincantes.
Nadie era mejor que nadie y las cosas podían cambiar mucho durante los meses que nos quedaban por delante. Alguien debía ponerle la cartas sobre la mesa a la estrella fugaz de Red Bull y no me desagradaba tomar dicho papel.
—Pero sabes quién soy.
—Claro que lo sé —contuve una risotada—. Tengo ojos en la cara, aunque puede que termine sacándomelos ... —susurré eso último entre dientes.
Llegué a la vidriera que presidía las entradas a ambos edificios. Estaba empujando la puerta cuando esa voz infantil y grosera me congeló los tendones.
—Ya, pues parecías bastante emocionada mirando todo lo que guardamos por aquí —aseguró en forma de burla—. ¿La cosa estaba tan difícil que solo te cogieron los italianos o cómo ...?
Di la vuelta, enfrentando de lleno a la persona más rastrera que había tenido la mala suerte de conocer.
Max paró, visiblemente sorprendido de que hubiera reorganizado mi ruta de huida para plantarle la cara. Debía estar demasiado acostumbrado a salirse con la suya y a no pedir disculpas a los demás, pero había jurado no dejar que nadie me pisoteara, sin importar que él fuera el exitoso piloto de carreras, impertinente y soberbio, y yo una ingeniera del montón.
—Mira, gilipollas —apreté mi puño y me forcé a continuar hablando en español. La rabia se concentraba en mi voz a una velocidad alarmante—, yo que tú ...
—Eh, eh, ¿che cosa stai facendo, tesoro? —Charles, con su italiano melódico y dulce, apareció a mi lado, saltando de dos en dos los escalones. Venía del edificio de prensa y lo acompañaba un Carlos Sainz cuya mirada gritaba auxilio. Él sí había entendido mis palabras. Los miré brevemente hasta que el más joven apoyó su mano en mi zona lumbar—. Non ti arrabbiare, per favore. ¿Mi hai capito? —entornó sus párpados, suplicándome por un poco de comprensión. Asentí, en parte avergonzada y en parte molesta. No pretendía meterlos en un lío—. Bravissimo —celebró Leclerc—. Ah, Max, ¿cómo estás?
Se olvidó de utilizar un idioma extraño para Max y recuperó el inglés tras asegurarse de que mis niveles de furia volvían a estar dentro de los límites. Yo no controlaba mucho el italiano, pero entenderlo no era muy difícil gracias a mi dominio pleno sobre el castellano, así que su estrategia fue efectiva.
—Muy bien —respondió el neerlandés. Su falsa amabilidad me generó alguna que otra arcada—. Charlaba amistosamente con tu empleada, aunque creo que no es igual para ella —puso de manifiesto mi inadecuado comportamiento.
Me apetecía estrangularle delante de todo el mundo. Me apetecía muchísimo. Solo guardé las formas porque Charles y Carlos no merecían más quebraderos de cabeza. También funcionó que Charles rozara con sus nudillos mi espalda baja, aunque esa era otra historia distinta.
—No es mi empleada, sino mi compañera —corrigió él con toda la suavidad que yo no encontraba—. Nadie te ha presentado a nuestra nueva y brillante ingeniera, ¿verdad? Ella es Helena Silva —hizo la presentación pertinente y yo obtuve una mirada llena de rencor de Verstappen—. Helena, el señor Verstappen en persona —ante mi inmovilidad, dio unas pocas palmaditas a mi espalda—. La mano, chérie —me animó a ser una chica educada y yo cumplí su deseo.
Escuché que suspiraba por lo bajo, un poco más tranquilo después de que le diera un apretón de manos al chico.
—No te confundas, Max —intervino entonces Carlos—. Es cosa de españoles —bromeó—. Somos muy intensos las primeras veces.
—Ya lo veo, Carlos —le sonrió por compromiso—. ¿Cómo han ido los entrenamientos? —se la devolvió a ambos—. He oído que vuestros coches han estado dando más problemas de lo esperado.
Estaba regodeándose de nuestra posible desgracia y no iba a permitir que minara más los ánimos de aquellos a quienes ya consideraba mis amigos.
Encajé los dientes, haciéndolos sonar en mi cabeza.
—Nada que no pueda solucionarse —le regalé una sonrisa tan falsa como la que él nos mostraba—. Descuida, somos grandes profesionales en Ferrari —afirmé.
—No me cabe duda ... —dijo finalmente—. ¿Helena, has dicho?
Su curiosidad por mi nombre no me gustó ni una pizca.
—Exacto —se lo confirmé.
—Pues buena suerte con tu trabajo, Helena —esclareció el motivo de su aparente cortesía—. La necesitarás.
No abrí la boca de nuevo. Si lo hubiera hecho, los de seguridad habrían tenido que intervenir para separarme de Max Verstappen. Ni siquiera Charles habría conseguido frenarme.
—Genial —se pronunció Carlos—. Nosotros vamos a almorzar, que me muero de hambre. Tendremos que prepararnos para la rueda de prensa pronto —depositó su mano en mi hombro.
—Suerte en la clasificación mañana —lo aligeró Charles, que ya me llevaba hacia la puerta de cristal.
—Lo mismo digo, Charles, Carlos —y regresó al box de Red Bull mientras nosotros escapábamos de aquel laberinto.
El aire fresco despeinó mi melena al instante. Me quejé con una chasquido de lengua. ¿Qué demonios le pasaba a ese tío?
—Valiente engreído de pacotilla —lo insulté en mi amado castellano.
—¿Qué ha sido eso? —interrumpió mi monólogo Leclerc. Él me contemplaba con los ojos abiertos de par en par—. Pensé que te tirarías sobre él, Helena.
Ya había aprendido a diferenciar las manera en que Charles se refería a mí y una de ellas era con mi nombre completo. Si lo hacía, había un alto porcentaje de que estuviera enfadado, nervioso o tenso por algo. La mayor parte de las ocasiones me decía así aunque yo no fuera la culpable de su malestar y sabía que, después de aquel enfrentamiento directo con Verstappen, no había ni una sola gota de cabreo en su voz. Únicamente intentaba aceptar lo que había estado cerca de suceder.
Aún no se lo había dicho, pero me recordaba a mi madre y a los regaños que me buscaba de niña. Era agradable.
—Lo habría hecho si no hubiéseis llegado —me dirigí a los dos chicos—. Me perdí de camino al box de Mercedes. Estaba buscando a mi amiga Julia para devolverle su pase, pero ... —pasé los dedos por mi cabello, demasiado irritada—. ¿Cómo mierda podéis aguantar a alguien tan ...? ¿Tan ...? —no daba con la palabra.
—¿Inmaduro? —Carlos acabó en mi lugar y asintió, conforme con mis sentimientos—. Ya. Es difícil ignorarlo.
—Pero es lo que debemos hacer. Ignorar y sonreír por el bien del equipo —Charles repitió un lema que debería haber tenido mucho más presente—. ¿Podrás recordarlo, chérie? —me obsequió sus limpios ojos verdes.
No pude negarme. Misión imposible.
—Sí, sí —comenzamos a caminar en dirección contraria al box que regía Verstappen—, pero seguiré insultándolo cada vez que me lo tropiece.
Mi tozudez alegró a Carlos. Nos íbamos conociendo después de tantas hora al día juntos y, si me hubiera rendido tan fácilmente, lo más seguro era que recibiera una contestación de su parte sobre mi espíritu de pelea.
—Mientras sea en español, todo perfecto —me respondió Sainz.
—Bien, porque es un gilipollas sin remedio en español, portugués y azteca —aquello desencadenó risas que no cesaron hasta que el rojo de Ferrari lo pintó todo frente a nosotros—. Maldito niñato imberbe ... —farfullé más.
—Mamma mia —exclamó Charles. Se limpió una lágrima ficticia y prosiguió—. Ni siquiera Carlos utiliza un vocabulario tan extenso cuando se enfada.
Esbocé una sonrisa. Si había contribuido a que se alegraran después de los problemas de esa mañana, la batallita con el piloto de Red Bull no había sido tan innecesaria como pensaba.
—Lena es una mujer de recursos y mi orgullo nacional —el brazo de Carlos se instaló sobre mis hombros, haciendo crecer mi sonrisa—. Sienta demasiado bien volver a oír el malhumor español. ¿Por qué no continúas? —rio con la naturalidad que lo caracterizaba—. Había echado de menos escuchar unos buenos insultos ibéricos.
Charles se adelantó unos centímetros para mirarnos correctamente.
—¿Ibérico? ¿Como el jamón? —preguntó, descubriéndome un amor por nuestro plato típico que no habría adivinado nunca.
—Justamente, Charles —acompañé las risas de Carlos con las mías.
Ese ambiente cómodo y amigable se vio roto por el sonido de mi teléfono. Julia estaba indicándome por mensajes dónde podíamos encontrarnos.
—Ah, es mi amiga —les comenté—. Dice que está en la cafetería general.
—Íbamos hacia allí —me explicó Carlos—. ¿Le importará comer con nosotros?
Moví ambas manos.
—En absoluto. Estará muy feliz de conoceros —y ellos asintieron.
El camino a la cafetería no tuvo desperdicio. Aunque había bastante gente a esa hora, me las arreglé para ubicar a Julia en una de las meses exteriores, algo alejada de la mayoría de trabajadores que aprovechaban su tiempo de almuerzo.
Carlos y Charles destacaban por encima de todos, por supuesto. El número dieciséis y el número cincuenta y cinco bordados a la espalda de sus chaquetas funcionaban como fuertes focos de color rojo a los ojos de cualquier interesado en los coches de carreras.
Julia también los reconoció y, un segundo más tarde, visiblemente emocionada, se levantó de la silla que había ocupado mientras me esperaba.
—Tu pase —lo dejé caer sobre la mesa y le di un corto abrazo. Al separarme de ella, intercedí a favor de los chicos—. He traído a unos compañeros de Ferrari.
La tierna sonrisa de Charles no pasó desapercibida para ninguno.
—¡Es un placer! —dijo mi amiga. Su energía era digna de admiración—. Yo soy Julia y hago las prácticas en Mercedes.
Se saludaron cordialmente, estrechando la mano de Julia.
—Algo nos ha comentado Lena. Encantado de conocerte, Julia —sonrió Leclerc—. Yo soy Charles y él ... Bueno, no creo que necesitemos presentación —suavizó la situación con su capacidad innata de hacer sentir bien a la gente que apenas conocía.
—¡Claro que no! —la exclamación de Julia me sonrojó bastante—. Os conozco de sobra, en realidad. Helena no os da mucho trabajo, ¿verdad? —aquel fue su granito de arena para hacer que todo se sintiera más familiar.
A regañadientes, escuché la risa prematura de Carlos. Con el rostro bañado en un rubor que me ponía en desventaja, decidí sentarme en la silla colindante con la de Julia.
—¿Y te haces llamar mi amiga? Traidora —me crucé de brazos.
—No, no —habló Charles—. Es muy fácil trabajar con ella. Lo más grave que ha hecho ha sido enfrentarse al anterior campeón del mundo, pero nada que no tenga arreglo —su broma metió el dedo en la herida.
Le habría devuelto el ataque de no ser porque era él. Porque la felicidad en su carita bastaba para tragar cualquier comentario chistoso. La Helena que no sabía quedarse callada, la Helena más combativa, quedaba en suspensión momentánea siempre que Charles Leclerc tenía un papel en la función.
Me templaba. Suavizaba ese temperamento que odiaba no saber controlar por mí misma.
Y adoraba que él calmara mi lado más intenso. También lo avivaba, aunque eso variaba mucho y no era algo que quisiera meditar en aquel preciso momento.
—¿Que has hecho qué, Lena?
Julia no podía creerlo. Debía ser una de las cosas más reprochables que había desencadenado hasta la fecha.
—Ni se te ocurra juzgarme porque tú también lo habrías hecho —me defendí.
—Estás loca ... —movió la cabeza, procesando la información.
—Todo ha quedado en un susto, tranquila —Carlos se apiadó de mí y trató de quitarle importancia al percance.
—Sí. Aparecimos antes del desastre. En fin ... —el monegasco juntó sus manos en una tenue palmada—. ¿Qué os apetece almorzar? —clavó sus ojos en mí—. Carlos y yo iremos por la comida.
No solía permitir que los demás hicieran aquello de lo que podía encargarle solita, así que me incorporé. Charles se lanzó hacia mí, consciente de que iba a negar su amable propuesta. Estaba en mi ADN.
—No hace falta. Ya vamos nosotras a ... —el calor de sus dedos sobrepasó el tejido de mi ropa.
Volvió a empujarme contra la silla de plástico. En silencio, me recreé en los pequeños apretones que propinaba a mis brazos.
—Ni hablar —sentenció—. No quiero que la sangre se te suba a la cabeza, chérie. Estás muy alterada aunque lo niegues. Sentadita aquí hasta que regresemos, ¿va bene? —mi falta de réplica le hizo automáticamente vencedor de la discusión—. ¿Un menú normal para ti? —se alejó, mirándome fijamente.
—Sí, uno normal —tragué saliva—. Gracias.
¿Se está preocupando por mí? ¿Cómo puede saber que aún tengo el pulso por las nubes? Nadie lo nota. Nunca. Soy un maestra ocultando esa clase de cosas, entonces, ¿por qué ...?
—Otro para mí, por favor —pidió Julia antes de tomar asiento—. Y muchas gracias.
—Nada que agradecer —sonrió más, haciendo estallar un lateral de mi estresado corazón—. Lo hacemos con mucho gusto. ¿No es así, mate? —le preguntó a Carlos.
—Claro —se retiraron lentamente—. Ahora volvemos.
Seguí su trayectoria y no pestañeé hasta que Julia se pronunció. Un poco agobiada, cuestioné qué había dicho o hecho para que Charles distinguiera el nerviosismo con el que peleaba desde esa mañana y que había saltado por los aires tras el encontronazo con Max.
—Espera. Para el carro —desvié la mirada hacia ella. Su español me tranquilizaba—. Helena Silva, la Helena Silva que conozco desde primaria, ¿acaba de rendirse a las órdenes de un hombre? —exhalé, abatida—. ¿Qué has hecho con mi amiga y dónde la tienes escondida? —sus carcajadas me relajaron.
—No vayas por ahí —la avisé—. Ya te hablé del efecto que tiene Charles Leclerc en mí, así que no te hagas la sorprendida porque juro que me clavo este tenedor en el cuello —agarré el utensilio de la mesa, amenazadora— y después repito el mismo ritual contigo.
—¿También te vuelve agresiva? —jugó con su botella de agua, interesada en las múltiples reacciones que tenía con Charles de por medio.
—De eso culpa a Max Verstappen —resoplé.
Mis niveles de estrés crecían por segundos.
¿Acaso fue un simple coincidencia? ¿Una caballerosidad más de esas a las que me tenía acostumbrada? Charles Leclerc no dejaba de sorprenderme y aquella era una sensación que no quería desechar junto con el resto de emociones que calificaba de sobrantes en mi vida.
—Algo que nunca esperé escuchar de ti, sin duda —apuntó Julia.
—Las personas se equivocan y yo soy más humana de lo que crees. Ah ... —eché la cabeza hacia arriba, intentando relajarme antes de que ese chico regresara y viera de nuevo a través de mí—. Si Charles no hubiera aparecido con su perorata italiana, habría puesto en su sitio a ese animal de circo.
Tomó agua y se inclinó en mi dirección. De esa forma, la mesa que tenía detrás no podía oír su aportación.
—¿Te habla en italiano? —parecía maravillada.
—A veces —resumí.
—Pero tú no sabes italiano —dijo una verdad como un templo.
—Es muy parecido al español —contrarresté—. Puedo acostumbrarme a que lo haga —doblé la esquina de una servilleta y mis ojos se movieron solos hacia la cafetería. No lograba verle por los cristales tintados, pero quería creer que también estaba mirándome—. Me gusta que lo haga.
Un gusto culposo por el que nunca pensé que me sonrojaría.
—Nuevo fetiche desbloqueado, querida —se burló Julia—. No hay nada más atractivo que un hombre hablando en italiano —estaba en lo cierto.
—Ya, ya, pero no vayas por ahí diciéndolo, ¿quieres? —me sentiría desprotegida si Charles se enteraba de aquello—. Ha sido demasiado vergonzoso antes.
Me noté terriblemente aliviada cuando puso paz entre Max y yo. Esos arranques de furia nunca me beneficiaban emocionalmente y la bonita manera que usó para suavizar mis instintos asesinos no se me iría de la mente en un tiempo.
¿Alguien había hecho eso por mí antes de que llegara él? No. Nadie.
Mi pecho constreñido hacía compañía al vaivén contra el que me resistía.
Nos tranquilizábamos mutuamente. Charles lo había conseguido una semana después de que yo intentara apaciguar los miedos que guardaba por la primera carrera del año.
—Pues él te mira como si fueras un ángel caído del cielo —Julia sonreía, contenta de que estuviera viviendo algo tan especial—. Al final no exagerabas.
Suspiré, agotada de luchar contra mis propios sentimientos.
—Es imposible que lo exagere si se trata de él, Julia ... —mi puchero le extrajo una mueca diminuta.
🏎🏎🏎
Holiii ♡✨
Me paso por aquí para aclarar ciertos puntos de lo que está ocurriendo en la historia porque no quiero malentendidos xD
Para empezar, que Max sea un chulo arrogante e inmaduro no significa que también se comporte así en la vida real ni que me caiga mal. Simplemente, alguien tenía que ser el "malo" en la novela y le tocó a él por la rivalidad que ha tenido con Charles desde que eran niños y porque me encajaba con la trama 😂🤙🏻
Bueno, y esto se aplica también a futuros personajes que aparezcan y que puedan entorpecer de alguna manera la relación de Charles y Helena o la propia estabilidad laboral de nuestra protagonista u.u
Por otro lado, siempre que Charles hable en francés o en italiano, pondré un comentario en dicho párrafo con la traducción al castellano para que no haya ninguna duda sobre lo que ha querido decir el nene 7u7
Ya para acabar, las actualizaciones serán bastante random. A lo mejor cae un capítulo cada x días o terminan pasando dos semanas hasta la siguiente parte. No lo sé muy bien, la verdad 😅
Solo puedo decir que tengo ya varios capítulos hechos, así que, de momento, habrá movimiento por Fortuna 😎
Nada más que añadir. Espero que estén disfrutando de la novela 🥰
Y ojalá los chicos tengan suerte este fin de semana en México 🥹
Os quiere, GotMe 💜
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro